29/8/11

Miedo al fracaso

Meditación con motivo del XXII Domingo del Tiempo Ordinario
Ciclo /A/

Textos:
Jeremías 20,7-9
Romanos 12,1-2
San Mateo 16,21-27

Una de las realidades más complejas de todas, pero que es profundamente humana es la situación e fracaso. De algún modo el hombre se topa en algún momento con esta triste situación, se encuentra con una realidad que le hace verse pequeño. EL fracaso nos hace comprender que no somos perfectos, que tenemos limitaciones, que no tenemos en su totalidad el poder y la capacidad de controlar todas las cosas.
Sobre esta realidad nos hablan las lecturas del día de hoy. En la primera lectura podemos apreciar ese sentimiento de fracaso. Contemplamos al profeta Jeremías en medio de su dolor, pues ha sido llamado por Dios, para anunciar la Palabra y denunciar las injusticias con el fin de que se conviertan, pero resulta ser que no hay nada, todos siguen igual, sin cambio alguno, incluso se burlan de él y hasta se confabulan para matarlo. La oración que dirige a Dios es una oración de un hombre doliente, de un hombre profundamente adolorido, un fracaso, pues no ha logrado nada, y reconoce que él se dejó engañar por Dios, y de ahí sale esta frase: «Me sedujiste Señor, y yo me dejé seducir.» Una frase que a veces se interpreta desde un tono un poco romántico, si embrago refleja el dolor del hombre fracasado y dolido.
Esta palabra: “Seducir”, no es propiamente lo que quiere indicar, más bien se refiere a una violencia que recibe el profeta, la podríamos traducir como “Me violentaste Señor y me deje violentar”, se refiere a un acto de violencia, un acto de violación. El profeta se siente ultrajado por la misión que Dios le ha dado. En el fondo el profeta reconoce que la misión que dios le da, es una violación, una violencia en su contra. Un dolor indescriptible. No tiene sentido el seguir adelante.
Y termina diciendo: «Entonces dije: "No lo voy a mencionar, ni hablaré más en su Nombre"» mostrando con esto que el profeta ha pensado que ya no quiere hablar de Idos, ya no quiere seguir con este proyecto. Cuántas veces nosotros pensamos así. Cuando algo no nos sale como queríamos, y decimos “ya ni opino nada, ni hago más proyectos, porque no sirve”; o cuando en la familia todo va mal, y creemos que no vale la pena esforzarse y decimos “ya mejor no digo nada, ni opino porque nadie entiende”; o cuando somos traicionados por alguien y pensamos que ya no vale la pena confiar en nadie.
Y justo en medio de esa lamentación el profeta termina con una frase extraordinaria, una frase que surge en medio de su derrota, y que contiene una luz de esperanza: «Pero había en mi corazón como un fuego abrasador, encerrado en mis huesos: me esforzaba por contenerlo, pero no podía.» Con esta frase se puede ver una realidad en medio del fracaso. Habla de un fuego abrazador, un fuego que está dentro de él, que no se paga, y que aunque él quiere apagarlo, no