30/10/11

Experiencia y no imagen

Meditación con motivo del XXXI domingo de tiempo ordinario
Ciclo /A/

Textos:
Malaquías 1, 14—2, 2. 8-10
1 Tesalonicenses 2, 7-9. 13
San Mateo 23, 1-12

Vivimos en un mundo que está dominado por la imagen, los productos que se venden siempre buscan anunciarlo a través de una imagen, de algo que sea llamativo, de algo que enamore a la vista, que se haga agradable al conocerlo, que se sienta la necesidad de poseerlo, que parezca la respuesta a las dificultades que se tienen. De esta manera los productos tratan siempre de tener una imagen delante de los demás, que los hagan adelgazar por arte de magia, que los hagan ser más atractivos de inmediato, que les den la felicidad que tanto han buscado. Imágenes, que muchas veces distan de la realidad. De la misma manera los locales comerciales, las presentaciones de la comida, y demás elementos siempre parte de una imagen.
Sin embargo, como su nombre lo indica es una mera imagen, y la palabra imagen bien del latín “imago", es decir retrato; y a su vez viene del verbo "imitari" que significa imitar. Entonces imagen es aquello que uno puede interpretar, una "imitación" de la figura real. Por tanto es sólo imitación, es sólo la apariencia, pero no es la realidad, y en nuestros tiempos se tiende mucho a esto, a presentar una idea con la imagen, a representarla, pero no a no mostrar la realidad, sólo se anuncia algo que es aparente, pero que no es real.
Si bien a nivel de mercadotecnia es lo que mueve a comprar algunos productos o asistir a ciertos lugares, también es cierto que al final, si esa imagen es totalmente apariencia provocará una fuerte desilusión. Sin embargo, la imágenes no sólo se dan en las cosas o en los lugares, sino en las personas. Y es que a veces las personas buscan presentar un estilo concreto de vida delante de los demás, para demostrar, no lo que son, sino lo que quieren aparentar ser, y así conseguir un objetivo. Se puede aparentar ser bueno, cuando en realidad sólo se busca engañar a alguien. Se puede aparentar ser honesto para conseguir un puesto y después robar. Se puede aparentar ser una persona cariñosa y fiel, y después abusar de la otra persona y utilizarla. Se puede aparentar un amor sincero y al final resultar que sólo quería algo de placer. Se pueden aparentar cantidad e cosas, y al final mostrar definitivamente quienes somos.
Estas apariencias hacen que las personas se desilusionen y posteriormente se cuiden de los demás, desconfiando de todo tipo de sinceridad. Las apariencias matan la confianza y la esperanza. Y curiosamente en medio de estas apariencias, el hombre o la mujer de fe no están exentos. Cantidad de hombres y mujeres van por la vida mostrando meras apariencias sobre su fe, pero que no concuerdan con su realidad, y al final llevan a una desilusión de la persona y de la misma experiencia de fe.
Cuántos jóvenes hoy en día dicen no creer en Dios, y muchas veces no es por Dios sino, por la falta de congruencia que hay entre la viuda y la fe. Y la fe se toma como un mero fetiche, como una apariencia, como un rezo, como un robo incluso, como un absurdo que no dice nada, pues la fe parece tan despegada de la realidad que parece un ridículo ante las necesidades del mundo; o bien la fe se ve sólo como un mercad, pero que no influye no transforma, incluso se contradice en las enseñanzas del evangelio, pues e anuncia lo que nos e vive.
El evangelio de hoy denuncia este uso indiscriminado de la imagen delante de los demás, denuncia la cultura de la apariencia y sobre todo de la apariencia de la fe: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos. Hagan, pues, todo lo que les digan, pero no imiten sus obras, porque dicen una cosa y hacen otra. Hacen fardos muy pesados y difíciles de llevar y los echan sobre las espaldas de los hombres, pero ellos ni con el dedo los quieren mover.» La crítica que Jesús dirige es hacia los fariseos que eran los jefes religiosos de aquellos tiempos, que si bien contaban con un gran prestigio entre el pueblo, ahora Jesús los desenmascara pues ellos son conocedores de la Ley, ellos conocen la Palabra de Dios, son personas que guían a la sociedad en materia de fe, sin embargo, su vida es sólo apariencia. Anuncian cantidad de cosas, pero ellos no las hacen. Van elaborando y anunciado cantidad de leyes, sin que esas leyes realmente repercutan en sus propias vidas. Son capaces de exigir cosas, de anunciar las cosas, pero ellos no las viven.
Por ello, Jesús dice: «Hagan, pues, todo lo que les digan, pero no imiten sus obras.» Con esta frase Jesús reconoce sus enseñanzas, no son cosas malas, son cosas que van de acuerdo con la experiencia de fe, por eso invita a realizar lo que los fariseos anuncian, pues lo que ellos dicen efectivamente es de Dios, ellos hablan palabra de Dios, pero la enseñanza de los fariseos termina precisamente en lo que dicen, no se les debe de imitar pues su estilo de vida deja mucho que desear, su estilo de vida no corresponde con lo que anuncia. Y el problema es que muchas veces impacta demasiado lo que el otro hace, sus obras. Jesús por ello advierte que es menester no imitar sus obras, y sólo quedarse con lo que anuncian, marcando que su estilo de vida es totalmente contradictorio con lo que se anuncia.
