Ciclo /C/
Textos:
Eclesiasiastés 1,2.2,21-23
Colosenses 3,1-5.9-11
San Lucas 12,13-21
Eclesiasiastés 1,2.2,21-23
Colosenses 3,1-5.9-11
San Lucas 12,13-21
El ser humano está conformado por dos realidades fundamentales en su vida, por un lado es un ser corporal, y por ende es material, sin embargo también es un ser espiritual. El riesgo está en que el hombre puede olvidares de su esencia espiritual en cuanto que sólo se enfoque en lo material, y esto debido a que es algo tangible, algo que se puede observar. En cambio la parte espiritual es imperceptible de manera física, pero finalmente visible en nuestras vidas, puesto que pensamos, tenemos deseos y sentimientos, son realidades que materialmente no las podemos poseer, pero que pertenecen a nuestra realidad.
Este exacerbado interés por lo material es un tema vital y lo abordan los texto de hoy. El texto del evangelio nos marca esta realidad cuando un joven que se encuentra entre la multitud: «Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia.» sin embargo Jesús no le responde para solucionar el problema. Generalmente Jesús ayuda a todos aquellos que piden su ayuda, pero ahora Jesús no lo hace, sino que responde tajantemente: «Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?». ¿Por qué hace esto? Porque en el fondo el problema no es simplemente la herencia, sino la avaricia dice estos hermanos. Si Jesús se pusiera de juez debería favorecer a uno y ello implicaría que favorecería la avaricia y egoísmo del otro. Estas cosas no las puede resolver Jesús poniéndose del lado de uno o del otro, sino que eso lo deben ver ellos, deben escrutar su corazón y descubrir que tienen dentro, para evitar esa actitud.
Como respuesta Jesús sólo se limita a colocar una parábola que tiene por objeto concientizar a esos hermanos y descubran que la raíz de todo esto es la avaricia. La Parábola nos narra a un hombre rico, pero lo interesante es que es un hombre sólo, el único protagonista es él, no hay más, si nos fijamos detenidamente todos el diálogo es en realidad un monólogo, habla para sí mismo, en primera persona del singular: «¿Qué voy a hacer? …No tengo… Ya sé que voy a hacer… derribaré…construiré… guardaré… descansa, come, bebe y date buena vida.» Lo único que interesa es él, no hay más. Las riquezas lo han cegado, le han hecho creer que él es el único que no hay más, que él lo puede todo. Él es quien hace todo, quién mueve todo.
Pero abruptamente Dios interrumpe su monólogo egocéntrico: «Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?» Dios le hace caer en la cuenta que en realidad está sólo, y que ha optado por lo material y ha descuidado lo espiritual y la relación con los demás, está sólo y al morir lo material se queda y eso no será para nadie.
Cuantas veces las personas son así, se fijan en lo material y dejan de lado lo espiritual. Cuantos papás le dan cantidad de cosas a sus hijos pero no les dan su tiempo para hablar con ellos, para escucharlos, para ver que tienen, o por qué han cambiado, simplemente se quedan con lo material pero descuidan otra área afectiva y espiritual que el niño necesita. O bien en los matrimonios, cuando se limitan solo a lo exterior, pero ya no platican sobre lo que sienten, lo que piensan, lo que viven, los cambios que hay en la pareja, todo lo dejan de lado. Sólo se quedan con lo meramente material.
Por esa razón san Pablo nos recuerda en esta misma línea que no descuidemos lo espiritual y llama a la comunidad cristiana a buscar los bienes del cielo. A no vivir sólo encerrados en lo meramente material sino a ver más allá de esto, ver que hay otros valores importantes, hay valores espirituales, y para ello debemos de desprendernos de realidades que son realmente nocivas e impiden el crecimiento de lo espiritual y que en el fondo se vive desde el egoísmo material: «Hagan morir en sus miembros todo lo que es terrenal: la fornicación, la impureza, la pasión desordenada, los malos deseos y también la avaricia, que es una forma de idolatría.» Analicemos estos términos para captar el significado de cómo llegar a los bienes del cielo.
La fornicación se refiere a la utilización del otro para el propio placer y por lo tanto implica que se rebaja al otro a nivel de objeto, no se le ve al otro como persona, con sentimientos y pensamientos, sino que sólo se le ve como algo material, se le rebaja sólo a objeto de mero placer. Quitarse de esto implica que el hombre debe reconocer en los demás la dignidad y verlos como personas, y no como meros medios.
La impureza nos remita a aquello que hace que una persona no esté en condiciones de acercarse a Dios, aquello que nos separa de Dios, aquellas injusticias que dañan la vida de los demás, alejándose así de la presencia de Dios. Es una invitación a ser puro, bíblicamente hablando, es decir, a vivir cera de la experiencia de Dios, desde los criterios de Dios y del evangelio, criterios se justicia.
Las pasiones desordenas, indica la tendencia hacia algo por lo que se siente simpatía, sin embargo aquí remite hacia las cosas que no son buenas, que son desordenadas, un deseo que no es debido. Ello implica la tendencia hacia la mentira, hacia la destrucción, hacia el robo. Ahora el creyente debe tender hacia las cosas buenas y nobles
Los malos deseos, remite a un pensamiento malo, cuando elucubramos como lastimar a otros o levantamos falsos, como destruir al otro. La mente que sólo se utiliza para pensar cosas malas, o tener malos pensamientos, debe de ser erradicado.
