30/1/11

«Subió al monte y se sentó...»

Meditación con motivo del IV Domingo de tiempo Ordinario
Ciclo /C/

Textos:
Sofonías 2,3.3,12-13
1 Corintios 1,26-31
San Mateo 5,1-12

El día de hoy el Evangelio nos presenta el inicio del Sermón de la montaña, en donde Jesús presenta a sus discípulos el camino que deben de seguir dentro de su vida interior. Muestra el camino espiritual que deben seguir cada uno de ellos. Con este discurso se abre el primero de cinco discursos donde Jesús, irá colocando los elementos de una nueva ley para la comunidad de los creyentes. Centrémonos hoy en el marco narrativo en donde se dan las bienaventuranzas, pues este marco nos da los elementos para entender cuál es la esencia y el espíritu de las bienaventuranzas.
Este discurso se sitúa en medio de la necesidad de la comunidad, pues dice el texto la razón por la cual Jesús pronuncia este discurso: «Cuando Jesús vio a la muchedumbre.» Por tanto, este discurso es consecuencia de una necesidad, pues Jesús ve, y al decir “ver ” no se refiere a echar un mero vistazo, sino que Jesús “ve” a la muchedumbre, y ello implica que se trata de un verbo con una fuerte connotación teológica, que se puede encontrar en otros pasajes bíblicos. El verbo “ver” hace referencia a un texto fundamental de la tradición israelita, concretamente, del libro del Éxodo, cuando Dios se aparece en la zarza a Moisés y le dice: «bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto y he oído el clamor de los israelitas bajo sus opresores». Este verbo “ver”, cuando se refiere a Dios, no alude al conocimiento o descubrimiento por parte del ser divino de algo que antes le era desconocido. Para nosotros sí es así: el ver nos inicia en la experiencia del conocer; cuando vemos algo por primera vez empezamos a conocerle, en cambio en Dios “el ver” significa una acción divina que implica su intervención; el “ver” de Dios significa actuar, intervenir en la historia; ver a su pueblo significa relacionarse con él; ver el sufrimiento significa intervenir para que ese sufrimiento cese; siempre se alude a una intervención salvífica de Dios en la historia. No es, pues, una mera contemplación, sino una decisiva intervención divina para transformar la realidad. Por eso san Mateo utiliza esta expresión para remarcar que Jesús comienza a actuar en la historia, ha contemplado al pueblo, contempla su necesidad y ante ello debe actuar, debe dar el inicio de su liberación. De esta manera las bienaventuranzas que serán proclamadas serán ese mensaje que trae liberación.
«Subió al monte y se sentó.» El “monte” en la Biblia, es un símbolo dentro de la Biblia, cuando se habla de monte en singular, se hace referencia al ámbito de Dios (mientras los montes o las montañas, en plural, aluden a los falsos dioses), y el ámbito de Dios en cuanto accesible al hombre, porque “el cielo” también es un término que alude al ámbito de Dios, pero en cuanto trascendente, inalcanzable, incomprensible e inaccesible para el hombre. El “monte”, pues, es el ámbito de Dios que queda abierto para el hombre; por ello, quedan englobadas por el simbolismo del monte aquellas realidades que Dios ha ofrecido como mediadoras de su presencia entre los hombres: la revelación, en primer lugar, la alianza, la gracia, etc. En última instancia, el monte hace referencia a la “historicidad” de Dios, es decir, a su contacto con la historia, a su caminar con los hombres, a su compartir con ellos su vida y su destino. Ahora bien, al decir que el monte es el ámbito de Dios en cuanto accesible al hombre no queremos decir que el hombre, por sí mismo, pueda tener acceso a dicho mundo; siendo de Dios, ese mundo está siempre por encima de las capacidades humanas. Sin embargo, el monte representa la irrupción gratuita de Dios en el mundo humano, de donde la accesibilidad a dicho mundo es donación de gracia. Con esto somos invitados a subir al monte, somos invitados a reconocer que debemos dejar de lado las situación caducas de la vida y encontrarnos con Dios, ser capaces de descubrir dónde está Dios en medio de la historia, dónde se manifiesta Dios. No es posible vivir en la dinámica del evangelio si no subimos al monte, si no somos capaces de descubrir que Dios está en la vida. Subir al monte es subir al encuentro con Dios, y ello implica ya un esfuerzo. Esta será la vida del discípulo, subir siempre al monte, ser capaces de descubrir como siempre Dios está en medio de todo, aunque a veces es borroso y difícil de verlo, pero hay que subir hay que esforzarse.
Algunos podrían decir ¿Por qué subir al monte? Hay que subir al monte, porque Jesús nos introduce en esta vida desde su autoridad, sólo él es capaz de hacernos subir. Por ello, san Mateo nos narra que Jesús hace algo que es imposible para el hombre, pues no sólo “sube” al monte sino que, además, “se sentó”. Sentarse implica un símbolo de dominio, de autoridad que el gesto de sentarse trae consigo. Si podemos subir es porque Jesús domina el ámbito divino. Así, san Mateo nos presenta a Jesús no sólo como uno que logra penetrar en el ámbito de lo divino, sino como alguien que se encuentra en ese ámbito como en su propio terreno, a sus anchas, dominándole, gestionándolo y haciéndolo, además, verdaderamente accesible para sus discípulos. De esta manera Jesús domina este ámbito y lo acerca a los hombres, que viven empequeñecidos por la historia, que viven cabizbajos por el mundo, Jesús trae un mensaje, que en el fondo les hace penetrar en lo divino y eso les capacita para entrar en la plenitud de la liberación, una liberación que se hace con el contacto con lo divino. Jesús se sienta, domina ese ámbito, y sus palabras son de ese ámbito, las bienaventuranzas se convierten de esta manera en una palabra de liberación que al hacerlas nuestras nos hace entrar en contacto con Dios.
Si tenemos por Jesús la capacidad para vivir en ámbito de Dios eso nos lleva a ser responsables y descubrir nuestro papel en la vida de fe, por ello inmediatamente después se dice: «Entonces se le acercaron sus discípulos.» Con esta descripción de la cercanía de los discípulos el evangelista está perfilando su propia imagen de la comunidad cristiana. La comunidad debe vivir permanentemente en un solo esfuerzo: acercarse a Jesús. No es posible entrar en el ámbito de lo divino y recibir el mensaje liberador, si uno no se acerca a Jesús, si uno no hace que Jesús sea el parámetro y la fuerza para transformar la propia historia. Ese acercarse es escuchar su Palabra, es esforzarse por vivir el evangelio. No es posible escuchar el sermón de la montaña, no es posible escuchar estas bienaventuranzas, si no tenemos esta capacidad de esfuerzo, por estar junto a Jesús. El hombre que dice escuchar a Jesús, conocer su mensaje, que incluso lo anuncia debe de estar junto al maestro, de lo contrario es un farsante, es un conocedor de conceptos, pero no es discípulo, ni ha entrado en la montaña, en el ámbito auténtico de Idos, pues sólo ve las cosas desde sus conceptos, pero no desde Dios.
De esta manera cada una de las bienaventuranzas será la explicitación de este entrar en contacto con Dios y la invitación a vivir el espíritu de las bienaventuranzas. Somos invitados a subir al monte y eso implica: asumir la pobreza, llorar, ser manso, pasar hambre y sed de justicia, practicar la misericordia, vivir con un corazón limpio, trabajar por la paz, ser perseguidos por la justicia. Sólo así podemos vivir en la dinámica de Dios, reconociendo qué el está en medio de nuestra vida, y así vivir cerca de Jesús, vivir cerca del maestro que da la capacidad para que esa vida junto a Dios sea posible en cada uno de nosotros, pues estar junto al maestro no será otra cosa, sino experimentar su gracia, que es fruto de nuestro testimonio en medio de la historia , que en las bienaventuranzas se expresan con fórmulas de gozo y plenitud, que son la muestra de que efectivamente vivimos junto a Jesús:
“de ellos es el reino de Dios”,
“serán consolados”,
“heredarán la tierra”,
“serán saciados”,
“obtendrán misericordia”,
“verán a Dios”,
“se les llamará hijos de Dios”
Cada uno debe leer cada bienaventuranza para que sea el Espíritu quien le mueva a introducirse en la vida en Dios, y recibir la gracia que viene de él, pues finalmente las bienaventuranzas sólo se pueden vivir desde esta dimensión de entrar en la vida de Dios (Subir el monte), ser capaces de descubrir que Jesús tiene la autoridad para mostrarnos a Dios (sentarse en el monte) y darnos su gracia, y así acércanos a él como los discípulos para recibir la herencia que la vida en Dios nos da.

