26/6/11

Llamada a la Hospitalidad

Meditación con motivo del Domingo XIII de tiempo Ordinario
Ciclo /A/

Textos:
2 Reyes: 4, 8-11. 14-16
Romanos: 6, 3-4. 8-11
San Mateo 10, 37-42

Una de las realidades más preocupantes que pueden existir en nuestra sociedad actual, es la indiferencia que existe en el mundo, la actitud de apatía que hay en el mundo, esa indiferencia que va caracterizando a nuestras sociedades actuales, que hacen replegarse al hombre en sí mismo. Podemos ver que esta indiferencia como consecuencia de un egoísmo centrado en la sociedad, donde lo único que interesa es el propio beneficio, donde lo único que importa es que uno mismo salga adelante, sin importar lo que el otro piense, lo que al otro le inquieta, lo que el otro necesite, lo importante es alcanzar por sí mismo lo necesario para la subsistencia. Y esto se puede ver en la cantidad de comerciales que se hace hoy en día en donde lo único que se enfatiza es el bien personal, sin importar el bien de los demás, el mismo internet hace que el hombre se crea con la capacidad de conocer todo y no necesitar de nadie. Esta indiferencia hace que cada uno se preocupe por obtener, haciendo a la gente indiferente e insensible ante el sufrimiento de los demás, de ahí que crece la violencia, pues no interesa, ni lo que el otro piense, ni lo que el pase a su vida o la vida de su familia. Por esta razón crecen los vicios, pues en las drogas y demás vicios se encuentra algo que complace, que me hace feliz de momento y evadir mi realidad. Por ello podemos ver que crecen los divorcios, pues lo único que interesa es el propio placer, el propio beneficio, pero no interesa la entrega, el amor, la donación, sino que uno se recluye en sí mismo, sin importar nada, sin importar la pareja, los hijos, lo único que se busca es la propia autosatisfacción, y es lo único que se busca, y cualquier inconveniente es signo para separarse, y no se ve como parte de la vida, un reto para salir adelante y fortalecer la relación. El mundo busca en el fondo una autosatisfacción y por ello, se vuelve indiferente a los demás.
De ahí que el día de hoy la liturgia nos enfatice en la virtud de la hospitalidad. Esta es una práctica muy utilizada en la antigüedad. Se creía que en ese tiempo un caminante errante, no era simplemente un hombre que va vagabundeando por el mundo, sino que se podría tratar de alguna divinidad, por ello, era importante hospedarlos. Con esto hospedar al forastero los llevaba a reconocer a alguien que viene de Dios, o bien se recibía a la misma divinidad.
Y este signo de la hospitalidad no consiste simplemente en un gesto amable de ofrecer un techo y algo de comer al viajero. Es un gesto que significa la comunión de vida, que sella una relación de protección y aceptación indeleble, a tal grado que los enemigos del forastero acogido se tornaban enemigos del dueño de la casa, la suerte de aquel al que se le dispensaba hospitalidad era la suerte del anfitrión.
Y justo la primera lectura nos ofrece elementos para meditar en esta realidad. Nos presenta al profeta Eliseo que es acogido por esta mujer, y podemos ver como esta mujer decide darle el mejor recibimiento posible, pues no solamente lo invita a pasar, sino que prepara todo para recibirlo cordialmente: «Vamos a construirle en los altos una pequeña habitación. Le pondremos allí una cama, una mesa, una silla y una lámpara, para que se quede allí.» Este signo sin lugar a dudas presenta este gran signo de hospitalidad, pues no sólo le ofrece su casa, sino que le ofrece un espacio particular para él, y con mesa y silla, que no eran fáciles de adquirir, son un lujo. Esta mujer es hospitalaria, pues no sólo le da un espacio, o le da lo que le sobra, sino que realmente abre las puertas de su casa y le da todo lo necesario, no lo ve como una obligación, sino como una misión que tiene de cara a este hombre que viene frecuentemente.
Con ello nos muestra que la hospitalidad implica precisamente una donación total, una donación de la persona para recibir al otro, no basta con abrir un momento la puerta de la casa, no basta con dar lo que sobra, sino darlo con amor y dar todo lo necesario para la vida. Acoger al otro implica recibirlo con todo lo que soy, como decíamos, recibir al otro es un signo de comunión con el otro, haciendo lo participe de su viuda, y esta mujer lo ha hecho de ese modo.
Sin embargo, el texto revela un problema que esta mujer vive: «Mira, no tiene hijos y su marido ya es un anciano.» resulta ser que en esta familia hay una esterilidad, falta la vida, con esto el autor del libro de reyes nos coloca ante una situación precaria del pueblo, este es un pueblo que no es capaz de dar vida. Quiere decir que la estructura que se vive en la sociedad, es una estructura débil, es una estructura que flaquea, que no es consistente y por ello no es capaz de dar vida. Se suponía que el pueblo de Dios, dirigido por sus autoridades, debía de dar vida, signo de vida, de su pertenencia a Dios, pero al final resulta que es un pueblo estéril, y la solución es el profeta. Si bien la institución no puede ofrecer la vida, será el profetismo quien de esa vida. El profeta hará ver que sólo Dios es la salvación para el pueblo, y que esa salvación de la que está urgido el pueblo Dios la realizará con y desde los desheredados, con los pobres, con aquellos que nada tienen y no son capaces de dar signos de vida.
