Meditación con motivo de la fiesta de la dedicación de la Basílica San Juan de Letrán
Textos:
Ezequiel 47,1-2.8-9.12
San Juan 2,13-22
La liturgia de hoy nos invita a celebrar hoy la fiesta de la Dedicación de la basílica de San Juan de Letrán, la cual es la Catedral de Roma, en donde se encuentra la sede episcopal del Obispo de Roma (es decir, el Papa). Por esta razón es llamada "madre y cabeza de todas las Iglesias de la urbe y del orbe". Esta basílica fue la primera en ser construida después del edicto del emperador Constantino, el cual, en el año 313, concedió a los cristianos la libertad de practicar su religión. Está dedicada a Cristo Salvador, sin embargo es más conocida hacia el siglo VI se les dio los nombre de san Juan, aludiendo a san Juan Evangelista y Juan Bautista.
Esta festividad nos invita a contemplar el misterio de la Iglesia, la cual tiene muchas directrices, sin embargo la primera lectura del día de hoy parece ofrecernos una directriz fundamental: Dios que permanece con su pueblo y lo va renovando en todo momento.
Entendamos un poco esta lectura para sacar las conclusiones pertinentes. El profeta nos habla del templo, y al hablar del templo no se refiere simplemente a una estructura de piedras, sino que remite a dos realidades muy importantes, en primer lugar su vida de fe, que conlleva su encuentro con Dios. Porque el templo es el lugar donde el hombre se encuentra con Dios y por y tanto donde puede expresar su fe. Hablar del templo implica hablar de su identidad religiosa, de su encuentro muy particular de encontrarse con Dios.
En segundo lugar el templo remite a su identidad nacional, puesto que al templo sólo entran los judíos, sólo pueden entrar aquellos que pertenecen al Pueblo de Dios. Nadie ajeno a este pueblo puede pisar y entrar a este recinto.
De esta manera el templo junta las dos realidades fundamentales del pueblo de Israel: Fe y nación, que en el fondo confluyen a un solo punto: Dios. Pues su fe les hace encontrarse con Dios, y es Dios quien les constituye como pueblo. De este modo el templo es más que un recinto, es el encuentro con sus raíces, con su identidad, con su fe, su historia, su ser judío, su relación con Dios. No es sólo un lugar turístico, no es sólo un edificio más del paisaje; el templo son ellos, el templo es su identidad.
Y curiosamente este texto se escribe en medio de la deportación de Babilonia, en medio de exilio, en medio de una situación catastrófica, pues precisamente han perdido todo, han perdido su fe, su tierra, su templo. En el fondo el exilio de Babilonia es la pérdida de su identidad, es la desaparición de su persona, no hay vuela atrás, todo se ha perdido, y ellos son ahora, seres desterrados, sin dirección, sin rumbo, sin camino, sin ninguna identidad que les oriente en su vida. Ahora qué tierra podrían anunciar si están lejos de ella, ahora que Dios puede anunciar si no sienten su presencia, finalmente qué vida, qué fe pueden tener, si no hay templo, no hay nada qué los una y los identifique. Son un sin sentido en el mundo.
Y justo ahí en la perdida de todo surge esta extraordinaria lectura del profeta Ezequiel. Se marca que en el templo comienza a brotar el agua, ahí en donde se anunciaba la destrucción, la perdida de la vida, de la identidad, del ser perteneciente al Pueblo de Dios, en una palabra donde no hay vida, surge la esperanza, surge la vida, brota el agua, brota la fecundidad, brota la vida misma, y es la vida de Dios, la vida que viene de Dios. Es una figura extraordinaria pues el templo destruido, estéril, vacío y condenado a muerte, comienza a llenarse de agua que dentro del simbolismo bíblico nos recuerda la vida, puesto que son un pueblo del desierto y el agua es vital para ellos, el agua es todo anhelo y toda promesa de vida.
Con esto está anunciando que su destrucción no es total, hay posibilidad de fecundidad, porque Dios está con ellos, Dios no los ha dejado, los acompaña en todo momento y viene a darles vida en medio de su exilio, en medio de sus arideces espirituales. No es el momento para darse por vencidos, sino para descubrirse acompañados por Dios y un Dios que fecundará su vida, su fe, su identidad, pues el río de agua fluye en el templo.
Esta agua tiene una característica especial: «Vi que salía agua por debajo del umbral de la Casa, en dirección al oriente, porque la fachada de la Casa miraba hacia el oriente. El agua descendía por debajo del costado derecho de la Casa, al sur del altar.» El agua sale de abajo, es decir es una manantial que está brotando, ahí donde parecía que todo estaba perdido, donde parecía estéril, surge un manantial, y ese río va hacia el oriente, el ligar de Dios, el lugar de la vida. Quiere decir que es un agua que vive de Dios, y me fecunda para ir al encuentro de Dios. Finalmente desciende a la derecha, símbolo de la bendición. Por tanto, es un momento de bendición. Dios no deja a su pueblo viene a darle vida, a que se reencuentren con él y descubran su bendición.
Esta promesa de esperanza está cargada de vida: «Se las hace salir hasta el Mar, para que sus aguas sean saneadas. Hasta donde llegue el torrente, tendrán vida todos los seres vivientes que se mueven por el suelo y habrá peces en abundancia. Porque cuando esta agua llegue hasta el Mar, sus aguas quedarán saneadas, y habrá vida en todas partes adonde llegue el torrente.» Es un río que está llamado a dar vida y dará vida hasta al mar, es decir no hay nada que temer, ahí donde pareciera que todo está perdido surge la llamada a la vida. Recordemos que el amor es símbolo de las fuerzas malignas y curiosamente estas aguas lo sanearán, es decir le dará vida, porque las fuerzas del mal, las fuerzas que han exiliado al pueblo, no tiene la última palabra, hay una esperanza de vida.
Con este mensaje el profeta ilumina muy bien el sentido del templo, marcando que a pesar del momento difícil, el templo, es decir el pueblo quedará sanado, quedará lleno de vida, porque Dios siempre está con ellos.
Si hoy celebramos a la Basílica de san Juan de Letrán no quiere decir que celebramos a un edificio, sino que estemos llamados a recordar que pertenecemos a una Iglesia, una Iglesia que nos da una identidad como hombres, con una dignidad que nos ha dando Dios y que tenemos la característica de tener una fe que nos ilumina. La festividad de hoy es una invitación a recordar que así como el templo es símbolo de la identidad de del pueblo, pertenecer a la Iglesia es también parte de nuestra identidad. Porque nuestra fe nos vincula y nos hace tener una identidad.
Pero también nos hace recordar que a veces nos toparemos con situaciones difíciles, estériles, pero que Dios fluye como río de agua viva que sana y da vida poco a poco, lo importante es dejar que ese mensaje y esa esperanza se haga realidad.
Textos:
Ezequiel 47,1-2.8-9.12
San Juan 2,13-22
La liturgia de hoy nos invita a celebrar hoy la fiesta de la Dedicación de la basílica de San Juan de Letrán, la cual es la Catedral de Roma, en donde se encuentra la sede episcopal del Obispo de Roma (es decir, el Papa). Por esta razón es llamada "madre y cabeza de todas las Iglesias de la urbe y del orbe". Esta basílica fue la primera en ser construida después del edicto del emperador Constantino, el cual, en el año 313, concedió a los cristianos la libertad de practicar su religión. Está dedicada a Cristo Salvador, sin embargo es más conocida hacia el siglo VI se les dio los nombre de san Juan, aludiendo a san Juan Evangelista y Juan Bautista.
Esta festividad nos invita a contemplar el misterio de la Iglesia, la cual tiene muchas directrices, sin embargo la primera lectura del día de hoy parece ofrecernos una directriz fundamental: Dios que permanece con su pueblo y lo va renovando en todo momento.
Entendamos un poco esta lectura para sacar las conclusiones pertinentes. El profeta nos habla del templo, y al hablar del templo no se refiere simplemente a una estructura de piedras, sino que remite a dos realidades muy importantes, en primer lugar su vida de fe, que conlleva su encuentro con Dios. Porque el templo es el lugar donde el hombre se encuentra con Dios y por y tanto donde puede expresar su fe. Hablar del templo implica hablar de su identidad religiosa, de su encuentro muy particular de encontrarse con Dios.
En segundo lugar el templo remite a su identidad nacional, puesto que al templo sólo entran los judíos, sólo pueden entrar aquellos que pertenecen al Pueblo de Dios. Nadie ajeno a este pueblo puede pisar y entrar a este recinto.
De esta manera el templo junta las dos realidades fundamentales del pueblo de Israel: Fe y nación, que en el fondo confluyen a un solo punto: Dios. Pues su fe les hace encontrarse con Dios, y es Dios quien les constituye como pueblo. De este modo el templo es más que un recinto, es el encuentro con sus raíces, con su identidad, con su fe, su historia, su ser judío, su relación con Dios. No es sólo un lugar turístico, no es sólo un edificio más del paisaje; el templo son ellos, el templo es su identidad.
Y curiosamente este texto se escribe en medio de la deportación de Babilonia, en medio de exilio, en medio de una situación catastrófica, pues precisamente han perdido todo, han perdido su fe, su tierra, su templo. En el fondo el exilio de Babilonia es la pérdida de su identidad, es la desaparición de su persona, no hay vuela atrás, todo se ha perdido, y ellos son ahora, seres desterrados, sin dirección, sin rumbo, sin camino, sin ninguna identidad que les oriente en su vida. Ahora qué tierra podrían anunciar si están lejos de ella, ahora que Dios puede anunciar si no sienten su presencia, finalmente qué vida, qué fe pueden tener, si no hay templo, no hay nada qué los una y los identifique. Son un sin sentido en el mundo.