Cuántas veces la gente imita a las personas en su vida y eso es precisamente lo que hace que todo se vuelva contradictorio. Cuántos ven que las personas de fe buscan puestos, lugares, posiciones, privilegios, y muchos piensan: “si a él se lo dan, también puedo pedirlo yo”, y toda su vida gira en torno a lo que puede ganar, a lo que puede aprovechar, pero no a lo que puede ayudar y cambiar de vida. De tal manera que el mal testimonio puedes ser un corrosivo que destruya la vida de los demás, dejando de lado lo que realmente se necesita, que es la vivencia del evangelio.
Pero ¿Por qué los fariseos no viven este testimonio que deberían mostrar a los demás? El mismo Jesús lo aclara: «Ensanchan las filacterias y las franjas del manto; les agrada ocupar los primeros lugares en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; les gusta que los saluden en las plazas y que la gente los llame ‘maestros.’» Toda su vida se desenvuelve en torno a ocupar puestos, a ser llamativos, pero no a ser realmente testimonio de fe. Su posición en la sociedad no es para mostrarse delante del mundo como aquellos que merecen todo lo necesario porque conocen a Dios, pues por esta actitud cuidan solamente esta zona de privilegios, pero no se preocupan por cuidar su relación con Dios viviendo lo que dice su Palabra. Ese es el problema de los fariseos, que sólo viven de su imagen, pero en realidad, no viven desde las categorías que se supone anuncian, es decir, desde las categorías de la Palabra de Dios. Su interés gira en torno a lo que necesitan, a lo que quieren y se merecen, pero no gira en torno a Dios, y por tanto su fe es totalmente estéril, incapaz de dar frutos.
Por lo tanto lo importante es la vida desde el testimonio, la vida del creyente no puede ser sólo de imagen, no es sólo de apariencias, esas vidas no son importantes, pues en realidad son falsas. De nada sirve una vida donde se aparente que se hace oración, que todo el día están hincados, que todo el día alaban a Dios, eso no ayuda ni edifica, pues la verdadera vida de oración no se demuestra estando de rodillas, sino con las palabras y actitudes que trasmiten precisamente esa vida de oración. No es la posición lo que muestra la oración, sino la vida que se tiene, que refleja e aviad de oración que hay en el interior, no es la imagen, sino la realidad que se vive en el interior.
No es importante aparentar que hago obras buenas, y que todos me vean. Eso es inútil las obras buenas no se planean, sino que van siendo fruto, en primer lugar del amor que se tiene en el interior, las obras buenas son la educación que refleja mi experiencia de bondad, el respeto que doy a otros, el hacer que los demás me sientan agradable, no porque lo busque, sino porque soy capaz de mostrarlo de modo natural porque trasmito bondad.
Por tanto Jesús trata de aclarar que no es suficiente dar una buena explicación, o tener un gran discurso, o saber cosas acerca de Dios y la fe, sino que se debe reflejar en el ejemplo de la persona, pues a Dios, y por ende la fe, se da a conocer, no sólo por una buena catequesis, sino por el ejemplo, pues no pude hablar de Dios y su amor, si nuestra vida contradice esa experiencia del amor. El cristianismo no es de imágenes, no es una apariencia, pues finalmente la gente se desengaña y ve el absurdo de la fe con nuestra manera de ser. EL cristiano no debe forjar imagen, sino que debe de ser un convencido, dejando que día a día la Palabra que conoce, lo vaya transformando totalmente, dejando la imagen, pues no estamos para convencer por apariencias, sino estamos llamados a trasmitir una experiencia que ha tocado fuertemente nuestra vida.
Este testimonio que se va reflejando desde nuestra propia experiencia, no sólo con discursos, ni creyéndonos superiores por saber cosas, sino porque trasmitimos con nuestro ejemplo la experiencia de Dios. Aclarando que en nuestra vida no está exenta de errores, pues somos frágiles y tenemos pecados. Lo importante es que nuestra búsqueda por ser coherentes y dar buen ejemplo, vamos esforzándonos por vencer esos pecados, no por apariencia, sino por un convencimiento y transformación total de nuestra vida. Y en la medida en la que vamos venciendo ese pecado, vamos siendo mejores. En la medida en la que reconocemos nuestros errores vamos transformando nuestra vida.
En conclusión, no hay mejor catequesis para convertir al hermano y conozca a Dios, sino nuestra vida, de ahí que la pregunta que debemos hacernos en este día es ¿Hasta qué punto puedo decir que he acercado a los demás con mi vida?