Por ello Eliseo se pregunta qué se puede hacer con esta mujer que es tan hospitalaria, y la respuesta es sencilla, ella debe ser signo de vida: «El año que viene, por estas mismas fechas, tendrás un hijo en tus brazos.» Pues, si no dan vida no es culpa de ellos sino del sistema imperante, y ante ello, si esta mujer es capaz de ser buena, debe de ser un signo de vida.
Pero si a ella se le promete este hijo, y con ello la fecundidad, la capacidad de dar y anunciar la vida no es solamente porque sea un milagro, algo sorprendente, o algo llamativo, como fruto de una recompensa, sino que esta promesa es un anuncio que proclama la consecuencia de la vida de esta mujer. Si ella tendrá un hijo y por consecuencia puede dar vida, es consecuencia de su vida, de su hospitalidad. Una persona que vive la caridad desde esta dimensión, siendo hospitalaria, no es una persona infecunda, sino que con sus obras da vida, sus obras son portadoras de vida. Su hospitalidad la ha hecho fecunda.
De esta manera se puede ver que si bien, el pueblo sufre una situación de esterilidad, sufre una situación de carencia de vida debida a los sistemas religiosos imperantes. No es culpa del pueblo, sino de las estructuras, pues el pueblo es capaz de producir vida y el profeta lo augura, lo anuncia, el pueblo por sus obras, por su hospitalidad es capaz de dar vida. El profeta se convierte así en vocero de vida, que vine a hacerse presente en la historia y a hacer descubrir que en las más profundas situaciones de la vida existe el amor y con ello la capacidad de dar vida a pesar de los fallo de las estructuras.
Con este texto se nos invita a descubrir que estamos llamados a descubrir que podemos hacer el bien aunque la estructura anuncie el egoísmo nosotros podemos vivir desde la dinámica de la caridad y producir vida en nuestros ambientes. Si bien la sociedad nos anuncia esta cerrazón de vida y ser egotistas e indiferentes, nosotros podemos descubrir que no es así, que podemos ser buenos y hospitalarios y que podemos ser capaces de dar vida.
Por tanto, todos nosotros por nuestra vida de fe estamos llamados a ser hospitalarios, es decir a no ser indiferentes con los demás. El creyente, es aquel que debe de dar vida y debe de dar vida de cara a los demás, de cara a las necesidades del otro, y no ser indiferente ante la necesidad o sufrimiento del otro. Estamos llamados a ser hospitalarios y a coger a aquellos que parecen forasteros en nuestras vidas.
Cuantas veces los hijos parecen forasteros, porque los papás están más ocupados en sus cosas, en su trabajo y no dan tiempo para escuchar y acoger a su hijo en sus vidas, que sean capaces de descubrir lo valioso de la vida de sus hijos. Acogerlo, recibirlo, preocuparse por sus cosas, por sus proyectos, por sus sentimientos, por sus necesidades. Ser hospitalarios ara dar vida a los hijos.
Ser hospitalario con mi pareja, dedicarle un tiempo para escuchar sus problemas, lo que pasa en la relación. Tantas veces se queda todo a un nivel meramente informativo, sacar cualquier cosa para comentar, pero no nos damos el tiempo para ver qué le pasa, como se siente, cómo va la vida de pareja, qué hay que corregir, qué es lo que va bien, que es lo que hay que agradecer. Tiempo para ser hospitalarios con la pareja y se viva una auténtica comunión.
Ser hospitalarios con las personas con las que trabajamos, encontrándonos con ellos y siendo amables, respetando su situación, no viendo como los puedo dañar o aprovecharme de su situación, sino recibiéndolos, ayudándolos haciendo mi trabajo lo mejor posible.
Ser hospitalarios respetando a los demás, no haciéndolos a un lado, sino recibiéndolos, es decir sonreír, tratar de entender sus penas, no faltándoles al respeto, no señalando los defectos, sino tratar de recibirlos como son y comprender su situación. No viendo a los demás como un medio para sacar un provecho, sino como a alguien a quien yo puedo ayudar y servir.
Sólo cuando somos hospitalarios, somos capaces de recibir a los demás, no de señalarlos, sino que los comprendemos, los escuchamos, los ayudamos, los respetamos, entonces se convierte en un signo de vida, nos volvemos fecundos en la historia.
Finalmente el evangelio va en esa línea, pues Jesús habla de dos realidades: Tomar la cruz y la recompensa a aquellos que reciben a los discípulos, a primera visat parecer´ñia n dos temas diversos, pero no es así, sino que va en la línea de la hospitalidad, pues tomar la cruz, es asimilar el misterio de Cristo, es asimilar el amor de Cristo que acogió nuestras debilidades y pecados y nos salvo, de la misma manera nosotros debemos tomar la cruz, acoger a los demás y empezar a amar, empezar a vivir una donación de la vida hacia los demás. Tomar la cruz es esa capacidad de amar a los demás, recibirlo bien, pues el parámetro para ser hospitalarios es la cruz de Cristo, pues desde la cruz se ve el amor más pleno que se dona a los demás, sin esperar recompensas. Y entonces así, recibiremos la recompensa, que no es algo material, sino la vida, pues la recompensa de aquella mujer de la primera lectura es la fecundidad, de igual manera la recompensa por recibir al otro es la vida, es la capacidad de tener un sentido en la historia, que elimina los vacíos, que quita las ambigüedades de la vida y que le da una luz a nuestra realidad, pues somos capaces de vivir auténticamente iluminados por Dios. Si bien en el mundo hay indiferencia y apatía por los demás, nosotros como hombres y mujeres de fe estamos llamados a vencer esto y a ser hospitalarios en la historia con los demás, tendiendo como parámetro la cruz, el amor de Cristo hacia los demás.

