Hoy en la fiesta de San Pedro y san Pablo, la liturgia nos la oportunidad para reflexionar en nuestra identidad como Iglesia. Nos muestra qué quiere decir que pertenezcamos a la Iglesia. El texto del evangelio parece darnos un aproximado a lo que quiere decir nuestra identidad eclesial.
Primeramente Jesús pregunta sobre su identidad. Sólo podernos entender nuestra identidad como iglesia, a partir de lo que Jesús significa para nosotros. La pregunta que Jesús hace es vital para entender nuestra vida de fe, puesto que es necesario sincerarnos y reconocer que papel juega Jesús en nuestra vida. A lo mejor Jesús es simplemente algo pasajero, sólo me acuerdo de Jesús de vez en cuando, cuando necesito un favor, cuando padezco una necesidad, pero de ahí en fuera me olvido totalmente de Jesús. O a lo mejor Jesús es simplemente algún personaje importante en la historia, pero sólo es algo del pasado que hoy en día no me importa.
Reconocer a Jesús quien es vital para reconocer nuestro papel en la Iglesia, y es Pedro quien nos marca quien es Jesús: «Tu eres el Mesías el hijo del Dios vivo.» manifestar que es el “Mesías” implica que en Jesús se cumplen todas la expectativas del Antiguo Testamento. Es el sentido de toda la historia del pasado. Ello implica que Jesús es la plenitud de la historia, de nuestra vida. Ser Iglesia implica reconocer que Jesús es quien da sentido a nuestra vida, que Jesús no nos deja, que Jesús es quien ilumina mi vida, quien me ayuda, me impulsa para seguir adelante. Sería importante que en este día nos confrontáramos y descubriéramos que tan importante es Jesús en nuestra vida, qué tanto nos ayuda y da sentido a mi vida la presencia salvadora de Jesús. En segundo lugar llamarlo “hijo del Dios vivo”, nos remite a la acción salvadora en el presente y el futuro, puesto que Dios vive, Dios nos transforma aquí y en el futuro, por tanto Jesús es el hijo del Dios vivo en cuanto que da sentido a nuestro caminar hacia el futuro. Ser Iglesia se entiende desde Jesús que nos anima y caminamos junto con él pues da sentido y plenitud a nuestra vida.
Por tanto, nuestro primer punto es fundamental: pertenecer a la Iglesia es pertenecer a Cristo. En segundo lugar Jesús le dice a Pedro que sobre esa piedra construirá a la Iglesia, de ahí que ser Iglesia es ante todo ser comunidad. Por tanto la Iglesia no se entiende como una isla, sino que debe de ser vida en común. Ser Iglesia implica construir comunidad. Ser Iglesia implica ir estrechando lazos, estrechar la mano para caminar juntos. No se puede pertenecer a la Iglesia si simplemente vamos siendo egoístas, si vamos causando divisiones, si levantamos chismes o dejamos de hablar a los demás.
Pertenecer a la Iglesia es tener la capacidad de construir, es la capacidad de atraer a los demás y estar en perfecta comunión. Para ello es importante que primeramente se vayan trazando lazos de unión entre los miembros de una familia. Para que esto sea una realidad es necesario que se lleve a cabo un dialogo constante, que rechacemos la violencia, vivir en actitud de perdón, tratar de ayudar a los demás, preocuparnos por los hijos o padres, escuchar a los diferentes miembros de la familia venciendo la indiferencia. Cuando tratamos de acercarnos a los demás ara que vivan mejor es ahí en donde comienza el momento de unidad. Ser Iglesia implica renunciar a todo tipo de apatía, de rencor, de indiferentismo.
En tercer lugar el texto evangélico nos muestra que Jesús le da la promesa a Pedro para que los poderes de los infiernos no prevalecerán sobre la Iglesia. Los infiernos refiere al lugar de los muertos, por tanto es una promesa en la cual Jesús promete a vida de la Iglesia la fuerza suficiente para vencer la muerte. De ahí que como Iglesia debemos vencer todo aquello que produce la muerte, vencer los odios, la violencia, los rencores; todo aquello que causa en nuestra vida una situación de muerte, de destrucción. No podemos decir que la muerte, la destrucción es más fuerte que nosotros porque no es así, el cristiano tiene por la gracia de Jesucristo la capacidad de vencer todo aquello que le limita y le destruye. Ser Iglesia por tanto es tener la capacidad de ir venciendo nuestras destrucciones, nuestros elementos de muerte e ir generando una cultura de vida y de amor.
Finalmente Jesús hace una promesa de atar y desatar: «Todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.» Con esto Jesús da potestad a Pedro reconociéndole que tiene una autoridad para dar y generar salvación en la vida de la iglesia. Atar y desatar para dar todos los elemento necesarios a fin de presentar el camino de salvación. Lo que la Iglesia nos enseña en el fondo es camino de salvación, cuando prohíbe algo, sanciona ciertas cosas, lo hace única y exclusivamente para proporcionar la salvación y lograr vivir totalmente el evangelio.
Si esto lo aplicáramos a nosotros mismos, a nuestro ser Iglesia, podríamos descubrir entonces que nuestras acciones repercuten para nuestra salvación. Deberíamos de atar todo aquello que nos favorece en nuestra vida, para que se quede con nosotros y eso nos guíe en el camino de la salvación. Desatar aquellos sentimiento o acciones que no nos sirven para nada, y lejos de ayudarnos nos impide nuestra realización. Con esto se nos invita a descubrir que se Iglesia es buscar a toda costa nuestra propia salvación, con la ayuda de la gracia de Cristo.