23/1/11

«El pueblo que caminaba en las sombras ha visto una gran luz...»

Meditación con motivo del III Domingo de tiempo Ordinario
Ciclo /A/


Textos:
Isaías 8,23.9,1-3
1Corintios 1,10-13.17
San Mateo 4,12-23


Hoy en día el hombre vive atrapado entre tantas realidades, que a veces sufre una crisis de personalidad y no logra descubrir quién es él, y hasta dónde puede llegar, pues hay tantos caminos tantas ofertas, tantas propuestas que el hombre se pierde en este mar de informaciones y propuestas. Sin embargo el hombre debe abrirse camino entre estas y ser capaz de descubrir su identidad.
Sobre esta situación nos habla la liturgia del día de hoy, y de manera específica la primera lectura: «El pueblo que caminaba en las sombras ha visto una gran luz.»El texto nos alude a una situación de tiniebla que vive el pueblo, un mundo de sombras, y eso nos remite a una realidad incompleta del hombre. Ser sombra implica que el hombre que es incompleto, si lo pensamos bien, la sombra es una especie de reflejo de alguien, es su persona, pero un tanto distorsionada, pues tiene su figura, pero no una especificidad más profunda, de ahí que estar en medio de las sombras implica que vive en medio de una situación desvirtuada, con una identidad incompleta, no alcanza el mismo a percibirse, no alcanza él mismo a reconocerse. Tiene una identidad, pero no es una identidad total, está desfigurado.
El profeta Isaías remite aquí a la situación del pueblo, que debido a sus fraudes, a su pecado, se han ensombrecido, han perdido su identidad de pueblo. Su injusticia lo ha hecho incapaces de ver su realidad y sobre todo los ha hecho perder la razón lo que son, su esencia, ahora ´solo queda una sombra, son ellos, pero totalmente desvirtuados, son ellos, pero incapaces de descubrirse en medio de las sombras, solo ven su oscuridad, y sólo se entienden desde esa oscuridad, desde su mal, pareciera que no hay solución, caminan en medio de la tiniebla. Con estas sombras, el autor quiere marcar que el pecado hace que el hombre camine sin su plena identidad, sin ser capaz de reconocer quién es él, sin ser capaz de descubrir su misión en la vida, de descubrir quién es él medio del mundo.
Esta situación que nos narra el profeta Isaías, esta vida en medio de las sombras, es una situación que también se vive hoy en día. Cuántas personas viven hoy inmersas en la sombra, en esa desvirtuación que produce el pecado, pero una desvirtuación que se va desarrollando en varios niveles. Esas sombras pueden verse hoy en las personas que saben que existen, pero sin llegar a identificarse, porque están sumergidos en medio de la cultura, de los medios de comunicación, de la moda, de las desilusiones, de las imágenes, pero nos son capaces de descubrir quienes son realmente. Puede ser que no logren captar quienes son por el exceso de información que finalmente nos desinforma, y no nos hace capaces de descubrir cuál es la realidad. O bien vamos viviendo creando una imagen de nosotros, para parecer buenos, para tener éxito, hasta el punto de perder de vista quienes somos. Incluso ante las diversas puestas en escena de lo que se nos presenta como moda, para tener una figura ideal, o comer ciertas cosas, perdemos nuestra identidad de lo que realmente somos, sin llegar a percibir quienes somos y sólo nos quedamos anhelando eso, o pareciéndonos a un prototipo sin ser realmente nosotros. O incluso ante la desilusión de la vida, por los problemas, las crisis olvidamos nuestra identidad, y nos perdemos en nuestras sombras. El hombre de hoy vive de sombras, porque no alcanza a ver en medio del bombardeo de información, de propuestas y de desilusiones, quién es realmente.
Podríamos ver ante esto un panorama tétrico, sin embrago el profeta no se limita sólo a marcar la situación del pueblo que está sumido en medio de las tinieblas, sino que anuncia la esperanza: «El pueblo que caminaba en las sombras ha visto una gran luz; sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una luz.» Ese pueblo camina en las sombras pero ven la luz, hay una esperanza.
Meditemos sobre el símbolo de la luz en la Biblia. La luz hace referencia a la inteligencia, es decir, a la manera como el hombre es capaz de ver y juzgar la realidad. En cierto modo, el pecado comienza siempre por una distorsionada percepción de la realidad, propia y ajena, y por un planteamiento erróneo de lo que es la vida. De tal manera que la luz es un elemento que tiene que ver con la comprensión de la realidad: es ella la que nos permite captar el mundo, nos da la capacidad de percibirlo. Si nosotros viviéramos en tinieblas no veríamos nada, no veríamos las formas, los contornos, la realidad misma, todo sería sin sentido, vacío, incapaces de alcanzar a captar y entender el entorno, pero gracias a la luz, podemos ver y captar todo, somos capaces de entender nuestra realidad. Así, la luz es un símbolo que nos lleva a la comprensión de la realidad, que nos permite captar el mundo, percibirlo, ubicarnos en medio el mundo.
Por tanto, si el pueblo camina en sombras, y es capaz de recibir la luz puede descubrir la historia, puede entender las cosas, puede captar lo que es bueno y lo que le daña. El pueblo debe dejarse llenar de la luz para ser capaz de conocerse y conocer los que sucede a su alrededor. Llenarse de la luz implica así, ver sus injusticias, ver el dolor del otro, ver que el hombre sufre, y que uno es responsable cantidad de veces de ese sufrimiento. El pueblo de Israel es invitado a ver ahora sus obras y reconocer su identidad, de lo que está llamado a ser y de descubrirse parte de un pueblo, con el que debe de caminar.
Hoy más que nunca se necesita de esa luz, para ver más allá del bombardeo publicitario, ver más allá de la saturación de los medios, se r capaces de ser críticos y no tragarse cualquier noticia, o cualquier cosa que se presenta. Ver más allá de lo que se necesita y no reducir todo a una moda, o a una estética. Se necesita la luz para ver que las cosas no son sólo como yo pensó, sino que hay más opciones. Se necesita la luz, para no permitir que las desilusiones de la vida nos tumben y nos dejen por tierra. Se necesita la luz para descubrir que no todo está perdido, que siempre hay una esperanza, que siempre hay un nuevo sendero para entender la realidad. Una luz para encontrar nuestra identidad, y ver que debemos ser originales, como somos, sin aparentar nada en la vida. Se necesita de esa luz.
Y esa luz implica que nos hace descubarnos y descubrir nuestra realidad, impidiendo que todo se ensombrezca, nos debe de llevar a tener una visión desde Dios. La luz debe de darnos la capacidad de ver más allá de lo aparente, ver desde Dios, desde la mayor profundidad, nosotros la vemos desde su portada exterior, desde su apariencia desde lo que nos resulta evidente y escapa a nuestra comprensión desde su última implicación que tiene que ver desde la salvación. La luz debe llevarnos finalmente a ver la realidad del hombre desde su portada más trascendente, ser capaces de descubrirlo a la luz de Dios, para actuar a partir de esto, desde nuestra vida de fe, desde los criterios y parámetros de Dios y su evangelio.
Esta es la luz que el hombre está llamado a vivir, y es la luz que trae Jesús pues según san Mateo, esa profecía de Isaías se hace realidad en Cristo, finalmente él es la luz que da sentido a la historia. Él es la luz que deja ver el sentido de la humanidad, de su dignidad, de su valor en el mundo, es la luz que brilla a partir de su misterio pascual, el resplandor de la cruz que demuestra su gran amor por nosotros y por ello nos salva, porque somos valiosos a los ojos de Dios; es la luz que destella en la resurrección anunciando que la vida es la última palabra, y que a partir de ahora es la luz que nos dice que la muerte no tiene cabida en la historia.
Cristo es la luz que disipa nuestra sombría vida, el problema es que muchas veces nosotros no somos capaces de descubrir esto. Preferimos vivir en la sombra del egoísmo, de la avaricia, de nuestra injusticia, sin pensar, ni descubrir realmente quien somos en medio de esta masa informe de cultura y publicidad que nos bombardea, y nos enseña a ser egoístas y un producto más de la mercadotecnia y el poder. Hoy podríamos abrir nuestros ojos, y ver que hay algo más, ver de lo que soy capaz y ver que yo puede ser más crítico, y ser capaz de hacer más justicia, para demostrar que en este mundo de sombras hay una luz que puede cambiar todo, una luz que yo transporto, una luz que viene de Dios, y da una nueva clave de lectura a la fe, a la sociedad y a la historia misma.

16/1/11

«Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo...»

Meditación con motivo del II Domingo del Tiempo Ordinario
Ciclo /A/

Textos:
Isaías 49,3.5-6
1Corintios 1,1-3
San Juan 1,29-34

Como Sabemos bien hemos comenzado el tiempo ordinario, un tiempo en donde la liturgia nos invita a colocar nuestra mirada en Jesús, y ser capaces de descubrir que es lo que nos quiere dar a conocer, percibir sobre todo quién es Jesús. Por esta razón La Iglesia nos presenta en el segundo domingo de tiempo ordinario, un pasaje que genearlemnte sirve para reconocer la grandeza de Jesús, que de algún modo se vio presente en la festividad de la Epifanía, y en este domingo se intenta marcar otra manifestación que dé el punto de inicio para conocer quién es Jesús y así desde la identidad que se revela seamos capaces de introducirnos en la espiritualidad del año litúrgico.
El día de hoy encontramos este pasaje del evangelio de Juan que nos hace la presentación de Jesús. Nada mejor que iniciar el tiempo ordinario, por así decirlo, que con una presentación de Jesús, es una manera de mostrarnos quién es Jesús, y con ello prepáranos, disponer nuestro corazón para acoger lo que él nos va a decir.
Las Palabras con las que se presenta a Jesús son: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.» Con esto se nos invita a reconocer quién es él y así permitir que nuestro recorrido espiritual a lo largo de este año litúrgico tengamos en la mente que el objetivo es la salvación. Pero detengámonos un poco en estas palabras, comprendamos el sentido de ellas y partir de eso conozcamos el plan que salvación que Jesús nos ofrece.
Jesús es llamado “Cordero”, y esto nos recuerda una idea fundamental en la historia de la salvación, nos recuerda la salida de Egipto del pueblo de Israel. En este libro se relata la institución de la Pascua en donde se habla de comer el cordero como preparación para la salida de Egipto y con ello, la preparación para su libertad, y a al mismo tiempo se habla que al colocar la sangre del cordero en las puertas será un signo de protección para que no mueran los primogénitos de la casa de Israel. Por lo tanto el Cordero es una imagen de sacrificio que lleva a la libertad y da la salvación. Jesús ahora es presentado como el codero, pues él será quién nos dará la libertad y nos entregará la salvación definitiva. Así como la sangre del cordero en Antiguo Testamento sirvió para protegerlos de la muerte, Jesús es el cordero cuya sangre nos protegerá de la muerte, y con su sacrificio que nos llevará a la libertad plena.
Incluso, esta presentación de Jesús como Cordero, desde el inicio del evangelio, será fundamental dentro del evangelio de san juna, pues a lo largo de su evangelio y sobre todo durante su pasión, irá colocando paralelismos entre el cordero de pascua de los judíos, con Jesús nuevo cordero pascual. De este modo, san Juan trata de demostrar que la antigua pascua cae, es obsoleta, pues Jesús es el nuevo cordero pascual que dará la salvación definitiva de una manera contundente de una vez para siempre, y nos liberará de la muerte por medio de su resurrección, inaugurando una nueva pascua, por medio de una nueva creación. Con esta presentación el evangelio nos muestra una línea teológica que seguirá el evangelista, y muestra que Jesús es quien trae una nueva pascua como nuevo cordero pascual.
Esta salvación que trae Jesús es anunciada con la expresión: “qué quita el pecado del mundo.” Jesús nos libera del pecado, y es importante hacer notar que el texto nos dice que Jesús viene a quitar el “pecado”, no dice “los pecados”. Cuando hablamos de “pecados”, en plural, se hace referencia a los actos concretos que un individuo o una colectividad. Son unas actos determinados de una o más personas, pero el evangelista habla de “el Pecado”, en singular, y por lo tanto habla de la raíz del pecado, fuente del mal en cuanto tal, es decir el tener la actitud fundamental de desapego a la Palabra que conduce o apunta hacia Dios, que me lleva a la experiencia del amor. Y sobre todo “el Pecado” en el evangelio de san Juan se refiere a la cerrazón del hombre a Dios y su amor. El pecado es la actitud de aliarse con la injusticia y el egoísmo, dañando al hombre, e impidiendo que el hombre sea capaz de realizarse. El Pecado en singular se refiere a la actitud de de cerrarse a Dios y su gracia. Esto es lo que Jesús viene a quitar, viene a mostrar que el hombre no puede vivir en el sistema injusto, que le aliena y le autodestruye, y por ello debe de empezar una vida nueva desde las categorías de la salvación que él da.
Otro elemento es el verbo, pues dice que Quita el pecado, no dice que lo perdona, sino que lo erradica. Jesús es el Cordero que destruye el pecado, que destruye lo que enemista con Dios, que destruye la injusticia que se anida en el corazón del hombre. Es el Cordero que viene a acabar con toda distancia entre Dios y el hombre, cavando con aquello que realmente hiere y envenena el corazón humano: El pecado, la injusticia, la cerrazón a la gracia y amor de Dios. Si el hombre es capaz de abrirse a esta gracia, puede efectivamente acercarse a Dios y vencer todo tipo de destrucción en su vida, y acercarse a Dios, peros e requiere la decisión de hacerlo.
El tiempo ordinario nos presenta de este modo a Jesús que trae esta salvación nueva, que trae esta salvación definitiva. Esta presentación nos indica que Jesús es aquel que ha abierto el camino para acercarnos a Dios de una manera distinta, pues ahora es Jesús el cordero inmolado que dará su vida para mostrar que el odio puede ser vencido, y la injusticia destruida por medio de la entrega. Esto desde luego es el proyecto, es un proyecto que debe ir tomando forma lentamente en nuestras vidas. La presentación que hace Juan Bautista desde luego que nos indica la persona y el quehacer de Jesús, pero para ir descubriendo en nuestra vida esa salvación, esa liberación, ese proyecto de salvación no basta con escuchar la presentación del bautista, sino que hay que profundizarla, y el evangelio es precisamente el medio para conocer como nos salva, como da su vida, y sobre todo como podemos acoger y hacer presente en nosotros esa salvación. Los diferentes domingos del tiempo ordinario sirven precisamente para esto, para escuchar la para que me muestra el itinerario a seguir para alcanzar esta salvación que se da en el cordero. Lo que nos se nos presenta, es una tarea en la cual debemos de proseguir día a día para conocer bien el proyecto, asimilarlo y hacerlo nuestro.
Sin embrago, ya con esta presentación que hace Juan Bautista nos coloca la base para invitarnos a profundizar en el evangelio. Pues si bien estamos llamados a meditar en el evangelio, no es simplemente por simpatía, o por curiosidad, sino porque en el evangelio encontramos el camino que nos lleva al padre, en el evangelio conocemos los elementos para abrirnos a la nueva pascua que nos da Jesús-Cordero pascual. Finalmente esta es la aseveración fundamental, todo tiene sentido dentro de la fe cristiana, porque Jesús nos da una nueva vida, una nueva pascua, pero que es necesario abrirse a esto acogiendo la vivencia del evangelio.
Sin embargo a veces podríamos olvidar esta realidad, olvidar que en el fondo acoger su proyecto de amor, el proyecto del reino es acoger la salvación que bien de Jesús. Por eso, cada vez que celebramos la eucaristía, nos lo recuerda la misma liturgia pues antes de comulgar se nos dice eso: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, dichosos los invitados a la cena del Señor…”
Comulgar es acercarse al Cordero, para acogerlo, para hacer mía su entrega en la cruz, pues en la celebración Eucarística, se vive el sacrificio del Cordero, la entrega de su vida por nosotros. Y por ello antes de comulgar se nos recuerda que lo que vamos a comulgar, lo que vamos a hacer nuestro, de lo que vamos a participar es de la salvación plena, de la entrega al extremo, del sacrificio que nos hace capaces de destruir nuestro pecado y ser auténticamente libres. Comulgar por lo tanto es estar en comunión, con el Cordero, con su sacrificio, haciendo mía su liberación, sería por tanto inútil pasar a comulgar si realmente uno no vive ese misterio de salvación en la propia vida. Por ello siempre se nos recuerda antes de comulgar para que seamos consientes de que estamos a punto de entrar en el misterio de salvación, que nos hace capaces de vencer el pecado. Y esto lo hacemos al final de la misa, iluminados por su Palabra que nos da los lineamientos para que esa comunión sea plena y participemos de los frutos de la salvación que nos da el Cordero.
De esta manera la invitación a la comunión nos pone alerta de lo que ese momento debe significar para nosotros, y por otros nos recuerda que estamos llamados a vivir en comunión con él, que debemos recordar siempre que debemos ponernos en marcha, escuchar su Palabra, conocerlo y erradicar definitivamente lo que nos aparta del verdadero amor que viene de Dios.

9/1/11

«... porque conviene cumplir toda justicia»

