Meditación con motivo del XXII Domingo del Tiempo Ordinario
Ciclo /A/
Textos:
Jeremías 20,7-9
Romanos 12,1-2
San Mateo 16,21-27
Una de las realidades más complejas de todas, pero que es profundamente humana es la situación e fracaso. De algún modo el hombre se topa en algún momento con esta triste situación, se encuentra con una realidad que le hace verse pequeño. EL fracaso nos hace comprender que no somos perfectos, que tenemos limitaciones, que no tenemos en su totalidad el poder y la capacidad de controlar todas las cosas.
Sobre esta realidad nos hablan las lecturas del día de hoy. En la primera lectura podemos apreciar ese sentimiento de fracaso. Contemplamos al profeta Jeremías en medio de su dolor, pues ha sido llamado por Dios, para anunciar la Palabra y denunciar las injusticias con el fin de que se conviertan, pero resulta ser que no hay nada, todos siguen igual, sin cambio alguno, incluso se burlan de él y hasta se confabulan para matarlo. La oración que dirige a Dios es una oración de un hombre doliente, de un hombre profundamente adolorido, un fracaso, pues no ha logrado nada, y reconoce que él se dejó engañar por Dios, y de ahí sale esta frase: «Me sedujiste Señor, y yo me dejé seducir.» Una frase que a veces se interpreta desde un tono un poco romántico, si embrago refleja el dolor del hombre fracasado y dolido.
Esta palabra: “Seducir”, no es propiamente lo que quiere indicar, más bien se refiere a una violencia que recibe el profeta, la podríamos traducir como “Me violentaste Señor y me deje violentar”, se refiere a un acto de violencia, un acto de violación. El profeta se siente ultrajado por la misión que Dios le ha dado. En el fondo el profeta reconoce que la misión que dios le da, es una violación, una violencia en su contra. Un dolor indescriptible. No tiene sentido el seguir adelante.
Y termina diciendo: «Entonces dije: "No lo voy a mencionar, ni hablaré más en su Nombre"» mostrando con esto que el profeta ha pensado que ya no quiere hablar de Idos, ya no quiere seguir con este proyecto. Cuántas veces nosotros pensamos así. Cuando algo no nos sale como queríamos, y decimos “ya ni opino nada, ni hago más proyectos, porque no sirve”; o cuando en la familia todo va mal, y creemos que no vale la pena esforzarse y decimos “ya mejor no digo nada, ni opino porque nadie entiende”; o cuando somos traicionados por alguien y pensamos que ya no vale la pena confiar en nadie.
Y justo en medio de esa lamentación el profeta termina con una frase extraordinaria, una frase que surge en medio de su derrota, y que contiene una luz de esperanza: «Pero había en mi corazón como un fuego abrasador, encerrado en mis huesos: me esforzaba por contenerlo, pero no podía.» Con esta frase se puede ver una realidad en medio del fracaso. Habla de un fuego abrazador, un fuego que está dentro de él, que no se paga, y que aunque él quiere apagarlo, no puede. Es decir, aún en medio de su fracaso sabe que hay algo que le dice que no se rinda, hay una luz que le lleva a descubrir que no todo está perdido, y ese fuego nos dice, que no puede contenerlo. Y si lo pensamos bien siempre en medio del fracaso hay una luz en nuestro interior, hay una cierta esperanza. Cuántas veces, después de un fracaso, hay en el fondo un pequeño anhelo de querer intentarlo de nuevo, de darse una oportunidad, de querer salir adelante, de no rendirse, de tener confianza otra vez. Sin embargo, a veces es tan grande la desilusión, el fracaso, que muchas veces ese fracaso apaga esa voz y nos sumimos en una depresión total, creyendo que no vale la pena seguir.
Curiosamente, ante el fracaso siempre está ese fuego, como dice el profeta Jeremías, que anima a seguir adelante aún en el fracaso. Y mientras eso exista el hombre puede adelante. Y esta idea se ve de modo más clara en el texto del evangelio. Jesús se encamina a Jerusalén y da una nueva instrucción a los apóstoles, unas palabras que son de entrada desconcertantes, pues nunca se había hablado de eso: «Comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.»
