31/8/09

Pureza e interior

Meditación para el XXII Domingo Ordinario
Ciclo /B/

Textos:
Deuteronomio 4,1-2.6-8
Santiago 1,17-18.21-22.27
San Marcos 7,1-8.14-15.21-23

Vivimos en un mundo lleno de violencia, destrucción, corrupción, mentiras, etc. Y esto lo vamos comprobando día a día con las noticias y las diversas manifestaciones culturales que vamos viviendo diariamente. El problema es que al confrontarlas creemos que los responsables son los agentes externos de la vida, como la pobreza, la clase política, los bancos, etc. Sin embargo esto no es sólo así, si bien ellos tienen ciertas culpas y responsabilidades amplias, tendríamos que ver nosotros cual es nuestro papel y nuestra responsabilidad en todo esto, porque no es posible que todos vayamos por la vida culpando a todos de las desgracias del mundo y creer que nosotros somos inocentes
Sobre esta realidad nos habla la liturgia de hoy. En el pasaje de evangelio nos encontramos con los fariseos un grupo judío que era bien considerado en esos tiempos, pues era el grupo de los estudiosos de la Ley, cualquier situación ellos la iluminaban con la vivencia de la Escritura. Sin embargo se presenta una dificultad y es que estos hombres en su afán de dar a conocer la Escritura habían generado una serie de leyes de pureza que en ciertos momentos era insostenible, pues se debían guardar todo tipo de situaciones y normas para evitar la impureza. No es que sea malo el lavarse las manos, lo malo fue cuando se decía que el hombre se volvía impuro precisamente por entrar en contacto con la realidad, con lo exterior.
Para Jesús eso es insostenible, no soporta que las cosas sean así lo exterior no puede hacer impuro al hombre, como es posible que lo que no esté en sí lo haga impuro. Y hay que aclarar que impuro no se refiere simplemente a estar sucio, o mugroso, sino que impureza remite precisamente a aquel que está imposibilitado para entrar en contacto con Dios. De ahí que la impureza provoca que el hombre se aparte de la presencia de Dios. Por esta razón no lo soporta Jesús, es inconcebible que por tocar algo externo el hombre quede imposibilitado para establecer un contacto con Dios.
De ahí que precisamente por eso los desenmascare: «Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre.» Lo que realmente hace impuro al hombre no es lo que toca sino lo que tiene en su interior, eso es lo que le daña, lo que le hiere, lo que le aparte de Dios. De nada sirve una práctica ritual externa, si al final de cuentas en nuestro interior vamos anidando una serie de sentimientos y pensamientos que son contrarios a los demás. Eso si es impureza, por ello Jesús termina diciendo que esa impureza, esas prácticas que alejan de Dios no está ni en los alimentos, ni en el polvo, sino que están en el corazón, en la sede de los pensamientos, es ahí donde comienza la corrupción, es ahí en donde inicia la destrucción del hombre y la separación plena y consiente con Dios: «es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre.»
Esto debería hacernos os pensar que a veces si hay corrupción, engaños y violencia no sólo es por el exterior, sino que también nosotros a veces contribuimos a esta realidad. Porque también somos violentos con nuestra familia y seres queridos, cuando les gritamos, los humillamos, e incluso los golpeamos. Somos mentirosos con aquellas situaciones que no nos conviene que salgan a la luz. Si hay corrupción es porque muchas veces somos nosotros quien la propiciamos para salir de una infracción, para acelerar trámites, para salir bien de una situación. No podemos quedarnos y decir que el mundo es malo, que el mundo está podrido, sino que debemos empezar a meditar realmente que tanto propicio yo ese mal.
Las cosas no cambian sólo porque nos quejemos, o porque lloremos, o señalemos a los demás, las cosas cambian sólo cuando queremos iniciar un cambio desde nuestro interior, cuando me vuelvo honesto y veraz, cuando ayudo a los que están cerca de mí, cuando dejo de ser un corrupto empedernido. Sólo cuando tomamos la determinación de iniciar un cambio podremos entonces iniciar una verdadera transformación en nuestro ser y en nuestro entorno. Si nos quejamos de muchas cosas, deberíamos primeramente descubrir hasta que punto voluntaria o involuntariamente hemos contribuido a ello, y sólo así las cosas cambiarán, de lo contrario seremos fariseos tratando de no tocar nuestra realidad, pero si señalándola, sin iniciar nunca un verdadero cambio. Porque como lo marca la segunda lectura: «La religiosidad pura y sin mancha delante de Dios, nuestro Padre, consiste en ocuparse de los huérfanos y de las viudas cuando están necesitados, y en no contaminarse con el mundo.» En otras palabras el verdadero hombre de fe transforma su entorno viendo por los demás y no encerrándose en sí mismo y señalando sin lograr un cambio auténtico, que el Señor nos ilumine y nos haga capaces de transformar nuestra vida.

26/8/09

Adiós querida parroquia…

Doy gracias a Dios porque me ha permitido estar en esta parroquia durante cuatro años que el Señor los bendiga a cada uno de sus miembros por todo lo que han hecho conmigo. Esta parroquia siempre estaré en mi corazón, ahí fui ordenado diácono, fui ordenado presbítero, ahí he iniciado mi ministerio y ahora que me tengo que ir sólo me queda decir dos cosas: Gracias y Adiós.
Gracias por su amistad, su amor, su entrega, su cariño, su empeño.
Adiós, porque me han exiliado y debo irme, pero ténganlo por seguro que nunca los olvidaré y tengan por segur que tengo un gran dolor en mi ser por esta partida.
Que Dios los bendiga, los ilumine y sobre todo que siempre lleguen con él, que es el camino, la verdad y la vida. Y sigan creciendo en su fe, alimentándose de su Palabra y de su sacramento. Ustedes dicen que han aprendido mucho de mi, pero realmente soy yo quien aprendió de ustedes, porque con ustedes inicie a ser pastor, amigo y hermano.
Gracias Señor por dejarme estar en esta extraordinaria comunidad! Gracias comunidad del Rodeo por todo su amor!
Adiós!!!

