8/4/12

«Busquen los bienes del cielo...»

Meditación con motivo del Domingo de Resurrección
Ciclo /B/


Textos:
Hechos 10,34a.37-43
Colosenses 3,1-4
San Juan 20,1-9

La Iglesia se alegra el día de hoy con la fiesta de la resurrección, la fiesta que es el centro de la vida cristiana, la que le da el sentido a nuestra fe y a nuestro caminar en la vida. Sin embargo, a veces al escuchar la idea de la resurrección, nos parece algo lejano, algo distante a nosotros, a nuestras vidas, nuestra cultura, nuestra manera de entender la realidad.
Sin embargo, entender la resurrección implica una búsqueda, tal y como lo muestra san Pablo en la segunda lectura de hoy cuando exhorta a la comunidad de Colosas: «Busquen los bienes del cielo.» Una exhortación que pudiera ser mal entendida, puesto que al pedir que se busquen los bienes del cielo, uno podría pensar que se refiere simplemente a voltear hacia el cielo, a dedicarse a las cosas que vienen de Dios, pero no atender las cosas que realmente son terrenales, uno podría pensar que buscar las cosas del cielo es estar sólo haciendo oración, estar en misa diariamente, asistir a los sacramentos. Pero eso es sólo una parte, una arista de las cosas del cielo.
El cielo en la Biblia se refiere a al mundo de Dios, al ambiente de lo divino, a los criterios de Dios. Por tanto, buscar las cosas del cielo implica buscar las realidades de Dios, buscar los criterios de Dios. La aspiración de cristiano debe ser estar en constante búsqueda de los criterios de Dios, de los criterios del evangelio.
Buscar las cosas de Dios por tanto es la búsqueda de la verdad, de la justicia, de la solidaridad, del perdón. Esas son la búsqueda de las cosas del cielo, que no implican abstraerse de la realidad. Al contrario, las cosas del cielo implica entrar completamente con las cosas del mundo, pero con los criterios de Dios. Por tanto, cuando buscamos ser auténticos, decir la verdad, dejar las mentiras. Cuando empezamos a ser justos, y a ayudar a los demás, no quitarles las cosas o a rebajarlos, sino a ayudarlos, a procurares bien, a respetar su persona, a respetar su trabajo, sus bienes, entonces buscamos las cosas del cielo.
Si alguien dijese que busca las cosas del cielo sólo porque va a misa diariamente, o porque hacen muchas oraciones, pero no escuchan a sus hijos, viven a base de mentiras, se peleana cada rato, entones es mentora no buscan a Dios, sólo buscan refugiarse en Dios de sus responsabilidades, de sus obligaciones, y sobre todo de su vida de fe, puesto que sólo buscan calmar su conciencia, pero no mejorarla.
Buscar las cosas del cielo implica buscar los criterios de Dios y esforzarse pervivir día a día el evangelio. Y entonces, ese compromiso, ayuda al hombre a ser mejor, a transformar su vida, a renovar su corazón, en otras palabras, esa persona comienza a resucitar, porque comienza a tener criterios de vida, criterios de Dios.La resurrección, por lo tanto, no es solamente pensar en el más allá, sino ver desde ahora los criterios de idos que permiten al mudo descubrir la fuerza de la resurrección, no sólo como promesa de futuro, sino como una realidad actual, una realidad veraz, que da testimonio de la gracia de Dios. La resurrección, no es sólo promesa, no es sólo una idea, es una realidad que debe de vivirse y se logra hacer cuando el hombre comienza a buscar los criterios de Dios.

7/4/12

«… la piedra estaba removida»

