27/3/11

«… en espíritu y en verdad...»

Meditación con motivo del III Domingo de Cuaresma
Ciclo /A/

Textos:
Éxodo 17,3-7
Salmo 95
Romanos 5,1-2.5-8
San Juan 4,5-42

El hombre en un momento determinado de su vida en medio de su trabajo, de sus relaciones personales, de sus diversiones y obligaciones se topa necesariamente con una dificultad y es la situación de la insatisfacción, pues descubre que a pesar de que trabaja, convive, se divierte, se relaciona, descubre en un momento determinado un hueco en su vida que lo deja insatisfecho, y ante eso no sabe qué hacer, trata y se esfuerza por encontrarle sentido a su vida pero se topa con alguna insatisfacción. Sobre esta realidad nos habla el día de hoy el evangelio. Se nos presenta a esta samaritana que va en búsqueda de agua para saciar su sed, sin embargo, es una actividad que debe de hacer día con día, que debe realizar a cada momento pues el agua se acaba y la sed regresa. Por tanto ella debe de ir al pozo cada día para saciar esa sed. En el fondo esta mujer es un signo de la humanidad que busca saciar el sentido de su vida, busca saciar el sentido de su historia de su caminar, de sus proyectos, el problema es que no logra saciarse con ese pozo, sino que debe de seguir en búsqueda de esa agua. En el fondo se busca saciarse constantemente aunque sea de dese pozo. Saciarse del agua de la fama, del poder, de la riqueza, del trabajo, de las relaciones, etc. Existen cantidad de pozos a los cuales el hombre recurre para saciarse. Y Justamente ahí en el pozo, en donde la mujer va en búsqueda de el agua cotidiana aparece Cristo, que es el agua que sacia, pero que ella no lanza a comprenderlo totalmente. Ante esto uno podría decir de inmediato, la solución para saciarse es Dios, es la religión. Sin embargo n o es así, no basta un sistema religioso para saciarse, pues efectivamente, pude ser sólo un alienante que no sacie al final, pues lo religioso puede dejar al final insatisfecho. Y sobre esta realidad se centra el episodio de la samaritana. Detengámonos en esta característica. Dice la mujer: «Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar.» Al descubrir en Jesús un profeta busca que le dé una respuesta acerca de lo religioso, pues existe una contradicción entre judíos y samaritanos. Pues los judíos tienen su templo, y por su parte los samaritanos tienen el suyo en el monte Garizín. La interrogante es ¿Cuál culto es el valido? Aunque en el fondo ella misma está aferrada a su tradición, pues dice “nuestros padres”, por un lado marca la duda, pero por otro manifiesta que ella tiene bien férrea su tradición y no espera nada nuevo fuera de su tradición. Hay por un lado duda, pero también una aclaración acerca de su convicción. Esto ya nos abre al sentido de lo religioso como una cerrazón, pues el hombre pretende encontrar la saciedad de su vida en el ámbito religioso pero muchas veces no encuentra esa saciedad, ese sentido de plenitud porque están cerrados a sus tradiciones, a sus estructuras, a “sus antepasados” como dice la samaritana. Y entonces deberán ir a beber, día a día para hallar algo de consuelo, para saciarse un poco en ese pozo, en ese sistema religioso pero no en lo que realmente sacia. Cuántas veces el hombre cree que rezando y rezando encuentra sentido de su vida o sólo asistiendo a misa, o practicando una obra piadosa, pero muchas veces a pesar de eso no encuentran la paz, pues sólo es algo momentáneo, una fuga, pero no hay saciedad en la vida. Esto sucede porque lo religioso se convirtió en un pozo más, pero no es el agua viva que sacia. Por ello es importante no encerrarse en el sistema religioso, sino ir más allá, no es de anclarse a “nuestros padres”, ni es de descubrir quién tiene la razón, si los judíos con su templo o los samaritanos con su templo, es algo que debe ir más allá por eso Jesús le responde: «Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre.» Jesús aclara que el verdadero culto en la vida está más allá de las estructuras, no es posible encerrarse en ello, no es para limitarse en un monte, para delimitarlo en un lugar, en una práctica, en un concepto, pues Dios es más que todo esto. Además Jesús introduce una novedad, pues colca a Dios el nombre de “Padre” y con este título, implica que la paternidad de Dios hace desaparecer las paternidades antiguas, la de Jacob, la de los