Eucaristía: Seguimiento de Jesús

Meditación del XXI Domimgo ordinario
Ciclo /B/

Textos:
Josué 24, 1-2a. 15-17.18b
Efesios 5, 21-32
Juan 6, 60-69

Concluye este domingo la lectura continuada del famoso discurso pronunciado por Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm y en el que el tema fundamental fue el de la presentación de su carne y de su sangre como verdadero alimento para la comunidad alternativa que él está fundando. El pasaje de hoy refleja las consecuencias de estos planteamientos en la comunidad, la crisis que ellos generan y el modo como la comunidad se anima a darles definitiva resolución.
«Este modo de hablar es into­lerable, ¿quién puede admitir eso?» Lo que resulta inaceptable a la comunidad no es tanto la expresión enigmática que invita a “comer y a beber la sangre” de Jesús, cuanto lo que esto significa en la mentalidad de los discípulos. Los discípulos no logran aceptar que la historia pobre y fracasada de Jesús, desde la perspectiva de la entrega total que lleva a la cruz, pueda ser camino de salvación para nadie. ¿Cómo puede el fracaso producir vida, liberación y salvación? Sus expectativas mesiánicas, cultivadas durante siglos, habían llevado a creer que sólo por el camino de la gloria, del éxito, de la fuerza y del poder se podría llegar al triunfo mesiánico y, a través de éste, a la plena realización de las promesas hechas desde antiguo al pueblo. Y debemos decir que las mismas esperanzas y la misma manera de entender la consecución de la felicidad y de la libertad de un pueblo que tenían los judíos son las que caracterizan el pensamiento de los hombres de hoy.
La propuesta de Jesús, en cambio, es mucho más radical y escandalosamente inaceptable. Implica, por un lado, darlo todo. El darlo todo significa, ante todo, darse uno mismo, como hace Dios, que no da “dones”, sino que el don es él mismo. Uno puede dar muchas cosas, pero reservarse a sí mismo. Y entonces, la dádiva no es de ningún modo riesgosa. Pero la donación de sí provoca vértigo porque otorga al receptor del don un cierto poder sobre el donante. Como el terrible poder que el hombre adquiere sobre Dios cuando éste se le entrega. Como el poder del católico sobre Cristo-Eucaristía, que, comulgándole puede alabarle con una vida convertida al amor y entregada a su señorío, o puede, por el contrario, profanarle con una vida caracterizada por el egoísmo y la cerrazón.
Sin esta visión resulta imposible hablar de liberación y de auténtica promoción de la persona humana. ¿Qué tipo de empresa sería conciliable con esta revolucionaria propuesta? ¿Qué manera de vivir nos haría empresarios cristianos, en vez de bondadosos y altruistas empresarios paganos? O, dicho de otra forma, ¿qué añade la referencia a Cristo –referente indispensable para que una actitud pueda ser considerada como cristiana- a la ya de por sí sorprendente generosidad de un simple pagano? Si tanto nos jactamos de tener al pensamiento social cristiano como marco de referencia para nuestro actuar en la sociedad, estas interrogantes no pueden seguir siendo aplazadas en nuestra propia revisión de vida.
«¿Esto los escandaliza? ¿Qué sería si vieran al Hijo del hom­bre subir a donde estaba antes?» El que se escandaliza de la propuesta de entrega total por la promoción de los demás (“comer la carne y beber la sangre de Jesús”), se escandaliza aun más de la idea de que esa actitud que culmina en el fracaso por la claudicación de todos los privilegios que la clase trae consigo sea la actitud de Dios mismo. Pablo dirá a los Filipenses que Cristo, “siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que, despojándose de sí mismo, asumió la condición de hombre, haciéndose siervo, obediente hasta la muerte y muerte de Cruz” (Flp 2,6s.). La decepción que experimentan los discípulos que escuchan por primera vez hablar así a su Maestro, no es mayor que la decepción de muchos de mis amables lectores que en este momento van siguiendo estas líneas. Es la decepción que a todos nos provoca la visión exagerada de Jesús. Sin embargo, no lo olvidemos, sin esa exageración, sin esa radicalidad, no hay seguimiento de Cristo, aunque haya una llamativa práctica religiosa, con Misas, comuniones y rosarios que la hagan más evidente. Nos cuesta trabajo creer que este sea el camino de la salvación y de la instauración del Reino en el mundo. La increencia del corazón sale a luz cuando se lo pone a prueba con exigencias tan radicales.
Jesús ahonda aún más en el escándalo de sus discípulos. Si ya la sola idea de una existencia pobre y humillada como camino de salvación les resulta inaceptable, peor aún cuando se les presenta el “subir” específico que Cristo propone. El “subir”, el triunfo que pasa por la muerte, es mucho más difícil de aceptar. En el evangelio de Juan, en general, “subir” es la alusión para referirse a la crucifixión de Jesús. Jesús “sube” precisamente en el momento en que es más honda su entrega y más definitiva su donación a los demás, y ese no es otro que el momento de la cruz. En el cristianismo, a diferencia de lo que plantea el pensamiento pagano, el subir consiste en… ¡bajar hasta el último lugar! Y ese lugar al que Él sube es “donde estaba antes”, en el sentido, de que Dios nunca ha dejado de ser entrega total, donación absoluta de sí. ¡Él es eternamente el crucificado!
Por supuesto que esto nos da miedo y ello causa el querer irse, el huir, escapar de nuestra situación, de lo que pensamos, pues Jesús nos cuestiona, nos sacude, no nos gusta la radicalidad de dar totalmente nuestras vidas a favor de los demás. Por eso nos dice el texto «muchos de sus discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con él”. Este abandono no es tanto prueba de un fracaso cuanto de una verdad. Si se hubiera propuesto como camino mesiánico el camino del poder, los seguidores habrían sido multitud; al proponer el absurdo camino de la pobreza y de la entrega total hasta la muerte, la desbandada se hace inevitable. Entonces Jesús nos pregunta directamente: «¿También ustedes quieren dejarme?» Sería muy benéfico que cada uno se planteara, de veras, si quiere seguir a un líder como éste. La puerta está abierta. Y nadie está obligado a quedarse. Que cada uno decida como quiere vivir. Jesús no nos obliga ha comienzado sin ellos y lo volverá a iniciar si es necesario.
Lo paradójico es que, a pesar del rechazo que sentimos ante la propuesta de Jesús, por otro lado intuimos que no podríamos vivir sin él. Y entonces hacemos nuestra la respuesta de Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eter­na; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios». De este modo, el discípulo va entrando, con temor y temblor, en el camino del seguimiento, probando paulatinamente la desgarradora experiencia de la entrega y de la vivencia radical del amor gratuito, sintiéndose en ocasiones abandonado por todos, incluso por Dios mismo, y pensando que su opción ha sido absurda e inútil. Pero, por otro lado, va sabiendo, poco a poco, lo que significa vivir en el Espíritu, y va degustando el sabor de esa vida que sabe a eternidad y que va otorgando ese sentido de plenitud que sólo Dios es capaz de suscitar en el hombre. Va experimentándose como libre, va superando todos sus miedos, ahondando sus vínculos con el universo, recuperando la armonía perdida y añorada; en una palabra, se va haciendo hombre verdadero. Esa es la expresión del crecimiento de fe, a quién más iríamos, es difícil amar, perdonar dar la vida, pero a quien más iríamos si sólo tu das el gozo, la felicidad y el sentido de nuestra vida, y por tanto la capacidad para esforzarnos y vivir el evangelio.
Al finalizar este extraordinario sexto capitulo nos queda muy claro que comulgar no es solamente algo ritual sino un compromiso de seguimento y cambio de vida, porque pudiera ser que salgamos de la Eucaristía y digamos que las palabras de Jesús han sido duras o bien salir y decir tu tienes esas palabras esa fuerza para iniciar un cambio en mi vida Señor.

