29/6/10

Somos Apóstoles

Meditación con motivo de la solemnidad de San Pedro y San Pablo

Textos:
Hechos 12,1-11
2Timoteo 4,6-8.17-18
San Mateo 16,13-19


Hoy celebramos la festividad de san Pedro y san Pablo, pilares de la Iglesia, una festividad para corroborar la apostolicidad de la Iglesia. Todos notros por ser miembros de la Iglesia somos apóstoles. Las lecturas del día de hoy nos pueden enseñar precisamente en que consiste el ser apóstoles.
La primera lectura nos enseña que el apóstol es alguien que es perseguido, podemos ver como san Pedro está en medio de la cárcel, esperando su muerte. El apóstol es alguien que anuncia el evangelio, pero ello implica necesariamente la persecución, puesto que el anuncio del evangelio va en contra de las conveniencias de la sociedad, contra el mundo imperante.
Una señal de que el mensaje del evangelio es claro en medio de la historia es precisamente la persecución. Cuando el mundo s feliz con lo que se anuncia de parte del apóstol, quiere decir que no se anuncia con fidelidad el evangelio, o bien que el mundo vive plena y radicalmente el evangelio. Pero lamentablemente no es así, e mundo no ha enraizado en su vida los criterios evangélicos. Si no hay persecución, quiere decir que las estructuras eclesiásticas están casadas con el poder.
A lo mejor ante la idea de la persecución pudiera suscitarse el miedo, puesto que ves natural que ante este tipo de situaciones, uno teme se retrae. Sin embargo, el texto nos muestra como Dios no deja sólo a Pedro y lo libera. Podemos ver como Pedro es liberado por el ángel, y como este lo lleva por un camino de liberación. Ser apóstol implica estar protegido y guiado por Dios, puesto que su mensaje no son palabras al aire, al contario son Palabras que brotan de la experiencia de Dios. Si parte de Dios quiere decir entonces que están cargadas de la fuerza divina, y Dios nunca deja al apóstol.
Si no hay persecución quiere decir entonces que no son palabras de Dios, pero sobre todo, si no son de Dios quiere decir que no hay sentid alguno en su vida y en su historia como evangelizador, pues el apóstol es ante todo alguien que se sabe tocado por Dios.
La segunda lectura complementa esta idea pues nos presenta a san pablo a punto de dar totalmente su vida, y en medio de eso tiene una convicción: «He peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe.» San Pablo tiene la certeza de que ha actuado de la mejor manera, nada le falta, lo ha hecho bien hasta ese momento, su fe no se ha tambaleado. El apóstol sabe que al final de su vida hay una convicción y que todo lo ha hecho de la mejor manera. Cierto que este texto se refiere al final de la vida de san Pablo, pero podría servir como una especie de examen de conciencia de todo apóstol al final de su día y preguntarse si realmente al final del día ha anunciado con su vida el evangelio, si ha peleado bien el combate, si realmente dejo que la experiencia de la vivencia evangélica marcaran su historia, o bien se dejo seducir por otros principios. Si he al final de mi jornada mi fe sigue estable o deje que la duda u otras situaciones carcomieran el sentido de mi vida de fe. Incluso si al final de mi jornada he llevado a cabo una labor apostólica como la he llevado, la he combatido bien, di todo lo necesario, o sólo di lo que me sobraba, sólo di las cosas como salieron, no las preparé. Ser apóstol implica dar siempre todo, de la mejor manera, para lograr implica que también hagamos diariamente un examen de conciencia y descubramos que tanto lo hemos llevado a cabo.
Esta festividad debe recordarnos nuestro papel apostólico como miembros de la Iglesia un papel que implica testimonio, ser veraz con lo que anunciamos, reconocer que no estamos exentos de persecución, pero sobre todo sabernos protegidos por la presencia de Dios. Pidamos al Señor esta realidad en nuestras vidas, y sobre todo la sabiduría para hacer nuestro examen de conciencia cada día y descubrir que tanto hemos dejado que la palabra evangélica se encarne en nosotros para anunciar su palabra, dando siempre lo mejor de nosotros mismos, siendo testigos que luchan bien la carrera del evangelio.

27/6/10

«Endureció el rostro...»

