Meditación con motivo del XXIX Domingo del Tiempo Ordinario
Ciclo /A/
Textos:
Isaías 45,1.4-6
1 Tesalonicenses 1,1-5
San Mateo 22,15-21
La vida de fe, está íntimamente enraizada con la experiencia humana, no es posible hablar de fe, sin referirnos al elemento humano. No es posible la fe, si el hombre no vive desde sus propias categorías y coordenadas humanas. De ahí que desenraizar nuestra fe de la historia, el querer comprender y vivir la dinámica de la fe, sin la experiencia de nuestra historia, no es posible, debemos dejar que nuestra vida ilumine nuestra fe y que nuestra fe al mismo tiempo ilumine nuestra vida, nuestra historia. Sin embargo esta relación se torna un tanto difícil cuando en nuestra vida se encuentran dificultades y pareciera que esa relación con Dios no se ve tan claramente como quisiéramos. Nos topamos con desilusiones, situaciones que parecen acabarnos y que frustra todo un proyecto, sin embargo, estamos llamados a levantarnos y a descubrir que no vamos solos por la vida, sino que Dios está ahí, por ello el reto es precisamente permitir que la fe ilumine esa situación.
El día de hoy en la primera lectura nos encontramos con esta situación. Encontramos al profeta Isaías que dirige unas palabras de ánimo al pueblo, palabras en las cuales quiere manifestar la salvación que viene de Dios. Pero para entender estas palabras es necesario entender la situación del pueblo. Estamos en medio del destierro de Babilonia, el pueblo ha perdido todo, ha perdido su tierra, ha pedido su pueblo y parece que su fe se ve amenazada, pues en medio de esta situación que viven, parece contradecir su fe. ¿Cómo es posible que Dios haya permitido este destierro? ¿Cómo es posible que Dios permitiera la destrucción de su templo? ¿No se supone que Dios es más fuerte que todo, por qué los abandona? Todo parece estar perdido. Y justo ante esa situación parece vislumbrarse la salvación del pueblo, y es justo lo que manifiesta el profeta Isaías.
Esta salvación se muestra con la elección de una persona: «Así habla el Señor a su ungido, a Ciro, a quien tomé de la mano derecha.» EL profeta dirige sus palabras hacia Ciro, que incluso recibe el título de Ungido, es decir el elegido de Dios. Pero ¿Quién es Ciro? Ciro, es el rey de los persas. En el momento en el que el profeta escribe, la potencia que dominaba todo el oriente era el imperio Babilonio, sin embargo debido a los malos manejos y estrategias político-religiosas, el imperio Babilónico parce venirse abajo, y justo en ese momento comienza a tomar fuerza el imperio persa, capitaneado por Ciro. Y el profeta vislumbra que ese imperio que está floreciendo, el imperio del los persas, es precisamente el signo que Dios da para traer la salvación, ese rey, es el elegido de parte de Dios.
Esto al inicio parece un absurdo, pues el elegido de Dios debería ser parte del pueblo judío, o Dios mismo. Pero resulta que el elegido es un rey extranjero, y será él quien llevara al pueblo a la salvación. Y efectivamente será el rey Ciro una vez que conquista Babilonia, quien regresará a los judíos a su tierra y comenzará las obras para construir un nuevo templo. Pero, ante este anuncio que podría sonar absurdo, podemos ver que Dios se vale de muchas maneras para dar la salvación al pueblo. Y muchas veces es el camino más ridículo que puede existir. ¿Quién imaginaria que sería otro rey extranjero quien liberaría al pueblo? Nadie. Por tanto, el texto nos marca que aún en la situación más complicada Dos saca una solución aún en medio de lo más inimaginable posible. Muchas veces creemos que nuestros problemas, que nuestras dificultades se resolverán por ciertos caminos, pero no es así a veces Dios responde por el camino menos pensado e imaginado. Lo importante es tener la disposición y dejarnos sorprender por él.
Inmediatamente después de la declaración de la salvación que se acerca el profeta recuerda la identidad del pueblo: «Yo te llamé por tu nombre, te di un título insigne, sin que tú me conocieras.» Recuerda al Pueblo que él nunca se olvida de ellos, y por ello dice que lo ha llamado por su nombre. El nombre representa la identidad de alguien, por tanto, este pueblo no es anónimo, ni es alguien desconocido para Dios, este pueblo es conocido y tiene una identidad, y por ello nunca ha estado sólo. Si Dios lo va a salvar es porque nunca se ha olvidado de ellos, siempre ha estado junto con ellos.
Por tanto, en medio de las dificultades el pueblo nunca ha estado sólo, Dios lo conoce, Dios le dio su identidad, nunca lo ha dejado solo y a su suerte. Ello implica algo mucho más profundo entonces, quiere decir que ciertamente a veces nuestra fe parece dejarnos, parece desilusionarnos ante ciertas situaciones que vamos viviendo. Sin embargo conviene recordar que Dios nos conoce, sabe lo que sucede en nuestra vida, nos llama por nuestro nombre, y busca como ayudarnos, tal vez no del modo que quisiéramos, pero lo hace del mejor modo para alcanzar el sentido de nuestra vida.
Y finalmente Dios hace una aseveración importante, ya que se anuncia la salvación por un nuevo camino, ya que ha recordado al pueblo que nunca lo olvida y le ha dado identidad entonces Dios les recuerda quién es él: «Yo soy el Señor, y no hay otro, no hay ningún Dios fuera de mí. Yo hice empuñar las armas, sin que tú me conocieras, para que se conozca, desde el Oriente y el Occidente, que no hay nada fuera de mí.» Les recuerda su propia identidad para que sepan en quien debe confiar. No hay más Dios fuera de él. Con ello les marca que no deben dejarse deslumbrar por los falos dioses de Babilonia, él es el único, no hay más. ¡Ah! Cuántas veces los judíos se dejaron deslumbrar por la extraordinarias liturgias de los babilónicos, al punto de querer estar con ese ‘dios’ que parecía más fuerte que el mismo Yahveh, pero no debe ser así, porque el único, el que da salvación, el que los constituyo como pueblo es Dios y no hay nada fuera de él.
Ante estas palabras debería resonar en nuestro corazón cada vez que quisiéramos buscar alguna solución fuera de él. A veces cuando la enfermedad golpea, creemos que la brujería puede ayudarnos, o cuando nos va mal queremos utilizar un amuleto para tener buenas vibras, o confiar en una vela o ropa de cierto color para que todo vaya bien, o bien leer algún horóscopo para no dar pasos inciertos: «No hay nada fuera de mí.»
La fe a veces es complicada, pues las situaciones áridas de la vida parecen contradecir todo, sin embargo hoy somos invitados a elevar la vista y descubrir que Dios está con nosotros, nos conoce, nos da identidad y es el único Dios. Y a pesar de esas debilidades, de sus fracasos que se presenta el hombre debe elevar la vista hacia Dios, confiando y sabiendo que su salvación siempre viene en camino. Esto que marca el profeta Isaías es justamente la verdadera fe, que confía y espera, que se desilusiona y sabe que el consuelo viene en camino. Sin embargo a veces las cosas de fe las podemos reducir a cosas muy superficiales, como los fariseos, que limitan el creer en Dios en rendirle cierto culto, y el día de hoy lo presentan preguntado si hay que pagar el impuesto o no. En el fondo ellos y trata de mostrar su fidelidad ha ido haciendo creer que el impuesto es una imposición que en cierta medida traiciona estar con Dios, sin embargo preguntan esto para hacer caer a Jesús. Pero Jesús nos e deja engañar y soluciona todo marcando que es la veredera fe: «Den al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios.» Es decir, hay que dejar de ver las cosas secundarias, ver lo que es de Dios, y eso es lo que debemos entregarle, pues la fe se muestra encontrándonos con Dios, sabiendo que él esta presente, sabiendo que el da siempre caminos nuevos de salvación. Debemos darle a Dios nuestra confianza, nuestra capacidad de descubrirlo y ver cuál es el camino de salvación que me propone, y saber que él es el único. El impuesto es algo que es parte de la situación histórica y eso depende al césar, pero no al verdadero sendero de la fe, pues si bien es parte de la historia el tributo al césar, no por ello garantiza o no la autentica fidelidad a Dios.