Estas palabras son de desconcierto pues hablan de fracaso. Jesús va a Jerusalén a Morir, es un absurdo. Por eso Pedro trata de disuadirlo, de impedir que eso suceda, sin embargo Jesús va más allá. Después de su crisis que hemos visto hace dos domingo, descubre que la única manera de anunciar el reino es dando su vida, es asemejándose al siervo doliente del profeta Isaías. En el dar la vida está el nuevo modo de anunciar el reino. Ahora todo toma un nuevo rumbo, y ahora se encamina para dar su vida, convirtiéndose en esa entrega en el anuncio del Reino y de la salvación.
Y si lo vemos con ojos meramente humanos parece ser que la cruz se convierte en un signo de fracaso. Vemos a Jesús muriendo, y sin ninguno de sus discípulos, en medio de una total soledad. A simple vista se ve el fracaso. Sin embargo Jesús va más allá de esto, no sólo se ve el fracaso, sino que hay algo más. No sólo es la muerte, sino que ahí comienza un germen de vida y con ello una esperanza par que no todo termine en fracaso. Pues el mismo Jesús habla en su anuncio de la resurrección. Finalmente la cruz, el fracaso, no es el final, sino que se levanta la esperanza de la vida.
Por tanto, podemos ver que el fracaso existe, lo importante es no dejar llevarse sólo por ello, si bien al inicio es complicado asimilarlo también es cierto que el fracaso no tiene la última palabra. No debemos dejar que el fracaso sea tan fuerte que nos destruya, que nos abrume, al contrario saber que podemos salir adelante, y que finalmente siempre hay una oportunidad de vida detrás de esa amenaza de destrucción que se hace cercana con el fracaso. Es complicado, sin embargo, no hay que dejar que esto nos acabe, sino levantarnos y saber que se puede mejorar y transformar nuestra vida.
Ciclo /A/
Textos:
Jeremías 20,7-9
Romanos 12,1-2
San Mateo 16,21-27
Una de las realidades más complejas de todas, pero que es profundamente humana es la situación e fracaso. De algún modo el hombre se topa en algún momento con esta triste situación, se encuentra con una realidad que le hace verse pequeño. EL fracaso nos hace comprender que no somos perfectos, que tenemos limitaciones, que no tenemos en su totalidad el poder y la capacidad de controlar todas las cosas.
Sobre esta realidad nos hablan las lecturas del día de hoy. En la primera lectura podemos apreciar ese sentimiento de fracaso. Contemplamos al profeta Jeremías en medio de su dolor, pues ha sido llamado por Dios, para anunciar la Palabra y denunciar las injusticias con el fin de que se conviertan, pero resulta ser que no hay nada, todos siguen igual, sin cambio alguno, incluso se burlan de él y hasta se confabulan para matarlo. La oración que dirige a Dios es una oración de un hombre doliente, de un hombre profundamente adolorido, un fracaso, pues no ha logrado nada, y reconoce que él se dejó engañar por Dios, y de ahí sale esta frase: «Me sedujiste Señor, y yo me dejé seducir.» Una frase que a veces se interpreta desde un tono un poco romántico, si embrago refleja el dolor del hombre fracasado y dolido.
Esta palabra: “Seducir”, no es propiamente lo que quiere indicar, más bien se refiere a una violencia que recibe el profeta, la podríamos traducir como “Me violentaste Señor y me deje violentar”, se refiere a un acto de violencia, un acto de violación. El profeta se siente ultrajado por la misión que Dios le ha dado. En el fondo el profeta reconoce que la misión que dios le da, es una violación, una violencia en su contra. Un dolor indescriptible. No tiene sentido el seguir adelante.