Meditación con motivo del XIII Domingo Ordinario
Ciclo /C/

Textos:
1 Reyes 19,16.19-21
Gálatas 5,1.13-18
San Lucas 9,51-62

El camino del cristianismo es totalmente exigente, no podemos hablar simplemente de ser cristianos, si o somos capaces de vivir según las directrices de nuestra fe. Muchas veces vamos por la vida anunciando que somos católicos, que somos cristianos, pero finalmente el camino de nuestra historia es muy distante a lo que realmente significa nuestra experiencia de fe. Ser cristiano significa tener un camino bien trazado desde la dinámica y experiencia de la fe. Ser cristiano significa sobre todo que el camino que uno lleva en la vida va estrechamente unido a la vida de la fe. El problema realmente es que siempre llevamos dos o más caminos paralelos y tomamos el que más nos gusta y el de la fe sólo lo cruzamos cuando nos conviene, lo necesitamos o incluso cuando es rutina, u obligación. Cuántas personas sólo recuerdan que son católicas y tienen fe cuando les sucede una desgracia o bien cada domingo, pero el resto de sus días caminan por otro sendero que finalmente no es el de la fe.
Aclaremos que caminar en el sendero de la fe implique desentenderse de las responsabilidades cotidianas, al contrario, van íntimamente unidas, pues la vida cotidiana siempre es iluminada por la fe. Sólo que la viuda cotidiana no tenga nada que ver con la fe, resulta entonces contradictorio decir que existe esa fe.
El día de hoy en el evangelio escuchamos el inicio de la segunda parte del evangelio de san Lucas que se le llega a titular el camino hacia Jerusalén, puesto que a lo largo de esta sección que va de 9,51 a 19,28 se repite en tres ocasiones este camino hacia Jerusalén. Todo esto marca para el evangelista una teología muy particular de esta obra del caminar hacia Jerusalén, puesto que el evangelio según san Lucas comienza en Jerusalén y ahí concluye, de ahí la importancia de marcar el camino hacia esta ciudad. Ciertamente cabe aclarar que no es fácil seguir el itinerario del viaje que hace Jesús, pues las coordenadas geográficas no coinciden o incluso son inexistentes, de ahí que lo importante no es simplemente la trayectoria, sino el destino, pues Jerusalén es la ciudad en donde el destino de Jesús va a llegar a cumplimiento.
El texto nos dice: «Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén.» Literalmente el texto nos dice: «Jesús endureció el rostro para ir a Jerusalén.» ¿Por qué endurecer el rostro? Esta expresión indica la decisión firme de Jesús, la dirección precisa de su camino, una decisión irrevocable, dando así un paso más a fondo de su propuesta radical. Jesús que a lo largo de su camino había ido mostrando un cierto encanto ahora endurece el rostro y los discípulos han de conocer las condiciones para ese seguimiento. Es una expresión semítica que marca dirigir el rostro hacia una dirección, y que no se cambia de orientación. Esta expresión se adquiere mayor luz partir del contexto del Antiguo testamento en donde pasajes como Isaías 50,6-7; Ezequiel 3,8-9; 6,2 y Jeremías 1,18; 21,20 indican la intención de algo o bien oponerse a alguien, sabiendo hacia donde quieren ir, teniendo la convicción de una realidad y del destino definitivo que se aspira.
De esta manera el texto nos quiere decir que Jesús está totalmente determinado para ir a Jerusalén, todo adquiere sentido a partir de esta realidad, su meta, su horizonte en la vida es sólo Jerusalén, pues ahí se consumará el proyecto de salvación. Podemos descubrir en esto precisamente que Jesús es fiel a sus convicciones, si el texto nos dice que endurece su rostro es porque tiene una convicción bien clara y camina directamente hacia ese objetivo. No vemos a un Jesús que busque caminos alternos, no vemos a un Jesús que busque evadirse de la realidad, al contario, sabe hacia dónde va y con ello se pone en marcha totalmente decidido.
Sin embargo este camino no es totalmente aceptado por todos, pues es el camino de la entrega, el camino del amor, de la fidelidad. Y esto no es bien aceptado por todos, pues esto implica la renuncia a muchas cosas, es un camino contradictorio. Por ello podemos descubrir como inmediatamente de esto se topa Jesús con el rechazo: «Entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén.» Este rechazo se debe en primer lugar porque hay una riña constante entre judíos y samaritanos, pero si san Lucas colca justamente este acontecimiento después de esta decisión, se debe a que quiere mostrar gráficamente como este camino causa el rechazo, pues Jerusalén es Amor, entrega, pero con ello muerte y entrega. Eso no le gusta a nadie, pues la sociedad busca el confort, la vida fácil, light, pero no que requiere esfuerzo, y con ello donación.
Podemos ver con esta presentación que San Lucas nos presenta a Jesús rechazado, Jesús que no es aceptado. Sin embargo Jesús no cambia sus planes, si su camino es de entrega y de amor debe seguir adelante, aunque esto cause escándalo y rechazo, el continua su camino. Sus discípulos no entienden nada y solicitan hacer caer fuego sobre ellos, a lo que Jesús niega contundentemente. El tiene un camino, y nos va a desistir. Arrojar fuego implicaría caer en provocación y violencia y él no es así. El continúa su camino de entrega y de donación, no busca caminos alaternos, dará testimonio con su propia vida.
Con este pasaje se nos enseña a cada uno de nosotros que Jesús es fiel a su camino, es fiel a su misión, a su modo de pensar, no hay ningún cambio, ha orientado el rostro hacia una dirección, la dirección del amor, de la entrega, de la salvación y hacia allá debe de caminar. Esto es el modelo que se nos propone a cada uno de nosotros en nuestra vida de fe, debemos tomar neutra vida descubrir que sólo tenemos un solo camino en la vida de nuestra fe. El problema es que nosotros no tenemos un solo camino en nuestra vida, sino que tenemos varios, tenemos caminos para nuestra vida familiar, nuestra vida laboral, nuestra vida de amistad, nuestra vida de fe. Y caminamos de distintas maneras, somos de una manera cuando estamos con nuestra familia, cuando estamos con nuestros amigos, en la Iglesia, somos diversos en nuestra manera de comportamos. Desde luego que nuestra forma de ser cambia psicológicamente según el ambiente y las personas, pero el problema es que nuestra vida de fe no ilumina ninguna de esas situaciones, y podemos parecer buenos, devotos, hombres de oración, pero eso no cambia nuestra vida, ni nuestro comportamiento, pareciera que la fe no nos cambia, ni ilumina nuestras decisiones, y hasta pueden parecer contrarias. Podemos decir que creemos en Dios y al mismo tiempo apoyar la muerte, podemos decir que Dios es la verdad y al mismo tiempo mentir, podemos poner cara de bueno y ser terrible como persona.
Jesús tomó un solo camino en su vida, y fue fiel, y ese camino fue el que iluminó todo su caminar, no es que cambiara de opiniones, no es que los samaritanos se portaron mal y el echara fuego sobre ellos, sino que el amor fue la directriz de toda su vida. Creo que ese es nuestro compromiso dentro de la vida de fe, deberíamos ir endureciendo el rostro y llevar una vida bien dirigida, dejando que el evangelio sea quien ilumine nuestra manera de pensar y nuestros criterios. Debemos seguir con nuestra vida común, con nuestro trabajo, nuestra familia, pero dejando que sea nuestra vivencia de la fe la que ilumine nuestra vida, nuestras decisiones.

