30/1/10

«El amor permanece siempre»

Meditación con motivo del IV Domingo de Tiempo ordinario
Ciclo /C/

Textos:
Jeremías 1,4-5.17-19
1 Corintios 12,31.13,1-13
San Lucas 4,21-30

Uno de los temas más profundos y socorridos a lo largo de la historia, del cual se ha hablado mucho y se ha abordado de diversas formas es quizá el tema del “Amor.” Un tema socorrido pero el mismo tiempo no totalmente comprendido, e incluso muy confundido. Hoy en día se suele utilizar este vocablo para expresar una serie de situaciones y pensamientos que finalmente no son lo que significa el amor. Hoy se utiliza la palabra amor para cualquier cosa, ya sea para un afecto, para un gusto, un deseo, una amistad, etc. El mismo Papa Benedicto XVI dice: «El término “amor” se ha convertido hoy en una de las palabras más utilizadas y también de las que más se abusa, a la cual damos acepciones totalmente diferentes.» (Deus Cáritas est n.2)
Sin embrago, no sólo se usa este término para cualquier cosa, sino que se suele utilizar para confundir. Cuantas veces se habla de amor, cuando en realidad el sustrato de ello es el egoísmo, o la propia conveniencia. Cuantas veces se dice que se hace por amor, pero lo hacemos sólo para satisfacernos a nosotros mismos. Cuántas obras de supuesta caridad se van haciendo en la historia, pero en realidad no buscan el verdadero amor, sino que quieren quedar bien, o mostrar algo que les ayude a tener una buena pantalla.
Podemos decir qué el amor es algo muy gastado, y muy poco comprensivo. El tema del amor es sumamente complejo para los antiguos. Los mismos griegos utilizaban diferentes vocablos para referir el tema del amor en distintos niveles, de manera que lo que nosotros llamamos amor, con un sólo vocablo, ellos lo expresan con varios, para remitir distintos niveles y alcances del mismo. Se usaba el término “Philia” para hablar del amor de unión entre amigos, o hermanos, era un amor en donde se manifestaba esa unión entre los amigos, o la misma hermandad. El término “Erôs”, indica el amor de atracción, del deseo e impulso, se podría decir que es un «amor ascendente, vehemente y posesivo» (Deus Cáritas est n.7) .Otro término es “Stargui”, un amor de simpatía, cuando el otro nos cae bien, tenemos un afecto por él. Y finalmente el término más sublime al cual el amor puede aspirar: “Agapê”, el amor de entrega, de donación de la propia vida.
Hoy la liturgia nos presenta en la segunda lectura este extraordinario himno al amor que san Pablo ha plasmado en su carta a los Corintios. Y justamente el habla de este último nivel de amor, del “ágape”. Este término sirve para san Pablo, pues el amor cristiano precisamente concuerda con la idea de este vocablo. El amor no es simple atracción, o mero placer, el amor es entrega, es donación de la persona hacia los demás, y una donación que no exige necesariamente recompensa, que no exige una respuesta para vivir en esta dinámica, la ida se entiende desde esto, desde la entrega desde la donación, desde salir de sí mismo a favor de los demás. Sólo desde esta perspectiva se puede vivir la experiencia real y auténtica del amor cristiano. Ciertamente esto no se puede hacer de un día para otro, no es instantáneo, sino que se requiere de un proceso gradual. San Pablo coloca para ello algunos elementos del amor, con el fin de entenderlo y ser capaces de ir profundizando en esa dinámica. Analicemos brevemente algunos elementos.
Primeramente nos dice que el amor es paciente. Quiere decir que el amor es receptivo, es capaz de aguantarlo todo, no se desespera ante la inconsistencia del otro. Implica que la vivencia del amor es una fuerza que ayuda al otro a salir adelante, que trata de no cambiar al otro, sino de comprenderlo, de abrazarlo en su pequeñez, no pierde la cabeza por lo que se vive, sino que trata de ayudarle y de fortalecerlo.
El amor es servicial, implica que el amor nos lleva a tener un espíritu de servicio, ser capaces de ayudar al otro, ser capaces de tenderle la mano a aquel que lo necesita. Ejercitar el amor precisamente nos debe de llevar a tener esta actitud de servicio, de ayuda a los demás. De estar disponible a favor del otro, no per mero compromiso, o mera filantropía, sino porque el otro es importante y yo puedo hacer algo por él.
De las notas positivas (es paciente y servicial) pasamos a las negativas que trataran de dar a entender precisamente lo que se debe de vencer para vivir en esta dinámica de amor: «El amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece…» El amor debe vencer la envidia, es decir no enfrentarme con los otros para destruirles (pues siento que me impiden ser yo mismo) o para utilizarles, poniéndoles bajo mi dominio. No debe alardear, ni envanecerse, no debe creerse que es mejor que los demás y decírselos en su cara como si fuera único, como si nadie le llegara a los talones. La vivencia del amor debe ayudarnos a superar esto, a superar a reconocer que somos iguales, que el otro es importante, que el otro es valioso y que al igual que yo puede apartar algo.