Meditación con motivo de la Vigilia Pascual
Ciclo /B/


Texto:
San Marcos 16,1-7

Hoy la Iglesia se alegra con el misterio Pascual de Jesús, se alegra porque con la resurrección ha vencido a la muerte, ha vencido aquello que limitaba al hombre, que le impedía ser feliz, aquello que le hacía mirar solamente su finitud y su precariedad en la historia. Ahora con la vigilia pascual puede empezar una nueva vida, pude empezar una nueva historia en donde la muerte es vencida y el pecado no tiene la última palabra y por esa razón hoy nos alegramos.
Sin embargo, acercarse a la resurrección no es una cosa sencilla, es un misterio que nos desborda, y el mismo evangelio que hoy se ha leído, nos acerca a ese misterio, y coloca las bases para conocer ese misterio.
En primer lugar descubrimos que la resurrección no es fácil de entender, puesto que el hombre vive atrapado en sintonía de muerte, se le hace complicado querer vencer el mal, el pecado, se le hace una tarea imposible que exista una salida diferente al acontecimiento de la muerte. Esta idea se ve claramente en el comportamiento de las mujeres: «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?» Ellas van preguntándose y comentando la dificultad que esperan encontrar, puesto que encontarán que la losa o la piedra que cierra la sepultura es muy pesada. En el fondo la comunidad cree que la muerte es insuperable, nadie la puede vencer, nadie puede quitar la piedra, que es un símbolo de la muerte; a ellas sólo queda hacer las unciones y se acaba todo, nadie quitará la piedra de la muerte. Se pude apreciar un sentimiento de impotencia, no saben qué hacer.
Este es precisamente el sentimiento que a veces se tiene delante de la vida, cuantas veces vemos la situación de muerte que nos rebaza, y no sabemos cómo hacerle frente. Cuantas veces podemos descubrir la piedra de la envidia que no sabemos cómo vencerla, por la piedra del rencor, tantos años y seguimos teniendo un resentimiento por alguna persona, es una piedra enorme incapaz de ser movida, incapaz de transformarla. Si efectivamente, la piedra es el gran problema de la humanidad, es una piedra que clausura todo, que impide salir de esto, que no da posibilidades para salir adelante. La piedra de la muerte, de aquello que me destruye.
Sin embargo, no renuncian a su propósito, tienen que rendir homenaje y salen al encuentro, no saben como salir de esta situación pero salen al encuentro. Van en camino. Ese es el primer paso para iniciar la transformación, el primer paso para que llegue la resurrección. Salir, no quedarse encerrado. Muchas personas aprisionadas en su muerte, no quieren salir, no quieren salir de su situación, prefieren rendirse. Piensan que a sus años no son capaces de vencer el odio, piensan que ese rencor, o esa envidia, son tan fuertes que no se puede salir. Finalmente prefieren vivir así, amargándose, muriendo en su interior, acostumbrándose a ese estilo de vida, a ser humildes, y ponerse en marcha y darse la oportunidad de un cambio.
Y descubrimos que estas mujeres al llegar descubren algo nuevo: «Al levantar la vista observaron que la piedra estaba corrida, y era muy grande.» Al llegar se amplían su horizonte y se dan cuenta de que su problema no tenía fundamento. La piedra está recorrida. No se dice quién lo ha hecho, pero ciertamente todo ha cambiado, ahora está abierto, ellas pensaban que existía una dificultad, pero efectivamente, está abierto, todo es posible. Lo importante es que a pesar de la dificultad ellas se pusieran en camino.
Este es el camino para encontrar la resurrección, ponerse en camino a pasar de la dificultad, ponerse en camino a pesar de lo difícil, de lo enorme que parezca la piedra. Ciertamente se ve enorme la tarea que se debe realizar, pero es posible llevarla a cabo, lo importante es ponerse en marcha, es ponerse en camino.
Si pensamos que nuestra envidia, rencor, mentira, odio, es tan grande para no ser vencido y por consiguiente, no podemos acceder al vida, a la resurrección que comienza en el hoy, en el ahora. Lo importante es ponerse en camino, es no darse por vencido antes de ponerse en marcha, es no rendirse, sino saber que podemos salir adelante, que si queremos podemos mover esa roca enorme. Es posible si queremos, si nos ponemos en camino, en algún momento alzamos la vista y descubriremos que Dios está con nosotros, y que la vida es posible, que puede ser vencida desde ahora.
Podemos ver otro elemento: «Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, envuelto en una vestidura blanca, y se quedaron desconcertadas.» Empieza el mensaje de la vida, si es posible que se mueva la piedra es porque Dios está con ellos. Se ve al joven de blanco, signo de la presencia de Dios, porque en la Biblia el color blanco representa a Dios, por tanto dentro de la tumba, donde debía reinar la muerte encontramos simplemente un mensajero de Dios, un mensaje de vida, en el sepulcro ya no hay muerte, ya no hay destrucción. Ahora está Dios, Dios ha entrado.
La resurrección por lo tanto es posible, porque Dios hay penetrado la raíz de la muerte, ha entrado ahí, para dar un mensaje de vida. Esa es la razón por la que la piedra se mueve, porque Dios ha entrado, y hace posible que la muerte no tenga la última palabra. Quiere decir que la muerte no es la más fuerte, hoy es posible vencerlo todo, no podemos dejarnos vencedor, porque Dios entra, para hacernos ver que la muerte no es todo en la vida, Dios está dentro y transforma la muerte en vida, y por eso le da el anuncio de ir a Galilea, porque deben salir de ahí, no deben quedarse en el lugar de la muerte, sino que deben salir y buscar la vida.
Cuando el hombre propone salir en búsqueda de la vida la encuentra, no dejándose atrapar por la muerte, sino salir y descubrir que hay algo más que la muerte, que está la vida y una vida totalmente nueva. Salir de la tristeza y del pesimismo, pues Dios entra y quiere que no nos quedemos en esa idea, Cristo vive y con él todos estamos llamados a esto. Más aún hoy podemos resucitar nosotros, podemos vencer nuestras estructuras de muerte, podemos vencer nuestro odio y nuestras envidias, con la fuerza de Dios. Y entonces es salir y anunciar que Cristo vive, que Cristo está con nosotros, que Cristo vive en nosotros, que somos auténticos mensajeros de la vida, mensajeros y testigos de la pascua de la resurrección.