24/6/10

«No hay nadie que lleve ese nombre»

Meditación con motivo de la Solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista
Textos:
Isaías 49,1-6
Hechos 13,22-26
San Lucas 1,57-66.80


Muchas veces pensamos que la fe es algo estático, que no requiere ya ningún cambio, sólo basta creer en algo y ya. Podemos creer que es suficiente con decir lo creo y es suficiente. Pero no es así, al contrario, la fe debe de ser algo dinámico, que día a día fluye. Porque cuando nos encerramos en una idea estática, y sobre todo que no dice nada a nadie, que no se entiende la fe pierde todo sentido y orientación en la vida. La fe aparece como muerta y ya no dice nada a nadie.
La festividad que hoy celebramos nos lleva a reconocer como Dios da nuevas directrices, y nuevas maneras de entender la historia, reconociendo como la fe va avanzando, va fluyendo en medio de la vida. Y eso lo podemos descubrir en el texto extraordinario que nos presenta el evangelista san Lucas el día de hoy. En el centro del relato podemos descubrir el sentido de la fiesta de hoy, que es el nacimiento de Juan Bautista, y entorno a este acontecimiento podemos ver la discusión acerca del nombre que se le debe poner al niño.
El nombre dentro de la Escritura no denota simplemente una designación convencional, una mera manera de identificar a alguien, expresa el papel de la persona en medio de la historia, es su misión, su identidad. Podemos decir que el nombre es la persona misma, no es sólo un agregado en la vida de la persona, el nombre es su vida misma. De ahí que colocar el nombre a este niño que ha nacido no es simplemente algo casual, no es una simple discusión familiar, es un diálogo en donde se trata de descubrir la vida, misión e identidad de este niño que ha nacido.
La discusión se centra en dos nombres: Zacarías y Juan. Todos los ahí presentes desean que se llama Zacarías como el padre, sin embargo Isabel no quiere. Si el nombre indica la misión y la identidad de la persona quiere decir que desean para este niño que sea como su Padre, que sea Zacarías, sea sacerdote y recuerde el memorial de Dios. Porque Zacarías quiere decir precisamente eso, memorial, es un nombre que indica que hace palpable el recuerdo de Dios, él es el Sacerdote que por medio de los sacrificios hace presente el actuar de Dios, y espera la salvación definitiva de parte de Dios. Pero el problema de fondo es que este niño ha nacido porque Dios se ha acordado del pueblo y ha actuado, ha dado una nueva señal de salvación con este niño.
Por lo tanto no se puede llamar Zacarías, no es posible, porque no está en la línea de las antiguas cosas, sino que va en línea de lo nuevo y debe tener un nombre nuevo, pues hay una novedad en el fondo. Esta novedad está marcada implícitamente cuando en el texto la gente dice: «No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre.» Con esto se manifiesta que ese nombre no tiene nada que ver con ellos, no les dice nada, es un nombre, y por ende una identidad nula, sin sentido alguno para su vida, sus tradiciones. A la luz de todos es un absurdo todo esto que se llame así pues va en contra de sus tradiciones, de su cultura, de sus prácticas. No es posible que haya una nueva misión, ni que exista una nueva realidad.
Con estas palabras nos trata de dar a entender el evangelista que la vida de la fe muchas veces la vamos encapsulando en lo mismo, en nuestros ritos, nuestras verdades, y creemos que ya se ha dicho todo, que no se puede ir más allá, que no se puede cambiar nada. No somos capaces de descubrir el mensaje de Dios, el mensaje de salvación que Dios nos trasmite de manera nueva, creemos que siempre debemos seguir siendo los mimos, con nuestras mismas ideas, las mismas situaciones, sin ver que Dios siempre es novedad, que siempre hay una nueva respuesta, una nueva propuesta en la historia e salvación. Y podemos caer en condenar, destruir, juzgar, cerrarnos en una opinión y no ser capaces de ver que hay siempre algo nuevo, algo diferente, una novedad que viene de Dios.
La novedad se ve aquí claramente: «Su nombre es Juan.» Juan significa Yahveh ha hecho misericordia, y por lo tanto es una invitación a descubrir que Dios hace constantemente misericordia, Dios no nos deja, Dios actúa en un momento determinado y muestra su misericordia. Ya no puede ser Zacarías, ya no es que Dios se acuerda, sino que ahora se hace presente y hace misericordia.
Sin embargo es necesario romper con las antiguas tradiciones, y abrirse a lo nuevo, abrirse a un nuevo proyecto de Dios. Muchas veces podemos caer en esto y creer que no estamos capacitados para descubrir algo nuevo de Dios, no ver su novedad y quedar anquilosados en nuestras costumbres y ritualismos, sin ver nunca la novedad que viene de Dios. Sin embargo Zacarías, el padre del niño, se da cuenta de eso, cae en la cuenta después de haber recibido un anuncio del ángel y quedar mudo por su incredulidad, se da cuenta de que todo cambia, ya no escomo antes, Dios actúa siempre de modo distinto y aunque al principio no lo acepta y por ello es mudo, lo cierto es que ahora sabe que lo antiguo, como su sacerdocio debe pasar, y ha llegado un nuevo tiempo, y por ello escribe que el nombre del niño es Juan. Bssat de quedarse encerrado en sus criterios y sus costumbres, hay una npovedad que se acerca y este niño es la pieza necesaria para recibir esta novedad.
Muchas veces en nuestra vida de fe podemos estar totalmente estancados y creer que no podemos seguir adelante, que no podemos continuar en nuestra vida. Pero es que Dios en es estancamiento así como presenta cosas nuevas dentro de la Escritura, siempre habrá cosas nuevas dentro de nuestra fe de hoy en día, siempre hay una respuesta, una actualización, una nueva manera de ver las cosas desde Dios. El problema es cuando creemos que todo es un cubo cerrado incapaz de ser penetrado y por ello, no somos capaces de descubrir las cosas nuevas, y esto más que una ayuda causa tanto daño a la Iglesia y al hombre mismo. Cuando creemos que ciertas personas están condenadas, cuando creemos que otros no merecen la salvación, cuando creemos que no se puede explicar algo de diferente manera, cuando creemos que no se pueden usar nuevos métodos para la evangelización, cuando no nos actualizamos y no vemos la novedad que nos trae. Cuando todo esto sucede detenemos el flujo del Espíritu y nos somos capaces de ver la novedad.
Que esta fiesta de san Juan Bautista nos ayude a comprender que siempre hay algo nuevo, y que las cosas no son como antes, no se explican cómo se solían hacer, ni que siempre son los mismos criterios. Abrámonos a la novedad, no seamos como esa multitud que no aceptaban la novedad, negando el nuevo nombre, al contario, seamos como Zacarías e Isabel que se abren a lo nuevo, y son capaces de percibir la misericordia de Dios en su vida, una misericordia que se manifiesta de un modo siempre nuevo.