«…no procede con bajeza, no busca su propio interés…» El amor nos debe de llevar a reconocer que debemos respetar a los demás y no romper con ello la armonía en la vida. El amor es la capacidad de vivir de modo honesto, sin aprovecharse de los demás, sin querer sacra un interés y para ello juagar con otros. El amor debe hacernos respetar la integridad del otro, no verlo como medio, como algo que sólo sirve para ayudarme, sino con toda su integridad.
«…no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido…» El amor nos debe llevar a vencer la ira, por ello no debe enojarse, debe aprender de manera gradual a controlar su carácter. Este es uno de los males mayores, pues muchas veces es fácil explotar, siendo que realmente debemos respirar, pensar, y tratar de no enojarnos, a fin de que la paz llegue a nuestras vidas. Incluso cuando esto se logra, el mal recibido se puede ver desde otra óptica. Es algo ciertamente difícil, pero exige un esfuerzo, un trabajo, para salir adelante.
«…no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad.» La Injusticia es aquello que va en contra de la justicia, es decir, en contra de la acción salvadora y gratuita de Dios. Alegrarse en la injusticia significa asumir la maldad de los hombres y aprovecharse de ella, para provecho propio. La vivencia del amor implica que el hombre se preocupa por hacer el bien, por ayudar a los demás, por tenderle la mano a otros, evitando el mal, y haciendo el bien en todos los ámbitos de la vida humana. Y ello implica que el hombre debe de alegrarse en la verdad. Cuando se habla de verdad, se habla de aquello que es visible la palabra griega es “aletheia”, que etimológicamente es algo que se puede ver, algo que es conocido plenamente. Dentro de la Biblia la verdad es la experiencia de la vivencia evangélica, de lo que ayuda al hombre, de lo que realmente le hace ser humano. Esto es la verdadera alegría, pues reconoce lo que ayuda al hombre, reconoce la salvación de Dios, reconoce los verdaderos parámetros que ayudan para que la vida sea mejor. Se alegra no de modas, o cosas superficiales. La alegría surge precisamente de descubrir lo que ayuda al hombre, se alegra del don de la vida, del respeto a los demás, de la educación digna, de la vivencia auténticamente solidaria. Se alegra de esto pues ahí se vive la fe, se vive el espíritu evangélico, se vive la dignidad humana en toda la extensión de la palabra, es decir, se alegra de la verdad. Si esto no fuese así entonces no habría amor, sólo conveniencia, sólo serían estratos pasajeros, pero no sería un amor auténtico, sino una distorsión de lo que realmente es el amor.
El texto concluye diciendo: «El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.» El amor es una fuerza capaz de vencer todo, capaz de disculpar, de no dejarse abatir por el error; que es capaz de creer que es posible un cambio; capaz de esperar, capaz de saber que lo último no está dicho, y que es posible una renovación. Finalmente dice san Pablo: «El amor permanece siempre», es decir, tiene la última palabra, es algo que si se vive nunca terminará, sino que se hará cada día más y más fuerte. Conviene aclarar que al decir que “permanece” no estamos indicando simplemente que aguanta de un modo pasivo, sino que se mantiene firme, de manera activa, siempre y en todo momento. No es el que soporta las penurias de la vida, sino que nos remite al que conquista y transforma todo. El amor no es una resignación pasiva, sino la fuerza que tiene una entereza triunfante, de conquista constante.
A la luz de esta lectura podemos entender el pasaje del evangelio en donde descubrimos a un Jesús rechazado, un Jesús que es sacado de la sociedad. Con esta escena San Lucas trata de mostrar los efectos del ministerio de Jesús, un ministerio que terminará en fracaso, pues la vivencia del amor como él lo propone no es fácilmente visto, es un reto, y por ello es rechazado. Su cruz será muestra de su amor, y al mismo tiempo del rechazo de la vivencia de este amor.
El amor ciertamente da miedo, y ello incluye el sacarlo de nuestra vida, pues es un proyecto que cuestiona, al comprender la exigencia del amor, podría ser que lo rechacemos, así como se rechazó a Jesús y su proyecto de salvación. Podríamos incluso creer qué es una Utopía, que nunca se llegará a realizar, o bien podríamos comenzar por ejercitar o vencer una de todas las cosas que el texto nos marca y hacer de nuestra experiencia de amor algo más cercano en nuestra realidad. Podemos contemplarlo y ver lo absurdo que es o bien iniciar un pequeño cambio, un pequeño acercamiento a nuestra experiencia de amor. Pidamos para que no nos atemoricemos de iniciar este proyecto, en donde finalmente lo que triunfa es la vida, es el amor y se transforma auténticamente la historia de salvación.

