Meditación con motivo del domingo de resurrección
Ciclo /A/
Textos:
Hechos 10,34.37-43
Colosenses 3,1-4
San Juan 20,1-9
El misterio de la resurrección es la base de la fe cristina, pues sin este acontecimiento todo sería vano, sería un absurdo, sería una ideología más en el rumbo de la historia. Sin embargo, la resurrección da la certeza de que la doctrina de Cristo es una doctrina de vida, que viene de Dios y que vence la muerte misma. La resurrección es el motor que transforma la vida, es la fuerza que dirige los pasos de la fe, pues hace que este mensaje sea portador de vida, de esperanza, es una fuerza capaz de transformar la misma historia y su sociedad. Sin embargo este acontecimiento tan importante pudiera ser visto sólo superficialmente, sólo ser visto desde afuera, desde una apariencia, pero no en su esencia, no ser capaz de verla desde la verdadera fe. Sobre esta realidad se nos es presentada en el evangelio del día de hoy.
En el evangelio vemos a dos personajes en los cuales se centra el relato: Pedro y el discípulo que Jesús ama. Y estos dos personajes muestran dos reacciones diferentes delante del misterio de la resurrección. Por un lado, vemos a Pedro que al llegar ve el sepulcro vacío y simplemente observa la escena, sólo la contempla sin encontrar una respuesta profunda, queda la duda, queda la meditación, y sólo observa. EN cambio cuando entra el discípulo amado, él también se pone a ver la escena, pero el evangelista dice «Vio y creyó.» Por tanto en el caso del discípulo amado, una vez que observa es capaz de creer.
Este texto nos muestra de este modo que ante la resurrección uno puede limitarse simplemente a ver o bien puede dar el paso y creer efectivamente. Muchas veces nosotros podemos hablar de la resurrección, y lo podemos hacer bien, puesto que sí es el cimento de la fe, por supuesto que podemos decir, podemos hablar que Jesús no murió, que venció a la muerte, que es el hijo de Dios y que nos salvo del pecado, etc. Podemos hablar y decir esto, pero el problema es que la resurrección no es simplemente para aprender de memoria términos e ideas, la resurrección debe de ser una actitud de vida delante del mundo. Y por esa razón cuando simplemente la resurrección queda a nivel de ideas, a nivel de conceptos o enunciaciones parecidas a las que he puesto entonces la resurrección es algo estéril, es una idea más, es sólo un concepto de más. Podríamos decir que somos como Pedro, que entramos al sepulcro, lo vimos vacío y ya. Sólo nos quedamos con la descripción sólo nos quedamos con lo que aparece, sólo nos quedamos con lo meramente visual, pero no profundizar en el sentido de ese sepulcro vacío.
De tal manera que Pedro viene a representar en este relato del evangelio a aquel que se ha quedado solamente contemplando el sepulcro, sólo se ha quedado en el hecho, pero sin llegar a profundizarlo. Al salir de ahí Pedro puede contar sobre lo que vio, sobre el sepulcro, los ropajes, etc., pero no ser capaz de descubrir que hay más allá de esto, si hablar de algún significado de esto, sin hablar de un significado más profundo. Y tal vez muchos hoy podrán salir de la celebración de Pascua y hablar de que Cristo resucito, que es un día de alegría, que es un día de paz, que es una bonita fiesta, pero sólo se queda en lo descriptivo, sin captar el verdadero sentido y la verdadera interpretación del acontecimiento. Solo nos quedamos observando y hablaremos de lo que hemos observado.
En cambio el discípulo amado es aquel que no sólo observa, sino que hace una interpretación, da un paso más y el acontecimiento refleja entonces un momento de fe auténtica. No se quedo solamente con lo que vio, no se queda con lo que se describe sino que trata de ver más allá de lo que ha visto y surge una visión de fe.
De tal manera que celebrar la resurrección implica no quedarse solamente con una visión parcial de las cosas, no es quedarse solamente con algo externo, con una verdad, con una enunciación, sino que la resurrección debe repercutir nuestras vidas, debe iluminar nuestros pasos. Si la resurrección es cimiento de la fe, no sólo es un cimento intelectual, no sólo es la pieza central del engranaje de la fe, no es una pieza, no sólo es un sustento, sino que es una expresión de vida, más allá de una piensa, más allá de una idea, más allá de un concepto. Es una realidad, es algo que nos lleva a la vida, que nos lleva a vivirla realmente. Si es el cimento de la fe, es porque ha transformado nuestra historia, nuestra manera de vivir, ah repercutido en nuestro entorno y eso nos lleva a hablar de Dios, pero hablar no sólo en conceptos, sino a hablar desde nuestra experiencia, desde nuestros cambios, desde una transformación profunda de nuestro actuar. Pues la fe no son enunciaciones dogmaticas, sino un estilo de vida, y la resurrección es precisamente ese signo de vida que es capaz de renovar la vida del hombre.