19/6/11

Día del Padre

Meditación con motivo del día del Padre

Texto:
San Juan 3,16-18

Hoy en el evangelio se nos muestra el gran amor que Dios tiene que ad a su Hijos y ello, nos muestra el amor que como Padre tiene con sus hijos, con su creación, donde busca la salvación. Y justo al contemplar este amor del padre, el día de hoy celebramos el día del Padre y tomando la imagen de ese amor del Padre podemos meditar en el donde la paternidad que a imitación de él, los papás se esfuerza por vivir su paternidad aquí en este mundo. Por ello, Hablar de la paternidad es hablar de tres cosas, es hablar de vida, responsabilidad y amor. Son estas tres características las que guían precisamente el misterio de la paternidad.
En primer lugar la paternidad es un signo de vida, pues se comienza a ser padre cuando se tiene un hijo, es decir, cuando comienza la vida. Por tanto, la paternidad está estrechamente ligada a la vida. Los hombres están llamados a esta paternidad precisamente porque está el don de la vida, el inicio de una nueva vida es lo que da el inicio a esta vocación de la paternidad. Por tanto, es una vocación que surge cuando la vida de otro comienza. No es una vocación que surge cuando a uno se le ocurre una idea, o cuando le gusta algo, sino cuando surge la vida. Esto es lo hermoso de la paternidad, que es una vocación que inicia cuando surge la vida, y una vida que es pequeña, que empieza a crecer, que empieza a conocer, que empieza a amar, una vida que e inofensiva y débil, y que reclama la ayuda, la protección y el amor. Ahí en ese pequeño cumulo de vida que comienzo, surge esta vocación a la paternidad.
Ahora bien, si bien es cierto que esta vida e el inicio de una vocación, y como su nombre lo dice, es una vocación, una palabra que quiere decir “llamado”. Por lo tanto, la paternidad es una llamada, y por tanto, no todos la aceptan, no todos responden a esta llamada que el inicio de la vida les reclama. Por ello, hablar de paternidad, implica hablar de responsabilidad. Pues el inicio de una vida nueva hace la llamada a ser responsables con esta vida que inicia. Porque esta vida nueva lo une íntimamente a él y lo hace ser su hijo. Ser responsables implica aceptar esta llamada, cuidar de su hijo, alimentarlo, darle lo necesario, protegerlo, educarlo y sobre todo estar cerca de él, escucharlo, comprenderlo, apoyarlo, guiarlo, hacerlo responsable de sus actos, exigirle, en una palabra amarlo.
Y esto nos lleva precisamente a la tercera característica: el amor. La paternidad es un signo de amor, es una vocación a vivir el amor, a experimentar esa donación hacia los demás, a darlo todo por los hijos, estar dispuesto a sacrificar la propia vida para la realización de ellos, a sacrificar tiempo y vida para que ellos crezcan unidos, plenos. Que en este día y siempre sean bendecidos los papás y que este día sea para ellos un signo de agradeciendo por todo lo que han hecho, hacen y seguir haciendo como signo de su paternidad, de su amor y responsabilidad con nosotros que somos sus hijos.

