Textos:
Hch 1,1-11
Ef 4,1-13
Mc 16,16,15-20
Hch 1,1-11
Ef 4,1-13
Mc 16,16,15-20
Hemos estado caminado lentamente por más de cuarenta días en este tiempo de la pascua, en donde a través de las lecturas y las oraciones hemos profundizado en el misterio de la resurrección, tratando de reconocer como la resurrección transforma nuestra vida. El día de hoy celebramos la solemnidad del al Ascensión del Señor, una fiesta en la que recordamos el triunfo definitivo del Señor, como rey de cielos y tierra, por medio de su entrada en los cielos. Y con esto une el cielo y la tierra, ahora podemos acceder fácilmente a la presencia de Dios porque él es el «mediador entre Dios y lo hombres, como juez de vivos y muertos», como lo anunciará el mismo prefacio de la Ascensión I.
Esto debe de llenarnos de gozo nuestra vida de fe, nos lleva a alabar al Señor como lo marca el Salmo de este día: «Entre voces de júbilo, Dios asciende a su trono.» Esta alegría no se debe limitar simplemente a recordar que Jesús se ha ido, que se ha despedido y ahora nos hemos quedado sin su presencia, sino que celebramos, no sólo su triunfo, sino el nuestro como la oración colecta del día de hoy nos lo ha marcado: «Ya que su triunfo es también nuestra victoria; pues a donde llegó él, nuestra cabeza, tenemos la esperanza cierta de llegar.» Su ascensión, es anuncio de nuestra ascensión, su meta es la nuestra y esto debe llenarnos de gozo para alcanzarla.
¿Pero cómo podemos alcanzarla? ¿Cómo podemos tener esta victoria asegurada? Sobre esto nos hablan las lecturas del día de hoy. El texto de la primera lectura nos narra como al subir Jesús a los cielos, los apóstoles se quedan mirando al cielo, se quedan soñando el día en el cual lo pudiesen alcanzar, el sueño de huir y estar junto a él. Pero ante esta escena aparecen dos hombres de blanco que les anuncia que no se queden mirando al cielo, «ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al cielo, volverá como lo han visto alejarse».
Estos hombres de blanco representan a la comunidad cristiana, visten de blanco porque cuando alguien era bautizado tenía que vestirse de blanco en señal de su total pertenencia a Dios. De este modo, estos dos hombres lanzan una invitación, a no mirar hacia el cielo para fugarse de su realidad, sino a poner los pies bien cimentados en la tierra y descubrir quien necesita de su ayuda. No deben fugarse de su realidad, sino ver quien los necesita, pues finalmente ahí se encuentra el mismo Cristo, en medio de los suyos, en medio de la vida comunitaria.
Es la invitación a dejar de mirar el cielo y confrontar su realidad, les invita a dejar de soñar y poner los pies en la tierra. Es momento de vivir en este mundo y no de fugarse, no huir de nuestros compromisos y tareas, pensando en un cielo lejano.
Muchas veces nosotros en la vida pensamos en cosas lejanas, “si no tuviera problemas”, “Si no tuviera esta enfermedad”, “si no tuviera que trabajar”, “si las molestias de esta vida desaparecieran.” Pero todo esto son sueños, son triunfos inalcanzables que no corresponden a la realidad.
La victoria que Jesús nos promete se gana a través de vivir nuestra vida, de luchar todos los días, de esforzarnos y construir nuestra historia con lo que vivimos y no formando absurdos sueños ilusorios, quimeras que desaparecen inmediatamente. El cristiano debe conquistar el cielo, no con una “fuga mundi”, sino con los pies bien puestos en la tierra. No soñemos con lo que no tenemos, sino que hagamos lo que nos corresponde, como ama de casa, como estudiante, forjando nuestra historia, para alcanzar el triunfo definitivo. Y esto implica un compromiso delante de los demás y con el mismo Dios, pues el mismo evangelio nos presenta a Jesús dando un envío misionero antes de subir, con esto se puede apreciar claramente que todo creyente tiene una tarea fundamental en su vida: Dar a conocer al Señor.
Esta celebración de la Ascensión nos debe llevar actuar en nuestra vida, pero teniendo como meta el cielo mismo, porque esto es lo más importante, luchar no simplemente para obtener ganancias a un nivel terreno, sino que nos lleve a actuar para vivir y triunfar en el cielo, y esto nos lo expresa claramente la oración de las ofrendas: «Concédenos que esta Eucaristía eleve nuestro espíritu a los bienes del cielo.» Que nuestra vida y actuar nos lleve a alcanzar estos bienes celestiales.
Pidamos al Señor que no desviemos nuestra mirada y nos quedemos en meramente terrenal, que avive en nosotros el deseo de la patria eterna, como nos lo dirá la oración después de las comunión. Porque esto es lo que da sentido a nuestro caminar en la historia. Que en nuestros trabajos veamos la posibilidad de encontrarnos con el Señor, que nuestros amigos, familiares sean el medio para servir y encontrar el camino para alcanzar el cielo.
Recordando que esta lucha no la hacemos solos, pues como Jesús dice a sus discípulos: «Permanezcan, pues, en la ciudad, hasta que reciban la fuerza de lo alto.» Les promete que su misión la harán acompañados de ese Espíritu, porque la pascua lleva a la vivencia de esta nueva vida por medio del Espíritu, una realidad central que celebraremos la próxima semana. Pidamos a lo largo de esta semana que el Espíritu venga a nuestras vidas, que nos transforme para alcanzar nuestra meta que es el cielo, el triunfo definitivo del hombre dándose a sí mismo.
M parece bien que en la reflexion se tome la eucologia del dia.
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