16/6/10

Tiempo Ordinario

Meditación del XII Domingo de Tiempo Ordinario
Ciclo /C/


Textos:
Zacarías 12,10-11.13,1
Gálatas 3,26-29
San Lucas 9,18-24

Hemos comenzado desde hace más de dos semanas el denominado tiempo ordinario , y al escuchar este nombre podríamos pensar que es un tiempo sin sentido alguno, pues su nombre lo indican es ordinario, es algo común. Sin embrago esto no es así, es un tiempo de gran importancia y una muestra de ello es precisamente que dura 34 semanas. El día de hoy el texto del evangelio puede ayudarnos a comprender un poco el sentido de este tiempo.
Encontramos a Jesús en medio de su camino y se detiene para hacer una pregunta fundamental: «¿Quién dice la gente que soy yo?» una pregunta un tanto interesante, pues está cargada de un gran sentido, de una gran realidad, puesto que Jesús ha iniciado su caminar, ha predicado, ha realizado diversos milagros, y todo ello debe suscitar estupor, admiración, y por supuesto debe de crear fe. Sin embargo parece ser que la visión de la gente al descubrir todo esto implica que tiene una visión un tanto limitada: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado.» Son respuestas que demuestran una cierta fe, pero no es una fe plena, no es una fe completa, pues limitan todo a una visión del Antiguo Testamento, sólo descubren en Jesús un profeta, pero no ven más allá de esto, no ven en sus signos un Reino de Dios, un cumplimento de las promesas, no alcanzan a atisbar, un ápice de novedad y plenitud de los tiempos.
Sin embargo, en medio de todo Pedro logra reconocer algo nuevo en parte, descubre que Jesús no es sólo un profeta, sino que es más que un profeta: «Tú eres el Mesías de Dios.» Con esto Pedro demuestra que ha superando expectativas antiguas y se lana a captar una novedad. Sin embrago Jesús les ordena no decir nada a nadie, ¿Por qué dice eso? ¿Cuál es la razón? Porque Pedro ha descubierto algo nuevo, pero esto nuevo lo ve desde sus categorías humanas, pues en ese tiempo se esperaba un Mesías glorioso y triunfante que traería una guerra y con ello la destrucción de todos los enemigos del pueblo Israelita. Podemos decir que Pedro ha vislumbrado algo nuevo, que no se queda en el pasado, pero no ve la novedad desde los criterios humanos y no desde los criterios de Dios, no se da cuenta que ciertamente Jesús es el Mesías, pero un Mesías de paz y amor. Y por ello inmediatamente antes de que ellos lo encasillen en ese Mesías victorioso y triunfalista les dice que debe sufrir, que debe dar la vida. Pues ese es su Mesianismo, un Mesianismo cargado de amor y entrega por los demás.
Si nos damos cuenta conocer a Jesús no es algo fácil, no es sencillo, no es posible conocerlo de golpe, de un solo vistazo. La misma gente que convivió con él y veía sus prodigios no alcanzaron a comprender, ni los mismos discípulos alcanzaron a captar el sentido de la persona y Mesianismo de Jesús. Sólo con el tiempo alcanzaron a descubrir algo. Esto quiere decir que no por qué hayamos conocido algo de Jesús lo sabemos todo, o porque fuimos al catecismo, o porque vamos a Misa, o porque nos sabemos el evangelio de memoria. Eso no es conocer a Jesús, se requiere de un contacto permanente y con ello la capacidad de dejarse sorprender para reconocer en cada momento una nueva característica de Jesús.
El Conocimiento y encuentro con Jesús es permanente, no se puede creer que por una vez ya se sepa todo. Los discípulos que vivían con él, comían con él, veían y escuchaban todo lo que él hacia tuvieron que seguir un proceso para reconocer quién era realmente. Nosotros requerimos de esto, puesto que cada día hay una sorpresa novedosa de él. De hecho cuando una persona le dice alguna cosa nueva de Jesús se sorprende y descubre que no lo sabe todo, de ahí que es siempre debemos nadar en este camino de conocimiento. La fe no es sólo una preguntas y unas respuestas, es sobre todo entrega, constancia, entendiendo, intimidad con Jesús.
El tiempo ordinario es precisamente esto, es un tiempo donde no hay un misterio especifico para la reflexión, por ejemplo en adviento se centra en la espera del Mesías, en navidad se nos invita a contemplar el misterio del nacimiento de Jesús, en Pascua su resurrección, pero en tiempo ordinario no se centra en ningún misterio en particular, pero se centra en la persona de Jesús, es un largo tiempo par escuchar y conocer a Jesús, pues si celebramos su muerte y resurrección, su espera y nacimiento, implica que hay un legado que nos da y que es necesario el conocerlo. Por eso el tiempo ordinario dura 34 semanas cada año, porque es importante ir profundizando anualmente en su vida, en su persona, sus enseñanzas, y sus acciones a fin de conocerlo un poco más, pues siempre hay algo nuevo, siempre hay una luz nueva en nuestro camino de fe. De ahí la importancia de este tiempo.
Si bien es llamado ordinario implica precisamente que en lo ordinario conozcamos a Jesús, descubramos como es y vive Jesús en lo ordinario, y que en lo ordinario de nuestra vida seamos capaces de verlo.
Que este tiempo ordinario que hemos reemprendido sea esta oportunidad para descubrir algo nuevo de Jesús. Y nuca digamos que lo conocemos, porque puede ser que equivoquemos y erremos el camino para encontrarlo en medio de nuestra vida, para que al final de nuestras vidas realmente contestemos a la pregunta de Jesús: “¿Quién soy yo?” no sólo con algún concepto que hayamos aprendido, sino con una vida llena de su presencia.