25/1/10

Conversión...

Meditación con motivo de la fiesta de la Conversión de San Pablo

Textos:
Hechos de los Apóstoles 22,3-16
San Marcos 16,15-18

El día de hoy la Iglesia celebra la fiesta de la conversión de san Pablo. Es una oportunidad para recordar nuestra vocación a la conversión. Porque sería un error creer que la conversión es sólo un acto puntual en la historia. Muchos hablan en ocasiones de su conversión como algo lejano en su vida, y creen que la conversión es simplemente el día en el que escucharon sobre Jesús, porque fueron a un retiro, escucharon algo, un momento de oración reoriento su vida, etc. Y ciertamente ese es una conversión, pero en realidad ese sólo es el primer paso de este acontecimiento. La conversión debe de ser constante, debe ser continua, no puede quedarse sólo como parte del anecdotario de la vida de la fe. Incluso hay quien llega a decir “Qué día aquellos en los que me convertí, ahí si era bien y daba testimonio, tenía alegría por la vida.” Marcan esto como un acto vital en su vida, pero que ha pasado, y lo peor es precisamente que se recuerda como aquello que nos hizo un bien, pero que hoy ya no lo vivimos. ¿No será que necesitamos de otra conversión?
Esto nos lleva a recordar que siempre necesitamos de la conversión, necesitamos del encentro con Dios en nuestras vidas. Es un absurdo cuando creemos que no necesitamos más de una conversión, por el simple hecho de que ya la tuvimos, o porque según nosotros tenemos fe. Incluso hay quien niega esta realidad por un argumento sutil, y al mismo tiempo absurdo: “Ya tome el Kerygma”. Con esto se trata de decir que el Kerygma lleva a la conversión, y que por el hecho de que ya lo conocemos, entonces ya no necesitamos de conversión, porque ya nos sabemos el Kerygma.
Creo que esto es producto de un abuso en el tema del Kerygma, en donde se manifiesta que es necesario recibirlo para convertirse. Y como consecuencia algunos dirán yo ya me lo se, y por tanto no lo recibe y menos se convierte. Esto implica que hemos reducido el Kerygma a una serie de temas catequéticos, pero que no son un verdadero anuncio de fe. Y por otro lado hemos reducido la conversión sólo al conocimiento de Dios, y de ahí en adelante creemos que ya no necesitamos más de eso. Ya sea porque tengo el Kerygma, o bien `porque reducimos la conversión a conocer un poco de Dios, o simplemente a estar en la Iglesia.
Siendo que una vez que uno conoce y se encuentra con Dios debería confrontar más su vida y necesariamente buscar ser mejor, iniciando un camino de conversión constante.
Hoy celebramos la conversión de San Pablo pero no estamos celebrando un acto meramente puntual del apóstol, sino estamos celebrando su vida, su ministerio, que tuvo un inicio, pero que prosiguió, y que finalmente tuvo una serie de conversiones. Estas conversiones las podemos apreciar en el texto de los hechos de los apóstoles, en donde san Lucas coloca los viajes de san pablo como el itinerario de un misionero que busca anunciar la buena nueva a los demás. Sin embargo san Lucas va haciendo el retrato de un misionero que debe de ir madurando, debe de ir creciendo y por tanto de convertirse. Así, san Pablo es alguien en continua conversión. Si leemos con atención vemos a un Pablo que se equivoca, que debe replantear las cosas, que huye, que se le va la gente, que no le entienden, etc.… Y en cada momento Pablo ha de irse replanteando su modo de ser, su ministerio, su misión. Finalmente el texto de Hechos de los apóstoles termina diciendo que recibía a todos en la casa de roma, curiosamente no aborda el tema de su muerte, porque para san Lucas lo importante no es narrar su vida, sino su crecimiento espiritual como misionero en donde finalmente hace una comunidad universal, donde todos son aceptados y sobre todos, donde todos son unidad.
Por tanto, hoy no celebramos sólo el hecho de su conversión, sino su ministerio apostólico; que inicio con esa conversión. Y si leemos esta lectura de su conversión se debe a que estamos llamados a reconocer la importancia de este encuentro, pero un encuentro que nos tiene que llevar a vivir constantemente en nuestra vida la conversión, nuestro entrar en contacto con el Señor, y sobre todo el darlo a conocer a los demás; tal y como lo anuncia el texto del evangelio, donde todos son invitados a vivir en esta dinámica de evangelización, dando a conocer el misterio de Cristo. Un misterio que requiere en nuestra vida el encuentro constante con él, encuentro que se da sólo con la conversión.
Que en esta fiesta reconozcamos realmente el valor de nuestra misión, que es anunciar a Cristo, y que se dé por medio de nuestro encuentro constante con él, un encuentro que nos lleve en todo momento a replantear nuestra vida, que nos lleve a convertirnos a su presencia y darlo a conocer desde nuestra experiencia. De este modo viviremos realmente esta celebración.
Para concluir podemos decir que curiosamente con esta fiesta se termina la semana de oración por la unidad de los cristianos (18-25 de enero), y creo que se cierra con esto como una invitación a reconocer que el camino para lograr un avance dentro de esta llamada a la oración se dará precisamente cuando nosotros seamos capaces de vencer nuestro egoísmos, y cerrazones y realmente nos convirtamos, puesto que este es el único camino para la unidad.

