29/5/10

«Mi delicia es estar con los hijos de los hombres...»

Meditación con motivo de la Solemnidad de la Santísima Trinidad
Ciclo /C/

Textos:
Proverbios 8,22-31
Salmo 8,4-5.6-7.8-9
Romanos 5,1-5
San Juan 16,12-15


El misterio de la Trinidad es uno de los grandes fundamentos de nuestra fe. Esta verdad de fe es fundamental y es única dentro de la historia de la Religiones, e incluso de las monoteísticas pues siempre se ha hablado de un Dios, pero no de un Dios Trino. Es una verdad que se ha ido desvelando desde los primeros siglos del cristianismo, en donde se reflexiona sobre la divinidad de Cristo, y a su vez del Espíritu develándonos e este misterio Trinitario de un solo Dios en tres personas.
Sin embargo este misterio Trinitario parece pertenecer al mundo de lo intelectual, del proponer cosas nuevas a nivel intelectual, y muy raramente tendría algo que ver con el hombre. Sin embargo no es así, el misterio Trinitario está en estrecha relación con el hombre y la primera lectura parece llevarnos a una dirección fundamental del misterio trinitario, nos dice que la Sabiduría ya existía desde los inicios, ya existía desde los cimentos de la historia. Marcando así una tipología del Hijo, marcando que Dios no es solitario, ha estado esa Sabiduría desde los inicios. Ya hay una idea de esta presencia de un Dios Trino con la Sabiduría, que está junto a Dios como asistente, como "arquitecto" y que se interrelaciona con esta creación. Esto demuestra que la creación no es obra de una sola mente, no es algo individual, sino es parte de un misterio comunitario que hoy en día podemos llamar “Trinidad”.
Esto puede acercarnos al valor de la vida Trinitaria en nuestra historia, en nuestra vida. Parece que este texto no sólo da el anuncio del Misterio Trinitario, sino que da una enseñanza acerca del misterio Trinitario e nuestra vida. Y podemos ver dos aspectos de este misterio Trinitario en nosotros.
En primer lugar, él sabe todo. Él es quien nos conoce. Misterio Trinitario es un misterio de amor y todo lo ha creado por amor. Pero nos conoce, y lo marca el texto diciendo que él está cuando dice: «Antes que fueran cimentadas las montañas, antes que las colinas, yo nací, cuando él no había hecho aún la tierra ni los espacios ni los primeros elementos del mundo. Cuando él afianzaba el cielo, yo estaba allí; cuando trazaba el horizonte sobre el océano, cuando condensaba las nubes en lo alto, cuando infundía poder a las fuentes del océano, cuando fijaba su límite al mar para que las aguas no transgredieran sus bordes, cuando afirmaba los cimientos de la tierra
Con esto manifiesta que conoce todo, que no hay nada que no lo conozca. Conoce los cimientos de la creación, conoce el fundamento de la realidad. Todo tiene un sentido, y Dios lo sabe, pues conoce la razón de todo. No oculta nada, todo lo conoce y sabe cómo funciona. Si él conoce el origen y fin de la creación, conoce aún más el sentido y fundamento de nuestra vida.
Dios está ante de todo, el nos conoce, sabe la razón de nuestros sufrimientos, nuestras caídas, nuestras debilidades, nuestros dones y carismas. Él nos creo sabe de lo que somos capaces, conoce de nuestros límites. Él nos creo y nos conoce profundamente. Podemos engañar a muchos, podemos decir que no fallamos, podemos decir que no somos buenos, pero finalmente hay alguien que lo sabe todo, porque sabe cómo hemos sido creados.
De esta manera el misterio de la Trinidad nos lleva al misterio de la creación, y sobre todo al misterio de nuestra creación. Es la invitación a contemplar la grandeza de Dios en mi vida. Reconocer que soy grande, que soy una creación perfecta a los ojos de Dios. El misterio Trinitario me lleva a reconocer que Dios lo creo todo con su fuerza, pero lo creo en un sentido de amor, y en su sentido de comunión. Nosotros somos ese misterio de comunión, pues somos su imagen. Somos una imagen de amor, y él nos conoce plenamente.
La Trinidad nos lleva a descubrir que no estamos solos en el camino e la vida, sino que Dios está siempre con nosotros, pues nos conoce, y sabe todo de nosotros. Es como si dijese- parafraseando un poco el texto de Proverbios- : “Antes de que fueras creado yo te conozco, antes de que pisaras y fueras cimentado en la historia ya sabía quién eras, sabía cómo estarías cimentado en la vida; no existía nada cuando ya te tenía proyectado con una misión en la vida, un llamado al amor; No había ni dificultades, ni problemas y sabía tus límites, que te ayudarían acrecer y saber quién eres, que te ayudarían a saber qué camino abráis de seguir en la vida; No había cosas grandes, ni buenas, pero ya sabía quién eras tú, sabía de lo que serías capaz, de los retos que podrías afrontar y salir adelante, de tus dones y carismas.” En otras palabras así como Dios conoce los fundamentos del universo entero, conoce nuestros fundamentos.
En segundo lugar nos demuestra que es un Dios que le gusta interrelacionares con nosotros. No es él arquitecto “teísta” que crea y nos tira a nuestra suerte, sino es el arquitecto que nos ama y quiere relacionarse con nosotros. Nos dice el texto de Proverbios «Recreándome sobre la faz de la tierra, y mi delicia era estar con los hijos de los hombres.» Con esta frase nos habla de cómo le complace habitar en medio de los seres humanos. Es un Dios que nos ama y quiere interrelacionarse con nosotros. Se recrea en la tierra, en otras palabras ama su creación, le maravilla contemplarla. Cuando uno se recrea con algo implica que a la visita es algo hermoso. Nos ama, Dios nos ama nos ha creado con amor, y no hay cosa mejor que recrearse con nosotros. Pero recrearse implica también interactuar, pus le gusta estar en medio de esta creación, complementando, salvando, redimiendo. Y así surge una historia de salvación en donde Dios camina con el hombre para mostrar la grandeza de su amor. Por ello aclara que su delicia es estar en medio de los hijos de los hombres. Hablar de Trinidad es hablar de cercanía de Dios. La Trinidad no es sólo lejanía o abstracción de lo real, al contrario, es cercanía con Dios.
Y esto se ve reforzado por el mismo Salmo 8: «¿Qué es el hombre para que pienses en él, el ser humano para que lo cuides?» En donde el Salmista manifiesta con una pregunta dos realidades, por un lado busca la respuesta al ver lo valioso que es el hombre, se pregunta quién pude ser el hombre para que Dios esté atento a sus necesidades; pero al mismo tiempo lo dice en todo de admiración, marcando la realidad, somos tan especiales que Dios se fija en nosotros, no sabemos cómo es posible, pero así es. Con esta frase parece quedar especificado lo que la primera lectura ya nos marcaba, Dios está maravillado con nosotros. Y así como el Salmista lo marca, hoy debemos hacer estas palabras como nuestra oración, al ver que él nos conoce y nos busca para estar con nosotros, pues somos lo más grande a sus ojos.
Este texto nos enseña que el misterio Trinitario no es sólo una cosa que implica divagar con proposiciones y tesis teológicas de latos vuelos. La Trinidad no puede quedar sólo en puras hipótesis mentales, puesto que eso no sirve en realidad. El misterio Trinitario debe descender a la vida del hombre, debe remitir necesariamente a la historia del hombre. Si el misterio de Dios no desciende a la realidad del hombre e un misterio inútil, pues no dice nada a nuestra realidad.
El misterio Trinitario debe llevar a confrontarnos y a entendernos más profundamente. Y la misma Liturgia nos lo indica, pues al escuchar esta primera lectura descubrimos que ya desde el Antiguo Testamento hay luces del misterio Trinitario, pero en relación a la creación, en relación al hombre, puesto que desde esta relación es posible hablar del misterio Trinitario.
El misterio del Dios uno y Trino, nos lleva a reconocer que es un misterio de amor, que desciende en una creación, que tiende en nuestra creación. Un Dios que nos crea con limites, y grandezas, pero que finalmente la mayor grandeza es que le pertenecemos a él, que él es quien nos ha dado todo, nos conoce y nunca nos deja solos, pues interviene y le gusta intervenir con nosotros para salvarnos y ser compañero de nuestro camino.
Qué al contemplar el misterio de la Trinidad nos contemplemos y veamos que somos imagen de este Dios que nos da todo, y que él nos ha creado, nos conoce y que no vamos solos en medio de la historia.