Ciclo /A/
Textos:
Isaías 45,1.4-6
1 Tesalonicenses 1,1-5
San Mateo 22,15-21
La vida de fe, está íntimamente enraizada con la experiencia humana, no es posible hablar de fe, sin referirnos al elemento humano. No es posible la fe, si el hombre no vive desde sus propias categorías y coordenadas humanas. De ahí que desenraizar nuestra fe de la historia, el querer comprender y vivir la dinámica de la fe, sin la experiencia de nuestra historia, no es posible, debemos dejar que nuestra vida ilumine nuestra fe y que nuestra fe al mismo tiempo ilumine nuestra vida, nuestra historia. Sin embargo esta relación se torna un tanto difícil cuando en nuestra vida se encuentran dificultades y pareciera que esa relación con Dios no se ve tan claramente como quisiéramos. Nos topamos con desilusiones, situaciones que parecen acabarnos y que frustra todo un proyecto, sin embargo, estamos llamados a levantarnos y a descubrir que no vamos solos por la vida, sino que Dios está ahí, por ello el reto es precisamente permitir que la fe ilumine esa situación.
El día de hoy en la primera lectura nos encontramos con esta situación. Encontramos al profeta Isaías que dirige unas palabras de ánimo al pueblo, palabras en las cuales quiere manifestar la salvación que viene de Dios. Pero para entender estas palabras es necesario entender la situación del pueblo. Estamos en medio del destierro de Babilonia, el pueblo ha perdido todo, ha perdido su tierra, ha pedido su pueblo y parece que su fe se ve amenazada, pues en medio de esta situación que viven, parece contradecir su fe. ¿Cómo es posible que Dios haya permitido este destierro? ¿Cómo es posible que Dios permitiera la destrucción de su templo? ¿No se supone que Dios es más fuerte que todo, por qué los abandona? Todo parece estar perdido. Y justo ante esa situación parece vislumbrarse la salvación del pueblo, y es justo lo que manifiesta el profeta Isaías.
Esta salvación se muestra con la elección de una persona: «Así habla el Señor a su ungido, a Ciro, a quien tomé de la mano derecha.» EL profeta dirige sus palabras hacia Ciro, que incluso recibe el título de Ungido, es decir el elegido de Dios. Pero ¿Quién es Ciro? Ciro, es el rey de los persas. En el momento en el que el profeta escribe, la potencia que dominaba todo el oriente era el imperio Babilonio, sin embargo debido a los malos manejos y estrategias político-religiosas, el imperio Babilónico parce venirse abajo, y justo en ese momento comienza a tomar fuerza el imperio persa, capitaneado por Ciro. Y el profeta vislumbra que ese imperio que está floreciendo, el imperio del los persas, es precisamente el signo que Dios da para traer la salvación, ese rey, es el elegido de parte de Dios.
Esto al inicio parece un absurdo, pues el elegido de Dios debería ser parte del pueblo judío, o Dios mismo. Pero resulta que el elegido es un rey extranjero, y será él quien llevara al pueblo a la salvación. Y efectivamente será el rey Ciro una vez que conquista Babilonia, quien regresará a los judíos a su tierra y comenzará las obras para construir un nuevo templo. Pero, ante este anuncio que podría sonar absurdo, podemos ver que Dios se vale de muchas maneras para dar la salvación al pueblo. Y muchas veces es el camino más ridículo que puede existir. ¿Quién imaginaria que sería otro rey extranjero quien liberaría al pueblo? Nadie. Por tanto, el texto nos marca que aún en la situación más complicada Dos saca una solución aún en medio de lo más inimaginable posible. Muchas veces creemos que nuestros problemas, que nuestras dificultades se resolverán por ciertos caminos, pero no es así a veces Dios responde por el camino menos pensado e imaginado. Lo importante es tener la disposición y dejarnos sorprender por él.