23/10/11

DOMUND es contagiar...

Meditación con motivo del Domingo Mundial de las Misiones 2011

Textos:
Zacarías 8, 20-23
Salmo 66
Romanos 10, 9-18.
San Marcos 16, 15-20

Celebrar el Domingo Mundial de las Misiones implica recordar una de las notas características de la Iglesia, y es que cada vez que recitamos el credo decimos que la Iglesia es apostólica. La palabra apóstol quiere decir “enviado”, por tanto la Iglesia es apostólica porque es enviada, es llamada a anunciar el mensaje de Cristo. Y esto nos invita a recordar que la Iglesia tiene como parte de su identidad el anunciar, el hacer llegar el mensaje de Cristo, que es precisamente un mensaje que debe iluminar y debe llenar de esperanza a los hombres. No se trata simplemente de anunciar como si fuese una obligación, sino de llevar esperanza, de dar sentido a la vida, de dar un aliento a la humanidad a través del mensaje del evangelio, de modo que el evangelio sea esa luz en medio de las dificultades de la vida y anime a los hombres a seguir adelante.
Y esta misión de anunciar el evangelio es una realidad que nos concierne a todos, no es exclusivamente de unos cuantos, sino que todos debemos de ser misioneros. Pero debemos de meditar que implica ser misionero, y como anunciar esta Palabra. La evangelización no es simplemente dar una serie de temas, una mera instrucción religiosa, sino que debe de llevar al encuentro de la persona de Cristo. Evangelizar no equivale ir a la escuela, no equivale con aprender algunas lecciones, sino tener un encuentro con Dios. Y ese encuentro se nota en la medida en la que la vida se transforma.
Por ello, podemos decir que, evangelizar es el acto de contagiar. Si entendemos contagiar como el acto de trasmitir algo que poseo a otro, en el caso de la salud, un contagio es trasmitir mi enfermedad a otra persona. Esta palabra viene del latín, ‘cum’ que significa ‘con’ y ‘tangere’, es decir ‘tocar’, por tanto es el acto de tocar con lo que tengo a alguien o a algo. Y desde nuestra reflexión evangelizar es eso contagiar, es tocar al otro con la Palabra de Dios que tenemos en nuestra vida. Evangelizar es precisamente tocar al otro con eso que tengo. Muchas veces la evangelización deja mucho que desear, pues no cambia la vida de nadie, y es que nos e contagia al otro, no lo tocamos, ya sea porque no queremos hacerlo, o bien porque la Palabra no nos ha tocado a nosotros, y por ende es muy difícil tocar a alguien con una Palabra que no tenemos.
Evangelizar se convierte entonces en la capacidad de dejarnos tocar por Dios y así tocar a otros con esa Palabra, de “Con-tagiarlos”, de “tocarlos-con” la experiencia de Dios.
En la mediad en la que se contagia esa Palabra entonces la vida se renueva pues todo se ve desde un punto de vista distinto, pues soy capaz de ver las cosas desde un nuevo horizonte, soy capaz de ver las cosas desde una nueva óptica, pues se vive de manera distinta, y hay algo que genera una transformación.
Esta idea es expresada en la primera lectura del día de hoy, del texto de Zacarías: «Vamos a apaciguar el rostro del Señor y a buscar al Señor de los ejércitos; yo también quiero ir.» Nos muestra por medio de su última visión, como llegará un día en que todos los pueblos querrán ir a apaciguar el rostro de Dios, es decir, querrán reconciliarse con el Señor. Apaciguar la ira se refiere precisamente al acto de estar en paz con Dios, al acto de no querer estar distanciándose de él, y por tanto se refleja el anhelo de entrar en contacto con él. Y en segundo lugar dice que lo quieren buscar, es decir quieren estar en movimiento continuo para no separarse de él; es el acto de conseguir, ver o saber dónde está Dios y nunca separase de él, el no querer perderlo de vista. Con estas dos acciones: apaciguar el rostro de Dios y buscarlo, quieren mostrar su total adhesión a Dios. Llegará un día en que los pueblos entrarán el sentido de todo desde Dios.
Y curiosamente esta decisión que toman los pueblos, es algo que quieren extenderlo como invitación, al punto que al final dice: «Yo también quiero ir.» Su motivación, hace que otros los quieran acompañar. Y eso es la evangelización, es motivar a otros, que al ver mi vida, que al ver como cambio, que al ver que me he encontrado con Dios, los contagie y digan «Yo también quiero ir», “Yo también quiero encontrar el sentido de mi vida como tú lo haces”. Por ello el profeta Zacarías muestra que el haber encontrado a Dios lleva a que los demás también se motiven, pues la manera de expresarlo los motiva a seguir adelante.
Y esto se hace más explicito al final del texto cuando dice: «En aquellos días, diez hombres de todas las lenguas que hablan las naciones, tomarán a un judío por el borde de sus vestiduras y le dirán: “Queremos ir con ustedes, porque hemos oído que Dios está con ustedes.”» Se muestra como son los mismos judíos quienes deben de llevar a los hombres al encuentro de Dios. La gente al verlos querrán que los lleven a Dios, dice que los tomaran del borde de su túnica, es decir, que buscan una relación especial con la persona. Si ellos están con Dios, y ahora los pueblos tocan el borde del manto, quiere decir que quieren estar cerca de su persona pues así ellos se encuentran con Dios.
Por tanto podemos ver que evangelizar es precisamente eso, dejar que las personas se contagien de Dios, y se acerquen a él. Evangelizar es dejar que se tomen del borde de nuestro manto, de nuestra persona y que quieran que los llevemos al encuentro de Dios.
El problema está que a veces nosotros no estamos tocados por esa experiencia. A veces solamente vamos a misa porque es costumbre, porque es normal. A veces conocemos cursos porque nos llaman la atención, pero no dejamos que esa Palabra nos toque y nos transforme, de tal manera que a los ojos del mundo no contagiamos nada. Incluso a veces hay gente que evangeliza, pero todo lo ve como escuela, como un concepto, que a puede hacerse interesante, pero que no logra transformar nuestra vida, ni la vida de los demás.
Todos somos misioneros, y no porque salgamos a tierras lejanas sino porque debemos contagiar con nuestra vida a los demás, para que se acerquen a Dios y descubran un nuevo horizonte en la vida.
Pero en este Domingo Mundial de las Misiones, si bien, debemos recordar nuestra identidad misionera, también es cierto que debemos cuestionarnos hasta que punto experimentamos la Palabra transformadora de Dios, hasta que punto nos hemos dejado transformar y hasta qué punto somos capaces de contagiar a los demás de la gracia y presencia de Dios. Y si me falta algo, empezar a buscar y encontrar el verdadero sentido de la fe, que es ser postrador de la Palabra, que llena de esperanza y da sentido a la propia historia.

22/10/11

«Amarás al Señor, tu Dios...»

