Ciclo /C/
Textos:
Deuteronomio 30,10-14
Colosenses 1,15-20
San Lucas 10,25-37
En medio de un mundo lleno de ideologías, de posturas, filosofías, políticas, surge una interrogante fundamental: Cuál es la diferencia entre estas posturas y el cristianismo, Cuál es la esencia del cristianismo, Qué es lo que nos da una identidad en cuanto tal.
La lectura del evangelio de hoy parece darnos una pista acerca de esto. Encontramos a este doctor de la Ley que busca tenderle una trampa a Jesús con una pregunta: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?» una pregunta que busca la trascendencia del hombre, en el fondo pregunta sobre el sentido de la vida, pues quiere saber cuál es el camino para alcanzar la plenitud de la vida, cómo tener la vida en plenitud. Pero Jesús sabe que no es una pregunta sincera, y le responde con otra pregunta: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?» Marcando de este modo que este hombre conoce la Escritura y por lo tanto el camino para alcanzar la plenitud: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu ser, y a tu prójimo como a ti mismo.» Y curiosamente el camino es sólo uno: El amor.
Todo el camino de plenitud del hombre se reduce a eso: amar. Pero ese amor brota precisamente del amor de Dios, si analizamos bien, el mandato nos marca que todo brota del amor de Dios. Hay que amar a Dios primero, con el corazón, con el alma, con las fuerzas, con todo el ser. Esa es la calve, el amar a Dios con toda nuestra realidad, con todos nuestros pensamientos (corazón), con toda nuestra vida (alma), con todas nuestras actividades (fuerzas) y con toda nuestra realidad, en medio de todos nuestros ambientes (nuestro ser). Este mandato implica entonces amar a Dios, pues él es la fuente del amor, sólo el da sentido a la experiencia del amor. Si nosotros somos llamados a amar no lo hacemos desde nuestra experiencia de amor, sino desde la experiencia de Dios. Si amamos a Dios desde las diversas dimensiones de nuestra vida, entonces somos capaces de llenarnos de ese amor y transmitirlo a los demás, y entonces amar desde el amor de Dios. Ese amor de Dios, esa experiencia tan grande nos lleva a amar a los demás, como dice el texto, a amar al prójimo.
Finalmente quién es el prójimo, y esa es la pregunta que el doctor de la ley hace a Jesús. Esta pregunta es importante pues en aquellos tiempos el prójimo era aquel con el que uno se llevaba bien, el familiar, el amigo, el de la misma raza y nación. Por lo tanto los extranjeros no entraban el la categoría de prójimo.
Para responder a esta cuestionante Jesús narra la parábola del Samaritano. Nos presenta a u n hombre que es asaltado en el camino, y una vez despojado de todo yace ahí inconsciente. La problemática es que pasan dos personajes que sólo se limitan a darle la vuelta. Primero un sacerdote, y después un levita, son dos hombres que y trabajan en el templo que están entregados a Dios totalmente pero deciden pasarse de largo, seguramente porque van al templo y si tocaran un cadáver quedarían impuros y con ello incapacitados para celebrar los oficios del templo. De esta manera sobreponen sus ritos a la caridad. Pero finalmente pasa un tercer personaje que resulta ser un samaritano, una persona que es totalmente ajena al pueblo, incluso es odiado por los judíos, de tal manera que, que cualquiera podría esperar el desprecio del Samaritano ante aquel judío herido, sin embargo sorprende la actitud de este hombre que se detiene a ayudarlo, deja atrás todo tipo de diferencias étnicas y políticas, religiosas y sociales, y se detiene pues sobre cualquier diferencia primero está la caridad, en medio de la necesidad todos somos iguales y debemos ayudar.
Una vez que termina la parábola se descubre quién es el prójimo: «¿Cuál de los tres te parece que se porto como prójimo del hombre asaltado por los bandidos?» Fijémonos bien que Jesús marca que uno de esos tres hombres se portó como prójimo del herido, no dice que el asaltado sea el prójimo, sino que el prójimo es el que ayuda en este caso el samaritano. Jesús da un vuelco al concepto de prójimo. El prójimo no es que nos rodea, el prójimo es el que se hace próximo al necesitado (-prójimo significa próximo-), el que se acerca al que requiere ayuda. Muchas veces pensamos que prójimo es el que está cerca de nosotros (y así se utiliza en el lenguaje), sin embargo Jesús nos pide e n esta parábola descubrir que nosotros somos prójimos en la medida en la que nos acercamos al necesitado. El prójimo no son los otros, soy yo si tengo la compasión de ayudar a mi hermano.
