Meditación para el XVII Domingo Ordinario
Ciclo /B/
Textos:
2 Libro de Reyes 4,42-44
Salmo 144
Carta a los efesios 4,1-6
San Juan 6,1-15
Nuestra sociedad vive encerrada en medio del egoísmo, porque todo lo que hace, tiene, compra o busca en el fondo lo hace para sí mismo, porque le llena, le sacia le da todo lo que requiere para alcanzar la felicidad. Pero a la hora de compartir de ayudar al hermano descubrimos que vivimos cerrados en nosotros, descubrimos que no somos capaces de ayudar a los demás, sino que simplemente vivimos preocupados por lo que a nosotros nos sucede, pero rara vez nos preocupamos y tratamos de ayudar a los demás. Muchas veces vamos encerrándonos en nosotros mismos, siendo incapaces de abrirnos a las necesidades del que me rodea.
Ante esto nuestra fe debe de tener una respuesta, y es que el hombre no puede vivir encerrado en su egoísmo y sobre esto nos habla la liturgia del día de hoy. El texto del evangelio nos presenta la multiplicación de los panes. Nos lo presenta en un contexto de pascua, marcando con ello la verdadera y definitiva liberación que Jesús nos dará. Pero ¿Cómo se podrá lograr esta auténtica vida de libertad? Pues esto sólo se puede hacer cunado no nos creemos autosuficientes, cunado descubrimos que no dependemos sólo de nuestros esfuerzos y descubrimos que Dios quiere salvarnos, que Dios puede obrar en nosotros, renunciando a todo tipo de situación económica o de poder, pues eso es sólo humano y nos lleva al error como marca el Papa Benedicto en su reciente encíclica: «Creerse autosuficiente y capaz de eliminar por sí mismo el mal de la historia ha inducido al hombre a confundir la felicidad y la salvación con formas inmanentes de bienestar material y de actuación social» (Caritas in Veritate 38). Y para lograr que los discípulos logren entender esto Jesús le pregunta a Felipe: «¿De dónde compraremos pan para que coman estos?» a lo cual responde: «Doscientos denarios de pan no bastarían para que cada uno de ellos tomara un poco.» con esta pregunta versus trata de aclarar precisamente cuál es el sentido de la verdadera liberación, que no proviene del esfuerzo humano, que no proviene simplemente de lo meramente material, pues el mismo Felipe lo reconoce que ni doscientos denarios alcanzaría. Para que el hombre se llene de felicidad y de libertad no depende de lo meramente material, de sus esfuerzos se requiere de lo divino, de su gracia.
Ante esto nuestra fe debe de tener una respuesta, y es que el hombre no puede vivir encerrado en su egoísmo y sobre esto nos habla la liturgia del día de hoy. El texto del evangelio nos presenta la multiplicación de los panes. Nos lo presenta en un contexto de pascua, marcando con ello la verdadera y definitiva liberación que Jesús nos dará. Pero ¿Cómo se podrá lograr esta auténtica vida de libertad? Pues esto sólo se puede hacer cunado no nos creemos autosuficientes, cunado descubrimos que no dependemos sólo de nuestros esfuerzos y descubrimos que Dios quiere salvarnos, que Dios puede obrar en nosotros, renunciando a todo tipo de situación económica o de poder, pues eso es sólo humano y nos lleva al error como marca el Papa Benedicto en su reciente encíclica: «Creerse autosuficiente y capaz de eliminar por sí mismo el mal de la historia ha inducido al hombre a confundir la felicidad y la salvación con formas inmanentes de bienestar material y de actuación social» (Caritas in Veritate 38). Y para lograr que los discípulos logren entender esto Jesús le pregunta a Felipe: «¿De dónde compraremos pan para que coman estos?» a lo cual responde: «Doscientos denarios de pan no bastarían para que cada uno de ellos tomara un poco.» con esta pregunta versus trata de aclarar precisamente cuál es el sentido de la verdadera liberación, que no proviene del esfuerzo humano, que no proviene simplemente de lo meramente material, pues el mismo Felipe lo reconoce que ni doscientos denarios alcanzaría. Para que el hombre se llene de felicidad y de libertad no depende de lo meramente material, de sus esfuerzos se requiere de lo divino, de su gracia.