Meditación con motivo del XXX Domingo del Tiempo Ordinario
Ciclo /A/

Textos:
Éxodo 22,20-26
1Tesalonicenses 1,5-10
San Mateo 22,34-40


La vida de la fe implica sobre todo saber distinguir los parámetros meramente humanos y los parámetros de Dios, y ello implica tener una vida totalmente receptiva a lo que Dios propone. Por ello, a lo largo de la historia las culturas tratan de descubrir el camino que los lleva a la experiencia de Dios. Sin embargo a veces con el fin de encontrar el camino para llegar a esos criterios se van construyendo caminos que ¡sean de ayuda para encontrar a Dios, pero a veces esos caminos son tan complejos que el hombre no se encuentra con Dios. A veces hay tantas estructuras e instancias que lejos de permitir el acceso a Dios impiden el entrar en contacto con él. Sobre esta realidad parce centrarse el evangelio de hoy.
Vemos como el doctor de la ley se le acerca a Jesús a preguntarle sobre el mandamiento más importante. A primera vista podríamos decir que eso es un absurdo, pues todos los mandamientos son importantes, sin embargo en aquellos tiempos era una cosa compleja pues las reflexiones de los fariseos y doctores de la Ley había hecho sumamente compleja le experiencia d la Ley colocando muchos mandatos. En aquel tiempo eran 613 preceptos, lo que se requiere el israelita piadoso para observar la Ley. A partir de los diez mandatos entregados a Moisés, las autoridades religiosas habían llegado a este complejo grupo de leyes. Y estas a su vez se dividían en dos grupos, había 365 que eran prohibiciones, una para cada día del año; y las restantes (es decir, 248) eran preceptos positivos, uno para cada hueso del cuerpo humano, de acuerdo con la era del conocimiento. Desde luego que esto tenía complicaciones pues el pueblo no era capaz de recordar todos los mandamientos y las sutiles distinciones de la casuística moral que ciertos mandamientos, a fin de que los fariseos y doctores de la ley considera que los pecadores sin esperanza perdida. Podemos decir que estos mandatos se convierten en caminos que a veces hacían hacer al hombre cuidarse más de no romperlos que encontrarse realmente con Dios.
Por esta razón se discutía sobre el precepto principal. Jesús deja de lado toda aquellas reflexiones de los doctores y responde a la pregunta recurriendo a la Escritura: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente», manifestando de ese modo que lo más importante lo dice Dios y está encerrado en la experiencia del amor.
La experiencia del amor es lo fundamental, vivir desde ese dinamismo de amor hacia Dios lleva por tanto a esa experiencia de paz. Con esto Jesús da por descontado todos los preceptos que los fariseos ha ido construyendo, mostrando que la paz y el sentido de la propia historia de fe no se logra a partir de estructuras que se han ido consolidando por estructuras meramente humanas, no son sus 613 mandatos, no son ese listado inútil de preceptos lo que da forma a todo. Lo que da sentido a la vida del hombre, es Dios y su Palabra, y a partir de la experiencia del amor lo que coloca y da sentido a todo lo que se hace.
Por ello, el hombre debe reconocer que la cantidad de elementos que se construyen al rededor no pueden ser realmente sólidas si no están cimentadas en la experiencia del amor, y en un amor que me lleve a reconocer la grandeza de Dios.
El hombre es invitado a mar a Dios, y amarlo con toda su realidad, pues el mismo texto no limita simplemente a decir que se ame a Dios, sino que coloca las diversas dimensiones a partir de las cuales se debe amara Dios. Hay que amarlo con el corazón, el alma y la mente. Eso quiere decir que Jesús deja bien claro que el amor de Dios se da partir de ciertos elementos, no es una amor en lo abstracto, no es un amor en lo sentimental es un amor que conlleva una vida, es un camino de toda la vida. No es para unos momentos, no basta con una plegaria, no es de una misa, es toda una transformación de la propia historia.
Amar a Dios implica diversas dimensiones de la vida, y sólo a partir de ahí se pude demostrar el amor hacia Dios. Hay que demostrar el amor desde el corazón. Y el corazón nos remite al lugar de los grandes pensamientos, por tanto amar a Dios implica reconocer que Dios forma parte de mis pensamientos importantes, pero si Dios está al, margen, sólo me acuerdo de él de momentos, sólo cuando voy a misa, o cuando hay alguna emergencia, implica que no es un gran pensamiento, por tanto Dios es algo meramente marginal y por ende no existe ese amor.
En segundo lugar marca que hay que amarlo con toda el alma, y esto quiere decir que hay que amarlo con toda la vida, con toda nuestra realidad, en toda circunstancia, sea bueno que malo, ser capaz de descubrir que Dios está presente tanto en las buenas como en las malas. Amar a Dios siempre, en toda nuestra vida, pero si lo amo sólo cuando me va bien, sólo cuando me conviene, implica que Dios es un asteroide que flota sin sentido en la vida, y sólo algunas veces logra un pequeño contacto con nosotros.
Finalmente hay que amarlo con y toda la mente, y esta expresión en griego se refiere a estar en medio del entendimiento, a la actividad cognoscitiva, racional, indica la capacidad para entender las cosas. Amar a Dios con la mente es la capacidad de tener presente a Dios en cada momento y saber distinguir su acción en mi vida, se r capaz de entender las cosas como él, entiende las cosas desde el evangelio, desde el amor, desde el perdón, y dejar de lado todo tipo de criterio racional del mundo. Amar a Dios con la mente implica ser capaz de tenerlo como parámetro para entender la realidad, y la historia, para saber como actuar o como responder.
Por tanto Jesús deja en claro cuál es el camino para encontrarse con Dios, un camino que se define a través del amor a Dios y ello conllevará al amor al Prójimo donde se reflejara totalmente esa experiencia de amor que se le tiene a Dios. Pidamos en este domingo que nos de la capacidad de encontrarnos siempre con Dios, a partir de este criterio de amor y lo reflejemos hacia los demás, como signo de ese amor que empezamos a vivir desde la dinámica de Dios.

16/10/11

Una fe en medio de la dificultad...

