Ciclo /B/
Textos:
Ezequiel 2,2-5
2 Corintios 12,7-10
Marcos 6,1-6
Una de las situaciones de las que generalmente no nos gusta hablar en nuestra vida es de nuestra debilidad, de nuestras fallas. Porque es difícil reconocer ante los demás nuestra pequeñez, nuestro límite y más aún nuestro fracaso. Aunque no nos guste hablar de ello, sin embargo es una realidad que surge en nosotros, porque a veces se truncan nuestras metas, cuando nuestros planes no salen como pensábamos, cuando descubrimos que nos equivocamos, o bien nos damos cuenta que no podemos hacerlo todo. Estos fracasos a veces se dan por el medio en donde vivimos, se da porque tenemos límites, o por las circunstancias sociales. Aún así nos refleja nuestra debilidad. Sobre esta situación nos habla el día de hoy la liturgia.
En primer lugar la primera lectura nos presenta el caso de Ezequiel que es enviado por Dios «He aquí que te envío a hijos de duro rostro y de empedernido corazón.» Con esto Dios le muestra a Ezequiel que no será fácil su misión, y no será sencilla, no porque él sea malo o porque Dios no esté con él, sino que será malo porque El pueblo es duro de rostro, es decir, su identidad como pueblo es difícil, cerrada, incapaz de descubrir que es lo que Dios les quiere decir.
Muchas veces nuestros planes y misiones se ven complicados precisamente porque la gente a nuestro alrededor no escucha, no quiere entender. Ahí se ve nuestra fragilidad, cuando tenemos un auditorio duro y difícil. Sin embargo, no por ello hay que claudicar, sino seguir adelante, no desalentarnos, sino seguir. Así, sucede con el profeta, no porque sea difícil el pueblo dios le dijo: “no vayas” “ni le intentes, no vale la pena”, al contrario, le advierte que es difícil, pero no imposible.
Esta misma idea aparece en el texto del evangelio, cuando Jesús llega a su pueblo natal Nazaret, lugar donde nació, donde vivió; sin embargo no es recibido con un gran galardón sino con discordia e incredulidad, mostrando que a veces los duros de corazón son los más cercanos y los más allegados: «¿De dónde tiene éste estas cosas? ¿Y qué sabiduría es esta que le es dada, y estos milagros que por sus manos son hechos? ¿No es éste el carpintero, hijo de María?… ¿No están también aquí con nosotros sus hermanas?»
Con esta serie de preguntas lo que hacen es poner en tela de juicio su ministerio en varios niveles:
La primera interrogante brota cuestionando su origen: «¿De dónde tiene éste estas cosas?» No entienden de donde pudo sacar esas, ellos no saben de dónde sale todo lo que Jesús dice y por esa razón no pueden controlarlo, de ahí que brote su incredulidad.
En segundo lugar dudan de su conocimiento: «¿Y qué sabiduría es esta que le es dada?» Reconocen que hay grandes conocimientos, incluso un carpintero ciertamente no es un inculto, sin embargo lo que aquí hacen los compatriotas de Jesús es dejarlo en mal, pues al no entenderlo totalmente y no saber de dónde saca sus conocimientos es mejor ponerlo en tela de juicio, para no comprometerse.
En tercer lugar sus lazos familiares: «¿No es éste el carpintero, hijo de María, y sus hermanos?… ¿No están también aquí con nosotros sus hermanas?» Ellos conocen a su familia, y en lugar de darle crédito lo minusvaloran a él y su familia. Sobre todo al nombrar a su Madre indican que lo que Jesús hace no está bien, de ahí que ni su padre sea nombrado con el fin de reconocer que está mal, y nombran a su madre para denigrarlo. Hablan de sus hermanos marcando que en realidad no tiene nada que ver con ellos, sin llegar a captar que Jesús ha venido formar una nueva familia.
