26/9/09

Ser Arcángeles...

Meditación con motivo de la fiesta de los Santos Arcángeles Miguel, Rafael y Miguel

Textos:
Daniel 7,9-10.13-14
San Juan 1,47-51

Hoy la Iglesia se alegra con la festividad de estos santos ángeles, que dentro del pensamiento bíblico son los enviados de Dios. Y cada uno con una misión especifica que va clarificada en el mismo significado de su nombre:
Miguel: ¿Quién como Dios? Marcando la cuestionante y la admiración al descubrir la fuerza de Dios, que vence al mal.
Rafael: Medicina de Dios. Es quien lleva la curación al Padre de Tobías y quien le quita la maldición a su esposa, poniendo de relieve que Dios trae la total sanación física y su plenitud en la salvación.
Gabriel: Anuncio de Dios. Es aquel que trae un nuncio de parte de Dios, quien da una buena noticia en el libro del profeta Daniel, quien da el anuncio a Zacarías y a la Virgen María, poniendo de relieve que Dios quiere darnos buenas noticias cargadas de esperanza.
Esta fiesta sin embargo no puede concretarse a contemplar la misión de estos seres angelicales, a maravillarnos por sus intervenciones en la historia de salvación, ni a reducirlos a objeto de superstición; al contrario esta festividad debe de ayudarnos a ponernos en marcha y ser a imitación de ellos mensajeros de Dios.
Podemos a imitación de san Miguel comenzar a vencer el mal en nuestras vidas, vencer nuestras inclinaciones a la destrucción, renunciando a la venganza, renunciando al odio, dejar la corrupción y búsqueda de poder; comenzando a tener un nuevo corazón, con nuevos pensamientos, nuevas actitudes que vayan demostrando realmente que podemos acabar con la situación de pecado y mal en nuestra historia.
O bien imitar a Rafael dando salud a los demás y no necesariamente pasándole un medicamento, pero podría ser una buena obra de caridad si yo ayudara a alguna persona enferma con sus medicinas si es que puedo, o bien visitarlo, hacerlo sentir mejor, que no viva encerrado en la soledad, dando así una salud, que en fondo lleva a encontrarnos con la presencia de Dios.
O ser otro Gabriel dando buenas noticias ocupando nuestra lengua o nuestros labios para dar buenas noticias, dejando los comentarios venenosos, los chismes, las mentiras y siendo más veraces, más sinceros, más amables y por tanto con palabras que edifiquen y transformen al hombre mismo y mi propia vida.
Con esto podemos descubrir que esta fiesta nos invita a ser enviados de Dios como estos arcángeles y anunciar la presencia de Dios con nuestras actitudes bien concretas.
Hoy en el Evangelio Jesús nos dice que los ángeles suben y bajan sobre el Hijo del hombre, poniendo de manifiesto el contacto de Dios con la humanidad, y esto es obviamente una consecuencia del ser enviados de Dios, pues cuando somos capaces de transformar la vida de los demás los acercamos a ellos a Dios y nuestra vida es mejor porque vamos siendo más divinos y más humanos pues el enviado de Dios no sólo anuncia a Dios sino que Dios vive en él. Que el Señor nos dé esa oportunidad de ser sus mensajeros y tener más cerca a Dios y así vivir con mayor plenitud la experiencia del Reino de Dios.

«¡Ojalá todos fueran profetas en el pueblo del Señor, porque él les infunde su espíritu!»

Homilía para el Domingo XXVI Domingo de Tiempo Ordinario
Ciclo /B/


Textos:
Números 11,25-29
Santiago 5,1-6
San Marcos 9,38-43.45.47-48

Uno de los problemas más complejos en el mundo es el protagonismo que lleva a cerrar a los demás alguna oportunidad en la vida. Esto se debe a un terrible individualismo en donde se cree que el único que puede realizar ciertas cosas es uno solo, sin la ayuda de los demás. Se cae en una terrible soberbia en donde se cree que sólo nosotros podemos hacer las cosas, siendo los únicos capaces de hacerlos, al punto de creernos indispensables.
Sobre esta realidad nos habla el día de hoy las lecturas. En primer lugar contemplemos el extraordinario texto del libro de los números en donde podemos descubrir como Dios entrega el espíritu de Moisés para ayudarlo a guiar a los demás. Sin embargo parece ser que hay dos personajes que o se encontraban en ese momento, y cualquiera podría decir que ellos han quedado fuera, que se perdieron la oportunidad de tener un cargo y un carisma al interno de la comunidad, pero no es así para Dios nadie está excluido.
Por esta razón les entrega el Espíritu. Curiosamente esto causa una terrible crisis, una gran conmoción y piden que Moisés los calle, pero Moisés que lo ve todo desde la perspectiva de Dios aclara: «¡Ojalá todos fueran profetas en el pueblo del Señor, porque él les infunde su espíritu!» Con esto se pone en claro que hablar con la fuerza de Dios no es algo exclusivo de algunos cuantos, sino que es de todos. Es una misión que Dios da a todos.
La fe no es para un grupo selecto, un grupo elitista, un grupo minúsculo de elegidos; es para todos. Cuantas personas creen que tiene ciertos privilegios porque pertenecen a un grupo determinado y discriminan a los demás, los miran por debajo del hombro. La vida de fe no puede quedarse sólo con eso, sino que requieren más; es decir, deben de estar abiertos a todos.
Recuerdo en alguna ocasión que en una celebración una persona no dejaba que nadie leyera la lectura porque ella era de un grupo parroquial y sólo le correspondía a ella, y no permitía que nadie se acercaba, creyéndose totalmente independiente e indispensable, impidiendo que otros se acercaran y participaran de ese ministerio. O bien cuantas veces por pertenecer a un cierto grupo denigran a los demás y les hablan con aires de superioridad, creyendo que ellos pueden mandar, meterse en todo y opinar sobre todo. Creo que eso es una manera de cerrar la oportunidad a otras oportunidades, impidiendo reconocer que todos pueden participar y todos tienen los mismos derechos a participar y a demostrar la acción de Dios en su vida. A veces por creer que uno sabe más, que porque tiene estudios, porque sabe más puede hacerlo todo, o mandar a todos o quitar o poner a ciertas personas. Con ello cierra la oportunidad que los demás desde su sencillez, su experiencia de fe guíen y enriquezcan a la comunidad. Siendo que por saber más se debería ser más sencillo y capaz de captar lo que los demás pueden aportar.
Por esta razón ante el escándalo del Josué, Moisés le responde que deje detrás el escándalo y más bien tenga la capacidad para descubrir que Dios se va manifestando de muchas maneras. Y su deseo es que todos profetizaran de ese modo, pues eso es lo importante, no puede limitarse todo a un grupo selecto, sino que debe abrirse a todos.
Y así como sucedió en el Antiguo Testamento, vuelve a suceder en el Nuevo, con la escena del evangelio en donde le hablan a Jesús acerca de un grupo que expulsa demonios en nombre de Jesús. Esto sin duda es el reflejo de una problemática de la comunidad de san Marcos en donde seguramente existían grupos que nos estaban totalmente vinculados a ellos y querían prohibir que ellos hablaran de Jesús, como si sólo fuese una exclusiva de ellos. Pero Jesús los pone en su lugar: «No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con nosotros.» Con esto Jesús quiere marcar que la vida de fe no se encierra en un grupito determinado o en un club, sino que es superior y que siempre hay diferentes formas de expresarlo y de vivirlo. Pero si se quiere sobresalir, ser exclusivo, creer que todo lo hace una persona y la soberbia nos gana entonces si podemos destruirlo todo, pues alejamos a todos aquellos que pueden ayudarnos y ser mejores con nosotros.
El problema de fondo es la soberbia de quiere sobre salir querer ser los mejores, excluyendo a los demás. Si Josué se enoja es porque tiene miedo que otros le quiten el poder. SI los apóstoles van y acusan es porque temen que otro grupo les haga competencia, pues son ellos los que deben hablar en nombre de Cristo y no ellos.
Muchas veces queremos ser únicos, para que todos nos vean y todos se admiren de nosotros, pero no somos capaces de descubrir lo valiosos que son los demás y la riqueza que pueden traer. Una cosa es que yo ayude y otra tener el monopolio. Creo que la frase de Moisés es muy clara: «¡Ojalá todos fueran profetas en el pueblo del Señor, porque él les infunde su espíritu!» Ojalá todos fuésemos capaces de descubrir que no somos únicos y así asumiéramos nuestro papel de testigos en la vida de la comunidad, y extendiéramos con responsabilidad y firmeza el Reino de Dios en nuestra sociedad. Qué distinta sería nuestra ciudad, nuestro país, nuestra comunidad si en lugar de buscar rivalidades, buscáramos la unidad y la complementariedad.
Sería bueno que meditáramos que tan soberbios o protagonistas nos creemos a veces en la vida. Y para hacerlo deberíamos de ver en nosotros mismos, y no en los demás, porque muchas veces pensaos que los demás son así, que a los demás les queda bien el saco, siendo que en realidad somos nosotros los que nos volvemos jueces de ellos y en el fondo superiores, cayendo en la soberbia, pero cubriéndola creyendo que son los demás y no nosotros mismos.
Que este domingo el Señor nos de la capacidad de ser más sencillos y capaces de descubrir que somos parte de una comunidad y evitemos excluir a los demás y busquemos ayudarlos para que vaya creciendo todo a favor del evangelio y no de nuestra soberbia y protagonismo que en nada ayuda.

20/9/09

«Él se levantó y lo siguió»

Meditación en la fiesta de san Mateo Apóstol

Textos:
Carta a los Efesios 4,1-7.11-13
San Mateo 9,9-13

Muchas veces al escuchar que Dios constantemente llama a los hombres nos preguntamos “¿Quién será digno de su llamado?” y sacamos nuestra lista de nombres y según cualidades y capacidades vamos diciendo quien es capaz de ser llamado por Dios. Generalmente escogemos a los más buenos, los más inteligentes, los más santos. Casi siempre el que hace el listado no aparece y dice “hay gente más buena que yo.”
El Día de hoy la Iglesia celebra a san Mateo, Apóstol y curiosamente la liturgia nos invita a contemplar que en realidad todos somos llamados a esta vocación, todos somos dignos de ser alcanzados por la llamada de Dios. El ejemplo lo vemos en el texto del Evangelio, donde Mateo, un publicano, un cobrador de impuestos del imperio romano, que era tenido como traidor a la patria y por consiguiente pecador e indigno de Dios, es llamado precisamente por Jesús. De ahí que entonces el problema no consiste en ver quién es el que puede ser llamado por Dios, sino quién es el quién no se deja llamar por Dios, quién es el que no acepta esta llamada que le dirige.
La problemática por tanto es precisamente descubrir si nosotros realmente aceptamos el llamado, si realmente estamos dispuestos a reconocer que Jesús nos convoca a una misión específica en nuestra vida. Sería importante que descubriéramos realmente cuál es la razón por la cual nosotros vamos por la vida sin aceptar la llamada del Señor. A lo mejor porque vivimos muy ocupados, tenemos tantos quehaceres que no nos damos abasto para escuchar lo que el Señor nos pide, y para que nos echamos otra situación más en la vida.
O lo mejor vivimos muy tristes como para que Dios nos pida algo más, si apenas podemos con nuestra vida, si sufrimos tanto, como para que Dios nos pida algo, es mejor tratar de vivir un consuelo y dejar de comprometernos de esa manera.
O vivimos en pecado, y decimos que somos indignos que Dios no se puede fijar en nosotros, que no lo merecemos, aunque en realidad somos nosotros los que no queremos, los que no deseamos precisamente eso. Porque tal vez tenemos, miedo a dejar nuestro pecado, nuestros vicios, nuestra manera de comportarnos. Ciertamente que el pecado no es obstáculo para que Jesús nos llame, pues él nos llama siempre, y si nos llama es para una misión, y al mismo tiempo alejarnos del pecado. De ahí que alguien diga que es tan malo que mejor ni se acerca a Dios, es un argumento erróneo, pues uno puede acercarse a Dios para dejar el mal camino y convertirse, pero muchas veces tenemos miedo de dejar ese camino.
A lo mejor puede ser por miedo, es decir, porque no queremos realmente comprometernos con Jesús, porque sabemos que es exigente en la vida, porque sabemos que pide mucho. Mejor nos quedamos con lo que somos y tenemos, sin comprometernos realmente a una transformación total en nuestro ser. Porque el evangelio es radical y exige mucho de nosotros.
O por nuestra indecisión en la vida. Sólo lo dejamos como propósito, pensando que algún día lo cambiaremos. Y ahí estamos a medias, con un proyecto y una buena intención de darle un espacio a Jesús sin abrir nunca un espacio en nuestra vida.
O por nuestro conformismo pues llegamos a decirle que ya lo seguimos, que ya hemos dado un paso. Pero lo que sucede es que Jesús llama continuamente. Si lo hemos seguido, debemos continuar detrás de él, debemos continuar a su lado. Siempre nos hace un nuevo llamado para continuar, y no echarnos para atrás. El llamado de Jesús no es sólo d un día, es un llamado permanente, continuo, pues siempre hay algo nuevo que hacer, y siempre hay algo distinto que hacer, que cambiar.
San Mateo se dio la oportunidad de levantarse y seguir a Jesús. De no permitir que su mesa de impuestos lo atara, sino de iniciar un nuevo camino, rompiendo sus esclavitudes y dejando que Jesús lo transformara con su gracia. Ciertamente que le costo trabajo, pero lo logró porque se arriesgó para salir adelante e iniciar algo nuevo que le daba el sentido de su vida. Que el Señor permita que este día, nos demos la oportunidad de descubrir realmente qué es lo que nos imposibilita para seguirlo realmente, demos el paso decisivo como lo ha dado san Mateo.

19/9/09

«¿De qué iban hablando por el camino?»

Meditación del Domingo XXV de Tiempo Ordinario
Ciclo /B/


Textos:
Sabiduría 2,12.17-20
Santiago 3,16-18.4,1-3
San Marcos 9,30-37


El hombre por naturaleza es un caminante constante, siempre anda caminado, camina para alcanzar sus metas, camina para alcanzar su deseos, camina para alcanzar su realización, camina y formula sueños, camina y ve cómo se van cumpliendo sus anhelos, como va alcanzando muchas de sus situaciones, camina y se topa con sus errores, camina y se descubre amado, camina y se descubre necesitado de los demás, camina y busca a Dios. El hombre es ese caminante constante, en donde va formando su vida, va madurando, aprovechando y desaprovechando muchas cosas, valorando y destruyendo ciertas situaciones. El hombre, generalmente camina, pero el problema es hacia dónde camina, y si es capaz de caminar por el camino adecuado. Sobre esta realidad nos habla el evangelio del día de hoy.
Hoy se nos presenta a Jesús dando una enseñanza fundamental: Por segunda vez enseña los discípulos que va a padecer a manos de los hombres. Sin embargo ellos van platicando de otras cosas, a saber, habían «estado discutiendo sobre quién era el más grande.» Jesús dándose cuenta de ello les hace un pregunta: «¿De qué hablaban en el camino?» y es que ese es el problema fundamental, por qué si Jesús va enseñando algo tan importante ellos se distraen y no ponen atención a lo que se les está diciendo. No vale la pena caminar con Jesús si no se le escucha.
Lo mismo nos puede suceder a nosotros caminar hacia Jesús y hablar de otras cosas, caminar por la vida, pero hablar de otras cosas, tener un camino bien puesto y desviar nuestras palabras y pensamientos hacia otras realidades. Deberíamos responderle hoy a Jesús de que venimos hablando en el camino, cuál es el sentido de nuestras platicas en nuestras vidas. Pero ¿De qué venimos platicando por la vida?
Venimos platicando sólo de cosas superficiales, como por ejemplo si nos dejó la sirvienta, si vamos comprar un carro un último modelo, o si vamos a irnos de viaje a tal lado, o si ya nos enteramos de las últimas novedades para comprarlas, o si ya nos dimos cuenta de la nueva ropa otoño-invierno que acaba de salir. ¿De qué vamos platicando por la vida? ¿Qué tenemos en el corazón?
A lo mejor nuestras conversaciones versan sobre los últimos chismes que nos han dicho o nos hemos enterado. O vamos platicando de cómo vamos a hacerle una maldad a alguna persona y lo vamos a acabar. O nuestros discursos versan sobre lo bueno que somos a comparación de los demás, que no hay nadie mejor que yo, que nadie se compara conmigo, ni con mis conocimientos, ni mis dones.
A lo mejor presumimos nuestros vicios y contamos lo buenos que somos para engañar a las mujeres, o para contar que tenemos varias novios o novias y nos hacen los mandados. O las trampas que hacemos por la escuela, de cómo nos escapamos y nos salimos de pinta, o incluso que copiamos las tareas o en los exámenes y salimos adelante.
O todo se centra en críticas a los demás diciendo que no valen la pena, envidiando todo lo que hacen, y tratando de crear una imagen nada favorable, dando así a conocer todo nuestro egoísmo y resentimiento hacia esas personas. Vamos por la vida sacando todo lo malo de las demás personas, viendo sólo los defectos. Hacemos distinciones impidiendo que realmente que se forme la unidad y la comunidad y todo se quede a nivel de meros sectarismos.
O comentamos lo mucho que nos hacen daño los demás creyendo que somos las únicas víctimas en la vida, y creemos que nuestro sufrimiento es lo único; y sobre todo nos gusta que nos digan constantemente que ya ni modo, que luego pasará, y así haciendo que todos nos tengan lastima para que se centren únicamente en nosotros.
En el fondo todas esas pláticas tienen como centro una realidad: Mi ego. Porque en realidad nos creemos con el derecho de juzgar, de lastimar, de herir, de juzgar, de compararnos, de sobajar, de creernos indispensables, de creer que nadie más tiene ningún derecho en la vida, que soy el único importante, que los problemas de los demás son secundarios y que no se comparan en nada con lo que yo tengo. Así, mis presunciones, mis lamentos, mis burlas tienen como un único eje temático: “a mi mismo y mis superficialidades.”
A lo mejor si somos como esos apóstoles de Jesús que van discutiendo por el camino quien es el mayor, pues vamos par la vida, no sólo diciendo que somos el mayor, sino creyendo que somos lo únicos y los mayores en la vida. Po eso Jesús inmediatamente los pone en si sitio y coloca a un niño en el centro, es decir, lo pone para que todos lo vean y descubran que es lo más importante en la vida, y curiosamente lo único que importa es ser niño.
Un niño en aquellos tiempos no tenían ningún privilegio, ningún valor, ningún derecho. Por ello Jesús los toma en cuenta y les dice que deben ser como ellos, es decir no creerse superiores, no creer que el mundo está a sus pies, sino a comprender que si bien es importante muchas cosas también lo es el servicio y velar por lo que necesitan los demás.
Con esto no quiero decir que comentemos nuestros problemas o nuestros logros, sino descubrir hasta que punto lo único que nos interesa en realidad sólo somos nosotros mismos y en realidad somos indiferentes a lo que los demás lo sientan. Lo importante es ver si lo que domina nuestras conversaciones por el camino somos nosotros mismos o tenemos la capacidad de ser sensibles y abrirnos a los demás. Descubrir se vamos por la vida hablando banalidades, egocentrismos, o una visión cristiana y solidaria de la vida descubriendo el rol y el papel de todos y mi espíritu de servicio, pues nos hemos hecho niños y con ello podemos iniciar una nueva construcción del Reino, dando la vida en favor de los demás como Jesús lo hizo, y no que todos den su vida para favorecernos.

18/9/09

Vida de fe: Experiencia del discipulado

Meditación del viernes XXIV de tiempo Ordinario
Ciclo Ferial / I /
Año impar

Textos:
1 Timoteo 6,2-12
San Lucas 8,1-3


El Evangelio del día de hoy parece darnos una pista más sobre la vida de fe, y es que hoy nos muestra las consecuencias de esa vida de fe, que no es otra sino el discipulado. No se puede ser verdaderamente hombre de fe, si no se es discípulo, si no se sigue a Jesús.
Podría surgir una pregunta ¿Cómo podemos hacernos discípulos? ¿Qué condiciones debemos tener en la vida para hacerlo? La respuesta es sencilla: Sólo debemos quererlo y así iniciar el caminar detrás del maestro. El día de hoy vemos como hay mujeres que siguen a Jesús y nos presenta la condición social de cada una de ellas. Primeramente María Magdalena que nos indica que le han sacado siete demonios, lo cual quiere decir que es una persona que ha estado llena totalmente (siete = totalidad), por todo tipo de ideologías violentas, destructivas. Con esto el evangelista pone de manifiesto que nadie puede quedarse al margen del encuentro con Jesús, si alguien decide acercarse a él y vivir el evangelio y tener la auténtica experiencia de fe seguramente que lo logrará. A veces hay personas que creen que por su estilo de vida en el pasado están imposibilitadas para encontrarse con Dios o para vivir su fe o comprometerse con ella. Esto es un error, si la persona realmente se ha encontrado con Dios por supuesto que puede acercarse y vivir de manera comprometida su fe, como lo hace María Magdalena y cientos de santos a lo largo de la historia. Así se hace discípulo, sin creer que el pasado afecta e imposibilita al hombre para transformarlo totalmente.
En segundo lugar nos presenta a Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes. Marcando que esta mujer está dentro del ámbito político de su tiempo. Eso quiere decir que la política no va en contra de su fe. Perfectamente se pueden armonizar y vivir la fe y la vida política, claro que ha de dejar que todo sea iluminado por Dios. Porque curiosamente se suelen separar las prácticas y por un lado se es injusto y por otro creyente bueno. Eso es una vida de fe a medias. El hombre de fe debe de tratar, de esforzarse continuamente para que esas dos realidades vayan siempre unidas. Esto lo podemos aplicar a todos los ámbitos -que de alguna forma ya lo hemos ido explicando en días pasados-, diciendo que mi vida cotidiana llámese familia, trabajo debe de estar iluminada por Dios según mi vida de fe. Cuando esto se logra se es un verdadero discípulo y no un mero fanático de la fe que va de paso.
Finalmente se habla de Susana que en realidad no sabemos nada de ella, sin embargo se ha colocado su nombre para aclarar dos cosas: Primeramente que este grupo está formado por mujeres bien concretas y en segundo lugar que en la comunidad todos tienen una identidad, pues la fe no hace masas sino que nos da personalidad, identidad delante de Dios.
Etas mujeres forman una grupo al interno de la comunidad y algo que es importante a considerar es que al final de todo el evangelista las coloca como servidoras, con esto os indica que ellas cubrían los gastos de toda la comitiva de Jesús, incluyéndolas a ellas y los doce apóstoles, mientras recorrían las ciudades y aldeas anunciando y evangelizando. Pero también nos marca la vida de fe exige servicio. Sin el servicio no hay discipulado y sin discipulado no hay verdadera fe. Ser hombre de fe es tener la capacidad de ser un verdadero y auténtico servidor de cara a los demás. Preguntémonos entonces si cada uno de nosotros somos realmente serviciales y si hemos sido capaces de dar el paso ser discípulos.

Me llama la atención como san Lucas nos habla del papel de las mujeres en la comunidad y creo que este evangelio da pie para reconocer el valor que la mujer tiene para nuestra vida de fe, pero creo que sobre ello meditaré después…

17/9/09

Vida de fe: Exprerincia de Dios y su perdón

Meditación del Jueves XXIV de tiempo Ordinario
Ciclo Ferial / I /
Año impar


Textos:
1 Timoteo 3,14-16
San Lucas 7,31-35

El día de hoy nos topamos en el texto evangélico con un texto extraordinario, pues descubrimos varios elementos. Por un lado vemos a un Jesús dispuesto a perdonar, por otro una mujer arrepentida, dispuesta al cambio en su vida, y finalmente a un Fariseo duro que no entiende a Dios desde la perspectiva de la misericordia y del perdón.
Esto nos lleva a considerar un poco más el tema de la vida de fe que en estos últimos días hemos estado reflexionando. Partamos del fariseo, en el fondo la vida de fe de este hombre se ha limitado simplemente al cumplimiento de la Ley, no hace nada más que cumplir y cumplir. Su fe se reduce a lo que está escrito, pero nunca a una experiencia viva. La vida de fe debe partir por tanto de una experiencia viva, no sólo de cosas escritas, de letra, de ritos, sino que todo debe de confluir al encuentro vivo con Dios. Cuando los hombres permiten que su vida de fe se limite simplemente a lo prescrito, a lo que todos hacen, pero no al encuentro personal con Dios, la fe es sosa, vacía, sin vida, porque en realidad no sabemos lo que hacemos, sólo nos dejamos llevar por la corriente. La fe no puede ser eso, porque en cuanto se saca dl esquema todo queda fuera de Dios, sin llegar a descubrir realmente quien es Dios.
En cambio la mujer pecadora se ha dado la oportunidad de tener un encuentro, no le ha bastado con lo que le habían dicho, no le satisface simplemente lo que la institución le marca, sino que se sabe pecadora, sabe lo que ha hecho, lo que ha vivido, y por tanto sabe lo que necesita: el perdón. Ciertamente la sociedad de esos tiempos la marginaba, la condenaba, sin embargo sabe que requiere del perdón, y por ello tiende a buscarlo.
Da un paso más y se dirige a buscar ese perdón, un perdón que si bien no se encontraba dentro de los estatutos de la institución imperante y del ámbito de la sociedad; sí que lo puede encontrar con por medio de un encuentro personal que rebaza todo estatuto escrito e impenetrable, todo escrito colocado y escrito. Va más allá.
Ahí es donde se puede hablar de vida de fe, cuando el hombre no se conforma sólo con lo que le dicen y vive, sino que busca encontrarse con Dios. Curiosamente este encuentro surge de la necesidad de perdón. Surge en medio de una situación complicada, cuando se sabe que uno no es perfecto (a diferencia del fariseo que se cree perfecto y no busca nada más, permaneciendo estático y estéril en su vida de fe) y va en busca del perdón. Pero el perdón se da sólo en el ámbito personal. El perdón no es algo que ya esté escrito, o dicho, se requiere buscarlo, así, al ir al sacramento de la penitencia es necesario el encuentro, hablar, ser escuchado, porque si sólo se escribiera “lo que hagas te perdono”, pues ciertamente pensaríamos que estamos perdonados, pero en el fondo necesitamos del encuentro.
La fe por tanto surge de un encuentro con Dios. –no basta que nos hallan enseñado un cate cismo u oraciones, sino que se requiere el encuentro, y generalmente ese encuentro en la vida de fe se da cuando experimentamos el perdón.
Munchas veces la fe no logra cuajar porque no hay un encuentro con Dios y ello implica que no hay verdeara experiencia de su amor y de su perdón. El perdón, la cercanía con Dios y su amor es lo que hace suscitar esa fe, ese encuentro con Dios. No es que me digan que crea y ya, sino que lo busco, busco constantemente a Dios, y curiosamente siento su amor, siento su misericordia, siento su perdón. Esta experiencia se vuelve de este, modo en el motor que logra transformar al hombre y suscitarle realmente la fe.
Si nosotros somos hombre de fe, deberíamos preguntarnos si realmente hemos tenido experiencia de Dios, o nos hemos quedado en lo que nos dijeron y enseñaron. Y si no por qué no vamos acercándonos a él, y sobre todo, por qué no vamos sintiendo su perdón, y a partir de ahí tener una auténtica vida de fe, que parte de ese encuentro de amor, y de ahí seguir creciendo y alimentando esta vida de fe.

16/9/09

Vida de Fe: Dejar las indecisiones

Meditación del Miercoles XXIV de tiempo Ordinario
Ciclo Ferial / I /
Año impar

Textos:
1 Timoteo 3,14-16
San Lucas 7,31-35


El texto del evangelio del día de hoy parece ponernos ante dos realidades, por un lado se ve el asombro de Jesús y por otro, la indecisión del hombre ante el misterio de Dios.
El asombro de Jesús se debe al hombre que no se conforma, ni le parece nada. Si Jesús se sorprende es porque no puede concebir que nada le parezca al hombre. Es un asombro que le lleva a no captar al mismo hombre, que no sabe cómo darle gusto «Llegó Juan el Bautista, que no come pan ni bebe vino, y ustedes dicen: '¡Ha perdido la cabeza!'. Llegó el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: '¡Es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores!». Podemos descubrir a un Jesús que esperaría el cambio del hombre, que fuera distinto al ver una nueva alternativa, pero resulta ser que no le gusta nada; es el Dios que trata de darle de cierta manera gusto al hombre con tal de que cambie, de que se convierta, y sin embargo al final resulta que no le parece nada. Así, vino el bautista y decían que estaba endemoniado, viene Jesús y dicen que es comelón y borracho; marcando que nada le parece al hombre. Ese asombro en realidad es la incomprensión de aquel que buscando poner los medios para salvarnos no la aceptamos, así parece ser que es difícil darnos la salvación.
Pero centrémonos en el segundo punto: la problemática del hombre que nada le parece y en relación con su vida de fe, tema que hemos estado meditando. En el fondo lo que sucede es que la fe del hombre es muy endeble, y no es capaz de descubrir lo que Dios le va mostrando, o sólo se deja guiar por una aspecto meramente externo sin llegar realmente a descubrir lo que Dios le está proponiendo.
Muchas veces la vida de fe se basa simplemente en lo exterior, en una persona, en una situación, en algo que se vio, sin llegar nunca a profundizar. Cuantas veces alguien adquiere la fe por un retiro, un encuentro de jóvenes, pero llegan hasta ahí, y su fe sólo se basa en ese cúmulo de experiencias, sin profundizar en ellos, sin seguir formándose y acrecentar y hacer madurar siempre esa fe. Entonces con cualquier cosa la fe se desploma, y se dice que no se puede seguir así, que la Iglesia miente, que Dios no está ahí presente, e incluso ni hace oración. Esto se debe a que su fe se fue debilitando porque su experiencia fue meramente emocional y pasajera. Dios se lo mostro, pero cuando le ofreció otras cosas no le gusto, no le pareció, y se alejó. Dios busca dar opciones y carismas para seguir adelante, pero muchas veces decimos “eso si que no con lo que fui es suficiente”, cerrando así la puerta tajantemente.
O cuántos permiten que su fe se sostenga en una persona, en un sacerdote, un predicador u otra persona, y el día que se equivoca dice que mejor se aleja, porque no hay fidelidad, porque se escandaliza, porque no quiere seguir adelante. O por un mal ejemplo de alguien terminan por irse. En el fondo es una fe muy débil, una fe indecisa porque en lugar de buscar, indagar, solidificar, dejan todo a la suerte. O bien no les parecen las personas y mejor se van se alejan encontrando el defecto siempre.
Incluso en medio de los grupos de la misma comunidad uno puede encontrar pretextos para no pertenecer a nada y no acercarse a ella, porque hay una persona, que porque no se puede, que me cae mal. Total que no se hace comunidad. O bien que no hay tiempo, que mas tarde, que mejo se haga temprano, que no hay tiempo. Todas esas indecisiones nos llevan a no tener un camino fijo en la vida y con ello nunca madurar la fe. O bien nos escandalizamos con cualquier cosa y nos vamos sin comprometernos realmente con nadie y mejor nos echamos para atrás y eso nos lleva a no tener decisión, a dejarlo todo en una persona, una institución, una postura, un perjuicio, cayendo en la imposibilidad de tener una decisión y con ello una madurez en la vida de fe.
Que nuestra fe no se vea englobada simplemente en una postrura, o en la búsqueda de pretextos para no adentrarnos en ella, porque Dios pone medios, el problema somos nosotros.

15/9/09

Vida de Fe: Camino hacia la madurez

Meditación con motivo de la memoria de Nuestra Señora de los Dolores

Textos:
1 Timoteo 3, 1-13
San Juan 19,25-27

El día de hoy la Iglesia contempla a Nuestra Madre Santísima al pie de la cruz y eso nos enseña algo más sobre la fe, un tema que hemos venido reflexionando, el domingo y el día de ayer con el Centurión. Hoy damos un paso más y descubriremos acompañados por la mano de María que la fe es algo que debe llevarnos a la madurez. La Virgen María desde luego que sufrió al ver a su Hijo colgado de la cruz, y sin embargo en medio de su dolor no se rindió, ni se tambaleo, al contrario aceptó una misión más: «Mujer, aquí tienes a tu hijo
Aceptar esta misión nueva no es sencillo implica una madurez plena, una madurez para que en medio del dolor seamos capaces de descubrir que estamos llamados a hacer algo más en la vida y que nuestra fe nos lo exige.
La vida de fe debe de ser madura realmente en cada uno de nosotros, desde luego que nos encontraremos con momentos de dolor y de tristezas, y tratar de descubrir que siempre hay un nuevo camino, un nuevo rumbo, de lo contrario no podríamos seguir en nuestra vida de fe. Cuántas personas hoy día dejan de creer porque hay dolor, porque tuvieron una mala puntada, porque no solucionaron un conflicto, y simplemente dicen “yo ya no creo, mejor me alejo de Dios”, o incluso vivir según el slogan de algunos autobuses que ponen en España diciendo “Probablemente Dios no existe deja de preocuparte y disfruta la vida”.
Eso implica que en realidad la fe nunca maduró, pues cuando llega el momento de la prueba, el del dolor no somos capaces de seguir con nuestra fe, al contrario renegamos y no vemos como se puede solucionar todo, y descubrir la enseñanza de nuestra vida.
La Virgen María lo hizo, no la vemos ahí al pie de la cruz gritando y lanzándose en contra de los soldados, al contrario, sólo está ahí e silencio tratando de comprenderlo todo. Desde luego que con tristeza, con dolor, pero con fe, siendo capaz de ir descubriendo cuál es el sentido de todo esto y sobre todo aceptando una nueva misión que viene de Jesús. Ello implica la madurez n la vida de fe.
La fe no es para algunos, momentos, o para cuando me vaya bien y Dios cumpla mis caprichos, la fe es un estado de vida que exige crecimiento y madurez, y curiosamente esto se da en medio del dolor, del sufrimiento, no porque seamos masoquistas y lo busquemos, sino porque de repente van llegando sin querer por las diversas vicisitudes de la vida. Lo importante es afrontarlas y descubrir que puedo sacra de ello, que me pide Dios de esta situación, así como la Virgen María lo descubrió al pie de la cruz. Sin esta noción nuestra fe sería sólo de “contentillo”, creo cuando me va bien, pero cuando me va mal, me alejo y reniego. Lo importantes es que vayamos creciendo en la vida de fe y cuando llegue lo difícil y trabajemos esa situación de fe y la maduremos y descubramos que finalmente algo hay, algo que nos renueva, nos transforma y sobre todo hace madurar la fe.

Vida de Fe: Creer y dejarse transformar por la Palabra

Meditación con motivo del Lunes XXIV Ordinario
Ciclo /I/
Año impar

Textos:
1 Timoteo 2, 1-8
Lucas 7, 1-10

El día de ayer Domingo XXIV veíamos la importancia de la vida de fe en el creyente que debe ir acompañada de sus actos, el día de hoy nos encontramos con este pasaje evangélico que nos muestra con mayor profundidad lo que significa la vida de fe, que no puede limitarse simplemente a creer por creer, sino que implica una verdadera adhesión a Cristo. El caso se ve claramente en este Centurión que inmediatamente confía en la Palabra de Jesús , una Palabra que sana, una Palabra que transforma, que renueva al hombre en sí mismo,, una Palabra que es salvador totalmente.
La fe por tanto no consiste simplemente en dejar que las cosas pasen porque si, o creer que todo se arregla maravillosamente, o que deben suceder grandes portentos en la vida para que todo cambie. La vida de fe consiste en tener una total adhesión a Cristo y con ello confiar en su Palabra salvadora, una Palabra que es capaz de cambiarlo todo, de renovarlo todo, de iniciar una nueva creación.
Pero el problema es que al hombre contemporáneo no le gusta la Palabra, su fe no se basa precisamente en esa realidad, sino que busca afianzarse a otras cosas que no son precisamente la fuerza de la Palabra. El hombre de hoy se afianza en una oración, en el agua bendita, en la imagen de un Santo, que en sí mismas no son malas, en cuanto que pudieran llevar al encuentro con Dios, pero el problema, es que no son conductos de Dios, sino la meta, y no buscan más, y sobre todo no son capaces de ser receptores de la Palabra.
Y es que la fe surge de la escucha asidua de la Palabra. Si Abraham tuvo fe, se debió a que escucho la Palabra, si los profetas aceptaron la misión de anunciar y denunciar, se debió a la fuerza de la Palabra. La Palabra es la fuerza, el motor que los pone en marcha, que los impulsa para seguir adelante. La Palabra es la que se vuelve en esa energía para transformar todas las estructuras del mundo y del hombre mismo, da fuerza, discernimiento, renovación, da aquello que el hombre necesita para salir adelante.
El problema es que en un mundo tan bombardeado de palabras, la verdadera Palabra no tiene lugar en nuestra historia. Y por tanto nuestra fe se desgasta porque en realidad la queremos alimentar con paliativos, la queremos sostener con cositas sueltas por la vida, pero en realidad no la queremos sostener con fuerza que viene de Dios. La dejamos a medias, sin comprometernos, sin tomarla en serio y por tanto sin dejarnos renovar por ella.
La fe se vuelve entonces en una realidad que debe transformar y hacer cada día al hombre más comprometido y siempre nuevo. Porque si sólo hacemos lo de siempre, si sólo aceptamos a Dios de repente, si sólo reducimos nuestra fe a algunas ‘cositas’, y no escuchamos a dios, si su Palabra no nos modela totalmente entonces nuestra fe es frágil y sin sentido, por eso deberíamos decir con el centurión: «No soy digno de que entres en mi casa, una Palabra tuya bastará para que mi siervo quede curado.»
De hecho esas palabras las decimos antes de comulgar en cada Eucaristía porque en realidad queremos que su Palabra y su sacramento nos renueven cada día y hagan de nosotros personas totalmente nuevas. Por eso las repetimos para recordar que necesitamos siempre de Dios y de su Palabra transformante y sobre todo del compromiso que no consiste simplemente en ponerse en frente y comulgar, sino en permitir que su Palabra entre y me haga distinto, de lo contario es una fe estéril, incapaz de escuchar, o peor aún, es una vida que realmente no tiene fe auténticamente cristina.

