29/9/10

Arcángeles: Intervención de Dios en la Historia

Meditación con motivo de la fiesta de los Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael

Textos:
Daniel 7,9-10.13-14
San Juan 1,47-51

Hoy celebramos a los santos Arcángeles, que se diferencian de los ángeles precisamente por que ellos llevan un nombre que especifica su misión. EL libro de Tobías habla de siete arcángeles, pero con ello indica la totalidad (= siete) de intervenciones de Dios por medio de sus mensajeros, sin embargo hoy en día se hablan de los siete arcángeles, y se saca su imagen y sus nombres, cosa que no existe en la Biblia, pues sólo se habla de tres de ellos. Sin embargo esto se hace de un modo desmedido pues sólo interesa el comercio y la superstición, pues hoy en día se reduce a los ángeles a meros objetos materiales y comerciales, simplemente se ven como fuerza mágicas o milagrosas, para conseguir dinero, protección, brujerías, y demás cosas, pero eso nos no los ángeles. Eso sólo es manipular y rebajar el verdadero sentido de los ángeles, puesto que no son amuletos.
Los ángeles en la Biblia como su nombre lo indica son “mensajeros de Dios”, son aquellos que levan un mensaje de salvación al hombre, podríamos decir que cuando la Biblia habla acerca de los ángeles está hablando precisamente de la intervención de Dios en la historia de salvación.
Los arcángeles por tener un nombre nos indica justamente en qué consiste esa salvación en la historia. Por ejemplo Rafael, quiere decir “Medicina de Dios”, y aparece en el libro de Tobías, trayéndole la curación a los Ojos del padre de Tobías. Quiere decir que Dios es la medicina, la curación de ese hombre. Dios interviene en la historia para dar la curación a su padre.
En el caso de Gabriel, quiere decir “Fuerza de Dios”, por ejemplo cuando se aparece a la Virgen María para anunciarle que será la Madre de Jesús, ciertamente no es una misión fácil, se requiere de fortaleza, pues Dios aparece y le da esa fortaleza, para emprender y comenzar esa misión que ahora le dice el Señor.
En el caso de Miguel, es un nombre que expresa una admiración, la admiración del poder de Dios: “¿Quién como Dios?”, este arcángel aparece justamente en los momentos en los que se lucha contra el mal, por el ejemplo en el libro del apocalipsis aparece el dragón, que simboliza la fuerza del mal que persigue y amenaza con acabar con la comunidad cristiana, ante esa fuerza tan terrible uno diría que es imposible vencerla, pero aparece Miguel, “¿Quién como Dios?”, es un grito de Jubilo y asombro que reconoce que quién como Dios puede vencer esas fuerzas del mal.
Quiere decir que estos arcángeles no son para la buena suerte son los canales por los cuales Dios actúa para dar salvación al hombre, para construir una historia de salvación, y no una mera fortuna, sino salvación.
Y Dios sigue actuando y nosotros podeos verlo cuando alguien me tiende la mano, cuando me dan un consejo, van do me fortalezco, pues ahí actúa Dios, ahí están sus enviados, que me dan lo necesario para seguir adelante, y que yo incluso puedo ser ese canal para llevar la gracia de Dios a los diversos ámbitos de mi vida.

28/9/10

«Se encaminó decididamente hacia Jerusalén»

Meditación con motivo del Martes XXVI de tiempo ordinario
/Año Par/


Textos:
Job 3,1-3.11-17.20-23
San Lucas 9,51-56

El día de hoy comienza el relato de la segunda parte del evangelio de Lucas en donde se habla acerca de su camino hacia Jerusalén. Este camino no es algo meramente pasajero, sino que lo hace con total decisión, el texto dice literalmente “Endureció el rostro”, marcando que es una decisión irrevocable, va a Jerusalén y nada, ni nadie lo detendrá. Ahí en Jerusalén morirá y resucitará, por tanto, Jerusalén será el lugar de salvación.
En el fondo cada uno de nosotros es invitado a caminar hacia Jerusalén, es decir, que caminemos hacia nuestra salvación. Todos debemos caminar hacia esa salvación, descubrir cuál es nuestra Jerusalén y encaminarnos hacia ella.
Es necesario caminar hacia la Jerusalén de la verdad, pues a veces somos falsos y mentimos, cuánto bien nos haría caminar hacia esa Jerusalén. O bien hacia la Jerusalén de la humildad y dejar de ser tan soberbios creyéndonos superiores a los demás. O la Jerusalén de la justicia y dejar de ser tan injustos con los demás, tratándolos a todos por igual y dando de nuestro tiempo para que todo vaya caminando de la mejor forma. O bien debemos encaminarnos a la Jerusalén de la solidaridad y dejar de ser menos envidiosos con lo demás. O a la Jerusalén de la amabilidad y mejorar nuestro carácter para no ser tan enojones o tan apáticos con los demás, agradeciendo las cosas; o la Jerusalén de la paciencia, evitando todo tipo de desesperación en la vida, tratando de comprender a los demás y de ayudarlos.
En el fondo todos debemos caminar hacia Jerusalén, cada uno debe de caminar hacia una, hacia donde está la salvación, pues cada uno debe de cambiar algo para encontrarse con la salvación, deberíamos de analizar nuestra vida y descubrir precisamente cuál es la que nos conviene para alcanzarla.
Caminar hacia Jerusalén ciertamente no es fácil, es complicado, es un camino largo, y a medio camino podríamos echarnos para atrás, sin embargo, Jesús se encaminó de manera decidida, y no dio vuelta atrás. También deberíamos de hacer ese propósito no arrepentirnos, aunque es cansado y fatigado lo podemos alcanzar.
Ese caminar que veces parece fatigosos desde luego que se topará con crisis, pues a veces parecerá que nadie nos entiende, e incluso que hasta Dios no está con nosotros, puyes caminar hacia Jerusalén es arduo. Justo sobre eso nos habla el libro de Job, que nos muestra una de sus crisis, si ayer lo veíamos fuerte, lleno de fe, hoy parece que decae. Con esto el libro de Job nos muestra que la situación de Job no se acaba en un suspiro, con una aceptación, sino que nos demuestra que una vez que se acepta la situación concreta, se debe encarnar en lo cotidiano, saber vivir con eso, y eso no es fácil, no es de golpe, hay crisis, hay duda, pero sobre todo que tiene como base un primer sí, que debe de ir iluminado y encarnado aún esas dudas a lo largo de la historia.Subir a Jerusalén, hacia nuestra salvación, es nuestra misión, pero habrá crisis, incomprensiones, pero lo importante es nuestra decisión que transforma nuestra vida y nos hace ir más allá de lo que pensamos, pues nos vemos fortalecidos por Dios