La esencia del cristiano es esa, el ser prójimo del otro que requiere de mi ayuda. No es posible que se hable de fe, sin esta capacidad de hacerse prójimo de los demás, si no ayudo a los demás. Así como en la parábola hay un hombre que es golpeado, es ultrajado, hoy también hay muchas personas asaltadas en la vida, tumbadas en la historia mal heridas, y no sólo físicamente, sino espiritualmente. Cuántas personas le roban su dignidad porque se burlan de ellos y los sobajan, cuántos les roban la confianza y la amistad. Nosotros debemos de ser prójimos de aquellos que se burlan y les roban u dignidad devolviéndoselas y dándoles a conocer que no están solos que confiamos en ellos. Cuántos han sido traicionados y nosotros podemos ayudarlos para salir adelante, para que no se sientan solos. Cuántas esposas o esposos viven con traumas en la vida y requieren que su pareja se haga su prójimo y la comprenda. Cuantos niños viven con la indiferencia de sus padres y sólo ven TV porque sus padres no tienen ni un minuto para ellos, los padres deberían hacerse prójimos y darles algunos minutos de su tiempo.
Lo más importante es el detenerse y hay comienza el hacerse prójimo. El detenerse y descubrir que la otra persona es importante, saber que ahí hay alguien que requiere nuestra ayuda. Después acercarse, que el otro sienta que no está sólo, que hay alguien que le da su apoyo, su tiempo, su consejo, cercanía que rompe todo tipo de indiferencia. Posteriormente la curación, con aceite, para calmar el dolor, con vivo para desinfectar las heridas, y con vendajes para cubrir el daño. Cuantas veces debemos hacer esto, detenernos y calmar el dolor del los demás escuchando, desinfectar con consejos que quiten toda destrucción, y colocando el vendaje del amor y la paciencia para que se sientan reconfortados. Finalmente lo sube a su cabalgadura y lo lleva a un mesón, lo hace parte de su vida, se involucra con él, lo deja ahí porque debe seguir con su vida, pero ahora ese hombre es parte de su historia, no es sólo el herido del camino, sino alguien a que ha ayudado y es parte de su vida.
Esa parábola nos habla justamente del amor, que se manifiesta en aproximarse a los demás, de hacernos prójimos de aquel que requiere nuestra ayuda. Sólo así podemos hablar de cristianismo, y de testimonio que marca la vida del hombre, anunciando al mundo la fe en Jesucristo.
Deuteronomio 30,10-14
Colosenses 1,15-20
San Lucas 10,25-37
En medio de un mundo lleno de ideologías, de posturas, filosofías, políticas, surge una interrogante fundamental: Cuál es la diferencia entre estas posturas y el cristianismo, Cuál es la esencia del cristianismo, Qué es lo que nos da una identidad en cuanto tal.
La lectura del evangelio de hoy parece darnos una pista acerca de esto. Encontramos a este doctor de la Ley que busca tenderle una trampa a Jesús con una pregunta: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?» una pregunta que busca la trascendencia del hombre, en el fondo pregunta sobre el sentido de la vida, pues quiere saber cuál es el camino para alcanzar la plenitud de la vida, cómo tener la vida en plenitud. Pero Jesús sabe que no es una pregunta sincera, y le responde con otra pregunta: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?» Marcando de este modo que este hombre conoce la Escritura y por lo tanto el camino para alcanzar la plenitud: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu ser, y a tu prójimo como a ti mismo.» Y curiosamente el camino es sólo uno: El amor.
Todo el camino de plenitud del hombre se reduce a eso: amar. Pero ese amor brota precisamente del amor de Dios, si analizamos bien, el mandato nos marca que todo brota del amor de Dios. Hay que amar a Dios primero, con el corazón, con el alma, con las fuerzas, con todo el ser. Esa es la calve, el amar a Dios con toda nuestra realidad, con todos nuestros pensamientos (corazón), con toda nuestra vida (alma), con todas nuestras actividades (fuerzas) y con toda nuestra realidad, en medio de todos nuestros ambientes (nuestro ser). Este mandato implica entonces amar a Dios, pues él es la fuente del amor, sólo el da sentido a la experiencia del amor. Si nosotros somos llamados a amar no lo hacemos desde nuestra experiencia de amor, sino desde la experiencia de Dios. Si amamos a Dios desde las diversas dimensiones de nuestra vida, entonces somos capaces de llenarnos de ese amor y transmitirlo a los demás, y entonces amar desde el amor de Dios. Ese amor de Dios, esa experiencia tan grande nos lleva a amar a los demás, como dice el texto, a amar al prójimo.