antepasados, ahora Dios es el único Padre, y por tanto, sin intermediarios, de modo que todos puede acceder a Dios, sin encerrase en ritualismos vacíos, o tradiciones que no sirvan. Todos pueden acceder al Padre. Para Jesús no es de lugares, no es de ritos. El hombre es libre para encontrarse con Dios, y eso quiere decir que el hombre debe der capaz de descubrir a Dios en su vida, sin encerrase en conceptos y cosas abstractas. Muchas veces el hombre cree que a Dios se le encuentra solamente siguiendo normas, o ritos, cree que con un número determinado de rezos uno se topa con Dios, cree que por estar cada domingo en misa le va a ir bien porque se ha topado con Dios. Pero no es así, pues al final de estos rezos, o de esas celebraciones resulta que no hay nada, se sigue insatisfecho, pues no se encontraron con Dios realmente. Se toparon con algunos ritos, pero no con Dios. Dios no es de esquemas, sino de un encuentro vivo, de un encuentro que realmente trasforme al hombre, no es que el hombre se encuentre con Dios por repetir costumbres o ritos mecánicamente, sino que debe de ir más allá, se debe buscar el encuentro que renueva y transforma auténticamente. Y como todo encuentro no se da simplemente por seguir unos pasos, pues el encuentro es personal, es con una persona, y eso nos e da con pasos sistematizados. Antes de proseguir con esta reflexión Jesús se detiene y aclara algo fundamental: «Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.» Jesús debe aclarar la dirección de la salvación, y es que bien de los judíos, pues el cisma, la ruptura entre judíos y samaritanos, debido a situaciones políticas, pero se alejaron de la revelación de Dios, pues el Mesías viene de los Judíos, y con ello Jesús da la orientación hacia donde uno debe ir, para encontrase con Dios. Si bien el encuentro con Dios no es de lugares, ni de ritos específicos, hay que saber hacia dónde ir para buscarlo. Así como el encuentro con una persona que se le extraña, no debe limitarse a un lugar, a un sentimiento, ni aun rito, lo cierto es que uno debe saber la dirección hacia la cual debe uno encaminarse para encontrarlo, de lo contario, será muy difícil encontrarlo. Una vez aclarado el rumbo a seguir, continúa con la enseñanza del encuentro con Dios: «Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre.» Si bien hay que saber hacia dónde dirigirse, también hay que saber superar esos ritos, pues a Dios se le adorará más allá del sistema judíos, más allá de prácticas y rituales, a Dios se le adorará en espíritu y verdad. Al hablar del Espíritu implica que a Dios sele ama a partir del amor, desde las categorías del amor. No es posible orientarse a Dios, si es por interés, si es por conveniencia, si es para vengarse, el verdadero culto a Dios se hace a partir de la experiencia del amor, y sólo del amor. Acercarse a Dios, implica que el hombre está consciente de iniciar un proyecto de amor. Que busca amar a los demás, que busca ayudar al otro, que busca en el fondo encontrar a Dios en su prójimo, sólo así es posible el culto a Dios y el inicio de esta saciedad, pues no está colocado en ritos, en repeticiones de cosas, sino en una práctica, en una forma de vida que realmente transforme su historia y la de los demás. En segundo lugar dice que hay que adóralo en “verdad”, es decir, en lealtad, en la fidelidad, ello implica que el culto a Dios se hace de modo autentico, transparente, con firmeza, no se hace por conveniencia, o sólo para pasar el rato, o para encontrar paz en nuestra alma, o para que se tenga buena suerte, sino porque hay una mor a Dios que me hace sentirme comprometido con él y me hace caminar hacia él, porque estoy convencido, porque da sentido a mi vida. Esto no quiere decir que esté descalificando o la misa, o la oración, pero lo que Jesús le interesa realmente es el culto en espíritu y verdad, en amor realmente entregado y en fidelidad y convencimiento hacia él, de lo contrario, sólo hacemos ritos que nos dejan vacíos, y que no nos sacian. El hombre que busca saciedad en la vida debe buscar a Dios, pero no refugiándose en una práctica piadosa, sino realmente comprometiéndose con él, desde cualquier ámbito, viviendo el amor y la lealtad. De lo contrario seguiremos en otros pozos, que puede ser del mundo material, o del mundo religioso, pero que no terminarán nunca de saciarnos.