23/1/10

El mensaje del evangelio: Liberación

Meditación con motivo del III domingo del tiempo ordinario
Ciclo /C/


Textos:
Nehemías 8,2-4.5-6.8-10
1 Corintios 12,12-30
San Lucas 1,1-4.4,14-21


En nuestros tiempos surge una serie de inquietudes sobre nuestra vida de fe, que llaman fuertemente nuestra atención. Pareciera que el mensaje cristiano se ve envuelto en una serie de preceptos, de dogmas inamovibles, y por tanto en algo que parece muerte, sin vida, sin movimiento alguno.
Sin embargo esto no es la vida de la fe, la fe va más allá de esto. La fe no se puede encerrar simplemente en conceptos, dogmas o meros formulismos. La fe implica un movimiento interno y dinámico que nos ayude a ser mejores. La fe no puede ser meramente estática, la fe debe ser movimiento, la fe debe de ser cambio. Y un cambio basado en la fuerza de la Palabra y en la potencia de la gracia. Un movimiento que lanza al hombre para que sea mejor, para que .logre un fuerte cambio en su ser. Eso es la fe. Si la fe se queda sólo en doctrinas y mandatos, la fe pierde su verdadero horizonte, pues no da el verdadero sentido de esperanza y dinamismo que se requiere.
El evangelio del día de hoy trata de colocar esta realidad. El texto de san Lucas no presenta a Jesús llegando a la sinagoga y tomando el rollo de Isaías. Curiosamente Jesús no lee el rollo de la Ley, no lee el rollo del Pentateuco. Esto se debe a que la Ley se ha convertido en algo duro, en algo pesado, en algo complejo. Esa Ley no les ha dado la libertad que se requiere, por ello Jesús viene a dar un giro en esta situación y para ello decide leer a los profetas, leer un nuevo mensaje, leer un mensaje cargado de esperanza y de salvación.
«El Espíritu del Señor está sobre mí, y me ha ungido…» Jesús inmediatamente nos muestra la papel en el mundo como el ungido por el espíritu, es decir el que ha sido consagrado y elegido por la fuerza del Espíritu. La unción implica la selección de alguna persona o comunidad, en este caso es ungido para una misión fundamental: la salvación del hombre. Sin embargo esta misión no se da de un modo vago, sino que hay unos destinatarios muy claros que explica a continuación:
«Anunciar el evangelio a los pobres.» El pobre implica a aquellos que tienen alguna carencia y ponen en Dios su fuerza. Ser pobre implica una actitud existencial, pone todas sus fuerzas en Dios. El rico pondrá su apoyo en su prestigio, su fama, su belleza. Pero el pobre se apoya en Dios y como consecuencia puede ser receptor de la buena nueva. Es capaz de abrirse al anuncio del cual Dios le ama, en el aquí y en el ahora, no en el mañana. Ser pobre es esperar todo de Dios, sólo él da lo necesario, sólo él colma todos los anhelos del corazón del hombre, sólo él sacia, llena, plenifica. Sólo Dios y sólo él basta. Y esto es lo que sabe el pobre. Quiere decir que somos invitados a ser pobres, para recibir el evangelio es necesario sentirnos necesitados de Dios, saber que él lo puede todo, y con él todo lo podemos hacer.
«Anunciar la liberación a los cautivos.» El tema de la cautividad hace referencia a Egipto, signo de la esclavitud. La esclavitud es un poder opresor que nos ata, es la idolatría. Esto se da cuando el corazón no se fía de Dios. Los cautivos son los que desconfían de Dios y se apegan a las realidades inmediatas. A éstos se les anuncia la liberación, que no es lo mismo que libertad. La vida de fe debe llevarnos a comprender que muchas veces vivimos esclavizados, que vivimos aferrados a tantas cosas que en realidad no nos dan la felicidad, tantas cosas que el mundo presenta pero que realmente dejamos de lado. Estamos llamados a reconocer que nuestra vida de fe es precisamente que Dios es importante y por tanto a dejar de depender de los falsos ídolos que finalmente nos alejan de él. El cristianismo nos enseña que hay muchas ataduras que realmente nos hacen infelices, ataduras que no nos llevan a plenitud, ataduras disfrazadas de bien, de progreso, de grandeza, pero que en el fondo son esclavitudes.
«Dar la vista a los ciegos.» La ceguera es la incapacidad para ver a Dios en la historia, la imposibilidad del hombre para descubrirlo en los acontecimientos de la vida. Que los ciegos recuperen la visión implica que ahora verán lo que otros no ven, todo será un constante encuentro con Dios y ello implica una transformación de vida, ahora la vida de fe implica la capacidad de ver y descubrir como Dios les va ayudando en todo momento, saber que ellos no van solos, sino que Dios les ayuda.
«Dar la libertad a los oprimidos.» Los oprimidos son los hombres fracasados, tristes, deprimidos, en donde su vida ha ido perdiendo totalidad de sentido. Viven arrojados al absurdo existencial. La vida de fe les hace capaces de iniciar un nuevo camino, una nueva manera de ser en la historia, sabiendo que hay una felicidad que el hombre no puede vivir preso en su tristeza y su fracaso, que es posible una nueva vida y ello es la salvación, presencia de Dios, presencia de plenitud. Sólo en él podemos ser libres. La vida de fe nos debe llevar a la libertad.
Todo esto confluye en una realidad: «Proclamar el año de gracia.» Comienza el gran jubileo. El año de gracia no es un estado temporal, sino un estado de permanencia, una permanencia en la presencia de Dios. Con este anuncio Jesús quiere dar a entender que la última palabra en la historia es una sola: gracia, que es otra forma de llamar al amor. Lo último en la historia es el encuentro con Dios, que vive y salva al hombre. Esto debe de llenarnos de gozo, pues todo en la historia tiene un rumbo: dejarnos llenar de la experiencia de Dios. Esto quiere decir que la vida de fe no es de formalismos, ni de doctrinas o posicionamientos dogmáticos. La vida de fe es experiencia de Dios, de libertad, de amor, de salvación, es una palabra: experiencia de gracia. Es permitir que Dios entre y trasforme totalmente al hombre.
El texto termina con una tensión en medio de este mensaje: «Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él. Comenzó, pues, a decirles: “Hoy se ha cumplido esta Escritura, que acabáis de escuchar.”» Jesús da a conocer el cumplimiento, en el Hoy. Hoy inicia el cumplimento de este mensaje, hoy es posible vivir desde esta dimensión de esperanza. Ya no es necesario esperar más, ya no es necesario múltiples prácticas para alcanzar a Dios. Todo ha iniciado desde este momento. Hoy se cumple, Jesús es el inicio de todo cumplimento de las antiguas promesas. El problema que se podría plantear aquí es precisamente, que tanto hemos permitido que eso se cumple en nosotros. Qué tanto dejamos que nuestra vida se guíe desde Dios, que todo nos venga desde él. Qué tanto dejamos nuestras esclavitudes y somos libres desde el dinamismo de Dios. Qué tanto dejamos nuestras cegueras e iniciamos una vida descubriendo que Dios está con nosotros. Sólo así iniciaremos el año de la gracia, tendremos una vida llena de Dios. Pidamos para que este mensaje sea realmente la fuerza que nos ayude a dar razones de nuestra fe. Y que todo lo que hagamos no sea porque está dicho, porque se obliga, porque así debe de ser, sino lo hagamos porque realmente somos hombres libres, tocados por la experiencia de Dios.