Meditación con motivo de la fiesta del Bautismo del Señor
Ciclo /A/

Textos:
Isaías 42,1-4.6-7
Hechos 10,34-38
San Mateo 3,13-17

Todos los que han recibido el bautismo, se han incorporado a la Iglesia, pero finalmente qué significa eso, es a caso un mero rito de iniciación par entrar en una congregación, o bien un rito cultual vacío o sin sentido, o una mera formalidad social para hacer una fiesta. No puede ser así, pues es un sacramento que nos llena de la presencia de Idos en nuestras vidas, y por tanto el bautismo es el medio para que el creyente entre en la vida de la Iglesia, y con ello se comprometa a transformar la realidad con la vivencia de la fe que aceptó en ese día
Hoy celebramos la festividad del bautismo del Señor. Con esta fiesta se termina el tiempo de Navidad, y se abre la puerta del tiempo ordinario. Y nos invita a reflexionar y a colocarnos delante de este sacramento y descubrir el sentido de nuestro bautismo, profundizando en el bautismo de Jesús.
El texto del Bautismo de Jesús en la versión de san Mateo que hoy escuchamos presenta una peculiaridad que los otros evangelios de Marcos y Lucas, no nos presentan. Nos habla de un diálogo entre Jesús y Juan el Bautista. Este diálogo es por un lado una novedad con respecto a los otros dos evangelios, pero el miso tiempo tiene una fuerte cargar, pus en este diálogo encontramos las primeras palabras de Jesús en el evangelio, y ello son significativas, pues nos hablan del ministerio de Jesús a lo largo de todo el evangelio. Y al mismo tiempo, nos da a conocer el sentido de e este episodio, y así nos lleva a entender todo el ministerio de Jesús por medio de esta escena paradigmática.
Primeramente, digamos porque existe este discurso sólo en el evangelio de Mateo. Parece ser que en la comunidad de Mateo, surgía una corriente, que después tomará más fuerza, donde se decía que Juan bautista era superior a Jesús, y una prueba de ello es precisamente es él bautiza a Jesús, marcando su superioridad. Mateo coloca este discurso introductorio para demostrar la superioridad de Jesús frente al movimiento del bautista. Y aprovecha esto, para colocar un elemento teológico para el relato y el resto de su evangelio, pues, por un lado Juan Bautista reconoce la grandeza de Jesús, y por otro Jesús contesta de manera que sirve para entender todo el misterio de Jesús en la obra. En conclusión, se forma una extraordinaria escena teológica.
Ante la llegada de Jesús al Jordán Juan se sorprende y simplemente dice: «Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti, ¡y eres tú el que viene a mi encuentro!» Con estas palabras Juan reconoce la grandeza de Jesús, pero al mismo tiempo se sorprende de una realidad, ¿Por qué Jesús viene a bautizarse? Porque el bautizo de Juan era un bautizo de conversión, un bautizo que implica reconocerse pecador, y al sumergirse en las aguas el que recibe el bautizo, se compromete a morir a su vida pasada comenzando una vida distinta, transformando su vida. Esta idea con concuerda con Jesús, pues él no debe reconocerse pecador, no debe sumergirse en esas aguas donde el hombre renuncia a su mal. Eso es una reducción de la persona de Jesús, Jesús niega su papel. Si él es el Mesías, él viene a dar un castigo de fuego al pecador, cómo es posible que ahora venga a sumergirse en las aguas del pecado.
Este sumergirse implicaría que Jesús se hace solidario con el pecado del hombre, en lugar de castigarlo, de separarlo, de llevarlo a su destrucción. Eso es incomprensible para Juan, no es posible que ahora resulte que él se haga solidario con el hombre. Lo que Juan no ha logrado entender es que el bautismo de Jesús complementa el bautizo del pueblo, pues aquellos (el pueblo) se bautizaban para manifestar que renunciaban al mal en sus vidas. Pero para que el Reino llegue, no basta que uno renuncie al mal, no basta renunciar a la injusticia, como lo pretende el bautizo de Juan, sino que se debe dar un paso más. Si el hombre renuncia al mal, ahora debe de optar por la justicia, por la entrega hacia los demás. Al bautizarse Jesús, implica que él viene a dar su vida, a entregarse a favor de los demás. Juan los invita a la renuncia de lo injusto, pero con Jesús es a renuncia se vuele entrega a favor de los demás, dar la vida por los demás.
Si nos detenemos un poco, en esta consideración, implicaría que el sacramento del bautismo, es un renunciar al mal para vivir en el bien, para vivir como Jesús, tal y como lo expresa la segunda lectura del día de hoy: «… pasó haciendo el bien…» Eso quiere decir que el bautizado no es aquel que un día lo llevaron al templo, le echaron agua, y le sacaron una foto. Sino que el bautizado demuestra a los demás que es bautizado porque vive haciendo el bien. Es aquel que renuncia al mal, renuncia todo tipo de injusticia, de opresión, y entonces entrega su vida a favor de los demás, haciendo el bien a sus hermanos. Incluso el mismo rito del bautismo lo manifiesta, primero se hacen las renuncias al mal (como el bautismo de Juan), y después se hace la profesión de fe, y ello implica entonces adherirse al Dios del amor, a Jesús que se entrega. Hacer la profesión, implica una aceptación del proyecto de Jesús, haciendo suyo el proyecto de la entrega, de la cruz.