5/4/12

Sangre y Agua: Respuesta ante el odio

Meditación para el Viernes Santo

Textos:
Isaías 52,13-53,12
Hebreos 4,14-16; 5,7-9
Juan 18,1-19,42

Vivimos en un mundo lleno de discordias, constantemente nos la vivimos peleando, discutiendo, enfrentándonos constantemente por los diversos puntos de vista. Estamos en inmundo en donde encontramos violencia en las calles, a causa de diferencias políticas, de encuentros enemistados. Somos agresivos. Hay guerras, destrucciones, violencia extrema. Incluso en las familias encontramos también odios, rencillas, hermanos que se pelean, se destruyen por cosas insignificantes, se dejan de hablar.Toda esta violencia desmedida nos hace pensar, si la última palabra la tendrá el odio, si la última palabra la tiene el rencor y la violencia desmedida. ¿Será que no podremos encontrar una respuesta llena de paz y concordia? ¿Será que los países no se reconciliarán? ¿Será que la violencia se resolverá con más violencia? ¿Qué los secuestros y asesinatos se acabaran con más muertes y asesinatos? ¿La respuesta será la violencia? ¿Nuestra sociedad deberá estar arrojada a esta espiral de violencia? ¿Nuestra familia sólo arreglará las cosas con agresividad?
Pareciera que así es, sin embargo, a la luz de la fe encontramos una nueva respuesta, la violencia no tiene la última palabra, la última palabra la tiene el amor, representada con la cruz. Pues ahí en la cruz, en medio de un acto brutal de violencia, se dio una nueva respuesta a partir del amor.
Hoy viernes santo somos invitados a contemplar este misterio de la cruz, pero no como un acto de violencia, de destrucción donde murió Jesucristo, sino que somos invitados a ver la fuerza de la cruz, como una fuerza de amor. Contemplando la cruz, por tanto, no es ensalzar el sufrimiento, el dolor y la muerte; ni es contemplar el fracaso de un hombre. La cruz a partir de Jesucristo se convierte en un signo de salvación. Con ello contemplamos un signo de triunfo y de amor. Es el signo de cercanía y solidaridad de Dios que nos compromete a todo incluso la muerte misma. Es descubrir como en medio de la sed de venganza, en medio del odio, y de la muerte misma, el amor lo puede transformar en oportunidad de salvación Ahí, en la cruz donde Jesús es brutalmente asesinado se podría contemplar, como el amor convierte ese acto lleno de maldad en una oportunidad para salvación. Por lo tanto en la cruz se contempla el odio que existe en la humanidad y al mismo tiempo se ve, el amor que puede salvar a la humanidad.
En la cruz se entrelazan dos realidades totalmente antagónicas: el odio y el amor, de manera que se muestra que el odio no tiene la última palabra, ni es absoluto, puesto que ahí, en la cruz, donde se desborda todo el odio, hay una expresión de amor, que puede más que el odio, que puede vencer el odio.
El evangelio de san Juan lleno de simbolismo, nos muestra esta realidad a lo largo de toda la pasión, pero centremos nuestra reflexión en una parte: «Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con él. Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua
Los soldados llegan con Jesús y ven que ya murió, con esto el texto bíblico trata de poner de manifiesto que no hay nada que hacer, la vida de Jesús ha finalizado, sin embargo le golpean con la lanza, es decir, le demuestra mas odio y desprecio. Si Jesús ha muerto es porque la vida nadie se la quita a él, sino que él la ha dado. Por otro lado, nos recuerda al cordero pascual, al cual no se le debe romper hueso alguno. Jesús es el nuevo cordero. Sin embargo, le dan con la lanza. Esta acción era innecesaria, puesto que ya había muerto, marcando así que la hostilidad continúa. Son el símbolo del más odio contra Jesús. Los soldados se habían burlado de la realeza de Jesús, ahora a punta de lanza quieren destruirlo definitivamente.