27/9/10

Job: La fe en el sufrimento

Meditación con motivo del Lunes XXVI de tiempo ordinario
/Año Par/

Textos:
Job 1,6-22
San Lucas 9,46-50

El día de hoy la liturgia nos presenta el inicio del libro de Job, este texto que fue escrito hacia el siglo V a.C. y que tiene como finalidad precisamente responder a una grande pregunta: ¿Por qué existe el mal? Tratando de responde a esa gran interrogante sobre el misterio del mal, pero al mismo tiempo, para rebatir una teoría que existía en ese tiempo, la llamada ”retribución”, la cual decía que al que le iba bien era porque se portaba bien, en cambio al que se portaba mal, Dios lo castigaba y le iba mal.
El libro de Job va contra esa corriente, pues Job es bueno, pero le va mal, demostrando que no es el comportamiento el que hace el camino para la vida.
Para ilustrar eso el inicio del texto de Job nos presenta esta escena en donde se escenifica el cielo, en un contexto judicial, como si se fuese a abrir un juicio, donde aparece “Satanás”, que quiere decir “adversario”, una palabra que en esos tiempos designaba precisamente al abogado que acusaba a alguien, por lo tanto la escena se coloca en ese contexto, parece alguien que está en contra de Job y lo acusa.
La acusación que se le hace es la siguiente: «Extiende tu mano y tócalo en lo que posee: ¡seguro que te maldecirá en la cara!» En el fondo esta acusación no sólo trata de desacreditar a Job, sino que pretende mostrar que no existe una religiosidad verdadera, que el hombre no puede vivir en armonía con Dios, que es incapaz de vivir el amor. Si le va mal renegará de Dios, y por lo tanto perderá la fe, mostrando que no hay fe, no hay religión, pues está existe en la medida en la que le va bien, pero al irle mal, dará la espalda a Dios, mostrando que la fe está supeditada a que le vaya bien, pero no a una correspondencia de amor hacia Dios.
Lo interesante es que Dios acepta la apuesta, y lo hace no por molestar a Job, sino para demostrar que cree en el hombre, que confía en él y su respuesta. Dios confía que el hombre sepa reconocer que no está solo en el sufrimiento, que no está arrojado a su suerte, que no está sin sentido en la vida, sino que Dios está con él aún en la penuria, y que ahí se muestra la verdadera fe, que nos e condiciona sólo a una buena estabilidad, a una buena racha, sino que está fundada en un amor incondicional a Dios.
Por tanto la fe, no nos excluye de problemas, no nos quita las dificultades, a veces nos toparemos con situaciones difíciles, con cosas complejas; pero es ahí donde la fe se requiere, donde nos levanta u se puede descubrir la acción de Idos en medio de nuestras vidas. Eso es la fe, no sólo rezar y decir que creemos en Dios cuando todo va bien, sino abrir los ojos y verlo ahí donde hay tribulación como Job lo hizo: «Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allí. El Señor me lo dio y el Señor me lo quitó:¡bendito sea el nombre del Señor!» Una expresión bella que manifiesta, no un conformismo, sino una visión de fe, sabiendo que todo viene de Dios, y que aún en esa desgracia se manifiesta Dios, y que no lo abandonará.
La fe, por lo tanto, no es simplemente para las buenas situaciones, sino para descubrir el actuar de Dios en todo momento, desde luego que tiene sus crisis, y Job las tendrá, pero lo importante es comenzar con una visión profunda de fe. Deberíamos de examinar en este día hasta que punto vivimos realmente nuestra experiencia de fe, y si se basa en una relación autentica de amor con Dios.

26/9/10

«...yacía un mendigo llamado Lázaro»