Finalmente quién es el prójimo, y esa es la pregunta que el doctor de la ley hace a Jesús. Esta pregunta es importante pues en aquellos tiempos el prójimo era aquel con el que uno se llevaba bien, el familiar, el amigo, el de la misma raza y nación. Por lo tanto los extranjeros no entraban el la categoría de prójimo.
Para responder a esta cuestionante Jesús narra la parábola del Samaritano. Nos presenta a u n hombre que es asaltado en el camino, y una vez despojado de todo yace ahí inconsciente. La problemática es que pasan dos personajes que sólo se limitan a darle la vuelta. Primero un sacerdote, y después un levita, son dos hombres que y trabajan en el templo que están entregados a Dios totalmente pero deciden pasarse de largo, seguramente porque van al templo y si tocaran un cadáver quedarían impuros y con ello incapacitados para celebrar los oficios del templo. De esta manera sobreponen sus ritos a la caridad. Pero finalmente pasa un tercer personaje que resulta ser un samaritano, una persona que es totalmente ajena al pueblo, incluso es odiado por los judíos, de tal manera que, que cualquiera podría esperar el desprecio del Samaritano ante aquel judío herido, sin embargo sorprende la actitud de este hombre que se detiene a ayudarlo, deja atrás todo tipo de diferencias étnicas y políticas, religiosas y sociales, y se detiene pues sobre cualquier diferencia primero está la caridad, en medio de la necesidad todos somos iguales y debemos ayudar.
Una vez que termina la parábola se descubre quién es el prójimo: «¿Cuál de los tres te parece que se porto como prójimo del hombre asaltado por los bandidos?» Fijémonos bien que Jesús marca que uno de esos tres hombres se portó como prójimo del herido, no dice que el asaltado sea el prójimo, sino que el prójimo es el que ayuda en este caso el samaritano. Jesús da un vuelco al concepto de prójimo. El prójimo no es que nos rodea, el prójimo es el que se hace próximo al necesitado (-prójimo significa próximo-), el que se acerca al que requiere ayuda. Muchas veces pensamos que prójimo es el que está cerca de nosotros (y así se utiliza en el lenguaje), sin embargo Jesús nos pide e n esta parábola descubrir que nosotros somos prójimos en la medida en la que nos acercamos al necesitado. El prójimo no son los otros, soy yo si tengo la compasión de ayudar a mi hermano.
La esencia del cristiano es esa, el ser prójimo del otro que requiere de mi ayuda. No es posible que se hable de fe, sin esta capacidad de hacerse prójimo de los demás, si no ayudo a los demás. Así como en la parábola hay un hombre que es golpeado, es ultrajado, hoy también hay muchas personas asaltadas en la vida, tumbadas en la historia mal heridas, y no sólo físicamente, sino espiritualmente. Cuántas personas le roban su dignidad porque se burlan de ellos y los sobajan, cuántos les roban la confianza y la amistad. Nosotros debemos de ser prójimos de aquellos que se burlan y les roban u dignidad devolviéndoselas y dándoles a conocer que no están solos que confiamos en ellos. Cuántos han sido traicionados y nosotros podemos ayudarlos para salir adelante, para que no se sientan solos. Cuántas esposas o esposos viven con traumas en la vida y requieren que su pareja se haga su prójimo y la comprenda. Cuantos niños viven con la indiferencia de sus padres y sólo ven TV porque sus padres no tienen ni un minuto para ellos, los padres deberían hacerse prójimos y darles algunos minutos de su tiempo.
Lo más importante es el detenerse y hay comienza el hacerse prójimo. El detenerse y descubrir que la otra persona es importante, saber que ahí hay alguien que requiere nuestra ayuda. Después acercarse, que el otro sienta que no está sólo, que hay alguien que le da su apoyo, su tiempo, su consejo, cercanía que rompe todo tipo de indiferencia. Posteriormente la curación, con aceite, para calmar el dolor, con vivo para desinfectar las heridas, y con vendajes para cubrir el daño. Cuantas veces debemos hacer esto, detenernos y calmar el dolor del los demás escuchando, desinfectar con consejos que quiten toda destrucción, y colocando el vendaje del amor y la paciencia para que se sientan reconfortados. Finalmente lo sube a su cabalgadura y lo lleva a un mesón, lo hace parte de su vida, se involucra con él, lo deja ahí porque debe seguir con su vida, pero ahora ese hombre es parte de su historia, no es sólo el herido del camino, sino alguien a que ha ayudado y es parte de su vida.
Esa parábola nos habla justamente del amor, que se manifiesta en aproximarse a los demás, de hacernos prójimos de aquel que requiere nuestra ayuda. Sólo así podemos hablar de cristianismo, y de testimonio que marca la vida del hombre, anunciando al mundo la fe en Jesucristo.
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