13/6/10

Nuestros errores

Meditación con motivo del XI Domingo de tiempo Ordinario
Ciclo /C/


Textos:
2 Samuel 12,7-10.13
Gálatas 2,16.19-21
San Lucas 7,36-8,3


Dentro de la psicología del hombre está la resistencia a aceptar sus errores, puesto que generalmente nos gusta alardear y contar cosas que son buenas y favorables, pero casualmente cuando se equivoca, sabe que no siempre hace las cosas bien y es mejor disculparse para pasar como alguien que es perfecto delante de los demás. Puesto que eso nos da una buena imagen, nos ayuda a que los demás nos acepten e incluso a tener una autoridad, cosa que viene en detrimento si fuéramos capaces de aceptarlos seriamos vulnerables y un blanco fácil para los demás. Podríamos decir incluso que es un mecanismo de defensa para no ser atacados y en cierta forma no dejarnos manipular y estar bien delante de los demás.
Sin embargo el no aceptar nuestros errores implica que no somos capaces de aprender de ellos, pues los olvidamos o incluso culpamos a otros; y ello implica que truncamos el crecimiento de nuestra historia. A veces preferimos no reconocerlo, aún en detrimento de otra persona o nuestra relación con ella. Reconocer nuestros errores ciertamente no es fácil, puesto que eso nos hace débiles delante de los demás y de nosotros mismos. Pero todo ello puede llevarnos a una soberbia sin medida. Pero si somos capaces de reconocerlos nos ayuda a mejorar y a comprender que somos limitados y que no es posible hacerlo todo. Sobre esta dificultad parece hablarnos la liturgia del día de hoy.
En la primera lectura podemos observar a David que siendo Rey se ha dado la libertad de tomar a la mujer de Urías y con el fin de no aparecer como culpable, de no hacer público su error ha preferido mandar matar a Urías. Se puede ver presiente como él quiere estar bien con los demás, el no reconocer las faltas, no solo lleva a negar los errores, sino a esconderlos aún asesinando al otro. Pero esto no puede quedar así, por ello Dios que conoce todo le hace ver a David, no simplemente su pecado, no simplemente el haber matado a Urías, sino la Raíz de todo, su soberbia, de no querer reconocer su culpa.
Vemos un poco este pasaje: «Yo te ungí rey de Israel y te libré de las manos de Saúl; te entregué la casa de tu señor y puse a sus mujeres en tus brazos…» Antes que nada Dios le recuerda quien es él, de donde ha venido, sus orígenes, pues si ahora es Rey, si ahora es capaz de gobernar no es porque él sea perfecto, es porque todo es un don de Dios, es Dios quien lo puso ahí, no son sus méritos, no son sus dones, no son sus logros, no es él, es Dios. Y si todo es un don de Dios, entonces todo lo que se hace se debe de vivir desde la dinámica de Dios, pensando qué es lo que Dios haría.
A continuación, una vez que le recuerda que todo tiene por origen la fuerza de Dios, le hace ver su culpa: «¿Por qué entonces has despreciado la palabra del Señor, haciendo lo que es malo a sus ojos? ¡Tú has matado al filo de la espada a Urías, el hitita! Has tomado por esposa a su mujer, y a él lo has hecho morir bajo la espada de los amonitas.» De un modo dramático Dios le hace ver su culpa. No es sólo una sentencia acusadora, no sólo es un regaño, sino que es un lamento de Dios al ver la montuosidad que ha hecho David, es el lamento al ver que no se ha valorado adecuadamente lo que Dos le da, y descubrir como lo ha despilfarrado. El problema de David es que ha olvidado que su realeza es un don de Dios y se cree con la capacidad de hacer todo, sin tomar en cuenta a los demás, e incluso abusar de los demás, cuando es el mismo Dios quien le ayudo y lo salvó de los abusos de los demás.