puede. Es decir, aún en medio de su fracaso sabe que hay algo que le dice que no se rinda, hay una luz que le lleva a descubrir que no todo está perdido, y ese fuego nos dice, que no puede contenerlo. Y si lo pensamos bien siempre en medio del fracaso hay una luz en nuestro interior, hay una cierta esperanza. Cuántas veces, después de un fracaso, hay en el fondo un pequeño anhelo de querer intentarlo de nuevo, de darse una oportunidad, de querer salir adelante, de no rendirse, de tener confianza otra vez. Sin embargo, a veces es tan grande la desilusión, el fracaso, que muchas veces ese fracaso apaga esa voz y nos sumimos en una depresión total, creyendo que no vale la pena seguir.
Curiosamente, ante el fracaso siempre está ese fuego, como dice el profeta Jeremías, que anima a seguir adelante aún en el fracaso. Y mientras eso exista el hombre puede adelante. Y esta idea se ve de modo más clara en el texto del evangelio. Jesús se encamina a Jerusalén y da una nueva instrucción a los apóstoles, unas palabras que son de entrada desconcertantes, pues nunca se había hablado de eso: «Comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día
Estas palabras son de desconcierto pues hablan de fracaso. Jesús va a Jerusalén a Morir, es un absurdo. Por eso Pedro trata de disuadirlo, de impedir que eso suceda, sin embargo Jesús va más allá. Después de su crisis que hemos visto hace dos domingo, descubre que la única manera de anunciar el reino es dando su vida, es asemejándose al siervo doliente del profeta Isaías. En el dar la vida está el nuevo modo de anunciar el reino. Ahora todo toma un nuevo rumbo, y ahora se encamina para dar su vida, convirtiéndose en esa entrega en el anuncio del Reino y de la salvación.
Y si lo vemos con ojos meramente humanos parece ser que la cruz se convierte en un signo de fracaso. Vemos a Jesús muriendo, y sin ninguno de sus discípulos, en medio de una total soledad. A simple vista se ve el fracaso. Sin embargo Jesús va más allá de esto, no sólo se ve el fracaso, sino que hay algo más. No sólo es la muerte, sino que ahí comienza un germen de vida y con ello una esperanza par que no todo termine en fracaso. Pues el mismo Jesús habla en su anuncio de la resurrección. Finalmente la cruz, el fracaso, no es el final, sino que se levanta la esperanza de la vida.
Por tanto, podemos ver que el fracaso existe, lo importante es no dejar llevarse sólo por ello, si bien al inicio es complicado asimilarlo también es cierto que el fracaso no tiene la última palabra. No debemos dejar que el fracaso sea tan fuerte que nos destruya, que nos abrume, al contrario saber que podemos salir adelante, y que finalmente siempre hay una oportunidad de vida detrás de esa amenaza de destrucción que se hace cercana con el fracaso. Es complicado, sin embargo, no hay que dejar que esto nos acabe, sino levantarnos y saber que se puede mejorar y transformar nuestra vida.