Meditación con motivo del XXIX Domingo del Tiempo Ordinario
Ciclo /A/

Textos:
Isaías 45,1.4-6
1 Tesalonicenses 1,1-5
San Mateo 22,15-21

La vida de fe, está íntimamente enraizada con la experiencia humana, no es posible hablar de fe, sin referirnos al elemento humano. No es posible la fe, si el hombre no vive desde sus propias categorías y coordenadas humanas. De ahí que desenraizar nuestra fe de la historia, el querer comprender y vivir la dinámica de la fe, sin la experiencia de nuestra historia, no es posible, debemos dejar que nuestra vida ilumine nuestra fe y que nuestra fe al mismo tiempo ilumine nuestra vida, nuestra historia. Sin embargo esta relación se torna un tanto difícil cuando en nuestra vida se encuentran dificultades y pareciera que esa relación con Dios no se ve tan claramente como quisiéramos. Nos topamos con desilusiones, situaciones que parecen acabarnos y que frustra todo un proyecto, sin embargo, estamos llamados a levantarnos y a descubrir que no vamos solos por la vida, sino que Dios está ahí, por ello el reto es precisamente permitir que la fe ilumine esa situación.
El día de hoy en la primera lectura nos encontramos con esta situación. Encontramos al profeta Isaías que dirige unas palabras de ánimo al pueblo, palabras en las cuales quiere manifestar la salvación que viene de Dios. Pero para entender estas palabras es necesario entender la situación del pueblo. Estamos en medio del destierro de Babilonia, el pueblo ha perdido todo, ha perdido su tierra, ha pedido su pueblo y parece que su fe se ve amenazada, pues en medio de esta situación que viven, parece contradecir su fe. ¿Cómo es posible que Dios haya permitido este destierro? ¿Cómo es posible que Dios permitiera la destrucción de su templo? ¿No se supone que Dios es más fuerte que todo, por qué los abandona? Todo parece estar perdido. Y justo ante esa situación parece vislumbrarse la salvación del pueblo, y es justo lo que manifiesta el profeta Isaías.
Esta salvación se muestra con la elección de una persona: «Así habla el Señor a su ungido, a Ciro, a quien tomé de la mano derecha.» EL profeta dirige sus palabras hacia Ciro, que incluso recibe el título de Ungido, es decir el elegido de Dios. Pero ¿Quién es Ciro? Ciro, es el rey de los persas. En el momento en el que el profeta escribe, la potencia que dominaba todo el oriente era el imperio Babilonio, sin embargo debido a los malos manejos y estrategias político-religiosas, el imperio Babilónico parce venirse abajo, y justo en ese momento comienza a tomar fuerza el imperio persa, capitaneado por Ciro. Y el profeta vislumbra que ese imperio que está floreciendo, el imperio del los persas, es precisamente el signo que Dios da para traer la salvación, ese rey, es el elegido de parte de Dios.
Esto al inicio parece un absurdo, pues el elegido de Dios debería ser parte del pueblo judío, o Dios mismo. Pero resulta que el elegido es un rey extranjero, y será él quien llevara al pueblo a la salvación. Y efectivamente será el rey Ciro una vez que conquista Babilonia, quien regresará a los judíos a su tierra y comenzará las obras para construir un nuevo templo. Pero, ante este anuncio que podría sonar absurdo, podemos ver que Dios se vale de muchas maneras para dar la salvación al pueblo. Y muchas veces es el camino más ridículo que puede existir. ¿Quién imaginaria que sería otro rey extranjero quien liberaría al pueblo? Nadie. Por tanto, el texto nos marca que aún en la situación más complicada Dos saca una solución aún en medio de lo más inimaginable posible. Muchas veces creemos que nuestros problemas, que nuestras dificultades se resolverán por ciertos caminos, pero no es así a veces Dios responde por el camino menos pensado e imaginado. Lo importante es tener la disposición y dejarnos sorprender por él.
Inmediatamente después de la declaración de la salvación que se acerca el profeta recuerda la identidad del pueblo: «Yo te llamé por tu nombre, te di un título insigne, sin que tú me conocieras.» Recuerda al Pueblo que él nunca se olvida de ellos, y por ello dice que lo ha llamado por su nombre. El nombre representa la identidad de alguien, por tanto, este pueblo no es anónimo, ni es alguien desconocido para Dios, este pueblo es conocido y tiene una identidad, y por ello nunca ha estado sólo. Si Dios lo va a salvar es porque nunca se ha olvidado de ellos, siempre ha estado junto con ellos.
Por tanto, en medio de las dificultades el pueblo nunca ha estado sólo, Dios lo conoce, Dios le dio su identidad, nunca lo ha dejado solo y a su suerte. Ello implica algo mucho más profundo entonces, quiere decir que ciertamente a veces nuestra fe parece dejarnos, parece desilusionarnos ante ciertas situaciones que vamos viviendo. Sin embargo conviene recordar que Dios nos conoce, sabe lo que sucede en nuestra vida, nos llama por nuestro nombre, y busca como ayudarnos, tal vez no del modo que quisiéramos, pero lo hace del mejor modo para alcanzar el sentido de nuestra vida.
Y finalmente Dios hace una aseveración importante, ya que se anuncia la salvación por un nuevo camino, ya que ha recordado al pueblo que nunca lo olvida y le ha dado identidad entonces Dios les recuerda quién es él: «Yo soy el Señor, y no hay otro, no hay ningún Dios fuera de mí. Yo hice empuñar las armas, sin que tú me conocieras, para que se conozca, desde el Oriente y el Occidente, que no hay nada fuera de mí.» Les recuerda su propia identidad para que sepan en quien debe confiar. No hay más Dios fuera de él. Con ello les marca que no deben dejarse deslumbrar por los falos dioses de Babilonia, él es el único, no hay más. ¡Ah! Cuántas veces los judíos se dejaron deslumbrar por la extraordinarias liturgias de los babilónicos, al punto de querer estar con ese ‘dios’ que parecía más fuerte que el mismo Yahveh, pero no debe ser así, porque el único, el que da salvación, el que los constituyo como pueblo es Dios y no hay nada fuera de él.
Ante estas palabras debería resonar en nuestro corazón cada vez que quisiéramos buscar alguna solución fuera de él. A veces cuando la enfermedad golpea, creemos que la brujería puede ayudarnos, o cuando nos va mal queremos utilizar un amuleto para tener buenas vibras, o confiar en una vela o ropa de cierto color para que todo vaya bien, o bien leer algún horóscopo para no dar pasos inciertos: «No hay nada fuera de mí
La fe a veces es complicada, pues las situaciones áridas de la vida parecen contradecir todo, sin embargo hoy somos invitados a elevar la vista y descubrir que Dios está con nosotros, nos conoce, nos da identidad y es el único Dios. Y a pesar de esas debilidades, de sus fracasos que se presenta el hombre debe elevar la vista hacia Dios, confiando y sabiendo que su salvación siempre viene en camino. Esto que marca el profeta Isaías es justamente la verdadera fe, que confía y espera, que se desilusiona y sabe que el consuelo viene en camino. Sin embargo a veces las cosas de fe las podemos reducir a cosas muy superficiales, como los fariseos, que limitan el creer en Dios en rendirle cierto culto, y el día de hoy lo presentan preguntado si hay que pagar el impuesto o no. En el fondo ellos y trata de mostrar su fidelidad ha ido haciendo creer que el impuesto es una imposición que en cierta medida traiciona estar con Dios, sin embargo preguntan esto para hacer caer a Jesús. Pero Jesús nos e deja engañar y soluciona todo marcando que es la veredera fe: «Den al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios.» Es decir, hay que dejar de ver las cosas secundarias, ver lo que es de Dios, y eso es lo que debemos entregarle, pues la fe se muestra encontrándonos con Dios, sabiendo que él esta presente, sabiendo que el da siempre caminos nuevos de salvación. Debemos darle a Dios nuestra confianza, nuestra capacidad de descubrirlo y ver cuál es el camino de salvación que me propone, y saber que él es el único. El impuesto es algo que es parte de la situación histórica y eso depende al césar, pero no al verdadero sendero de la fe, pues si bien es parte de la historia el tributo al césar, no por ello garantiza o no la autentica fidelidad a Dios.