12/9/09

Las obras en la vida de fe

Meditación del Domingo XXIV de tiempo ordinario
Ciclo /B/

Textos:
Isaías 50,4-9
Santiago 2,14-18
San Marcos 8,27-35


Una de las realidades fundamentales, y al mismo tiempo controvertida dentro del cristianismo es la vida de fe. Es fundamental porque es la fe la que da sentido al caminar cristiano, por medio de la fe el creyente es capaz de entrar en el ámbito trascendental, es capaz de arrojarse al encuentro de Dios, es la fe quien capacita para tener la certeza de que Dios está en nuestra historia. Sin embargo es contradictoria porque muchas veces esa fe es complicada pues no se entiende muy bien, e incluso se ve como un móvil mágico en donde por decir que se “cree”, se hacen ciertas prácticas y ritos un tanto absurdos, convirtiendo la fe en algo ritualista, o mágico que en realidad no lleva con Dios, sino una especie de autosatisfacción sugestiva que me da cierta paz, pero no hace que me encuentre realmente con Dios. Tenemos a aquellos que se sugestionan con el agua bendita viendo en ella un poder milagroso, o en una vela. Eso sería reducir la fe porque en realidad no se encuentran con Dios, no entran en el misterio de salvación, sólo se quedan con lo externo. Pero también aquellos que asisten a misa por costumbre podría ser que en realidad no tengan fe, porque van por costumbre u obligación, dejando todo en un absurdo y vacío ritualismo sin que realmente haya una auténtica fe.
¿Pero cómo podría marcarse el sentido de la fe? ¿Cuál sería el parámetro para marcar la fe cristiana? Las lecturas del día de hoy parecen ofrecernos una breve respuesta a esta enorme realidad. LA segunda lectura nos da un parámetro vital para entender la vida de fe, en donde el apóstol Santiago coloca un tema vital dentro de su comunidad para aclarar el sentido de la vida de su comunidad, marcando la diferencia entre fe y obras, marcando que son dos realidades intrínsecamente unidas y por ello aduce al final de la lectura de hoy: «Alguien puede objetar: "Uno tiene la fe y otro, las obras". A ese habría que responderle: "Muéstrame, si puedes, tu fe sin las obras. Yo, en cambio, por medio de las obras, te demostraré mi fe."»
Santiago pone el dedo en la llaga y muestra cual es el sentido de la fe: No bastan nuestras palabras extraordinarias, no basta decir que creemos o dar discursos extraordinarios sobre Jesús, ni siquiera bastan los actos de culto. La fe trasciende todo ello, la fe requiere de las obras, obras que demuestren la vida de fe, que profesen delante de los demás quién es Dios para nosotros, que estamos tocados por su experiencia. La fe por tanto consiste en demostrar que creemos, que estamos cerca de Dios. Eso es precisamente la vida de fe. La fe no puede estar al margen de la vida cotidiana, la fe no es para algunos momentitos piadosos. Cuántos dicen tener fe, pero sólo lo manifiestan en el templo, o cuando dedican un momentito para hacer oración, o cuando deben hablar de su fe con otros. Pero al terminar esto tiempos -que por cierto son contados-, somos otras personas muy distintas a nuestra fe que profesamos.
Somos los mismos rufianes, los mismos groseros, los mismos ladrones, los mismos destructores, los mismos infieles, los mismos mentirosos. Por tanto, la fe no ha sido capaz de lograr un cambio en nosotros, ni nosotros hemos sido capaces de contagiar a los demás de nuestra fe.
Quién va a ser capaz de creer si cada uno de nosotros ponemos “carita de santo” en misa y al salir estamos humillando al que me cae mal. Quien va a creer en nuestros rezos, si le soy infiel a mi mujer y muchos lo saben; quién va a creerme si hablo de Dios y saben que soy un corrupto de primera; quién va a creerme cuando voy a misa y me la vivo peleando con mi familia y mis vecinos hasta el punto de hacerles el mal. ¿Realmente tenemos fe? ¿Realmente conozco al Dios-Amor? ¿O soy un verdadero hipócrita, una grotesca caricatura de creyente que ha reducido todo a unos pocos momentos de la vida, sin dejar permear la vida de fe en mi historia cotidiana?
La fe por tanto no es algo meramente exterior, no es algo de ocasión, no es como una ropa que sólo me pongo para ciertas ocasiones, sino que debe de estar puesta en todo. La fe debe de estar en la vida laboral, la vida de familia, en mi trato personal con los demás, en mis pensamientos, en mis relaciones. La fe debe iluminarlo todo. En otras palabras, si una persona dice tener fe implica que entones se fe interpelar por Dios en todo momento, se pregunta qué diría Dios ante tal situación en mi trabajo o en mi familia. La Fe debe de convertirse en una lámpara que ilumine toda nuestra vida.
Pero podríamos preguntarnos ¿Cuál es el acto fundamental que expresa plenamente el cristianismo? Por qué si la fe va ligada a las obras desde luego que implica portarse bien, pero eso es algo que se supone que todos deberíamos hacer, por tanto, el ser cristiano tendría otra exigencia que nos caracterice, para que así demostremos totalmente nuestra vida de fe, y es precisamente sobre ello de lo que nos habla el evangelio del día de hoy.
Jesús viene de camino con sus discípulos y les pregunta sobre su identidad, y eso lo hace precisamente para saber que se imaginan de él. El que contesta acertadamente es Pedro diciendo que es el Mesías. Sin embargo Jesús ordena que callen, que no hablen sobre nada, porque en el fondo no han entendido lo que quiere Jesús. Ellos han encerrado a Jesús en categorías pasadas, triunfalistas y nacionalistas, sin llegar a descubrir precisamente cual es el sentido del Reino de Dios. Para ellos el Reino de los cielos ha de asemejarse al Reino de los romanos, lleno de poder y honor. Por eso Jesús tiene que demostrar que así no piensa así y por ello les presenta el proyecto del Reino que consiste precisamente en dar la vida: «El Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días.»
El proyecto de Jesús no culmina en los honores, los premios, las porras; sino que, termina en la destrucción, la muerte y el fracaso, a los ojos del mundo. Eso lo hace para dar la salvación plena porque el camino para lograr el veredero Reino se da en la entrega, en el servicio, en la donación, dando la propia vida. Ese es el camino de Dios y del mismo Reino de Dios. Por tanto, las obras que han de acompañar el caminar del cristiano son las obras del amor sin límites, de la entrega a favor de los demás. Esas son las obras de la fe cristiana. Sin amor, sin entrega, sin verdadero servicio no se puede hablar del verdadero creyente.
A Pedro no le parece ese proyecto, por eso se aparta con Jesús para disuadirlo. Y muchos de nosotros tal vez también lo hagamos hoy al escuchar este Evangelio. Tal vez le digamos “maestro, Cómo dices eso, mejor sólo que vayan a misa”; “Maestro mejor confórmate con unas cuantas oraciones”, “Maestro eso no conviene en medio de este mundo tan materialista donde todos son corruptos y quieren subir puesto a expensas de otros, mejor diles que traten de ser buenos”, “Maestro, el amor es algo pasajero, es un mero sentimiento; no lo confundas con un estilo de vida con que sólo nos soportemos está bien”, “Maestro, esa fe de entrega no concuerda con el utilitarismo y relativismo contemporáneo, mejor que estudien tantito o que les echen agua bendita y date por bien servido”, “Con que seamos productivos y solventes económicamente nos basta Señor, no pidas más.” La propuesta cristiana por supuesto que da miedo, pero si no la aceptamos no tenemos verdadera fe y pensaremos como Satanás, como se lo dijo Jesús a Pedro: «Apártate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres
A lo mejor somos Pedro, que sólo pensamos en lo que nos conviene, en una fe del confort, pero no del compromiso y vivencia radical de la fe en la vida, una fe con obras, y obras de entrega sin fin. Que el Señor nos haga ser realmente hombres y mujeres de fe, de una fe totalmente plena que se manifiesta por las obras del amor y la entrega como Cristo lo ha dicho, porque sólo así tomamos la cruz, y lo seguimos, sólo así demostramos que somos sus discípulos.

11/9/09

Frutos buenos y malos

Meditación con motivo del Sábado XXIII de tiempo ordinario
Ciclo ferial /I/
Año impar

Textos:
1 Carta a Timoteo 1,15-17
San Lucas 6,43-49

Hay muchas cosas que a primera vista parecen buenas, porque lo anuncian mucho en TV, porque prometen una vida genial y extraordinaria. Si embargo muchas veces nos dejamos embaucar por estas cosas y no descubrimos que son puras mentiras, pues sólo son apariencia pero no son una realidad. Y esto nos hace frustrarnos e incluso enojarnos.
Muchas veces también sucede con las personas con las cuales nos rodeamos. Y descubrimos que no son tan buenas, ni tan santas, e incluso que son hipócritas. Eso lleve a decepcionarnos fuertemente, pues descubrimos de lo que están hechos, descubrimos sus intenciones que son totalmente falsas. Lo peor puede suceder cuando en nuestra vida de fe nos descubrimos como falsos, en donde nos presentamos con una fachada de hombres de bien, pero estamos lejos de ello. Ante esto Jesús nos pone alerta: «No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto
De ahí que deberíamos ver nuestros frutos. No lo que aparentan nuestros frutos, no que parezcan buenos, sino que realmente sean buenos. Porque cada uno de nosotros podemos aparentar ser buenos frutos pero al probarlos podrían ser frutos secos, sin sabor. A lo mejor pueden decir “que buen fruto, mira como hace oración, como explica y ayuda”, pero a lo mejor vamos a descubrir que ni es una verdadera oración; ni explica lleno del mensaje de Dios, sino de su soberbia; o bien ayudan pero para sacar un provecho o un privilegio.
Si somos malos nunca sacaremos un buen fruto; si somos buenos nuestras obras serán buenas. Deberíamos de meditar que tan buenos son nuestros frutos. Porque lo que importa no es como se ven, sino lo que llevan. Si hoy el Señor viniera y cortara uno de tus frutos cómo lo encontraría, sería un fruto sabroso, lleno de jugo; o sólo sería un fruto seco, vacío, sin que sea apetitoso. Lo que vale la pena es que seamos buenos frutos, de ahí que mejoremos siendo de mejor calidad y realmente seamos testimonio para los demás. Porque de apariencias no vamos a vivir, pues como dice Jesús: «¿Por qué ustedes me llaman: 'Señor, Señor', y no hacen lo que les digo?» Porque no bastan las palabras, lo externo, las apariencias, sino los verdaderos frutos que dan vida a los demás.
Así como cuando nos desilusionamos porque un producto sale defectuoso, también Dios se desilusiona, pues si la casa se cae con la tormenta, no es para alegrarse, sino para lamentarse porque Dios es lo que menos quiere, pues quiere hombres bien sólidos en su vida. De este modo la liturgia nos invita a descubrir qué tipo de frutos tenemos y si no son los convenientes comencemos a cambiarlos y ser verdaderos testigos del amor de Dios.

10/9/09

Problemas de ceguera

Meditación con motivo del Viernes XXIII de tiempo ordinario
Ciclo ferial /I/
Año impar