18/6/11

«Tanto amó Dios al mundo...»

Meditación con motivo de la Solemnidad de la Santísima Trinidad
Ciclo /A/

Textos:
Exodo 34,4b-6.8-9
2 Corintios 13,11-13
San Juan 3,16-18

El día de hoy la Iglesia celebra esta festividad de la Santísima trinidad, una fiesta que nos recuerda que el Dios de los cristianos no es un Dios solitario, no es un Dios que vive encerrado en sí mismo, sino que es un Dios en comunión. Un Dios en tres personas. Tres personas que están íntimamente relacionadas en una vida comunitaria. Una realidad, la cual se ha ido desarrollando y meditando en la vida de la Iglesia a través del tiempo, no es precisamente el día para tratar de abarcar el misterio, y mucho menos de descubrir este desarrollo, más bien la Iglesia se detiene en este día para recordarnos el misterio de Dios y para entender nuestra misión delante de Dios.
Me parece el texto del evangelio nos quiere mostrar quien es Dios, como entender este misterio de Dios, y con ello nuestra vocación cristiana, y nuestra propia creación. El evangelio con una frase contundente nos muestra la naturaleza de Dios, la esencia de Dios que la misma Biblia concibe: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna
Este versículo encierra el gran misterio de Dios. De entrada el verbo “amar” ofrece la pauta de todo el versículo. El texto dice que Dios amó. Curiosamente no dice “Dios ama” o “Dios ha amado” o “Dios amaba” o “Dios quiere amar” o “Dios amará”. No dice “Ama” porque no es una acción del presente; no dice tampoco “ha amado”, porque sería una acción que inicio en el pasado y se concluyó en el pasado; ni dice “amaba”, porque sería una acción que se inició en el pasado y sigue desarrollándose en el pasado; tampoco dice “Quiere amar”, pues sería un mero deseo, marcando que antes no había amor; y mucho menos dice “amará” dejando la expectativa de futuro, en la espera de un amor que se deberá realizar algún día.
El texto dice: “amó”, y con este tiempo verbal podría parecer a primera vista algo del pasado, sin embargo, en griego este modo del verbo, tiene una particular acción que no puede traducirse literalmente en nuestra lengua, pero indica una acción contundente que se llevó en el pasado y queda clausurada desde ese momento, y por tanto así como se llevó a cabo esa acción, así será siempre. Se decidió hacer así y así se quedará. Una acción que en el pasado se clausuró, no es que siga, o que se detenga, es una acción meramente puntual.
Quiere decir que Dios en un momento ama, y se queda ahí puntualmente, es un punto en la historia, Dios ama, y no hay más, no hay un cambio de opinión, Dios ama y basta. Esa es su esencia, esa es su acción definitiva, podríamos decir, en nuestras pobres palabras, Dios decidió amor y en ese amor se quedo, no hay más, no hay otra decisión, no hay que decir más. Ha optado por el amor y en el amor se quedó. Todo es amor, todo se vive desde el amor. Se queda clausurado, no hay más que decir, aquel que quiera acercarse a Dios, deberá entender que se capta desde el amor, Dios sólo ama, Dios vive para amar. Y eso mismo lo expresará más adelante el mismo san Juan en su primera carta cuando diga que «Dios es amor» y efectivamente lo es, porque en Dios sólo esta esa experiencia de amor, y un amor definitivo. Por tanto decir que “Dios amó”, equivale a decir que Dios ama desde siempre, y que no hay otro movimiento en él que no sea el amor.