Ante la incomprensión del bautista Jesús inmediatamente le contesta. La traducción del texto litúrgico dice: «Haz ahora lo que te digo, porque es necesario que así cumplamos todo lo que Dios quiere.», sin embargo, el texto original dice: «Ahora déjame hacer esto, porque conviene cumplir toda justicia.» Con esta frase Jesús quiere remarcar el camino de salvación que se debe de llevar a cabo a través de este acto. Tratemos de entender esta frase analizado dos palabras fundamentales: Cumplir y justicia.
Jesús dice que se debe cumplir. Cuando se habla de cumplir, el verbo en griego que se usa aquí es pleroo, y no se refiere simplemente a una mera obediencia, sino remite a la idea de que algo está lleno, lo que está lleno hasta los bordes, indica la idea de completar las cosas, de cubrir una necesidad lo más posible, incluso en el lenguaje de los navíos indicaba la idea de que todo estaba dentro del barco para poder zarpar. Esto quiere decir que, no es simplemente cumplir las cosas, sino que se refiere a llevar a plenitud una realidad. El bautismo de Jesús es un acto decisivo que lleva todo a plenitud, que pone todo los elementos necesarios para que se lleve a cabo la salvación. Por lo que, al decir “conviene cumplir”, no quiere decir simplemente, “conviene obedecer a Dios en lo que quiere”, sino que Jesús le manifiesta que este acto lleva a plenitud todo. Así como, se pone todo lo necesario en el barco y pueda zarpar, así el bautizo es el elemento fundamental para que la salvación pueda zarpar, para que la salvación pueda seguir adelante. La entrega que Jesús viene a hacer por la humanidad, su acto de amor es decisivo para la salvación, el tomar el pecado, el sumergirse en él es vital para que se coloque los elementos necesarios para seguir haciendo en la salvación. No es sólo cumplir la voluntad de Dios, es permitir que se coloquen los elementos de salvación, en este caso la entrega, simbolizada en el bautismo. Con esto se cumple todo el sentido de la historia de salvación y de las Escrituras mismas.
Por otro lado, el tiempo verbal de cumplir, nos remite a una acción que se lleva a cabo en un momento determinado, en un momento contundente, es una acción puntual. Eso quiere decir que el bautismo de Jesús, y por consiguiente su entrega es un acto decisivo, es un acto puntual, que se da en un momento de la historia, y con ello marcará la vida de la humanidad.
En segundo lugar, la justicia que dentro del pensamiento bíblico refiere a dos realidades. Por un lado, dar a cada uno lo que requiere. Dar justicia por ejemplo implica darle a cada uno lo que requiere en su vida. Muchas veces creemos que justicia es dar a cada uno lo que se merece, pero no es así. La justicia en la Biblia, implica dar a cada uno lo que necesita, lo que requiere en su vida para ser mejor. En segundo lugar la justicia (como consecuencia de lo anterior) es vivir desde la Ley de Dios. La justicia implica se capaz de vivir según los lineamentos de Dios. Pero van correlacionados los dos elementos, pues vivir la justicia implica estar atento a la Ley de Idos, estar atento a lo que Dice con su Palabra y vivir desde la dinámica de esa Palabra. Y si uno vive con la dinámica de la Palabra de Dios entonces el hombre es capaz de darle a cada uno lo que necesita, dar amor para el que vive en la miseria del odio, darle libertad al que vive en la esclavitud, dar el perdón para aquel que vive encerrado en el rencor.
Si Jesús dice que se debe cumplir toda justicia, quiere decir que se debe dar plenitud a la justicia. El bautizo de Jesús es la plenitud de a la justicia. Dar plenitud a la Palabra de Dios, a su Ley. Dar plenitud dando a la miseria del hombre una salvación definitiva. Con estas palabras se entiende que el Bautizo de Jesús es el signo con el cual él se sumerge en las aguas del pecado para hacerlo suyo y salvar al hombre por medio de la entrega, dándole así a cada uno lo que requiere, dando salvación, amor, redención al pecador que camina una vida nueva. El bautizo de Jesús es esa plenitud de la justicia de Dios en el mundo caído por el pecado. Al mismo tiempo estas palabras revelan el programa que Jesús debe de seguir a lo largo del evangelio. En el fondo todo el evangelio de san Mateo coloca esta realidad, Jesús que con sus palabras y sus milagros va dando plenitud a la justicia, va dando la plenitud a las Escrituras.
Nuestro bautismo es la participación en esta salvación que Jesús nos da, y nos invita a nosotros a vivir esa plenitud de justicia. Ser bautizado no significa simplemente tener una boleta de bautizo, sino que es la capacidad que tenemos de vivir en la justicia, voltear y ver a nuestro hermano y descubrir que necesita. Llevar la plenitud de justicia al que se siente solo, al que vive abandonado, al que vive deprimido, al que está angustiado, al que se ha equivocado, al que está desconsolado, al que perdió el sentido de su vida, al que ha sido traicionado, al que se ha equivocado. Descubrir esa miseria y darle justicia, darle lo que necesita compañía, solidaridad, perdón, compasión, presencia, paciencia, cercanía, alegría, consuelo, ayuda, amor. Sólo así el bautizo que hemos recibido tiene un verdadero y auténtico sentido en nuestras vidas.

