Ciclo /C/
Textos:
Isaías 62,1-5
1 Corintios 12,4-11
San Juan 2,1-11
1 Corintios 12,4-11
San Juan 2,1-11
Hoy iniciamos los domingos de tiempo ordinario. un tiempo para encontrarnos con Jesús y conocerlo mejor. Y en este domingo leemos el evangelio de san Juan. Siempre en este domingo segundo la Iglesia lo dedica para enlazar el tiempo de Navidad-epifanía, con el del Ordinario. Para ello nos presenta un pasaje donde Jesús inicia y se manifiesta haciendo un eco de sus epifanías y al mismo tiempo introducirnos en la dinámica de su ministerio. El evangelio del día de hoy nos presenta este extraordinario texto de las bodas de Caná, que incluso es catalogado como la Epifanía que Jesús hace para con sus discípulos. Analicemos este pasaje un poco y meditemos sobre lo que nos enseña.
Comencemos diciendo que el tema de la “Boda” es símbolo de la alianza que Yahveh pactó en el pasado con su pueblo, Israel, y que se ha visto invariablemente dañada por la infidelidad de los hombres, pero que está destinada a ser alianza perpetua por parte de Dios. Por lo que este texto nos sitúa en la nueva alianza que Dios pondrá con el hombre.
El tema central se da precisamente en el contexto de que no tienen vino. El vino representa el amor en la simbología bíblica. Una boda sin vino es símbolo de una alianza sin amor, y con esto san Juan quiere decirnos que el pueblo de Israel, con su antigua alianza se ha quedado precisamente sin esto: No tienen amor. La Alianza ha perdido su raíz vital y ya no corre el amor entre los hijos de Abraham y el Dios con el que habían jurado un pacto eterno. ¿Cuántas liturgias sin vida, cuántas normas asumidas sin su fundamento esencial que es, precisamente, el del amor, cuántos proyectos pastorales que se quedan en el nivel de la mera programación? Cuantas veces nuestras oraciones, nuestras Misas, nuestra práctica costumbrista de los sacramentos, que finalmente no desemboca en la experiencia del amor. Y al hablar del amor que se exige para que la Boda pueda ser tal, es el amor en el sentido evangélico: el amor sin límites a los enemigos, la entrega desgarradora y permanente a favor de aquellos que no se lo merecen, el interés y el compromiso solidario por aliviar los sufrimientos de los últimos de la sociedad. Sin esto, no hay vino en nuestras mesas ni amor en nuestros corazones.
Se acerca la madre de Jesús para informarle acerca de esto y le contestó: «¿Qué nos importa a mí y a ti, mujer?» La respuesta de Jesús es contundente, aunque pudiera parecer que es altanera, pero no es así, más bien tarta de marcar el sentido de la nueva alianza que viene. Para Jesús la actual situación de aquella alianza no es asunto suyo. Ha pasado el tiempo de aquella comunidad. No hay nada que hacer ya por ellos. El pasado queda definitivamente encerrado en sus condiciones de esterilidad y de muerte, suscitadas por la cerrazón del hombre y la obstinación de su pecado. Donde no hay amor no hay futuro. Ni él ni la madre tienen que ver con esa boda que ya no se basa en el amor.
«Todavía no ha llegado mi hora.» La hora en el evangelio de San Juan es el momento de la cruz, donde el amor triunfa. Jesús da a entender que es necesario apuntar más alto, mirar hacia el futuro que Dios ha preparado, señalado por la “hora del Hijo”. Con la entrega definitiva del Hijo se inaugura una nueva era en la historia del pueblo de Dios, donde la muerte es vencida, y la vida nueva es posible para el creyente en Dios.
«Su madre dijo a los sirvientes: "Hagan lo que él les diga".» Aceptando no ser ella quien puede determinar el sentido de la historia ni las condiciones del plan de la salvación, la madre, auténtica comunidad de creyentes, da la única indicación que puede hacer de dicho plan una fuerza operante en la historia: la obediencia irrestricta a la palabra del Hijo. “Hagan lo que él les diga”: ese es el programa. No hay otra misión para la comunidad de los sirvientes. Éstos representan a los que ayudan al Mesías en su obra y son imagen de la Iglesia de todos los tiempos. Lo único que tiene que hacer la Iglesia, a la luz de esta indicación de la comunidad madre, es poner en práctica la palabra de Jesús. Todo lo demás será desvío de su misión y pérdida de su propia identidad. Quizás sea por eso que hoy más que nunca se hacen urgentes las iniciativas que permitan a la comunidad cristiana volver a estar en contacto directo con la Palabra. Todas las iniciativas pastorales deberán partir de la escucha atenta de la palabra, de su meditación profunda, de su estudio y celebración, para poder dar lugar a concretizaciones históricas de la misma en cada cultura y para enfrentar toda problemática humana.
«Estaban allí colocadas seis tinajas de piedra.» Las tinajas ocupan el centro de la narración. Constituyen el símbolo de las instituciones judías y, en general, de toda religiosidad desvinculada de su auténtico propósito: la liberación del hombre. Se nos dice que son seis, que son de piedra, que están destinadas a la purificación de los judíos. El seis es el número que simboliza lo incompleto, lo imperfecto, lo inacabado (por contraposición con el siete que significa la totalidad y la perfección); el ser “de piedra” es condición clásica de la Ley (pues la Ley se escribió en las Tablas de Piedra) y el destino de purificación permite aludir a la finalidad a la que se había terminado por reducir todo el sentido de la Ley israelita: Una ley de pureza. El evangelio denuncia la iniquidad de todo ese aparato religioso que, en vez de comunicar a los hombres con la gozosa liberación que Dios ofrece, se ha convertido en una experiencia de esclavitud y de dependencia que impedía a los hombres crecer en la comunión de la Alianza.Jesús les manda que llenen hasta el borde las tinajas en un signo de purificación y se convierte en vino. Pero es importante marcar que la conversión del agua en vino, se da fuera de las tinajas, pues el relato dice que los sirvientes sabían la procedencia de aquel vino insuperable, pues ellos “habían sacado el agua”. La irrupción del vino nuevo del amor se da más allá de las instituciones religiosas que, desde ahora, quedan definitivamente superadas. Una vez más, los creyentes nos vemos provocados por el Evangelio. Quiere decir que es necesario salirse de lo antiguo para vivir esta experiencia del amor. Sólo cuando salimos de nuestros ritualismos, cuando salimos de nuestros esquemas, de nuestras reglas, de nuestros egoísmos, es posible un verdadero cambio, y una entrada en el amor. Es el momento para iniciar un verdadero cambio, salir de lo acostumbrado, e iniciar un momento de vida distinto marcado por el amor, por el vino nuevo que renueva nuestra vida, nuestra fe, nuestro trabajo, nuestra vocación, nuestra familia; en una Palabra nuestra historia. Esto quiere decir que sólo podemos vivir nuestra de fe, cuando nos abrimos a esta novedad del amor, y el amor que viene de Dios.
De este modo iniciamos el tiempo ordinario, teniendo en cuenta que Jesús nos llama al amor, y vencer todo aquello que nos daña, salir de esa situación y ser totalmente nuevos y renovados en el amor de Dios. Dejando nuestras tinajas de Piedra, nuestras tinajas de rencores, de ritualismos, de odios, de esquemas, y permitir que efectivamente Dios nos vaya transformado con el vino nuevo de su amor.
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