Y termina diciendo: «Entonces dije: "No lo voy a mencionar, ni hablaré más en su Nombre"» mostrando con esto que el profeta ha pensado que ya no quiere hablar de Idos, ya no quiere seguir con este proyecto. Cuántas veces nosotros pensamos así. Cuando algo no nos sale como queríamos, y decimos “ya ni opino nada, ni hago más proyectos, porque no sirve”; o cuando en la familia todo va mal, y creemos que no vale la pena esforzarse y decimos “ya mejor no digo nada, ni opino porque nadie entiende”; o cuando somos traicionados por alguien y pensamos que ya no vale la pena confiar en nadie.
Y justo en medio de esa lamentación el profeta termina con una frase extraordinaria, una frase que surge en medio de su derrota, y que contiene una luz de esperanza: «Pero había en mi corazón como un fuego abrasador, encerrado en mis huesos: me esforzaba por contenerlo, pero no podía.» Con esta frase se puede ver una realidad en medio del fracaso. Habla de un fuego abrazador, un fuego que está dentro de él, que no se paga, y que aunque él quiere apagarlo, no puede. Es decir, aún en medio de su fracaso sabe que hay algo que le dice que no se rinda, hay una luz que le lleva a descubrir que no todo está perdido, y ese fuego nos dice, que no puede contenerlo. Y si lo pensamos bien siempre en medio del fracaso hay una luz en nuestro interior, hay una cierta esperanza. Cuántas veces, después de un fracaso, hay en el fondo un pequeño anhelo de querer intentarlo de nuevo, de darse una oportunidad, de querer salir adelante, de no rendirse, de tener confianza otra vez. Sin embargo, a veces es tan grande la desilusión, el fracaso, que muchas veces ese fracaso apaga esa voz y nos sumimos en una depresión total, creyendo que no vale la pena seguir.
Curiosamente, ante el fracaso siempre está ese fuego, como dice el profeta Jeremías, que anima a seguir adelante aún en el fracaso. Y mientras eso exista el hombre puede adelante. Y esta idea se ve de modo más clara en el texto del evangelio. Jesús se encamina a Jerusalén y da una nueva instrucción a los apóstoles, unas palabras que son de entrada desconcertantes, pues nunca se había hablado de eso: «Comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.»
Estas palabras son de desconcierto pues hablan de fracaso. Jesús va a Jerusalén a Morir, es un absurdo. Por eso Pedro trata de disuadirlo, de impedir que eso suceda, sin embargo Jesús va más allá. Después de su crisis que hemos visto hace dos domingo, descubre que la única manera de anunciar el reino es dando su vida, es asemejándose al siervo doliente del profeta Isaías. En el dar la vida está el nuevo modo de anunciar el reino. Ahora todo toma un nuevo rumbo, y ahora se encamina para dar su vida, convirtiéndose en esa entrega en el anuncio del Reino y de la salvación.
Y si lo vemos con ojos meramente humanos parece ser que la cruz se convierte en un signo de fracaso. Vemos a Jesús muriendo, y sin ninguno de sus discípulos, en medio de una total soledad. A simple vista se ve el fracaso. Sin embargo Jesús va más allá de esto, no sólo se ve el fracaso, sino que hay algo más. No sólo es la muerte, sino que ahí comienza un germen de vida y con ello una esperanza par que no todo termine en fracaso. Pues el mismo Jesús habla en su anuncio de la resurrección. Finalmente la cruz, el fracaso, no es el final, sino que se levanta la esperanza de la vida.
Por tanto, podemos ver que el fracaso existe, lo importante es no dejar llevarse sólo por ello, si bien al inicio es complicado asimilarlo también es cierto que el fracaso no tiene la última palabra. No debemos dejar que el fracaso sea tan fuerte que nos destruya, que nos abrume, al contrario saber que podemos salir adelante, y que finalmente siempre hay una oportunidad de vida detrás de esa amenaza de destrucción que se hace cercana con el fracaso. Es complicado, sin embargo, no hay que dejar que esto nos acabe, sino levantarnos y saber que se puede mejorar y transformar nuestra vida.
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