9/10/11

Aceptar la alianza

Meditación con motivo del domingo XXVIII del tiempo ordinario
Ciclo /A/

Textos:
Isaías 25, 6-10
Sal 22
Filipenses 4, 12-14. 19-20
San Mateo 22, 1-14

El hombre por naturaleza es sociable, por un lado porque se desarrolla en medio de una sociedad y por otro porque se necesita del encuentro con el otro. De ahí que en el desarrollo del hombre, se vayan creando vínculos de amistad, vínculos de camaradería, y es que al relacionarse con los demás unos vínculos se van haciendo más especiales, de tal manera que las personas se vuelven más profundas y con ello se establece una relación con elementos superiores. Y en el fondo esas relaciones son las que nos ayudan a seguir adelante, pues esas son las personas que nos sostienen, que nos ayudan, y nos impulsan a seguir adelante, pues con ellos se comparte la vida y propia historia. Pero estas relaciones no se basan sólo en cosas superficiales, sino que hay detalles que van ganando la confianza, y hacen q la misa m vida se comparta y día a día se valore esta relación y descubrir el grande tesoro que se tiene y el nivel de confianza que se tiene.
Y este tipo de relaciones basadas en la confianza y en las que se comparte la misma vida, implica que también la relación con Dios. Por ello deberías de preguntarnos cuál es el nivel de relación que tenemos delante de Dios. Si realmente hemos dejado que nuestra relación con él sea auténtica, y compartamos nuestra vida, nuestra fe, con él.
El día de hoy la liturgia nos muestra cómo Dios busca esta relación duradera en nuestras vidas y para ello utiliza una imagen que aparece frecuentemente en la Biblia, la imagen del banquete. EL banquete representa en la Escritura la relación de Dios con el hombre, es la imagen que indica la relación que se establece entre la humanidad y Dios. El banquete es el símbolo de la alianza que Dios hace con el hombre.
La primera lectura de hoy nos hace un acercamiento de esta alianza, nos muestra de manera plástica en qué consiste esta alianza que Dios hace con nosotros y por tanto la relación n que se establece entre Dios y los hombres. Analicemos algunos elementos de lo que significa vivir la alianza con Dios y descubrir en que consiste relacionarnos con él.
En primer lugar nos indica que Dios «preparará para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera.» Dios es quien ha preparado el banquete, es Dios quien prepara esta alianza que quiere realizar, y algo fundamental es que es preparado para todos los pueblos, es decir, es un banquete universal. La alianza que Dios hace, está abierta a todos, nadie queda excluido de ella, nadie puede vivir al margen de esta invitación. Si Dios quiere iniciar una alianza lo hará abriéndose a todos, no debe quedar nadie excluido de esto. Por tanto si el hombre quiere tener un vínculo sólido con Dios puede acercarse y saber que no está fuera de esta invitación amorosa que Dios hace.
En segundo lugar «Aniquilará la muerte para siempre.» Esta alianza es una alianza de vida. Dios quiere hacer esta alianza para destruir la muerte. Por tanto se vislumbra ya desde este momento que el hombre está llamado a la vida, su destino no es la muerte. EL que vive unido a Dios, el que hace amistad con Dios recibe una promesa de vida, más aún vive desde la dinámica de la vida, todo es vida. La alianza me capacita no simplemente para vencer la muerte futura, sino que me da las herramientas para vencer la estructuras de muerte, para vencer aquello que amenaza con destruirme, que amenaza con acabarme, que puede debilitar la experiencia del amor. La alianza me hace ser portador de la vida, y capaz de vencer las situaciones de muerte.
Y como consecuencia de esa promesa de vida nos marca el texto: «El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros.» Si la experiencia de muerte es vencida por esta alianza que Dios hace, implica que esto va acompañado de una experiencia de consuelo. Por eso enjuga las lagrimas, es señal de consuelo, en señal de la transformación que Dios hace en la vida. Estar en la alianza con Dios, implica que el hombre es capaz de descubrir la esperanza, es decir, es capaz de descubrir que está llamado a no dejarse abatir por las situaciones de dolor y de tristeza, si bien estas situaciones llegan, también es cierto que no es una situación definitiva y por tanto descubre que Dios está en su vida y no se arroja al sin sentido de la vida, al contrario, se arroja a los brazos de la esperanza, de la capacidad de superar esas situaciones, de no perder el ánimo, no dejar que algo lo derrote, sino de levantarse y seguir caminando con alegría para encontrarse con Dios en su historia. Por tanto, tener es amistad con Dios me lleva a descubrir la esperanza que viene de Dios, finalmente es lo mismo que expresa la segunda lectura de hoy: «Todo lo puedo en aquel que me conforta.» Finalmente como san Pablo lo dice, vendrán situaciones de problemas o de carestía, pero ello no implica que todo esté dicho, Dios es mi fortaleza, él es mi compañero, y por tanto el me da la fuerza para levantarme y seguir adelante.
Y entonces esa alianza lleva al hombre a exclamar una verdad profunda: «Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación. La mano del Señor se posará sobre este monte.» Descubre que Dios no los deja, que Dios los acompaña, que Dios es el compañero que guía a la comunidad y ello conlleva la alegría. La alianza con Dios da un signo de alegría a los hombres. No es posible vivir la alianza con Dios si la alegría. La alianza me debe llevar a tener este aspecto, el don de ser feliz, porque descubrir a Dios cercano, implica la felicidad que da sentido al caminar en la historia.
Por lo tanto tenemos aquí estas dimensiones de la alianza que Dios nos propone, representada por ese banquete: Universalidad, capacidad de vida, ele encuentro con la fortaleza y el consuelo, y la capacidad d ser feliz. Esto es lo que Dios propone para vivir la alianza. Y esto es en el fondo la experiencia de salvación, y es lo que buscamos en lo más profundo de nuestro corazón, sin embargo a veces el hombre no acepta eso, y por eso el evangelio del día de hoy nos presenta dos elementos que llevan al hombre a rechazar esa alianza.
La primera de ellas lo vemos en la primera parte de la parábola, los invitados rechazan la invitación, y esto lo hacen para seguir su actividades. Quiere decir que a veces rechazamos esa alianza porque va en contra de nuestra , va en contra de nuestra vida, de nuestros proyectos y es que lo que Dios ofrece en su alianza muchas veces nosotros lo buscamos de otra manera, muchas veces la propuesta de Dios parece absurda, pues Dios en su alianza nos promete que nadie queda excluido, pero muchas veces somos nosotros los que no queremos esa apertura, vivimos solos en nuestro individualismo, en nuestro autoplacer, pero no somos caces de abrirnos a los demás, a veces ni a nuestra familia, vivimos encerrados en nosotros. O bien queremos vencer la muerte, pero no creemos que sea necesaria la ayuda de Dios creemos que eso se resuelve de otras formas, con la ciencia, con supersticiones y ante eso damos la espalda al proyecto de Dios. O bien creemos que el consuelo nos lo dan ciertas estructuras, o ciertos elementos y ya no necesitamos más, basta con nuestra vida, o bien creemos que esa manera de vivir, es lo que da la felicidad. De esta manera lo que Dios nos propone parece ajeno, pues pareciera que interfiere o es algo secundario con lo que nosotros buscamos o vivimos, por eso el texto dice: «No hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios…» Es decir ellos ignoraron esta llamada y siguieron con su vida cotidiana, no les importo realmente, ellos encuentran lo que buscan desde sus categorías y no creen que Dios sea capaz de ayudarlos, es algo innecesario, pues han reducido su búsqueda de consuelo, de vida, de felicidad a lo que ellos hacen y producen.
Sin embargo, hay otra manera de rechazar, y es peor que la anterior, pues estos hombres simplemente lo rechazan, no aceptan esta propuesta y se van. Pero hay otro que dicen si aceptar este proyecto, pero sólo lo hace superficialmente, y es justo lo que presenta el final de la parábola: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?» Este hombre ha entrado en el banquete, a dicho que si a la alianza, pero sólo con sus palabras, pues su vida lo contradice todo. Los vestidos, las vestiduras en la Biblia representan la personalidad de alguien, si este hombre no trae el traje de boda, quiere decir que su personalidad no refleja su vida dentro del banquete. No parece estar en la fiesta, parecer estar en el banquete, está dentro, pero no lo refleja.
Cuantos podríamos decir que si estamos interesados en Dios y su proyecto, pero sólo lo hacemos exteriormente, sólo lo hablamos, o sólo hacemos un ministerio, sólo vamos a misa, o damos una plática de evangelización, pero al final no portamos el vestido de fiesta, no somos capaces de mostrar al mundo que creemos en Dios, sólo entramos pero no nos dejamos transformar, no dejamos que se impregne de Dios nuestra personalidad, todo es al margen, sin dejar que Dios nos transforme. De este modo rechazamos el proyecto volviendo nuestra vida mera apariencia.
Si bien estamos invitados a dejar que Dios fundar una amistad sólida con Dios, lo debemos hacer no sólo de palabra, o con una buena intención, sino realmente entrar y dejar que su vida, su consuelo, su felicidad nos trasforme y demostremos al mundo que Dios existe y que él vive en nosotros, y nos dejamos transformar por él, mostrando al mundo que estamos viviendo en la dinámica de su alianza no sólo por apariencias, sino porque somos portadores de la vestidura de la alianza.

