10/5/09

« Al instante salió sangre y agua…»

Meditación para el Viernes Santo

Textos:
Isaías 52,13-53,12
Hebreos 4,14-16; 5,7-9
Juan 18,1-19,42


Vivimos en un mundo lleno de discordias, constantemente nos la vivimos peleando, discutiendo, enfrentándonos constantemente por los diversos puntos de vista. Estamos en inmundo en donde encontramos violencia en las calles, a causa de diferencias políticas, de encuentros enemistados. Somos agresivos. Hay guerras, destrucciones, violencia extrema. Incluso en las familias encontramos también odios, rencillas, hermanos que se pelean, se destruyen por cosas insignificantes, se dejan de hablar.
Toda esta violencia desmedida nos hace pensar, si la última palabra la tendrá el odio, si la última palabra la tiene el rencor y la violencia desmedida. ¿Será que no podremos encontrar una respuesta llena de paz y concordia? ¿Será que los países no se reconciliarán? ¿Será que la violencia se resolverá con más violencia? ¿Qué los secuestros y asesinatos se acabaran con más muertes y asesinatos? ¿La respuesta será la violencia? ¿Nuestra sociedad deberá estar arrojada a esta espiral de violencia? ¿Nuestra familia sólo arreglará las cosas con agresividad?
Pareciera que así es, sin embargo a la luz de la fe encontramos una nueva respuesta, la violencia no tiene la última palabra, la última palabra la tiene el amor, representada con la cruz. Pues ahí en la cruz, en medio de un acto brutal de violencia, se dio una nueva respuesta a partir del amor.
Hoy viernes santo somos invitados a contemplar este misterio de la cruz, pero no como un acto de violencia, de destrucción donde murió Jesucristo, sino que somos invitados a ver la fuerza de la cruz, como una fuerza de amor. Contemplando la cruz, por tanto, no es ensalzar el sufrimiento, el dolor y la muerte; ni es contemplar el fracaso de un hombre. La cruz a partir de Jesucristo se convierte en un signo de salvación. Con ello contemplamos un signo de triunfo y de amor. Es el signo de cercanía y solidaridad de Dios que nos compromete a todo incluso la muerte misma. Es descubrir como en medio de la sed de venganza, en medio del odio, y de la muerte misma, el amor lo puede transformar en oportunidad de salvación Ahí, en la cruz donde Jesús es brutalmente asesinado se podría contemplar, como el amor convierte ese acto lleno de maldad en una oportunidad para salvación.
Por tanto, hoy no es un día de tristeza o agobio, no es un día de luto. Al contrario es un día de contemplación, y de contemplación gozosa por el grande amor que Dios nos manifiesta. Es día de gozo porque ha triunfado el amor, de modo que el egoísmo ha sido vencido. Donde la violencia tiene una nueva orientación descubriendo que el odio y la venganza no tienen la última palabra.
Es lo que nos expresa extraordinariamente el texto del evangelio del día de hoy: «Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: “Todo está cumplido.” E inclinando la cabeza entregó el espíritu.» Jesús toma vinagre, y el vinagre es el símbolo del odio. En la Escritura el amor es el representado por el vino, y al iniciar su ministerio convierte el agua en vino, iniciando así una alianza de amor para con los suyos (Jn 2,1-11). Ahora al finalizar su vida se topa con este vino amargo, con un amor echado a perder, con el vinagre. Que le den a beber vinagre, representa que le dan el odio. Ahí donde Jesús se da por amor los soldados le dan todo su desprecio, le dan su odio. Y ahí en medio del odio, lo único que Jesús dice son sus últimas palabras: “Todo está cumplido”. Basta esta palabra para iluminar todo el misterio del calvario. Pero ¿Qué es lo que se cumple? Primeramente la vida terrena de Jesús, la obra que el Padre le confío para que la cumpliera (cfr. Jn 4,34). La misión de Jesús era anunciar el amor del Padre y ahora se cumple, se puede ver cuanto nos ama. En segundo lugar se cumplen las Escrituras: Las del siervo doliente, el inocente asesinado. Todo llega a cumplimiento, todo llega a realizarse. La cruz es el cumplimiento del amor y hoy todos somos invitados a experimentar ese cumplimiento de amor a favor de los demás. Ver la cruz, para que todo se vuelva nuevo. Al finalizar nuestro día digamos: Todo se cumple, porque al fin vivo responsablemente, venciendo mi pecado y renovándome totalmente, con esta fuerza de la cruz.
