26/8/09

Eucaristía: Seguimiento de Jesús

Meditación del XXI Domimgo ordinario
Ciclo /B/

Textos:
Josué 24, 1-2a. 15-17.18b
Efesios 5, 21-32
Juan 6, 60-69

Concluye este domingo la lectura continuada del famoso discurso pronunciado por Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm y en el que el tema fundamental fue el de la presentación de su carne y de su sangre como verdadero alimento para la comunidad alternativa que él está fundando. El pasaje de hoy refleja las consecuencias de estos planteamientos en la comunidad, la crisis que ellos generan y el modo como la comunidad se anima a darles definitiva resolución.
«Este modo de hablar es into­lerable, ¿quién puede admitir eso?» Lo que resulta inaceptable a la comunidad no es tanto la expresión enigmática que invita a “comer y a beber la sangre” de Jesús, cuanto lo que esto significa en la mentalidad de los discípulos. Los discípulos no logran aceptar que la historia pobre y fracasada de Jesús, desde la perspectiva de la entrega total que lleva a la cruz, pueda ser camino de salvación para nadie. ¿Cómo puede el fracaso producir vida, liberación y salvación? Sus expectativas mesiánicas, cultivadas durante siglos, habían llevado a creer que sólo por el camino de la gloria, del éxito, de la fuerza y del poder se podría llegar al triunfo mesiánico y, a través de éste, a la plena realización de las promesas hechas desde antiguo al pueblo. Y debemos decir que las mismas esperanzas y la misma manera de entender la consecución de la felicidad y de la libertad de un pueblo que tenían los judíos son las que caracterizan el pensamiento de los hombres de hoy.
La propuesta de Jesús, en cambio, es mucho más radical y escandalosamente inaceptable. Implica, por un lado, darlo todo. El darlo todo significa, ante todo, darse uno mismo, como hace Dios, que no da “dones”, sino que el don es él mismo. Uno puede dar muchas cosas, pero reservarse a sí mismo. Y entonces, la dádiva no es de ningún modo riesgosa. Pero la donación de sí provoca vértigo porque otorga al receptor del don un cierto poder sobre el donante. Como el terrible poder que el hombre adquiere sobre Dios cuando éste se le entrega. Como el poder del católico sobre Cristo-Eucaristía, que, comulgándole puede alabarle con una vida convertida al amor y entregada a su señorío, o puede, por el contrario, profanarle con una vida caracterizada por el egoísmo y la cerrazón.
Sin esta visión resulta imposible hablar de liberación y de auténtica promoción de la persona humana. ¿Qué tipo de empresa sería conciliable con esta revolucionaria propuesta? ¿Qué manera de vivir nos haría empresarios cristianos, en vez de bondadosos y altruistas empresarios paganos? O, dicho de otra forma, ¿qué añade la referencia a Cristo –referente indispensable para que una actitud pueda ser considerada como cristiana- a la ya de por sí sorprendente generosidad de un simple pagano? Si tanto nos jactamos de tener al pensamiento social cristiano como marco de referencia para nuestro actuar en la sociedad, estas interrogantes no pueden seguir siendo aplazadas en nuestra propia revisión de vida.
«¿Esto los escandaliza? ¿Qué sería si vieran al Hijo del hom­bre subir a donde estaba antes?» El que se escandaliza de la propuesta de entrega total por la promoción de los demás (“comer la carne y beber la sangre de Jesús”), se escandaliza aun más de la idea de que esa actitud que culmina en el fracaso por la claudicación de todos los privilegios que la clase trae consigo sea la actitud de Dios mismo. Pablo dirá a los Filipenses que Cristo, “siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que, despojándose de sí mismo, asumió la condición de hombre, haciéndose siervo, obediente hasta la muerte y muerte de Cruz” (Flp 2,6s.). La decepción que experimentan los discípulos que escuchan por primera vez hablar así a su Maestro, no es mayor que la decepción de muchos de mis amables lectores que en este momento van siguiendo estas líneas. Es la decepción que a todos nos provoca la visión exagerada de Jesús. Sin embargo, no lo olvidemos, sin esa exageración, sin esa radicalidad, no hay seguimiento de Cristo, aunque haya una llamativa práctica religiosa, con Misas, comuniones y rosarios que la hagan más evidente. Nos cuesta trabajo creer que este sea el camino de la salvación y de la instauración del Reino en el mundo. La increencia del corazón sale a luz cuando se lo pone a prueba con exigencias tan radicales.
Jesús ahonda aún más en el escándalo de sus discípulos. Si ya la sola idea de una existencia pobre y humillada como camino de salvación les resulta inaceptable, peor aún cuando se les presenta el “subir” específico que Cristo propone. El “subir”, el triunfo que pasa por la muerte, es mucho más difícil de aceptar. En el evangelio de Juan, en general, “subir” es la alusión para referirse a la crucifixión de Jesús. Jesús “sube” precisamente en el momento en que es más honda su entrega y más definitiva su donación a los demás, y ese no es otro que el momento de la cruz. En el cristianismo, a diferencia de lo que plantea el pensamiento pagano, el subir consiste en… ¡bajar hasta el último lugar! Y ese lugar al que Él sube es “donde estaba antes”, en el sentido, de que Dios nunca ha dejado de ser entrega total, donación absoluta de sí. ¡Él es eternamente el crucificado!
Por supuesto que esto nos da miedo y ello causa el querer irse, el huir, escapar de nuestra situación, de lo que pensamos, pues Jesús nos cuestiona, nos sacude, no nos gusta la radicalidad de dar totalmente nuestras vidas a favor de los demás. Por eso nos dice el texto «muchos de sus discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con él”. Este abandono no es tanto prueba de un fracaso cuanto de una verdad. Si se hubiera propuesto como camino mesiánico el camino del poder, los seguidores habrían sido multitud; al proponer el absurdo camino de la pobreza y de la entrega total hasta la muerte, la desbandada se hace inevitable. Entonces Jesús nos pregunta directamente: «¿También ustedes quieren dejarme?» Sería muy benéfico que cada uno se planteara, de veras, si quiere seguir a un líder como éste. La puerta está abierta. Y nadie está obligado a quedarse. Que cada uno decida como quiere vivir. Jesús no nos obliga ha comienzado sin ellos y lo volverá a iniciar si es necesario.
Lo paradójico es que, a pesar del rechazo que sentimos ante la propuesta de Jesús, por otro lado intuimos que no podríamos vivir sin él. Y entonces hacemos nuestra la respuesta de Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eter­na; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios». De este modo, el discípulo va entrando, con temor y temblor, en el camino del seguimiento, probando paulatinamente la desgarradora experiencia de la entrega y de la vivencia radical del amor gratuito, sintiéndose en ocasiones abandonado por todos, incluso por Dios mismo, y pensando que su opción ha sido absurda e inútil. Pero, por otro lado, va sabiendo, poco a poco, lo que significa vivir en el Espíritu, y va degustando el sabor de esa vida que sabe a eternidad y que va otorgando ese sentido de plenitud que sólo Dios es capaz de suscitar en el hombre. Va experimentándose como libre, va superando todos sus miedos, ahondando sus vínculos con el universo, recuperando la armonía perdida y añorada; en una palabra, se va haciendo hombre verdadero. Esa es la expresión del crecimiento de fe, a quién más iríamos, es difícil amar, perdonar dar la vida, pero a quien más iríamos si sólo tu das el gozo, la felicidad y el sentido de nuestra vida, y por tanto la capacidad para esforzarnos y vivir el evangelio.
Al finalizar este extraordinario sexto capitulo nos queda muy claro que comulgar no es solamente algo ritual sino un compromiso de seguimento y cambio de vida, porque pudiera ser que salgamos de la Eucaristía y digamos que las palabras de Jesús han sido duras o bien salir y decir tu tienes esas palabras esa fuerza para iniciar un cambio en mi vida Señor.

Gracias a CCC.

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