2/10/11

Dios también fracasa

Meditación con motivo del XXVII Domingo del Tiempo Ordinario
Ciclo /A/

Textos:
Isaías 5,1-7
Salmo 79
Filipenses 4,6-9
San Mateo 21,33-43

El tema del amor sin duda es apasionante cuando se aborda, pues tiene diversas vertientes, diversos modos de vivirlo y de irlo comprendiendo y por esta razón, cuando decimos que “Dios es amor”, tal y como lo describe san Juan en su primera carta (cfr. 1Jn 4,8), implica entonces que penetrar en el misterio de lo divino requiere una gran novedad, diversos modos para entender y adentrarse en ese misterio. No basta sólo decir que Dios es amor, sino tratar de entender las diversas vertientes del amor y entonces ver las diversas facetas de Dios. Por lo tanto querer acercarse al misterio de Dios es querer acercarse al misterio del amor, y ello nos desborda.
El día de hoy en el evangelio continúan narrándose estas parábola sobre la viña, que como lo hemos dicho en otra ocasión, nos presenta la historia del pueblo de Israel, y al mismo tiempo nos presenta un rostro de Dios y por lo tanto un rostro del amor, y en consecuencia del amor de Dios. El día de hoy vemos esta parábola en de nuevo encontramos a estos viñadores y al dueño de la viña, que el fondo representa la historia de Israel que ha rechazado a Dios y sus mensajeros y que al final de los tiempos han rechazado al Hijo, a Jesús y lo han matado. Pero detengámonos como los domingos pasados en el dueño de la viña con el fin de descubrir una faceta más de Dios, y al mismo tiempo de lo que significa el amor.
En primer lugar vemos que este dueño de la viña va construyéndola, no es que el adquiera la viña ya conformada, sino que él mismo la va arreglando, él mismo la va conformando: «Poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia.» Este hombre posee una tierra, él tiene un terreno, y descubre que ese terreno no vale la pena tenerlo así, sino que debe tener vida y entonces decide plantar la viña, y la viña es el símbolo del pueblo de Israel. Quiere decir que Dios quiere un pueblo, quiere una comunidad donde manifestar su amor. Con esto ya nos muestra una característica vital del amor, amar no es encerrarse en sí mismo, sino salir al encuentro de los demás, ser capaz de formar comunidad. Si lo pensamos bien, una pareja ama cuando es capaz de salir hacia el otro, pero cuando se encierra en sí mismo y sólo piensa es ser satisfecho, y no ve por el otro, el amor se rompe, el amor se agria, y no sirve para más. Lo mismo sucede en la amistad, cuando sólo se busca al otro por compromiso o para recibir lo que necesita, el amor de esa amistad se acaba, pues no es capaz de salir al otro, sino que simplemente busca su propio beneficio, y ese amor se frustra. Por tanto, el amor es salida, es búsqueda del otro, es constructor de comunidad, de armonía, es capacidad de engendrar vínculos de unión, de salir al encuentro del otro y ayudarlo y no simplemente autosatisfacción.
Y esta constitución del pueblo la hace de un modo totalmente delicado: «… la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia.» Finalmente esta viña le coloca todo lo necesario para que sea completa, no sólo son las viñas, sino que coloca todo lo necesario. Pone el lagar para que las uvas sean procesadas y den el vino, coloca la cerca en señal de protección y construye la torre de vigilancia pues se debe estar atento de los peligros. Por tanto Dios ha constituido un pueblo y ha colocado todo lo necesario para que se desarrolle del mejor modo, está protegido por Dios, simbolizado por la cerca, es un pueblo que debe dar su fruto, representado por el lagar y es un pueblo que no puede quedarse adormilado, sino que debe de estar siempre atento a la llamada de Dios, y así sean capaces de dar frutos. Es un pueblo que es capaz de vivir en plenitud dando frutos, estando atentos y viviendo desde la protección de Dios. Por tanto, es un amor que se da en totalidad, que da lo necesario para que se responda a la llamada del amor.
Sin embargo sucede algo increíble, teniéndolo todo no dan frutos, y comienzan a asesinar a los enviados del dueño. Pero esto parece un absurdo. Porque permite eso el dueño, más aún cómo se le ocurre mandar a su hijo si ve que todos están muriendo, si está viendo que esos viñadores son unos desalmados.
Pero detengámonos en el dueño de la viña, y veamos que piensa y así descubriéremos una característica más de Dios, y una característica totalmente desconcertante. Por qué sigue mandando servidores si ve que a los primeros los han matado. Seguramente porque Dios cree en el hombre, sabe que debe dar su fruto pero a veces su misma testarudez. Es como si el dueño dijera “no me pudieron dar los frutos, a lo mejor no les fue bien, estaban cansados, tuvieron un problema y por eso se desquitaron”, y ante eso vuelve a mandar a otros. Y en el culmen de todo envía a su hijo: «Respetarán a mi hijo.» En el fondo piensa que a lo mejor no han dado frutos porque no ha ido él en persona, y entonces manda al más cercano a él, que es justamente su hijo, y piensa que lo respetaran, piensa que a él i le harán caso, y así darán sus frutos. Pero resulta ser que no es así.