24/8/11

Identidad de la Iglesia

Meditación con motivo del XXI Domingo del Tiempo Ordinario
Ciclo /A/

Textos:
Isaías 22,19-23
Romanos 11,33-36
San Mateo 16,13-20

Al escuchar hablar de la Iglesia pueden surgir cantidad de opiniones, ya sea en contra de la Iglesia, o bien a favor de ella. Se le puede acusar de cantidad de situaciones, a veces debido a situaciones que en una determinada comunidad se vive, o bien porque las noticias amarillistas lo hacen publico a nivel nacional o mundial, sin embrago, son solo unas situaciones especificas, no son de toda la generalidad, y algunas veces son meros puntos de vistas. Por otro lado, también se puede hablar extraordinariamente de ella, pero también a veces con elementos que no son llevados a profundidad, y que no se reflexionan más a fondo, a veces sólo se habla de la Iglesia a nivel meramente apologético, de mera defensa, pero no sin ser sinceros de lo que se hace y se vive.
Sin embargo, esto se mueve sólo en el nivel de la opinión. Pero qué es la Iglesia, cuál es su papel en medio del mundo. Primeramente clarifiquemos que la Iglesia es una comunidad e personas, y que no debe confundirse con el templo. La Iglesia somos nosotros, la forman las personas, y no un edificio, ni una jerarquía, sino que la forma todo aquel que ha sido bautizado. Y sabiendo que todos formamos esta Iglesia adentrarnos en la misión e identidad de esta Iglesia.
El texto del evangelio de hoy nos da el acercamiento para comprender cuál es la misión y la identidad de la Iglesia. En primer lugar nos encontramos con Jesús que hace una pregunta fundamental: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?» Con esto podemos descubrir que Jesús debe cambiar de táctica para anunciar el Reino de Dios. La semana pasada lo veíamos en crisis, y ahora trata de aclarar su misión, y para ello debe ver que visión tiene la gente de él. Y por ello, pregunta sobre la identidad. Y las respuestas reflejan una visión corta y limitante de Jesús: Juan Bautista, Elías, Jeremías. Jesús es visto sólo como un profeta, es una visión, si no errónea, si es incompleta, puyes la gente sólo lo ve como profeta, como un enviado de Dios, no ven más allá de esto.
Y entonces Pedro da una respuesta fundamental: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.» Encontramos una respuesta asombrosa, que refleja la personalidad de Jesús. En primer lugar lo reconoce como el Mesías, es decir, aquel que lleva a plenitud todas las promesas, el que da sentido a la historia. Y en el evangelio de san mateo, Jesús es el Mesías que lleva a plenitud toda la historia de salvación, quien inicia la nueva generación de la plenitud abriendo a todos la salvación (Cfr. Mt 1,1-17). EN segundo lugar le llama “Hijo de Dios vivo”, por tanto viendo de Dios, y del Dios que da la vida, del Dios que hace fecunda las situaciones difíciles de la historia.
Y esa respuesta de Pedro nos hace céntranos en el primer elemento central de la identidad de la Iglesia. La Iglesia es aquella que tuene como centro a Jesús, aquel que es Mesías, que da sentido a la historia, aquel que puede dar a mi vida el sentido de plenitud, el sentido de trascendencia, aquel que puede plenificar mi historia. Es Jesús, el Hijo de Dios vivo, aquel que me puede llevar al encuentro con Dios y dar vida a todas mis situaciones marchitas en mi corazón, que pude darme vida y darme la oportunidad de ser fecundo con mi vida, mis comentarios, mis opciones de vida. Por tanto la Iglesia, e la que tiene como centro a Cristo, que da sentido a todo y es capaz de vivificarme; y cuando Cristo no es su centro entonces se engaña, y no vive auténticamente su misión.
Inmediatamente después de esta respuesta Jesús lanza una felicitación a Pedro: «Dichoso de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre que está en el cielo.» Jesús reconoce que esto que Pedro ha dicho no es sólo la iniciativa de él, no es una ocurrencia o una ideología que se ha formado, sino que es fruto de Dios, es fruto de la fe en Dios. Por tanto la Iglesia es aquella que vive centrada en Jesús y es capaz de reconocer a Jesús como centro, por su experiencia de fe, una fe que surge como don de Dios. Por ello la Iglesia es una comunidad de fe, una fe que debe crecer y madurar, pero surge de la fe. Y por ello sin una visión de fe, sin descubrir el don de Dios, dentro de esa fe, no es posible estar dentro de la comunidad.