Y es amor, tiene signos, es un amor definitivo es Dios, y que va mostrando signos de ese amor, de es la esencia que posee. En ese amor ha entregado a su único Hijo. Al decir que Dios entrega a su Hijo, muchas veces nos imaginamos algo tierno. Sin embargo pensemos bien en la acción, el texto dice que entrega al Hijo, es decir que la da, es una acción muy particular, se refiere a que lo que se da, lo que se ofrece o se concede e incluso puede tomar el significado de abandonar. Si nos detenemos un poco el verbo dar, se utiliza para dar un objeto, algo que se entrega, y este verbo indica precisamente eso, algo que se entrega, que se da, como un objeto que yo le doy a alguien. O bien algo que se ofrece, algo que se presenta para que se tomado. Incluso se puede referir a abandonar algo, en el sentido que se da algo, y ya no se pide de regreso; lo deja ahí, sin regresar a buscarlo. Por tanto, cuando dice que Dios entrega a su Hijo, se refiere a ese dar, que lo deja, que no lo retiene para sí, sino que lo abandona a su suerte.
Al escuchar esto uno podría de inmediato pensar en un absurdo, pues cómo aquel que es el amor, deja al hijo a su suerte. Y por ello el texto continúa. Lo entrega para que se tenga la vida eterna y no para que se muera. Se ha entregado al Hijo para que se tenga la vida definitiva. Dios quiere la salvación del hombre y por medio de la entrega de su Hijo, da esa salvación, lo da para que todos sean rescatados, y así no estén condenados a la muerte, Dios mismo da su vida en favor de los demás, a favor de la humanidad, puesto que el hombre está imposibilitado para salir de esa situación de muerte, es Dios Mismo quien lo hace dando la vida, mostrando así ese amor, y lo hace de una manera determinante, de una vez para siempre.
De ese modo el hombre puede acceder a una vida nueva. El texto dice una vida eterna, pero no se refiere simplemente a una vida en el más allá, pues muchas veces al escuchar el termino vida eterna, pensamos en una vida que va más allá de la muerte. Sin embargo, la vida que da Dios por medio del acto de salvación de su Hijo, es una vida definitiva, una vida que no es simplemente en el más allá, sino que comienza dese ahora, pues el hombre ahora está capacitado para vivir una vida distinta, una vida diferente, una vida en Dios, que se vive desde ahora, invitándonos a vivir desde esta nueva óptica, tomando un nuevo parámetro en la vida, viendo todo desde Dios, y así vivir desde la vida definitiva que Dios da, entrando a la vida en Dios, la vida del amor, ese amor que transforma, ese amor que es el acto definitivo de Dios.
Dios nos ama, y esa es la realidad que ilumina nuestras vidas, y que da sentido a la fe. Hoy al celebrar la fiesta de la Trinidad estamos invitados a ver esta realidad, a reconocer que Dios es amor, que Dios ha decidido amarnos, y ese amor lo ha llevado a crearnos y con ello, a darnos la salvación entregando a su único Hijo. Eso es lo que estamos llamados a entender, y empezar a vivir para introducirnos en esa vida definitiva que Dios nos da. Ciertamente el misterio de la Trinidad es hondo y profundo, que es complejo querer abordarlo, pero lo que si podemos empezar a penetrar y entender es el cimento básico de nuestra fe: Dios es amor, Dios ha decidido amarnos y en ese amor nos ha salvado, y por esa salvación podemos entrar en una vida definitiva, que inicia la transformación del hombre porque se sabe amado y es capaz de amor, pues ese amor de Dios me debe llevar a amar a los demás, desde nuestras fragilidades, pero con la capacidad de superarnos e iniciar esa transformación nueva en nuestra vida. Si dejamos que ese amor nos renueve e iniciamos ese camino para empezar a amar a los demás, desde esta dinámica de fe, entonces estaremos entendiendo lo más importante del misterio de la Trinidad: la dinámica de amor.