Textos:
1 Carta a Timoteo 1,1-2.12-14
San Lucas 6,39-42


Hay una diferencia entre ser pastor y ser oveja, mientras que esta ultima vive de la escucha, pues las ovejas son ciegas y se guían por el sonido del bastón del pastor; el pastor por su lado vive de la visión, y no me refiero a echarle un mero vistazo a la situación, sino la capacidad que se tiene para ahondar en la realidad tratando de descubrir lo que hay y sucede detrás de todo. Por tanto la tarea del pastor consiste básicamente en ver. Incluso en las primitivas comunidades al pastor de la comunidad se le denominaba “episcopós”, es decir, el vigilante. Así la terea de este epíscopo, de este obispo era vigilar el rebaño a él encomendado. Así el órgano que debe estar abierto en todos los sentidos es el de los ojos para tener la capacidad de interpretar la realidad y de estar atento a lo que les sucede y necesitan las ovejas. Todos tenemos algo de obispos en nuestra vida porque en el fondo debemos de ser buenos vigilantes de lo que se nos ha encomendado, ya sea nuestra familia, nuestros amigos, nuestro trabajo, nuestras responsabilidades, nuestras labores pastorales, etc.
Sobre los problemas de visión nos habla hoy el Señor: «Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo?» La cuestión que Jesús se plantea es que dos ciegos están imposibilitados para guiarse mutuamente pues ambos podrían caminar a la muerte, porque en realidad ninguno de los dos está capacitado para guiar a nadie. Nosotros somos pastores en ciertas situaciones pero puede ser que estemos ciegos. Y si estamos ciegos como podríamos guiar a nuestra familia, o cómo podríamos dar una buena lección, cómo seríamos buenos maestros, o como guiar una comunidad, o hacer bien nuestro trabajo. ¿No será que a lo mejor nuestra ceguera nos lleva directo al hoyo? Marcando que es un camino hacia el suicidio.
Pero yo creo que lo más importante para descubrir si estamos ciegos o no es contestar una pregunta: ¿Por qué estamos ciegos? ¿Cuál es la causa de nuestra ceguera? Veamos brevemente algunas de ellas:
1. Una de las causas de nuestra ceguera es seguramente la falta de interés en nuestros quehaceres. Muchas veces somos incapaces de ver y de descubrir muchas cosas porque no nos interesan. Cuantos no se dan cuenta de lo que se requiere en su trabajo precisamente porque no lo hacen bien, no lo hacen con ganas, dígase lo mismo de nuestra familia, muchas veces estamos tan acostumbrados a vivir con ellos y a veces tan desganados y desinteresados que somos incapaces de ver que le sucede a nuestros hijos o a nuestros padres.
2. Otra de las causas de nuestra ceguera es nuestra soberbia. Pues nos creemos superior a los demás y por tanto no nos interesa que le pueda pasar a otro, o que piense. La soberbia hace que no veamos a los demás, sino que sólo nos veamos a nosotros mismos en el espejo de la grandeza, sin descubrir que realmente que hay otros que le necesitan, y que son tan importantes como nosotros mismos.
3. La envidia también provoca esta ceguera, pues estamos tan encerrados en lo que queremos, en lo que buscamos y anhelamos que no somos capaces de descubrir lo que el otro requiere.
4. Los rencores también provocan ceguera porque no somos capaces de vislumbrar lo que realmente lo que hay en el entorno pues sólo dejamos que vaya creciendo en nosotros un sentimiento corrosivo que nos quita la paz, y que sólo anhela la destrucción y desquite de alguien. Y ese sentimiento puede hacernos perder el piso y descubrir lo que el otro necesita de mí.
5. Muchas veces lo que hacemos y opinamos está simplemente movido por nuestros intereses, pero no es movido por un espíritu de ayuda o de servicio. Eso nos hace ciegos pues sólo vemos lo que nos conviene, o vemos que hacer para que consigamos lo que queremos, pero no vemos realmente lo que el otro necesita o requiere, faltando de ese modo a la caridad.
En una palabra podríamos decir que la ceguera está provocada por nuestro egoísmo que me lleva a pensar sólo en mí sin descubrir lo que el otro requiere realmente.
Yo creo que ante estas razones que pudieran ocasionar nuestra ceguera impidiendo ser buenos pastores y vigilantes de los cuales notros estamos a cargo, deberíamos de pensar qué hacer ante esto. Si lo pensamos un poco cuando alguien se está quedando medio ciego se recuren a varios medios: Se pone uno lentes, o va a que le hagan una operación con rayo laser, o nos echamos unas gotas, o nos quitamos lo que nos impide ver, o ya de plano vamos a adquirir un lazarillo que nos vaya guiando. A lo mejor también nosotros deberíamos ir a ponernos los lentes de la humildad para ver que no somos los únicos en la vida, y que así como yo tengo preocupaciones ser capaces de ver que los demás también y que les puedo ayudar a lo mejor. O vamos que nos hagan una operación y permitimos que nos extirpen esa envidia o ese rencor que sólo nos hace encerrarnos en nosotros mismos, y ser capaces de ver que la vida no es sólo lo que yo quiero o anhelo, ni el buscar como desquitarme del otro, y así ser capaces de ver lo que los demás significan en mi vida y valore lo que vale la pena. O vamos a echarnos unas gotas de caridad y descubrimos que los demás también nos necesitan y que no puedo faltar a la caridad moviendo todo a mi manera y moviendo todo para que se haga mi voluntad, yo creo que lo mejor es descubrir que otros necesitan de mi y que no todo se puede hacer siempre a mi conveniencia, pues hay otras urgencias que también son importantes en la vida. Y si de plano tenemos una ceguera recalcitrante que ni lentes, ni gotas, ni operaciones pueden sanarme, pues vayamos y busquemos a alguien que nos guíe, que nos sepa orientar para ser los pastores y encargados que los que están a nuestro alrededor necesitan, puyes hasta el mejor pastor puede ser que necesite su lazarillo para que su ego y su egoísmo sean vencido poco a poco con la dirección de otra realidad.
Todo esto nos lo dice Jesús claramente con otras palabras: «Saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano.» Pues que nuestras cegueras se curen y hagan de nosotros mejores personas capaces de ver todo y guiar a todos por caminos de amor y de paz.

¿Cómo ser hombres nuevos?

Meditación con motivo del Jueves XXIII de tiempo ordinario
Ciclo ferial /I/
Año impar

Textos:
Colosenses 3,12-17
San Lucas 6,27-38

El día de ayer san Pablo nos exhortaba a buscar las cosas de cielo y así tener las bases para cambiar nuestro estilo de vida y a revestirnos de Cristo, hoy continúa ese tema y parece darnos algunas pistas para poder revestirnos de Cristo en nuestra vida. Analicemos algunas de ellas para entenderlo mejor:

1. Revestirse de Cristo es la invitación como dice san Pablo a revestirse «de sentimientos de profunda compasión.» Es fundamental para iniciar una vida totalmente cristiana estar revestido de la compasión, entendiendo la compasión como aquella virtud que nos hace padecer con el otro, que tratamos de vivir y de sentir lo que el otro siente y vive. Yo creo que muchos de los problemas en nuestra vida se podrían solucionar si tuviéramos compasión de unos con otros. Cuantos problemas se quitarían si la mamá sufriera con su hijo lo que le atormenta y desde ahí lo ayudara, en lugar de marginarlo o castigarlo; o cuántos hijos deberían ponerse en los zapatos de sus papás y desde ahí entender lo que le dicen. La compasión es necesaria para una mejor relación con los demás. Es el camino para evitar los conflictos y para establecer una mejor fraternidad. Tener compasión, es revestirse de Cristo pues efectivamente nos identificamos con sus sentimientos, que en su compasión nos ha amado y salvado.
2. «Sopórtense los unos a los otros.» San Pablo invita a la solidaridad al interno de la vida cristiana y para ello hay que sostener a los miembros de la misma comunidad, de ahí que diga “sopórtense”, que quiere decir ‘aguántense’, ‘cárguenlos’, ‘no dejes que el otro se tambalee’,’ ser el soporte del otro’. Para San Pablo es fundamental que la vida al interno de la comunidad sea efectivamente una vida de solidaridad, quedando excluida la zancadilla, el chisme, el complot, de aplastar al insignificante. La comunidad está para ayudar y levantar al que está cayendo, el que se ha vuelto vulnerable, el que está fallando o perdiendo la fe. La única manera de revestirse de Cristo implica hacerse solidario con los demás, tenderle la mano a cada uno de ellos y levantarlos.
3. Esa solidaridad, ese ser soporte para los demás implica conlleva la capacidad del perdón, de ahí que el mismo san Pablo nos dice: «Perdónense mutuamente siempre que alguien tenga motivo de queja contra otro. El Señor los ha perdonado: hagan ustedes lo mismo.» El perdón es parte de la vestidura nueva en Cristo resucitado. El cristiano está llamado a vivir ese perdón pleno y total en la vida. A lo mejor con dificultad, con esfuerzo, con tiempo, pero que es posible para vivir la vida del cristiano. Y ese perdón no se debe a los esfuerzos meramente humanos, sino que parte fundamentalmente de Dios, pues san Pablo agrega que si estamos llamados al perdón se debe precisamente a que hemos sido perdonados en Cristo. Es su perdón la gracia y fuerza que nos da la capacidad de levantarnos y transformar nuestra vida y la de los demás.
4. Y finalmente llega la cúspide de este revestimiento: «Sobre todo, revístanse del amor, que es el vínculo de la perfección.» El amor es el sentido real que ilumina la vida del hombre, si estamos llamados a revestirnos del hombre nuevo implica que debemos de revestirnos de la experiencia del amor. Sin el amor no es posible vivir esa experiencia de fe. Seríamos un absurdo lanzado al vacío. De ahí la insistencia de Pablo “sobre todo, revístanse de amor”, y ese “sobre todo” marcando que sin eso no es posible vivir la experiencia de Cristo. De ahí que un hombre de fe que no se reviste del amor, no tiene fe Cristo. Sin amor no es posible vivir la experiencia del resucitado, ni comunicar a los demás nuestra fe, porque la fe no se anuncia con palabras o discursos bien elaborados, o con un estudio arduo; la fe sólo se trasmite con amor, con la vivencia radical del amor. La vivencia del amor demuestra al mundo que estamos revestidos de una nueva realidad, que Cristo está en nuestras vidas. Sólo con el amor podemos caminar hacia esa perfección a la cual estamos llamados.
5. «Vivan en la acción de gracias.» Revestirse implica vivir en el espíritu del agradecimiento. No es posible ser un hombre nuevo si no vivimos inmersos en la dinámica del agradecimiento. Cuántas veces hemos creído que nos lo merecemos todo y no somos capaces de elevar nuestra voz y reconocer lo que los demás hacen por nosotros. El hombre nuevo es el que dice continuamente gracias, por la vida y por todo lo que los demás hacen por nosotros, porque en realidad lo que hemos llegado a hacer y lo que seguimos haciendo se debe a lo que todos hacen por nosotros, voluntaria o involuntariamente, pero que son necesarios en nuestra historia.
6. «Que la Palabra de Cristo resida en ustedes con toda su riqueza.» Revestirse de Cristo conlleva a dejar que su Palabra habite en nosotros. No es posible ser hombre nuevo y no ser portador de su Palabra. Es ilógico iniciar una vida nueva y no permitir que Cristo siga instruyéndonos con su Palabra. El hombre que se deja transformar por Cristo descubre que su Palabra tiene algo nuevo que decirle, que transformar en todo su ser. Podemos ver un ejemplo, cuántos después de regresar de un retiro vienen con ánimo, empiezan a ser distintos, pero con el paso de los días o de las semanas vuelve a ser el mismo que antes. Podríamos creer que el retiro fue inútil, pero no es así, lo que sucede es que el retiro Dios le hablo y lo transformo, pero con el paso de los días no se dio la oportunidad de que la Palabra lo fuese transformando y por supuesto que regresará a ser el mismo hombre viejo de antes, porque revestirse es un acto continuo lo cual se logra con la escucha atenta y perseverante de su Palabra.
7. «Instrúyanse en la verdadera sabiduría, corrigiéndose los unos a los otros.» Revestirse de hombre nuevo es formar comunidad y así como hay que ser solidario, según lo explicábamos más arriba, también es importante edificar y quitar vicios, de ahí que san Pablo pida la corrección y la instrucción. La instrucción se refiere a dar elementos nuevos que ayuden a conocer mejor las cosas y la vida a la luz de Dios, ayudando a una mejor comprensión de la realidad; así como la corrección que deberá ayudar a un mejor estilo de vida. El hombre nuevo se deja instruir y corregir para cambiar su percepción y conducta en la vida. Así como hacerlo llenos de caridad hacia los demás, teniendo como base la verdadera Sabiduría, es decir, el verdadero conocimiento de la vida desde Dios, lo cual implica que en nosotros al instruir y corregir deberíamos ver si lo hacemos desde Dios, o bien lo hacemos desde nuestros sueños, nuestros intereses, nuestras conveniencias; pero no desde Dios. A veces uno de los errores en la vida de la comunidad cristiana es querer instruir y corregir para nuestra propia conveniencia o nuestros ideologías, pero no muy cristianas. Cuántos en una comunidad pueden sacar a ciertas personas que por la edad, que porque hay disque otros más preparados, pero que en realidad se mueve sólo en nuestras ideas e influencias, pero no por el bien de la Iglesia, ni de Dios.
8. Finalmente: «Todo lo que puedan decir o realizar, háganlo siempre en nombre del Señor Jesús.» El hombre nuevo lo hace todo por Cristo, creo que esta frase sintetiza extraordinariamente todo lo que hemos dicho y descubrir que tanto hacemos las cosas por Dios o sin Él.