6/1/11

De Magos y sacerdotes

Meditación con motivo de la solemnidad de la Epifanía del Señor

Textos:
Isaías 60,1-6
Efesios 3,2-3.5-6
San Mateo 2,1-12

Una de las dificultades más grandes dentro de la experiencia del creyente es la de reducir todo a meros enunciados dogmaticos, querer reducir todo a credos, a enunciados, a cosas que debemos creer aunque muchas veces ni se entiendan, y sean tan abstractas que sólo nos limitemos a decir “Es un misterio”, “Hay que creerlo”, “Es verdad de fe”, de tal manera que la experiencia de la fe se convierte en meraos enunciados y en la incapacidad de dar realmente una razón de la fe. Incluso se limita a un mero aspecto cultural, a una mera tradición. O bien, en algunos círculos se limita a tener una serie de doctrinas, de elementos de conocimientos extraordinarios, pero que en el fondo no da razón de ser la experiencia de fe, pues son puras teorías.
La fe no es eso, si bien hay enunciados y teologías son fruto de una realidad, viva, y no meramente especulativa. La fe implica adherirse a una persona, adherirse a Cristo, estar profundamente ligado a él. LA fe es una manera de vivir, una vida que se realiza junto con Cristo. La fe se vive, no es sólo de explicaciones, podríamos decir que la verdadera explicación parte de la vida misma, de nuestra propia experiencia, mientras que la teología y demás ciencias, que se derivan de ellas serían para profundizar y dar un sustento, pero partiendo de la experiencia, de una vivencia con Dios.
Y justo esto nos lo recuerda la festividad del día de hoy. En este día escuchamos el texto de la visita de los magos al niño Jesús. Pero antes de que se lleve a cabo el encuentro entre ellos, los magos se topan con Herodes y con los sacerdotes de Jerusalén. Podemos ver aquí una alusión a unos magos y a un sacerdocio que ya se veía en el Antiguo Testamento. Si recordamos en el libro del Éxodo en medio de la confrontación de Moisés y el faraón, lo cual da como resultado el relato de las plagas sobre Egipto, podemos ver como se da una confrontación con los magos del faraón y con Moisés y Aarón, el sacerdote.
En aquel relato podríamos ver como los magos del faraón tratan de demostrar su poder y supremacía mostrando que son ellos los controladores de la divinidad, pero finalmente son ellos derrotados, mostrando que Moisés y Aarón tienen la razón, y es Dios el que está con ellos. En cambio ahora en este relato, son los magos, los paganos, los que estudian las estrellas los que realmente conocen de Dios, los que realmente lo tienen de su parte, y sobre todo que son capaces de encontrarse con Dios. En cambio los sacerdotes, sólo se creen portadores de la verdad, se creen conocedores de Idos, creen que Dios está con ellos, pero no es así, sólo conocen cosas, son portadores de conocimientos, pero no de la experiencia de Dios en sus vidas.
Este relato por lo tanto, invierte los papeles. Pero si esto sucede es a causa de la soberbia que hay en el corazón del hombre que le hace creer que e poseedor de la realidad divina. En el libro del Éxodo, el faraón y por consiguiente los magos creían que tenían la fuera de Dios de su lado, puesto que ellos eran los poderosos de la historia, eran los que podían controlar a la humanidad, pues la divinidad estaba de su lado. Por eso su obstinación ante ese pueblo hebreo, que pretendía superioridad, hablando de un proyecto de salvación de parte de Dios, eso contradice su autoridad y su poder, por ello, inmediatamente mostrarán signos que demuestran su engaño, y así demostrar que la divinidad está de parte de ellos, y que ellos son superiores. Pero se topan contra pared al descubrir que ellos mismos están condenando su futuro al no darse cuenta que Dios está con ese pueblo, que al final es liberado.
Ahora en el texto de Mateo, nos topamos con esos magos, que no tienen ninguna pretensión de poder, sólo son buscadores, han vislumbrado una estrella, han visto algo distinto y descubren que en ese signo Dios se hace presente. Salen a su búsqueda, pues no puede permanecer como si nada, como si todo fuera normal. Ahora ah sucedido algo distinto y deben ponerse en marcha. Ellos tienen un signo de Dios, y deciden seguirlo. En cambio, son ahora la casta sacerdotal, se cree conocedora de Dios, son ellos los que conocen todo, no es posible que ahora unos extranjeros lleguen a decir que han descubierto el “hilo negro de la fe”, y por ello ante su noticia inmediatamente les hacen saber que no hay nada de estrellas, y que si hay algo sería en Belén. Con esto demuestran que no hay nada nuevo bajo el sol, que ellos conocen todo. Ciertamente conocen las Escrituras, pero no se ponen en camino, pues ellos creen que conociendo es suficiente. Para ellos su fe se encierra en su conocimiento, así como en los magos del faraón se encerraba en su poder y dominación. En cambio el hombre que es capaz de ver más allá de los meros conocimientos, del mero poder, es capaz de ver que hay un camino de liberación, de una vida diversa como Moisés y Aarón; es capaz de ver, como los Magos, que hay una estrella, un signo que revela la novedad de Dios.
Esto demuestra que los Magos han venido desde sus tierras dejando todo detrás porque hay una novedad, hay una presencia de Dios, ellos se ponen en camino, dejando atrás a los intelectuales de la fe. Lo mismo sucede con Moisés, Aarón y el pueblo hebreo, caminan y dejan de tras a los poderosos egipcios encerrados en sus afanes de poder y destrucción.
Si nos fijamos, ambos se ponen en camino delante de aquellos que sustentan un poder. En el fondo el único modo de encontrarse con Dios, es la puesta en camino. Eso implica movimiento, es implica experiencia, implica dejar que Dios entre en la vida y que me impulse a seguir adelante. La fe no solo es especulación, no conocer las cosas de memoria, ni elaborar sistemas teológicos extraordinarios, sino de caminar, tener un estilo de vida.
No es posible hablar de fe sólo a partir de discursos, de un cúmulo de conocimientos, es necesario hacer camino, ponerse en marcha. Eso implica que la fe es movimiento, que la fe exige necesariamente una relación con la vida. No hay fe sin camino, no hay fe sin mostrarla al mundo, que los demás vean que caminamos, que vean nuestra transformación, que los demás vean que vamos avanzando en medio de la historia. No bastan los discursos para decir que eso es la fe. No basta saberse las Escrituras. No basta decir que conocemos cosas. La fe es ese caminar, ese hacer historia, ese demostrar que se vive unido a Jesús. Hoy más que nunca se necesitan magos que caminen, que no sólo sepan decir cosas, que conozcan las Escrituras, si bien eso es necesario, pues gracias a eso, los Magos llegaron a Belén, es necesario ponerse en marcha, es necesario hacer historia junto con Jesús, sólo así es posible encontrarlo, es posible anunciar la fe, que no parte de extraordinarios discursos bien estructurados, sino de la vivencia que se tiene con el Señor. Que esta fiesta de la Epifanía nos recuerde nuestro papel en medio del mundo, y le verdadero sentido de vivir la fe, no porque conocer sea malo, sino porque debe de llevar a la puesta en camino, de lo contario sería una ideología más en medio del mundo.