12/6/11

Pentecostés: Culmen del camino pascual

Meditación para el domingo de Pentecostés
Ciclo /A/

Textos:
Hch 2,1-11
1Cor 12,3-7.12-13
Jn 20,19-23

El día de hoy concluyen las fiestas del tiempo pascual. Esta fiesta de la pascua que es un fundamento de nuestra fe, y que da sentido a nuestras vidas, pues con la resurrección es el sentido de toda la fe cristiana. Sin embargo a veces es difícil entenderla, no es fácil vivir en esta dinámica de la resurrección, pues a veces parece ambigua y sin sentido, parece algo futurístico, pero es una realidad que se puede vivir desde el hoy, y para ello la liturgia dominical, domingo a domingo nos va presentado diversos elementos para captarla y poder llevarla a la vida, y no sólo elementos aislados, sino que son todo un camino, que llevándonos de la mano coloca pautas para vivir esta pascua. Por ello recordemos algunos elementos de este camino y descubramos como van estrechamente unidos en nuestra vida, para reconocer el sentido de esta fiesta de Pentecostés que hoy celebramos.
El primer domingo ya contemplábamos con el relato de la resurrección, que debemos ser portadores de vida, que debemos dejar que el acontecimiento de la resurrección toque nuestra vida, toque nuestro corazón y así llevarlo hacia los demás. Y si vamos llevando los demás implica que debemos formar una comunidad, como lo indicaba el segundo domingo de pascua, pues si el Señor nos ha tocado con su resurrección, implica que debemos esforzarnos por estar unidos, por ayudarnos, por tendernos la manos unos a otros, a buscar vínculos de unión, y para ellos se nos ponía como ejemplo las primeras comunidades cristianas, y los mismos apóstoles que debían vencer su miedos y así, con la fuerza de la resurrección iniciar esta vida.
Y ello debe conducirnos a tener una esperanza, una esperanza que nos e limita simplemente a creer que las cosas cambia, sino una esperanza que nos renueva, que nos vuelve a modelar y por ello podemos darle un sentido al mundo, pues nuestra vida comienza a renovarse desde ahora con la fuerza de la resurrección, así como a los discípulos que iban camino de Emaus, que se nos presentaban el tercer domingo.
Pero esta esperanza debe ser una fuerza que nos transforma, y por consecuencia debe ser una fuerza que nos compromete, nos es posible tener esperanza sin ese compromiso, pues en algún momento desparece y se pierde el sentido de todo, por ello el hombre debe comprometerse y saber distinguir entre diversas voces, la voz de Cristo el buen pastor, y entrar por él que es la puerta, ello implica entrar a la vida de Dios, ello implica entrar a una vida distinta, pero totalmente comprometida, puyes de ahora en adelante, entramos en él y con él debemos movernos, escuchamos sólo su voz, como lo indicaba el cuarto domingo de pascua.
Pero entrar por al puerta que es Jesús, no es un acto momentáneo, sino que debe de ser un acto de continúo, debe ser un movimiento constante, y por ello en el quinto domingo Jesús decía “Yo soy el Camino”, finalmente el cristiano debe moverse, debe ponerse en marcha sobre el camino que es Jesús, no puede quedarse estático, y la mejor manera de moverse, de estar en movimiento es ponerse al servicio de los demás, así como desde los inicios de la vida de la Iglesia surge este ministerio de servicio o diakonía.
Sin embargo, este camino a veces es árido y uno se topa con dificultades, al punto de sentirse sólo, incluso pensar que vamos sin rumbo en la vida, que Jesús no ha abandonado, pero no es así, el nunca nos deja huérfanos, sino que nos deja su Espíritu Santo, su Paráclito, para ayudarnos, para que esté junto a nosotros, y nos transforme totalmente, como lo indicaba el sexto domingo. De tal manera que sigamos en camino, y seamos capaces de descubrir que efectivamente no estamos solos, que no debemos estar simplemente mirando al cielo y con ello, hacer discípulos con esta fe y esperanza que Jesús nos da por su resurrección, pues esa es nuestra tarea, ser portadores de paz y esperanza al mundo, a pesar de nuestras pequeñeces, como escuchábamos el domingo pasado.