Gracias a CCC.

16/8/09

Eucaristía: Verdadera comunión con la vida de Cristo

Meditación del XX Domingo Ordinario
Ciclo /B/

Textos:
Proverbios 9,1-6
Carta a los efesios 5,15-20
San Juan 6,51-58

El cristianismo a diferencia de las demás religiones es una religión sensible, de los sentidos y es que no se queda al nivel de los ritos o de las oraciones meramente externas, sino que parte de la experiencia de sentirse cercano. El cristiano no es el que se limita a orar y ya, o sólo asiste a rituales. EL cristiano es el que siente y se ace4rca a Dios, porque Dios no es alguien lejano a él, Dios es cercano y eso lo constatamos en primer lugar a lo largo de la historia de la salvación cuando el mismo Hijo de Dios, se hizo hombre para salvarnos. Y ese mismo Jesús se nos da en el sacramento de la eucaristía. Es donde Jesús se hace pan y vino por cada uno de nosotros y por tanto podemos tenerlo cerca, podemos palparlo, podemos comerlo, no es algo que esté alejado de nuestra vida, antes bien está cercano a nuestra historia, es cercano a nuestra realidad.
Y sobre esa realidad nos habla precisamente el evangelio de hoy en donde el mismo Jesús se presenta como el pan de la vida, pero sobre todo reconociéndose como aquel que da vida definitiva a aquellos que comen su carne y su sangre. Estos son dos símbolos antropológicos que permiten conocer con mayor profundidad lo que significa la comunidad creyente y el sacramento de la comunión
En primer lugar, al hablar de la carne estamos remitiendo, no simplemente a la piel, sino que nos referimos a la persona en su totalidad, la carne v dentro de la Escritura representa la persona con todo lo que ella es, su proyecto, sus sueños, su persona. Esa es su carne. Por tanto la carne de Cristo da vida, porque se da totalmente, se entrega sin medida, comulgar su carne es comulgar con su persona, con su Reino. Eso quiere4 decir que cuando nosotros comulgamos no sólo consiste en abrir la boca, sino que es algo más, es comulgar con su justicia, su amor, su misericordia, su perdón, su amor. El que se forma en la fila de la comunión es aquel que trata a toda costa de parecerse a Cristo. Es pensar como él, vivir como él, amar como él. De lo contrario sería algo contradictorio, pues comulgamos externamente pero no de manera interna, con nuestros actos.
En segundo lugar aparece la sangre que dentro del mundo bíblico representa la vida, y una vida que se entrega, que se desborda a favor de los demás. Comulgar se convierte en consecuencia en entregarse, en dar la vida a favor de los demás. Pasar a comulgar se convierte en un compromiso por ayudar a los demás, por ser solidarios, por dar mi vida a favor de otros, por dar mi tiempo a aquel que lo necesita, mi paciencia, mi cariño, mi compañía, sólo así se da la vida y la vida verdadera.
Seríamos unos verdaderos farsantes si nos formáramos en la fila de la comunión y después no hiciéramos nada de compromiso, si no diéramos nuestro tiempo a nuestra familia, si dejáramos de ser so0lidarios, si no viviéramos en el perdón o la misericordia, reduciríamos nuestra vida de fe a un sin sentido.
Comulgar entonces debe de llevarnos a esta transformación como lo dice el apóstol san Pablo en la segunda lectura del día de hoy: «No sean irreflexivos, sino traten de saber cuál es la voluntad del Señor. No se embriaguen que lleva al libertinaje; más bien, llénense del Espíritu Santo.» San Pablo nos pide que seamos reflexivos capaces de pensar bien las cosas antes de hacerlas, si comulgamos con el Cuerpo de Cristo entonces podemos tener los pensamientos de cristo e iniciar una vida nueva, que no sólo se mueve por nuestros impulsos, sino que es iluminada por Dios y su proyecto.
En segundo lugar nos dice que no nos embriaguemos, y la embriaguez no se refiere simplemente a tomar vino, sino a la actitud. Estar embriagado es perder el sentido de la realidad, es perder los pies en el mundo. Eso es la embriaguez. Cuando dejamos que lo superficial, nuestro egoísmo nos vaya dominado y no permitamos que sean los criterios de Cristo, los criterios del amor y la paz lo que guíen nuestros pasos. Cuando creemos que lo único que vale la pena es lo material, lo que está de moda, lo que es pasajero. Cuando ponemos en nuestra mente que nuestro egotismo y nuestro pecado es lo que rige la realidad, todo cae, todo pierde sentido, pesuelo no da la vida definitiva, sino que reducimos el esquema de nuestra vida y no nos abrimos a lo que vale la pena.
Este domingo nos invita a reflexionar realmente en lo que significa la comunión para nosotros y eso quiere decir que realmente debemos de cambiar de vida y dejar que sea Dios quien guíe nuestros criterios para seguir adelante.

15/8/09

¿Cómo llegar al cielo?