Podemos descubrir en este texto como el hombre puede ser tan soberbio y por lo tanto no reconocer sus fallas que puede incluso destruir la vida de lo demás. David en su afán de ser el bueno, dejo que el poder lo llenara al punto de abusar del pequeño, y de destruirlo con el fin de no demostrar que él se equivoco y seguir aparentando que es bueno, e incluso tener una buena imagen delante de todos aunque sea un asesino. Con tal de no perder su imagen, de no perder su poder, es capaz de todo. Pero eso provoca el lamento de Dios, pues olvido sus orígenes, olvido su vida, olvido su historia, se olvido de Dios; sólo se ha colocado en el centro sin importar que pueda sucederle a otros, mientras que su reputación no sea manchada.
Cuantas veces nosotros somos así, preferimos hacer cantidad de cosas para que nuestra reputación no quede manchada. Cuantas veces podemos mentir, culpar a otros para que parezcamos los buenos, incluso podemos dañar la reputación de los demás para que yo no quede destruido. Se puede incluso ver como destruimos nuestras relaciones con los demás para demostrar que somos nosotros los que y tenemos siempre la razón. Cuantos noviazgos, amistades, matrimonios se han roto por la soberbia, por no querer aceptar un error, o no querer decirle al otro que lo necesitamos. Este es el problema de fondo. No queremos mostrar que fallamos, y queremos ser superiores a todos.
El camino más adecuado sería precisamente el arrepentirse y cambiar de vida, ser humilde para reconocer la falla y comenzar a enmendar todo de nuevo, sin pretender creerse bueno. Sobre esto nos habla el texto del evangelio de hoy, profundizando esta idea a la luz del mensaje de Cristo. Podemos contemplar a esta mujer que es pecadora, pero que al reconocer a Jesús, va hacia su encuentro y llena de contrición comienza este extraordinario ritual de arrepentimiento. El problema no es la mujer, pues finalmente ella reconoce su vida, reconoce su culpa, el problema está en el otro personaje que aparece en este relato que es el fariseo, que al ver la escena simplemente piensa entre sí: «Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!»
Este fariseo no es capaz de entender a la mujer, no ve en ella un signo de arrepentimiento, sólo se limita a enjuiciarla viendo su condición. El problema es que él se cree muy bueno y no es capaz de descubrir que él también tiene pecado, que él también falla. Sólo se dedica a ver que todos son malos, que todos son pecadores, pero no se ve a sí mismo. Este es un problema enorme de soberbia, pes no sólo no quiere reconocer sus fallas, sino que ve las fallas de los demás y las hace enormes, los enjuicia y hasta los condena. En cambio la mujer sí que ve sus errores, sin decir nada, sólo llora a los pies del maestro, sólo llora su pecado, y llora con dolor. Podemos ver así retratados en el evangelio dos actitudes contrapuestas: u n hombre que se cree bueno y capaz de juzgar, y una mujer que ve sus errores, y pide perdón en medio de sus lágrimas.
Reconocer los errores implica humildad, y sobre todo actitud de cambios, no sólo implica decir que nos equivocamos, sino ver por qué lo hicimos y sacra una lección de ello para no repetirlo, pues finalmente somos humanos, somos frágiles, nos equivocamos, pero lo importante es precisamente que podemos cambiar y corregir las situaciones de la vida iniciando un cambio nuevo, así como esta mujer, siendo sinceros y transformando nuestra vida, dejando de lado esa soberbia que nos limita. Y pi otro lado dejemos de estar viendo sólo nuestra imagen, y no seamos como David, ni como el fariseo, que es sólo juez de los demás, sin ver su propia realidad.
Así como Dios ha llamado la atención a David, así también a nosotros nos llama la atención hoy, nos invita a recordar que nuestra vida es por Él, no por nosotros y esto debe de ayudarnos para cambiar y ser mejores personas. Veamos quienes somos, por qué fallamos y comencemos una nueva vida, que es posible por el Perdón que nos da Jesús, y salir en medio del mundo confortados por las palabras que recibió aquella mujer y que nostros recibimos también: «Tu fe te ha salvado, vete en paz.»