20/3/11

«Deja tu tierra...»

Meditación con motivo del II Domingo de Cuaresma
Ciclo /A/

Textos:
Génesis 12,1-4
Salmo 32
2Timoteo 1,8-10
San Mateo 17,1-9

Cuando escuchamos hablar de la Cuaresma generalmente vienen a nuestra mente diversas imágenes como viacrucis, oraciones, ayunos, abstinencias, pescado, mariscos, y cosas por el estilo, pues al concepto cuaresma se le unen estas ideas, incluso viene a la mente la idea de un momento de penitencia, de cambio de vida, de dolor. Sin embargo, la cuaresma no es eso, la cuaresma no es simplemente un tiempo para diversas actividades penitenciales, de devoción, o incluso actividades culinarias.
Sin embargo, la cuaresma es mucho más que eso, es un tiempo en donde la Iglesia nos invita a reflexionar y a contemplar nuestra vida cotidiana delante de nuestra vida de fe, y descubrir hasta que punto a lo largo de un año hemos sido congruentes con esa adhesión y hasta qué punto no lo hemos sido. No es en sí un tiempo para hacer meras prácticas penitenciales y ascéticas, sino es un tiempo para encontrarnos con nosotros mismos y nuestra vida de fe. Es un alto y ver hasta qué punto he sido congruente con mi vida de fe, que tantos frutos he dado a partir de mi experiencia de fe. Si bien se recomiendan ciertas prácticas penitenciales, no son, sino la expresión del reconocer que no somos congruentes con la adhesión a Dios y por ello, buscar los medios para dar auténticos frutos. Y por ende, estas prácticas son medios externos, que ejemplifican el camino que se debe hacer para empezar a ser congruente con la vida de fe, pero no por ellos e limita simplemente a hacer prácticas y prácticas, sino que se deben hacer obras que renueven nuestra vida, y esas obras que se recomiendan son meras expresiones, del verdadero cambio que se debe producir en la vida. De tal modo, que el creyente debe de ve confrontar su vida con la fe que a abrazado y de ahí producir un cambio, independientemente de meras practicas exteriores y ritualistas.
De tal manera que hoy deberíamos de confrontarnos y descubrir que tanto hemos sido realmente congruentes con la fe que hemos abrazado y hemos dado frutos dignos de esa fe, frutos llenos de vida y fecundidad. Estos frutos se reflejan en nuestra relación con los demás, cuando somos capaces de construir vehículos de unidad, cuando somos capaces por ser pacientes y construir una vida de comunidad, una comunidad que escucha, dialoga y comprende a los demás. Frutos que dan una vida auténtica, una vida que da sentido al caminar del hombre.
Pero creo que si nos detenemos podemos ver que efectivamente no hemos sido capaces de construir esa unidad en muchas ocasiones porque somos envidiosos, porque somos oportunistas, porque buscamos nuestros propios intereses, buscamos mantener el dominio, pero no somos capaces de comprender y vivir en armonía con los demás.
Y justo al contemplar esta realidad de nuestra historia parece iluminarnos el texto de la primera lectura, en donde nos encontramos con Abraham, este hombre que se ha topado con una dificultad sumamente seria. Este hombre no tiene hijos. El no tener hijos es una realidad sumamente complicada en las culturas de oriente, pues los hijos son el signo de la bendición de Dios, pues al mirar los padres saben que ellos perduran por su hijos, ellos son su imagen, su vida sigue patente por ellos, su raza, su estirpe, su familia continúa adelante porque en sus hijos se ve reflejados y trasmitidos. Si no se tienen hijos implica que Dios los ha maldecido, pues no hay posibilidad de que su familia se perpetúe, ha quedado cancelada su familia, y con ello, su historia terminará cuando muera el esposo.
Esta historia del Abraham estéril, nos refleja al hombre que no tiene un signo de vida, no es portador de la bendición de Dios y por tanto, no tiene promesa de futuro. Y esa puede ser nuestra vida delante de Dios., podemos ser estériles en nuestra vida de fe, pues no reflejamos la bendición de Dios y no mostrarnos una promesa de futuro y plenitud pues nuestra vida contradice todo eso. Ante esta realidad que vive Abraham, es Dios que pronuncia una palabra, que rompe la esterilidad que vive. Hay una Palabra que rompe esa esterilidad y da el anuncio de la vida: «Deja tu tierra y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré.» Pero curiosamente la promesa del hijo no se la da de momento, sino que le dice “deja tu tierra”, y esto es una invitación a caminar, a dejar detrás su vida, su identidad, su razón de ser en el mundo, e iniciar algo nuevo.
Quiere decir que la única manera de empezar a dar frutos, dejar la esterilidad, y empezar a vivir la fecundidad es ponerse en camino, sólo así se puede iniciar la verdadera renovación de la vida. Ponerse en camino a una nueva tierra, una nueva situación donde demos atrás lo que creemos que en nuestra identidad, pero que en el fondo no es lo que nos ayuda. Ponerse en marcha e iniciar una vida distinta. Dejar la patria de la envidia, del rencor, de la soberbia, de la falsedad.
La cuaresma de este modo es el tiempo para escuchar la Palabra de Dios y reiniciar nuestra alianza con él. Y ello implica caminar, ponerse en marcha. Abraham se puso en marcha sin tener un mapa, sin saber a dónde ir, sólo guiado por la experiencia de Dios y con una promesa de bendición. Nosotros estamos llamados a caminar, a dejar nuestras falsas seguridades, a dejar aquellas actitudes que no nos ayudan y dejar que Dios, con la escucha de su Palabra nos guíe.
Finalmente estamos llamados a entrar a la plenitud de la historia, tal y como puede verse en el texto del evangelio, donde se narra el relato de la transfiguración. Este relato sirve para explicarnos la identidad de Jesús y el sentido final de su misión que es llevar todo a la gloria, simbolizado por esta transfiguración. El hombre que se pone en camino es aquel que es capaz de renovar su vida, dejar atrás lo que no le ayuda, y caminara hacia la gloria, hacia la presencia de Dios, hacia una transfiguración que le renovara totalmente.
De este modo, podemos ver que la cuaresma no es de prácticas, ni de devociones, es de camino, de ponerse en marcha de dejarse guiar por al Palabra de Dios y re novar totalmente la vida.

16/3/11

Cambio de mentalidad...