Meditación con motrivo de la Asunción de la Virgen María

Textos:
Apocalipsis 11,19;12,1.3-6.10
1Corintios 15,20-27
Lucas 1,39-56

El día de hoy la litugia celebra esta gran solemnidad en donde estamos invitados a conocer a la virgen María y descubrir cuál es nuestra meta definitiva en la vida: El encuentro con Dios. Si vemos a María subiendo a los cielos no es porque se lo mereciera por ser la madre de Jesús como si subir al cielo se tratara de tener influencias o títulos nobiliarios, más bien contemplar la asunción de la virgen es contemplar a María como la fiel discípula de Jesús que vivió intensamente el evangelio. Con ello todos estamos llamados a encontrarnos con Dios y subir a su presencia.
Podría surgir la duda: ¿Cómo llegar hasta allá? El texto del apocalipsis coloca varias pistas. Se nos habla de una mujer que va acompañada con varias imágenes llena de símbolos. Esta mujer es la figura de la Iglesia. En primer lugar nos describe que está rodeada por el sol, es decir que está protegida por Dios, Dios es quien la cuida. Si realmente queremos vivir el evangelio y ser fieles a él, debemos partir de la convicción de que no son nuestras fuerzas lo que nos ayudan a seguir adelante con este proyecto, sino que es precisamente Dios quien nos cuida y protege para salir adelante.
En segundo lugar nos dice que tiene la luna bajo sus pies. La luna parece remitirnos al orden del tiempo, pues en aquellos tiempos el calendario era lunar para los judíos, por tanto tener la luna bajo los pies es símbolo de tener dominio sobre la historia. No es que haya fuerzas o sucesos que nos dominen, al contrario, somos nosotros los que forjamos la historia. Con esto cae todo tipo de supersticiones y elevamos nuestra mirada solamente hacia Dios. El cristiano es un constructor de vida, de historia, de camino nuevo reforzado con la gracia de Dios.
Nos dice que tiene una corona con doce estrellas. Ello implica que ilumina, es reina pero en la medida que se vuelve luminaria para los hombres. Si puede formar un nuevo pueblo se debe precisamente a que tiene la capacidad de dar luz a los demás, de darle un nuevo sentido a la gente que le rodea. Ser cristiano no se limita simplemente a rezar, sino a iluminar, a animar, dar esperanza, dar una nueva óptica a los que viven cerca de él. Subir al cielo es fruto de la iluminación que hacemos hacia los demás.
Finalmente nos dice que va a dar a luz. La comunidad cristina es aquella que es portadora de vida, vive sólo y únicamente para dar vida. La fe no es posible entenderla si portamos muerte, destrucción, venganza o división. El cristiano porta la vida, el amor, la paz, la misericordia.
Con esta breve descripción el extraordinario texto bíblico nos da las pautas para llegar al cielo, para que alcancemos a Dios en nuestra vida: Dejar que sea Dios que nos proteja, no creer que todo lo podemos y hacemos nosotros, no creer que hay otras fuerzas que nos guían, dejar que sea Dios quien reine. Es necesario ser luz para los demás, así como portar el mensaje de la vida. Teniendo esto podremos vencer todo, venceremos al dragón que por más terrible e imponente que se vea, no se compara a la fuerza del amor, del evangelio, de la libertad que Cristo nos ofrece, pareceremos indefensos, débiles, pequeños ante los retos del mundo, pero capaces de vencer al monstruoso dragón, pues en nosotros vive algo que es superior y más fuerte: La experiencia de Dios. Una experiencia que vivió la virgen María y que a imitación de ella podremos vivirlo y ser elevados al cielo, a la presencia de Dios

8/8/09

«Se acostó y se quedó dormido…»