Y justo ahí en la perdida de todo surge esta extraordinaria lectura del profeta Ezequiel. Se marca que en el templo comienza a brotar el agua, ahí en donde se anunciaba la destrucción, la perdida de la vida, de la identidad, del ser perteneciente al Pueblo de Dios, en una palabra donde no hay vida, surge la esperanza, surge la vida, brota el agua, brota la fecundidad, brota la vida misma, y es la vida de Dios, la vida que viene de Dios. Es una figura extraordinaria pues el templo destruido, estéril, vacío y condenado a muerte, comienza a llenarse de agua que dentro del simbolismo bíblico nos recuerda la vida, puesto que son un pueblo del desierto y el agua es vital para ellos, el agua es todo anhelo y toda promesa de vida.
Con esto está anunciando que su destrucción no es total, hay posibilidad de fecundidad, porque Dios está con ellos, Dios no los ha dejado, los acompaña en todo momento y viene a darles vida en medio de su exilio, en medio de sus arideces espirituales. No es el momento para darse por vencidos, sino para descubrirse acompañados por Dios y un Dios que fecundará su vida, su fe, su identidad, pues el río de agua fluye en el templo.
Esta agua tiene una característica especial: «Vi que salía agua por debajo del umbral de la Casa, en dirección al oriente, porque la fachada de la Casa miraba hacia el oriente. El agua descendía por debajo del costado derecho de la Casa, al sur del altar.» El agua sale de abajo, es decir es una manantial que está brotando, ahí donde parecía que todo estaba perdido, donde parecía estéril, surge un manantial, y ese río va hacia el oriente, el ligar de Dios, el lugar de la vida. Quiere decir que es un agua que vive de Dios, y me fecunda para ir al encuentro de Dios. Finalmente desciende a la derecha, símbolo de la bendición. Por tanto, es un momento de bendición. Dios no deja a su pueblo viene a darle vida, a que se reencuentren con él y descubran su bendición.
Esta promesa de esperanza está cargada de vida: «Se las hace salir hasta el Mar, para que sus aguas sean saneadas. Hasta donde llegue el torrente, tendrán vida todos los seres vivientes que se mueven por el suelo y habrá peces en abundancia. Porque cuando esta agua llegue hasta el Mar, sus aguas quedarán saneadas, y habrá vida en todas partes adonde llegue el torrente.» Es un río que está llamado a dar vida y dará vida hasta al mar, es decir no hay nada que temer, ahí donde pareciera que todo está perdido surge la llamada a la vida. Recordemos que el amor es símbolo de las fuerzas malignas y curiosamente estas aguas lo sanearán, es decir le dará vida, porque las fuerzas del mal, las fuerzas que han exiliado al pueblo, no tiene la última palabra, hay una esperanza de vida.
Con este mensaje el profeta ilumina muy bien el sentido del templo, marcando que a pesar del momento difícil, el templo, es decir el pueblo quedará sanado, quedará lleno de vida, porque Dios siempre está con ellos.
Si hoy celebramos a la Basílica de san Juan de Letrán no quiere decir que celebramos a un edificio, sino que estemos llamados a recordar que pertenecemos a una Iglesia, una Iglesia que nos da una identidad como hombres, con una dignidad que nos ha dando Dios y que tenemos la característica de tener una fe que nos ilumina. La festividad de hoy es una invitación a recordar que así como el templo es símbolo de la identidad de del pueblo, pertenecer a la Iglesia es también parte de nuestra identidad. Porque nuestra fe nos vincula y nos hace tener una identidad.
Pero también nos hace recordar que a veces nos toparemos con situaciones difíciles, estériles, pero que Dios fluye como río de agua viva que sana y da vida poco a poco, lo importante es dejar que ese mensaje y esa esperanza se haga realidad.
PADRE, ¿Usted ya ha estado en este lugar allá en Roma? ¿Cómo es? ¿Cómo se siente entrar?
ResponderEliminarSé que puedo entrar en internet (quizás hasta visita virtual), pero no es lo mismo que un testimonio personal.
Por favor, si puede distraer un poco más de su tiempo, coméntenos sobre él, acerca de sus alrededores, de su ambiente, de las personas que lo visitan. ¿Sólo se hacen visitas o también celebraciones litúrgicas? ¿Hay recogimiento espiritual, concentración o sólo comentarios de turistas? ¿Se parece a algún templo del D.F.?
GRACIAS POR SU COMPRENSION PADRE.
QUE DIOS LO CUIDE.