Meditación con motivo del Miércoles I de Cuaresma

Textos:
Jonás 3,1-10
San Lucas 11,29-32

En este día en el evangelio podemos ver que Jesús hace una fuerte aseveración contra el pueblo de Israel, pues sólo pide signos para creer, como si la fe se basar sólo en cosas extraordinarias para suscitarla. Por ello Jesús habla de un signo de credibilidad: «Pide un signo y no le será dado otro que el de Jonás.» El único signo es el de Jonás, que como hemos escuchado en la primera lectura, el signo de Jonás es la conversión de los paganos. Este signo será capaz de mostrar el sustento de la fe, porque si los paganos se convierten implica que ha descubierto la experiencia de Dios en su vida, y los judíos se han cerrado a ella.
Esto implica que la conversión es un elemento que garantiza la fe. Pues la fe implica una adhesión profunda a Dios, no es simplemente creer un conjunto de cosas, o de enunciados, sino que estamos llamados a adherirnos a Cristo y su evangelio, y eso es un signo de fe. Pero para poder vivir esta realidad es necesario la conversión, pues con la conversión se puede hablar realmente de una adhesión a Cristo.
Pero ¿Qué es la conversión? Muchas veces pensamos que la conversión es cambiar de vida, pero no es así. La conversión es algo más profundo. La palabra conversión viene del griego “metánoia”, que está compuesta por dos vocablos. Por la proposición “metá” y el sustantivo “nous”. La proposición “metá” indica algo que está después de algo, lo que sigue una vez que se terminó o se tiene una realidad, se suele traducir como “después de”. Por su parte “nous”, quiere decir mente, modo de pensar, en el sentido de la sede de los pensamientos, incluso se utiliza para hablar del entendimiento en cuanto la capacidad de comprender las cosas. Podemos decir que el “nous” es la mentalidad, el pensamiento que conforma al hombre.
En este caso “metá+nous”, nos indica lo que está después de la mentalidad, es decir, la conversión no es quedarse con la propia mentalidad, con las propias ideas, sino estar después de ellas, es ir más allá de la mentalidad. Convertirse es un cambio de pensamiento.
Este es el concepto de la conversión, el problema es que a veces entendemos conversión como un cambio de vida, y no es así, la conversión es cambiar de mentalidad, es ir más allá de la mentalidad imperante. Sólo así se cambia de vida, puesto que uno puede iniciar a cambiar su vida, iniciar un nuevo comportamiento, pero si piensa igual que siempre, si se deja llevar siempre por la misma mentalidad, sus obras son meramente exteriores, pero no ha realizado un verdadero cambio, puesto que piensa igual. Puede hacer una obra buena, pero si en la mente cree que la injusticia o la mentira es algo normal, con el paso del tiempo volverá a hacer lo de siempre, pues sus criterios mentales son los mismos.
Sólo cuando el hombre es capaz de transformar su pensamiento, de ir más allá de sus ideas, y más allá de lo que el mundo dice, entonces hará cosas distintas, puesto que sus obras serán consecuencia de su nueva forma de pensar. Si mi modo de pensar respecto a la justicia es potro, por consecuencia voy a ser justo, no es sólo apariencia, no es sólo la obra buena del día, sino parte de mi vida porque así pienso.
El tiempo de cuaresma se vuelve así un recordatorio para ver cuál es nuestro modo de pensar delante de los demás, y ver cuáles son los criterios del Reino y cuál de ellos voy a empezar a hacerlo parte de mi pensamiento, cuál de esos criterios empezará a formar parte de mi. Es momento de meditar, asimilarla, empezar a ver como puede ser parte de mi la verdad, o la justicia, o la escucha, o la misericordia, o la paciencia, o la paz, meditar, empezar a pensar desde esa categoría para que se vaya haciendo realidad. Pues esto es el sentido de la cuaresma, recordarnos que debemos convertirnos, que debemos cambiar nuestra mentalidad y empezar a ser distintos, y esto sólo se logra si vamos encarnando un criterio del Reino, y no sólo con prácticas externas, sino tomando una criterio que se vuelva parte de nuestra vida.

13/3/11

Pecado: Problema de escucha

Meditación con motivo del I Domingo de Cuaresma
Ciclo /A/

Textos:
Génesis 2,7-9.3,1-7
Salmo 50
Romanos 5,12-19
San Mateo 4,1-11

Una de la preguntas fundamentales que se van haciendo a lo largo de la historia de la humanidad de frente a una realidad que es tangible en la vida y que le rebaza en muchos casos, la pregunta gira en torno al mal. Qué es el mal, por qué si el hombre busca la felicidad, busca la paz, la armonía en su vida existe el mal, por qué si Dios lo ha creado como signo de su amor, ahora existe la experiencia del mal que lo destruye y que de entrada parece contradictorio al amor de Dios.
Esta pregunta es vital en la realidad humana, por ello la Escritura profundiza desde sus primeras páginas sobre esta realidad tratando de descubrir el sentido del mal, tratando de ver el origen de esta realidad. Ya en el libro del Génesis que hoy hemos escuchado como primera lectura podemos descubrir la respuesta que la escritura propone a través de este relato lleno de mitología y simbolismo.
La escena que contemplamos hoy se adentra en dos personajes: La mujer y la serpiente. En el diálogo que se lleva a cabo entre los dos, podemos descubrir el problema del pecado, el problema de la entrada del mal en la historia, se da a partir de una sencilla pregunta: «¿Así que Dios les ordenó que no comieran de ningún árbol del jardín?» Esta pregunta encierra todo un misterio, pues por un lado remite a Dios y por otra remite a un engaño. Esta frase remite a Dios, porque al crear Dios el Paraíso efectivamente da la orden de no comer el fruto del árbol del centro, de tal manera que la pregunta de la serpiente es tendenciosa, pues parte de una realidad ya establecida, parte de algo que conoce el hombre, de algo que Dios ha dicho. No es que la serpiente llegue a innovar y a dar nuevas teorías, una nueva propuesta delante de Idos y la creación. No es una cosa nueva, sino que parte de un dato del todo conocido por la mujer.
Pero al mismo tiempo que habla del mandato del árbol, no lo recita textualmente, sino que lo desvirtúa un poco, pues añade una palabra curiosa que desfigura el mandato de Dios y con ello da inicio a la duda en el corazón de la mujer. La palabra que añade es “ninguno”, “es cierto que no pueden comer de ningún árbol”. El mandato de Dios se ve desfigurado totalmente aquí, pues Dios prohibió comer de un árbol, y ahora la serpiente cambia el diálogo diciendo que no se puede comer de ningún árbol. Con esta frase la serpiente deja entrar una duda y una oportunidad para que la mujer hable acerca del suceso.
La mujer de inmediato, en lugar de evitar la pregunta, en lugar de seguir su camino se detiene para aclararle a la serpiente que está mal, que así no es el mandato de Dios. Y le dría que no es así, que sólo no deben comer del árbol del centro. Pero si nos detenemos un poco, ¿para qué le aclara a la serpiente estas cosas? ¿A poco la serpiente necesita saber sobre esto? Qué necesidad tiene una serpiente de conocer esta realidad, pues la serpiente es un animal inferior al hombre, y no le corresponde saber en lo absoluto que debe hacer el hombre y que no debe de hacer, pues ese mandato no le incumbe para su vida.
Pero la mujer empieza un dialogo contesta serpiente, comienza a querer convencerla de lo que ha dicho Dios. El hombre está llamado a dominar a los animales, está llamado a dirigir sus pasos, está llamado a estar encima de ellos. Pero en este relato vemos lo contrario, pues la serpiente se pone sobre la mujer, se coloca en un puesto que no debe pues se cree dominador de ella, es quien le pide cuentas, quién le quiere dirigir sus pasos, quien le quiere dar los criterios de la realidad y de pedirle explicaciones. Pareciera que se cambian los papeles, que se intercambian los roles, pues la mujer está llamada a gobernar sobre las creaturas, y aquí parece que la serpiente quiere gobernar encima de ella.
Una vez que la mujer explica las cosas, la serpiente muestra su soberanía pues ella hace un análisis de la realidad y le muestra lo que debe de hacer. Hace que olvide lo que Dios le ha dicho, lo que Dios le ha demostrado y con ello le muestra una nueva realidad que es la que ahora debe de seguir. Dios da un mandato, pero ahora ella le da una interpretación de ese mandato mostrando en el fondo un nuevo mandato: «No, no morirán. Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal
Podemos descubrir precisamente como ha cambiado el sentido de la conversación, comenzó haciendo una pregunta inocente, una duda que tenía una cierta referencia con lo que Dios decía y al final sale la verdadera intención: Tergiversar el sentido del mandato de Dios. Con ello presenta una identidad diferente de Dios, se muestra que Dios es alguien que busca limitarlo, pero no amarlo.
Por tanto, el mal entre por dos razones. La primera es que escucha a alguien inferior que ella. La serpiente es un animal más de la creación, por lo tanto, el pecado inicia cuando ella escucha a una realidad que está debajo de ella, que ella debe dominar y con ello implica que olvida la voz de Dios pues presta más atención a lo que ella le dice que a lo que Dios ha dicho. Ha olvidado ella lo que Dios ha mandado, y lo que ha mandado son dos cosas. Ha mandado que domine la creación y ha mandado que no coma del árbol. Pero cuando ella escucha la voz de la serpiente olvida que ella debe dominar a la creación y comienza a hacerle caso, y en segundo lugar por escuchar esa voz olvida a Dios, y hace que sea más importante lo que ella le dice a la voz de Dios.
Ante esta consideración debemos de detenernos y meditar ¿Qué voz escuchamos en nuestra vida? Porque muchas veces somos muy dados a escuchar la voz de nuestros intereses, de nuestros impulsos, de nuestros escrúpulos, de nuestra vanidad, de nuestro rencor. Ello implica que no escuchamos la voz de Dios que nos manda a vencer esos escrúpulos y esos intereses, esas envidias y rivalidades, esa voz que nos invita a vivir desde la dinámica del amor. El pecado sucede cuando dejamos de escuchar lo que Dios nos dice y empezamos a escuchar cosas que en realidad no vienen de él, sino que son inferiores a nosotros y le damos más importancia, pues es más importante ese orgullo o ese afán de poder, ese querer dominar al otro, en lugar de ayudarlo.
La segunda, es consecuencia de esto, pues por no saber reconocer a Dios y con ello lo que realmente le conviene al hombre, pues se le presentan falsa propuestas que llevan a desconocer lo que realmente le conviene al hombre. El mal entra cuando el hombre desvirtúa la realidad y comienza a ver como bueno lo que no es. Cuando se presentan las cosas buenas, adecuadas, pero a la raíz no son así. La serpiente cambia la imagen de Dios y ella lo cree, no recuerda nada de lo que Dios ha hecho por ella, no recuerda que él la ha creado, no recuerda ninguna acción de Dios, sino que todo lo olvida por lo que este ser le dice. Se hace más importante esta propuesta que lo que ella misma ha vivido y visto.
Cuántas veces dejamos que otras realidades parezcan mejor que lo que Dios nos presenta, pues es más llamativo, es la moda, es una promesa de algo mejor, en fin, se nos presentan realidades tan maravillosas que nos hacen olvidar lo que realmente vale la pena. Por ejemplo, cuántas veces hoy en día se nos anuncia vivir una infidelidad como algo normal o un reto para la vida. O cuantas veces los vicios se presentan como la posibilidad para ser mejor, o para nadar en “onda”, o como el mejor escape de la realidad. O cuando la venganza parece el mejor camino para lograr la felicidad. En el fondo a veces pecamos, dejamos que el mal entre y nos dañe o dañe a otros porque dejamos que entren otras realidades que no son buenas, pero dejamos que se nos presente como buenas, que nos deslumbren. Así es como entra el mal, porque Dios nos ha dado esa libertad y desde esa libertad podemos escuchar otras realidades que no sean lo que realmente da plenitud al hombre y escoger situaciones de la vida que en realidad tergiversan la realidad.
El tiempo de cuaresma es un tiempo para detenernos, para meditar, para descubrir hasta que punto hemos dejado que la Palabra de Dios entre en la vida y la hemos escuchado. Es un tiempo para detenernos y dejar que esa Palabra vuelva a resonar en nuestras vidas, pues sólo así podemos empezar a caminar desde el proyecto de Dios. Así como en el evangelio del día de hoy en donde se nos presenta a Jesús que entra en el desierto y al final vence al tentador, y lo vence no con elocuentes palabras, o con discursos bien estructurados, o a fuerza de penitencias, sino que lo vence con la Palabra de Dios. Todas las respuestas que Jesús le dirige al demonio son tomadas de la Escritura. Jesús vence al demonio con la Palabra de Dios. Quiere decir que cuando se acoge la Palabra entonces el hombre se renueva y es capaz de transformar su vida, pues vence la tentación, vence el mal, pues la voz que escucha es la voz de Dios, y no la de otras realidades. Que el tiempo de cuaresma sea el tiempo para que recordemos que siempre escuchemos la Palabra, pues sólo de esa escucha se puede ser auténticamente discípulo.