3/1/11

Hacerse historia

Meditación con motivo del domingo II después de Navidad

Textos:
Eclesiástico 24,1-4.12-16
Efesios 1,3-6.15-18
San Juan 1,1-18

El tiempo de Navidad nos invita a céntranos en un misterio que es fundamental: La palabra de Dios que se ha hecho carne por nosotros. Este es uno de los misterios fundamentales para la fe cristiana. Pero finalmente cómo repercute eso en nuestra vida. Si bien la encarnación nos da la salvación, lo celebramos anualmente, pero en el fondo parece una idea totalmente alejada, totalmente distante a nuestra realidad. La pregunta que hoy se eleva sería ¿Cómo hacer presente ese acontecimiento hoy?
Justo en este segundo domingo del tiempo de la Navidad parece darnos una pista, y para ello en primer lugar nos invita a reconocer que es esa Palabra, con el fin de descubrir como ese misterio de la navidad es un misterio totalmente cercano, y que el fondo repercute en nuestra vida y nos compromete dentro de la vivencia de la fe, no siendo sólo algo meramente distante o abstracto en la vida.
La primera lectura aborda el tema hablándonos de la identidad de la Palabra, que en el fondo es la Sabiduría de Dios, y es esa Sabiduría, esa Palabra que está en contacto con la historia. En primer lugar se presenta a sí misma como participe desde los orígenes y manifiesta su acción en la historia: «He servido ante él en la tienda santa y así fue que establecí en Sión, y así me he establecido en Sión; él me hizo reposar asimismo en la Ciudad predilecta, y en Jerusalén se ejerce mi autoridad.» Se nos muestra que esta Sabiduría-Palabra, no es solitaria, np vive en la soledad, sino que está en medio del pueblo, lo acompaña, lo va guiando día a día y momento a momento. La Sabiduría-Palabra va haciendo historia, se mete en la historia del Pueblo, lo va acompañando, lo va guiando en todo momento. De esta manera adoptemos comprender que la Palabra es aquella que hace historia porque está dentro de la historia del pueblo. Nadie puede decir que esta Palabra sea extraña o ajena a la realidad del Pueblo, pues va caminado con él y le habla desde sus circunstancias, va iluminando desde su situación histórica.
Y por qué lo va acompañando, el mismo texto lo dice utilizando una bella imagen plástica: «Yo eché raíces en un Pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su herencia.» Es una Palabra que igual que una planta (del cuál irá utilizando este simbolismo) va echando raíces en el pueblo. Echar raíces implica que se está estableciendo, echar raíces implica que ahí vive. Si esta Sabiduría-Palabra echa raíces en el pueblo, quiere decir que, su razón de vida es el pueblo; así como una planta vive gracias a sus raíces pues a través de ellas puede alimentase y vivir, esta Palabra echa raíces en el pueblo, quiere decir que ahí está, que está presente en el pueblo y que vive del Pueblo, su razón de ser es estar en medio de ellos, acompañándolos, guiándolos. Esto de entrada es ya una novedad, pues la Sabiduría echo raíces en el pueblo, vive por el Pueblo, el pueblo es importante para ella, vive por él, su razón de ser de vida es el pueblo. Esto se convierte así en una figura del amor de Dios, pues es tan importante el hombre, que es su razón de ser. La Sabiduría-Palabra no es que viva absorta en su ser, regodeándose en sí misma, sino que vive para amar, para acompañar a su pueblo.
De esta manera el texto de Eclesiástico ya nos coloca delante de una realidad fundamental, la Sabiduría-Palabra, es aquella que hace historia, no vive al margen de la realidad, y se mete en la historia, porque el hombre es necesario para ella, le ama y no se pude entender si el pueblo, en él están sus raíces. Es una Sabiduría-Palabra que hace historia.
El texto del evangelio, el llamado prólogo de san Juan, que es un himno primitivo que canta precisamente la identidad de esta Palabra y que seguramente está a la base de la composición de este himno del evangelio de Juan, nos muestra la misma idea que el Eclesiástico, sólo que no sólo nos dice que sea una Palabra que haga historia, sino que es historia, se mete en la historia, no sólo acompañándolo, no sólo guiándolo, sino haciéndose uno con la historia. La Palabra se hace carne, entre a formar parte de la misma historia. Ahora no sólo acompaña al pueblo, como se marcaba en la primera lectura, sino que ahora se hace parte del pueblo.
La navidad nos invita a ver que si bien la Sabiduría-Palabra acompañaba al pueblo, haciéndose parte de su historia, ahora en la plenitud de los tiempos, esta Sabiduría-Palabra, no sólo hace historia con el pueblo acompañándolo, sino que entra en la historia, y es parte del pueblo. Esta es la gran novedad, Dios que se hace hombre, que vive como hombre, que siente como hombre. Dios es hombre, verdadero Dios, pero verdadero hombre. Si bien ha echado raíces en el pueblo porque son la razón de su vida, ahora, da un giro más importante, él mismo se hace uno con el pueblo, quiere vivir lo del pueblo, para entenderlos, para ayudarlos, para salvarlos, levándolos así a la plenitud de la vida.
Navidad se convierte así en la expresión máxima del amor de Dios por su pueblo y por la humanidad al hacerse uno de ellos y desde ellos ver cuál es el camino que los lleve a esa plenitud que con él se ha iniciado.
Pero esto, no se queda simplemente ahí, no sólo es el Dios que ha hecho historia acompañando al pueblo, o que se hace historia entrando en ella, sino que ahora, por el misterio de la navidad, podemos hacernos historia en él, es decir, no basta que Dios entre en nuestra historia, sino que nosotros podemos entrar en su historia tal y como lo dice el texto del evangelio: «A todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.» Ahora todos nosotros podemos entrar en la historia de Dios, porque formamos parte de su familia, ahora somos hijos de Dios. Y este es la misión del creyente, esta es la consecuencia de celebrar la navidad: Ser hijos. Esto no es un mero título, un mero privilegio, sino una misión de cara al mundo.
Ser hijo implica un comportamiento que comienza con la aceptación de la Palabra en nuestra vida. Aceptar el proyecto del Reino, el proyecto del amor. No es posible celebrar la navidad si no recordamos nuestra identidad y misión de ser hijos de Dios llamados a vivir desde los parámetros del Padre, sin esto la navidad es sólo la grotesca caricatura de lo comercial y lo mercantil, pero nada que ver con el verdadero sentido de la navidad en la vida del creyente. Hoy más que nunca se necesita vivir en esta dinámica de la filiación. Sentirnos hijos y vivir como hijos de Dios. Ese el fruto de navidad, y que el mismo san Pablo recalca en la segunda lectura: «El nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, que nos dio en su Hijo muy querido.» Nuestra vida se entiende desde la dinámica de ser hijos de Dios, sólo desde esta dinámica podemos realmente celebrar la navidad, y celebrar nuestra identidad como cristianos: Ser Hijos de Dios.