Meditación del XIX Domingo ordinario
Ciclo /B/

Textos:
1 Reyes 19,4-8
Efesios 4,30-32.5,1-2
San Juan 6,41-51
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Una de las realidades más catastróficas que se viven en este mundo son precisamente la falta de esperanza, el desánimo, la crisis, la falta de sentido en la vida. De ahí que podemos constatar en el mundo un aumento de suicidios que se van dando a lo largo del mundo, y es que se desea escapar totalmente de la vida, del entorno en el que se vive. En el fondo el que busca suicidarse es aquel que no quiere continuar adelante con su vida porque sus problemas, su trabajo, su familia, en una palabra toda su vida se ha vuelto insoportable. De este modo podemos constatar como las personas no quieren seguir adelante en su vida, porque todo es difícil, todo es fastidioso, todo se ha vuelto terrible y tratan de huir de todo esto.
Podemos ver también que las personas se van asilando, se van disgustando con todo, o buscan trabajar y trabajar para escapar de sus problemas, o incluso viven en una constante depresión, van por la vida con el ánimo caído, medio cabizbajo, sin una ruta fija por la vida, todo o ven negro y sólo anhelan la muerte.
Esto es precisamente de lo que nos habla la primera lectura del día de hoy. Se nos presenta al profeta Elías. Lo encontramos caminando en medio del desierto, y es que es un fugitivo, pues ha asesinado a los sacerdotes de Balan y ello le ha traído la ira de la Reina Jezabel quien ahora lo persigue a muerte. Por esta razón huye, y huye no sólo de la reina, huye de sí mismo y de Dios.
Él creía que al actuar con la autoridad de Dios todos se rendirían a sus pies, que todos debería de obedecerlo, que todo lo tendría ganado. Sin embargo, resulta ser que ahora es perseguido, que todo lo que él creía ganar, no lo ha conseguido, sólo el rechazo, la persecución, la ira de una reina que clama por su sangre.
Por esta razón huye, pero no huye con miedo, sino con desánimo, con tristeza, con desolación y frustración, sus planes se han venido abajo, su carera político–religiosa se ha frustrado. Él creía merecerlo todo, pero todo se ha acabado, creyó ser quien mostrara el sentido de lo real y con ello ganar el aplauso, pero no fue así. Ahora se siente triste, derrotado, defraudado por Dios.
Ante su frustración sólo le queda el reclamo, la tristeza, el anhelo de la muerte: «Se deseó la muerte y exclamó: "¡Basta ya, Señor! ¡Quítame la vida, porque yo no valgo más que mis padres!". Se acostó y se quedó dormido bajo la retama.» Se siente tan triste e incomprendido, tan fracasado que sólo quiere la muerte. Pero Dios no responde, Dios no le dice que si o que no, su grito queda atrapado en el silencio del desierto, sin respuesta, sin ánimo, sin solución. Podemos contemplar por tanto una escena en donde el hombre sumido en su desesperación grita al vacío. ¿Cuántas veces nos sucede así? Deseamos una respuesta que nos anime, un camino para seguir adelante, pero sólo encontramos la desolación y el anhelo de la muerte.
Este grito del profeta no es otro sino el grito del que tiene hastío por la vida. Cuántos al ver que sus hijos no están con ellos, se frustran y prefieren morir que co9nstemplar esa tristeza. O al ver que no tienen trabajo, que no tienen para dar de caomer a los suyos prefieren matarse y olvidar todo aquello. O los que viven solos, olvidaos por la vida y la historia, y quieren huir, porque no hayan sentido a su existencia en medio del abandono. O también los que fracasaron, que no alcanzaron lo que querían. O incluso podemos ver ahí a los que se les murió alguien y prefieren morir y olvidar su intranquilo y dolido corazón.
Y como respuesta el texto nos dice que se recuesta. Esto es un profundo signo bíblico, pues demuestra que al no poder encontrar la muerte el él se acuesta, como diciendo “Si tu no me mandas la muerte yo la tomo, me adelanto”. Es la imagen del hombre desesperado, que se deja morir, que se abandona a la destrucción, que se deprime y se encierra para no contemplar su dura realidad.
Sin embargo Dios no nos deja, no nos deja abandonados a nuestra suerte: «Un ángel lo tocó y le dijo: "¡Levántate, come!". » Aquí descubrimos al ángel, que representa a Dios que viene a nuestra vida y nos ayuda, que no nos deja. Por tanto, el texto pone de manifiesto que Dios no deja a su profeta a la deriva, al contrario viene a animarlo y por ello le da de comer. Darle de comer no es otra cosa sino que se restablezcan sus fuerzas. Con esto podemos comprender que cuando el hombre está triste y derrotado, no es que venga Dios a arreglarle sus problemas por arte de magia. No vemos al ángel destruyendo a la reina Jezabel, dándole fuerzas extraordinarias para que venza al enemigo, sino que le da pan, le da lo necesario para recuperar sus fuerzas, para que no se rinda. Él tiene que regresar a enfrentar sus problemáticas, sus conflictos, pero lo hace con la fuerza que Dios le ha dado.
Esto quiere decir que en medio de la tristeza más honda y profunda, Dios no nos deja ni abandona, sino que viene en nuestra ayuda, pero sólo a fortalecernos, sólo a darnos el ánimo y la fuerza que se requiere para salir adelante.
Pero a veces esto no ayuda, no siempre recibimos bien esa fuerza que nos levanta, que nos ayuda para seguir adelante, sino que la pasamos desapercibida. A veces hay gente que quiere ayudarnos, que nos aconseja, que nos sacude, que nos da cosas para que sigamos adelante, pero no queremos responder, es tanta nuestra tristeza y fracaso que recaemos en la misma situación. Esto nos lo presenta el texto, pues: «Comió, bebió y se acostó de nuevo.» Se vuelve a acostar, se vuelve a deprimir, no quiere saber de nada, ni de nadie, se tumba de nuevo.
Pero Dios busaca nuevos medios para sacarlo adelante, para reanimarlo y no quede en ese estado de total desolación y postración: «Pero el Ángel del Señor volvió otra vez, lo tocó y le dijo: "¡Levántate, come, porque todavía te queda mucho por caminar!".» Dios siempre pone nuevos caminos para salir adelante, para que salgamos avante de nuestros fracasos y derrotas, nunca nos deja solos. Nos da el alimento necesario para recuperar las fuerzas y seguir adelante: «Elías se levantó, comió y bebió, y fortalecido por ese alimento caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta la montaña de Dios, el Horeb.» Está dispuesto a la lucha, al cambio, a seguirá delante para encontrar a Dios y descubrir que su camino no es el de la fama, o del poder, sino que está llamado a encontrarse con Dios, por eso camina hacia el Horeb, el Monte de Dios, no es que camine para encontrar su propia autocomplacencia, sino el deseo de Dios y así ser un buen profeta, que busca y anhela las cosas de Dios. Tal vez muchos de nosotros vamos experimentando el fracaso porque nos buscamos a nosotros mismos, nuestros privilegios y famas, pero olvidamos a Dios.
Por tanto, descubrimos que en nuestra vida tenemos dos caminos ante la desilusión y el fracaso: o nos hundimos en él, y no descubrimos la fuerza que Dios nos da, o bien dejamos que nos alimente y nos ayude a seguir adelante, con la fuerza que él nos da, incluso asistir a misa es dejar que Dios nos alimente y nos fortalezca, pues como lo ha dicho en el mismo evangelio «Yo soy el Pan de la vida», es decir yo soy el que alimenta, el que da vida, y no se refiere a la vida física, sino a la vida en plenitud, lo que da sentido a nuestro caminar. Que cada vez que comulguemos permitamos que vaya fortaleciendo nuestro espíritu para salir adelante en medio de nuestra historia.

7/8/09

Shema Israel...

Meditación con motivo del sabado XVIII de tiempo ordinario
Ciclo ferial /I/
Año impar

Textos:
Deuteronomio 6,4-13
San Mateo 17,14-20

Vivimos en un mundo totalmente sordo, y cuando digo sordo no me refiere a un problema auditivo en los oídos, sino un problema, auditivo en nuestro corazón, en nuestra persona. No nos gusta escuchar a los demás, porque creemos que lo que el otro dice es aburrido, no puede enseñarme nada, cayendo en una especie de soberbia en donde creemos conocerlo todo. O bien no escuchamos porque lo que nos dice atenta contra lo que nosotros pensamos, y no queremos cambiar de parecer, no queremos cambiar nuestra manera de ser, siendo cerrados a lo que otros nos proponen. No escuchamos a veces porque tenemos muchas ideas en nuestra cabeza, y para que queremos escuchar otras cosas si no podemos ni escuchar las nuestras cayendo en un egoísmo radical, en donde los demás no me importan.
Vivimos en un mundo en el que nos hacemos sordos a los demás porque creemos que nada nos pueden enseñar o decir, o peor aún no nos interesa la vida de los demás. Por esta razón el día de hoy la liturgia coloca esta realidad al colocarnos el principal mandamiento que Dios entregó a su pueblo en el desierto: « Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. » En este mandamiento lo primero que se pide es precisamente “Escuchar”. Si bien el mandamiento invita al amor de Dios sobre todas las cosas, también es cierto, que antes de vivir esa experiencia de amor, se requiere sobre todo la capacidad de escucha. En otras palabras es imposible amara Dios si no se le escucha.
Esto nos confronta fuertemente el día de hoy pues muchas veces no conocemos ni amamos a Dios porque no lo escuchamos, porque no sabemos qué es lo que nos pide, no entendemos quien es él. La veredera experiencia del amor surge precisamente cuando somos capaces de escuchar al otro. Por esta razón la verdadera conflictiva de nuestra sordera espiritual es precisamente que nosotros no queremos escuchar a los demás, porque en el fondo somos egoístas y egocéntricos incapaces de abrir el oído y por consecuencia, el corazón hacia mis hermanos.
Sin lo pensamos bien muchos de los problemas de la familia se dan porque no escuchamos, y de ese modo es más complicado demostrar el amor hacia los demás. Cuantas veces ignoramos y no escuchamos a la pareja o a los hijos. Todo hombre tiene una misión: Amar. Y si no lo logramos muchas veces o decimos que el amor se ha acabado seguramente es porque lo que realmente se ha acabado es la capacidad y la pciencia para escuchar a los demás y sólo nos escuchamos a nosotros mismos y nuestros intereses, sin descubrir al otro y lo importante que es con su vida y sus ideales.
Podemos descubrir entonces que este mandamiento que invita a mar a Dios tiene como base la capacidad de la escucha. Sin la escucha podemos renunciar al amor y a todo lo demás, porque seremos seres encerrados en nosotros mismos.
Este texto es conocido para los judíos como “Shema” (es decir, ‘escucha’) y lo deben de recitar siempre los judíos para recordar que lo importante es Dios, pero sobre todo para recordar que la base del encuentro con Dios es la escucha de su Palabra, la cual es capaz de dar la fuerza para proseguiré el camino y lograr el objetivo primordial que es amar a Dios sobre todo. Tendríamos que preguntarnos qué tan capaces hemos sido de escuchar a Dios en nuestra vida, pero para iniciar qué tanto hemos escuchado a los demás en nuestra vida, para que de ahí descubramos cuánto amor tengo o he dejado de tener para con los demás. Y si descubrimos que vamos fallando porque no pedirle como aquel padre que le suplica a Jesús en el texto del evangelio, pidiendo la fe para creer en su palabra, pero también por qué no le pedimos un corazón que escuche.