9/3/11

Reconocer nuestro pecado, reconociendo el amor de Dios

Meditación con motivo del Miércoles de ceniza

Textos:
Joel 2,12-18
Salmo 51(50)
2Corintios 5,20-21.6,1-2
San Mateo 6,1-6.16-18

Hoy comienza el tiempo de Cuaresma y para ello se lleva a cabo el signo de la ceniza. Y esto nos debe llevar a preguntarnos ¿qué significa este signo? ¿Cómo es que este signo nos introduce a la cuaresma? ¿Qué sentido tiene tomar ceniza?
Me parece que el salmo del día de hoy puede ofrecernos por lo menos dos pistas para comprender este signo y el inicio de la cuaresma. Comencemos diciendo que este Salmo tiene un tono penitencial, está escrito para demostrar el arrepentimiento del hombre que ha pecado. Y comienza apelando a Dios y su misericordia: «Señor, apiádate de mí por tu inmensa compasión y misericordia, y olvida mis ofensas.» Con esto se muestra que el primer punto para iniciar el perdón es precisamente el reconocer la misericordia de Dios. Si podemos iniciar una oración en donde pidamos perdón a Dios, es sólo porque sabemos de antemano tres cosas que Dios es aquel que tiene piedad, y por ello es compasivo y que tiene misericordia.
La primera característica es la piedad de Dios, el Salmo abre precisamente con esta súplica: “Apiádate de mí”, marcando que Dios es aquel que tiene piedad, que Dios se apiada del hombre. Esta palabra nos remite a la acción que un soberano tiene con su súbdito de abajarse porque le interesa. Por tanto Dios tiene piedad del hombre, porque no hay nada más valioso que el hombre y baja para levantarlo en medio de su miseria. Si el salmista implora la piedad es porque efectivamente, porque sabe que Dios no deja solo al hombre, y al verlo en el pecado lo levanta, lo anima para trasformar su vida.
En segundo lugar nos dice que Dios es compasivo, que en este caso el texto remite a la expresión que habla de la fidelidad amorosa de Dios. Esta compasión en los Salmos generalmente remite a Dios que es fiel en la alianza y no se aleja del hombre, sino que lo llama continuamente para renovar la alianza, para que viva en su amor. La compasión se vuelve así en la actitud que Dios toma ante el hombre que se arrepiente y quiere estar con él. Es la actitud de Dios que responde con bondad y gracia a la fragilidad del hombre para que este vuelva a su lado, para que inicie un camino nuevo y se renueve totalmente en su relación con él. Lo que Dios quiere es precisamente esto, que el hombre no se aparte de él.
Y la tercera característica que el texto litúrgico traduce como misericordia, nos remite al vocablo que se usa para hablar de las viseras, y por tanto de la pasión, del amor instintivo, de la entrega absoluta a favor del otro. Es el amor gratuito, no es una mor de merito, no es que se ame al otro porque se lo merezca, sino que se ama porque existe, se le ama porque es una exigencia del corazón. Esta palabra incluso se llega a comparar con el amor de una madre a sus hijos, un amor que se dona sin medida y acompaña siempre a pesar de lo que pase.
Por tanto, el Salmista reconoce tres cosas fundamentales al pedir perdón: Que Dios tiene piedad, que Dios desea siempre que se esté en unión con él que se viva en alianza. Si pide perdón es porque sabe que Dios no lo quiere lejos de él. En segundo lugar porque Dios es compasivo, es decir sabe que Dios siempre sale al encuentro del que lo busca, pues le ama. Y finalmente porque sabe que Dios lo ama, no por lo que haga, no hay medida de ese amor, Dios lo ama gratuitamente, y ese amor es lo que lo renueva y le ayuda a transformar su vida totalmente.
Y una vez que se reconoce la bondad de Dios e implora su acción redentora, viene una acción fundamental, que es reconocer la culpa. Si bien se implora al amor de Dios, se debe hacer siendo consciente de que uno es el que ha fallado: «Reconozco mis culpas, tengo siempre presente mi pecado. Contra ti, contra ti sólo peque…» Con esta frase podemos ver que el hombre vive totalmente arrepentido, pues dice reconocer su culpa. Y cuando habla de reconocer, se habla de dos realidades, por un lado, se da cuenta de su maldad, de su pecado, pero al mismo tiempo este verbo re-conocer, me lleva a ver que está en sintonía del verbo conocer, que en la Biblia nos remite a intimar con una realidad. Si el Salmista dice que reconoce su pecado, quiere decir que experimenta ese mal, que intima con esa maldad, es como si dijese que experimenta la culpa.
Esto nos lleva a contemplar una cosa vital, si uno apela a la misericordia de Dios, implica que debe saberse culpable, y conocer, experimentar su mal, que siente dolor, pues se da cuenta de lo que ha realizado. No es posible pedir a Dios perdón, y pedir experimentar el amor, si uno no se descubre pecador, si piensa que no hace nada malo, o si culpa a otros de sus acciones.
Y hay que ver un detalle más, que al declararse culpable, no simplemente es alguien que pide piedad, sino que también hace una profesión de fe. Pues pide piedad a quien sabe que tiene esa piedad y que le ama. Hace una súplica a aquel que sabe que es amor, y ello implica que con su suplica anuncia que cree en el Dios que le ama y se dona gratuitamente a él. De esta manera esta oración de perdón se convierte en una oración de fe, de fe en el Dios que ama y renueva su alianza con el hombre.
Podemos decir que el signo de la ceniza es justamente esto. Es un signo con el cual reconocemos que somos pecadores, reconocemos nuestras culpas. Sería absurdo que alguien tomara la ceniza y no se supera pecador, sería tan solo una caricatura de rito vacío y sin sentido alguno. De tal modo que la ceniza debe ser esa toma de conciencia que nos lleve a reconocer quienes somos, nuestros errores, y faltas. Pero al mismo tiempo, debe llevarnos a reconocer que Dios nos ama, se nos impone la ceniza porque nos sabemos frágiles, pero nos sabemos amados por Dios. La Ceniza debe de ser el signo por el cual nosotros sabemos que Dios nos ama, y que por ese amor todo es posible. Muchos podrían tener este signo sólo como una señal de su pecado, pero eso es una visión incompleta, pues debemos de ver que estamos llamados a un cambio por el amor, por la gracia de Dios y no por nuestras fuerzas o nuestros actos. Si el mismo Salmo habla primero de ese amor de Dios es porque experimentando eso, se puede iniciar la conversión. Si la cuaresma es un tiempo para meditar en nuestras vidas e iniciar un camino nuevo, sólo posible porque durante este tiempo nos descubrimos amados por Dios, y sin esta realidad, no es posible ni vivir la cuaresma y mucho menos la Pascua a la cual estamos llamados cada uno de nosotros.

6/3/11

Cimientos...