6/6/10

«Su único Hijo»

Meditación con Motivo del Domingo X del Tiempo Ordinario
Ciclo /C/

Textos:
1Reyes 17,17-24
Gálatas 1,11-19
San Lucas 7,11-17

Uno de los problemas más complejos de nuestros tiempos es la falta de ilusiones, de expectativas, de metas en la vida. Esto se debe a que en la vida del hombre todo se va acabando, hasta el punto de perder el sentido de la misma.
Sobre esta realidad parece iluminarnos la Palabra de Dios. San Lucas nos presenta esta terrible panorama de un funeral, en donde cada poblador de esta aldea de Naín, acompañando este cortejo fúnebre. Naín quiere decir consuelo, y ello nos un tema que se ve en el texto del profeta deutero-Isaías. Este consolación evoca aquella consolación del Pueblo que se sentía solo, saliendo a flote el tema de la soledad y desamparo del pueblo, así como, la amorosa iniciativa de Dios para rescatar a su pueblo, para “consolarle”, haciéndole vislumbrar el inminente surgimiento de una nueva realidad. En este contexto vemos a una mujer que está en desamparo, pero la acción de Jesús que viene a ayudarle en su vida.
Analicemos el texto: «Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba.» Sacan al muerto, pero no es cualquier muerto, y por eso san Lucas se detiene a describir esta extraordinaria escena. Se trata de la muerte de un hijo, una situación tan triste y tan compleja. Podemos observar a una madre que va a enterrar a su hijo, una situación triste, pero en este caso es totalmente desoladora pues el texto nos dice que es su “hijo único”, por lo tanto, es una pérdida total; no tiene otro hijo con quien consolarse, no tiene otra ilusión que le aliente y le de fuerza a su vida. Ha perdido todo y aunado a esto se dice que es viuda, y por ello, totalmente desprotegida. No tiene nadie que ahora le ayude, que le cuide y le consuele. Es la figura del total desamparo. Es importante que consideremos que en ese tiempo una mujer sin marido y sin hijos, está totalmente abandonada, sin que nadie le ayude y mantenga, dado que no podían trabajar.
Esta mujer representa al pueblo de Israel, que ha perdido bodoque se ha alejado de Dios, su marido. Ahora pierde su futuro, su esperanza y expectativas, representado por el hijo. Contemplamos ahora un pueblo desolado, sin futuro y sin camino por la vida. Se ha muerto su hijo, su futuro,, ya no hay mas sentido en la vida todo está acabado.
Cuántas veces nosotros podemos ser precisamente esta mujer, este pueblo que ha perdido toda esperanza. Y al igual que el relato, hemos perdido todo futuro porque nos hemos alejado de Dios, porque Dios no cuenta en nuestra vida, pero sobre todo porque perdemos al hijo único, a esa esperanza que nos alienta, que nos anima y nos ayuda a continuar en medio del camino arduo de la vida.
Cuántas personas no hay, que han perdido esta esperanza: Porque se han desilusionado de una persona que creía conocer, pero que ahora le ha traicionado; Porque han perdido a un ser querido, por su fallecimiento y toda su vida se vuelve gris y pierden el sentido de su vida; Porque están cansados de su vida, de seguir luchando, porque parecen que no llegan a nada. Ni les agradecen, ni los animan ¿Para qué seguir luchando?; o bien porque nos esforzamos para que el otro crezca, para que no caiga y no hay resultados. Cuántos padres se esfuerzan para que sus hijos cambien, para que sobre salgan , pero a veces ¡Nada! Sin resultados; Incluso algunos se esfuerzan, estudian, trabajan y al final todo es estéril, si frutos que animen; En la vida del matrimonio cuántos no se esfuerzan en su matrimonio y no logran nada.
¡Si! efectivamente Vivimos tristes, desconsolados, sin hallar una esperanza en la vida y ahí vamos en medio de nuestra vida, saliendo de la ciudad con un cortejo fúnebre a enterrar nuestro hijo único, a enterrar nuestras esperanzas, nuestro ánimo, nuestra fuerza, nuestra ilusión. Caminamos tristes, apesadumbrados, porque parece que todo esta perdido.
Pero esto no es así. Jesús se topa con esta caravana de la muerte, no soporta que todo este perdido, uno se sumerja en la total desesperación y desconsuelo. Ante esta escena una palabra: “No llores”, No te rindas, no todo está perdido, tu vida no se puede reducir a esto, tu esperanza y desilusión no puede desaparecer, ni reducirse a ciertas circunstancias.
Toca el féretro y ordena: “Joven, a ti te lo digo, Levántate”. ¡Levántate! y ten esperanza. Hay traiciones, pero éstas no tienen la última palabra. Hay perdida de amigos, pero hay otras personas que te valoran y te van a seguir ayudando. Te sientes solo pero esto no es decisivo, aún puedes ver a aquellos que en algún momento te dijeron ¡Adiós!, puedes encontrarlo.
Te esfuerzas y parece que no hay frutos, no hay recompensas, no hay alicientes. Calma lo que tu ahora construyes, ya tiene en si su recompensa, descúbrelo, descúbrete y no te desanimes.
Tu vida matrimonial es difícil, pero no te rindas. Abre tus ojos y descubre que todo está basado en el amor.
¡Levántate! ¡Ánimo! No te rindas que el Señor Jesús viene el día de hoy a levantarnos, a que no nos sintamos decaídos o defraudados, derrotados o agobiados. Sólo dejemos que el Señor salga en medio de nuestro camino y se detenga para que nuestra situación de muerte se vuelva vida.
Ciertamente en nuestra vida vendrá la desilusión, el fastidio, la tristeza, el abandono. Pero si dejamos que el Señor venga y nos transforme todo será diferente. Pidamos al Señor que en esos momentos de crisis venga y nos transforme.
Seamos capaces de ver cuál es esta esperanza que va muriendo, que se está amargando, que se está extinguiendo y dejemos que Dios venga a nuestras vidas y nos transforme. Esto es lo único que debemos hacer: Permitir que venga a nuestras vidas, que se acerque, que detengamos esta vertiginosa caravana que culmina en la muerte, y nos mande levantar, que nos mande resucitar.

3/6/10

Eucaristía: Ritualismo o vida

Meditación con motivo de la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo
Ciclo /C/