5/8/09

La Gloria de Dios

Meditación para la fiesta de la Transfiguración del Señor

Textos:
Daniel 7,9-10.13-14
Salmo 97
San Marcos 9,2-10

El día de hoy la Iglesia celebra esta festividad de la Transfiguración del Señor. Una permite reconocer algo muy importante: la gloria de Dios. El texto de san Marcos nos presenta a Jesús transfigurándose, poniendo sus vestidos blancos como símbolo de su pertenencia al mundo divino y por otro lado, la nube que cubre a los apóstoles. Con ello, san Marcos trata de aproximar una especie de visión mística que tuvieron los discípulos que contemplaron esa gloria de Jesús.
La Gloria de Dios es una de las características fundamentales que tiene Dios y creo conveniente, con motivo de esta fiesta meditar un poco sobre ella.
Al hablar de la gloria de Dios estamos remitiendo a un vocablo hebreo que es Kabod, una palabra que en sus orígenes nos remite a la idea de peso, de algo que es pesado. Aplicado a la Gloria, implicaría que es algo de peso, algo que tiene poder, influencia. De ahí que la palabra Gloria nos remitirá ciertamente a esa experiencia de fuerza, de poder que influye en las decisiones del mundo. Si hablamos de la gloria de Dios implica entonces hablar de esa fuerza que viene de Dios, de su poder creador, de su poder misericordiosos. Contemplar por tanto, la gloria de Dios no es otra cosa sino ver el poder y la fuerza de Dios en el hombre y la creación, un poder e influencia que es creativa, que es transformante, misericordiosa.
De este modo, cuando nosotros hablamos de la Gloria de Dios estamos hablando de su fuerza y poder en la historia, y esto no es otra cosa sino su amor y perdón que reina y renueva la creación. Contemplar su Gloria es contemplar su amor. Cantar Gloria a Dios es alabarlo pidiendo su amor a nuestras vidas; es cantar la misericordiosa acción de Dios en nuestra historia.
Pero es el texto de la primera lectura quien pudiese aproximarnos más a lo que es esta Gloria de Dios y su repercusión en neutras vidas.
Comencemos diciendo que el extraordinario texto del profeta Daniel 7, es de gran importancia para la teología bíblica sobre todo del Nuevo Testamento. Comencemos diciendo que el texto que hemos escuchado en este día se coloca después de cuatro visiones que ha tenido en donde se han presentado cuatro bestias monstruosas un león, un osos, un leopardo y una cuarta bestia terrible que en sí misma no tiene aspecto parecido a ningún animal para poner en evidencia que es una bestia totalmente grotesca y la peor de todas, que en su bestialidad no hay límites. Estas bestias son aquellos imperios que a lo largo de la historia se han opuesto al plan de Dios.
Justamente después de estas visiones se presenta el juicio y he aquí en donde se centra nuestro pasaje. Aparece este anciano vestido de blanco. Este hombre representa a Dios, por un lado porque las vestiduras blancas reflejan el mundo de Dios, mientras que los cabellos blancos nos recuerdan la sabiduría de alguien, por tanto, este anciano pertenece al mundo de Dios y posee la Sabiduría en plenitud. Este simbolismo parece adentrarnos precisamente en lo que es la Gloria de Dios. Es la capacidad de vestir de blanco, es decir de adentrarnos en el mundo de Dios. La Gloria de Dios no es de exclusivismos o de zonas VIP, sino es capacidad de entrada. Contemplar la Gloria debe ayudarnos a entrar en la vida de Dios. Y si entramos en esa Gloria, quiere decir que debemos tener una nueva visión de las cosas y de la vida misma. Eso son los cabellos Blancos, la capacidad de tener Sabiduría, de descubrir que en la vida hay algo más, descubrir que la vida tiene un horizonte de futuro lleno de esperanza. Entrar a la Gloria es tener la capacidad de tener una nueva perspectiva con la ayuda de Dios.
El texto añade algo más a la descripción«su trono, llamas de fuego, con ruedas de fuego ardiente.» El fuego dentro de la Escritura representa la fuerza de Dios o su juicio. Detengámonos en el primer simbolismo: La fuerza. Si Dios tiene un trono de fuego quiere decir que reina para dar valor, dar su fuerza al hombre. La Gloria de Dios no es simplemente para sorprendernos de Dios por lo grande y majestuoso que es, sino que decir que Dios tiene Gloria implica reconocer que ese Dios que adoramos está cerca de nosotros, está en nuestras vidas y nos transforma y renueva. Hablar de la Gloria de Dios, es hablar de la fuerza que Dios nos da para salir adelante y cambiar nuestra vida, puesto que al ser distinto provocamos que otros alaben a Dios y dejen que también en ellos entre esa fuerza transformadora.
Esta idea va ligada al juicio como lo podemos ver en el mismo texto. Este anciano parece para juzgar tal y como lo dice el texto: «El tribunal se sentó y fueron abiertos unos libros.»Y aparece precisamente para juzgar a aquellos que han hecho el mal, para juzgar a esos imperios bestiales que han destruido al pueblo. Con esto podemos comprender entonces que la Gloria de Dios no es otra cosa sino precisamente eso. La acción de Dios que viene a juzgar y a quitar a aquello que limita la vida del hombre, que viene a destruir aquellas situaciones bestiales que destruyen y carcomen la existencia humana.
Por tanto, el texto nos presenta a Dios que viene a juzgar, y precisamente ese juicio el signo de la Gloria de Dios. Contemplar la Gloria no es otra cosa sino la capacidad para que Dios entre y nos libere del maligno, es contemplar la bondad de Dios y permitir que arroje todo nuestro pecado. La Gloria de Dios, por tanto debe liberarnos totalmente, no es simplemente decir que es poderoso, sino que debemos ser capaces de de permitir que entre en nuestras vidas y nos libere, sólo así podemos decir que vemos la Gloria de Dios.
Junto al anciano aparece esta misteriosa figura del Hijo del Hombre, que hace referencia contraria a las bestias. Es como si el texto nos dijiera que una vez que las bestias han sido eliminiadas, aparece la humanidad. Quitar a las bestias es permitir paso a la humasnidad. Esto quiere decir que cuando Dios nos libera nos humaniza. La Gloria de Dios se convierte precisamente en un motor de humanización.
De este modo, la Gloria de Dios se convierte no simplemente en algo que debamos contemplar, sino que se convierte en una fuerza motora que es capaz de liberarnos, es capaz de iniciar en nosotros una vida nueva. La Gloria de Dios no sólo es contemplativa, sino puesta en marcha.
Ante esta fiesta de la Transfiguración en donde Pedro, Santiago y Juan vieron la Gloria de Jesús, deberíamos meditar que tanto hemos visto la Gloria de Dios en nuestra vida, ¿Que tanto hemos entrado en relación con Dios?, ¿Qué papel tiene en nuestra vida?, ¿Qué capacidad de fuerza tenemos en nuestra historia?, pero sobre todo ¿Qué tanto hemos dejado que su Gloria sea en nosotros un motor de liberación, que nos haga más humanos? Y al decir más humanos implica decir más comprensivos, más pacientes, más serviciales, porque así dejamos que la magnificencia de Dios se haga presente en nostros.