Vemos que la sentencia a muerte de Jesús es un signo de esta violencia, y vemos como esta es una violencia que incluso busca por todos los medios manifestarse, así cuando están frente a Pilato y éste quiere salvarlo lo amenazan diciendo: «Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César.» Se puede ver el chantaje que se realiza para llevar a cabo la muerte y así manifestar la violencia, y así toda la pasión está llena de estos signos de violencia, incluso al final, cuando estos soldados a ver que ya murió lo golpean con la lanza, un signo innecesario, pro que es reflejo de la violencia, sin embargo esto no queda así puesto que Dios responderá con amor.
El texto nos expresa que ante este odio, de Jesús sale la sangre y el agua. La sangre es figura de la muerte para salvar a la humanidad, una expresión de su amor al extremo. El agua representa, a su vez, el Espíritu, principio que todos podrían recibir cuando manifieste su gloria. La cruz se convierte en cumplimiento del amor, y en donación de amor y Espíritu. La cruz se convierte en lugar de amor que se dona ahí en medio de la violencia, que da el espíritu para tener la fuerza que nos ayuda a vencer ese odio.Podemos descubrir entonces que la última palabra no la tiene el odio, sino el amor, no estamos condenados a la destrucción, sino a la transformación de todo en amor, en oportunidad de misericordia. Hoy la liturgia se centra en la adoración de la cruz, reconociendo un signo de salvación, un signo de amor, contemplando llenos de alegría, pero también contemplando y comprometiéndose. Sería nulo que hoy contemplásemos el misterio de la cruz, y sólo lloráramos sin ser capaces de convertirnos, sin comprometernos realmente ante el misterio de amor que se nos presenta. Es momento para descubrir que Jesús nos ha salvado, que Jesús nos ha rescatado y que podemos vencer la violencia, porque en al cruz Jesús mismo ha vencido esa violencia con amor.El nos ha dado este ejemplo para que ahí cuando nos enfurecemos, nos volvemos agresivos y perdemos el control, seamos capaces de permitir que brote el agua y la sangre, brote la fuerza del Espíritu y la fuerza del amor que transformen nuestra vida.Hoy podríamos iniciar ese camino de compromiso y vencer nuestra violencia, vencer nuestra apatía, vencer nuestro rencor con la fuerza de la cruz y hacer de nuestra vida un camino hacia la paz y el amor definitivo. Empezar a vivir esa sangre y esa agua que brota del costado de Cristo, que brote ese amor y esa fuerza del espíritu que no anime para seguir adelante. Eso es contemplar la cruz, contemplar el amor que nos cambia y nos impulsa a vivir de un modo nuevo.Así el viernes santo se convierte en un día para adorar la cruz, para adorar a aquel que responde con amor en medio de la violencia e invitándonos a cambiar nuestra vida. De tal manera que hoy podemos empezar a vencer la violencia en neutros ambientes, en nuestra casa, con nuestros seres queridos, siendo más pacientes y llenos de amor, con la fuerza del Espíritu. Venciendo todo aquello que no permite nuestra vida y realización debido a la violencia, y haciendo visible el acontecimiento de la cruz en nuestra vida.

4/4/12

«¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?...»