Y así celebramos hoy la coronación de este camino pascual con la fiesta de Pentecostés. Una festividad que nos invita a ver a partir del relato de la primera lectura el sentido de esta fiesta y por otro lado el sentido de este camino pascual. Podemos ver en este relato tres movimientos fundamentas que se dan, y que son tres movimientos que estamos llamados a ser, para vivir en plenitud este camino pascual. Son tres movimientos que se llevan a cabo con la fuerza del Espíritu Santo.
En primer lugar es la fiesta del que entra en sí (podemos decir, una en-stasis), Pentecostés se convierte así en el entra en la vida de Dios, estar en Dios, no es simplemente buscar al otro, y olvidarse de Dios, sino que Pentecostés me debe de llevar a entrar en la vida de Dios, entrar en mí mismo y descubrir que está la presencia de Dios. Esto es expresado de manera plástica por las lenguas de fuego, es el entrar en Dios, el permanecer en Dios, para que entrando en sí mismo sea capaz de ver la experiencia de Dios en él. Si bien han salido hacia los demás, es porque Dios está en ellos mismos.
En segundo lugar se nos coloca que Pentecostés es la fiesta del que sale de sí, podemos decir que es una especie de ek-stasis, una salida de sí mismo, pero para entrar en el otro, para salir al encuentro del otro. Dios los saca de sí mismos, los hace salir hacia afuera, pues no se quedan simplemente encerrados, sino que una vez que reciben el Espíritu Santo son capaces de salir, son capaces de estar en búsqueda de los demás. Pentecostés, por lo tanto, es salir de sí mismo, para buscar al otro.
Y en tercer lugar Pentecostés se convierte en la fiesta que hace que todos sean uno en todos, una syn-stasis, un vínculo de unión, una unión en sí mismo. De tal forma que el creyente sale de Si mismo, y busca al otro para unirlo a la experiencia de Dios. No basta con tener la experiencia de Dios personalmente, no basta con salir en ayuda del otro, eso sería mera filantropía, implica dejar que los más también entren en la vida de Dios, como el mismo texto dice: «…todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios», es decir, son capaces de descubrir la vida de Dios, son capaces de ver algo nuevo, algo que los ha renovado y que también los puede renovar a ellos
Podemos ver de tal manera los tres momentos que nos presenta pentecostés: si los apóstoles reciben la presencia del Espíritu Santo (en-stasis), para buscar a los demás (ek-stasis), implica que buscan a los demás para unirlos con la experiencia que ellos han recibido en su vida (syn-stasis).
Y esto es justamente el culmen de la pascua, y cuando digo culmen no me refiero al final, sino al punto más alto, al punto donde todo adquiere sentido y plenitud. Pues todo el recorrido pascual que hemos vivido en el fondo se resume y adquiere sentido en estos tres elementos, que como podemos ver es fruto del Espíritu Santo en nosotros, que nos renueva y nos transforma totalmente en nuestras vidas. Pues finalmente, el ser portador de la resurrección, el vivir en comunidad, el ser hombre de esperanza, el entrar por la puerta que es Cristo, y permanecer en él como camino, el saber que el espíritu no nos deja y hacer discípulos, finalmente es un fruto del Espíritu, que plenifica todo y que hace posible este itinerario pascual, con estos tres elementos que se nos presentan hoy siendo capaces de permitir que la experiencia de Dios nos transforme, salgamos a los demás, y llevarlos con nuestra vida al encuentro con Dios. En el fondo esto es la identidad de la Iglesia, que con la ayuda del Espíritu Santo la Iglesia nace, y continúa creciendo, y lo seguirá haciendo mientras tenga estos tres elementos y no desvirtúe su camino, pues así va llevando a plenitud el misterio de pascua.
Que este Pentecostés sea para nosotros, no el final de la Pascua, sino el recordatorio del camino pascual que debemos hacer siempre en nuestras vidas.