Meditación con motivo del XXVI Domingo Ordinario
Ciclo /C/


Textos:
Amós 6,1.4-7
1 Timoteo 6,11-16
San Lucas 16,19-31

Todos nosotros tratamos de tener una identidad en el mundo, tratamos de entablar relaciones con los demás, de que nos recuerden, que seamos alguien especial para ellos, sin embargo la dificultad comienza cuando queremos hacer esto a través de las cosas materiales, y queremos que nos recuerden o valoren por lo que tenemos. De esta manera queremos ser identificados por cosas que están de moda, por cierta música, una ropa de marca, por los títulos obtenidos; y no es que sean malas etas cosas, sin embrago no puede ser lo único que nos de nuestra identidad, puesto que somos valiosos y tenemos identidad, no por lo que tenemos, o nos ponemos, sino por lo que somos.
Sobre esto nos habla el evangelio del día de hoy. Jesús relata en continuidad a la semana pasada una reflexión sobre las riquezas, y ahora le toca su turno a Lázaro y al rico. Está parábola contiene una característica única, y es que uno de los personajes tiene un nombre: Lázaro. Si nosotros leemos con detenimiento las demás parábolas del evangelio descubriremos que ninguno de sus personajes tienen nombre, sólo este mendigo. Pero algo todavía más sorprendente es que sólo Lázaro tiene nombre, pero el rico no. Cierto que en la historia de la tradición se le ha llamado Epulón o dives, sin embargo eso es una traición al pensamiento de Jesús, puesto que el texto no tiene nombre. Y si no tienen nombre debe tener una razón.
En nombre para el pensamiento bíblico implica una identidad, pues el nombre hace que me identifique con mi identidad, con mi razón de ser. Si el Rico no tiene nombre se debe precisamente a que ha perdido su identidad debido a las riquezas. Las riquezas han hecho que este hombre no tenga identidad, sus riquezas, sus vestidos, sus banquetes son lo único en la vida. No tiene una identidad por ser él mismo, solamente se entiende desde las riquezas y nada más importa. En cambio Lázaro tiene un nombre, pues él se sabe valioso a partir de sí mismo y de su relación con Dios, eso él da su identidad. EL nombre Lázaro quiere decir “Ayuda de Dios”, su vida se entiende a partir de su historia y su relación con Dios, no depende se lo material, ni siquiera se entiende a partir de su pobreza o carencia, sino que se entiende desde Dios, y eso le da su identidad.
Con esto quiere decir que las riquezas, los títulos, los materialismos, en el fondo sólo encierran algo pasajero y hacen que perdamos nuestra identidad, pues no valemos por lo que somos, sino por lo que tenemos. Sólo nos fijamos en la ropa o en cantidad de cosas mera mente materialistas, pero nos reducen sólo a eso, y desconocen nuestra identidad como tal. Lo importante es descubrir que tan valiosos somos por lo que somos, qué tan valiosos somos por lo vivimos y podemos aportar a los demás. Eso es lo importante. Somos valiosos por nuestro amor, nuestros sentimientos, nuestras ideas, nuestras opiniones, por lo que somos, lo que nos constituye como únicos e irrepetibles, y no por lo meramente externo, lo meramente material, pues eso va y viene.
Finalmente lo material desaparece, ya sí le sucede al Rico, pues va a un lugar de castigo. Pero no es que se condene por ser rico, sino porque sus riquezas le hicieron perder su identidad, su humanidad, cayendo en una indiferencia tal que se creía superior a todos, sin ver realmente quien es, y quienes son los demás. Esta indiferencia y superioridad se puede ver claramente cuando estando en el lugar de castigo, no se arrepiente, sino que se cree merecedor de todo, creyendo que sus riquezas le dan esa concesión aún en ese lugar y prueba de ello es que al ver a Lázaro comienza a dar órdenes: «…envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan.»Esto nos indica dos cosas, por un lado Se nota que conocía a Lázaro algunas veces se dice que no lo conocía, pero no es así, puyes al llamarlo por su nombre quiere decir que sabe quién es, y por tanto fue indiferente aún viendo su necesidad, y no sólo lo conocía él, sino sus hermanos, pues al final quiere que lo mande para que al verlo resucitado crean, demostrando de ese modo que todos lo conocieron, pero que no hicieron nada pues estaban tan atareados con sus lujos que no les importo nada. Por otro nos muestra que al ver a Lázaro, quiere que le sirva, no se arrepiente de haberlo ignorado, sino que se enoja de que él esté ahí y él no, por eso al menos debe de servirle, debe de hacer algo por él, no hay nada de arrepentimiento se cree con todos los derechos y ve a Lázaro como su criado que debe de complacerlo.
Sin embargo es omento de tomar conciencia: «Entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí.» Hay una distancia, una distancia enorme, que no se trata simplemente de medidas espaciales, sino de algo más profundo, es una distancia existencial. Ese distanciamiento lo ha hecho este hombre rico, pues al ser indiferente y sólo centrándose en lo material, ha ido alejándose de Lázaro con su indiferencia y excentricismo.
A lo mejor a veces estamos tan preocupados por lo exterior, por los lujos, por la moda, por lo meramente material, que a lo mejor olvidamos ver al hermano, y nos distanciamos, y no vemos ni nuestra identidad, ni la identidad de los demás, descubriendo lo que pueden hacer por nosotros. Es momento de descubrir el valor de nosotros mismos, lo que valemos a partir de lo que somos, y con ello ver la importancia de los demás, viendo su valor con lo que son.

19/9/10

«Los hijos de este mundo son más astutos que los hijos de la luz»