17/1/10

Entrar en la dinamica del amor

Meditación con motivo del II Domingo de tiempo ordinario
Ciclo /C/

Textos:
Isaías 62,1-5
1 Corintios 12,4-11
San Juan 2,1-11

Hoy iniciamos los domingos de tiempo ordinario. un tiempo para encontrarnos con Jesús y conocerlo mejor. Y en este domingo leemos el evangelio de san Juan. Siempre en este domingo segundo la Iglesia lo dedica para enlazar el tiempo de Navidad-epifanía, con el del Ordinario. Para ello nos presenta un pasaje donde Jesús inicia y se manifiesta haciendo un eco de sus epifanías y al mismo tiempo introducirnos en la dinámica de su ministerio. El evangelio del día de hoy nos presenta este extraordinario texto de las bodas de Caná, que incluso es catalogado como la Epifanía que Jesús hace para con sus discípulos. Analicemos este pasaje un poco y meditemos sobre lo que nos enseña.
Comencemos diciendo que el tema de la “Boda” es símbolo de la alianza que Yahveh pactó en el pasado con su pueblo, Israel, y que se ha visto invariablemente dañada por la infidelidad de los hombres, pero que está destinada a ser alianza perpetua por parte de Dios. Por lo que este texto nos sitúa en la nueva alianza que Dios pondrá con el hombre.
El tema central se da precisamente en el contexto de que no tienen vino. El vino representa el amor en la simbología bíblica. Una boda sin vino es símbolo de una alianza sin amor, y con esto san Juan quiere decirnos que el pueblo de Israel, con su antigua alianza se ha quedado precisamente sin esto: No tienen amor. La Alianza ha perdido su raíz vital y ya no corre el amor entre los hijos de Abraham y el Dios con el que habían jurado un pacto eterno. ¿Cuántas liturgias sin vida, cuántas normas asumidas sin su fundamento esencial que es, precisamente, el del amor, cuántos proyectos pastorales que se quedan en el nivel de la mera programación? Cuantas veces nuestras oraciones, nuestras Misas, nuestra práctica costumbrista de los sacramentos, que finalmente no desemboca en la experiencia del amor. Y al hablar del amor que se exige para que la Boda pueda ser tal, es el amor en el sentido evangélico: el amor sin límites a los enemigos, la entrega desgarradora y permanente a favor de aquellos que no se lo merecen, el interés y el compromiso solidario por aliviar los sufrimientos de los últimos de la sociedad. Sin esto, no hay vino en nuestras mesas ni amor en nuestros corazones.
Se acerca la madre de Jesús para informarle acerca de esto y le contestó: «¿Qué nos importa a mí y a ti, mujer?» La respuesta de Jesús es contundente, aunque pudiera parecer que es altanera, pero no es así, más bien tarta de marcar el sentido de la nueva alianza que viene. Para Jesús la actual situación de aquella alianza no es asunto suyo. Ha pasado el tiempo de aquella comunidad. No hay nada que hacer ya por ellos. El pasado queda definitivamente encerrado en sus condiciones de esterilidad y de muerte, suscitadas por la cerrazón del hombre y la obstinación de su pecado. Donde no hay amor no hay futuro. Ni él ni la madre tienen que ver con esa boda que ya no se basa en el amor.
«Todavía no ha llegado mi hora.» La hora en el evangelio de San Juan es el momento de la cruz, donde el amor triunfa. Jesús da a entender que es necesario apuntar más alto, mirar hacia el futuro que Dios ha preparado, señalado por la “hora del Hijo”. Con la entrega definitiva del Hijo se inaugura una nueva era en la historia del pueblo de Dios, donde la muerte es vencida, y la vida nueva es posible para el creyente en Dios.
«Su madre dijo a los sirvientes: "Ha­gan lo que él les diga".» Aceptando no ser ella quien puede determinar el sentido de la historia ni las condiciones del plan de la salvación, la madre, auténtica comunidad de creyentes, da la única indicación que puede hacer de dicho plan una fuerza operante en la historia: la obediencia irrestricta a la palabra del Hijo. “Hagan lo que él les diga”: ese es el programa. No hay otra misión para la comunidad de los sirvientes. Éstos representan a los que ayudan al Mesías en su obra y son imagen de la Iglesia de todos los tiempos. Lo único que tiene que hacer la Iglesia, a la luz de esta indicación de la comunidad madre, es poner en práctica la palabra de Jesús. Todo lo demás será desvío de su misión y pérdida de su propia identidad. Quizás sea por eso que hoy más que nunca se hacen urgentes las iniciativas que permitan a la comunidad cristiana volver a estar en contacto directo con la Palabra. Todas las iniciativas pastorales deberán partir de la escucha atenta de la palabra, de su meditación profunda, de su estudio y celebración, para poder dar lugar a concretizaciones históricas de la misma en cada cultura y para enfrentar toda problemática humana.
«Estaban allí colocadas seis tinajas de piedra.» Las tinajas ocupan el centro de la narración. Constituyen el símbolo de las instituciones judías y, en general, de toda religiosidad desvinculada de su auténtico propósito: la liberación del hombre. Se nos dice que son seis, que son de piedra, que están destinadas a la purificación de los judíos. El seis es el número que simboliza lo incompleto, lo imperfecto, lo inacabado (por contraposición con el siete que significa la totalidad y la perfección); el ser “de piedra” es condición clásica de la Ley (pues la Ley se escribió en las Tablas de Piedra) y el destino de purificación permite aludir a la finalidad a la que se había terminado por reducir todo el sentido de la Ley israelita: Una ley de pureza. El evangelio denuncia la iniquidad de todo ese aparato religioso que, en vez de comunicar a los hombres con la gozosa liberación que Dios ofrece, se ha convertido en una experiencia de esclavitud y de dependencia que impedía a los hombres crecer en la comunión de la Alianza.Jesús les manda que llenen hasta el borde las tinajas en un signo de purificación y se convierte en vino. Pero es importante marcar que la conversión del agua en vino, se da fuera de las tinajas, pues el relato dice que los sirvientes sabían la procedencia de aquel vino insuperable, pues ellos “habían sacado el agua”. La irrupción del vino nuevo del amor se da más allá de las instituciones religiosas que, desde ahora, quedan definitivamente superadas. Una vez más, los creyentes nos vemos provocados por el Evangelio. Quiere decir que es necesario salirse de lo antiguo para vivir esta experiencia del amor. Sólo cuando salimos de nuestros ritualismos, cuando salimos de nuestros esquemas, de nuestras reglas, de nuestros egoísmos, es posible un verdadero cambio, y una entrada en el amor. Es el momento para iniciar un verdadero cambio, salir de lo acostumbrado, e iniciar un momento de vida distinto marcado por el amor, por el vino nuevo que renueva nuestra vida, nuestra fe, nuestro trabajo, nuestra vocación, nuestra familia; en una Palabra nuestra historia. Esto quiere decir que sólo podemos vivir nuestra de fe, cuando nos abrimos a esta novedad del amor, y el amor que viene de Dios.
De este modo iniciamos el tiempo ordinario, teniendo en cuenta que Jesús nos llama al amor, y vencer todo aquello que nos daña, salir de esa situación y ser totalmente nuevos y renovados en el amor de Dios. Dejando nuestras tinajas de Piedra, nuestras tinajas de rencores, de ritualismos, de odios, de esquemas, y permitir que efectivamente Dios nos vaya transformado con el vino nuevo de su amor.