23/5/10

«Una fuerte ráfaga de viento…»

Meditación con motivo de la solemnidad de Pentecostés
Ciclo /C/

Textos:
Hechos 2,1-11
1 Corintios 12,3-7.12-13
San Juan 20,19-23

El acontecimiento de la resurrección debe llevarnos a vivirlo contantemente en nuestra vida, sin embargo el problema es que ese acontecimiento difícilmente desciende a nuestra vida, pareciera que se queda en algo externo o festivo, o simplemente que debemos creer sin que repercuta necesariamente en nuestra vida. Pareciera que no es posible hacer nada con ese acontecimiento que se distancia totalmente de todo. Sin embargo no es así pues el acontecimiento pascual está llamado a actualizarse, y no se actualiza sólo porque el hombre se esfuerce, o sea él quien tenga que vivir de tal modo que se haga vivo y latente. No. No es así. El acontecimiento pascual es posible en la vida del hombre, porque sé hace actual y presente con el acontecimiento de Pentecostés.
Pentecostés no es una fiesta distinta a la pascua, sino que es parte de este tiempo, es la conclusión de este tiempo, precisamente para invitar al creyente a reconocer una vez que ha profundizado en el misterio de la resurrección, ha reconocer que ese misterio meditado durante estos cincuenta días es posible vivirlo y hacerlo realidad por la fuerza del Espíritu, por el acontecimiento de Pentecostés. De este modo lo meditado, es invitado a hacerlo vida en medio de nosotros.
¿Pero cómo actúa el Espíritu? El texto de la primera lectura puede darnos tres elementos vitales. El primero de ellos lo descubrimos al escuchar: «De pronto, vino del cielo…» Nos presenta la actuación de Dios de modo repentino, no nos dice que haya hecho una cita, o que estuvieran preparados para recibir a Dios. Simplemente Dios actúa de modo inesperado, lo importante es saber esto, que nunca podemos descartar la acción de Dios en nuestra vida, el viene constantemente a nosotros, y nunca nos deja. El acontecimiento de la resurrección por lo tanto es posible vivirlo pero desde la óptica de Dios, y saber que Dios llega de modo inesperado. Ante todo la fuerza de Dios en nuestra vida no tiene calendarización, sino que Dios viene y actúa repentinamente, él sabe cuándo es el momento preciso. Lo importante es saber que él actúa y sabe cómo y cuándo. De ahí que debemos permanecer vigilantes y descubrir su actuar en medio de nosotros.
En segundo lugar nos dice el texto: «… semejante a una fuerte ráfaga de viento…» La imagen que el texto nos presenta es de un fuerte viento, de un aire portentoso, una especie de viento huracanado. Quiere decir que el Espíritu Santo es una fuerza huracanada, que es capaz de abrir todo. Los discípulos estaban en oración, encerrados, pero la vivencia de la Pascua no es eso, no se puede limitar simplemente a eso, a estar encerrados como si nada sucediera. La Pascua es salida, encuentro, anuncio. Por esta razón Viene la presencia de Dios, viene el Espíritu y abre todo, comienza a llenar el cenáculo con la fuerza del Espíritu Santo.
La experiencia de Pentecostés abre los corazones de los hombres, los hace salir de sí mismos de su envidia, de su mentira, de su apatía, de su indiferencia, de su tristeza. Eso es Pentecostés, es Salida, apertura, es permitir que Dios entre en la vida del hombre. Si lo meditamos bien siempre vivimos encerrados en alguna situación, en algún vicio, en algún pecado. Cuantas veces estamos encerrados en nuestra indiferencia con los demás, no me importa ni me interesa lo que al otro le suceda. O bien vivimos encerrados en nuestra opinión y no creemos que los demás pueden decirnos algo, que podemos cambiar de parecer, al contrario nos encerramos y creemos que sólo nosotros tenemos la razón y la medida de todas las cosas. O simplemente vamos encerrándonos en nuestro pecado de envidia, de rencor y no permitimos precisamente que Dios nos saque de esta situación.
La Pascua es anuncio, es dar a conocer la experiencia del resucitado a todos, sin embargo esto no es posible con nuestras fuerzas, sólo es posible con la fuerza de Dios. Pero curiosamente debemos dejar que sea la fuerza de Dios la que entre e inicie un cambio en nosotros para que ese anuncio sea veraz, sea pleno. No es posible el anuncio del evangelio, y de la resurrección, si estamos totalmente encerrados en nuestra historia, con nuestra tristeza, con nuestra destrucción, con nuestro pecado. EL anuncio de Pascua se hace presente en la medida en la que dejamos que entre el Espíritu y nos haga salir de nuestras cerrazones.
Pentecostés es el recordatorio de que estamos llamados a anunciar el mensaje de la Pascua con la fuerza que viene de Dios. Pero es al mismo tiempo el compromiso que debemos hacer para dejar que Dios entre en nosotros, y para dejar que abra nuestras vidas, que nos saque de nuestros encierros. En el texto de la primera lectura escuchamos como después de que el Espíritu entra y se posa sobre ellos, salen para anunciar con fuerza y valentía el mensaje Pascual. Pero curiosamente es después de la entrada del Espíritu, es después de que ha entrado el Espíritu y ha abierto, no sólo las puertas del cenáculo, sino sus vidas, sus corazones, para que de este modo anuncien el mensaje de Cristo resucitado.
De igual manera somos hoy nosotros invitados a esta realidad, a permitir que se abran las puertas cerradas de nuestra vida y así comenzar a descubrir que el cambio es posible y que se puede iniciar una vida nueva, dando así un testimonio de vida, como fruto de la Pascua. Puesto que, el anuncio del misterio pascual no sólo se queda en las palabras, sino en la vida, y ello se logra con el testimonio, para lo cual se necesita que entre la fuerza del Espíritu y transforme nuestros corazones.
Una vez que Dios se aparece de improviso, y abre todo, deja su fuerza: «Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego…» Las lenguas de fuego son esa experiencia de Dios, su fuerza que da para hablar y dar testimonio del misterio pascual en todos los ambientes. Dios viene y nos da esa valentía para ser testimonio vivo de su evangelio y misterio Pascual. Ese fuego que invade nuestras vidas para transformar nuestro entorno, el fuego de la verdad, del amor, del perdón. El fuego del testimonio veraz en medio del mundo.
Hoy terminamos el tiempo pascual, pero no porque finalice y debamos esperar otro año para meditar más sobre esto, sino que finaliza con esta fiesta para lanzarnos ala misión, de ser testigos de Dios, testigos de la resurrección en un mundo tan lastimado y herido, tan abrumado y molestado, tan decaído y devaluado, anunciando una promesa, una vida, un amor que no acaba y que es capaz de dar sentido a las inquietudes más hondas del corazón humano. Termina para que el misterio que contemplamos por cincuenta días, sea la fuente que nos alimente y seamos capaces de anunciar que Cristo vive, una misión acompañada y guiada por la fuerza del Espíritu que quiere hoy abrir nuestros corazones.