Ser iglesia por tanto es una tarea importante, y al celebrar a san Pedro y san Pablo estamos comprometiéndonos a vivir como ellos adentrándonos en Cristo, construyendo comunidad y buscando a toda costa nuestra salvación por medio de las directrices del Evangelio.
29/6/09
Ser Iglesia
28/6/09
Todos podemos cambiar...
Textos:
Hechos de Apostóles 3,1-10
Gálatas 1,11-20
San Juan 21,15-19
Hoy celebramos la misa de vísperas de san Pedro y san Pablo, esta celebración nos pone de frente a estos dos pilares de la Iglesia y de cara lo que significa iniciarse y vivir la vida de fe. Podemos ver la realidad y la vida de estos dos personajes, que no son precisamente unos santos al inicio de su vida de fe.
En primer lugar nos encontramos con Pedro en el relato del evangelio, y ahí podemos ver retratado a un traidor, un discípulo que ha negado a su maestro y se dio a la fuga y ahora así como le negó tres veces, Jesús viene a darlo el perdón, vine a reconfortarle con una triple pregunta que sirve para que interiorice en su vida. «Simón, hijo de Juan ¿Me amas más que estos?» Con esta pregunta Jesús trata de confrontar a Pedro para que se de cuenta quien es él, lo que ha hecho, lo que ha pensado.
Pedro reconoce su pequeñez, su fragilidad y simplemente le dice: «Si Señor, tu sabes que te quiero» y con esta respuesta Pedro reconoce su flaqueza, su pequeñez y su pecado. Pedro no le contesta que lo ama, sino que simplemente dice que le quiere, mostrando que en realidad hay sólo un pequeño afecto por el Señor, pero no la capacidad del amor. Podemos descubrir entonces que edro es pecador, limitado, pero a pesar de eso Jesús no lo regaña, no lo critica, ni le hace sentir mal, al contrario inmediatamente le encomienda una misión: «Apacienta mis ovejas.» Jesús sabe que es pequeño, pero que es alguien que camina, que sigue adelante, que no se rinde, sino que puede más y por ello le encomienda que continúe con su misión.
Podría a primera vista parecer absurdo que Jesús le encomiende pastorear a las ovejas cuando le ha negado y le ha fallado. Pero Jesús no piensa con los criterios del mundo interesado y materialista, Jesús juzga desde la misericordia y sabe que Pedro es capaz de esto, que nunca le abandonará. Ha fallado, pero le hace más fuerte y capaz de tomar con responsabilidad su tarea. Jesús da una nueva oportunidad.
En segundo lugar la figura de san Pablo, cuyo año estamos concluyendo, nos presenta su identidad él mismo en la segunda lectura: «Pues ya están enterados de mi conducta anterior en el Judaísmo, cuán encarnizadamente perseguía a la Iglesia de Dios y trataba de destruirla.» Descubrimos en Pablo otro traidor, otro que buscaba incluso destruir a la misma Iglesia.
Podemos ver en san Pablo un hombre que conocía de Dios, un hombre docto, que había estudiado las Escrituras, que era fariseo. Y este celo por la verdad, un celo por la Ley, le llevó incluso a perseguir a la Iglesia. Si lo viéramos con unos ojos mundanos, este hombre sería un mal modelo en la vida de la Iglesia. ¿A quién se le ocurriría ponerlo de ejemplo so quería destruir a la Iglesia? ¿Quién lo pondría de apóstol si es un ser violento? Al único que se le podría ocurrir eso sería al mismo Dios: «Mas, cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles.»
Con esto idea san Pablo trata de mostrarnos que nadie está fuera de la oportunidad de pertenecer a la Iglesia. Dios está dispuesto a llamarnos a todos. Si el mismo Pablo fue perseguidor y después es llamado a anunciar el evangelio quiere decir que todos podemos cambiar de vida y empezar a transfórmala totalmente.
Ser creyente no es para los bien portados únicamente, ser creyente es para los pecadores, para los perseguidores, para los traidores, porque Dios sabe quienes somos, sabe de lo que somos capaces de hacer, sabe que tenemos la fuerza para destruir, y que esa misma fuerza encaminada con su acción es capaz también de construir, de anunciar y de transformar el mundo.
No vale decir que porque somos malos no podemos ser hombres de fe, de lo contrario hoy no podríamos estar celebrando a estos dos pilares de la Iglesia, que en su momento negaron y persiguieron a Jesús pero que finalmente dieron su vida por él y por el evangelio. Si no somos capaces de cambiar, no es por nuestro comportamiento anterior, sino porque no queremos hoy iniciar el auténtico cambio.
En la primera lectura podríamos vernos retratados, hay un paralítico en la puerta “hermosa” del templo. Y estar paralítico representa que se es incapaz de iniciar un camino, de romper con las esclavitudes y con el pecado. Curiosamente este hombre es incapaz de romper con su pecado e iniciar un camino hacia el templo, hacia Dios. Este hombre sólo se queda a la puerta del templo, no entra, ahí podemos ver retratados a todos los que creen en Dios pero no dan el paso para encontrarse con Dios, para cambiar su vida, porque viven de manera conformista, incapaces de iniciar un camino nuevo.
Y ahí a la puerta del templo es san Pedro quien le da a Cristo, para que pueda caminar: «No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te doy: en nombre de Jesucristo, el Nazoreo, ponte a andar.» Es lo único que se necesita para caminar y transformar la propia vida: Tener a Cristo. Inmediatamente este hombre se pone de pie y va entrando al templo, entra a encontrarse con Dios.
Que el en esta celebración el Señor venga a nuestra vida y reconociendo nuestras fragilidades, nuestro pecado, dejemos que el Señor entre y nos haga capaces de caminar, capaces de iniciar un camino nuevo. Que nunca digamos que no podemos cambiar o que no podemos vivir realmente nuestra fe, al contrario que realmente dejemos que Cristo venga, nos levante y caminemos hacia una vida totalmente diferente.