Meditación con motivo del Domingo XXV de tiempo ordinario
Ciclo /C/


Textos:
Amós 8,4-7
Timoteo 2,1-8
Lucas 16,1-13

Dios nos ha dado a cada uno de nosotros una gran cantidad de dones, de capacidades para que alcancemos nuestros fines y podamos desarrollarnos plenamente, sin embargo a veces estos dones no so utilizamos de la mejor manera, ya sea porque no los queremos poner en práctica, nos de pereza utilizarlos de la mejor manera, o bien porque a veces usamos esos dones para cosas que no son lo mejor, que no nos convienen, ni ayudan realmente.
Sobre esta idea nos habla el día de hoy la parábola que hemos escuchado en el evangelio. Nos presenta a este administrador que debe dar cuenta de su trabajo, pues no ha administrado bien y ha malgastado los bienes del amo. Ante esto este hombre sagazmente decide ir rebajando los pagarés de los clientes con el fin de que en el futuro los compradores le ayuden en forma de agradecimiento.
Al final viene la enseñanza de esta parábola: «El señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz.» Con esta expresión no es que se esté alabando el comportamiento fraudulento que este hombre ha hecho, no es que exalte el mal comportamiento y la corrupción, sino que lo que se alaba es precisamente la habilidad para salir adelante en los momentos de dificultad.
El problema se da cuando esa habilidad sólo se hace para el mal y no para el bien, pues el mismo texto lo dice: «Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz.» Marcando que se es hábil para las cosas del mundo, pero no para las cosas de Dios, las cosas de la luz.
Nosotros muchas veces somos así, pues somos muy hábiles para las cosas del mundo, somos muy buenos para planear cosas malas, pero no para las cosas buenas que nos hacen mejores a nosotros.
Si queremos panelear una venganza somos muy hábiles, pues empezamos a ver situaciones, y como voy a hacerlo, qué voy a decir, que cosas no voy hacer, y hasta disfrutamos antes de tiempo; o bien para hacer una maldad, de inmediato pensamos como hacerla y que vamos a necesitar; o bien para engañar a alguien y sacar provecho, somos instantáneos, somos capaces de ver y argumentar de la mejor manera para realizar lo que tanto queremos; para mentir, no se diga somos capaces de elaborar una historia tan real y tan creíble que hasta nos la creemos y la actuamos bien.
El problema es este, que somos hábiles para las cosas mundanas, que en el fondo dañan a otros y nos dañan a nosotros, pero deberíamos de ser hábiles en las cosas de Dios, en las cosas que valen la pena.
Hoy deberíamos de meditar y reconocer en que necesitamos ser hábiles. Deberíamos de ser hábiles en el perdón, pensar qué voy a hacer para poder perdonar a cierta persona, que plan debe seguir mi corazón para alcanzar ese perdón. O bien que debo hacer para reconciliarme con mi hermano, y en lugar de mandarlo lejos o desentenderme, descubrir que debo hacer para poder pedir el perdón y recibirlo, eso implica habilidad, y no desidia o conformismo.
Se requiere habilidad en la familia para que la relación con mi pareja no sea tan monótona, para dejar de discutir tanto, de distanciarme por cualquier cosa; para ello es necesario la habilidad y ver qué voy a hacer a partir de ahora para que funcione mejor mi relación, que debo hacer para que mejore. Incluso que voy a hacer para que mi relación con mis hijos sea diferente.
Se requiere de habilidad para ser mejor con mi trabajo, que voy a hacer para cambiar mi modo de ser con mi trabajo, para vencer la flojera, la monotonía, para ser mas servicial y menos altanero, para ello se requiere habilidad, para ser más justo y ecuánime con mis empleados.
Se requiere habilidad en el amor, el perdón, la fraternidad, la justicia, la verdad, en eso deberíamos de emplear nuestras fuerzas y no sólo en cosas vánales y superficiales, por ello al final dice Jesús: «No se puede servir a Dios y al dinero.» En otras palabras nos e puede vivir en la injusticia y decirse del lado de la justicia, no se puede decir mentiras y abogar por la verdad, en pocas palabras no se puede anunciar el amor y ser cómplice de la maldad. Ser creyente es algo radical y eso es lo que pide Jesús, dando un testimonio auténtico del evangelio en neustras vidas y empezando a ser hábiles en lo que vale la pena y nos hace ser mejores personas.

17/9/10

«Y seguían a Jesús algunas mujeres...»

Meditación con motivo del Viernes XXIV de tiempo ordinario

Textos:
Corintios 15,12-20
San Lucas 8,1-3


El texto del evangelio de hoy nos presenta a Jesús caminando y realizando su ministerio, pero el evangelista se detiene y habla de sus seguidores, de su comunidad, marcando dos partes en ella, es decir, dos tipos de personas que subyacen al interno de la comunidad: «Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y enfermedades.»En primer lugar se habla de los doce, remitiendo a los apóstoles, pero curiosamente nos presenta a otro grupo de seguidoras, un grupo de mujeres, y nos hace una extraordinaria descripción de ellas: «…y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.» Nos coloca tres mujeres de este numeroso grupo. La primera de ellas es María Magdalena, su nombre indica una población: Magdala Ella es descrita como aquella que ha sido liberada de una posesión de siete demonios. El número siete es símbolo de la totalidad y los demonios representan las ideologías que dañan al hombre, manifestando así la totalidad de ideas que dañan y mancillan al hombre.
Juana es mujer de Cusa, un nombre arameo, que era administrador de Herodes. Marca de este modo que Jesús se hace acompañar por gente influyente, que deja la vida cortesana, para seguir a Jesús, pero no sólo para la ayuda material, sino que, será testigo de la crucifixión y resurrección junto con el grupo de mujeres que estará ahí, pues esta misma mujer será nombrada al final del evangelio, al pie de la cruz.
Susana, una mujer que no se vuelve a nombrar, pero seguramente refiere que en ella están representadas todas las demás mujeres. EL número tres remite precisamente a lo perfecto, marcando que es la comunidad perfecta, mientras que el Doce representa a la nueva comunidad.
Algo que podemos ver de diferente entre estos dos grupos es precisamente que la comunidad de los Doce no ha sido liberada de nada, en cambio la de las mujeres si ha sido liberada. Quiere decir que los apóstoles continúan en sus ideologías, con sus males, creyendo que seguir a Cristo no implica una liberación, en cambio la comunidad de las mujeres es perfecta pues han dejado que Jesús las libere y transforme su vida profundamente.
Esto nos lleva a logo fundamental y descubrir si nosotros que somos seguidores de Jesús nos hemos quedado al margen y no nos hemos liberado de nuestras enfermedades y creencias vanas, o bien somos de la comunidad perfecta que está liberada de todo aquello que daña al hombre, del egoísmo, de la envidia, y todo aquello que impide un fiel y veraz seguimiento de Cristo.