22/5/10

«…Tú sígueme»

Meditación con motivo del Sábado VII del tiempo de Pascua

Textos:
Hechos 28,16-20.30-31
San Juan 21,20-25

El acontecimiento de la resurrección ha marcado fuertemente a los discípulos, y ello conlleva a anunciar a todos este mensaje. El libro de los hechos de los apóstoles tiene como objeto mostrar este acontecimiento, demostrar cómo se va expandiendo el mensaje pascual una vez que Jesús ha resucitado y al mismo tiempo demuestra las características de todo misionero. Este mensaje debe darse a conocer a todo el mundo. De hecho el texto de la primera lectura nos coloca ante esto pues descubrimos precisamente al final del texto que todos son recibidos en casa de Pablo en medio de su arresto, poniendo de manifiesto que todos son invitados a recibir este mensaje de salvación, sin excluir a ninguno.
Por lo tanto, hablar de Pascua es hablar de misión. La Pascua debe de ser esa capacidad de ir a anunciar a todos este mensaje de salvación a todos, para que sean capaces de conocer este gran mensaje. Quiere decir que la pascua no se puede entender sin misión. De nada sirve saber que Jesús ha resucitado, si ese mensaje no se trasmite y se vuelve en generador de esperanza en medio de los hombres. No se puede entender la Pascua sin este anuncio, sin la capacidad de ser misionero en medio de la historia.
Una de las dificultades es precisamente no tomar en cuenta este objetivo del acontecimiento pascual. Generalmente al hablar de misión, de envío, de dar a conocer el acontecimiento pascual, lo solemos delegar a unos cuantos. Por ejemplo uno puede decir eso le toca a los padres y religiosas, pero a su tiempo pueden decir esto, eso es una misión de los laicos. Y así comenzamos a delegar esta responsabilidad entre unos y otros, nos interesa saber que va a pasar con tal persona, o ver si ella lo puede hacer, pero no vemos realmente lo que nos compete.
El problema es que delegamos y esperamos que otros hagan lo que nos corresponde, y no vemos lo que realmente debemos hacer nosotros, podemos decir que el otro no ayuda, que no apoya, que no dice; pero que hago yo, además de criticar y de juzgar a los demás. Si realmente estoy de lleno en lo que hago no queda tiempo para elucubrar y conocer qué cosa sucede con otros. Pero precisamente el problema es que no hacemos lo que nos toca, nos preocupamos por otros y finalmente no seguimos el proyecto que Jesús nos delega.
El evangelio de hoy parece colocarnos en esta realidad de frente a la resurrección, pues una vez que Jesús se ha aparecido y encomienda la misión a Pedro, curiosamente él se enfoca en otra cosa. El texto nos dice: «Cuando Pedro lo vio, preguntó a Jesús: "Señor, ¿y qué será de este?". Jesús le respondió: "Si yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿A ti qué? Tú sígueme."» Podemos detenernos en una línea de interpretación y ver aquí como Pedro se centra n la figura del discípulo amado, sólo le interesa su misión, y justo hace esa pregunta después de que Jesús le ha encomendado pastorear a las ovejas, como lo escuchábamos ayer. Pero Jesús lo reprende fuertemente, y le manifiesta que lo que le suceda al discípulo no es de su incumbencia, sino que él debe de centrarse en lo que le toca, por ello termina diciendo “Tú sígueme”, en otras palabras ‘haz lo que te toca, tu misión, no te metas en otras cosas’.
Este evangelio nos enseña entonces que efectivamente no debemos de ver que hacen otros, sino que es lo que yo hago, cómo cumplo mi misión, y si me meto en lo que no me corresponde, cambiar la dirección y ver como respondo al proyecto del Señor, ver qué cosas hago para hacerlo presente en los diversos ambientes en los cuales me desenvuelvo.
Muchos de los problemas en la Iglesia se dan precisamente por eso, porque queremos saber qué o como hacen los demás, en lugar de ver qué cosas hago yo y cómo llevo mi vida. Lo importante es escuchar a Jesús “Tú sígueme.” Dejemos de ver otras cosas y sigamos el proyecto y la misión que él nos dejó, de lo contario, ni ayudamos y sólo vamos entorpeciendo el caminar de la comunidad
Estamos por terminar el tiempo de Pascua, mañana celebraremos Pentecostés, el don del Espíritu, es decir la fuerza que da todo lo necesario para vivir la misión de anunciar este acontecimiento. Pero deberíamos de reconocer hasta que punto realmente nosotros somos portadores de este mensaje, con nuestra vida, con nuestra forma de ser. Al terminar este tiempo debemos evaluar y reconocer hasta que punto realmente hemos dejado que el acontecimiento pascual permeé nuestra historia, y hasta qué punto somos heraldos y portadores de este mensaje. No es posible vivir la pascua si no tomemos en serio, sin delegar a los demás nuestra misión evangelizadora en medio de la historia, dando a conocer que Cristo resucitó.

21/5/10

Pascua: «Extender tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras»

Meditación con motivo del Viernes VII de Pascua
Textos:
Hechos 25,13-21
San Juan 21,15-19

Antes de terminar con la fiesta de Pascua podría surgir una pregunta vital para la identidad de todo cristiano: ¿Cuál es el sentido de la resurrección? ¿Por qué Jesús resucita? Cierto, resucita porque así vence a la muerte, pero finalmente ¿por qué la vida de Jesús tiende a este acontecimiento? Podemos decir que la vida de Jesús es una total obediencia hacia el Padre, vive obedeciendo al Padre, toda su vida, su ministerio es precisamente un dirigirse hacia la voluntad del Padre. Si resucita implica que ha cumplido la voluntad del Padre, dentro de la mentalidad judía cuando un hombre muere de manera tan ignominiosa como Jesús, -puesto que la cruz sólo es un castigo para los auténticos bandidos y rebeldes-, quiere decir que es un hombre maldito, que está condenado que Dios le ha dado su escarmiento, pero si después de esto resucita, tiene la vida, quiere decir que Dios lo ha “premiado” que su estilo de vida, va de acuerdo a la voluntad de Dios, y que si ha muerto de ese modo se debe a que son los hombres los que no han entendido el proyecto de Dios, pero Jesús sí que lo ha entendido. La resurrección se vuelve entonces en la afirmación del Padre, hacia la misión de Jesús. Es una misión que va en consonancia con lo que Dios quiere. Es como si Dios dijese: ’Estoy de acuerdo con todo lo que Jesús hizo’.
Esto se vuelve en un modelo de obediencia hacia el Padre. Quiere decir que la Pascua debe de ser precisamente una invitación a cumplir la voluntad del Padre, como Jesús lo ha hecho. Sólo así es posible vivir la experiencia de la resurrección en plenitud, y al mismo tiempo es la experiencia de la resurrección la que nos capacita para vencer el mal y acercarnos a la voluntad de Dios.
Ser discípulos de Jesús implica ir madurando la experiencia de la resurrección en nuestra vida, es el ir asimilándolo gradualmente, permitir que la fuerza de la resurrección se haga presente en cada uno de nosotros. Sólo en la medida en la que maduramos esta experiencia nos vamos haciendo discípulos auténticos de Jesús. Sin embargo este camino de madurez no es sencillo, implica esfuerzo, superación, constancia, empeño. No es fácil vivir esta experiencia del discipulado, pues pecamos, somos frágiles, nos equivocamos, caemos. Pero lo importante es precisamente que seamos capaces de ser constantes y seguir adelante madurando y superando las vicisitudes de la vida.
Sobre esto nos habla el evangelio del día de hoy, vemos a un Pedro que se encuentra con el resucitado, y lo descubrimos en su fragilidad, reconociendo delante de Jesús que no lo ama, que él ha fallado, que lo traicionó, y sin embargo Jesús sigue teniendo confianza en él, lo perdona y el da una misión. Y sobre todo le augura que a partir de ahora será un hombre nuevo, donde la experiencia de la resurrección será la fuente de donde él se alimente, será la fuerza que lo empuje a seguir adelante en su vida: «Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras
Con estas palabras Jesús le habla a Pedro acerca de su identidad como discípulo, en un momento el hacía e iba a donde quería, pero llegará el momento en el que será n otros los criterios, ciertamente Pedro lo ha negado, ha dicho y hecho lo que quiso, es parte de su caminar vocacional, es parte de su propia identidad. Pero llega el momento en el que sus criterios sean otros, sean los de Cristo, los de su Palabra, los del evangelio. Lo llevará a donde no quiere, es decir, lo llevarán a hacer cosas que él no pensaba, porque finalmente es la fuerza de Dios la que lo lleva y ahora cosas que ni se imagina, pues su camino de discipulado le descubrirá nuevas cosas.
Celebrar cincuenta días de pascua es una invitación que la Iglesia nos hace para meditar y adentrarnos en el misterio de la resurrección, pero ello debe llevarnos a comprometernos a ser verdaderos discípulos de Jesús, testigos de la resurrección. Justo casi al finalizar este tiempo la Iglesia ¡nos coloca este texto para analizar si realmente hemos hecho que la Pascua sea un estilo de vida en nosotros , viendo y orientando todo hacia Jesús, o si realmente sólo nos quedamos haciendo lo que queremos, y caminando sólo a los que nos conviene, sin descubrir lo que la fuerza de la resurrección nos invita a cada uno de nosotros.