Acólitos...
Hoy en mi parroquia el grupo de acólitos recibió su sotana para servir en el altar y justo hoy a unas horas de celebrar la fiesta de san Pedro y san Pablo, pues ellos son el grupo de acólitos san Pedro y san Pablo, de la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe y por ello quisiera ofrecer una pequeña reflexión al respecto.
Ser acólito implica un compromiso con Dios y con la Iglesia, no se es acólito para irla pasando o para escaparse de su casa y no hacer las tareas cotidianas. Ser un servidor del altar es sobre todo hacer un espacio en la vida, para que desde la niñez reconozcamos el valor de Dios en nosotros.
Si hoy se les impone su sotana es porque quieren revestirse de Cristo a lo largo de toda su vida. La sotana no es sólo el uniforme para subir al altar, es un signo de que queremos estar cubiertos por Cristo, queremos que Él nos ayude a seguir adelante, que el sea nuestro modelo a seguir. Cada vez que un pequeño acólito se pone su sotana esta mostrando al mundo que ha dejado un espacio a Dios en su vida, que Dios es importante para él. Ponerse su sotana es permitir que Cristo sea su vestidura, que su comportamiento sea como el de Nuestro Señor.
En segundo lugar servir al altar es algo muy importante porque estamos ayudando a que la celebración de la misa se lleve de la mejor manera. Por tanto nuestro comportamiento en el altar debe ser el mejor posible para demostrar a los demás el valor que tiene la misma celebración en nuestra vida. Cuando algo es importante para nosotros siempre tratamos de que todo vaya quedando bien. De ahí que el servicio del altar debe ser lo mejor.
Finalmente nuestra vida debe de ser distinta, pensar diferente, porque al servir al altar, participamos contantemente en la Eucaristía y dejamos que Cristo vaya entrando en nuestra vida. Portándonos lo mejor posible. Debemos esforzarnos, por tanto que Cristo sea nuestro modelo de conducta en todo lugar.
Finalmente, hoy recibirán una cruz, la cual no es de adorno es para recordarnos que Cristo ha dado su vida por nosotros y que por esa razón debemos siempre imitarlo y acercarnos a él, renunciado al materialismo y permitiendo que sea Jesús y no la moda o los productos quienes vayan guiando nuestra vida.
Felicidades…
27/6/09
«…y se alegraban con ella»
Hechos de Apóstoles 13,22-26
San Lucas 1,57-66.80
El nacimiento de san Juan está encuadrado en un contexto de alegría. Eso quiere decir que cuando Dios actúa en la vida del hombre debe de traer alegría. Y la alegría se debe al don de la vida, puesto que si Dios ha actuado es permitiendo que la anciana pareja de Isabel y Zacarías tengan un hijo, tengan vida en su ser. Por tanto la intervención de Dios es una intervención que debe generar vida.
Así, esta fiesta es una invitación para que cada uno de nosotros abra bien los ojos y descubra como es que Dios genera vida en nuestra realidad. De ahí que brote la alegría. La alegría es el distintivo del cristiano y debe de vivirse de una manera intensa en la medida en la que se sabe lleno de Dios, en la medida en la que va descubriendo que Dios no nos deja, ni nos abandona, sino que constantemente nos va haciendo fecundos.
Este don de la vida que Dios nos va dando se va mostrando en la medida en la que el hombre deja su egoísmo, su tristeza, su rencor, su soberbia, su destrucción. Porque cuando Dios entra nos transforma, nos renueva y nos llena de vida y eso es para alegrarse, es para gozarse en la presencia de Dios. Porque Dios nos da vida cuando entra el perdón, la misericordia, la paciencia, la comprensión, la reconciliación, y es ahí en donde comienza a darse la vida que viene de Dios.
Lo importante es permitir que la vida vaya floreciendo en cada uno de nosotros. Para ello hay que estar disponibles para la acción de Dios. Tal y como Isabel y Zacarías lo estuvieron. El texto nos muestra que todos querían llamar al niño Zacarías como al padre, sin embargo el don de Dios tiene otros objetivos en la vida y para ello es importante reconocer lo que Dios quiere. De manera simbólica se discute sobre el nombre del niño y con ello nos presenta un tema de transformación.
El nombre para el hombre de la biblia, no se limita simplemente a un conjunto de sonidos. El nombre es la identidad y la misión de quien lo porta. Si todos quieren que el niño se llame Zacarías se debe a que están atrapados a sus costumbres anquilosadas y quieren que ese niño continúe con lo antiguo, con la herencia del pasado. Pero Dios no quiere eso, Dios desea que se llama Juan, porque quiere iniciar un proyecto nuevo, un proyecto que no tiene nada que ver con el pasado, de ahí que todos digan «No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre.» No hay nadie con ese nombre en esa familia, porque lo que Dios da es un nuevo proyecto que sólo en la medida en la que se acepte podrá transformar todo el proyecto de salvación.
Y descubrimos como Isabel y Zacarías anuncian que el nombre del pequeño es Juan, mostrando que ellos anhelan el proyecto de Dios. Si Dios ha intervenido en su vida es para que todo cambie, para transformar al hombre, no podemos encerrar todo en nuestros esquemas y eso es lo que produce alegría, porque todo se transforma.
Es momento de decidir y descubrir si queremos cambiar nuestras vidas y nuestra identidad y que la vida vaya fluyendo en nuestro ser. Y que nuestro nombre vaya siendo perdón, misericordia, verdad. Y esto es cuestión de gozo y de gran alegría porque podemos iniciar una nueva vida en cada uno de nosotros.
Este día celebramos el nacimiento de Juan Bautista, y es una invitación para que la acción de Dios vaya naciendo también en cada uno de nuestra realidad.
24/6/09
Somos profetas ¿y hombres de oración?…
Jeremías 1,4-10
1 Pedro 1,8-12
San Lucas 1,5-17
Ser profeta consiste en dos misiones fundamentales: Anunciar y denunciar. Profeta es aquel que anuncia el Reino, es quien anuncia el amor, la justicia, la misericordia, la verdad, en otras palabras la vivencia del Evangelio. Y este anuncio debe de ser doble, pues debe anunciarse con las palabras, con los discursos, pero también debe hacerse sobre todo con la vida misma, con el testimonio, encarnado las verdades que con la boca se anuncian.
El profeta no sólo debe de anunciar el Reino, sino que debe denunciar todo aquello que se opone a él y a su proyecto. De ahí que el profeta debe de alzar la voz y denunciar la opresión, la esclavitud, los vicios, la violencia, la injusticia, la corrupción, es decir, todo aquello que no permite la realización del hombre, que le ata y le destruye en su vida social y su dignidad. Ese es la misión del profeta y entonces podríamos decir ¿Cómo poder hacerlo efectivo en nuestra vida? El texto del evangelio parce darnos una respuesta mostrándonos las líneas fundamentales para entender nuestro profetismo.
El texto del evangelio nos marca como Zacarías le toca entrar a ofrecer el incienso y con ello nos muestra que se introduce para iniciar un momento de oración. Él ya era alguien entrado en días, alguien estéril y por tanto, lo único que le queda es orar por todos, ya no piensa en sí mismo, sólo se dedica a hacer oración a favor de los demás y ahí en medio del incienso y de la oración del pueblo, se aparece el arcángel, para dar el anuncio de una nueva era. Nacerá un niño y con ello nacerán nuevas expectativas. Juan Bautista se convierte en el inicio de una nueva época.
Lo importante es que este anuncio de salvación y esperanza no se da casualmente, sino que se da en un contexto de oración. Ora Zacarías y ora el pueblo y ahí se da el don del profetismo que ha de animar al pueblo, en la figura de san Juan Bautista.
Esto nos quiere indicar que la única manera de vivir nuestro profetismo es por medio de la oración. Sólo se puede anunciar el Reino partiendo de la experiencia de Dios. Sin oración lo que anunciamos es hueco, vacío, sin forma, es algo estéril. Cómo hablar de Dios sin no hablamos con él, si no permitimos que entre en nuestra vida y nos transforme. Muchas iniciativas pastorales y discursos muchas veces quedan de manera estéril porque no parte de la oración, parten simplemente del propio esfuerzo, de la soberbia intelectual; pero no brota del sencillo diálogo del hombre con Dios.
Sólo se puede ser profeta auténtico se hace oración. Sólo se puede hablar efectivamente de Dios se parte del encuentro con él. Sólo se puede denunciar si se parte de la oración, viendo todo desde Dios, viéndolo desde el Señor. De lo contrario la denuncia podría ser muy subjetiva, muy pasajera, demasiado ambigua. Podría convertirse en una denuncia a favor de mis intereses personales, pero no a favor del Reino.
Todos somos profetas, y tenemos la misión de ejercitar este carisma desde el día de nuestro bautismo, pero ¿qué tanto permitimos que sea Dios el que hable por medio de nosotros? Cuantos papás tratan de hablar con Dios a sus hijos, pero sin oración, es algo inútil y estéril.
Este es un día, por tanto, para analizar que tan buenos profetas somos, pero sobre todo para ver que tan buenos hombres de oración somos de lo contrario, nuestras doctrinas, nuestras catequesis, nuestros discursos, serán nada más mera palabrería sobre Dios, pero vacíos de Dios, y seríamos sólo profetas del rollo, de la palabra, pero vacíos de Dios y llenos de nuestro ego e improvisación.
21/6/09
Día del Padre
Hoy esto lo podemos aplicar a los padres, en este su día. Porque tener un papá es precismante tener a alguien que nos ayude, que nos ilumine, que nos guíe en medio de la vida para salir con fuerza y ánimo en medio de las tormentas. Por ello creo importante hacer una breve reflexión sobre la paternidad:
La paternidad es un don de Dios, un don que aparece a partir del acontecimiento de la vida. Dios concede que en la vida del hombre exista la posibilidad de dar la vida y con ello iniciar el proyecto de vida. Celebrar hoy a los papás en el fondo es agradecer que Dios les da la posibilidad de dar vida.
La paternidad implica un compromiso de estar disponible para ayudar, comprender y estar cercano a aquellos que le necesitan.
La paternidad es aprendizaje, porque nadie nace sabiendo ser padre, sin embargo va aprendiendo, va equivocándose, va teniendo aciertos, haciendo de él un padre, el mejor de los padres, porque tiene al mejor de los hijos.
La paternidad es amor, porque es necesario darse totalmente a sus hijos, amándoles, preocupándose por ellos, dándoles lo necesario para su vida, pero sobre todo dándose a sí mismos y todo su tiempo para que vayan creciendo en compañía de quienes se aman mutuamente.
Qué este día del padre se valore el papel del papá y pedir para que todos sean siempre buenos padres.
Que el Señor les conceda a todos los papás la luz necesaria para saber guiar a sus hijos en medio de las tormentas, la fuerza para animarlos y la sabiduría para recordar que Dios les ha puesto un regalo y una misión maravillosa en su vida.
FELICIDADES PAPÁ!!!!