1/1/11

Bendición...

Meditación con motivo de la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios
Octava de Navidad

Textos:
Números 6,22-27
Gálatas 4,4-7
San Lucas 2,16-21

Hoy es un día en que iniciamos un nuevo año y en donde nos vamos llenando de propósitos, desenado que realmente nosotros tengamos una mejor vida a partir de hoy. Y justo ese es el sentido de la celebración del Día de hoy: Iniciar una vida nueva, y por ello, más que un propósito, necesitamos de la bendición, para ser capaces de renovar nuestra vida con la fuerza de Dios.
El texto de la primera lectura nos habla de la bendición, la bendición que Dios desea a su pueblo para que este viva fecundo, y viva desde esta dimensión. Hoy más que nunca esta palabra es vital, pues iniciar un nuevo año, implica empezar nuevas cosas, teniendo con uno la bendición, de parte de dios, que capacita para seguir adelante en la vida.
Pero, qué es la bendición. Muchas veces pensamos que la bendición es una especie de conjuro mágico con el cual Dios hará que todo cambie de manera espontanea, o dando una especie de fuerza para sostenerse en la vida. Pero una bendición no es eso, una bendición como lo dice lka misma palabra, significa “Bien decir”, decir buenas cosas, tener una buena palabra. Por tanto la expresión bendición nos lleva a una idea fundamental: Una buena palabra.
Reflexionemos un poco más, si la bendición la da el mismo Dios, y la bendición es una buena palabra. Esto nos lleva a ver la tradición del pueblo Judío y de las mismas Escrituras, quien nos enseñan que Dios se comunica por medio de la Palabra. Por tanto, si Dios, se da a conocer por la Palabra, y el pueblo es aquel que vive de la escucha de esa Palabra, quiere decir que dar la bendición, es Dios que da una buena Palabra para el pueblo.
Cuando referimos a buena Palabra, no es simplemente un deseo bueno, o una bella expresión, la palabra “buena”, se refiere sobre todo a la capacidad de de producir algo efectivo. Buena no va simplemente en el sentido de algo moral, o de algo estético. Bueno dentro del pensamiento bíblico va en el sentido de la perfección, de la plenitud de una realidad, que se cumple con una misión determinada. Algo bueno nos remite a una realidad que es hermosa, pero no sólo en un sentido de lo estético, sino en su función; algo es hermoso cuando cumple con su cometido, cuando refleja su misión, su esencia. Por ejemplo cuando Dios crea las cosas dice que son buenas, según Génesis 1. De manera que al decir “…y vio Dios que eran buenas”, se refiere a que son perfectas, a que cumplen con su funcionalidad, que responden a su misión.
Si Dios da una Palabra buena, quiere decir que pronuncia una Palabra que es capaz de generar una perfección, que es capaz de hacer que el pueblo camine por bunas sendas, que acompaña al pueblo para que se cumplan su misión. Una Palabra que haga que se cumpla la acción de Dios en mi vida, que sea capaz de cumplir con mi propia realidad.
Así, pedir la bendición, no sólo es para que Dios nos acompañe, para que nos vaya bien. Pedir la bendición es pedirle a Dios que nos ayude a vivir desde la dinámica por la cual hemos sido creados. Bendecir una familia, implicaría pedir que Dios pronuncie la palabra que los capacite para vivir en armonía, en amor, en fidelidad, que cumplan su misión. No es simplemente que no tengan problemas, o que no les vaya mal económicamente, pedir la bendición es el compromiso: “Dame tu palabra para que como familia vivamos según nuestra misión, independientemente de los problemas, seamos capaces de vivir los elementos que conforman nuestra identidad y nuestra misión.”
Cuando pedimos la bendición de algún objeto, en el fondo pedimos, para que Dios pronuncie una buena palabra, pero no sobre esa realidad, sino para quien va utilizar esa realidad. Si se bendice una casa se pide que Dios de esa Palabra para aquellos que habitan ahí, son ellos quienes deben de vivir desde la dinámica de la Palabra y no las paredes que la conforman. Si se pide bendecir una oficina, se pide por los que laboran ahí, para que trabajen eficazmente, en la honestidad, en la prontitud, en la sinceridad y respeto. Si se bendice un objeto religiosos, una vela o alguna imagen en el fondo estamos pidiendo para que quien encienda esa vela o porte esa imagen se capaz de vivir desde su misión y vocación cristiana. Al encender la vela, recuerde que está llamado a ser luz en medio del mundo y por lo tanto, pedir a Dios que le de la Palabra que le recuerde y le capacite para ser ese testimonio.
Empezamos a Dios implorando su bendición, es decir, no sólo pedirle para que nos vaya bien, para que se solucionen los problemas o aleje de nosotros los males, sino que pedimos su bendición para que nos transforme con su Palabra, nos hagamos siempre receptivos a su acción liberadora, y seamos testigos de la fuerza de Dios, aún en los problemas, las dificultades, reconociendo que podemos seguir adelante, pues una Palabra buena está sobre nosotros, una Palabra capaz de transformarnos y que nos hace capaces de cumplir con nuestra misión de hombres, y de hombres cristianos en medio del mundo. Sólo así la bendición cobra su verdadero sentido, dejando la magia y la superstición de lado y comprometiéndonos con la historia, trabajando en ella y esforzándonos para que sea mejor. Sólo así comenzamos un nuevo año. Finalmente la virgen María vivió desde esa dinámica, dejando que Dios la bendijera para poder responder a su misión de ser Madre de Dios. Hoy celebramos su fiesta recordando que ella es modelo de la acción de Dios en nuestra vida. Que la bendición de Dios llegue a nosotros y nos dejemos renovar por esa Buena Palabra de Dios en nuestra vida, iniciemos así este año haciendo nuestra esa bendición que ya hemos escuchado en la primera lectura:
Que el Señor te bendiga y te proteja.
Que el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te muestre su gracia.
Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz.
Que ellos invoquen mi Nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré.