Meditación para el domingo XXXIII Ordinario
Ciclo /B/
Textos:
Daniel 12,1-3
Hebreos 10,11-14.18
San Marcos 13,24-32
Una de las realidades que más preocupan al hombre, que más le mortifican y que incluso le causan cierto morbo, es todo lo que se refiere al fin del mundo. Esto lo podemos ver claramente en el ambiente colectivo, en la misma cultura cuando salen grupos religiosos que anuncian el final inminente, e incluso por medio le lecturas fundamentalistas de la Escritura dan el número de los que se salvarán, logrando con esto asustar a la gente y ganar adeptos. Del mismo modo los avances científicos van manifestando que vivimos sólo por casualidad porque la tierra siempre está en cambio y qué seguramente el final está cerca. Y en el mundo cinematográfico podemos apreciar un sinfín de películas que narran la inminente destrucción de la humanidad como consecuencia de un meteorito, de una fuerza extraterrestre, de un mal en el ambiente, etc. O numerosos estudios de profecías que se han dado a lo largo del tiempo como la de Nostradamus, Malaquías, milenaristas, o la de los mayas (tan de moda hoy día).Lo cierto es que fascina y causa temor esta realidad.
Pero qué se puede decir desde la experiencia de fe de esta realidad. Primeramente podemos decir que en un momento determinado todo terminará, pero que no hay fechas precisas para dicho suceso: «En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre.» Sin embargo algo que si debería de interesarnos es que tanto nos preparamos para el final de nuestra vida, y cuando digo final no me refiero necesariamente a nuestra muerte, sino a la finalidad de nuestros actos y pensamientos, de nuestro caminar por la historia. El pasaje evangélico de este día nos orienta hacia una pregunta fundamental: ¿Cuál es nuestra finalidad en la vida? Porque podríamos preocuparnos por la destrucción mundial, pero no descubrir nuestra destrucción personal, la destrucción de mi familia, de mi entorno, que son consecuencias de una mala elección de paramentaros de vida. Analicemos el texto evangélico y descubramos algunas implicaciones para nuestra vida.
El texto que San marcos nos propone pertenece al ámbito apocalíptico, es decir, un género literario en donde se trata de hablar del sentido de la historia por medio de imágenes y símbolos para dar un mensaje de actualidad y de esperanza a todos los creyentes. La parte que hemos escuchado el día de hoy nos da aliento en medio de la tribulación, así como una invitación a confrontarnos con nuestra manera de vivir en medio del mundo.
El texto comienza hablando de una conmoción cósmica: «El sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar.» Dentro del simbolismo apocalíptico el sol y la luna refieren a los falsos ídolos, es decir las falsas seguridades que el hombre tiene y que finalmente le dan luz a su vida. El sol y la luna son el símbolo de las falsas luces en la vida del hombre, de esos ídolos que creen que dan sentido a su caminar, como el dinero, la belleza, el poder, las cosas materiales, la moda, etc. Son realidades que hacen que nos alejemos de Dios y creamos que sólo podemos vivir con ellas, haciéndolas el criterio de nuestra vida. Cuántas personas creen que su vida tiene sentido por el dinero que tienen, por las cosas que compró, por su intelecto, sin llegar descubrir a Dios y otros valores que son los más importantes en la vida.
Por eso Jesús avisa que llegará el momento en el que esos valores perderán su luz, porque eso no nos hace ser realmente humano, cuantas guerras y muertes se han dado por el poder, el placer, el dinero. Eso no es la verdadera luz, es una luz falsa, una luz que está condenada a extinguirse. Por ello Jesús nos marca que se oscurecerán, esas luces falsas, esos falsos ídolos están llamados a eclipsarse, porque la vida del hombre no puede entenderse desde esos criterios, no puede entenderse desde esas realidades tan pasajeras, que en el fondo le dejan vacío y le destruyen.
Deberíamos de meditar en primer lugar el día de hoy que tanto vivimos aferrados a estas falsas luces, a esos falsos ídolos que no nos conducen a la autentica verdad. Nuestra finalidad en la vida está en el tener cosas, en el mandar, en estar vestido a la moda. Ello implica que nuestra vida carece de un verdadero sentido, pues en el fondo nos deshumanizamos, en el fondo no somos totalmente hombres porque nuestra finalidad y horizonte en la historia son simplemente cosas pasajeras que se terminan y no tienen futuro.
«Las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán.» En segundo lugar nos habla de la caída de las estrellas y de las fuerzas (astros) del cielo. Las estrellas son el símbolo de aquellos hombres que se creen dioses, que creen poder ocupar el poder de Dios. Son como estrellas porque se han colocado en el cielo, lugar de Dios, se han atribuido un papel divino que no les corresponde. Cuántos hombres así se han dado a lo largo de la historia, que se han creído dueños del mundo con la capacidad de conceder o quitar la vida a otros, sólo porque tienen un puesto político determinado, son simplemente estrellas mediocres que al final de la historia caen, y seguirán cayendo. El verbo que utiliza san Marcos es caerán, es decir, que inician una caída y siguen cayendo. Es el anuncio de que todas esas personas irán cayendo lentamente a lo largo de la historia.
Pero, también nosotros podemos caer, porque a veces somos así. Nos creemos los más listos, los más capaces, los mejores líderes, los mejores amigos, los mejores trabajadores. Con ello vamos impidiendo el desarrollo de los demás, los señalamos, los enjuiciamos, los criticamos, los menospreciamos, pero no llegamos a nada. Algún día esa fama, esa inteligencia, ese poder, se terminará y caeremos.
Con estas frases Jesús no trata de asustar a nadie, sino que nos invita a estar alerta y descubrir precisamente que hacemos de nuestra vida, descubrir si vivimos simplemente iluminados por falsas luces, o creyéndonos fuerzas y potencias pasajeras. Lo importante no son los ídolos, ni el creernos superiores, lo importante es tener la capacidad de hacernos más humanos y vivir desde criterios que ayuden a crecer y hagan crecer a los demás haciéndolos mejores personas, al igual que nosotros.
Por esta razón Jesús presenta una imagen que remite a estos parámetros de una nueva humanidad: «Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria.» Ante los falsos ídolos que pierden su brillo y la caída de los soberbios y déspotas de la historia, emerge una imagen que ilumina y no cae: El hijo del hombre. Una imagen que si bien remite a Jesús también remite a la humanidad misma. El hijo del hombre es la imagen de la humanidad nueva y regenerada, a la cual estamos llamados todos nosotros. El hijo del hombre es la persona que ha logrado ser plenamente humano, dejando que Dios sea la luz en su sendero, dejando que sea Dios que le transforme y sea el único criterio de su vida. Y por tanto no ocupar lugares que no le corresponden, siendo déspota o juez de los demás. Sino que vive desde la experiencia del amor, dese la experiencia de la fe, de la donación de la misericordia, del servicio, de la fraternidad, tratando de vencer su pecado y haciendo de su vida algo mejor, para ser mejor con los demás. En otras palabras siendo más humano.
Creo que ponerse a especular sobre el fin del mundo, el fin de los tiempos, si va a venir un meteorito, o una catástrofe mundial, o si existen profecías, no sirven de nada, pues causan duda, temor, o morbo, pero por ninguna razón causan un cambio en la vida. Sería bueno que a la luz de este extraordinario pasaje evangélico del día de hoy nos preguntáramos por la finalidad de nuestra vida, la finalidad de nuestros pensamientos, y de nuestras obras. Si esa finalidad es humillar, destruir, mentir, sentirse superior a los demás, es momento de cambiar y tener un nuevo horizonte: Ser plenamente humanos y ser un hombre que se han topado con Jesús, y logran transformar las estructuras de su entorno. El final definitivo es secundario, si actuamos hoy y vivimos desde las categorías evangélicas, porque eso si es un reto para cada uno de nosotros.
Ciclo /B/
Textos:
Daniel 12,1-3
Hebreos 10,11-14.18
San Marcos 13,24-32
Una de las realidades que más preocupan al hombre, que más le mortifican y que incluso le causan cierto morbo, es todo lo que se refiere al fin del mundo. Esto lo podemos ver claramente en el ambiente colectivo, en la misma cultura cuando salen grupos religiosos que anuncian el final inminente, e incluso por medio le lecturas fundamentalistas de la Escritura dan el número de los que se salvarán, logrando con esto asustar a la gente y ganar adeptos. Del mismo modo los avances científicos van manifestando que vivimos sólo por casualidad porque la tierra siempre está en cambio y qué seguramente el final está cerca. Y en el mundo cinematográfico podemos apreciar un sinfín de películas que narran la inminente destrucción de la humanidad como consecuencia de un meteorito, de una fuerza extraterrestre, de un mal en el ambiente, etc. O numerosos estudios de profecías que se han dado a lo largo del tiempo como la de Nostradamus, Malaquías, milenaristas, o la de los mayas (tan de moda hoy día).Lo cierto es que fascina y causa temor esta realidad.
Pero qué se puede decir desde la experiencia de fe de esta realidad. Primeramente podemos decir que en un momento determinado todo terminará, pero que no hay fechas precisas para dicho suceso: «En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre.» Sin embargo algo que si debería de interesarnos es que tanto nos preparamos para el final de nuestra vida, y cuando digo final no me refiero necesariamente a nuestra muerte, sino a la finalidad de nuestros actos y pensamientos, de nuestro caminar por la historia. El pasaje evangélico de este día nos orienta hacia una pregunta fundamental: ¿Cuál es nuestra finalidad en la vida? Porque podríamos preocuparnos por la destrucción mundial, pero no descubrir nuestra destrucción personal, la destrucción de mi familia, de mi entorno, que son consecuencias de una mala elección de paramentaros de vida. Analicemos el texto evangélico y descubramos algunas implicaciones para nuestra vida.
El texto que San marcos nos propone pertenece al ámbito apocalíptico, es decir, un género literario en donde se trata de hablar del sentido de la historia por medio de imágenes y símbolos para dar un mensaje de actualidad y de esperanza a todos los creyentes. La parte que hemos escuchado el día de hoy nos da aliento en medio de la tribulación, así como una invitación a confrontarnos con nuestra manera de vivir en medio del mundo.
El texto comienza hablando de una conmoción cósmica: «El sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar.» Dentro del simbolismo apocalíptico el sol y la luna refieren a los falsos ídolos, es decir las falsas seguridades que el hombre tiene y que finalmente le dan luz a su vida. El sol y la luna son el símbolo de las falsas luces en la vida del hombre, de esos ídolos que creen que dan sentido a su caminar, como el dinero, la belleza, el poder, las cosas materiales, la moda, etc. Son realidades que hacen que nos alejemos de Dios y creamos que sólo podemos vivir con ellas, haciéndolas el criterio de nuestra vida. Cuántas personas creen que su vida tiene sentido por el dinero que tienen, por las cosas que compró, por su intelecto, sin llegar descubrir a Dios y otros valores que son los más importantes en la vida.
Por eso Jesús avisa que llegará el momento en el que esos valores perderán su luz, porque eso no nos hace ser realmente humano, cuantas guerras y muertes se han dado por el poder, el placer, el dinero. Eso no es la verdadera luz, es una luz falsa, una luz que está condenada a extinguirse. Por ello Jesús nos marca que se oscurecerán, esas luces falsas, esos falsos ídolos están llamados a eclipsarse, porque la vida del hombre no puede entenderse desde esos criterios, no puede entenderse desde esas realidades tan pasajeras, que en el fondo le dejan vacío y le destruyen.
Deberíamos de meditar en primer lugar el día de hoy que tanto vivimos aferrados a estas falsas luces, a esos falsos ídolos que no nos conducen a la autentica verdad. Nuestra finalidad en la vida está en el tener cosas, en el mandar, en estar vestido a la moda. Ello implica que nuestra vida carece de un verdadero sentido, pues en el fondo nos deshumanizamos, en el fondo no somos totalmente hombres porque nuestra finalidad y horizonte en la historia son simplemente cosas pasajeras que se terminan y no tienen futuro.
«Las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán.» En segundo lugar nos habla de la caída de las estrellas y de las fuerzas (astros) del cielo. Las estrellas son el símbolo de aquellos hombres que se creen dioses, que creen poder ocupar el poder de Dios. Son como estrellas porque se han colocado en el cielo, lugar de Dios, se han atribuido un papel divino que no les corresponde. Cuántos hombres así se han dado a lo largo de la historia, que se han creído dueños del mundo con la capacidad de conceder o quitar la vida a otros, sólo porque tienen un puesto político determinado, son simplemente estrellas mediocres que al final de la historia caen, y seguirán cayendo. El verbo que utiliza san Marcos es caerán, es decir, que inician una caída y siguen cayendo. Es el anuncio de que todas esas personas irán cayendo lentamente a lo largo de la historia.
Pero, también nosotros podemos caer, porque a veces somos así. Nos creemos los más listos, los más capaces, los mejores líderes, los mejores amigos, los mejores trabajadores. Con ello vamos impidiendo el desarrollo de los demás, los señalamos, los enjuiciamos, los criticamos, los menospreciamos, pero no llegamos a nada. Algún día esa fama, esa inteligencia, ese poder, se terminará y caeremos.
Con estas frases Jesús no trata de asustar a nadie, sino que nos invita a estar alerta y descubrir precisamente que hacemos de nuestra vida, descubrir si vivimos simplemente iluminados por falsas luces, o creyéndonos fuerzas y potencias pasajeras. Lo importante no son los ídolos, ni el creernos superiores, lo importante es tener la capacidad de hacernos más humanos y vivir desde criterios que ayuden a crecer y hagan crecer a los demás haciéndolos mejores personas, al igual que nosotros.
Por esta razón Jesús presenta una imagen que remite a estos parámetros de una nueva humanidad: «Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria.» Ante los falsos ídolos que pierden su brillo y la caída de los soberbios y déspotas de la historia, emerge una imagen que ilumina y no cae: El hijo del hombre. Una imagen que si bien remite a Jesús también remite a la humanidad misma. El hijo del hombre es la imagen de la humanidad nueva y regenerada, a la cual estamos llamados todos nosotros. El hijo del hombre es la persona que ha logrado ser plenamente humano, dejando que Dios sea la luz en su sendero, dejando que sea Dios que le transforme y sea el único criterio de su vida. Y por tanto no ocupar lugares que no le corresponden, siendo déspota o juez de los demás. Sino que vive desde la experiencia del amor, dese la experiencia de la fe, de la donación de la misericordia, del servicio, de la fraternidad, tratando de vencer su pecado y haciendo de su vida algo mejor, para ser mejor con los demás. En otras palabras siendo más humano.
Creo que ponerse a especular sobre el fin del mundo, el fin de los tiempos, si va a venir un meteorito, o una catástrofe mundial, o si existen profecías, no sirven de nada, pues causan duda, temor, o morbo, pero por ninguna razón causan un cambio en la vida. Sería bueno que a la luz de este extraordinario pasaje evangélico del día de hoy nos preguntáramos por la finalidad de nuestra vida, la finalidad de nuestros pensamientos, y de nuestras obras. Si esa finalidad es humillar, destruir, mentir, sentirse superior a los demás, es momento de cambiar y tener un nuevo horizonte: Ser plenamente humanos y ser un hombre que se han topado con Jesús, y logran transformar las estructuras de su entorno. El final definitivo es secundario, si actuamos hoy y vivimos desde las categorías evangélicas, porque eso si es un reto para cada uno de nosotros.
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