Meditación con motivo del Jueves Santo

Textos:
Éxodo 12,1-8.11-14
1 Corintios 11,23-26
San Juan 13,1-15


Un mal que daña el interior del hombre, y le impide su desarrollo, su crecimiento en la vida, es sin duda la soberbia, el sentimiento de autosuficiencia. Muchas veces nosotros creemos conocerlo todo, creemos saberlo todo, que no necesitamos aprender más, y esto nos lleva precisamente a no buscar algo nuevo, a no buscar algo que nos sorprenda porque creemos que todo está dicho y no necesitamos seguir adelante.
Y esta soberbia, se manifiesta aún en la vida de la fe, puesto que nos hace que creamos que lo sabemos todo, que no necesitamos de más cosas, que no requerimos de una información extra, que no hay necesidad de profundizar algo nuevo. Creemos conocer a Dios, de tal manera que, nada nos sorprende y por consiguiente sabes que decir y que hacer porque todo lo podemos realizar.
Muchas veces el catequista puede caer en esta autosuficiencia espiritual creyendo que todo lo puede, que nadie le puede enseñar nada nuevo porque ya lo sabe todo. O bien aquella que siempre está en algún curso, piensa que lo conoce todo, que sabe que responder, que sabe como decirlo, como expresarlo, y por consiguiente piensa que nada, ni nadie le puede decir algo nuevo. Incluso cuando alguien va a misa domingo a domingo, o de vez en cuando, se cree autosuficiente en su nivel, puesto que dice conocer los evangelios, dice saber los elementos de la fe.
Pero si en realidad dice conocer a Dios, conocería lo más fundamental de la vida de fe, una verdad extraordinaria: Dios es misterio, y por tanto nunca se acaba de conocerlo, nunca se acaba de saber de él, y en consecuencia Dios siempre sorprende.
Es justamente lo que nos muestra el evangelio de hoy, cuando Jesús comienza a lavar los pies a sus discípulos, en señal de la entrega que va a hacer. Pero cuando comienza a lavarlos nos encontramos con la respuesta de Pedro: «¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?» Pedro no entiende el acto de Jesús, no entiende porque hace este gesto de entrega y servicio. “Tú no me los laves, no es lo que te toca”, finalmente es la sorpresa de Dios, Dios sorprende, muestra una nueva cara en todo momento. Según los criterios de Pedro, desde sus categorías Jesús es el Señor, es el dueño, es el que dirige, cómo es que se le ocurre venir a cambiar todo, a pensar de manera distinta. Dios no es el que sirve, Dios no es el que da la vida, al contrario hay que servirle a él. Por ello Pedro se niega.
Nosotros somos así, no nos dejamos sorprender por dios, no nos dejamos ayudar de su gracia, creemos que lo sabemos todo, que todo lo podemos, y que no necesitamos más cosas. Muchas veces pensamos en salir adelante en medio de nuestros problemas de familia, de nuestros problemas que se presentan y no pedimos ayuda a Dios, porque lo vemos distante, no vemos que es cercano y sobre todo no vemos que siempre nos quiere sorprender.
Celebrar la semana Santa, implica celebrar los misterios de la fe que dan cimiento a todo, e implica dejarse sorprender por ese misterio. Muchas veces al pensar en semana santa pensamos en procesiones, lavatorio de pies, y cantidad de cosas, pero no nos damos la oportunidad para que esas celebraciones toquen nuestra vida, y nos hagan profundizar algo nuevo, nos quedamos con el vía crucis, con la imagen de la cruz, etc., pero no nos dice nada nuevo, no nos dejamos sorprender creemos que lo sabemos todo, que lo conocemos todo, que no necesitamos de más.
La fe no es de autosuficiencia, sino de conciencia de necesidad delante de Dios. Si celebramos cada año el misterio pascual es porque estamos concientes de que necesitamos recordar que Dios ha trazado un plan de salvación, que Dios está constantemente buscando al hombre, y por ello ha realizado un proyecto de salvación para la humanidad entera. Celebrar la semana Santa implica reconocer que hay pecado, que hay maldad en el corazón del hombre y que es sumamente complicado salir de esa situación, evitar esa tendencia al mal, y que Dios preocupándose por nosotros, nos da la gracia para destruir ese mal, ese pecado, con su muerte y resurrección.
De esta semana la semana santa nos recuerda que existe el mal, y que necesitamos a Dios, que necesitamos de su presencia, y que Dios no es sólo un concepto que aprendemos, y explicamos, sino una experiencia de vida, que nos sorprende y nos muerta siempre nuevos elementos de salvación.