2/10/11

Dios también fracasa

Meditación con motivo del XXVII Domingo del Tiempo Ordinario
Ciclo /A/

Textos:
Isaías 5,1-7
Salmo 79
Filipenses 4,6-9
San Mateo 21,33-43

El tema del amor sin duda es apasionante cuando se aborda, pues tiene diversas vertientes, diversos modos de vivirlo y de irlo comprendiendo y por esta razón, cuando decimos que “Dios es amor”, tal y como lo describe san Juan en su primera carta (cfr. 1Jn 4,8), implica entonces que penetrar en el misterio de lo divino requiere una gran novedad, diversos modos para entender y adentrarse en ese misterio. No basta sólo decir que Dios es amor, sino tratar de entender las diversas vertientes del amor y entonces ver las diversas facetas de Dios. Por lo tanto querer acercarse al misterio de Dios es querer acercarse al misterio del amor, y ello nos desborda.
El día de hoy en el evangelio continúan narrándose estas parábola sobre la viña, que como lo hemos dicho en otra ocasión, nos presenta la historia del pueblo de Israel, y al mismo tiempo nos presenta un rostro de Dios y por lo tanto un rostro del amor, y en consecuencia del amor de Dios. El día de hoy vemos esta parábola en de nuevo encontramos a estos viñadores y al dueño de la viña, que el fondo representa la historia de Israel que ha rechazado a Dios y sus mensajeros y que al final de los tiempos han rechazado al Hijo, a Jesús y lo han matado. Pero detengámonos como los domingos pasados en el dueño de la viña con el fin de descubrir una faceta más de Dios, y al mismo tiempo de lo que significa el amor.
En primer lugar vemos que este dueño de la viña va construyéndola, no es que el adquiera la viña ya conformada, sino que él mismo la va arreglando, él mismo la va conformando: «Poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia.» Este hombre posee una tierra, él tiene un terreno, y descubre que ese terreno no vale la pena tenerlo así, sino que debe tener vida y entonces decide plantar la viña, y la viña es el símbolo del pueblo de Israel. Quiere decir que Dios quiere un pueblo, quiere una comunidad donde manifestar su amor. Con esto ya nos muestra una característica vital del amor, amar no es encerrarse en sí mismo, sino salir al encuentro de los demás, ser capaz de formar comunidad. Si lo pensamos bien, una pareja ama cuando es capaz de salir hacia el otro, pero cuando se encierra en sí mismo y sólo piensa es ser satisfecho, y no ve por el otro, el amor se rompe, el amor se agria, y no sirve para más. Lo mismo sucede en la amistad, cuando sólo se busca al otro por compromiso o para recibir lo que necesita, el amor de esa amistad se acaba, pues no es capaz de salir al otro, sino que simplemente busca su propio beneficio, y ese amor se frustra. Por tanto, el amor es salida, es búsqueda del otro, es constructor de comunidad, de armonía, es capacidad de engendrar vínculos de unión, de salir al encuentro del otro y ayudarlo y no simplemente autosatisfacción.
Y esta constitución del pueblo la hace de un modo totalmente delicado: «… la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia.» Finalmente esta viña le coloca todo lo necesario para que sea completa, no sólo son las viñas, sino que coloca todo lo necesario. Pone el lagar para que las uvas sean procesadas y den el vino, coloca la cerca en señal de protección y construye la torre de vigilancia pues se debe estar atento de los peligros. Por tanto Dios ha constituido un pueblo y ha colocado todo lo necesario para que se desarrolle del mejor modo, está protegido por Dios, simbolizado por la cerca, es un pueblo que debe dar su fruto, representado por el lagar y es un pueblo que no puede quedarse adormilado, sino que debe de estar siempre atento a la llamada de Dios, y así sean capaces de dar frutos. Es un pueblo que es capaz de vivir en plenitud dando frutos, estando atentos y viviendo desde la protección de Dios. Por tanto, es un amor que se da en totalidad, que da lo necesario para que se responda a la llamada del amor.
Sin embargo sucede algo increíble, teniéndolo todo no dan frutos, y comienzan a asesinar a los enviados del dueño. Pero esto parece un absurdo. Porque permite eso el dueño, más aún cómo se le ocurre mandar a su hijo si ve que todos están muriendo, si está viendo que esos viñadores son unos desalmados.
Pero detengámonos en el dueño de la viña, y veamos que piensa y así descubriéremos una característica más de Dios, y una característica totalmente desconcertante. Por qué sigue mandando servidores si ve que a los primeros los han matado. Seguramente porque Dios cree en el hombre, sabe que debe dar su fruto pero a veces su misma testarudez. Es como si el dueño dijera “no me pudieron dar los frutos, a lo mejor no les fue bien, estaban cansados, tuvieron un problema y por eso se desquitaron”, y ante eso vuelve a mandar a otros. Y en el culmen de todo envía a su hijo: «Respetarán a mi hijo.» En el fondo piensa que a lo mejor no han dado frutos porque no ha ido él en persona, y entonces manda al más cercano a él, que es justamente su hijo, y piensa que lo respetaran, piensa que a él i le harán caso, y así darán sus frutos. Pero resulta ser que no es así.