17/5/10

Dos años...

Meditacón con motivo del Lunes VII del tiempo de Pascua

Textos:
Hechos 19,1-8
San Juan 16,29-33


El día de hoy en el evangelio de san Juan se nos presenta el final de otro de los discursos de Jesús durante la última cena. Después de esto vendrá el capítulo 17 en donde se hablará de la llamad oración sacerdotal, donde pedirá por la comunidad creyente.
Pero el día de hoy nos topamos con este epílogo del discurso del capítulo 16 en donde los discípulos muy emocionados le dicen a Jesús: «Ahora conocemos que tú lo sabes todo y no hace falta hacerte preguntas. Por eso creemos que tú has salido de Dios.» Con esto tratan de dar a entienden que ellos entienden de todo, saben quién es Jesús y ya nada los sorprende, pero inmediatamente Jesús les llama la atención: «¿Ahora creen? Se acerca la hora, y ya ha llegado, en que ustedes se dispersarán cada uno por su lado, y me dejarán solo.» Jesús les da a entender que no saben nada, no conoce su misión, pues más adelante ellos que dicen creer todo, se van a escandalizar, se van a atemorizar y van a dejarlo solo.
Esto nos da una enseñanza, no basta con saber quién es Jesús, sino asimilar su mensaje y e entender que no es fácil de vivirlo.
Nosotros muchas veces somos como los apóstoles, decimos que ya lo conocemos, que entendemos el evangelio, que sabemos catecismo, pero no basta eso, pues de repente llegan las persecuciones, hay escándalos en la Iglesia, hay ataques contra el Papa, hay manifestaciones en la sociedad que atacan fuertemente la fe y a Dios mismo. Y ante eso nos escandalizamos, y decimos ‘¿Por qué lo per mite Dios?’ ‘¿Por qué a nosotros?’ Más aún cuando hacemos las cosas bien y vienen más ataques, porque nuestro trabajo bien hecho incomoda a los demás. No basta saber, no basta conocer, es necesario asimilarlo, y reconocer que exigencias hay con Jesús, y saber que vivir el evangelio trae persecuciones, así como serle infiel a ese mensaje.
Sin embargo Jesús dice al final una frase alentadora: «No tengan miedo, yo he vencido al mundo.» Y cuando habla del mundo se refiere a aquellas fuerzas del mal que destruyen al hombre, aquello que se opone al proyecto de Dios. Jesús les dice que no teman, que él ha vencido al mundo. Esto es cierto él lo ha vencido de una manera contundente por medio de la resurrección.
Esta frase debe de llenarnos de esperanza y de gozo, pues puede haber persecuciones, puede haber críticas, pero si realmente pongo lo que tengo de mi parte puedo vencer el mundo con la fuerza de la resurrección. Esta frase está cargada de esperanza, pero no en el sentido en el que nos sentemos a esperar haber si Jesús hace algo, sino que debe de motivarnos a cambiar, como dice el Papa Benedicto en su encíclica sobre la esperanza, que la esperanza no sólo es informativa, sino prefomativa, es decir, no sólo nos avisa o da el anuncia de que hay esperanza, no sólo es el informe, sino que es preformativa, nos debe de modelar para cambiar para hacer algo y cambiar las estructura imperantes.Que estas palabras haga caer en cuenta de que no es fácil ser discípulo e Jesús pero que es posible serlo, con la fuerza que él nos da, así comprometernos y ser verdaderamente sus discípulos files, signo y testimonio de su resurrección.

16/5/10

Problema de visión

Meditación con motivo de la Ascensión del Señor

Textos:
Hechos 1,1-11
Efesios 1,17-23
San Lucas 24,46-53

El día de hoy celebramos la solemnidad de la Ascensión del Señor, esta fiesta nos presentan a Jesús subiendo a los cielos. Ante esta fiesta podrían surgir cantidad de incertidumbres, pues pareciera que Jesús sube a los cielos y deja solos a los discípulos, ya acabó su misión y se despide, pero no es así. Esta fiesta no es de despedida, es de Ascensión. Ascensión significa subir, asimilarla una nueva situación, no se limita simplemente a despedirse o estar en un nuevo lugar. Jesús no se va de viaje. Jesús entra en un nuevo estado, y eso es la Ascensión.
La ascensión no es otra cosa sino la capacidad de entrar en la medula del mundo del hombre de una nueva manera, es la capacidad de penetrar la vida del hombre en su raíz más profunda. Por lo tanto no es que Dios nos abandone, al contrario está sumamente cerca de nosotros desde una nueva perspectiva.
Esta idea es precisamente lo que nos presenta la primera lectura del día de hoy. Nos dice que Jesús una vez que da sus instrucciones a los discípulos se eleva y una nube lo cubre. ¿Por qué una nube? La nube dentro de la Escritura tiene un fuerte simbolismo. La nube es la presencia de Dios. Podemos recordar dos pasajes específicos. El primero de ellos lo vemos en el libro del Éxodo, en donde el pueblo que camina en medio del desierto es guiado por Dios que se hace presente con una nube. De este modo su caminar por el desierto es guiado por Dios. La nube de esta forma entra a formar parte de un símbolo de presencia. La nube es la presencia de Dios, es Dios que no deja solo a su pueblo y camina junto con él.
En segundo lugar tenemos el episodio en donde Salomón inaugura el Templo de Jerusalén. Y dice el texto que en ese momento una nube cubre todo el templo, marcando que en el templo está la presencia de Dios. Entrar al templo es entrar en contacto con Dios.
Podemos entender entonces que la nube es señal de esa presencia de Dios en medio de la historia. En este pasaje en concreto se dice que cubre a Jesús. ¿Por qué a Jesús? Porque con este acontecimiento Jesús no se ve, se queda, su presencia está en medio de nosotros, sólo que de una manera totalmente distinta.
La nube nos habla precisamente de su presencia, la ascensión es un nuevo estado en el que Jesús se queda con nosotros. Los discípulos al ver que se elevaba ven que la nube lo cubre. Pareciera que quieren verlo, que quieren buscarlo. Pero Jesús no se va, se queda de un modo distinto, el sigue presente en medio de nosotros, continúa activo. El problema es una situación de visión. Tenemos problemas de vita, pues queremos ver con nuestros ojos físicos a Jesús físicamente, pero para verlo, para descubrirlo hay que tener los ojos de la fe.
La fiesta de la ascensión es una llamada de atención para nosotros, pues Jesús ha resucitado, Jesús nos da la fuerza para vencer la muerte y el pecado, pero nosotros no lo vemos, no queremos ver precisamente sus efectos. Sólo nos limítanos a decir que no se puede, y queremos ver signos físicos, queremos ver físicamente a Jesús para creerle. Pero ahora Jesús sigue en medio de nosotros, y sólo lo podemos ver con los ojos de la fe, y descubrir que Jesús está en medio de nosotros.
Si abriéramos bien los ojos de la fe, veríamos que Jesús está en nuestra vida, y que es posible vencer nuestro pecado, descubriendo la cantidad de cosas que hay a nuestro alrededor que nos hacen posible esa realidad. Si abriéramos nuestros ojos descubriríamos que en el milagro de la vida está Jesús, que se hace presente en medio de nuestras dificultades con algún amigo o un consejo. Abrir los ojos significa descubrir que nos estamos solos. Que ahí está presente con la sonrisa de un niño, el abrazo de un amigo, el apoyo de tu pareja, basta de ver lo malo ve lo bueno en tu vida, abre los ojos.
El problema es que estamos ciegos, la nube nos impide ver a Jesús, y nos descubrimos que la nube es la manera por la cual él se hace presente. Dejamos que los problemas, de las crisis, de las incomprensiones, no cieguen y digamos que estamos solos que él no está. Nos encanta detenernos a ver solo lo malo de la vida y no ver las cosas buenas. Ese es el problema, un problema de visión.
La fiesta de la ascensión es precisamente eso, la capacidad de ver a Jesús en nuestra vida, de abrir nuestros ojos y descubrir todo lo bueno que hay en nuestra vida y no sólo lamentarnos, sino ver lo positivo en ella. Dios está en medio de nosotros. Así como esos dos hombres de blanco llaman la atención a los apóstoles, de igual modo hoy esta fiesta nos lanza está llamada de atención y descubrirnos “no estés sólo viendo al cielo, no te quedes con lo nebuloso, sino voltea Cristo vive y está en medio de ti”