4/8/09

... y vieron la tierra prometida

Meditación con motivo del miercoles XVIII de tiempo ordinario
Ciclo ferial /I/
Año impar
Textos:
Números 13,1-2.25-33.14,1.26-29
San Mateo 15,21-28
Muchas veces en la vida nos la vivimos quejando, ya sea porque no nos gustan las cosas, o bien porque son complicadas, e incluso porque parece que no nos ayudan en nada, sin embargo, no somos capaces de reconocer lo que podemos hacer y de lo que somos capaces de realizar. Esto se agrava aún más cuando empezamos a quejarnos de Dios porque pareciera que está en nuestra contra, que no nos favorece en nada, o más bien porque no nos cumple nuestros caprichos o queremos que todo nos lo de sencillito y “en la boca”.
El día de hoy el texto del libro de Números nos presenta la exploración por la tierra prometida de parte del pueblo de Israel, y encontramos una situación complicada, pues no vemos que se emociones, que se llenen de gusto por lo que Dios les otra, al contrario se quejan y ponen pretextos: «¡Qué poderosa es la gente que ocupa el país! Sus ciudades están fortificadas y son muy grandes.» Con estas expresiones lo que se trata de hacer es precisamente mostrar que es complicado y que rebaza sus expectativas. Ellos esperaban que la tierra fuera pacifica, sin nadie, un paraíso esperándolos, pero no es así es necesario que se conquiste y se valore.
Muchas veces somos así queremos que Dios nos de todo de inmediato. Queremos la salud pero no queremos quedarnos ni tomar medicamentos, queremos buenas calificaciones, pero sin estudiar, queremos amistades, pero sin trabajarlas, sin ayudarlos, sin estar con ellos y apoyarlos, simplemente que os favorezcan. La tierra prometida es el signo de las promesas de Dios que se llevan a plenitud, pero ello implica trabajo, esfuerzo, para alcanzarlo.
Llegar a la tierra prometida implica por tanto luchar y no poner pretextos como ellos: «Vimos a los gigantes - los anaquitas son raza de gigantes - Nosotros nos sentíamos como langostas delante de ellos, y esa es la impresión que debimos darles.» Con esta descripción de los gigantes se nos muestra que ellos ven enormes los problemas en esa tierra, que son cosas que no pueden resolver. Con esta expresión tratan por un lado de desanimarse, y por otro de darle un cierto descredito a Dios, pues no está cumpliendo sus promesas, además de que con esto espera que Dios actúe, que Dios transforme todo.
Pero si el hombre no quiere esforzarse, no quiere madurar, Dios tampoco cumple sus antojos. Él los liberó, los ha guiado por el desierto, les da una tierra, ahora sólo les toca tomarla, esforzarse y madurar, sin embargo ellos no quieren nada, quieren que todo se resuelva automáticamente. Pero ellos se rinden y claudican por ello Dios debe hacerlos madurar dando sentencia: «Por haber protestado contra mí, sus cadáveres quedarán tendidos en el desierto: los cadáveres de todos los registrados en el censo, de todos los que tienen más de veinte años.» Con esto no es que Dios esté castigándolos, es una reprimenda par que se den cuenta del mal que hacen, y que si ellos no quieren esforzarse por alcanzar la promesa entonces perecerán sin obtenerla, porque su queja los lleva hasta eso.
Sin embargo, si el hombre lucha, se esfuerza, todo lo podrá alcanzar. Eso se ve claramente en el evangelio del día de hoy, esa mujer Sirio-fenicia fue ignorada por Jesús al inicio, pero no desistió, sino que se esforzó y logró la liberación de su hija.
Todos tenemos una tierra prometida que Dios nos da pero podemos quedarnos con nuestra apatía y cerrazón, quejándonos simplemente como los judíos o bien podemos ser insistentes, luchar, tener fe como aquella mujer y alcanzar lo que deseamos. La decisión es nuestra.