20/6/09
«Jesús se había puesto a dormir en la popa»
Podemos decir que en muchas ocasiones nos topamos con nuestros límites y eso nos debilita en nuestra vida de fe, pues en esas situaciones pareciera que Dios nos deja, nos abandona. Creemos que nuestra vida ya no tiene ningún sentido. Vamos caminando sin sentido y con un gran dolor. “Dios nos ha dejado pues me ha dejado sólo en esta enfermedad”, “Estoy condenado al sin sentido”, “Estoy solo en esta vida”, “¿Por qué Dios se llevó a este familiar que lo es todo en mi vida?”
Sobre esta dura situación nos ilumina el texto del Evangelio del día de hoy. Se nos presenta a los discípulos y a Jesús en la barca, figura de la Iglesia, en medio del mar sufriendo los estragos de una tempestad. El mar dentro de la Escritura es el símbolo de maldad, de todo aquello que limita e impide que el hombre se realice. Por tanto, cuando nos topamos con la figura del Mar, no encontramos con la maldad que oprime y esclaviza al hombre, la maldad que hace estragos en la vida del hombre, impidiéndole realizarse y logrando que se frustre y arrojándolo al sin sentido en la vida.
El texto nos muestra que «En esto, se levantó un fuerte torbellino de viento y las olas irrumpían en la barca.» Encontramos una situación crítica dentro de la comunidad, se desata una tormenta y con ello pareciera que todo está perdido pues amenaza con hundir la barca. Cuantas veces nos encontramos así, en medio de las tormentas que van sacudiendo la barca. La tormenta de la desilusión, de la desesperación, del agobio, de la tristeza. Comienzan a sacudir fuertemente esta barca. Pareciera que ya nada se puede hacer, pareciera que todo está condenado al fracaso, a la desilusión, estamos condenados a hundirnos. Esta figuras de la barca zarandeada, es la figura del hombre violentado en su vida por situaciones que le rebasan.
Sin embargo lo temible en sí mismo no son las olas que amenazan con volcar la barca, el verdadero peligro es otro, pues el texto añade algo importante: «Las olas irrumpían contra la barca, de suerte que ya se inundaba la barca.» Si bien la barca se ve zarandeada por las olas, hay otro peligro mayos y es precisamente el agua que se mete en la barca, lo cual hace que se inunde. Aquí podemos ver un fuerte símbolo de lo que sucede en la vida de la Iglesia. El agua de afuera, es la iglesia enfrentada al mundo, la iglesia enfrentada a la mentalidad imperante, la iglesia perseguida. Pero las aguas de adentro, son las que comienzan a hundir a la barca. Son los que se han corrompido dentro de la comunidad, son aquellos que se llenan de falsas mentalidades. Esas aguas son las mas peligros porque al estar dentro de la barca la inundan, la amenazan para que no se mantenga a flote. Son aquellos que meten falas ideas al interior de la Iglesia, engañando e impidiendo que realmente se viva el evangelio. Por otro lado, también estas aguas que se adentran en la barca son aquellos que en la comunidades primitiva traicionaron a sus miembros, entregándolos a los perseguidores. De modo que, se hunde porque ellos provocan la tormenta, la corrupción está en la misma barca, o bien se han dejado influenciar por la mentalidad del mundo y se empieza a corromper.
Con este símbolo podemos encontrar que san Marcos a introducido esta figura para demostrar el verdadero peligro que se da al interior de la comunidad, y no son las olas que agolpan la barca, sino el agua que se introduce al interno dela Iglesia. Con ello podemos ver que el problema ante la tormenta es precisamente que se introduzcan mentalidades erróneas, que amenazan con hundir la barca.
El hombre ante las situaciones de peligro, de horror, de tristeza, de soledad, de desesperación, suele dejarse invadir por un sentimiento de miedo, de desánimo, de crisis, que lejos de permitirle ver por donde navegar, le va hundiendo la barca de su vida. El verdadero problema por tanto, no se limita simplemente a la tormenta, sino a el agua que se mete en la barca, porque eso es lo que realmente nos lleva a hundirnos por la vida.
El problema no son los conflictos en la familia, sino la mentalidad de la desesperación, de la tristeza que no inunda y que nos va ahogando lentamente hasta el extremo de perderlo todo. La dificultad cuando alguien muere se da cuando se pierde toda esperanza, cuando no creemos que haya lago más en nuestra vida, que la mentalidad del sin sentido, la tristeza, el abandono se hace tan fuerte que el hombre ya no puede hacer nada. La mentalidad derrotista que impide que el hombre se levante nuevamente y se esfuerce para salir adelante, eso es lo que daña. Finalmente, no es otra cosa sino una mentalidad sin fe la que nos invade y por lo cual no podemos seguir adelante en la vida, pues creemos que Dios no existe o nos ha abandonado, o peor aún que nos maldice o castiga. Esta es la mentalidad de los mismos apóstoles: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» Se han dejado guiar por una mentalidad fatalista y por ello sólo reclaman, marcando que a Jesús no les interesa.
Sin embargo el texto parece darnos una luz muy importante: «El se había puesto a dormir en la popa, sobre el cabezal.» Jesús se duerme cuando inicia con la tormenta, por tanto está ahí en la popa. La popa está el timón de la barca. Jesús es el que conduce a la Iglesia y por tanto eso debe bastar en medio de las dificultades. El que rige la comunidad es Jesús y nada debe que temer.
Lo importante es descubrir que ahí en medio de la tormenta, Jesús no nos ha dejado, sino que permanece ahí, duerme, pero lo hace guiando a la Iglesia. Él va en la popa, el va conduciendo a la Iglesia, él va dirigiéndola en medio de la tormenta. Parece que no está ahí, no hace ruido, parece dormido, pero ahí está. Lo importante es dejarnos guiar por Jesús. Aunque todo parezca perdido, él no nos deja.