Buen día a todos…

9/9/09

Buscador de Dios

Meditación con motivo del Miércoles XXIII de tiempo ordinario
Ciclo ferial /I/
Año impar


Textos:
Colosenses 3,1-11
San Lucas 6,20-26

El día de hoy san Pablo nos hace una invitación para reconocer nuestra identidad cristiana, la cual implica una transformación en nuestra vida, orientándola totalmente, para encontrarse con Dios desde nuestra realidad, de ahí que haga la siguiente exhortación: «Busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios.» Con esta frase san Pablo pone de manifiesto que nuestra vida es una continua búsqueda de los bienes del cielo, ¿Pero qué quiere decir esto? Quiere decir dos cosas.
En primer lugar buscar implica estar en movimiento, no quedarse con lo que ya se tiene, muchas veces caemos en una rutina o en un conformismo y decimos que tenemos fe, que ya creemos, que ya lo tenemos todo, y no buscamos más, creemos que hemos llegado hasta nuestro limite. Y así la vida de fe se vuele algo estancado, se detiene en medio de la historia. El cristiano, el hombre de fe, es un buscador por antonomasia, siempre está en movimiento, siempre sabe que hay algo más que no se puede conformar con lo que tiene, siempre requiere estar descubriendo que es lo que Dios le pide. Un cristiano no puede ser un conformista, no puede decir que conoce de Dios, que lo que le tiene le basta, es necesario siempre buscar y buscar a Dios. Debemos de ponernos en movimiento, de lo contrario la fe se estanca.
El cristiano debe identificarse con el movimiento y eso lo podemos constatar en la misma espiritualidad bíblica. Ya desde sus inicios el inicio de pueblo comienza con la llamada a Abraham y ello es una puesta en marcha, debe de dejarlo todo, es la búsqueda no sólo de una promesa, sino la búsqueda por conocer a Dios. El mismo Jacob que debe huir de su hermano Esaú debe ponerse en marcha, tal vez para salvar su vida, pero también para encontrase con Dios y la bendición que se le dará, pero que sólo se capta y se recibe desde la dinámica del movimiento. Con José, “el soñador”, que es vendido por sus hermanos, y sin embargo esa puesta en marcha por la envidia le lleva a salvar a los poblados vecinos y a sus mismos hermanos posibilitando la Salvación y el encuentro con Dios. Si no hubiese sido vendido no se hubiera dado ese proceso de salvación. Incluso con el Pueblo de Israel cautivo en Egipto para lograr la salvación y le encuentro con Dios deben ponerse en marcha, deben salir de Egipto y conquistar lo que realmente es la libertad. Si se quedasen en Egipto difícilmente percibirían la novedad que Dios trae, es necesario caminar, hacer éxodo, romper con la esclavitud y dirigir el rumbo de la historia, permitiendo que Dios los guíe, y así conocerle. Cuando llegan a la tierra prometida, no es cosa de establecerse, es cosa de ponerse en marcha nuevamente para conquistar la tierra prometida, para conquistar el encuentro profundo con Dios en el corazón y vivir con él, como lo muestra el libro de Josué. Y podríamos continuar paso a paso hasta llegar a Jesús que siempre estaba en camino, e incluso la misma iglesia que debe dejar Jerusalén y expandir su mensaje por toda la creación, porque la fe es movimiento, es búsqueda constante. Deberíamos de preguntarnos ¿Qué tanto nuestra vida de fe nos lleva a ser buscadores y ponernos en marcha para encontrarnos con Dios, con un movimiento renovado de nuestro ser?
El ser buscador es parte de nuestra identidad y el mismo Jesús nos lo aclaró en la célebre parábola de la perla preciosa o el tesoro escondido en donde se habla de vender todo para alcanzar esa perla o el terreno. Pero si nos damos cuenta para llegar a encontrar ese tesoro o esa perla implica que detrás había un buscador, existía alguien que quería algo más. Si es capaz de venderlo todo, no es simplemente por el valor monetario de las cosas, sino por el valor de la búsqueda, de su esfuerzo, para alcanzarlo. Por supuesto que ha de venderlo todo pues es lo que ha anhelado toda su vida, y lo ha buscado.
En segundo lugar se nos exhorta a buscar las cosas del cielo, ello quiere decir que debemos de buscar lo que es de Dios. Esto es muy importante, pues en nuestro mundo somos muy dados a buscar lo que no nos conviene, a buscar lo que no es de Dios. Buscamos dinero, placer, poder, fama, belleza, y no porque esas cosas sean malas, la problemática surge cuando esas cosas se convierten en el motor del movimiento, cuando el mapa que guía nuestros pasos es precisamente las cosas de la tierra y no del cielo. Por supuesto que se requieren cosas terrenas, pero que tanto mi vida, mis pensamientos, mi actuar lo hacen movido por encontrarme con Dios, con las cosas del cielo, y que tanto por la fama, el poder o el dinero. El creyente por tanto es invitado a reconocer que debe esforzarse a buscar lo del cielo, de lo contrario nuestra vida será marcado por lo meramente pasajero pero no por la experiencia de Dios, de una realidad trascendente que hace capaz al hombre de una transformación plena, pues no se basa, ni se cimienta en lo terreno y pasajero.
Si nos damos cuenta al hablar de los bienes de los cielos el mismo san Pablo hace una pequeña referencia: «Los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios.» San Pablo se detiene a marcar de entrada que los bienes del cielo están en Cristo. Con esto trata de marcar que cuando buscamos lo del cielo debemos de buscarlo en Cristo, de lo contrario es una farsa. Cuantos pueden decir que evangelizan para dar a conocer a Cristo y su mensaje de salvación, y sin embargo lo hacemos para quedar bien, para que nos aplaudan, para que tenga un mejor puesto en la estructura eclesial u otro lugar. Ser buscador implica coherencia y testimonio que brotan totalmente del corazón sincero para encontrarse con Cristo en donde se encuentran los verdaderos bienes del cielo, el verdadero encuentro con lo divino. Por tanto, el cristiano es buscador, pero buscador de Dios y no de sí mismo, no es el que aparenta buscar a Dios, pero en lo secreto de su corazón se tiene a sí mismo y sus secretos objetos de devoción, en donde, por supuesto Dios está excluido de antemano.
Y si están en Cristo porque está a la derecha de Dios, marcando así su dignidad, su poder y autoridad. Si lo busco en otro lugar seguramente no lo encontrare de manera plena y concreta y será con toda seguridad un ídolo más en nuestra vida.
Si uno busca esos bienes del cielo entonces si podemos iniciar un cambio en nuestra vida que el mismo san Pablo lo coloca como revestirse de hombre nuevo. Y cuando dice revestirse implica lo que esa palabra quiere decir, que el hombre se reviste, se pone un nuevo vestido, una nueva identidad, que el hombre es tal cual con sus dones y virtudes, sus defectos y fragilidades, pero con la capacidad de transformarse y ser un hombre nuevo. Pero esto es una tarea que tendrá como punto de arranque precisamente el ser buscador de las verdaderas coas del cielo y así tener esa nueva identidad que le hace ser un auténtico hombre de fe, y que por supuesto, como o dice el evangelio, es capaz de vivir en la auténtica alegría de la que nos hablan las bienaventuranzas. Que el Señor nos haga capaces de iniciar una vida nueva, iluminada siempre por Dios, saliendo esos buscadores que en movimiento son capaces de encontrarse con Dios.