2/8/09

Eucaristía: Trascender lo material

Meditación del XVIII domingo Ordinario
Ciclo /B/

Textos:
Éxodo 16,2-4.12-15
Salmo 77
Carta a los Efesios 4,17.20-24
San Juan 6,24-35


Una problemática en la vida del hombre es la búsqueda desmedida de cosas materiales, se puede vislumbrar una tensión desmedida por querer comprar o adquirir cosas materiales porque presentan un falso paraíso de la felicidad. Se ve la búsqueda ávida del dinero que parece ofrecer el sentido de la vida e incluso la ideologías cargadas de un gran materialismo como la moda, el tener estilo, el vestir de marca, el hedonismo que se limita todo a lo material, que encierra la vida del hombre en lo meramente pasajero. De ahí que se abarrote la gente al escuchar cualquier tipo de oferta, de promoción y sin pensarlo se lanza a la aventura para alcanzar lo que se ofrece; y muchas veces ni siquiera se piensa si se necesita, simplemente se compra porque está de oferta, creyendo así que ahí está la felicidad.
Estamos en un mundo de un a búsqueda desmedida de lo material, para obtener así lo que nos de el confort o la misma felicidad. Sobre esta realidad parece que nos hablan las lecturas del día de hoy.
La primera lectura tomada del libro del éxodo nos presenta el camino del pueblo de Israel por el desierto una vez que han salido de Egipto. Y ahí en medio del desierto, lugar para encontrarse con Dios y su vocación a la libertad comienzan a protestar y añorar las ollas de carne. No es que sea malo sentir hambre, lo malo es vivir añorando el pasado, el tener hambre de las cosas que no valen la pena, de una búsqueda del pan verdadero.
Si el pueblo ha salido de Egipto implica que hay algo nuevo en su vida, pero el pueblo de Israel sigue aferrado a lo antiguo y no descubre la novedad. Podemos descubrir entonces que el verdadero obstáculo para alcanzar la libertad no fue el faraón, ni el mar rojo, o los enemigos que se pudiesen encontrar en el árido desierto, sino que son ellos mismos que no se abrieron a Dios, que no descubren sus dones, su fuerza.
Pero aún ahí en medio de su protesta y su murmuración Dios hace suscitar una nueva expectativa de salvación para saciar al hombre. Lo hace para que reconozcan un nuevo alimento que viene de Dios, par que no se esclavicen, sino que vean la novedad, sino que se abran a la novedad.
Con esta acción el pueblo de Israel de abrirse a la acción d Dios, levantar la vista y descubrir el Maná que viene del cielo, es momento par descubrir que siempre hay algo nuevo, algo diferente que nos ayuda a descubrir que Dios que no nos abandona y darse la oportunidad de descubrir que Dios nos da cosas nuevas, situaciones que nos ayudan a cambiar nuestra historia.
Nosotros muchas veces somos así, vivimos en el pasado, anhelando lo anterior, no somos capaces de ver la novedad que nos da Dios. Pensamos en el dinero, en la envidia, en la ropa, en los artículos de moda. Sólo vivimos soñando, anhelando muchas cosas materiales, pero nunca descubrimos todo lo que Dios nos da; como por ejemplo El amor, la familia, la paz la reconciliación, la amistad. A veces nos volvemos ciegos esperando otras realidades materiales.
Un problema que se suma a este materialismo se da cuando creemos que Dios sólo sirve para proveer nuestros caprichos. Y el evangelio nos lo da a entender claramente: «Ustedes me buscan, no porque habéis visto los signos, sino porque comieron el pan y se saciaron.» Ellos buscan a Jesús porque les dio pan y se saciaron, no lo buscan porque hayan entendido el signo de la multiplicación de los panes, sino porque buscan su conveniencia, buscan lo material, buscan el pan gratuito. No son gente de fe, no buscan el sentido de su cercanía con Cristo, sólo se han quedado a un nivel utilitarista. Se alejan de la fe y no viven en una fe que renueva y transforma.
A veces somos así, asistimos a nuestros cultos, a nuestras oraciones, a nuestras bendiciones, pero no lo hacemos para descubrir lo que Dios nos quiere enseñar, lo que Dios quiere iluminar en mi vida, con su palabra, con sus acontecimientos. Sino que vamos a encontrarnos con Dios, a orarle, a comulgar pero para que nos vaya bien, para nuestras supersticiones, para que nos ayude: Cuántos vienen a orar para que Dios le de el premio de la lotería, para que le de un coche, para que se encuentre dinero, para que le vaya bien, para que saque una buena calificación, para que me de un novio, etc. Una serie de peticiones y de oraciones y de celebraciones que tienen todo menos una viuda de fe.
Tendríamos que preguntarnos qué tanta fe tenemos, qué tanto permitimos que Dios nos guíe; o bien qué tanto tratamos de manipular a Dios en nuestras vidas, utilizándolo a nuestra conveniencia, para que nos de lo que queremos. Realmente buscamos a Dios llenos de una fe pura y limpia, desinteresada y llena de un convencimiento que transforma nuestra vida.
Podemos decir que nuestra fe está prostituida, porque en realidad buscamos a Dios para encontrarnos con otros intereses. Es una fe interesada en lo material pero no interesada en encontrar a Dios.
Lo importante de la multiplicación de los panes es la fe que se debe de suscitar, el encuentro con Cristo. No con lo material, por eso Jesús inmediatamente los denuncia.
Lo esencial es buscar a Cristo, y purificar nuestra fe de lo meramente materialista y utilitarista. Sólo Cristo puede saciar nuestra hambre de infinito y de inmortalidad. Cristo es ese Pan de vida que da sentido a nuestra hambre espiritual. Cada vez que venimos a la Eucaristía deberíamos caer en la cuenta de que nos encontramos con el cuerpo de Jesús. De que comulgamos a Cristo, un alimento que no es para saciar el vientre, lo material, sino para dar plenitud a nuestra vida.
Al contemplar la Eucaristía deberíamos caer en cuenta de que este mundo no e sólo materialista, y deberíamos de ser invitados a trascender lo material, a descubrir que no podemos quedarnos con lo meramente pasajero, lo meramente terrenal, sino que ha de trascender y renovar toda nuestra vida. Comulgar debe ser el encuentro con Jesús y descubrir que no requerimos de otras realidades sino sólo y únicamente Él. Sólo Dios llena, sólo Dios sacia. Si bien es necesario lo material, también lo espiritual, porque al dejar que Cristo entre se llena la experiencia del amor, de la paz, de la misericordia, que son situaciones meramente espirituales que tanto requerimos en nuestra historia.
El creyente es invitado a venir cada domingo a la celebración de la Eucaristía para encontrarse con la comunidad, con Cristo y descubrir que la vida no se encierra en lo meramente material, sino que hay algo más que le llena, le ilumina y le ayuda para seguir adelante.
De tal manera que hoy somos invitados a descubrir el sentido real de nuestra vida y no quedar atorados en lo material, o en una fe utilitarista- caprichosa, sino a encontrarnos con Cristo. Esto implica dejar nuestra mentalidad materialista, y revestirnos de Dios, dejar que el nos llene, nos sacie como el mismo san Pablo nos lo ha dicho hoy en la segunda lectura: «Despojense del viejo hombre, que está corrompido por los deseos engañosos, renovaos en el espíritu de su mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.» revistámonos de una nueva fe encontrándonos con Jesús y animándonos a seguir adelante, teniendo por seguro que Dios no nos deja ni abandona.