Así es como se conforma la Iglesia: «Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia.» Le llama Pedro, que si bien hoy en día Pedro nos remite a un nombre, en aquel tiempo no era así, Pedro significa “piedra”, por tanto, Jesús le dice que él es Piedra, y por ello él es la primera piedra, sobre la que se funda la comunidad, él es la piedra, y sobre la roca de la fe en Jesús se funda la Iglesia. Nos e funda sobre una ideología, no se funda sobre una labor social, sino que se funda sobre la fe en Cristo, esa es la roca solida que da cimento a la comunidad. Eso que le dice a Pedro nos lo dice a nosotros, debemos de ser piedras, debemos ser sólidos en nuestras opciones para cimentarnos en la fe que brota de experiencia pascual de Cristo. Por ello la Iglesia tiene como cimento esa roca, y así nos convertimos en piedra que da sentido a la vida en comunidad, somos piedras que construyen comunidad.
Y entonces comienza haciendo una serie de promesas, que siguen dando identidad a la Iglesia: «El poder de los infiernos no prevalecerá contra ella.» Antes de explicar esto debemos hacer una aclaración. No es lo mismo el infierno que los infiernos. A veces se traduce este texto diciendo los podres del infierno no prevalecerán, peno no es así, no dice el infierno, que es el lugar de castigo y condenación. El texto habla de los infiernos, es decir el lugar de los muertos, lo que en griego se le llama “Hades”. Por tanto está hablando de lugar de la muerte. Jesús dice que “los poderes de la muerte no prevalecerán”. Quiere decir que la Iglesia es capaz de vencer los poderes de la muerte, es decir aquello que destruye el corazón del hombre. Es la exhortación a reconocer que la muerte, la destrucción, el desanimo, la depresión, la desilusión, no prevalecerá, esas situaciones que matan la esperanza y el ánimo por vivir no prevalecerán, pues la Iglesia es una comunidad e esperanza, de coraje, de esfuerzo por seguir adelante.
«Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos.» Ahora Jesús marca el donde dar las llaves, que es un símbolo del poder, de la soberanía. Las llaves sirven para dar acceso, y en este caso dar acceso, dar entrada al reino de los cielos. La Iglesia es la comunidad que da acceso a Dios, que hace que los hombres entren en contacto con Dios. El problema sería si nosotros con nuestra vida hacemos que otros entren en contacto con Dios, si hacemos que otros puedan entrar en relación con Dios, si soy capaz de dirigir y de inspirar los deseos de los demás para que se encuentren con Dios. Con mi vida, soy signo de Dios, de contagiar a los demás con el ánimo generosos par que entren con Dios. O sólo los alejo. Las llaves las tenemos todos, todos con nuestra vida, con nuestro encuentro con Dios podemos hacer que se encuentren con Dios. La grande pregunta sería si somos capaces de hacer esto o no. Porque es la misión de la Iglesia: Hacer que otros entren en relación con Dios.
Y finalmente Jesús le dice: «Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.» Esta expresión de atar y desatar es propia de aquellos tiempos entre los rabinos judíos. Es una expresión que se refiere al permitir o prohibir realizar una ley. Con ello exhorta a la comunidad a descubrir que es lo que le conviene y que es lo que le daña. Dejar que entre en la vida de la Iglesia lo que le ayude a ser mejor y al mismo tiempo impedir que se realice aquello que le hace daño y le hace perder su visión como comunidad universal.
De esta manera Jesús marca la identidad de la Iglesia, una comunidad que se reúne en torno a Cristo que es el sentido de la historia y da la vida, como aquella que se funda en la fe, una fe que es sólida, la comunidad que debe ser esperanza para los hombres sin dejarse abatir por situaciones de muerte, que tiene como misión dejar que el hombre entre en contacto con Dios, y capaz de discernir sus acciones viendo lo que conviene y lo que no. Que a la luz de esta página renovemos nuestro sentido como iglesia y recuperemos el sentido de nuestra vocación.