Parece ser que en la familia hay muchos problemas, por qué no dejare que Jesús nos ilumine, nos guíe, nos muestre un camino nuevo para solucionar esas dificultades. Que nos de alguna virtud, como la paciencia o la paz, para que podamos efectivamente salir adelante en medio de la tormenta.
Si algún familiar murió y crees que ya nada se puede hacer, por que no reconocer que en medio de esa tormenta triste Jesús va en la popa y te va guiando, te va acompañando, no te deja solo, sino al contrario él va acompañándote y te hace descubrir nuevas cosas para seguir adelante, si bien lo extrañas, también date la oportunidad de ver en la gente que rodea, los que están cerca de ti, que animan y ayudan para seguir adelante. Es Jesús que pone medios para que no desviemos la vida.
Si hay problemas, porque no dejar que Jesús te ponga un nuevo camino y te ayude a salir adelante. Que te de fuerza y ánimo para progresar y no detenerse.
Por tanto tenemos dos opciones en medio de una tormenta: dejar que el agua se meta y amenace con hundir nuestra barca o despertar nuestra fe y dejar que aquel que va en popa guíe a cada momento nuestra vida en medio de la tormenta. Las propuestas están en la mesa, pero la decisión es nuestra.
12/6/09
«… la semilla brota y crece sin que él sepa cómo…»
Ciclo /B/
Ezequiel 17,22-24
Salmo 91
2ª Carta a los Corintios 5,6-10
San Marcos 4,26-34
En la sociedad actual está movida actualmente por dos realidades contrapuestas: Por un lado en medio de la vertiginosas sociedades movidas por los interés, los negocios, el tiempo, se da un gran activismo para hacer las cosas lo mas rápido posible, e incluso genera un cierto egocentrismo creyendo que sólo uno puede hacer ciertas cosas creyéndose indispensable, él único que puede hacer las cosas. Para ello se trata de hacer todo de la mejor manera, pero llamado la atención para que los proyectos y obras que se van realizando sean grandes, extraordinarios y llamativos, a fin de quedar bien.
Por otro lado, otra parte de la sociedad lejos de caer en ese activismo, se ve llena de un terrible pesimismo. No quiere hacer nada, ya no hay ideales, no hay metas a alcanzar, para llegar. Todo queda reducido a no hacer nada, creando un ambiente de tristeza, de soledad, de nostalgia. Con ello el hombre se encierra en su tristeza y fatalismo o bien se queda en un conformismo absoluto y absurdo. Cuántos no quieren saber nada del gobierno, del deporte, de la realidad misma que le rodea porque todo ha perdido el sentido
Ante esto surgiría la cuestionante ¿Cuál de estas dos realidades es lo mejor? ¿Vivir encerrado en sí mismo sin esperar nada y conformarse con el devenir de lo histórico dentro de la sociedad? ¿o trabajar frenéticamente para realizarlo todo, creyéndonos con la capacidad de hacerlo todo? Considero que ninguno de estos externos es el más adecuado. Y desde una visión de la fe podemos descubrir en el pasaje del Evangelio del día de hoy una respuesta a estas situaciones para nuestro camino de fe.
En primer lugar se nos presenta la parábola de la semilla que crece sola, una parábola que sólo aparece en el evangelio de san Marcos. Con esta parábola Jesús trata de manifestar una realidad vital y fundamental para la vida del creyente, pues la semilla crece sin que se sepa como sucede. Con ello, Jesús está manifestando que la vida no es sólo trabajo, un mero activismo, así como tampoco una pasividad. En la vida hay cosas que van creciendo que van desarrollándose y que es don gratuito de Dios.
Si la semilla crece sin que lo sepa el sembrador quiere decir que hay que descubrir la intervención de Dios que actúa y hace germinar. Pero ello no quiere decir que debemos ser pasivos como si todo fuese a solucionarse por arte de magia o bien en señal de que ya no queda nada que hacer porque todo es un determinismo vacío y absurdo. Como si todo fuera obra de Dios y todo lo que el hombre hiciese fuese nulo o vacío.
Pero tampoco quiere decir que en la vida hay que hacerlo todo, como si Dios no actuase. Aquí reside la mayor problemática de nuestro mundo, creemos que Dos ya no actúa, que Dios no hace nada, que sale sobrando. Creemos que todo lo tenemos que hacer cada uno de nosotros, porque Dios ya no hace nada. Y entonces nos conformamos o bien, queremos hacerlo todo. Y el hombre trata de manipularlo todo creyéndose el dueño absoluto de la vida. Es el hombre el que quiere mandar, el que quiere destruir o construir, pero nunca se percata de que Dios está en su vida. Porque la acción de Dios es sencilla y casi imperceptible, es como esa semilla que va creciendo lenta y gradualmente. Como si nada pasase. Pero al final crece y brota la semilla. Dios es así, actúa dentro de la vida, va haciendo crecer la vida, parece imperceptible porque las grandes cosas en la vida no crecen aparatosamente, sino que van creciendo gradualmente.
Muchas veces vamos por la vida queriendo sorprender con cosas maravillosas y aparatosas, pero Dios no actúa así, sino que en lo sencillo de la vida va haciendo germinar algo nuevo. La fe que recibimos en nuestro bautismo va creciendo poco a poco sin que sucedan cosas vistosas, sino que se van dando gradualmente, en la medida en la que nos acercamos a Dios, a los sacramentos. A la oración, sin que nos demos cuenta crece y repentinamente descubrimos que todos estamos llenos del amor de Dios y con una confianza entera hacia Él.