Por tanto la manera de vencer el egoísmo no parte de nuestras propias capacidades, no parte de lo meramente material, sino que parte de la experiencia de Dios, parte de lo divino, de su providencia, de sus capacidades. De ahí que si tenemos fe, no podemos creer que sean nuestras fuerzas, lo material, nuestras herramientas las que acaban por dar a los demás lo necesario, lo que ayuda a vencer el egoísmo. Si queremos vencer esto, no podemos partir nada más de lo meramente material, sino abrirnos a la acción de Dios y con ello iniciar una transformación de nuestra vida.
Y por ello es necesario descubrir lo que puede ayudar que a los ojos de los demás no es lo meramente material, sino la acción de Dios y que justamente lo tiene la comunidad cristiana, de ahí que aparezca un muchacho con cinco panes y dos pescados. Este muchacho, que en griego remite a un pequeño, marcando así que la comunidad cristiana es pequeña, es frágil, pero que desde la visión de la fe tiene todo lo que el hombre necesita para salir adelante. Y lo único que puede ofrecer es cinco panes y dos pescados. En otras palabras lo que la comunidad tiene para vivir. Los peces dentro del simbolismo del Nuevo Testamento y de la primitiva fe cristiana son un símbolo de Cristo. Por tanto lo que la comunidad Cristiana tiene para dar al hombre en busca de libertad es precisamente a Cristo que salva y transforma al hombre. Eso es lo que se necesita en nuestras vidas, a cristo que sana y convierte. Tal vez no ofrezca infraestructuras, economías, tecnologías, pero si que ofrece la salvación, el sentido a su caminar en la vida, la libertad y el gozo necesario para alcanzar plenitud en su camino. En segundo lugar ofrece el pan, lo cual es símbolo de la Eucaristía, de la comunidad, del ánimo, del sentirse inserto en medio de los demás, sabiéndose necesitado del otro y sintiéndose importante dentro de los demás porque nadie pasa desapercibido ahí. Por tanto, lo que ofrece la comunidad de fe es precisamente la capacidad de hacer comunidad, de vivir en fraternidad y la experiencia de salvación que nos da Cristo, eso es lo único que se ofrece. Será una comunidad pequeña, frágil, insignificante, a los ojos de la sociedad; pero capaz de hacer grandes cosas, de dar sentido a su vida, a su actuar, dando plenitud a su actuar, dando libertad y verdadera felicidad.
Cinco panes y dos pescados, vida en comunidad y vida en Cristo es lo único que da sentido al hombre. Pero curiosamente lo que da sentido no es simplemente lo que entrega la comunidad, sino la capacidad de dar, de donarse, de entregar. Si hay un milagro se debe precisamente a la capacidad de donación, de no guardarse nada, de no retener nada, sino de ofrecerlo. Si bien la comunidad tiene dos elementos esenciales para la transformación de la humanidad, también es cierto que de nada serviría si no los ponen en común, si no se entregan a los demás. De ahí que la salida para la plenitud del hombre es el compartir, el dar nuestra vida de fe para los demás, la capacidad de entregar a favor de los otros. Si la comunidad cristiana se quedará con su fe, sin ser capaz de darla y compartirla sería una comunidad estéril. Por tanto lo que este pasaje nos enseña es precisamente a tener la capacidad de compartir a favor de los demás, al ser compartidos y no ser egoístas.
Si la fe debe de compartirse con mayor razón debe compartirse todo, nuestra vida y nuestras virtudes a favor de los demás. Y el día de hoy deberíamos preguntarnos que tanto comparto primeramente, mi vida de fe. ¿La doy a conocer a los demás? Mi vida de fe la comparto con gozo, con alegría a favor de los demás permitiendo que Dios ilumine la vida de todos.
Pero también es importante considerar que debo compartir para que mi vida con los demás vaya mejorando. Qué debo de compartir para que mi vida en familia sea mejor, para que mi trabajo sea diferente, para que mi fe crezca, para que sea mejor persona. Tal vez deba tener mejor disposición para escuchar a mi pareja, a mis hijos, a mis amigos. O en mi trabajo ser más honesto, llegar temprano, ayudar a los demás, dar mejor servicio al que llega. O en mi fe ir más a misa, o hacer más oración, o tener más momentos de silencio.
Si doy lo mejor de mi para que mi vida y mi entorno vaya cambiando entonces lograremos vivir en la unidad como lo dice la segunda lectura: «Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos y por todos y en todos.» Con esto san Pablo nos invita a reconocer la importancia de estar juntos, de ser comunidad de vivir unidos, siendo un solo cuerpo, una comunidad venciendo las envidias y las divisiones, dando así mi paciencia para vencer las divisiones y las enemistades. Tener un solo Espíritu, una sola fuerza que nos lleva a encontrarnos con los demás, una fuerza de amor, no movidos por intereses personales, sino por una sola fuerza e interés que es el de Dios. Teniendo como base una esperanza, una sola meta en la vida que es tener la vida en Cristo. Que en el fondo nos hace tener el reflejo de un solo Dios en nuestra vida. Porque la unidad es el reflejo de Dios.
Esta unidad se hace visible cada vez que participamos de la Eucaristía. Porque vivir la Eucaristía implica alimentarnos de Jesús que nos hace vencer totalmente nuestro egoísmo, porque este sacramento nos debe ayudar precisamente a vivir unidos, a vivir en comunidad, ayudándonos mutuamente y dando lo mejor de nosotros, fortalecidos por Jesucristo para vencer toda división. El que se acerca a comulgar debería de vencer sus rencores, su egoísmo y darse cada día más a las personas con los que convivimos para ayudarlos totalmente, de ir creando puentes, de ayudar a los demás aunque sea con nuestra presencia, con nuestra paciencia, con nuestra oración. Comulgar es vencer nuestras barreras y abrirnos para ser cada día mejor persona siendo generoso, compartiendo lo que soy, lo que tengo, mi vida de fe para iniciar un cambio y una transformación que me lleva a vivir en unidad de unos con otros.
Que este domingo en el cual vamos a comulgar nos ayude a cada uno de nosotros a vencer el egoísmo y al salir de la eucaristía digamos “que egoísmo y cerrazón debo vencer para ser mejor y ser más comunitario con los demás”.
Y por ello es necesario descubrir lo que puede ayudar que a los ojos de los demás no es lo meramente material, sino la acción de Dios y que justamente lo tiene la comunidad cristiana, de ahí que aparezca un muchacho con cinco panes y dos pescados. Este muchacho, que en griego remite a un pequeño, marcando así que la comunidad cristiana es pequeña, es frágil, pero que desde la visión de la fe tiene todo lo que el hombre necesita para salir adelante. Y lo único que puede ofrecer es cinco panes y dos pescados. En otras palabras lo que la comunidad tiene para vivir. Los peces dentro del simbolismo del Nuevo Testamento y de la primitiva fe cristiana son un símbolo de Cristo. Por tanto lo que la comunidad Cristiana tiene para dar al hombre en busca de libertad es precisamente a Cristo que salva y transforma al hombre. Eso es lo que se necesita en nuestras vidas, a cristo que sana y convierte. Tal vez no ofrezca infraestructuras, economías, tecnologías, pero si que ofrece la salvación, el sentido a su caminar en la vida, la libertad y el gozo necesario para alcanzar plenitud en su camino. En segundo lugar ofrece el pan, lo cual es símbolo de la Eucaristía, de la comunidad, del ánimo, del sentirse inserto en medio de los demás, sabiéndose necesitado del otro y sintiéndose importante dentro de los demás porque nadie pasa desapercibido ahí. Por tanto, lo que ofrece la comunidad de fe es precisamente la capacidad de hacer comunidad, de vivir en fraternidad y la experiencia de salvación que nos da Cristo, eso es lo único que se ofrece. Será una comunidad pequeña, frágil, insignificante, a los ojos de la sociedad; pero capaz de hacer grandes cosas, de dar sentido a su vida, a su actuar, dando plenitud a su actuar, dando libertad y verdadera felicidad.
Cinco panes y dos pescados, vida en comunidad y vida en Cristo es lo único que da sentido al hombre. Pero curiosamente lo que da sentido no es simplemente lo que entrega la comunidad, sino la capacidad de dar, de donarse, de entregar. Si hay un milagro se debe precisamente a la capacidad de donación, de no guardarse nada, de no retener nada, sino de ofrecerlo. Si bien la comunidad tiene dos elementos esenciales para la transformación de la humanidad, también es cierto que de nada serviría si no los ponen en común, si no se entregan a los demás. De ahí que la salida para la plenitud del hombre es el compartir, el dar nuestra vida de fe para los demás, la capacidad de entregar a favor de los otros. Si la comunidad cristiana se quedará con su fe, sin ser capaz de darla y compartirla sería una comunidad estéril. Por tanto lo que este pasaje nos enseña es precisamente a tener la capacidad de compartir a favor de los demás, al ser compartidos y no ser egoístas.
Si la fe debe de compartirse con mayor razón debe compartirse todo, nuestra vida y nuestras virtudes a favor de los demás. Y el día de hoy deberíamos preguntarnos que tanto comparto primeramente, mi vida de fe. ¿La doy a conocer a los demás? Mi vida de fe la comparto con gozo, con alegría a favor de los demás permitiendo que Dios ilumine la vida de todos.
Pero también es importante considerar que debo compartir para que mi vida con los demás vaya mejorando. Qué debo de compartir para que mi vida en familia sea mejor, para que mi trabajo sea diferente, para que mi fe crezca, para que sea mejor persona. Tal vez deba tener mejor disposición para escuchar a mi pareja, a mis hijos, a mis amigos. O en mi trabajo ser más honesto, llegar temprano, ayudar a los demás, dar mejor servicio al que llega. O en mi fe ir más a misa, o hacer más oración, o tener más momentos de silencio.
Si doy lo mejor de mi para que mi vida y mi entorno vaya cambiando entonces lograremos vivir en la unidad como lo dice la segunda lectura: «Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos y por todos y en todos.» Con esto san Pablo nos invita a reconocer la importancia de estar juntos, de ser comunidad de vivir unidos, siendo un solo cuerpo, una comunidad venciendo las envidias y las divisiones, dando así mi paciencia para vencer las divisiones y las enemistades. Tener un solo Espíritu, una sola fuerza que nos lleva a encontrarnos con los demás, una fuerza de amor, no movidos por intereses personales, sino por una sola fuerza e interés que es el de Dios. Teniendo como base una esperanza, una sola meta en la vida que es tener la vida en Cristo. Que en el fondo nos hace tener el reflejo de un solo Dios en nuestra vida. Porque la unidad es el reflejo de Dios.
Esta unidad se hace visible cada vez que participamos de la Eucaristía. Porque vivir la Eucaristía implica alimentarnos de Jesús que nos hace vencer totalmente nuestro egoísmo, porque este sacramento nos debe ayudar precisamente a vivir unidos, a vivir en comunidad, ayudándonos mutuamente y dando lo mejor de nosotros, fortalecidos por Jesucristo para vencer toda división. El que se acerca a comulgar debería de vencer sus rencores, su egoísmo y darse cada día más a las personas con los que convivimos para ayudarlos totalmente, de ir creando puentes, de ayudar a los demás aunque sea con nuestra presencia, con nuestra paciencia, con nuestra oración. Comulgar es vencer nuestras barreras y abrirnos para ser cada día mejor persona siendo generoso, compartiendo lo que soy, lo que tengo, mi vida de fe para iniciar un cambio y una transformación que me lleva a vivir en unidad de unos con otros.
Que este domingo en el cual vamos a comulgar nos ayude a cada uno de nosotros a vencer el egoísmo y al salir de la eucaristía digamos “que egoísmo y cerrazón debo vencer para ser mejor y ser más comunitario con los demás”.
PADRE ¡QUE ASÍ SEA! PADRE¿POR QUÉ SE CALIFICAN ESTAS HOMILÍAS SÓLO CON "BUENA O MALA"? ¿Y LAS EXCELENTES COMO ÉSTA...? GRACIAS.
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