14/8/11

«La mujer fue a postrarse ante él y le dijo: "¡Señor, socórreme!”»

Meditación con motivo del XX Domingo del Tiempo Ordinario
Ciclo /A/

Textos:
Isaías 56,1.6-7
Romanos 11,13-15.29-32
San Mateo 15,21-28

Al escuchar este pasaje del día de hoy puede llenarnos de asombro, pues parece ser totalmente distinto a los demás relatos de milagro, que Jesús realiza, pes podemos ver como Jesús en primera instancia rechaza ayudar a esta mujer. Sin embargo es importante conocer el contexto de este relato para comprender este extraordinario texto.
Este pasaje se encuentra justamente después de una controversia que tiene Jesús con los fariseos, ellos defiendes sus leyes de pureza y por esa razón dicen que Jesús está equivocado. Por otro lado, la gente no ha comprendido la actuación de Jesús, se quedan maravillados con lo que dice y hace, pero finalmente no cambian de vida, incuso los mismos apóstoles, que están cerca de Jesús no han sido capaces de entender lo que Jesús les dice, por ello dice el texto: «Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón.» El texto dice que partió, y con ello implica una ruptura, Jesús se parata de su ambiente, rompe con ellos, está en crisis, está frustrado, pues no ha sido capaz de anunciar el Reino como él quisiera. Él esperaba la conversión, esperaba la vivencia del amor, pero no lo han comprendido, siguen iguales y han cerrado su corazón, por ello Jesús no aguanta y se va, se retira. Y Dice que se va a una región de Tiro y Sidón, es decir un lugar extranjero, es la única vez que Jesús deja su tierra y se va a un lugar extranjero.
Y ahí se aparece esta mujer cananea. Es denominada cananea, porque pertenece al grupo étnico que el pueblo de Israel conquisto cuando llegaron a la tierra prometida, por tanto pertenece a un grupo marginal. Sin embrago ella se aventura pues tiene una dificultad: «Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio.» Dos elementos parecen aquí, en primer lugar la hija. Los hijos en aquellos tiempos son símbolo del futuro, los hijos son la única posibilidad de garantizar un futuro, ya que no se ve con mucha claridad una vida después de la muerte. Sólo los hijos permiten que la propia semilla continúe más allá de nuestra propia subsistencia dentro de la historia, sin ellos no hay posibilidad de esa descendencia. Por tanto esta mujer tiene como riesgo perder su futuro, su futuro se ve amenazado.
Y entonces vemos el segundo elemento: un demonio es quien amenaza este futuro. Y al hablar de dominio se refiere a una ideología que amenaza con perder ese futuro. Cuántas veces nuestro futuro se ve amenazado por una ideología, por una realidad externa que amenaza ese proyecto. Por ejemplo un proyecto a que deseamos que se prolongue en el futuro es la unidad de la familia, y aparecen ideologías q impiden ese desarrollo, que impiden que se lleve a cabo ese proyecto. Cuantas veces aparece la envidia, el egoísmo, la avaricia en la familia, una serie de ideologías q impiden precisamente que ese proyecto se lleve a futuro. Pues esas ideas hacen que el hombre no alcance la unidad en su familia. Cuantas veces la familia vive unida, vive contenta, pero súbitamente se mueren los papás y entonces los hermanos que antes se querían, se amaban dejan de hacerlo y entra el odio, el rencor, se comienzan a pelar, y ese proyecto a futuro, ese proyecto de unidad y concordia se pierde totalmente ese proyecto a futuro porque ha entrado una ideología extraña que amenaza la unidad. O bien cuando tengo presente que mi proyecto a futuro sea el trabajo, sea que siga todo bien, pero dejo que entre la idea de la pereza o de la corrupción, es sin duda hace tambalear el proyecto a futuro.
Esta mujer tiene un futuro incierto pues ha permitido que entren ideas que lo amenazan. Incluso en ella misma se ve reflejado el mismo Jesús, pues su proyecto del Reino también se ve amenazado por la cerrazón de los demás por la incomprensión de la gente, la testarudez de los apóstoles y la cerrazón de corazón de los fariseos. Es un futuro en riesgo. El proyecto del Reino se ve amenazado.
Y justo ante esa situación, Jesús calla sólo piensa y por eso aunque aquella mujer grita, no le hace caso, Jesús está en una profunda crisis, no sabe qué hacer. Sin embargo por insistencia de los apóstoles, se detiene y aquella mujer presenta los cuatro pasos elementales para la vida de fe, y una fe auténticamente madura.
En primer lugar dice que esta mujer se «acercó entonces a Jesús», y acercarse a Jesús implica distanciarse de todo otro criterio de salvación, de cualquier otra idea de salvación. Muchas veces nosotros decimos tener fe pero también tenemos amuletos, supersticiones, brujerías, etc. Por tanto, el tener fe nos invita en primer lugar a acercarnos a Jesús y tomar distancia de otras realidades que no son verdaderamente de salvación. Y por tanto es reconocer que yo no tengo la salvación en mis manos, que no puedo garantizar por mi mismo mi futuro. Sólo lo puede hacer aquel que porta la verdadera salvación.
Su segunda acción en que ella una vez delante de Jesús está «postrada ante él.» La postración expresa reconocimiento de la propia pequeñez, se reconoce pequeña delante de los retos que se le presenta, delante de lo que debe de ir viviendo. Su futuro corre riesgos y por tanto no es capaz de salir por si misma adelante, sabe sus límites, sus fragilidades. De esta manera postrase se convierte en el reconocimiento de la insuficiencia de sus propios esfuerzos. Finalmente postrarse es verse pequeño y ver al otro grande, capaz de ayudarlo, capaz de poder sacarme adelante. Postrase es reconocer que Dios lo puede todo, que sólo él me puede dar un futuro, que yo con mis limites, con mi pecado, con mi rencor, mi envidia, mi dureza, no soy capaz de salir adelante.
En su tercera acción, la mujer habla: «¡Señor, ayúdame!» Es la oración. Es el acto de comunicarse con Dios, no es posible la fe, sin está la confianza y la capacidad de hablar y abandonarse en sus manos. Sin la capacidad de levantarnos y reconocer que necesitamos su ayuda. Finalmente orar es saber que debemos abandonarnos en Dios, pues ´le sabe que lo necesitamos.
Y entonces viene el cuarto paso, que es fundamental en la madurez de la fe, pero que es el paso más riesgoso de la vida: El silencio de Dios. Pus muchas veces parece que hablamos con Dios, imploramos su ayuda pero sólo nos topamos con el silencio. Y esta mujer se topa con un muro, con la cerrazón de Jesús: «No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los perritos.» Esta expresión es un tanto dura en labios de Jesús. Se dirige a ella con expresión “perritos”, pues los judíos llamaban a los extranjeros “perros” y aquí Jesús utiliza la expresión par referirse a los perros domésticos, por eso se traduce como perritos. En el fondo Jesús está tan triste, tan frustrado que no sabe qué hacer y por eso contesta así. En el fondo Jesús le dice a la mujer “no te puedo ayudar, nadie me entiende, nadie tiene fe, para qué quieres que te ayude si no vas a comprender los signos, todo está perdido, si los judíos no entienden menos tú…”
Y ante esa negativa, uno podría decir que la mujer se desapasionaría y se iría, pero no es así ella contesta llena de fe: «Y sin embargo, Señor, los perritos comen las migas que caen de la mesa de sus dueños.» Esta respuesta es asombrosa, pues esta mujer reconoce su condición, no le dice a Jesús que todos tienen los mismo derechos, o cosas por el estilo, ella es cananea y se sabe así, no espera nada más, ella es feliz así, y sabe que aún así, Dios le escucha y le ayudará a salir adelante. Y aunque se topo con la negativa de Dios sabe que la escucha y que le ayudará. Este es el paso decisivo de la fe, es decir, que cuando llega el silencio de Idos, el creyente sabe reconocer que Dios lo la abandona ni la deja, Dios está con ella. Dios tiene sus medios para hacer llegar su gracia a cada uno, representado aquí por las migajas.
Y ante eso Jesús queda impactado: «Mujer, ¡qué grande es tu fe!» Ha encontrado en esta mujer lo que en el pueblo judío nunca encontró, encontró la verdadera fe, encontró el verdadero sentido de todo. Ahora Jesús se da cuenta que existen hombres y mujeres capaz de abrirse a la fe verdadera, este episodio calma la misma fe de Jesús, la fe es posible, y a partir de ahora cambiará su estrategia para anunciar el Reino y hacer la salvación cercana al hombre como lo escucharemos en los próximos dos domingos.
Esta mujer tiene futuro porque realmente confía en Dios y el mismo Jesús y el proyecto del Reino tendrá un futuro pues hay una luz que esta mujer ha dado. Todos podemos ver nuestro futuro amenazado por ideas contrarias pero si dejamos que Dios entre, podemos vencerla y seguir adelante con nuestro proyecto.