Sin embargo no entienden este mensaje, pareciera que no sacian su odio y entonces prosigue el texto adelante: «Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con él. Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua.» Los soldados llegan con Jesús y ven que ya murió, con esto el texto bíblico trata de poner de manifiesto que no hay nada que hacer, sin embargo le dan con la lanza, es decir, le demuestra mas odio y desprecio. Si Jesús ha muerto es porque la vida nadie se la quita a él, sino que él la ha dado. Por otro lado, nos recuerda al cordero pascual, al cual no se le debe romper hueso alguno. Jesús es el nuevo cordero. Sin embargo, le dan con la lanza. Esta acción era innecesaria, puesto que ya había muerto, marcando así que la hostilidad continúa. Son el símbolo del más odio contra Jesús. Los soldados se habían burlado de la realeza de Jesús, ahora a punta de lanza quieren destruirlo definitivamente.
Ante este odio, de Jesús sale la sangre y el agua. La sangre es figura de la muerte para salvar a la humanidad, una expresión de su amor al extremo. El agua representa, a su vez, el Espíritu, principio que todos podrían recibir cuando manifieste su gloria. La cruz se convierte en cumplimiento del amor, y en donación de amor y Espíritu. LA cruz se convierte en lugar de amor que se dona ahí en medio de la violencia, que da el espíritu para tener la fuerza que nos ayuda a vencer ese odio.
Podemos descubrir entonces que la última palabra no la tiene el odio, sino el amor, no estamos condenados a la destrucción, sino a la transformación de todo en amor, en oportunidad de misericordia. Hoy la liturgia se centra en la adoración de la cruz, reconociendo un signo de salvación, un signo de amor, contemplando llenos de alegría, pero también contemplando y comprometiéndose. Sería nulo que hoy contemplásemos el misterio de la cruz, y sólo lloráramos, o dijéramos “pobre Jesús” sin ser capaces de convertirnos, sin comprometernos ante el misterio. Es momento para descubrir que Jesús nos ha salvado, que Jesús nos ha rescatado y que podemos vencer la violencia, porque en al cruz Jesús mismo ha vencido esa violencia con amor.
El nos ha dado este ejemplo para que ahí cuando nos enfurecemos, nos volvemos agresivos y perdemos el control, seamos capaces de permitir que brote el agua y la sangre, brote la fuerza del Espíritu y la fuerza del amor que transformen nuestra vida.
Hoy podríamos iniciar ese camino de compromiso y vencer nuestra violencia, vencer nuestra apatía, vencer nuestro rencor con la fuerza de la cruz y hacer de nuestra vida un camino hacia la paz y el amor definitivo. Empezar a vivir esa sangre y esa agua que brota del costado de Cristo, que brote ese amor y esa fuerza del espíritu que no anime para seguir adelante. Eso es contemplar la cruz, contemplar el amor que nos cambia y nos impulsa a vivir de un modo nuevo.
En la reflexión del jueves marcaba que el Triduo Pascual sirve para alimentar nuestra fe. Y que mejor que llenarla con un cambio de vida, con una transformación en nuestros pensamientos, porque una fe fecunda, es una fe que se vive y hoy somos invitados a cambiar nuestra vida, con la fuerza y el ejemplo de la cruz. Empezando a vencer la violencia en nuestra casa, con nuestros seres queridos, siendo más pacientes y llenos de amor, con la fuerza del Espíritu. Ayer éramos invitados a permitir que Dios pasara en nuestra vida, ahora es momento de que ese paso nos lleve a la acción, una acción que tiene como base la fuerza de amor, que se entrega en una cruz. Vencer todo aquello que no permite nuestra vida y realización debido a la violencia. Porque sólo así realmente adoramos la cruz.

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