Inmediatamente después de la declaración de la salvación que se acerca el profeta recuerda la identidad del pueblo: «Yo te llamé por tu nombre, te di un título insigne, sin que tú me conocieras.» Recuerda al Pueblo que él nunca se olvida de ellos, y por ello dice que lo ha llamado por su nombre. El nombre representa la identidad de alguien, por tanto, este pueblo no es anónimo, ni es alguien desconocido para Dios, este pueblo es conocido y tiene una identidad, y por ello nunca ha estado sólo. Si Dios lo va a salvar es porque nunca se ha olvidado de ellos, siempre ha estado junto con ellos.
Por tanto, en medio de las dificultades el pueblo nunca ha estado sólo, Dios lo conoce, Dios le dio su identidad, nunca lo ha dejado solo y a su suerte. Ello implica algo mucho más profundo entonces, quiere decir que ciertamente a veces nuestra fe parece dejarnos, parece desilusionarnos ante ciertas situaciones que vamos viviendo. Sin embargo conviene recordar que Dios nos conoce, sabe lo que sucede en nuestra vida, nos llama por nuestro nombre, y busca como ayudarnos, tal vez no del modo que quisiéramos, pero lo hace del mejor modo para alcanzar el sentido de nuestra vida.
Y finalmente Dios hace una aseveración importante, ya que se anuncia la salvación por un nuevo camino, ya que ha recordado al pueblo que nunca lo olvida y le ha dado identidad entonces Dios les recuerda quién es él: «Yo soy el Señor, y no hay otro, no hay ningún Dios fuera de mí. Yo hice empuñar las armas, sin que tú me conocieras, para que se conozca, desde el Oriente y el Occidente, que no hay nada fuera de mí.» Les recuerda su propia identidad para que sepan en quien debe confiar. No hay más Dios fuera de él. Con ello les marca que no deben dejarse deslumbrar por los falos dioses de Babilonia, él es el único, no hay más. ¡Ah! Cuántas veces los judíos se dejaron deslumbrar por la extraordinarias liturgias de los babilónicos, al punto de querer estar con ese ‘dios’ que parecía más fuerte que el mismo Yahveh, pero no debe ser así, porque el único, el que da salvación, el que los constituyo como pueblo es Dios y no hay nada fuera de él.
Ante estas palabras debería resonar en nuestro corazón cada vez que quisiéramos buscar alguna solución fuera de él. A veces cuando la enfermedad golpea, creemos que la brujería puede ayudarnos, o cuando nos va mal queremos utilizar un amuleto para tener buenas vibras, o confiar en una vela o ropa de cierto color para que todo vaya bien, o bien leer algún horóscopo para no dar pasos inciertos: «No hay nada fuera de mí.»
La fe a veces es complicada, pues las situaciones áridas de la vida parecen contradecir todo, sin embargo hoy somos invitados a elevar la vista y descubrir que Dios está con nosotros, nos conoce, nos da identidad y es el único Dios. Y a pesar de esas debilidades, de sus fracasos que se presenta el hombre debe elevar la vista hacia Dios, confiando y sabiendo que su salvación siempre viene en camino. Esto que marca el profeta Isaías es justamente la verdadera fe, que confía y espera, que se desilusiona y sabe que el consuelo viene en camino. Sin embargo a veces las cosas de fe las podemos reducir a cosas muy superficiales, como los fariseos, que limitan el creer en Dios en rendirle cierto culto, y el día de hoy lo presentan preguntado si hay que pagar el impuesto o no. En el fondo ellos y trata de mostrar su fidelidad ha ido haciendo creer que el impuesto es una imposición que en cierta medida traiciona estar con Dios, sin embargo preguntan esto para hacer caer a Jesús. Pero Jesús nos e deja engañar y soluciona todo marcando que es la veredera fe: «Den al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios.» Es decir, hay que dejar de ver las cosas secundarias, ver lo que es de Dios, y eso es lo que debemos entregarle, pues la fe se muestra encontrándonos con Dios, sabiendo que él esta presente, sabiendo que el da siempre caminos nuevos de salvación. Debemos darle a Dios nuestra confianza, nuestra capacidad de descubrirlo y ver cuál es el camino de salvación que me propone, y saber que él es el único. El impuesto es algo que es parte de la situación histórica y eso depende al césar, pero no al verdadero sendero de la fe, pues si bien es parte de la historia el tributo al césar, no por ello garantiza o no la autentica fidelidad a Dios.
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