13/9/10

Extraviados dentro y fuera de casa

Meditación con motivo del Domingo XXIV de tiempo ordinario
Ciclo /C/


Textos:
Éxodo 32,7-11.13-14
1Timoteo 1,12-17
Lucas 15,1-32

En este domingo se nos presenta a la reflexión el capítulo 15 del evangelio de san Lucas un capítulo que nos presenta una idea en común: El perderse. Primeramente se nos presenta a la reflexión dos parábolas sobre una oveja perdida y una moneda perdida, y posteriormente para afianzar estas ideas se nos presenta la parábola de los dos hijos que se pierden. Centrémonos en las dos primeras parábolas y saquemos consecuencia de la tercera.
A primera vista parece ser la misma idea, pues se pierde una oveja y una moneda, pero no es así, hay una diferencia muy importante.
La primera parábola nos dice que una oveja se pierde, indicando con ello no sólo la desgracia para el pastor, sino para el animal porque vive en soledad y abandono. Ante esto el pastor decide abandonar su rebaño para ocuparse de algo urgente y lo hará hasta lograr su objetivo. Desde el momento que se pierde decide buscarla. El pastor no está quieto. Lo absorbe la preocupación. Para algunos estaría muerta, así como lo pensarían los fariseos, abandonadla a su propia suerte. Pero el pastor no es así, pues el texto nos dice que la busca hasta que la encuentra. Este verbo indica que no cesa de buscarla, va por todos lados, quiere encontrarla, quiere estar con ella mostrándonos que el amor de Dios es tenaz y perseverante.
Al final se muestra que termina todo en éxito: «Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: "Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido."» Sin describir lo que el pastor vive para encontrarla, sólo se marca la emoción y la alegría de haberla encontrado, pues lo importante es encontrar a la oveja, no hay que dejarla en el abandono. Algo verdaderamente hermoso es que la pone sobre sus hombros, no la empuja o la obliga a caminar, marcando la importancia de la misericordia de parte de Dios. Al final anuncia esto con gozo, en donde se celebra un amor que no se rinde ni se da por vencido, un a mor que busca constantemente.
En segundo lugar nos presenta otra parábola: «¿Qué mujer que tiene diez monedas, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra?» Esta parábola parece ser semejante a la anterior, pero no es así, pues tiene algunas variantes interesantes. Pues a diferencia de la oveja que se aleja del redil, y se va a otro lugar aquí la moneda se pierde en la misma casa. Por tanto, se habla de alguien que estando en la misma casa se pierde en ella.
La primera parábola habla de aquel que se aparta del rebaño, se aparta de la vida de comunidad, que su pecado lo hace distanciarse de Dios y de sus hermanos. Es el hombre que pelea y se va, no hace comunidad, se aleja; es la persona que no tiene fe y se aparta; es aquel que con su vida no da testimonio y prefiera estar fuera pues cree que Dios y la comunidad no es para él.
En cambio la segunda parábola, nos presenta algo más dramático, pues lo que se pierde no está afuera, sino adentro, está en la comunidad, es un miembro de la misma comunidad quien se ha perdido. Se ha apartado de la comunidad, está dentro, pero está perdido, cree que está bien pero no vive desde los principios de la comunidad, puede creerse q es bueno, que está bien con Dios, pero no es así. Está perdido, dentro, pero extraviado. Quiere decir entonces que todos nosotros podemos alejarnos con nuestro pecado como la oveja o bien que podemos efectivamente estar dentro de la comunidad, orar, hacer algún trabajo apostólico y estar perdidos pues no vivimos según los parámetros de la experiencia de Dios en nuestras vidas, pues estamos viviendo con criterios que dividen, que hacen enemistades, que atentan contra el perdón y la unidad, muy adentro de la casa-comunidad, pero muy extraviados en los criterios del evangelio.
Ante esto podemos ver que Dios viene a buscarlo, pues aunque sea una pequeña moneda todo vale para Dios, todos tenemos un precio. Además las monedas no se pierden, es alguien quien las pierde, por tanto es importante ver si yo pierdo a alguien, y entonces salir a buscarlo.
Estas dos ideas de la oveja y la moneda, se refirman con la parábola de los dos hijos. El primer hijo, se asemeja a la oveja, que se sale de la casa, se aparta de ella, pide la herencia, desconociendo así al Padre y se aleja, no le interesa más la vivencia con el Padre, no conoce su amor, no sabe en qué consiste ese amor que da, y se aleja. Mientras tanto el hijo mayor es como la moneda que se pierde, está en la casa, pero cuando regresa el hermano menor se enoja y no quiere entrar, quiere decir que aunque ha vivido con el padre, no ha sido capaz de conocer el significado del amor, y sólo lo vive al margen.
Sin embargo, el padre sale al encuentro de estos dos, pues cuando ve que regresa el hijo menor sale a su encuentro y no deja ni siquiera que hable, sino que le devuelve su dignidad, con vestidos nuevos, anillo y sandalias, es decir con su dignidad de hijo, la capacidad de ser rey y de ser libre. Del mismo modo cuando se enoja el hijo mayor y no entra vuelve a salir el Padre y trata de que entienda que su amor no es limitado, no es insignificante y hacerle ver que no requería de pedir nada, pues todo es suyo, y que u egoísmo hace que todo sea desde esa perspectiva, pero no ha comprendido que era el amor gratuito.
Esto nos debe llevar a meditar hasta que punto nosotros nos hemos extraviado en la vida, si nuestro pecado nos ha alejado de Dios, o bien creemos que somos buenos, pero finalmente ni conocemos a Dos y estamos extraviados en su casa. Dejemos que el Padre salga a encontrarnos, lo único que debemos hacer es darnos cuenta de nuestro estado y suplicar que venga en nuestro auxilio.

9/9/10

«A quienes predestina, los llama...»