A veces parece que no hay soluciones en medio de nuestra historia, porque nos topamos con problemáticas y dificultades y parece que Dios no actúa, incluso quisiéramos que todo se resolviera repentinamente, de modo maravilloso. Pero Dios no actúa así, ni nos deja, al contrario desde lo sencillo de la vida aparece con cosas básicas, como la alegría, la felicidad, el encuentro con los amigos,
Lo que necesitamos ante todo es maravillarnos de cómo en los sencillo ocurren las cosas más grandes, lo más maravilloso, lo que nos anima a seguir adelante. De qué nos serviría una vida llena de salud, libre de deudas, sin el valor de la amistad, sin una familia con quien convivir, con una fe que nos transforma y anima a seguir adelante. Debemos maravillarnos que a pesar de las vicisitudes de la vida Dios actúa lentamente, pero nos va haciendo crecer para ir mejorando cada día e ir recibiendo los regalos de su amor.
Por tanto, Dios hace crecer todo lentamente, lo importante es saber descubrir su acción. Y esta acción de Dios va siendo en lo pequeño, sin ostentaciones pues como el mismo Jesús lo dice el reino no es otra cosa que la semilla de mostaza, una realidad pequeña pero que crece lo necesario par dar frutos necesarios, reconociendo como Dios va actuando desde lo pequeño de la vida. Lo importante es esperar, no desesperarnos y reconocer que Dios nos da lo necesario para ir mostrándonos que no estamos solos, sino llenos de su gracia y transformación. Él va actuando y mejorándonos en la vida, a veces con cosas pequeñas casi imperceptibles pero que nos ayuda a crecer y a mejorar en nuestra vida.
11/6/09
El día de nuestra primera comunión
Textos:
Éxodo 24,3-8
Hebreos 9,11-15
Marcos 14,12-16.22-26
San Marcos nos dice que en la última cena, lugar donde se instituye este sacramento: «Tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: “Tomad, este es mi cuerpo.”» Jesús ofrece su pan y explica que es su cuerpo. ¿Pero qué significa que sea su cuerpo? El cuerpo dentro del simbolismo antropológico-bíblico significa persona en cuanto identidad, presencia y actividad. El cuerpo es el símbolo de la persona, con todo lo que conlleva en su vida. Jesús lo que ofrece es su persona en cuanto tal. El cuerpo es el hombre en sí, puesto que no tiene cuerpo, sino que es cuerpo, de modo que, el cuerpo es el hombre en cuanto tal, con su creatividad, sus sueños, su persona. Decir “esto es mi cuerpo” implica decir esto es mi verdad, el sentido de mi vida, es mi Reino. Con esto se puede marcar que el sacramento de comunión no es simplemente formarse y abrir la boca para recibir la hostia consagrada, es más que eso es un compromiso en donde cada uno de los creyentes se come a Jesús mismo. Se comen a Jesús con su proyecto, con su Reino, con su entrega, su capacidad de amar y de perdonar. Por tanto, no es sólo formarse para recibir la comunión, es más que eso, es un momento privilegiado para recibir a Jesús en la propia vida. Esto debiera entonces de descubrir el valor del Sacramento de la comunión, que no es simplemente una norma o una costumbre o una devoción más en la vida de la Iglesia. Es un compromiso.
Este es un compromiso es necesario dentro de la vida espiritual del creyente, puesto que al pasar Jesús el pan les invita a comerlo y si Jesús los ha invitado a tomar este pan se refiere por tanto a tomarlo a él como norma de vida y así continúen con su obra salvadora. Se convierte así en envío a proseguir la acción de Jesús. ¿Hasta que punto permitimos que este envío de Jesús repercuta e nuestra vida? ¿Cada vez que comulgamos nos sentimos interpelados para encontrarnos con Jesús y anunciarlo con nuestra vida? ¿Cuántos niños hacen anualmente su primera comunión? Y ahí se quedan sin comprometerse, porque lo ven como un acto meramente social, festivo, pero nunca lleno de fe y compromiso. Después de esa celebración deberían existir una comunidad de discípulos constructores del Reino. Todo esto debe llevarnos a la meditación y reconocer lo que se requiere de cara a esta celebración.
Si hoy celebramos esta festividad deberíamos no simplemente de adorarlo puestos de rodillas, sino de cuestionarnos y descubrir realmente cuál es la razón de este Sacramento en nuestra vida y realmente dejarnos transformar por él. Pues cada vez que comulgamos en el fondo es identificarnos con el amor, con el proyecto del Reino.
Por tanto, cada vez que saliéramos de la celebración Eucarística deberíamos de salir transformados y comprometidos por construir el Reino. Construirlo iluminados por su palabra y fortalecidos por su sacramento. Es un momento para permitir que el Señor venga a nuestras vidas e iniciar una transformación de nuestro ser.
Junto con la entrega del cuerpo Jesús continúa: «Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella. Y les dijo: “Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos.”» La sangre es el símbolo de la vida. Esta sangre se derrama no es un rociar como en los cultos, sino que son invitados a beberla, por tanto a un aumento de vida. El verbo derramar en griego en este pasaje Ekchynnō, hace referencia a un derramamiento debido a una muerte violenta. La sangre no se derrama por Israel, sino por muchos, puesto que trae una alianza universal.
Con el cáliz se anuncia que el discípulo debe de dar su vida. Debe entregarse totalmente en su ser, a favor de los demás. De este modo la eucaristía se convierte en donación de la vida, a favor de los demás. Es momento para reflexionar si realmente me he dado a favor de los demás, dedicando mi tiempo, mi trabajo, mis capacidades a favor de otros, o sólo me los reservo para mi mismo.
Comulgar es hacer comunión, es encontrase con el otro y dar la vida plenamente a favor de los demás. Si no hay entrega de la vida no hay Eucaristía. Si sólo se comulga, pero sin ser capaz de descubrir al otro, es nulo. Si sólo se comulga para entrar en sí mismo y ensimismarse con sus rezos, es una comunión vacía y hueca.