Podríamos decir que este relato refleja un absurdo, pues pareciera que ese hombre no se da cuenta de la calidad de hombres que son esos viñadores, ese hombre es un fracasado. Y efectivamente Dios es un fracasado, ante el hombre, Dios fracasa, y curiosamente le gusta ser así. Esto aparecería algo totalmente absurdo, algo que no cuadra en nuestros esquemas ¿Cómo Dios va a fracasar si Dios lo puede todo? Pero así es: Dios fracasa. Porque si Dios es amor, el amor se topa con el fracaso en algún momento de la vida. El verdadero amor siempre se topará con el fracaso, o no es amor, es una ilusión, un arreglo, una conveniencia, y por ello no fracasa, pero es amor. El amor verdadero experimenta tarde que temprano el fracaso. No porque ese sea su estado permanentemente, pero si es una de las fases del amor. Para que el amor se auténticamente amor fracasa en un momento determinado, pues así se madura, y se acepta ese fracaso con dolor, como seguramente lo sentía el amo de la viña, pero sigue adelante, por amor.
Decir esto, sin lugar a dudas parece absurdo, es contradictorio decir que el amor es fracaso en un momento de sus etapas, pero así es. Pensémoslo bien, una madre que ama a su hijos, los ve crecer, les da todo lo necesario para su desarrollo, incluso muchas veces se quita el alimento para dárselos a ellos, se priva de cosas, y va viendo con felicidad que crecen, que la quieren, pero no siempre es así, de vez en cuando reniegan de su madre, de vez en cuando no valoran los sacrificios que ha hecho por ellos, incluso le reclaman, le exigen, le dicen que ha hecho mal las cosas. No sucede diario, pero en algunos momentos lo hacen o a veces lo hacen constantemente, y sin embargo las mamás siguen ahí, no dicen nada, y esperan que un día sus hijos den fruto agradezcan y valoren lo que tienen, y ellas siguen igual de sacrificadas y abnegadas. De algún modo en esos momentos ellas están tristes, se hace trizas su corazón al escuchar lo que sus hijos dicen, pero siguen adelante. Las mamás muchas veces se topan con el fracaso en su tarea del amor y siguen caminado, dando oportunidades, por la sencilla razón de que aman. El amor de vez en cuando se topa con fracasos. Y no por esos fracasos las mamás dejan de amar.
Igualmente en el matrimonio hay momentos en el que la entrega se topa con el fracaso, cuando el otro no responde como debería, cuando aparece una dificultad, cuando de repente se lastiman los sentimientos del otro, cuando no se valora lo que el otro hace, su sacrificio, que simplemente lo hace por amor, sin importar nada. Y cuando la pareja está cimentad por el verdadero amor siguen adelante, siguen sacrificándose por el otro, siguen mostrándose muestras de amor y cariño, incluso buscan nuevas formas para seguir adelante en la relación, y no por un fracaso momentáneo, no por una dificultad dejan de amarse y de seguir fuertemente unidos. Sólo cuando la unión es con fines egoístas, el fracaso acaba por apagar todo, sin esforzarse y alimentar el amor.
Por tanto, el amor experimenta en ocasiones el fracaso, y no por ello uno deja de amar, al contrario sigue adelante mostrando su vida de amor, sin detenerse porque la otra persona es importante y se le ama.
Dios nos ama, y en su amor se topa con el fracaso, es tan grande y tan puro su amor que experimenta el fracaso. Ese es el Dios de la Biblia, un Dios que fracasa en su amor por el hombre, que sigue cerrado en su pecado, y se niega a dar sus frutos. Y eso es lo extraordinario de Dios, que fracasa ante nosotros y a pesar de ello sigue adelante, con paciencia porque nos ama, porque cree en nosotros y sabe que un día daremos nuestros frutos.
Ante esta parábola podemos tener dos cosas fundamentales a nuestra reflexión. En primer lugar que el mor experimenta el fracaso, pero no es una barrera que impide el flujo del amor, pues el amor verdadero no se deja vencer por ello. Y en segundo lugar que Dios, que es amor, también fracasa y acepta ese fracaso porque nos ama. Ante esto podríamos muy bien pensar nuestra relación con Dios y decirle “Gracias por el amor que me tienes, y perdón por todas las veces que he frustrado ese amor por no dar mi fruto, por no dar respuesta a tu llama”, es momento de reconocer que fallamos y así hacemos que el amor de Dios se tope con el fracaso, pero si reconocemos esto y vemos que no hay frutos en nuestra vida podremos elevar a Dios nuestra oración y con el propósito de responder a su llamada de amor y decirle quiero dar frutos y así como el Salmo canta en este día suplicarle y decirle:«¡Restáuranos, Señor de los ejércitos, que brille tu rostro y seremos salvados!»

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