Textos:
Génesis 14,18-20
1 Corintios 11,23-26
San Lucas 9,11-17


Una manera como los hombres a lo largo de la historia van demostrando su fe y buscando ele encuentro con la divinidad se da por medio del culto, el cual les permite por medio de signos y ritos hacer un momento sagrado para encontrarse con la divinidad. El cristianismo no está exento de esta realidad, y podemos contemplar una diversidad de ritos al interno de la comunidad, ritos que le permite clarificar su existencia, y con ello entender lo sargado que hay en su vida, a fin de alimentar su fe. Sin embargo el problema que se puede dar no sólo en el cristianismo, sino en toda cultura y religión, es la pérdida del sentido del rito, en otras palabras, que el rito no diga nada, ni haga que se encuentre en un ámbito sagrado.
Dentro de estos ritos podemos encontrar la celebración de la Eucaristía. Un Sacramento por excelencia que nos lleva al encuentro con Cristo, a identificarnos con él. Sin embargo el problema sucede cuando la Eucaristía no significa nada, cuando se participa en ella sin decirnos nada, más aún, no tiene nada de divino.
Este es uno de los riesgos más altos que hoy en día. Cuantas gentes va a misa y no celebra nada, sólo va por costumbre, porque cree que le va a ir bien; incluso cuantos en este censo que se aproxima se dirán católicos, pero ni siquiera celebran la Eucaristía, no les dice nada. Más aún, cuantos jóvenes no la celebran porque es un rito vacío, sin sentido, que no se conecta en nada en sus vidas, que no les dice nada y mucho menos los hace encontrarse con lo sagrado.
Hoy celebramos la fiesta de este sacramento, pero finalmente que significa para nosotros, ¿Cómo podemos acercarnos a este misterio? ¿Qué es para nosotros esto? ¿Cómo podemos hacer esto algo sagrado? Y sobre todo ¿Cómo repercute en nuestra vida?
Los textos de este día parecen iluminar el veredero sentido en nuestra vida con respecto al sacramento de la Eucaristía y sobre todo lo que debemos de replantear para que esto sea un verdadero encuentro con Dios.
La segunda lectura da el planteamiento de este misterio. Nos presenta el relato de la institución Eucarística donde se coloca el motivo y razón de ser de este misterio. Leamos con atención un trozo de este bello pasaje y descubramos una pista de interpretación: «El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes.”» Si leemos bien podemos ver que todo este texto se encuentra en un contexto de entrega. Dice “Cuando iba a ser entregado” y posteriormente “mi cuerpo que se entrega.” La Eucaristía se da en un ambiente de entrega. Pero, ¿Quién entrega a Jesús? Podríamos pensar que Judas, pero no es así, es el Padre quien lo entrega, es el Padre quien lo da y el mismo evangelio de san Juan lo afirma cuando dice: «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su único Hijo.» (Jn 3,16). EL Padre lo entrega por amor, para llevar a cabo el misterio de salvación, para dar la plenitud de una vida nueva, finalmente es una entrega de amor. Y El miso Jesús lo dice: “Es mi cuerpo que se entrega.” Cristo se da se entrega.
La Eucaristía es un sacramento de entrega. No es posible hablar de sacramento cuando no hay entrega, cuando no hay donación de vida. Es algo inútil, hueco y vacío. De nada sirve y nada dice al mundo si no hay entrega, si no hay donación de la vida. La Eucaristía no sólo es algo cultual, o algo que se adore, es entrega es donación, es vivencia del amor, es testimonio, es generosidad del hombre.
Podemos decir que sin entrega no hay Eucaristía, pues es parte de la esencia de este sacramento. Se instituyó en un contexto de entrega y desde ese contexto debe vivirse y repercutir en nuestra vida. Cuando no somos capaces de dar testimonio, y vivir esa entrega, dando nuestra vida y esforzándonos por ser verdaderos testigos del amor, de la misericordia, la Eucaristía se vuelve sólo en algo piadosos, pero muy lejano a la vida del hombre, y sobre todo es algo vacío y sin sentido, que no dirá a nada a nadie, pues es algo estático que no transforma, ni renueva al hombre.
El evangelio por su parte nos ofrece la consecuencia de este misterio: Vida en comunión. Podemos ver como se narra el pasaje de la multiplicación de los panes, que es prefigura de la Eucaristía. Pero lo importante es precisamente es que Jesús multiplica los panes en contexto de comunidad, pues los sienta, hace grupos de cincuenta, que dentro de la teología de san Lucas recuerda la comunidad del Espíritu, son la comunidad que nace de la experiencia de Dios (recordemos que el Espiritu Santo viene en Pentecostés, es decir a los cincuenta días). De este modo el pan los une, para estar juntos compartir su fe, y sobre todo compartir sus vidas.
La Eucaristía debe traer como consecuencia la comunión, debe traer como efecto una vida de unidad, de diálogo, de verdadera fraternidad. Lo sagrado se puede percibir en el ambiente de comunión. Pero cuando sólo hay divisiones al interior de la Iglesia, sólo hay búsquedas de poder, sólo hay intereses mundanos, nunca habrá un verdadero contacto con lo divino, con Dios. Sólo se reduce todo a la destrucción, y nada con lo sargado. Cuando en la vida cristiana sólo hay juegos políticos, envidias, búsquedas d poder y beneficios, todo queda reducido a nada. A nadie le dice nada la Eucaristía, es algo vacío sin forma. Equivale a pararse en una fila donde uno comulga, a estar sentado e hincando en una celebración vacía y amorfa, donde no hay nada. Pero si realmente se viera la comunidad, donde todos se ayudan, donde todos somos importantes, donde lo importante es el servicio, ahí veríamos algo nuevo, una alternativa a la sociedad consumista e individualista, ahí habría una respuesta existencial a la soledad del hombre, habría un ambiente que tanto necesita el mundo, pues finalmente en el seno de esa vivencia comunitaria descubriríamos a Dios, que une, que consuela y fortalece. La Eucaristía sería ese ámbito sagrado en nuestra historia.
Podemos ver que la eucaristía es central dentro de la vida de fe del cristianismo, pero no puede quedarse como un mero acto de culto, sino que debe de repercutir sobre todo en la ida, debe ser entrega y vida de comunión. Sólo así la Eucaristía será una respuesta a la vida del creyente y del mundo. De lo contrario estará condenada a ser un rito más en la historia de las religiones, digan de estudio, pero no de vivirla.
Meditemos hoy hasta qué punto la Eucaristía significa entrega, donación a los demás y ser capaz de formar comunidad. Cómo me entrego y ayudo a mi familia, a mis amigos, hasta qué punto doy mi vida por ellos. Si doy de mi tiempo a mis seres queridos, si realmente doy valores, doy de mis ser a favor de los demás, si soy dispuesto a hablar y comenzar un dialogo. O bien soy una persona cerrada en mis criterios y no salgo de mi mismo. La Eucaristía nos da la gracia de vivir esta realidad, lo importante es que nosotros lo dejemos, y así podamos vivir la Eucaristía en nuestra vida, de lo contrario estaremos inmerso en u rito estéril y sin vida.