10/1/10

Nueva creación en la filiación

Meditación con motivo de la fiesta del bautismo del Señor
Ciclo /C/

Textos:
Isaías 40,1-5.9-11
Carta a Tito 2,11-14; 3,4-7
San Lucas 3,15-16.21-22

El día de hoy estamos celebrando la fiesta del bautismo del Señor, una fiesta que tiene en sí misma dos dimisiones litúrgicas de gran alcance. Por un lado, con esta fiesta se termina el tiempo de navidad y por otro, se anuncia el inicio del tiempo ordinario. Pero qué significa esta fiesta desde nuestra perspectiva de fe. Para entender un poco de esto podemos acercarnos al texto y descubrir una cosa importante: El relato del bautismo del Señor, es un relato que nos habla del tema de la creación.
Esta idea de la creación la podemos descubrir en los diversos elementos teológicos que el relato nos presenta. En primer lugar nos hala de que este bautizo se lleva a cabo en el río Jordán, y de ahí las imágenes de las aguas primordiales, del caos y confusión inicial. Y justo en medio de esas aguas caudalosas podemos descubrir así como en Gen 1,2, que el Espíritu se cierne sobre las aguas, de ahí la imagen de la presencia del Espíritu como paloma, como aquel que viene a poner en orden este caos. Y finalmente según el relato de la creación todo comenzó a existir debido a la Palabra de Dios, que ante ese caos surge la voz creadora que dice “haya luz”, sin embargo aquí esta voz creacional dice algo nuevo, nos habla del verdadero sentido de la creación en Cristo: «Tú eres mi Hijo muy amado, en quien tengo puesta toda mi predilección
Esta frase es sumamente densa y nos enseña algo primordial, que en Cristo se ha iniciado una nueva creación que se identifica con la filiación. La nueva creación nos llama a ser hijos de Dios. Gracias a Jesús todos nosotros podemos ser llamados hijos. Y esto es lo que hoy celebramos, no es que simplemente recordemos un acontecimiento más en la vida de Jesús, sino que estamos celebrando algo más importante que eso, estamos celebrando que ese acontecimiento resume la actividad de Jesús y as consecuencias de este ministerio para nosotros: Ser Hijos, en el hijo.
Esto nos debe levar a pensar que tanto estamos notros realmente viviendo como hijos de Dios. Porque ciertamente nosotros vamos por la vida haciendo cantidad de cosas, vamos por la vida sin tomar en cuenta muchas cosas, que en gran medida no tiene nada que ver con la experiencia de Dios en nuestra vida.
Cuantas veces vamos viviendo desde la dimensión de la corrupción, y sólo porque todos lo hacen. Esto provoca no sólo en nosotros, sino en los que nos rodean, que no vivamos desde la honestidad. Cuántos son corruptos pagando para que se lleven a cabo sus asuntos. Cuántos se la viven copiando en un examen para pasarlo diciendo que es necesario. Cuántos se la viven moviendo influencias para perjudicar a alguna persona. Cuántos son realmente hijos de la corrupción, pero no son realmente hijos de Dios, de la verdad, del amor, de la honestidad.
Todos los cristianos somos bautizados, y desde ese momento somos llamados a ser hijos de Dios. Pero cuántos vemos el bautismo simplemente como un compromiso más, o una oportunidad de fiesta, o un momento de alegría familiar, pero no lo vemos realmente como un momento de encuentro de Dios, como un compromiso que nos invita a acercarnos más a él, y a sentirnos realmente como hijos.
Creo que el verdadero problema es que no nos sentimos hijos. No creemos que Dios nos llave a esta dignidad. No creemos que podemos ser capaces para levantarnos y comenzar una vida nueva. Somos incapaces de descubrir como Dios va modelando nuestra vida.
Creo que esta fiesta es un buen momento para iniciar a replantear lo que realmente es nuestra vida de fe, y decidir realmente si queremos ser hijos de Dios o simplemente seguir como siempre, sin descubrir lo que significa esta dignidad que Dios nos ha conferido desde nuestro bautismo, descubriendo y viviendo de un modo nuevo con su presencia que nos da en todo momento.