Muchas veces pudiéramos también ser incrédulos y no permitir que la otra persona se exprese tal cual es, o bien que inicie un cambio. Y por ello impedir que el otro cambie su miseria. Pero regresando a lo que reflexionábamos, a veces la gente de nuestro alrededor no cree en nosotros, no confía y eso nos deprime y hace que fracasemos, que disminuyamos en nuestra vida. Pero debemos de reconocer de lo que nosotros somos capaces sin importarte lo que el otro diga, aunque a veces ciertamente es tan lacerante que no permite nuestra realización. Si embargo debemos creer en nosotros y en lo que podemos e iniciar una trasformación total de nuestro ser. Y reconocer que a veces no seremos aceptados ni «en nuestra patria, ni con nuestros parientes, ni en nuestra casa» (= los cercanos a nosotros), parafraseando a Jesús.
Pero así como a veces, sale a flote nuestra debilidad por los demás, también sale a flote por nosotros mismos, porque también tenemos miserias y fragilidades en nuestro ser, y sobre esto nos habla la segunda lectura: «Me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera.» San pablo habla de un aguijón, al cual se le ha dado diversas interpretaciones: Se refería a las tentaciones, las persecuciones, a alguna enfermedad; sin embargo aquí lo que importa es descubrir que está atormentado por algo que le debilita, por sus fragilidades, sus límites y pequeñeces. Pablo es consciente de su fragilidad, de su indigencia.
Esta confesión de Pablo debe ayudarnos a todos a descubrirnos que al igual que él somos débiles, limitados, en otras palabras somos necesitados. Pero, aún en medio de esa fragilidad reconoce que no está solo, que no está arrojado al sin sentido, al vacío. No se descubre encarcelado en su fragilidad, sino que hace una relectura de su vida, una relectura llena de fe: «Te basta mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad […] Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.»
San Pablo descubre que en medio de su debilidad lo único que le basta es la gracia de Dios. Sólo Dios puede ayudarnos para seguir adelante. Tenemos tropiezos, errores y fragilidad, sin embargo, si Dios está de nuestro lado todo lo podremos lograr, todo será alcanzado porque la gracia de Dios, la fuerza auténtica que hace que todo se renueve puede transformar nuestra vida totalmente. Y entonces no deberemos de temer a nuestras debilidades, porque son parte de nuestra vida, no podemos escapar de ellas; y a pesar de esto nos ayuda a reconocer que somos seres necesitados, que requerimos de los demás y sobre todo de Dios. Y si necesitamos de Dios nuestra debilidad, la podremos presumir porque sabemos que encima de todo está Dios quien nos fortalece, y ayuda para salir adelante en nuestra vida. Y ahí en donde nos descubrimos débiles vemos la fuerza, porque Dios hace que esa aparente fragilidad o sea superada o se convierta en sí misma en una fuerza renovadora capaz de transformar todo el mundo.
Seremos débiles a los ojos del mundo porque creemos y confiamos, seremos porque perdonamos y amamos, pero esa debilidad es fuerza; más aún seremos débiles, incapaces de muchas cosas, limitados, pero a pesar de todo desde nuestra pequeñez sacamos todo adelante, con ánimo, con gozo, con fuerza, porque es Dios que nos anima y renueva. Muchos dirán que no son inteligentes pero con su ánimo y gozo lograrán más que los grandes eruditos; otros dirán que no tienen grandes medios para sobresalir o hacer proyectos, pero con lo pequeño se pueden hacer grandes cosas; otros dirán que con su enfermedad no pueden salir adelante, pero con la ayuda de Dios se convertirá en móvil para anunciarlo y convertir la vida de los demás, lo importante es no decaer, no sentirse desanimado o triste, sino lleno de gozo y totalmente transformado con la gracia de Dios, que nos hace fuertes.
En conclusión, podemos decir que somos débiles en nuestra realidad, a veces porque nuestro entorno no es favorable para sacar algún plan, o bien porque la gente que nos rodea no muestra credibilidad en nosotros y nos descalifica o bien porque en nuestra vida tenemos fallas, limites y no lo podemos hacer todo lo importante es que a pesar de esto no nos rindamos, fiémonos de Dios y salgamos adelante y aún en nuestra fragilidad permitamos que sea él quien nos ayude a salir adelante porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.
Padre:
ResponderEliminarQué debil estoy, qué débil soy. Pero Dios es mi fuerza y Usted mi guía. Debo seguir adelante...
Gracias.