14/5/10

«... desde el bautismo hasta el día de la ascensión...»

Meditación con motivo de la fiesta de san Matías

Textos:
Hechos 1,15-17.20-26
San Juan 15,9-17

Hoy celebramos la fiesta de san Matías. La primera lectura nos habla acerca de la elección de este apóstol como sustituto de Judas, que había traicionado. Este acto es simbólicamente importante, puesto que dentro del pensamiento de san Lucas, trata de manifestar sobre todo que es importante que se complete el número doce, puesto que este número juega un papel importante dentro del simbolismo bíblico.
El doce representa el pueblo de Dios. Recordemos como en el Antiguo Testamento se elige simbólicamente doce tribus. De este modo el doce comienza a ser un signo del pueblo de Dios. Cada vez que encontremos el número doce, nos habla de esta realidad, nos habla de la importancia de ser elegidos por Dios, de ser una comunidad, de pertenecer a una Alianza. Jesús de modo simbólico al iniciar su ministerio escogió doce apóstoles para indicar que inicia un nuevo pueblo, una nueva comunidad mesiánica.
Sin embargo en esta comunidad hay uno que ha muerto como consecuencia de su traición. No quiere decir que uno sea el traidor, pues como hemos meditado en otras ocasiones, todos en un momento determinado traicionaron a Jesús. Sin embargo, hay uno que se encontró al borde de la angustia y al captar realmente lo que había hecho se suicido. Ahora deciden completar el número y volver a colocar el número doce, para mostrar que son la nueva comunidad.
Pero detengámonos en una cosa muy singular. Se colocan una serie de condiciones para marcar quien puede pertenecer al grupo de los Doce: «Es necesario que uno de los que han estado en nuestra compañía durante todo el tiempo que el Señor Jesús permaneció con nosotros, desde el bautismo de Juan hasta el día de la ascensión, sea constituido junto con nosotros testigo de su resurrección.» Se habla que el sucesor debe haber estado con ellos, en cuanto que estuvo en contacto con Jesús.
San Matías seguramente era conocido por los apóstoles, incluso seguramente tenía un trato de amistad con ellos, sin embargo no dicen que lo elijan porque era su amigo. No dicen “elijamos a uno que estuvo con nosotros”, o “a uno con el que nos llevemos bien”. Ese no es el criterio para ser apóstoles, sino que el criterio, es sobre todo que estuviesen con Jesús desde el misterio de Juan bautista hasta su ascensión. Manifestando así que ha vivido el misterio de Jesucristo. Si es elegido apóstol no es por su amistado con Pedro u otro de los apóstoles, sino por su amistad con Jesús, por la cercanía que tuvo con él.
Este pasaje nos da una lección muy importante: Ser apóstol no es de conveniencias o de influencias, sino de cercanía y amistad con Jesús. Lamentablemente en varios rubros de la vida eclesiástica estamos marcados por las influencias, los compadrazgos, las amistades, y muchas veces dejamos de lado la amistad con Jesús al escoger un cargo de servicio dentro de la comunidad. Cuantas veces se elige a un coordinador, sólo porque es el que tiene dinero, o bien porque se lleva bien con un padre, o tiene influencias con alguna autoridad o es amigo de algún coordinador. Y curiosamente lo eligen así, pero puede ser que no tenga ninguna relación de amistad con Jesús.
Cuantas veces creemos precisamente que ser apóstol se reduce a una situación de influencia o de poder, pero muy raramente pensamos en la relación con Jesús. Y ante eso podemos decir que son coordinadores, líderes, pertenecientes a un grupo; pero no son realmente apóstoles, no son enviados por Dios. Y no lo son precisamente porque no son amigos de Jesús.
Matías no es apóstol por un tráfico de influencias, o porque era el consentido de los apóstoles, o muy simpático. Sino que es un hombre que conoció a Jesús, es un hombre que se encontró con él y por lo tanto podía trasmitirlo.
Ser apóstol es precisamente ser amigo de Jesús, para darlo a conocer. No basta con dar dinero, o comparar materiales, hacer donativos sustanciosos, quedar bien con alguna autoridad, meterse en políticas sucias. Ser apóstol es cosa de experiencia, lo demás es sólo parte de una burocracia eclesiástica que no sirve para nada.
Cada domingo hacemos nuestra profesión de fe, por medio del rezo del Credo, y en él reconocemos que la Iglesia es apostólica, es decir que somos llamados a ser apóstoles, es decir enviados. El ser apóstoles es una misión para cada uno de nosotros desde nuestro bautismo. Y si somos enviados por Jesús, implica que siempre somos invitados a reconocer que debemos estar cerca de Jesús y tener una relación de amistad con él. De parte de Jesús siempre somos sus amigos como lo dice hoy en el evangelio, sin embargo deberíamos preguntarnos que tan en serio nos tomamos nosotros esa amistad con él. Porque en la medida en la que tengamos esa amistad, es encuentro personal con él y estemos llenos de su fuerza, seremos realmente sus apóstoles. No basta con venir cada domingo a misa, no basta hacer una oración, no basta tener un cargo eclesiástico, no basta decir que tengo un servicio en la parroquia, no basta decir que voy a un curso de biblia o de doctrina cristiana. Ser apóstol requiere el encuentro con él, el conocerlo más, no sólo intelectualmente, sino vivencialmente, reconocer su actuar, y llenarnos de una experiencia de fe. Sólo con una verdadera experiencia de Jesús podemos llamarnos apóstoles.
Que en esta fiesta de San Matías reconozcamos que cosas hacemos y que debemos dejar de hacer para ser realmente apóstoles, no de palabra, sino de corazón.