Meditación con motivo de la fiesta de la natividad de la Santísima Virgen María

Textos:
Romanos 8,28-30
San Mateo 1,1-16.18-23

El día 8 de septiembre, ocho meses después de la festividad de la Inmaculada Concepción (8 de Diciembre) celebramos esta festividad del nacimiento de la Virgen María. Esta festividad nos ayuda a reconocer el papel de la Virgen María, que es madre de Jesús y con ello nos trae la salvación.
Pero esta fiesta no es simplemente recordar que nació la Virgen María, sino que es una fiesta que nos invita a contemplar como Dios va actuando en la historia y como Dios nunca nos deja solos, al contrario va actuando para traer la salvación, de tal manera que Dios va interviniendo para alcanzar la salvación, tal y como se ve al inicio del evangelio en donde se leen la genealogía de Jesús, que lejos de ser un mero listado de nombres, es la presencia de la historia. Todas esas personas son parte de la historia que Dios ha formad y ha dado la salvación. Dios no deja solo al hombre, sino que lo acompaña, y al marcar todos esos nombres está manifestando que ha o constituyendo una historia. Lo importante es descubrir hasta qué punto nosotros aceptamos esta salvación.
Sobre esta aceptación de Dios en nuestras vidas nos habla la primera lectura en donde el apóstol san Pablo dice al final: «A quienes predestina, los llama; a quienes llama, los justifica; y a quienes justifica, los glorifica.» Con este enunciado deja bien claro como Dios busca la salvación de los hombres, pero también marca la respuesta del hombre respecto a este plan de salvación. Analicemos un poco esta frase y sus diversos elementos.
En primer lugar habla de los predestinados, que no se refiere a que algunos ya tienen su destino en cuanto salvados y otros que está condenados. Ser predestinados nos remite a que Dios ha dado la salvación a todos. De este modo cuando san Pablo habla de los predestinados está hablando de toda la humanidad que ha sido llamada a la salvación, mostrando así la misericordia de Dios.
Sin embargo esta salvación que Dios nos ofrece, requiere de nuestra respuesta, de nuestra aceptación. Por ello dice san Pablo a quienes predestina, los llama. Esto quiere decir que si bien Dios quiere la salvación y la ofrece a los hombres es necesario que ellos acepten esa llamada a la plenitud de la vida. Por eso marca que los llama, es decir les dirige su llamada para poder acoger el mensaje de salvación, de ahí que Dios nos llame para aceptar este proyecto, nos llama para poder seguirle, para aceptar la salvación. Seguirle implica dejarse transformar por Dios, cambiar de vida y de pensamiento para empezar a estar en esta dinámica de salvación.
Si el hombre acepta esta llamada entonces es justificado, es decir entra a la justicia de Dios, entra a la gracia de Dios que le capacita a vivir en la dinámica de salvación y por lo tanto con la fuerza, la gracia que viene de Dios para transformar su vida, y vivir en una relación de amistad con Dios. Estar justificado es estar en la justicia de Dios, en esa capacidad de vencer el mal, por el seguimiento que ha hecho y con ello ser capaz de entrar en la salvación que Dios ofrece.
Finalmente el hombre que es justificado, es capaz de vencer su pecado en trae en una dinámica de dar auténticos frutos, y por lo tanto de pertenecer plenamente a Dios y ello quiere decir que es glorificado, es decir es capaz de dar Gloria da Dios por medio de sus frutos y sobre todo mostrar que Dios está en su vida.
Este es el proceso que Dios propone al hombre para entrar en la salvación y sobre todo para reconocerlo en su historia. La Virgen María recibió este proyecto, el cual lo acepto dio su sí, y por ello inicio la salvación; ahora esta salvación está al alcance de nuestra mano, pero debemos aceptarla y decir sí, la decisión es nuestra.
Si hoy celebramos esta fiesta es p para reconocer como Dios va colocando los medios para llegar a la salvación, pero lo importante es reconocer si nosotros estamos dispuestos a aceptarlos o no.

7/9/10

«Se retiró a una montaña...»

Meditación con motivo del Martes XXIII Ordinario

Textos:
1 Corintios 6,1-11
San Lucas 6,12-19

El día de hoy podemos ver en el evangelio como Jesús escoge a los Doce apóstoles, pero podríamos detenernos hoy precisamente en un dato previo a esta elección: «se retiró a una montaña para orar, y pasó toda la noche en oración con Dios.»
Vemos dos elementos importantes en primer lugar la oración, antes de escoger a los apóstoles Jesús ora, hace un diálogo con el Padre. Quiere decir que la elección de los discípulos no es mera casualidad sino que es fruto de la oración. El texto nos pone de relieve precisamente que antes de una elección importante hay una oración.
Cuántas veces nosotros tenemos alguna situación difícil, o una decisión importante en donde requerimos ayuda y discernimiento, y casualmente nos olvidamos de Dios en lugar de platicar con él, de contarle nuestra situación, dejando que él nos ilumine. De esta manera el evangelio nos invita a recordar la importancia de la oración.
Pero hay otro aspecto importante y es el de la montaña, Jesús hace oración en ella. La montaña e la Biblia es el símbolo de la presencia de Dios, por tanto quiere decir que Jesús entra en contacto con su Padre. Pero este símbolo es vital dentro de nuestra vida espiritual, puesto que todos estamos invitados a subir a la montaña.
Si la montaña es la presencia de Dios quiere decir que todos estamos invitados a encontrarnos con la presencia de Dios, todos debemos subir a la montaña y entrar en la presencia de Dios. Cuando nosotros ayudamos a los demás, y tramos de vivir en un espíritu de caridad, y de auxilio, comenzamos a vivir en la montaña, pues nuestros actos hacen que la presencia de Dios viva con nosotros. Cuando estamos en paz en nuestra familia, buscamos el diálogo, la amistad, la capacidad de escucha, vamos viviendo en la montaña y demostramos que Dios está en medio de nosotros. Cuando vivo en la honestidad, soy justo y honrado, la experiencia de la montaña se hace presente en mi vida.
De esta manera la montaña no es un lugar sino un estado de vida, una vida estrechamente ligada a Dios. Aunque al descubrir esto podríamos pensar que es difícil vivir precisamente en esa montaña, puesto que la exigencia del evangelio es radical, pero si lo pensamos bien el símbolo de la montaña es ideal, puesto que subir una montaña no es fácil, implica esfuerzo, empeño, cansancio; y encontrarse con Dios es justamente eso, un caminar constante, empeñado, pero que al final de cuentas se conquista como la cumbre de la montaña descubriendo un nuevo horizonte, y una nueva perspectiva de la vida.