Esto nos confronta fuertemente, pues la resurrección es la verdad fundante de la fe cristiana, pero es fundante no sólo porque da razón a lo que creemos, sino porque es la fuerza renovadora que nos invita a dar testimonio entre los hombres haciendo que sea creíble, anunciado que la vida es la que tiene la última palabra, somos portadores de una esperanza capaz de trasformar y animar al mundo. La resurrección por tanto funda la fe, pero la funda no sólo porque sea el eje ideológico de la vida cristiana, sino porque efectivamente la funda, le da su sentido, le da su fuerza, su razón de ser en medio de la historia. Es la fuerza creadora de un nuevo estilo de vida, un estilo de vida que es capaz de renovar la humanidad.
Por lo tanto, si hoy nos reunimos para celebrar este acontecimiento, no es para celebrara un mero festejo más en la vida, no sólo es el recordatorio de que Jesús murió y resucitó. Sino para que recordemos nuestro compromiso delante del mundo, para que recordemos que demos anunciar y vivir la fuerza del amor, una fuerza que es posible vivirla por la gracia de la resurrección. Para ello es necesario como dice Pablo en la segunda lectura: Tener nuestros pensamientos puestos «en las cosas celestiales y no en las de la tierra.» Y ¿cuáles son esas cosas celestes? Esas cosas son el amor, la justicia, la misericordia, el perdón, la verdad. Esas son las cosas que se deben buscar, pues cuando esas realidades son halladas, se puede empezar a vivir de un modo nuevo, se puede vencer el pecado y por tanto, se puede vivir la fe en la resurrección, se puede ser verdadero portador de esa fe.
Que en este día seamos capaces de recordar nuestro compromiso delante del Señor, seamos capaces de de vivir la experiencia de la resurrección. Que no nos quedemos de observadores, que no nos limitemos solamnte a contar lo que se ve, lo que nos dicen, sino que realmente creamos, y creyendo venzamos nuestro pecado y anunciemos que Cristo vive y que vive parea renovar nuestra vida y la realidad de toda la historia. Qué hoy anunciemos y digamos “¡felices pascuas!” y que sean felices porque Cristo es quien me da la felicidad pues renueva mi vida y me ayuda a renovar la vida de los demás.
Ciclo /A/
Textos:
Hechos 10,34.37-43
Colosenses 3,1-4
San Juan 20,1-9
El misterio de la resurrección es la base de la fe cristina, pues sin este acontecimiento todo sería vano, sería un absurdo, sería una ideología más en el rumbo de la historia. Sin embargo, la resurrección da la certeza de que la doctrina de Cristo es una doctrina de vida, que viene de Dios y que vence la muerte misma. La resurrección es el motor que transforma la vida, es la fuerza que dirige los pasos de la fe, pues hace que este mensaje sea portador de vida, de esperanza, es una fuerza capaz de transformar la misma historia y su sociedad. Sin embargo este acontecimiento tan importante pudiera ser visto sólo superficialmente, sólo ser visto desde afuera, desde una apariencia, pero no en su esencia, no ser capaz de verla desde la verdadera fe. Sobre esta realidad se nos es presentada en el evangelio del día de hoy.
En el evangelio vemos a dos personajes en los cuales se centra el relato: Pedro y el discípulo que Jesús ama. Y estos dos personajes muestran dos reacciones diferentes delante del misterio de la resurrección. Por un lado, vemos a Pedro que al llegar ve el sepulcro vacío y simplemente observa la escena, sólo la contempla sin encontrar una respuesta profunda, queda la duda, queda la meditación, y sólo observa. EN cambio cuando entra el discípulo amado, él también se pone a ver la escena, pero el evangelista dice «Vio y creyó.» Por tanto en el caso del discípulo amado, una vez que observa es capaz de creer.
Este texto nos muestra de este modo que ante la resurrección uno puede limitarse simplemente a ver o bien puede dar el paso y creer efectivamente. Muchas veces nosotros podemos hablar de la resurrección, y lo podemos hacer bien, puesto que sí es el cimento de la fe, por supuesto que podemos decir, podemos hablar que Jesús no murió, que venció a la muerte, que es el hijo de Dios y que nos salvo del pecado, etc. Podemos hablar y decir esto, pero el problema es que la resurrección no es simplemente para aprender de memoria términos e ideas, la resurrección debe de ser una actitud de vida delante del mundo. Y por esa razón cuando simplemente la resurrección queda a nivel de ideas, a nivel de conceptos o enunciaciones parecidas a las que he puesto entonces la resurrección es algo estéril, es una idea más, es sólo un concepto de más. Podríamos decir que somos como Pedro, que entramos al sepulcro, lo vimos vacío y ya. Sólo nos quedamos con la descripción sólo nos quedamos con lo que aparece, sólo nos quedamos con lo meramente visual, pero no profundizar en el sentido de ese sepulcro vacío.