10/5/10

Día de las Madres

Meditación con motivo del lunes VI de Pascua

Textos:
Hechos de los Apóstoles 16,11-15
San Juan 15,26-27.16,1-4


El día de hoy el texto del evangelio nos coloca en medio de los discursos de la última cena, en donde Jesús se despide. Durante estos discursos Jesús deja una gran herencia espiritual dando diversos puntos a la reflexión. Entre los diversos temas que podemos encontrar es el anuncio del Paráclito, del Espíritu Santo sobre la comunidad creyente. El día de hoy escuchamos la tercera vez que Jesús habla acerca de este tema.
«Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí. Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio.» Podemos descubrir como Jesús promete la presencia del Espíritu como motor y fuerza que capacita para ser Testigo. El Espíritu es enviado a los discípulos, para que den testimonio de Jesús en sus corazones. De ahí viene el testimonio de los discípulos, que va dirigido hacia el mundo, para que tanto ellos como el mundo, acojan la Palabra y afiancen la fe.
Con esta idea podemos muy bien descubrir que todos nosotros estamos llamados a dar testimonio de Jesús en medio de nuestros ambientes, y no lo hacemos sólo con nuestras fuerzas, sino con la fuerza del Espíritu.
Y justo este evangelio parece iluminar uno de los testimonios más extraordinarios que se pueden hacer sobre Cristo en la tierra: La maternidad.
Las mamás son precisamente un testimonio del amor de Dios en medio de nosotros, pues todas sus atenciones, sus consejos, sus desvelos, sus ayudas, no son otra cosa, sino un testimonio de Cristo, del amor de Dios en medio el mundo. Y desde luego que ese testimonio no se hace sólo por la fuerza humana, sino que seguramente es el Espíritu Santo que las capacita para darse a sí mismas, y ser ese testimonio de amor en medio del mundo. La felicitamos porque de un modo u otro permiten que la fuerza del Espíritu entre para que les de esa fuerza para ser testimonio de amor en medio de los suyos.
Ese testimonio de amor lo demuestran con su paciencia de todos los días, enseñando algo nuevo a sus hijos, tendiéndoles la mano para que aprendan a caminar o a escribir, ese testimonio de amor que las hace estar despiertas esperando que los hijos regrese en la noche, ese testimonio que les hace estar tantas a todo lo necesario en la casa. Esa presencia del Espíritu que las hace intuir lo que anda mal cono uno de sus hijos, y tratan de ayudarlos: Esa fuerza del Espíritu que les hace levantarse y hacer cantidad de cosas para seguir adelante, y poner en orden todo. Esa fuerza que les hace ser más sensibles y perceptibles a la vida, que son capaces de tener un bebe en su vientre por más de nueve meses, y continuar con su vida.
Son tantas y tantas cosas por las que hoy le agradecemos a nuestras mamás, y las felicitamos, y les damos gracias por todo. Gracias por ser como son, gracias por ser presencia de Dios en medio de la familia. Gracias por ser receptáculo del Espíritu que las llena, las ilumina y las fortalece para ser verdadero testimonio de amor.
Gracias por ese testimonio tan grande de amor y vida. Y Por qué no también decirles hoy perdón por todas las veces que les fallamos, que no las comprendemos, que no les tenemos paciencia, que no las tomamos en cuenta, perdón.
Que el Señor Jesús Siga fortaleciendo a nuestras mamás, y a nosotros nos de la capacidad de amarlas y respetarlas siempre, no sólo en este día, sino siempre.


FELICIDADES A TODAS LAS MAMÁS!!!!

8/5/10

«Mi paz les dejo, mi les doy»