Comulgar se convierte en donación, en salida al otro. Es dar la vida totalmente. Y es dar la vida en identificación de Cristo, construyendo su Reino, su paz su amor, su perdón. Podríamos decir que aquel que comulga transforma su vida y cambia su entorno. Comunión es dinamismo y transformación.
Hoy deberíamos de meditar ¿Hace cuánto tiempo recibí mi primera comunión? Pero sobre todo ¿Hace cuanto he permitido que este Sacramento me transforme y me haga iniciar en mi vida y entorno de un manera diferente? Lo importante no es que tan bella fue mi celebración de Primera comunión, o hace cuanto tiempo; sino qué tanto he permitido que esa celebración cambie mi manera de pensar y de actuar en medio del mundo. Qué tanto he dado la vida a favor de los demás ¿Qué tanto he permitido que esa primera comunión sea una transformación en mi vida?
Sería un buen ejercicio, ver nuestra foto de primera comunión y pensar que tanto hemos dejado desde ese día que el Señor nos transforme; qué tanto hemos ido construyendo el proyecto de Jesús, proyecto lleno de amor y misericordia, de paz y justicia; Qué tanto me he ido entregando a favor de los demás. Ver nuestra foto de primera comunión es vernos sencillos, y al mismo tiempo la grandeza de un Señor que ha venido a nuestra vida desde entonces para iniciar un cambio e identificación con él. Y si el viene constantemente a nuestra vida por qué no empezar desde hoy a cambiar nuestra historia dejando que él nos renueve.
5/6/09
Trinidad: grandeza y cercanía
Textos:
Deuteronomio 4,32-34.39-40
Romanos 8,14-17
San Mateo 28,16-20
De lo anterior podemos entonces decir que el acercamiento a Dios contiene estas dos dimensiones, que necesariamente tiende a expresar a Dios y a su relación con él de diversas formas. Estas expresiones de Dios son totalmente variadas en cuanto a su cultura, su modo de vivir o de pensar, según su camino por la vida, su experiencia don lo religiosos o las dificultades de la vida. Encontramos posturas totalmente diversas como decir que Dios es lo mejor que hay, que está lleno de bondad, que es vengativo y juez, que es imposible conocerlo si es que llegara a existir, o que es un ser impersonal, una energía más en medio del cosmos, o bien que no existe, e incluso decir que Dios ha muerto.
Ante esta gama tan grande de expresiones tan variadas y opuestas ¿Qué podría decir el cristiano hoy en día acerca de Dios? Sobre esto nos habla la liturgia del día de hoy al celebrar la solemnidad de la Santisima Trinidad.
Ante este imperativo que se nos presenta podríamos decir “¿Y cómo me sumerjo en ese misterio?” Primeramente debemos aclarar que este misterio trinitario es un misterio de comunidad y de amor, en donde Dios no es alguien solitario es comunidad, es personal y existen tres personas en el único Dios. Y estas personas se mueven en una relación profunda de amor y de donación. En donde el Padre vive para amar al hijo, y el Hijo se deja amar por el Padre, y la relación de amor entre Padre e Hijo es el Espíritu Santo. Por tanto, el creyente debe sumergirse en este misterio de amor.
Para iniciar este camino espiritual en el cual debemos adentrarnos en este misterio de amor el mismo evangelio parece darnos una pista para ello. Es Jesús quien afirma una realidad fundamental: «Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.» Con esto se nos habla de la permanencia de Jesús en medio de su comunidad. Por tanto entrar en el misterio Trinitario quiere decir que es necesario captar la presencia de Jesús, la presencia de aquel que nunca nos deja y está contantemente en nuestra vida. Ello nos invita a reconocerlo en nuestra vida. Descubrirlo ahí donde existe la amistad, el consuelo, la entrega. Reconocerlo en la Eucaristía, en su Palabra. Ser capaces de descubrirlo en cada uno de los acontecimientos de la vida y no renunciar a esta verdad. Jesús que no nos deja, Jesús que está cerca de nuestra vida, que pone medios para descubrirlo. De ahí que entrar en el misterio trinitario implica la capacidad para abrir los ojos de la fe y estar vigilantes para descubrir a Jesús en nuestra vida y ver que no vamos sólo por esta vida, sino que gozamos de la compañía del Señor.
Pero las demás lecturas parecen danos otra pista para adentrarnos en este misterio de amor. San Pablo nos ofrece otro elemento fundamental: «Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!» Somos hijos de Dios, hemos sido adoptados por él. Quiere decir que adentrase al misterio Trinitario no es otra cosa sino sentirnos hijos. Sentirse hijos quiere decir que no vivimos solos que somos importantes para alguien que nos quiere cerca de él. Sentirse hijo implica que alguien nos saca de la pobreza del pecado para iniciar una transformación en nuestra historia, para vencer totalmente de nuestra vida lo que nos daña.
Este sentido de filiación se debe a la acción del Espíritu Santo, pues gracias a él podemos dirigirnos a Dios como Padre. Es el espíritu quien actúa y nos ayuda a vivir esta realidad. De ahí que en nuestra vida existe una fuerza que e el Espíritu quien nos anima a hacer os cada día hijos, a parecernos cada día más al Padre. Quiere decir que introducirse en el misterio Trinitario es dejarse llevar por la dinámica del Espíritu Santo. Esto debe acercarnos al Misterio de Dios en nuestra vida, puesto que es un Dios cercano y exclamemeos junto con el autor del Deuteronomio que de alguna manera se resumiría diciendo: ¿Hubo acaso un Dios tan grande como este?