Podríamos decir que este relato refleja un absurdo, pues pareciera que ese hombre no se da cuenta de la calidad de hombres que son esos viñadores, ese hombre es un fracasado. Y efectivamente Dios es un fracasado, ante el hombre, Dios fracasa, y curiosamente le gusta ser así. Esto aparecería algo totalmente absurdo, algo que no cuadra en nuestros esquemas ¿Cómo Dios va a fracasar si Dios lo puede todo? Pero así es: Dios fracasa. Porque si Dios es amor, el amor se topa con el fracaso en algún momento de la vida. El verdadero amor siempre se topará con el fracaso, o no es amor, es una ilusión, un arreglo, una conveniencia, y por ello no fracasa, pero es amor. El amor verdadero experimenta tarde que temprano el fracaso. No porque ese sea su estado permanentemente, pero si es una de las fases del amor. Para que el amor se auténticamente amor fracasa en un momento determinado, pues así se madura, y se acepta ese fracaso con dolor, como seguramente lo sentía el amo de la viña, pero sigue adelante, por amor.
Decir esto, sin lugar a dudas parece absurdo, es contradictorio decir que el amor es fracaso en un momento de sus etapas, pero así es. Pensémoslo bien, una madre que ama a su hijos, los ve crecer, les da todo lo necesario para su desarrollo, incluso muchas veces se quita el alimento para dárselos a ellos, se priva de cosas, y va viendo con felicidad que crecen, que la quieren, pero no siempre es así, de vez en cuando reniegan de su madre, de vez en cuando no valoran los sacrificios que ha hecho por ellos, incluso le reclaman, le exigen, le dicen que ha hecho mal las cosas. No sucede diario, pero en algunos momentos lo hacen o a veces lo hacen constantemente, y sin embargo las mamás siguen ahí, no dicen nada, y esperan que un día sus hijos den fruto agradezcan y valoren lo que tienen, y ellas siguen igual de sacrificadas y abnegadas. De algún modo en esos momentos ellas están tristes, se hace trizas su corazón al escuchar lo que sus hijos dicen, pero siguen adelante. Las mamás muchas veces se topan con el fracaso en su tarea del amor y siguen caminado, dando oportunidades, por la sencilla razón de que aman. El amor de vez en cuando se topa con fracasos. Y no por esos fracasos las mamás dejan de amar.
Igualmente en el matrimonio hay momentos en el que la entrega se topa con el fracaso, cuando el otro no responde como debería, cuando aparece una dificultad, cuando de repente se lastiman los sentimientos del otro, cuando no se valora lo que el otro hace, su sacrificio, que simplemente lo hace por amor, sin importar nada. Y cuando la pareja está cimentad por el verdadero amor siguen adelante, siguen sacrificándose por el otro, siguen mostrándose muestras de amor y cariño, incluso buscan nuevas formas para seguir adelante en la relación, y no por un fracaso momentáneo, no por una dificultad dejan de amarse y de seguir fuertemente unidos. Sólo cuando la unión es con fines egoístas, el fracaso acaba por apagar todo, sin esforzarse y alimentar el amor.
Por tanto, el amor experimenta en ocasiones el fracaso, y no por ello uno deja de amar, al contrario sigue adelante mostrando su vida de amor, sin detenerse porque la otra persona es importante y se le ama.
Dios nos ama, y en su amor se topa con el fracaso, es tan grande y tan puro su amor que experimenta el fracaso. Ese es el Dios de la Biblia, un Dios que fracasa en su amor por el hombre, que sigue cerrado en su pecado, y se niega a dar sus frutos. Y eso es lo extraordinario de Dios, que fracasa ante nosotros y a pesar de ello sigue adelante, con paciencia porque nos ama, porque cree en nosotros y sabe que un día daremos nuestros frutos.
Ante esta parábola podemos tener dos cosas fundamentales a nuestra reflexión. En primer lugar que el mor experimenta el fracaso, pero no es una barrera que impide el flujo del amor, pues el amor verdadero no se deja vencer por ello. Y en segundo lugar que Dios, que es amor, también fracasa y acepta ese fracaso porque nos ama. Ante esto podríamos muy bien pensar nuestra relación con Dios y decirle “Gracias por el amor que me tienes, y perdón por todas las veces que he frustrado ese amor por no dar mi fruto, por no dar respuesta a tu llama”, es momento de reconocer que fallamos y así hacemos que el amor de Dios se tope con el fracaso, pero si reconocemos esto y vemos que no hay frutos en nuestra vida podremos elevar a Dios nuestra oración y con el propósito de responder a su llamada de amor y decirle quiero dar frutos y así como el Salmo canta en este día suplicarle y decirle:«¡Restáuranos, Señor de los ejércitos, que brille tu rostro y seremos salvados!»