8/9/09

Maravillarnos ante el don de la vida

Meditación con motivo de la fiesta de la natividad de la Santísima Virgen María

Textos:
Miqueas 5,1-4
San Mateo 1,1-16.18-23


La vida es una de las realidades más grandes y extraordinarias que le pueden suceder en el hombre pues ahí se ve la grandeza de estar en medio del mundo de relacionarse con él y con su entorno de entra en contacto con las demás personas, de experimentar, sentir. La vida es un regalo por el cual podemos existir, por el cual estamos llamados a ir creciendo, aprendiendo, relacionarse, madurar. Por tanto ver nuestra vida implicaría ver lo grande que es este don, lo grande que es al descubrirse capaz de tantas cosas. Y ello debería de llevarnos a tratar de encontrarnos con nosotros mismos de valorar lo que tenemos, lo que nos rodea, lo que hemos madurado. Y así como deberíamos de admirarnos de nuestra vida, debemos fascinarnos de la vida en sí misma, y ello debería de hacernos estremecer por este don que está en nosotros y en los demás.
Sin embargo hoy en día podemos encontrarnos con una terrible dificultad que es precisamente el desprecio a la vida, y esto se da en todo sentido. Puede haber un desprecio por nuestra propia vida, así como por la vida de los demás. Esto implica una fuerte ideología que va atentando contra nuestra realidad, contra nuestra historia, contra los derechos de los demás. Esto lo podemos constatar cuando vemos el desprecio por las personas discapacitadas, por los ancianos, los enfermos, y elevan la voz por una ley a favor de la denominada “Eutanasia”, aduciendo a un buen morir cuando en realidad solo es una voz que se eleva a favor del egoísmo para no atender a los demás, para no tener cargas pesadas en la vida, para tener una existencia “light”, para disfrazar el sufrimiento; pero todo esto no es sino la muestra de un egoísmo terrible por no quiere descubrirle al otro el maravilloso don de la vida, y prefieran quitarle la vida misma.
El don de la vida es una maravilla y lo podemos contemplar cuando un niño nace, pues en él se ve la esperanza, el gozo, la ternura, y sin embargo, hoy en día parece que ni esta imagen parece hacernos sensibles al don de la vida pues hoy en día se eleva una voz a favor del aborto en donde el don de la vida parece desaparecer, donde se ve como un estorbo, un “producto”, algo que no vale la pena. Y es preferible abortar y con ello no sólo se atenta contra la vida del otro, sino se hace partícipe de la irresponsabilidad, pues es más fácil abortar, destruir, matar; que hacerse responsable de los actos, tomar la vida en serio y afrontarla. Con esto vemos una ley que sólo promueve muerte e irresponsabilidad, egoísmo y superficialidad. Así la vida queda reducida a nada, quedando encima de ella la destrucción, la irresponsabilidad, el egoísmo, la irresponsabilidad, que en el fondo tienen como cimiento la muerte. Algunos dirán es parte de la sexualidad responsable, yo diría más bien es parte de una sexualidad irresponsable y libertina, que sólo busca su propio bienestar y el desinterés por los demás, y de la misma vida. Olvidando así, la maravilla de la vida que se hace presente ahí, una vida fragiil, que inicia y que va cargada de esperanza y de gozo. El aborto es una expresión que hace que olvidemos precisamente esa maravilla del don la vida y de lo que estamos llamados a hacer y a valorar.
Y la vida de la misma persona lamentablemente también pierde sentido en medio de esta cultura. Esto se corrobora en el creciente número de ideologías existencialistas nihilista, es decir que consideran que su vida no vale la pena y de ahí que se suiciden, que pierdan la esperanza y sentido de su vida. Ello lleva a suicidarse, a drogarse, a pertenecer a grupos que invitan a la tristeza por la vida, la frustración.
Hoy la Iglesia celebra la festividad del nacimiento de la Virgen María una festividad que nos invita a levantar la mirada y reconocer el valioso don de la vida. Si nos detenemos y celebramos esta festividad quiere decir que entonces que la Iglesia celebra el don de la vida, de una vida que inicia y que según el proyecto de salvación, inicia la vida de la que será portadora de la gracia de Dios, de la salvación que Dios dará a la humanidad, es la Aurora de la salvación. Pero no sólo celebramos el nacimiento de la madre del Salvador, sino que debemos de orientar al misterio de la vida, lo valioso que es la vida en sí miso, tanto que el mismo Dios prefiere iniciar el proyecto de salvación por medio del don de la vida de la Virgen María.
Esta festividad por tanto nos ayuda a elevar la vista y descubrir que la vida es lo más valioso que existe pues ahí se manifiesta la acción de Dios en nosotros. A lo mejor este don parece insignificante en nuestro mundo hedonista, que busca sólo el placer, que se encierra en su egoísmo o su fatalismo, sin embargo es lo más valioso que hay siempre ha de defenderse. Efectivamente parece pequeña, una vida mínima, pero es ahí donde se ve la grandeza de Dios como parece marcarlo el texto de la primera lectura de hoy: «Y tú, Belén Efratá, tan pequeña entre los clanes de Judá, de ti me nacerá el que debe gobernar a Israel
El texto del profeta Miqueas nos presenta una realidad fundamental, la salvación viene de Belén; y al hablar de Belén estamos hablando de una pequeña aldea, una aldea insignificante. Uno pensaría que vendría de una ciudad portentosa, poderosa, pero nunca de una aldea insignificante; pero Dios no lo ve así, en lo pequeño aparece su poder. Efectivamente en lo sencillo, en lo cotidiano de la vida Dios se hace presente, ahí es donde se manifiesta. Por tanto, en don de la vida parece pequeño, parece insignificante, pero ahí se manifiesta el poder de Dios, la fuerza del Señor. A lo mejor muchos lo minusvaloran, no se dan cuenta del gran regalo que Dios otra, pero el cristiano está llamado a anunciar y valorar esta vida que Dios nos regala de continuo.
La Virgen María fue modelo de esto, pues a ella misma le propusieron aceptar en su seno al Salvador del mundo y sin despreciarlo, sin cuestionarlo permitió que la salvación de Dios viniera a su vida, permitió que el designio de la vida se hiciera presente en ella, dando así arranque al amor de Dios salvando a la humanidad mediante su Hijo. Si bien era un poco riesgoso lo cierto es que acepto este don de la vida abriendo su ser y persona a este acto de Dios, así como el mismo san José lo acepta como nos percatemos en Evangelio. Ellos descubrieron que Dios actúa a través de la vida y se abrieron a esta gracia, arrojándose al don de la vida. Permitamos que en este día en el que celebramos la natividad de Nuestra Madre valoremos el gran don de la vida que Dios nos da, lo defendamos y contagiemos a los demás la alegría por vivir.

7/9/09

Tipos de fariseos

Hemos visto diferentes caracteristicas de los Fariseos, desde el domingo ante pasado donde se presentaban como aquellos que buscaban una aparente pureza, hasta ayer en donde preferían la Ley a dar la vida. Hoy para terminar con la reflexión sobre los fariseos quisiera colocar la clasificación que curiosamente el Talmud (que es una obra que recoge las discusiones de los rabinos sobre leyes judías, tradiciones, costumbres, leyendas e historias), ha hecho acerca de los fariseos. en donde los primeros son negativos y sólo el último es totalmente positivo. Será bueno que viéramos esta clasificación y si nos identificamos cambiemos nuestra vida. Porque de Fariseos todos tenemos algo, y lo importante es iniciar el cambio para ser verdaderos hombres de fe y no meros legalistas.

1. El fariseo del hombro:
lleva la Ley como una carga; por eso va encorvado, bajo el peso de los mandamientos, como si llevara siempre un fardo sobre los hombres. Es un fariseo hipócrita: quiere que todos vean la carga que lleva, el peso de ser “bueno”. Que todos los vean, que todos le admiren, que todos sepan lo que cuesta ser bueno.
2. El fariseo del cálculo: El que obra por interés. Ciertamente, está dispuesto a hacer “obras de caridad”, pero sólo para que le vean. Por eso anda espiando y mirando el momento en que puede venir a la plaza y hacer una obra buena, con bombo y platillo… calculando el provecho que ella puede darle. Lleva una contabilidad espiritual, pero más ante los hombres que ante Dios.
3. El fariseo ciego: Un fariseo siempre triste y cabizbajo. Se dice que anda siempre cabizbajo y triste, para evitar las malas obras. Se dice también que cierra los ojos, para no caer en la tentación. Por eso cuando pasa cerca de una mujer hermosa no la mira… no mira nada, de manera que cae en el hoyo o se da contra la pared. Éste es el fariseo que no disfruta, ni deja disfrutar a los demás, que convierte la religión es un pesar constante, en una represión y ceguera. Dios nos ha dado los ojos para cerrarlos cuando algo bueno pasa ante nosotros.
4. El fariseo campanilla: Quien obra por ostentación religiosa y social. Se viste con vestiduras de religión (filacterias, mantos, capas….) para que le vean… Reza en las plazas en los momentos de más aglomeración, se pone siempre en el centro de las calles, en el centro del templo…. Tiene necesidad de decir a los demás que es religioso y que ellos deben serlo. Van dando siempre buen ejemplo, como si fuera responsable de que los demás vean a través de él la necesidad de la religión. Va tocando siempre a “misa” o a oración.
5. El fariseo contador: el especialista en renta per cápita de tipo religiosa. Va preguntando siempre las obras que le quedan por hacer para llegar a ser muy bueno. Calcula sin cesar el haber y el debe de su cuenta religiosa. Lleva un cuaderno de contabilidad, es un capitalista religioso y puede saber los méritos que tiene, el capital espiritual del que dispone.
6. El fariseo temeroso. Se le ha comparado a veces con Job, aunque esta comparación no es del todo buena, pues Job no es hombre de temor sino de protesta ante la injusticia del mundo. Sea como fuere, este tipo de fariseo se deja llevar por el temor de Dios. No es malo, es mejor que los anteriores, pero todavía no ama a Dios por sí mismo, sino que le obedece porque tiene miedo al castigo. Es un fariseo pequeño, pues cree que Dios es pequeño y que nos quiere tener sometidos. Así se somete por miedo al castigo
7. El fariseo amador: Se le suele compararse con Abrahán. Es el que ama a Dios por el gozo de amarle, es el cumple los mandamientos por el gozo de cumplirlos, es el que puede amar a todos los hombres. Éste es el único fariseo bueno, según el Talmud.

6/9/09

«¿Está permitido en sábado, salvar una vida o perderla?»

Meditación con motivo del Lunes XXIII de tiempo ordinario
Ciclo ferial /I/
Año impar

Textos:
Colosenses 1,24-29. 2,1-3
San Lucas 6,6-11

Continuamos reflexionando sobre los fariseos y su vida de fe. Hoy se nos pone de manifiesto una realidad fundamental que Jesús expresa con una pregunta: «¿Está permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?» Jesús tara de aclara cuál es el último sentido del Sábado: Dar vida. El hombre que se ha topado con Dios tiene vida. Cómo es posible que por salvaguardar una mera ley de precepto se muera alguien. El texto por tanto no habla simplemente de una mera curación, habla de dar la vida, de la salvación de alguien. El hombre, su salvación es lo que da total sentido a la vida de fe. De nada sirve una fe que no salva la vida del hombre.
Cuántas veces nosotros por tener ciertas ideas matamos a alguna persona, porque preferimos juzgar o condenar antes de ayudar. Muchas veces se puede marginar a alguien por su condición social o su estado de vida y decir que no entra en nuestra casa o nuestro grupo. O bien a veces decimos que ciertas personas no están cerca de Dios porque no concuerda con ciertos parámetros que creemos superiores o únicos.
Yo creo que muchas de las situaciones de este tipo se deben a prejuicios y juicios que tenemos y vamos haciendo sin darnos la oportunidad de transformar nuestra vida y la de los demás.
La vida de fe no es para excluir, para formar grupitos gregarios, sino para ayudar y salvar a todos. Es ahí precisamente en donde se manifiesta la fe. Para los fariseos todo se reducía a prácticas y acciones, sin tomar en cuenta la acción más importante que era precisamente la salvación de los demás. Cuántas veces nosotros discriminamos a alguien, no le damos oportunidad de cambio, de que sea mejor, simplemente vamos reduciendo todo a lo que creemos y lo que se debe de hacer, siendo que deberíamos llegar a descubrir lo que se necesita hacer. Sólo así se puede lograr la salvación del hombre.
Todos estamos llamados a la vida de la fe y por consecuencia todos estamos llamados a anunciar y a compartir la salvación de lo contrario no habremos comprendido lo que significa realmente el compromiso de la fe en nuestra vida.
Hemos ido meditando lo que los fariseos hacían con un solo objetivo: ver nuestro fariseo interno y cambiar nuestra historia, ve lo esquemático y limitado de nuestra vida de fe, e iniciar realmente un camino único y auténtico de salvación, de lo contrario nos quedaremos en una estructura de muerte, tal y como el texto lo asegura al final: «Ellos se enfurecieron, y deliberaban entre sí para ver qué podían hacer contra Jesús.» Ellos en lugar de descubrir el sentido liberador y lleno de vida que Jesús traía, sólo vieron una violentación a sus tradiciones, sin descubrir que ellas no daban la salvación y ahora sólo piensan en dar muerte, en destruir, y nuevamente cerrarse y cerrar a los demás a la salvación.
Que nosotros realmente seamos capaces de iniciar el camino de salvación con nuestros hermanos, no nos cerremos aciertos criterios que lejos de dar vida descriminan, matan y destruyen la dignidad de la otra persona.