Finalmente la avaricia, que literalmente querría decir en griego “el deseo de tener más”, el deseo insaciable de acumular cosas o de envidiarlas. Es el deseo desmedido por acumular, sin importar lo que a otros les suceda, un egoísmo despiadado, pues sólo interesa la propia satisfacción. El creyente debe de vivir abierto a la solidaridad y no sólo a una actitud de envidia
Ante esto podemos ver que no podemos ser egoístas y sólo ver por nuestros intereses materiales, sino abrirnos a los espirituales y quitarnos aquellas tendencias que nos impiden la realización plena. Pues abriendonos a lo espiritual, podemos conocernos mejor y ser mejores con los demás.
Este exacerbado interés por lo material es un tema vital y lo abordan los texto de hoy. El texto del evangelio nos marca esta realidad cuando un joven que se encuentra entre la multitud: «Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia.» sin embargo Jesús no le responde para solucionar el problema. Generalmente Jesús ayuda a todos aquellos que piden su ayuda, pero ahora Jesús no lo hace, sino que responde tajantemente: «Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?». ¿Por qué hace esto? Porque en el fondo el problema no es simplemente la herencia, sino la avaricia dice estos hermanos. Si Jesús se pusiera de juez debería favorecer a uno y ello implicaría que favorecería la avaricia y egoísmo del otro. Estas cosas no las puede resolver Jesús poniéndose del lado de uno o del otro, sino que eso lo deben ver ellos, deben escrutar su corazón y descubrir que tienen dentro, para evitar esa actitud.
Como respuesta Jesús sólo se limita a colocar una parábola que tiene por objeto concientizar a esos hermanos y descubran que la raíz de todo esto es la avaricia. La Parábola nos narra a un hombre rico, pero lo interesante es que es un hombre sólo, el único protagonista es él, no hay más, si nos fijamos detenidamente todos el diálogo es en realidad un monólogo, habla para sí mismo, en primera persona del singular: «¿Qué voy a hacer? …No tengo… Ya sé que voy a hacer… derribaré…construiré… guardaré… descansa, come, bebe y date buena vida.» Lo único que interesa es él, no hay más. Las riquezas lo han cegado, le han hecho creer que él es el único que no hay más, que él lo puede todo. Él es quien hace todo, quién mueve todo.
Pero abruptamente Dios interrumpe su monólogo egocéntrico: «Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?» Dios le hace caer en la cuenta que en realidad está sólo, y que ha optado por lo material y ha descuidado lo espiritual y la relación con los demás, está sólo y al morir lo material se queda y eso no será para nadie.
Cuantas veces las personas son así, se fijan en lo material y dejan de lado lo espiritual. Cuantos papás le dan cantidad de cosas a sus hijos pero no les dan su tiempo para hablar con ellos, para escucharlos, para ver que tienen, o por qué han cambiado, simplemente se quedan con lo material pero descuidan otra área afectiva y espiritual que el niño necesita. O bien en los matrimonios, cuando se limitan solo a lo exterior, pero ya no platican sobre lo que sienten, lo que piensan, lo que viven, los cambios que hay en la pareja, todo lo dejan de lado. Sólo se quedan con lo meramente material.
Por esa razón san Pablo nos recuerda en esta misma línea que no descuidemos lo espiritual y llama a la comunidad cristiana a buscar los bienes del cielo. A no vivir sólo encerrados en lo meramente material sino a ver más allá de esto, ver que hay otros valores importantes, hay valores espirituales, y para ello debemos de desprendernos de realidades que son realmente nocivas e impiden el crecimiento de lo espiritual y que en el fondo se vive desde el egoísmo material: «Hagan morir en sus miembros todo lo que es terrenal: la fornicación, la impureza, la pasión desordenada, los malos deseos y también la avaricia, que es una forma de idolatría.» Analicemos estos términos para captar el significado de cómo llegar a los bienes del cielo.
La fornicación se refiere a la utilización del otro para el propio placer y por lo tanto implica que se rebaja al otro a nivel de objeto, no se le ve al otro como persona, con sentimientos y pensamientos, sino que sólo se le ve como algo material, se le rebaja sólo a objeto de mero placer. Quitarse de esto implica que el hombre debe reconocer en los demás la dignidad y verlos como personas, y no como meros medios.
La impureza nos remita a aquello que hace que una persona no esté en condiciones de acercarse a Dios, aquello que nos separa de Dios, aquellas injusticias que dañan la vida de los demás, alejándose así de la presencia de Dios. Es una invitación a ser puro, bíblicamente hablando, es decir, a vivir cera de la experiencia de Dios, desde los criterios de Dios y del evangelio, criterios se justicia.
Las pasiones desordenas, indica la tendencia hacia algo por lo que se siente simpatía, sin embargo aquí remite hacia las cosas que no son buenas, que son desordenadas, un deseo que no es debido. Ello implica la tendencia hacia la mentira, hacia la destrucción, hacia el robo. Ahora el creyente debe tender hacia las cosas buenas y nobles
Los malos deseos, remite a un pensamiento malo, cuando elucubramos como lastimar a otros o levantamos falsos, como destruir al otro. La mente que sólo se utiliza para pensar cosas malas, o tener malos pensamientos, debe de ser erradicado.
Finalmente la avaricia, que literalmente querría decir en griego “el deseo de tener más”, el deseo insaciable de acumular cosas o de envidiarlas. Es el deseo desmedido por acumular, sin importar lo que a otros les suceda, un egoísmo despiadado, pues sólo interesa la propia satisfacción. El creyente debe de vivir abierto a la solidaridad y no sólo a una actitud de envidia
Ante esto podemos ver que no podemos ser egoístas y sólo ver por nuestros intereses materiales, sino abrirnos a los espirituales y quitarnos aquellas tendencias que nos impiden la realización plena. Pues abriendonos a lo espiritual, podemos conocernos mejor y ser mejores con los demás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario