Meditación del XIX Domingo ordinario
Ciclo /B/
Textos:
1 Reyes 19,4-8
Efesios 4,30-32.5,1-2
San Juan 6,41-51
Efesios 4,30-32.5,1-2
San Juan 6,41-51
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Una de las realidades más catastróficas que se viven en este mundo son precisamente la falta de esperanza, el desánimo, la crisis, la falta de sentido en la vida. De ahí que podemos constatar en el mundo un aumento de suicidios que se van dando a lo largo del mundo, y es que se desea escapar totalmente de la vida, del entorno en el que se vive. En el fondo el que busca suicidarse es aquel que no quiere continuar adelante con su vida porque sus problemas, su trabajo, su familia, en una palabra toda su vida se ha vuelto insoportable. De este modo podemos constatar como las personas no quieren seguir adelante en su vida, porque todo es difícil, todo es fastidioso, todo se ha vuelto terrible y tratan de huir de todo esto.
Podemos ver también que las personas se van asilando, se van disgustando con todo, o buscan trabajar y trabajar para escapar de sus problemas, o incluso viven en una constante depresión, van por la vida con el ánimo caído, medio cabizbajo, sin una ruta fija por la vida, todo o ven negro y sólo anhelan la muerte.
Esto es precisamente de lo que nos habla la primera lectura del día de hoy. Se nos presenta al profeta Elías. Lo encontramos caminando en medio del desierto, y es que es un fugitivo, pues ha asesinado a los sacerdotes de Balan y ello le ha traído la ira de la Reina Jezabel quien ahora lo persigue a muerte. Por esta razón huye, y huye no sólo de la reina, huye de sí mismo y de Dios.
Él creía que al actuar con la autoridad de Dios todos se rendirían a sus pies, que todos debería de obedecerlo, que todo lo tendría ganado. Sin embargo, resulta ser que ahora es perseguido, que todo lo que él creía ganar, no lo ha conseguido, sólo el rechazo, la persecución, la ira de una reina que clama por su sangre.
Por esta razón huye, pero no huye con miedo, sino con desánimo, con tristeza, con desolación y frustración, sus planes se han venido abajo, su carera político–religiosa se ha frustrado. Él creía merecerlo todo, pero todo se ha acabado, creyó ser quien mostrara el sentido de lo real y con ello ganar el aplauso, pero no fue así. Ahora se siente triste, derrotado, defraudado por Dios.
Ante su frustración sólo le queda el reclamo, la tristeza, el anhelo de la muerte: «Se deseó la muerte y exclamó: "¡Basta ya, Señor! ¡Quítame la vida, porque yo no valgo más que mis padres!". Se acostó y se quedó dormido bajo la retama.» Se siente tan triste e incomprendido, tan fracasado que sólo quiere la muerte. Pero Dios no responde, Dios no le dice que si o que no, su grito queda atrapado en el silencio del desierto, sin respuesta, sin ánimo, sin solución. Podemos contemplar por tanto una escena en donde el hombre sumido en su desesperación grita al vacío. ¿Cuántas veces nos sucede así? Deseamos una respuesta que nos anime, un camino para seguir adelante, pero sólo encontramos la desolación y el anhelo de la muerte.
Este grito del profeta no es otro sino el grito del que tiene hastío por la vida. Cuántos al ver que sus hijos no están con ellos, se frustran y prefieren morir que co9nstemplar esa tristeza. O al ver que no tienen trabajo, que no tienen para dar de caomer a los suyos prefieren matarse y olvidar todo aquello. O los que viven solos, olvidaos por la vida y la historia, y quieren huir, porque no hayan sentido a su existencia en medio del abandono. O también los que fracasaron, que no alcanzaron lo que querían. O incluso podemos ver ahí a los que se les murió alguien y prefieren morir y olvidar su intranquilo y dolido corazón.
Y como respuesta el texto nos dice que se recuesta. Esto es un profundo signo bíblico, pues demuestra que al no poder encontrar la muerte el él se acuesta, como diciendo “Si tu no me mandas la muerte yo la tomo, me adelanto”. Es la imagen del hombre desesperado, que se deja morir, que se abandona a la destrucción, que se deprime y se encierra para no contemplar su dura realidad.
Sin embargo Dios no nos deja, no nos deja abandonados a nuestra suerte: «Un ángel lo tocó y le dijo: "¡Levántate, come!". » Aquí descubrimos al ángel, que representa a Dios que viene a nuestra vida y nos ayuda, que no nos deja. Por tanto, el texto pone de manifiesto que Dios no deja a su profeta a la deriva, al contrario viene a animarlo y por ello le da de comer. Darle de comer no es otra cosa sino que se restablezcan sus fuerzas. Con esto podemos comprender que cuando el hombre está triste y derrotado, no es que venga Dios a arreglarle sus problemas por arte de magia. No vemos al ángel destruyendo a la reina Jezabel, dándole fuerzas extraordinarias para que venza al enemigo, sino que le da pan, le da lo necesario para recuperar sus fuerzas, para que no se rinda. Él tiene que regresar a enfrentar sus problemáticas, sus conflictos, pero lo hace con la fuerza que Dios le ha dado.
Esto quiere decir que en medio de la tristeza más honda y profunda, Dios no nos deja ni abandona, sino que viene en nuestra ayuda, pero sólo a fortalecernos, sólo a darnos el ánimo y la fuerza que se requiere para salir adelante.
Pero a veces esto no ayuda, no siempre recibimos bien esa fuerza que nos levanta, que nos ayuda para seguir adelante, sino que la pasamos desapercibida. A veces hay gente que quiere ayudarnos, que nos aconseja, que nos sacude, que nos da cosas para que sigamos adelante, pero no queremos responder, es tanta nuestra tristeza y fracaso que recaemos en la misma situación. Esto nos lo presenta el texto, pues: «Comió, bebió y se acostó de nuevo.» Se vuelve a acostar, se vuelve a deprimir, no quiere saber de nada, ni de nadie, se tumba de nuevo.
Pero Dios busaca nuevos medios para sacarlo adelante, para reanimarlo y no quede en ese estado de total desolación y postración: «Pero el Ángel del Señor volvió otra vez, lo tocó y le dijo: "¡Levántate, come, porque todavía te queda mucho por caminar!".» Dios siempre pone nuevos caminos para salir adelante, para que salgamos avante de nuestros fracasos y derrotas, nunca nos deja solos. Nos da el alimento necesario para recuperar las fuerzas y seguir adelante: «Elías se levantó, comió y bebió, y fortalecido por ese alimento caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta la montaña de Dios, el Horeb.» Está dispuesto a la lucha, al cambio, a seguirá delante para encontrar a Dios y descubrir que su camino no es el de la fama, o del poder, sino que está llamado a encontrarse con Dios, por eso camina hacia el Horeb, el Monte de Dios, no es que camine para encontrar su propia autocomplacencia, sino el deseo de Dios y así ser un buen profeta, que busca y anhela las cosas de Dios. Tal vez muchos de nosotros vamos experimentando el fracaso porque nos buscamos a nosotros mismos, nuestros privilegios y famas, pero olvidamos a Dios.
Por tanto, descubrimos que en nuestra vida tenemos dos caminos ante la desilusión y el fracaso: o nos hundimos en él, y no descubrimos la fuerza que Dios nos da, o bien dejamos que nos alimente y nos ayude a seguir adelante, con la fuerza que él nos da, incluso asistir a misa es dejar que Dios nos alimente y nos fortalezca, pues como lo ha dicho en el mismo evangelio «Yo soy el Pan de la vida», es decir yo soy el que alimenta, el que da vida, y no se refiere a la vida física, sino a la vida en plenitud, lo que da sentido a nuestro caminar. Que cada vez que comulguemos permitamos que vaya fortaleciendo nuestro espíritu para salir adelante en medio de nuestra historia.
Podemos ver también que las personas se van asilando, se van disgustando con todo, o buscan trabajar y trabajar para escapar de sus problemas, o incluso viven en una constante depresión, van por la vida con el ánimo caído, medio cabizbajo, sin una ruta fija por la vida, todo o ven negro y sólo anhelan la muerte.
Esto es precisamente de lo que nos habla la primera lectura del día de hoy. Se nos presenta al profeta Elías. Lo encontramos caminando en medio del desierto, y es que es un fugitivo, pues ha asesinado a los sacerdotes de Balan y ello le ha traído la ira de la Reina Jezabel quien ahora lo persigue a muerte. Por esta razón huye, y huye no sólo de la reina, huye de sí mismo y de Dios.
Él creía que al actuar con la autoridad de Dios todos se rendirían a sus pies, que todos debería de obedecerlo, que todo lo tendría ganado. Sin embargo, resulta ser que ahora es perseguido, que todo lo que él creía ganar, no lo ha conseguido, sólo el rechazo, la persecución, la ira de una reina que clama por su sangre.
Por esta razón huye, pero no huye con miedo, sino con desánimo, con tristeza, con desolación y frustración, sus planes se han venido abajo, su carera político–religiosa se ha frustrado. Él creía merecerlo todo, pero todo se ha acabado, creyó ser quien mostrara el sentido de lo real y con ello ganar el aplauso, pero no fue así. Ahora se siente triste, derrotado, defraudado por Dios.
Ante su frustración sólo le queda el reclamo, la tristeza, el anhelo de la muerte: «Se deseó la muerte y exclamó: "¡Basta ya, Señor! ¡Quítame la vida, porque yo no valgo más que mis padres!". Se acostó y se quedó dormido bajo la retama.» Se siente tan triste e incomprendido, tan fracasado que sólo quiere la muerte. Pero Dios no responde, Dios no le dice que si o que no, su grito queda atrapado en el silencio del desierto, sin respuesta, sin ánimo, sin solución. Podemos contemplar por tanto una escena en donde el hombre sumido en su desesperación grita al vacío. ¿Cuántas veces nos sucede así? Deseamos una respuesta que nos anime, un camino para seguir adelante, pero sólo encontramos la desolación y el anhelo de la muerte.
Este grito del profeta no es otro sino el grito del que tiene hastío por la vida. Cuántos al ver que sus hijos no están con ellos, se frustran y prefieren morir que co9nstemplar esa tristeza. O al ver que no tienen trabajo, que no tienen para dar de caomer a los suyos prefieren matarse y olvidar todo aquello. O los que viven solos, olvidaos por la vida y la historia, y quieren huir, porque no hayan sentido a su existencia en medio del abandono. O también los que fracasaron, que no alcanzaron lo que querían. O incluso podemos ver ahí a los que se les murió alguien y prefieren morir y olvidar su intranquilo y dolido corazón.
Y como respuesta el texto nos dice que se recuesta. Esto es un profundo signo bíblico, pues demuestra que al no poder encontrar la muerte el él se acuesta, como diciendo “Si tu no me mandas la muerte yo la tomo, me adelanto”. Es la imagen del hombre desesperado, que se deja morir, que se abandona a la destrucción, que se deprime y se encierra para no contemplar su dura realidad.
Sin embargo Dios no nos deja, no nos deja abandonados a nuestra suerte: «Un ángel lo tocó y le dijo: "¡Levántate, come!". » Aquí descubrimos al ángel, que representa a Dios que viene a nuestra vida y nos ayuda, que no nos deja. Por tanto, el texto pone de manifiesto que Dios no deja a su profeta a la deriva, al contrario viene a animarlo y por ello le da de comer. Darle de comer no es otra cosa sino que se restablezcan sus fuerzas. Con esto podemos comprender que cuando el hombre está triste y derrotado, no es que venga Dios a arreglarle sus problemas por arte de magia. No vemos al ángel destruyendo a la reina Jezabel, dándole fuerzas extraordinarias para que venza al enemigo, sino que le da pan, le da lo necesario para recuperar sus fuerzas, para que no se rinda. Él tiene que regresar a enfrentar sus problemáticas, sus conflictos, pero lo hace con la fuerza que Dios le ha dado.
Esto quiere decir que en medio de la tristeza más honda y profunda, Dios no nos deja ni abandona, sino que viene en nuestra ayuda, pero sólo a fortalecernos, sólo a darnos el ánimo y la fuerza que se requiere para salir adelante.
Pero a veces esto no ayuda, no siempre recibimos bien esa fuerza que nos levanta, que nos ayuda para seguir adelante, sino que la pasamos desapercibida. A veces hay gente que quiere ayudarnos, que nos aconseja, que nos sacude, que nos da cosas para que sigamos adelante, pero no queremos responder, es tanta nuestra tristeza y fracaso que recaemos en la misma situación. Esto nos lo presenta el texto, pues: «Comió, bebió y se acostó de nuevo.» Se vuelve a acostar, se vuelve a deprimir, no quiere saber de nada, ni de nadie, se tumba de nuevo.
Pero Dios busaca nuevos medios para sacarlo adelante, para reanimarlo y no quede en ese estado de total desolación y postración: «Pero el Ángel del Señor volvió otra vez, lo tocó y le dijo: "¡Levántate, come, porque todavía te queda mucho por caminar!".» Dios siempre pone nuevos caminos para salir adelante, para que salgamos avante de nuestros fracasos y derrotas, nunca nos deja solos. Nos da el alimento necesario para recuperar las fuerzas y seguir adelante: «Elías se levantó, comió y bebió, y fortalecido por ese alimento caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta la montaña de Dios, el Horeb.» Está dispuesto a la lucha, al cambio, a seguirá delante para encontrar a Dios y descubrir que su camino no es el de la fama, o del poder, sino que está llamado a encontrarse con Dios, por eso camina hacia el Horeb, el Monte de Dios, no es que camine para encontrar su propia autocomplacencia, sino el deseo de Dios y así ser un buen profeta, que busca y anhela las cosas de Dios. Tal vez muchos de nosotros vamos experimentando el fracaso porque nos buscamos a nosotros mismos, nuestros privilegios y famas, pero olvidamos a Dios.
Por tanto, descubrimos que en nuestra vida tenemos dos caminos ante la desilusión y el fracaso: o nos hundimos en él, y no descubrimos la fuerza que Dios nos da, o bien dejamos que nos alimente y nos ayude a seguir adelante, con la fuerza que él nos da, incluso asistir a misa es dejar que Dios nos alimente y nos fortalezca, pues como lo ha dicho en el mismo evangelio «Yo soy el Pan de la vida», es decir yo soy el que alimenta, el que da vida, y no se refiere a la vida física, sino a la vida en plenitud, lo que da sentido a nuestro caminar. Que cada vez que comulguemos permitamos que vaya fortaleciendo nuestro espíritu para salir adelante en medio de nuestra historia.
PADRE, ahorita regreso. Voy a misa, voy al ágape ¡QUE ALEGRÍA!
ResponderEliminarPADRE, ÁNGEL DEL SEÑOR: ¡QUÉ HOMILÍA! Y YO SIN LLEVAR GRABADORA... PERO TODAS ESAS COSAS LAS IBA GUARDANDO EN SU CORAZÓN... ¡QUÉ HERMOSO ES ALIMENTARNOS CON ESE ANTÍDOTO, CON ESA MEDICINA CONTRA LA MUERTE. ¡QUÉ HERMOSO ES EL SEÑOR! ¡CÓMO NOS AMA! ¡YO AMO AL SEÑOR!.
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