Meditación con motivo del IX Domingo de tiempo ordinario
Ciclo /A/


Textos:
Deuteronomio11,18.26-28.32
Romanos 3,21-25.28
San Mateo 7,21-27

En nuestra vida y en nuestra propia realidad podemos constatar que en muchas ocasiones estamos rodeados o hemos sido causa de situaciones que son efímeras. Podemos constatar como en la realidad no hay coas muy sustentables, presenciamos cantidad de contradicciones y falta de promesas en los ámbitos político-sociales, vemos como hay una falta de sustento en lo que se denomina modas, ya sea en el vestir, la música o en infinidad de cosas, donde todo pasa rápidamente, y no hay algo que las sustente. Donde no hay un valor de las cosas, sino sólo lo inmediato, y lo que antes era algo bueno hoy es un absurdo. Somos espectadores de un mundo que es en muchas posiciones superficiales, donde no hay promesas, donde lo que hoy se dice mañana desparece o se olvida, donde no hay un espacio para generar auténticamente una historia sólida anclada en la experiencia del pasado, que alienta y ayuda al progreso de la historia, sino que simplemente se queda en el olvido, sin formar un verdadero desarrollo histórico.
Ante esta situación debemos de preguntarnos cuales son los cimentos en los cuales se ha fundamentado la cultura, las promesas, los valores, y las propias vivencias de nuestra historia. Porque finalmente, si las cosas pasan de moda, lo que antes era un valor hoy es algo retrograda, lo que se promete nunca se cumple, implica en el fondo que no hay una buena cimentación de la realidad, o es un cimiento sumamente efímero.
Esta es la realidad que el evangelio de san Mateo nos presenta hoy, en esta parábola que Jesús cuenta a su discípulos, a modo de cerrar el sermón de la montaña que desde hace cinco semanas comenzamos a leer y el día de hoy finaliza justamente contesta parábola invitando a los discípulos a descubrir cuáles son los cimentos de su vida. Esta parábola que Jesús cuenta es fundamental pues cierra este largo discurso y les recuerda el sentido de todo este itinerario que les ha ido presentando. Si bien les ha hablado de la bienaventuranzas, les ha propuesto la misión de ser luz y sal en medio del mundo, de llevar a plenitud la ley, incluso al extremo de amar al enemigo, y de confiarse totalmente en el Padre, siendo capaces de disfrutar la vida, el día de hoy Jesús cierra magistralmente este discurso, recordando que todo lo que deben hacer no es sólo para memorizarlo y anunciarlo, sino que deben hacerlo, deben vivirlo, no vale decir “Señor, Señor”, ni anunciarlo en medio de las plazas, sino que deben vivirlo radicalmente. Todo el Sermón, no se reduce a un conjunto de doctrinas para aprenderlas de memoria, sino para hacerlas vida, sólo así esa enseñanza da vida y adquiere un cimiento sólido.
Y ello lleva a reconocer que en la vida debemos de ir construyendo nuestra vida con auténticos cimentos en medio de la historia. El problema es que nosotros muchas veces no hacemos cimientos en la vida, o bien lo hacemos de manera muy superficial, como diría el evangelio, lo hacemos solamente en la arena, y ante cualquier situación codo cae, todo viene para abajo, pues todo es tan frágil y tan endeble que no tiene una subsistencia realmente en la vida.
De ahí que, debemos pensar cuales son los cimientos sobre los cuáles se fundan tantas cosas, que no dan sentido a las cosas. Si lo pensamos bien, muchas veces se hacen promesas que no se cumplen, y es porque el cimento de esas promesas, no están en la realidad, no están en un espíritu de de servicio, de ayuda, sino que simplemente están en la propia conveniencia, están resumidas en un solo interés, y por supuesto que cuando ese interés se logra, la promesa cae, pues es arena, es fugaz el cimiento. O bien, vamos cimentando la vida con cosas de momento, con lo llamativo, con lo que brilla y llama la tención, pero no en algo que realmente sea sólido, así cuando esto pierde su brillo, se derrumba, o cuando hay otra cosa que tiene su brillo más intenso, todo cae. Lo podemos ver en la moda, en la música, que no tienen un fundamento sólido, sino que simplemente, es lo que llama la atención, el cimiento de es lo es que sea llamativo y cuando surge algo más llamativo, eso desparece, pues el cimento es vender, es consumir, pero no es algo sólido.
Finalmente si los valores ya no existen o van en decadencia, o se ven como algo retrograda, es finalmente porque hoy en día no son llamativos, no tienen los fundamentos con los que fundan la realidad que es efímera y pasajera que en un momento ya no son importantes, sino que se generan otros valores o bien, otros estilos de vida, o bien, los tomamos tan a la ligera que o incluso podemos ver que es la moda deshacerse de lo antiguo. Todo debe evolucionar, todo debe cambiar, el problema es cuando esa evolución se da sin tomar en cuenta el bagaje histórico-cultural y se quiere hacer una nueva historia. Ese es el problema, pues no hay algo sólido, no hay experiencia, sólo es momentáneo, se puede destruir y no haber realmente una memoria del suceso, algo que fundamente, que enseñe, que de experiencia.
El problema de los cimentos es que están sobre arena, sobre el interés de alguno, sobre el propio beneficio, sobre una ganancia, sobre cosas momentáneas, pero no sobre algo que realmente de sentido a nuestras vidas, no sobre un valor que enseñe el sentido del caminar en la historia, sino solo sobre algo aparatoso.
Con esta parábola Jesús pone en claro que debemos de revisar cuales son los cimientos de nuestras actividades, y sobre todo ver cuáles son los cimentos de nuestra fe, porque si nuestra fe se cimienta sobre el poder, la mera piedad, la mera superficialidad religiosa, en una mera oración, en un mero devocionalismo, en un mero conocer cosas, en conservar ritos y estructuras, pues no servirá de nada, sólo será un cimento sobre arena que al final terminará por caerse y ser destruido.