De esta manera el Señor nos invita hoy a subir a la montaña, a vivir con él, con esfuerzo ciertamente, pero con la capacidad de vivir la experiencia de Dios en n nuestras vidas.

6/9/10

Tomar en serio la fe

Meditación con motivo del XXIII Domingo Ordinario
Ciclo /C/


Sabiduría 9,13-18
Filemón 1,9-10.12-17
San Lucas 14,25-33

Todos nosotros tenemos en la vida diversos planes o metas que realizar, y por lo general no lanzamos a la suerte esos planes, sino que generalmente vamos haciéndolo con un proyecto, colocando los elementos que son necesarios para alcanzar la meta deseada. Así por ejemplo si queremos preparar una fiesta debemos de ir viendo lo necesario para ello, comida, lugar, invitados; o bien si se quiere estudiar para un examen debemos ver que se requiere, que apuntes, que cosas si se deben tomar en cuenta y que cosas deben omitirse.
Si en nuestra vida ordinaria nosotros vamos planeando una serie de cosas, del mismo modo debe planearse y proyectarse la vida de la fe. La fe no sólo es para un momento determinado, no basta decir tengo fe y ya, sino que debe de irse proyectando, debe de seguir avanzando en la vida, debe de irse fortificando y madurando. Es importante ver que se requiere para alcanzar la madurez en la vida de la fe, así como descubrir que cosas son las que no nos ayudan en la vida de la fe.
Sobre de esto nos habla la primera lectura: «¿Qué hombre puede conocer los designios de Dios o hacerse una idea de lo que quiere el Señor?» La vida de fe nos debe llevar precisamente a conocer los designios de Dios, si yo sólo me limito a una misa, o a una oración difícilmente madurará la fe, y por consiguiente de manera difícil se conocerá los designios de Dios. El hombre está llamado a conocer estos designios que son precisamente lo que le da al hombre un sentido de plenitud, pero solo se logra si se avanza en el camino de la fe.
El texto dice al final: «¿Y quién habría conocido tu voluntad si tú mismo no hubieras dado la Sabiduría y enviado desde lo alto tu santo espíritu? Así se enderezaron los caminos de los que están sobre la tierra, así aprendieron los hombres lo que te agrada y, por la Sabiduría, fueron salvados.» nos dice que es posible conocer los designios de Dios por medio de la Sabiduría. Pero esta Sabiduría se alcanza cuando se madura en la fe. Y al hablar de Sabiduría nos referimos no al mero cúmulo de conocimientos, eso no es la Sabiduría, sino que la Sabiduría dentro de la Biblia no nos remite a un acto cognitivo-intelectual, sino que nos refiere al modo de vivir. El sabio es el que sabe vivir, el que sabe reconocer qué es lo mejor para tener vida, y por lo tanto, sabe distinguir a Dios en su propia vida. Sólo así se conoce a Dos, pues no se encasilla la vida a lo meramente material, a lo instantáneo, a lo del momento, sino que es capaz de descubrir que la vida es más que lo que aparece y vislumbra el sentido auténtico de vivir, de estar vivo, y es capaz de ver el sentido autentico de la vida.
De este modo la fe es algo progresivo, no se limita simplemente a decir que cree, sino que avanza y crece siendo capaz de encontrarle sentido a su propia vida, descubriendo el sentido más profundo de ella.
Y ese camino de crecimiento de la vida de fe se refuerza de un modo más radical en el texto del evangelio. Jesús va caminando a Jerusalén, va caminado acompañado de una muchedumbre que quizás lo siguen porque les simpatiza, les gusta su modo de hablar, porque hace milagros, etc. Pero no basta seguirlo por eso, y por eso se detiene y deja las cosas en claro y entre esas cosas aclara lago muy importante: «El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.» Deja en claro que para seguirlo implica cargar la cruz. Pero cargar la cruz no es simplemente buscar el sufrimiento. Muchas veces creemos que la cruz son los dolores y fatigas de la vida, creemos que la vida con el esposo o la esposa es la cruz, o que alguna enfermedad es la cruz. Pero no es así, eso es limitar la cruz al mero sufrimiento. La cruz si lo pensamos bien no la anduvo buscando Jesús, sino que le llegó como consecuencia de su predicación. Jesús predicaba el Reino, predicaba el amor, la justicia, la verdad, y ello incomodo a las autoridades y lo mandaron crucificar. Por lo tanto la cruz es consecuencia de su testimonio de fe, de su testimonio en cuanto que se vive el evangelio.
Tomar la cruz, por tanto, es tomar en serio el evangelio y vivirlo aún cuando haya criticas y burlas. Tomar la cruz es tomar la verdad y vivirla, empezar a ser justos y honestos, vivir desde la dinámica del perdón y la misericordia. Ahí se comienza a tomar la cruz y por ende a vivir la fe. La fe no sólo se limita a una serie de prácticas rituales y cultuales, la fe es tomar la cruz, es dejar de ser injustos, dejar de ser corruptos, dejar de decir mentiras.
La vida de fe crece en la medida en la que uno toma la cruz, y ahí es donde se adquiere la verdadera sabiduría, pues no nos dejamos guiar por lo que anuncia el mundo, sino que nos dejamos guiar por la experiencia de Dios, por el testimonio autentico y veraz del evangelio. Sin esto nuestra fe es una farsa.
Esto puede sonar duro, sin embargo por eso es necesario considerarlo, por ello Jesús narra esas dos parábolas, marcando precisamente la importancia de planear y considerar el seguimiento. Así como alguien que quiere construir una torre debe de planear, o bien el rey que va a la guerra debe considerar el resultado; del mismo modo nosotros debemos de considerar nuestra vida de fe y nuestro seguimiento.
Es momento de planear y ver que nos hace falta para camina en la fe auténtica, en la fe que se requiere para seguir adelante en nuestra vida. Es momento de tomar en serio nuestro camino y de verdad ser consientes de forma valerosa de lo que debemos cambiar y de vivir a partir de ahora según la dinámica de la fe, para crecer en ella e ir madurando.