3/1/10

Buscar a Dios

Meditación con motivo de la Epifanía del Señor

Textos:
Isaías 60,1-6
Efesios 3,2-3.5-6
San Mateo 2,1-12


Hoy la Iglesia celebra la solemnidad de la Epifanía del Señor, una grande fiesta en donde contemplamos la manifestación del Señor a todos los pueblos. El pasaje que se nos presenta en este día nos presenta el episodio de los magos, que han visto una estrella que surge en el oriente. Estos magos son astrólogos, son estudiosos de los astros y en medio de sus estudios ha visto precisamente una estrella que bien de Oriente. El Oriente dentro de la escrituras es el símbolo de Dios. El oriente es el lugar donde sale el sol, por tanto es el lugar donde la luz inicia y ello quiere decir que es el lugar donde nace la luz, donde nace la experiencia de Dios. Por tanto la estrella viene de la experiencia de Dios.
Curiosamente estos hombre sin pensarlo se lanzan a la aventura para encontrar el sentido de esa luz que viene de parte de Dios. Si ellos dejan todo es precisamente porque saben que esa luz, esa estrella que ha salido da sentido a sus vidas, no es posible que dejen todo y sigan la estrella nada más porque si, sino que saben que eso que han visto vale la pena. Ellos los grandes estudiosos han encontrado que realmente vale la pena ese hallazgo en su vida. Estos hombres han usado sus conocimiento precisamente para encontrase con la estrella, para poder encontrarse con Dios.
La pregunta que deberíamos hacernos es si realmente ocupamos nuestros conocimientos y demás dones para encontrarnos con Dios en nuestras vidas. Uno de los problemas es precisamente que hoy la ciencia ocupa todo para encontrarse consigo mismo, con su fama, su poder, pero no para encontrarse realmente con Dios. Cuantos en su constante búsqueda de la ciencia buscan destruir, buscan manipular la vida, pero no buscan realmente encontrarse con Dios. O bien nosotros mismos que muchas veces somos inteligentes pero usamos esa inteligencia para destruir, para criticar, para humillar, para pensar en cosas malignas. Pero no usamos nuestra inteligencia para encontrarnos con Dios, para encontrarnos con el Señor, sino al contrario para alejarnos, más de él. O bien usamos nuestro tiempo para encontrarnos con Dios. Muchas veces usamos el tiempo para desaprovecharlo, para no hacer nada, para no ayudar a nadie, para estar de ociosos, para ver solo la TV, pero curiosamente no lo ocupamos para encontrarnos con Dios.
Cuantas veces no aprovechamos bien las oportunidades que tenemos como nuestros estudios, nuestro trabajo, nuestras amistades, nuestra familia, y las vamos desaprovechando sin valorarlos, sin aprovecharlas bien, sin estar cerca de los que amamos. Tenemos tantas cosas y nunca las aprovecharnos para encontrarnos realmente con Dios.
Este Día es importante porque la liturgia precisamente nos invita a contemplar a estos hombres que vienen de Oriente, que han puesto todo lo que ellos conocen par descubrir a Dios, parea descubrir lo que realmente les da sentido a su vida, lo que realmente les puede ayudar a ser mejores personas. Y por ello dejan todo y se van en su búsqueda. La pregunta que hoy deberíamos hacernos es si realmente buscamos a Dios, si ponemos todos los medio posibles para encontrar a Dios o simplemente vamos por la vida sin encontrarle ningún sentido, si vamos por la vida solo aprovechando lo que tenemos para saciar alguna curiosidad, o para irla pasando, o para hacer cosas malas. Porque si esto es así nuestra vida carece de sentido, carece del verdadero encuentro con Dios.
Esta fiesta debe animarnos a ir descubriendo siempre la estrella de Dios que se eleva en nuestra vida, que siempre tratar de conducirnos hacia cosas realmente buenas, que realmente nos ayudan, y que nos hacen ser mejores. El problema es precisamente que a lo mejor nosotros no queremos hacer esto, a lo mejor lo que somos y tenemos nunca lo orientamos hacia Dios, y por ende todo queda en el absurdo.
Si Hoy celebramos esta fiesta, recordemos que también será un gran festejo para los niños pues es día de Reyes, pero que esto no se quede sólo en los juguetes y la algarabía, sino que les ayude para encontrase con Dios, que esto sirva precisamente para que ellos desde su pequeña infancia se encuentren con Dios
Que el Señor nos permita en esta fiesta poner todo en favor del encuentro con Dios. Que nuestra vida de fe realmente nos ayude a dar respuesta al sentido de nuestra historia y encontremos siempre a Dios.

1/1/10

Año nuevo, propósito nuevo

Meditación con motivo de la Solemnidad de Santa María Madre de Dios

Textos:
Números 6,22-27
Gálatas 4,4-7
San Lucas 2,16-21

Hoy iniciamos un año nuevo y curiosamente lo iniciamos con muchos propósitos, que van acompañados de buenos deseos. Si analizamos bien nuestros propósitos podernos descubrir precisamente que son cosas que nos hacen bien, cosas que nosotros sabemos que debemos cambiar para ser mejores personas, cosas que nosotros sabemos que necesitamos. Por lo general, los propósitos son cosas buenas que nos benefician. Sin embargo el problema no está en tener los buenos propósitos, sino en que nunca los cumplimos, y no los cumplimos porque en realidad no queremos cumplirlos. Desde que nos lo proponemos ya tenemos en mente que no lo vamos a cumplir porque la misma sociedad a así lo marca “los propósitos de año nuevo no se cumplen”, hasta en los medios de comunicación se incita a tener propósitos, y siempre los acompaña la frase tan trillada “aunque no los cumplimos”. Con esta mentalidad desde luego que nunca los podremos cumplir. Junto con esto los buenos propósitos siempre van acompañados por cosas que son a veces imposibles poder hacerlas de momentos, o son cosas absurdas, o bien son una cantidad inmensa de propósitos, manera que es imposible cumplirlos.
El día de hoy la iglesia comienza este nuevo año con la fiesta de María, Madre de Dios. Y comienza con esto porque quiere precisamente que la figura de la Virgen sirva de modelo para cada uno de nosotros, ya para que la tomemos como modelo y sigamos por el camino que requerimos para tener un buen año. Un año acompañado por la presencia de Dios.
El texto del evangelio nos demuestra como la virgen se queda contemplando el misterio de este niño, de Dios que se hace hombre por nosotros, el misterio quela lleva a descubrir que en ese niño están cumplidas todas las promesas del Antiguo Testamento. Para ello el texto nos dice: «Conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón.» De alguna manera María es esta contemplativa del misterio y precisamente al iniciar el año la liturgia quiere que tomemos su actitud, contemplar el misterio de Dios, iniciar el año y ver a Dios. El problema está que muchas veces iniciamos el año y no vemos a Dios con notros, no descubrimos que Dios es quien nos ha dado la oportunidad de iniciar con vida un año más, no nos damos la oportunidad de agradecerle al Señor todo lo que hace por nosotros. Iniciar un año es contemplar a Dios.
Muchas veces nuestros buenos propósitos no se cumplen porque efectivamente no queremos cumplirlos o porque no queremos iniciar una verdadero cambio, pero sobre todo porque son cosas pasajeras, son cosas sin sentido, y porque creemos que queremos que Dios nos ayude a iniciar ese cambio. La Virgen María al ser la Madre de Dios recibió una extraordinaria vocación, pero que no contaba solo con sus fuerzas, sino que necesitaba de la ayuda de Dios, y logró hacerlo, y estar al pie de la cruz, pero no porque ella fuera extraordinaria, sino porque dejo que la fuerza de Dios entrara en ella y la hiciese extraordinaria.
Nosotros muchas veces queremos cambiar nuestro carácter, o queremos ser mejores estudiantes, o ser más pacientes, pero no creemos que podamos hacerlo, o peor aún no confiamos en que Dios puede ayudarnos a ser mejores, o simplemente hacemos propósitos que sean absurdos como ir al mundial, ir a fiestas, para que según nosostros los cumplamos, pero en realidad no nos hacemos mejores personas.
Hoy iniciamos un año y creo que hay muchas expectativas, muchos propósitos, pero creo que hoy podríamos iniciarlo un propósito: “acercarnos más a Dios”, dejar que él sea nuestra luz y nuestra fuerza. Creo que ese es realmente un propósito de año Nuevo., que puede hacer que otros propósitos se vayan cumpliendo, haciendo de nosotros mejores personas.
Es momento de parecernos a la Virgen María y contemplar el misterio de Dios y de descubrir que no voy solo/a por el camino de la vida, que Dios me acompaña, que Dios no me deja en ningún momento y que siempre me ayuda para ser mejor persona. Este debe de ser nuestro mejor proyecto de vida para comenzar un año nuevo, dejar que sea Dios que nos guíe y haga de nosotros mejores personas.
Y cuando dejamos que él entre y nos guíe todo es distinto, todo es diferente, así como los pastores dejaron que Dios los transformara: «Los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido.» Así nosotros debemos salir transformados y anunciar que el cambio y una vida nueva es posible con la ayuda de Dios. Y pare ello sigamos contemplando a ejemplo de María el misterio de Dios en medio de nosotros, sólo así iniciaremos un buen año, pues Dios está con ostros y nos guía.