De tal manera que Pedro viene a representar en este relato del evangelio a aquel que se ha quedado solamente contemplando el sepulcro, sólo se ha quedado en el hecho, pero sin llegar a profundizarlo. Al salir de ahí Pedro puede contar sobre lo que vio, sobre el sepulcro, los ropajes, etc., pero no ser capaz de descubrir que hay más allá de esto, si hablar de algún significado de esto, sin hablar de un significado más profundo. Y tal vez muchos hoy podrán salir de la celebración de Pascua y hablar de que Cristo resucito, que es un día de alegría, que es un día de paz, que es una bonita fiesta, pero sólo se queda en lo descriptivo, sin captar el verdadero sentido y la verdadera interpretación del acontecimiento. Solo nos quedamos observando y hablaremos de lo que hemos observado.
En cambio el discípulo amado es aquel que no sólo observa, sino que hace una interpretación, da un paso más y el acontecimiento refleja entonces un momento de fe auténtica. No se quedo solamente con lo que vio, no se queda con lo que se describe sino que trata de ver más allá de lo que ha visto y surge una visión de fe.
De tal manera que celebrar la resurrección implica no quedarse solamente con una visión parcial de las cosas, no es quedarse solamente con algo externo, con una verdad, con una enunciación, sino que la resurrección debe repercutir nuestras vidas, debe iluminar nuestros pasos. Si la resurrección es cimiento de la fe, no sólo es un cimento intelectual, no sólo es la pieza central del engranaje de la fe, no es una pieza, no sólo es un sustento, sino que es una expresión de vida, más allá de una piensa, más allá de una idea, más allá de un concepto. Es una realidad, es algo que nos lleva a la vida, que nos lleva a vivirla realmente. Si es el cimento de la fe, es porque ha transformado nuestra historia, nuestra manera de vivir, ah repercutido en nuestro entorno y eso nos lleva a hablar de Dios, pero hablar no sólo en conceptos, sino a hablar desde nuestra experiencia, desde nuestros cambios, desde una transformación profunda de nuestro actuar. Pues la fe no son enunciaciones dogmaticas, sino un estilo de vida, y la resurrección es precisamente ese signo de vida que es capaz de renovar la vida del hombre.
Esto nos confronta fuertemente, pues la resurrección es la verdad fundante de la fe cristiana, pero es fundante no sólo porque da razón a lo que creemos, sino porque es la fuerza renovadora que nos invita a dar testimonio entre los hombres haciendo que sea creíble, anunciado que la vida es la que tiene la última palabra, somos portadores de una esperanza capaz de trasformar y animar al mundo. La resurrección por tanto funda la fe, pero la funda no sólo porque sea el eje ideológico de la vida cristiana, sino porque efectivamente la funda, le da su sentido, le da su fuerza, su razón de ser en medio de la historia. Es la fuerza creadora de un nuevo estilo de vida, un estilo de vida que es capaz de renovar la humanidad.
Por lo tanto, si hoy nos reunimos para celebrar este acontecimiento, no es para celebrara un mero festejo más en la vida, no sólo es el recordatorio de que Jesús murió y resucitó. Sino para que recordemos nuestro compromiso delante del mundo, para que recordemos que demos anunciar y vivir la fuerza del amor, una fuerza que es posible vivirla por la gracia de la resurrección. Para ello es necesario como dice Pablo en la segunda lectura: Tener nuestros pensamientos puestos «en las cosas celestiales y no en las de la tierra.» Y ¿cuáles son esas cosas celestes? Esas cosas son el amor, la justicia, la misericordia, el perdón, la verdad. Esas son las cosas que se deben buscar, pues cuando esas realidades son halladas, se puede empezar a vivir de un modo nuevo, se puede vencer el pecado y por tanto, se puede vivir la fe en la resurrección, se puede ser verdadero portador de esa fe.
Que en este día seamos capaces de recordar nuestro compromiso delante del Señor, seamos capaces de de vivir la experiencia de la resurrección. Que no nos quedemos de observadores, que no nos limitemos solamnte a contar lo que se ve, lo que nos dicen, sino que realmente creamos, y creyendo venzamos nuestro pecado y anunciemos que Cristo vive y que vive parea renovar nuestra vida y la realidad de toda la historia. Qué hoy anunciemos y digamos “¡felices pascuas!” y que sean felices porque Cristo es quien me da la felicidad pues renueva mi vida y me ayuda a renovar la vida de los demás.
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