Humildad

Meditación con motivo del XXII Domingo Ordinario
Ciclo /C/


Eclesiástico 3,17-18.20.28-29
Hebreos 12,18-19.22-24
San Lucas 14,1.7-14


Todos nosotros buscamos por lo general en nuestra vida la unidad, buscamos ser unidos en nuestra familia, buscamos la unidad con nuestros amigos, con los compañeros de trabajo, en los ámbitos donde nos desarrollamos, vivimos o trabajamos. Sin embargo, a veces esto no es posible, y muchas veces lo que fractura esta unidad es precisamente la incapacidad para reconocer lo que el otro es capaz y cerrándonos en nuestras opiniones. La liturgia del día de hoy nos presenta uno de los elementos para vivir en esa dinámica de unidad, que si bien se requieren de diversos elementos para vivir en esa unidad con los demás, uno que es fundamental y que permite justamente vivirla es el tema de la humildad, una virtud un poco olvidad por nuestra sociedad que busca criterios de supremacía, y de poder sobre los demás, pero que casualmente da sentido de unidad.
La liturgia os presenta la capacidad de vivir esta virtud. El problema se da en primer lugar porque no entendemos el significado de esta virtud. Creemos que la humildad es rebajarse, es decir “No soy nada”, “Yo no hago nada”, “soy polvo”. Eso no es la humildad, es una falsa adulación que reduce la vida y las capacidades de lo que podemos hacer. Digamos primeramente que la `palabra humildad viene del latín “humus”, que quiere decir tierra, pero tierra no en el sentido de polvo o de ser pisoteada, sino tierra en sentido de fecundidad, tierra en canto que es capaz de dar frutos. La humildad por lo tanto es tener bien puestos los pies sobre la tierra, para dar auténticos frutos.
La humildad por lo tanto implica reconocer lo que somos, lo que podemos hacer, así como nuestros límites. Ser humilde es reconocer que soy bueno en tal cosa, y reconocerlo no para presumir o para creerme superior a otros, sino que lo reconozco porque tengo esa capacidad y con ella soy capaz de prestar un servicio, que ayude a los demás.
Ser humilde cosiste en no creerse superior a los demás, en el evangelio Jesús critica a los fariseos que buscan los primeros puestos, como si ellos fuesen los únicos importantes. Ser humilde consiste en reconocer nuestro papel en la vida, pero no por ello creerse más que los demás, como si fuésemos superiores a todos y dignos de todos los honores. Cuántas veces creemos que por tener ciertos estudios podemos denigrar a los demás e incluso omitir las opiniones de otros porque según nuestro parecer carecen de total valor, puesto que somos notros los que sabemos. O porque dominamos alguna cosa nos creemos con la autoridad de no escuchar a los otros, y creer que sólo nosotros podemos realizarlo bien. O cuando teneos un puesto y creemos que mandamos y todos deben obedecer sin dar oportunidad del diálogo, siendo impositivos y dictatoriales, mandando sin ver lo que el otro necesita y puede aportar.
O bien nos creemos imprescindibles, y estamos en todo porque creemos que sin nosotros nada sale bien. Ciertamente todos somos necesarios, pero ninguno es imprescindible. Pero si somos soberbios no seremos capaces de excluir precisamente que todos tienen algo que aportar y que no somos imprescindibles, como si fuésemos los únicos en la vida.
Ser humilde implica por lo tanto la capacidad de ver en el otro que me puede ayudar y que yo lo ayudo, dándose así un complemento en la vida, un complemento mutuo. Humildad es ese servicio, en donde aporto lo que soy y tengo para dar frutos, y reconociendo lo que el otro desde su vida y capacidades puede aportar para recolectar mayores frutos.
Jesús dice al final del evangelio una parábola que se puede leer desde esta perspectiva de la humildad, cuando dice al final: «Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos.» Con esto marca que debemos invitar a aquellos que son pobres, lisiados, paralíticos, y ciegos, que según la mentalidad de esa época son los marginados de la historia, los que no valen nada, los que no tienen nada que decir al mundo. Jesús pide que sean invitados porque todos tienen algo que decir y aportar en el Reino, pero sobre todo porque todos tienen la misma dignidad.
Ser humilde implica reconocer que todos somos iguales y que todos tenemos la misma dignidad en la vida, que nade es más que el otro, sino que todos somos iguales.
Si bien buscamos la unidad en nuestras vidas, quiere decir que debemos vivir esa humildad, debemos de vivir desde esa dimensión que es fundamental en nuestras vidas. Cuando somos soberbio y nos creemos de más, se rompe la unidad, cuando se es autoritario en la familia se rompe la confianza y por consecuencia la unidad; cuando somos impositivos en el trabajo se rompe esa unidad. Si realmente buscamos la unidad debemos de buscar precisamente el ser humilde, poniendo al servicio de los demás lo que somos, tomando en cuenta lo que los otros tienen que decir y tienen que ofrecer, sólo así se trabaja en la varadera unidad de vida.