5/6/11

«Vayan, y hagan discípulos...»

Meditación con motivo de la Solemnidad de la Ascensión del Señor
Ciclo /A/

Textos:
Hechos 1,1-11
Efesios 1,17-23
San Mateo 28,16-20

El hombre al toparse con la fe, sin lugar a dudas se topa con una disyuntiva, con una paradoja que sin lugar a dudas no sabe cómo enfrentarla. Esta paradoja se ve en la tensión de dos realidades, pues la fe por un lado me lleva a encontrarme con Dios, me lleva a ver hacia Dios, a ver hacia el cielo, la fe me debe ayudar a poner mi confianza y mi vida en Dios. De tal manera que el hombre de fe tiende a buscar a Dios. Sin embargo este mirar al cielo, esta mirada de fe, se topa con que muchas veces esa mirada a Dios es limitada, pues el hombre debe poner bien puestos los pies en la tierra, pues no es sólo de oraciones y devociones con lo que vive el hombre, pues vive con sus problemas, vive con dificultades, con sus compromisos, con su familia en el mundo. De tal manera que a veces llega a percibirse esta tensión un tanto contradictoria, pues por un lado se habla del encuentro con Dios, pero por el otro los compromisos que se deben tener de cara a la vida cotidiana. Pareciera que se lleva a cabo una tensión entre el cielo y la tierra, lo alto y lo bajo, el mundo de Dios y el mundo terreno.
Y justo sobre esta realidad nos habla esta festividad. En primer lugar el texto de los Hechos de los apóstoles nos coloca a los discípulos que están contemplando al cielo, una vez que Jesús ha desparecido entre las nubes. Se quedan viendo hacia allá, como si quisiera descubrir por dónde se fue, para descubrir cómo ir también hacia allá. Pero en el fondo es quedarse viendo solamente lo celeste, quedarse viendo simplemente lo abstracto. Los discípulos se quedan viendo sólo el cielo, sólo ven esto, pero no son capaces de ver lo terreno. Para ellos ahora todo ha finalizado, todo se ha acabado, no hay nada más que hacer, simplemente se termino, por ello ven al cielo, pues sólo ahí encuentran un refugio. Y justo en ese momento se aparecen estos dos hombres vestidos de blanco que les anuncian una realidad fundamental: «Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir
Estos hombres les invitan a dejar de ver hacia el cielo, dejar de fugarse de su realidad y de aceptar su condición, descubrir el valor de su vida, y sobre todo descubrir que la fe no es algo que se lleve a cabo en la abstracción, sino que debe descender en la realidad. Pues bien, para los discípulos Jesús se va, Jesús se eleva entre las nubes del cielo, y ahí ponen su, sólo viendo y aguardando que regrese. En cambio estos dos hombres de blanco les dicen que no es así, que la fe no es sólo elevar la vista, sino que es empezar a voltear la mirada hacia la realidad.
Con esto se quiere dejar en claro que no debe existir una tensión entre el cielo y la tierra, sino que deben de ser una misma realidad. La fe me debe ciertamente a ver hacia Dios, pero también a descubrir la experiencia de Dios en mi vida, y llevar a los demás a esta experiencia. De este modo la ascensión de Jesús se convierte en el relato que invita a comprometerse a los discípulos con su historia. Y comprometerse implica precisamente vivir su realidad e iluminarla a partir de la experiencia de Dios, no para huir de ella, sino para descubrir precisamente el valor que esa vida tiene a la luz de la fe.
Y por ello el texto del evangelio para complementar mejor esta idea. Nos encontramos al final del texto de Mateo, donde Jesús asegura que él es el sentido de la historia, y que con él está la presencia de Dios siempre: «Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo.» Esta frase con la que se cierra el evangelio nos remite precisamente al inicio del evangelio, cuando en el sueño a José se le dice que esté niño será el Emmanuel, es decir, “Dios con nosotros” (Cómo ya lo escuchábamos en el IV domingo de adviento). Por tanto, quiere decir que desde el inicio del evangelio se marcaba que el nacimiento de Jesús significaría la presencia de Dios entre nosotros, la presencia de Dios en la humanidad. Y así, al finalizar el evangelio podemos ver que el mismo Jesús dice que siempre estará con ellos, marcando una presencia perdurable, que permanece de continuo con ellos, el “Emmanuel.”
La pregunta sería ¿Y como descubrir que siempre está en nuestras vidas? Ello implica descubrir que en nuestras vidas cotidianas efectivamente él se manifiesta y nos acompaña. Pero es necesario ser sensible, y ser capaz de abrir los ojos para verlo. Pero esta presencia no se limita a descubrirlo, sino a hacerlo visible a los ojos de los demás, pues Jesús está entre nosotros. Por ello Jesús deja claramente esa misión: «Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos.» Con estas palabras, Jesús pide a los apóstoles que continúen el movimiento iniciado por él, y ello implica que todos se hagan discípulos, que sean portadores del Reino. Quiere decir que la enseñanza que va a dar no es una simple proclamación, no es sólo decir cosas, no es de dar un cuerpo de enseñanzas, sino que implica que al escuchar el mensaje los demás se sientan comprometidos, se sientan enamorados de seguir a Cristo y se vuelvan discípulos, es decir, que los hombres efectivamente encuentren sentido de su vida en el encuentro con Cristo, suscitando un lazo íntimo con Jesús, sin lo cual no hay una verdadera fe cristiana.
Esto nos lleva a recordar que ser discípulo implica ser aquel que está llamado a seguir a Jesús, y habiendo encontrado el Reino de Dios, responde de manera positiva adhiriéndose a Jesús, con un reconocimiento del poder de Jesús de manera continua (no por periodos), y de modo consciente, es decir, reconociendo lo que hago y a lo que me comprometo.
De tal manera que la fiesta de la ascensión nos invita a ver el sentido de la vida de fe, que no es sólo de hacer oraciones y ver al cielo, sino de ver nuestra vida, y de ser capaces de anunciar la presencia de Dios en nuestras vidas, de manera que los demás también encuentre ese sentido de la vida. Si Jesús asciende, no es para quedarse viendo al cielo, y pensando cosas bellas sobre Dios, sino implica ver nuestra vida y cómo me voy a comprometer de cara a la realidad con mis hermanos, para que sean capaces de ver a Dios. Y ello implica la capacidad de amar, de ser honesto, de ser sincero, de ser solidario. Pues así el hombre es capaz de ver un signo de Dios, un signo del evangelio en nuestras vidas, y así iniciar la cercanía y la conversión delante del mundo.