Meditación con motivo del VI Domingo de pascua
Ciclo /C/


Textos:
Hechos 15,1-2.22-29
Apocalipsis 21,10-14.22-23
San Juan 14,23-29

Hoy en día vemos que todos los campos de la sociedad están fuertemente afectados, de manera que pareciera que se sumerge en una sombra de desamparo y desánimo. Y muchas veces podríamos decir: ‘¿Para qué seguir si todo es un problema?’, ‘Todo está perdido’. Hoy en día vemos como la Iglesia es perseguida a causa de diversas acusaciones de pederastia, vemos una Iglesia frágil y débil, vemos como atacan a los altos jerarcas de la Iglesia. Podemos contemplar impávidos como a figura del Papa que en algún otro momento era intocable y admirada, hoy está siendo causa de ataques, de violencia, de críticas, de juicios. Cierto que hay fallas, hay errores, pero pareciera que hay una fuerte campaña a nivel global para desacreditar a la Iglesia, pues señala cantidad de cosas, pero cuando sale a la luz tantas verdades, las olvidan y buscan nuevas maneras de confortar y desacreditar. Pareciera que la fe es hoy día un absurdo, no vale la pena creer, pues todo está sumergido en una corrupción terrible. ¿Cuál fe? ¿Cuál Iglesia? ¿Cuál Dios? La fe parece el gran absurdo, pues todo está descalificado.
Pero si volteamos a ver a la sociedad, a los gobiernos, descubrimos igualmente una gran desilusión. Partidos políticos que prometen cambios, pero finalmente los resultados son nulos, son deprimentes y mediocres. Descubrimos una clase política falsa, que roba, que no tiene ningún argumento veraz. Vemos una serie de abusos y de aprovecharse de los demás, para saciar sólo sus intereses. Vemos clases políticas que no se preocupan por nada ni por nadie, sólo les interesa estar en el poder, les interesa hacer cosas que llamen la tención, que mantengan a la gente asombrada sin abordar los verdaderos problemas de fondo y ayudar a quien lo necesita. Vemos abusos hacia los pequeños, a los necesitados, para que ellos sacien a sí mismos. Descubrimos una sociedad inmersa en la violencia, y un gobierno incapaz de enfrentarla. No hay en quien confiar, no hay un verdadero gobierno que ayude. Pareciera que estamos arrojados a nuestra suerte, no hay un verdadero gobierno que pueda dirigir y cobijar a la ciudadanía.
Si volteamos la mirada y contemplamos la economía podemos ver un sistema totalmente colapsado, países al borde de una guerra civil debido a esto. Vemos una economía precaria donde países enteros se van hacia una ruina definitiva y donde, como siempre los pobres son los más afectados por el incremento de precios. Vemos economías mundiales totalmente decrepitas, y como con un efecto dominó caen una tras de otra. Qué podríamos esperar de la economía que finalmente se va derrumbando y no da respuesta del camino para salir, a pesar de que los poderosos no se inmutan ante esas caídas brutales.
Si vemos la vida de la sociedad, descubrimos una sociedad totalmente desleal, envidiosa, egoísta, que sólo ve por sí misma ante las grandes desgracias que acontecen sobre ella y no se ve por donde salir. Vemos una sociedad que todo lo reduce al consumismo o a los vicios porque es la única salida para fugarse por un momento del dolor en el cual se vive. Una sociedad en algunos campos triste, dolidas por los golpes que viven. Qué esperar de la sociedad, que se siente adolorida, fugaz y golpeada. Pareciera que la vida en sociedad está fuertemente herida y no vale la pena seguir en ella, es mejor fugarse, es mejor desaparecer y no seguir adelante.
Ante toda esta panorámica uno podría caer en una gran desilusión, en una grande desesperanza. Pareciera que ya nada tiene sentido, ni la vida de fe, ni la sociedad, ni la economía, ni nada. Sin embargo, si realmente tuviésemos fe, podrían resonar fuertemente las palabra que Jesús ha dicho hoy: «Mi paz les dejo la paz, mi paz les doy, pero no como la da el mundo.» Este es un anuncio cargado de esperanza en un mundo necesitado de paz.
La paz para el pensamiento bíblico, es sumamente profundo, pues no se refiere simplemente a una mera ausencia de problemas. Muchas veces al hablar de paz pensamos inmediatamente en un mundo sin dificultades, donde se arreglen nuestros problemas familiares, económicos, sociales. Pensamos en un momento de vacaciones, sin problemas, lejos d la ciudad. Pero la paz Bíblica no es eso. Pues esa paz sería simplemente una tranquilidad pasajera. Un momento de escape, de descanso. Pero la paz es un don que perdura siempre, es un don distinto, no solo es un momento de descanso, o de “relax”, es algo más que eso.
La paz antes que nada no se limita sólo a un momento determinado, sino que refiere a un acto permanente. La paz remite al estado primigenio al cual fue llamado el hombre, y que la experiencia del pecado rompió fuertemente lacerando los cuatro ejes fundamentales de su vida. Recibir la paz es recibir los elementos de ese estado primigenio. La paz es la armonía con los cuatro ejes fundamentales: Dios, el hombre, la creación y uno mismo.
La paz, por tanto, es un estado de armonía con Dios, es la capacidad de descubrir que Dios está con nosotros que Dios vive unido íntimamente a nuestro ser, y por tanto no caminamos solos por la vida. Tener la paz es sentir siempre la experiencia del Dios que no nos deja, es tener la capacidad de descubrir sus signos en medio de nuestra vida, viendo su amor en medio de nosotros.
En segundo lugar la armonía con los demás. Es la capacidad de descubrir que el otro es parte de mi vida, y que no es ajeno a mí, no es ajeno a mi realidad. Es la capacidad de descubrir lo valioso del otro, sin quererlo cambiar, sin quererlo destruir, al contrario aceptándolo y comprendiéndolo y descubriendo que es posible encontrar en el otro un complemento para mi propia y frágil humanidad. La armonía con el otro implica tener una buena relación con el otro, sin atacarlo, sin crear lazos de enemistades, creando, lazos de convivencia o bien de estabilidad mutua. Teniendo como base el valor y la dignidad de la persona.
En tercer lugar la paz conlleva una armonía conmigo mismo, y ello implica la capacidad de conocerme y aceptarme. La capacidad de comprender quien soy, saber en qué fallo, y en que soy bueno, y poner todas mis capacidades para alcanzar todo aquello que se puede desde mis dones. Ser capaz de descubrir lo que me daña y daña a los demás, y así evitar esa sensación de culpabilidad, debido a que yo mismo me daño y daño a otros. La armonía con migo mismo es valorarme y valorar a otros, y siendo como soy, a fin de construir algo bueno en pro de los demás.
Finalmente la paz me lleva a tener la armonía con la creación misma, reconociendo que estamos llamados a conservarla, a cuidar nuestro entorno, a no dañarlo.
Una vez que hemos explicado el concepto de paz, descubrimos que estamos llamados a este estado de armonía. Y es que la paz es un fruto de la Resurrección. El mismo san Juan nos relata en su evangelio que el día de la resurrección por la tarde Jesús se pareció en medio de sus discípulos y les dijo: «La paz a ustedes», manifestando de se modo que la resurrección trae consigo esa paz, ese estado que da la armonía y ayuda a superar el escándalo de la cruz.
Ciertamente nuestro mundo está plagado de problemas, apareciera que ningún campo se escapa de las diversas dificultades de la vida, sin embargo creo que estamos llamados a reconocer que nuestra fe no está cimentado sobre algo efímero, sino en un acontecimiento capital que da sentido a todo nuestro caminar por la historia. Está cimentado sobre el acontecimiento de la resurrección, y por ello el don de la paz es posible si nosotros se lo permitimos. Finalmente pude ser que todo sea endeble, que la economía, el ataque a la fe, los gobiernos sean corruptos, pero finalmente nuestra vida no está basada en los hombres, sino en Dios, y el acontecimiento fundacional es precisamente la resurrección, el acontecimiento que anuncia la derrota de la muerte y con ello da el anuncio de la destrucción de las estructuras de muerte.
Cierto que lo que enfrentamos es complejo, pues afecta todos los ámbitos de nuestra vida, cierto que nos vemos fuertemente golpeados por las estructuras corruptas del mundo en todos los niveles, sin embargo no podemos tener una visión nihilista de la historia, una visión llena de pesimismo, una visión que nos hunda en el ‘sin sentido’ de la vida; sino que estamos llamados a levantarnos y descubrir que no podemos tener esa visión, sino que necesitamos de esa armonía, de esa capacidad de descubrir la presencia de Dios.
La armonía es un estado que nos permite segur afrontado las situaciones difíciles, llenas de complejidades, pero capaces de seguir caminado. Porque ante la dificultad lo peor que pude suceder es precisamente detenernos, decir que todo está perdido, que se acaba la esperanza, que estamos rumbo a nuestra destrucción. Eso es lo peor que puede sucedernos. El hombre de fe no se debe dejar amedrentar por esto, al contrario debe levantar la vista, debe poner su confianza en Dios y debe empezar a tener una nueva visión de la vida; siendo capaz de seguir caminado, y no por inercia, sino porque sabe que es posible una transformación, y que no todo está perdido.
Pude ser que alguno diga que esta es una visión un tanto utópica, soñadora; pero no es así, esta es la visión de la fe, es la visión que se da a partir del fruto de la paz. Es la visión de esa armonía que capacita al hombre a seguir adelante en la vida, que sabe que Dios está con él, y le da sus signos, y es capaz de descubrirlos; es alguien capaz de estar bien consigo, capaz de emprender cosas, de no rendirse de no detenerse, porque ante todo nada lo tumba ni lo detiene, pues la paz lo levante y le da la fuerza necesaria para seguir adelante. Es alguien capaz de establecer lazos y puentes entre los demás, para apoyar, y dejarse apoyar. En otras palabras es alguien que ante las dificultades no se deja amedrentar, sino que deja que la fuerza del resucitado lo levante y lo haga transformar todo, que le da la fuerza y el coraje para no desistir.
Ciertamente esa paz es compleja, pero el mismo Jesús lo ha dicho: "No doy la paz del mundo", porque esa es una paz meramente aparente, pero que no toca el corazón del hombre y no le da la transformación verdadera. Pidamos en este domingo que la auténtica paz toque nuestro corazón y nos de la fuerza para no desanimarnos y seguir adelante, teniendo la armonía que nuestro débil y fragmentado corazón necesita, pues sólo Dios puede darnos esto.

3/5/10

Contemplar la Cruz

Meditacón con motivo de la fiesta de la Santa Cruz

Textos:
Filipenses 2,6-11
San Juan 3, 13-17

Hoy celebramos la fiesta de la Santa Cruz. Una fiesta que nos invita a contemplar el misterio de la cruz. Muchas veces al contemplar la cruz podemos detenernos y contemplar el dolor, la violencia, el ultraje… Y lamentablemente quedarnos en ese nivel. Ciertamente que en la cruz se pude contemplar todo eso, sin embargo, va más allá de eso, pues no podemos quedarnos sólo con lo llamativo de la violencia, sino que debemos ser capaces de descubrir un misterio de salvación.
La cruz es un símbolo de salvación, no es de violencia, ni de destrucción, pues en la cruz precisamente somos invitados a descubrir que si bien Jesús llegó a la cruz por la violencia de los hombres, él lo hizo por amor. Entregó su vida porque nos ama.
La cruz se convierte precisamente en un signo de amor y de salvación. Para algunos podría ser absurdo, dado que no puede ser que esa entrega de la vida se convierta precisamente en un momento de donación y salvación. Pero con ese signo nos enseña precisamente a descubrir que el amor implica donación de la propia vida. No basta con ser simpático, con ayudar en algo, con dar algún premio, sino que se debe vivir en la entrega absoluta.
Por ejemplo, en un matrimonio no basta que se vivan juntos para decir que se experimenta el amor, o que vayan a reuniones, o que se lleven bien. El amor es más que eso, es donarse plenamente al otro, darse totalmente al otro, entregarse sin medida, no sólo cuando me convenga o porque voy a obtener algo, o porque debo de ser correspondido. Al contrario darse sin media, sin esperar nada. El mismo Jesús se entregó de esa manera, sin esperar nada, sólo `por amor. O bien en la amistad el amor no sólo es pasarla bien, pasear, echar relajo, sino realmente darse, ayudar al otro, corregirlo, apoyarlo, y sin esperar nada, de lo contario sólo se queda en complicidad, en juego, en conveniencia, pero no en un compromiso de amor.
Contemplar la cruz por lo tanto no se pude quedar sólo en decir: ‘Que horror, cuánta sangre’, o bien decir: ‘Qué bella cruz’. Eso no es objetivo de contemplar la cruz, ni de tenerla colgada, sino de un confrontarse con ella. Ver la cruz, implica decirse a uno mismo “Qué tanto amo yo a los demás”, “hasta que punto amo yo dando mi vida”, o bien “Qué tan mezquino he sido en mi amor por los demás”, “Mi amor sólo es de conveniencias, porque espero algo”, “¿Cuándo amo realmente me preocupo por el otro, y me doy sin medida sin esperar nada a cambio?”
Muchas veces nos quedamos con una cruz devocional. Colgarla por todos lados, tener una de recuerdo, tenerla como collar, pero ese no es el objetivo. No sirve sólo para adornar mi casa, sino para confrontar mi vida, y ver qué medida del amor llevo día a día con los demás. Que esta fiesta de la santa Cruz sea para cada uno de nosotros el replantear el valor del amor y ser capaces de cambiar la orientación de mi vida para entregarme a favor de los demás.

2/5/10

Amar...

Meditación con motivo del V Domingo de Pascua
Ciclo /C/


Textos:
Hechos 14,21-27
Apocalipsis 21,1-5
San Juan 13,31-33.34-35

El evangelio de san Juan gira en torno a un término muy importante dentro de la espiritualidad bíblica: La gloria. El término “gloria”, traduce el griego “doxa”, a su vez traducción del hebreo “kabod”. Esta palabra incluye un triple significado de riqueza, de esplendor, de peso. Son características de la experiencia de la experiencia de Dios.
En cuanto riqueza, denota algo que es valioso y referido a Dios denota el amor leal, lo que vale la pena y es valioso. En cuanto esplendor, denota la capacidad de verse, denota la capacidad de demostrarse, Dios que demuestra su amor, que es visible. En cuanto a peso denota el poder, decir que es pesado implica precisamente su poder; en cuanto a Dios denota el poder de Dios que ama, y amando crea y redime.
Ya al inicio del Evangelio, Juan ha dicho que la gloria de Jesús es la de Dios: «La gloria que un hijo único recibe de su padre». Con esto Jesús remite que le es participe de esta gloria, de sete poder, de este amor, que se ve y se vive. Y la novedad que aquí se puede denotar es que la gloria que la comunidad contempla no es ya, como en el Antigua Testamento, un fenómeno físico, como la nube o la columna de fuego, que lejanamente simbolizaban la presencia de Dios; ahora se ve la plenitud de esa gloria, la plenitud personal de Dios presente en Jesús. Ahora la Gloria es algo realmente visible y personal. Y una Gloria que se demuestra con toda la vida y persona de Jesús, dando su plenitud que se va a manifestar, sobre todo, en la entrega de Cristo a la muerte por amor al hombre. Él como hijo que posee todos los bienes del Padre y, por lo tanto, entregándose a la muerte por amor al hombre manifiesta la identidad misma del Padre.
Esta gloria que brilla en Jesús es exactamente la misma que posee el Padre. Por eso su presencia equivale a la del Padre, él es Dios entre los hombres, manifestado en una “carne” humana. Es la revelación completa de Dios, quien realizando su proyecto de hombre igual a él se pronuncia a sí mismo en su palabra. Anunciando así a Dios y al hombre en plenitud. Con esta idea se nos invita a “ver” la gloria de Jesús y ello implica no sólo abrir los ojos y contemplar un rostro, o una figura de devoción, sino que nos invita precisamente a contemplar a Jesús en su totalidad, a contemplarlo en su gloria plena. Esta gloria plena se ve no sólo en su misterio, sino sobre todo en su misterio pascual pues es precisamente ahí donde se desvela el misterio del amor, es el amor que es leal, es el amor que ilumina, y muestra el veredero poder redentor de Dios: Ver la gloria es contemplar su muerte y resurrección, es contemplar la grandeza del amor y con ello comprometernos.
Ver la grandeza de la gloria de Cristo no se puede limitar solamente a contemplar el amor, sino a comprometernos e insertarnos en la dinámica de ese amor. Y ante eso todo tiende hacia la gran afirmación: «Les doy un manda­miento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado; y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis dis­cípulos…» Aquí está todo. Esto es lo único que nos pide. Y esto es lo único que no hemos querido concederle. Es el dar testimonio del amor, la vivencia del amor. Este mandato sirve precisamente para adentrase en la gloria de Jesús. No es posible experimentar esta gloria si no hay vivencia real de la experiencia del amor. Este es el distintivo de la comunidad cristiana.
Si la vivencia del amor, y por lo tanto de este mandato nos hace acercarnos más a la experiencia de la Gloria, detengámonos y analicemos un poco más este mandato. Comencemos diciendo que Jesús denomina a esta realidad como “mandamiento”, y utiliza este término para hacer una contraposición con los mandatos de la antigua ley. Ahora va más allá de una mera obligación, pues el contenido de este es el amor. Y cuando se habla de la vivencia del amor, no se pude hablar de obligación, no se puede hablar de un mandato. A nadie se le pude obligar vivir la experiencia del amor. El nombre de mandamiento sólo se da para contraponerlo a la antigua, ley, pero en su contenido y esencia no es un mandato, es sólo una exhortación, un camino hacia la gloria.
Este mandato no es dirigido hacia Dios, ni hacia Jesús. No pide nada para el mismo Jesús, ni para Dios, este mandato sólo está dirigido hacia el hombre. El es el contenido, el receptor y el destinatario del mismo. Toda una exhortación hacia el hombre. Sólo el hombre es el beneficiario de este mandato, pues vivir el amor, le hace pleno a él. Vivir el amor le da una buena relación para con los demás. Viviendo el amor tiene una nueva perspectiva de la vida Amar: Es todo para el creyente, es lo único necesario para entrar en la vida de Dios.
Ahora todo debe entenderse desde la dinámica del amor. No es posible vivir la fe sin esta dinámica, sin tener presente esta realidad. Y curiosamente este mandato de amor tiene como fuente que lo alimenta a Dios mismo. Dios es la fuente de todo amor. Quiere decir que es un mandamiento que si bien va dirigido al hombre, no debe hacerlo con sus propias fuerzas, sino desde la fuerza de Dios. Sólo Dios es capaz de transformar todo y hacer que el hombre viva esto. Quiere decir que la capacidad de entrar en esa gloria de Dios no parte de nuestras propias fuerzas, sino que parte desde la propia fuerza de Dios. Es él quien nos anima, quien nos sostiene.
Esta misma idea se ve fuertemente reforzada con la expresión «… Como yo los he amado.» Quiere decir que el modo de amar es el de él, Jesús es la meta parta amar, ser como Jesús, pues en él está la plenitud del hombre. Quiere decir que la capacidad de vivir este mandato del amor, no se limita simplemente a amar como nosotros pensemos, sino a amar como Jesús lo dice, como lo ha hecho, con una donación plena, sin importar la respuesta, sino entregarse total y plenamente. Pues es su entrega es el acontecimiento fundente del amor, desde ahí se entiende lo que quiere decir amar.
Este los “los he amado”, denota una acción puntual. En griego este es un verbo que denota una acción determinada en el tiempo que se ha hecho en un momento determinado y por lo tanto decisiva. Es sólo Jesús quien nos ha amado, y ese amor es total, es un amor pleno. Quiere decir que es un amor donde no hay reciprocidad, sino que Jesús da su amor, nos ama para que nosotros amemos, para que nosotros sintiendo esa fuerza de amor, esa experiencia de amor, seamos capaces de vivirla ahora y ponerla en práctica teniéndolo como ejemplo. Es un acto de amor que en un momento determinado de la historia ha transformando todo.
Entra en la gloria de Dios es posible por un acto puntual en la historia: El amor de Cristo que ha transformando toda la historia. Ese amor como Cristo es la norma para la vida, es lo que nos hace discípulos y testigos de la fe. Pidamos en este domingo que ese amor sea realmente la norma de neutra vida. Que amemos con Cristo ha amado. Ese amor desinteresado, ese amor de donación plena sin esperar respuesta, sólo amar, sólo donarse desinteresadamente. Eso es lo importante, eso es lo que da sentido y plenitud a todo. Y cuando amemos de ese modo, cundo empecemos a vencer nuestro egoísmo, y vivamos esa donación comenzaremos a vivir en la Gloria de Jesús, pues amaremos y viviremos como él mismo.