10/5/09

«El paso del Señor…»

Meditación para el Jueves Santo

Textos:
Éxodo 12,1-8.11-14
1 Corintios 11,23-26
Juan 13,1-15

Una de las realidades más complejas que existen en la sociedad y que impiden el desarrollo en la vida comunitaria, y el desarrollo con los demás es la indiferencia que se va produciendo en cada uno de nosotros. La indiferencia hace que el hombre no sea capaz de descubrir los sentimientos, la necesidad, la precariedad que los demás viven. Se puede pasar de largo sin siquiera mirar al necesitad, se puede ser frio y calculador ante la desgracia del hermano, se puede vivir como si el otro no existiera. Creando así seres que viven totalmente aislados, encerrados en su mundo, sus planes y necesidades, sin descubrir lo que el otro está viviendo.
Cuántos matrimonios se van resquebrajando día a día por esa indiferencia, porque no platican, no se ayudan, no se entienden, no saben en realidad lo que el otro está viviendo, simplemente conviven en un mismo techo, tratan de hacer lo mejor, pero en realidad no se entienden, no detectan la necesidad del otro, no comprenden que necesita la otra persona. Parece que todo cae en un absurdo y sin sentido de la vida.
Aunado a esta indiferencia el hombre empieza a sentir la soledad, el vacío en la vida, porque en realidad no tiene todo, se siente incomprendido, que falla en medio de la historia, se va asilando, tratando de salir por si mismo, aguantado los desaires e incomprensiones de la vida. Esta soledad conlleva también una tristeza, pues al sentirse aislado e incomprendido entra el sentimiento de que su vida no vale la pena.
El hombre vive lleno de ataduras que le impiden desarrollarse bien y pareciera que estamos condenados a vivir así, pues la vida de la sociedad nos lleva a esta realidad, que es nula y vacía.
Sin embrago, el hombre está llamado a reponerse a no caer en el sin sentido, porque a pesar de estos síntomas que vive la sociedad, existe una fuerza que puede transformar todo. Esa fuerza es la fe. El encuentro profundo con el Señor. Y hoy estamos ante el pórtico de esta realidad que fecunda la vida y le abre un horizonte de esperanza y sentido al caminar por la historia. Hoy estamos en el pórtico del Triduo Pascual, celebración vital para la fe, pues en realidad al celebrar estos días santos tocamos la medula de la vida cristiana. Celebramos las raíces de nuestra fe. Celebramos el acontecimiento de da sentido y origen a nuestra historia de fe: Pasión, muerte y resurrección de Cristo.
La semana santa se convierte entonces en un acontecimiento central para nuestra fe, pues volvemos a vivir las raíces de nuestra fe, lo que da sentido a nuestra creencia y con ello lo que transformamos en nuestra vida. Si anualmente tenemos esta celebración, se debe precisamente a que fecundemos nuestra fe con este acontecimiento, y así avivemos nuestra fe, así hagamos que nuestra fe vaya fructificando. No es sólo recordar lo que sucedió hace siglos, sino es vivir el sentido de nuestra fe y con ello alimentarla, avivarla y reconocer que no caminamos sin rumbo en la vida, sino alentados por el Cristo que ha entrado a nuestra historia y nos ayuda salvándonos y llenándonos de esperanza. Invitando al hombre a no encerrarse en su indiferencia o en su soledad, sino abrirse paso a una nueva realidad marcada por el amor, por la donación, por la vida que brota de esta fe, que anualmente renovamos.
La misma liturgia de la Palabra nos presenta esta realidad vital, en donde se anuncia un mensaje de esperanza y salvación para cada uno de nosotros. Se habla del paso de Dios. Dios que va a iniciar el proceso de liberación del pueblo y para ello es necesario que se celebre la pascua del Señor, marca los preparativos necesarios para que se lleve a cabo la cena.
Se puede descubrir en estos preparativos el elemento de la prisa. Deben comer como si se pusieran en marcha, puesto que Dios viene. Traen “ceñidos los lomos”, se recogen las puntas de la túnica para poder caminar con más facilidad. Se vuelve así en una imagen de estar dispuestos al camino. El que camina no se establece, no está estático. “Llevan el bastón”, pues para caminar es necesario apoyarse y facilitar el camino. Cuando Dios interviene el hombre debe ponerse en marcha, el hombre rompe con su estatismo y se lanza al futuro.
Si Dios actúa repentinamente al hombre le corresponde caminar, ponerse en marcha. Si Dios llega uno no sabe para qué, ni por qué. Uno va y busca, se pone en marcha, es lo único que me corresponde. Es la “Pascua del Señor”, es decir el “Paso” de Dios.
Así Dios interviene en la historia y pasa. Dios pasa ahí en medio de la situación que vive el pueblo, para liberarlo. El texto nos habla de la situación del pueblo Israelita, una situación de miedo, temor, pequeñez, impaciencia, fragilidad. Y esto se debe de transformar en grandeza, victoria y poder. Parece que nada se puede contra el coloso de Egipto, son simplemente unos pastores, son unos miserables. Son una pieza más en el engranaje del imperio. Ahora Dios sale a su encuentro, se han topado con él, y está a favor de los miserables de todas las épocas. Y ahí donde alguien no encuentra la felicidad, donde existe la infidelidad y la impotencia se necesita de la pascua, del paso del Señor. Ahí donde el hombre se encierra y vive la autosuficiencia, el temor, la indiferencia. Dios pasa, Dios abre, Dios inaugura un nuevo tiempo de liberación, no nos deja cautivos, nos deja perdidos en medio de la historia, sino que nos saca, para transformarnos.
Ahí donde el hombre no puede nada por sí mismo, no logra nada, está totalmente esclavizado, encerrado en sí mismo, incapaz de ver al otro, vivir con el otros, sentir con el otro. Es invitado a contemplar el paso de Yahveh.
Esto sucede en nuestro interior, pero necesitamos del paso del Señor. Hoy es el día, la vivencia de la semana santa debe llevarnos a toparnos con el paso del Señor, que pase y aclare nuestras vidas, que pase y nos transforme, que pase y haga de nosotros personas nuevas, tocadas por Dios. Dejemos que pase en su palabra, en los demás, en la Eucaristía y nos renueve.
Si este Dios entra nos puede liberar de esa indiferencia, de esa soledad, de esos vacíos existenciales que vamos cargando por la vida. Y ello implica una renovación de nuestro ser, una cambio en nuestra experiencia de vivir, tal y como lo muestra la lectura del evangelio. San Juan nos presenta el relato del lavatorio de los pies, un texto que nos marca la pequeñez en la vida de Jesús.
El lavar los pies es un signo de su entrega pues el mismo evangelista nos narra que antes de lavarles los pies: «se levanta de la mesa, se quita los vestidos y tomando una toalla se ciñó.» Levantarse implica una disposición, Jesús está para servir, se quita los vestidos, este verbo quitar refiere en otro pasajes al desprenderse de la vida, y se puede ver claramente como en el versículo 12 se pone sus vestidos, por lo que podemos deducir que con esto se simboliza el que Jesús se desprenda de su vida y la vuelva a tomar. Esta entrega de la vida está en torno al servicio, por esta razón se ciñe una toalla, es decir, se reviste del servicio. El lavar los pies a los discípulos se vuelve signo del máximo servicio y es un representación de la muerte voluntaria de Jesús, que se despoja de sí a favor de todos. Dios baja para servir al hombre y salvarlo, por el grande amor que nos tiene.
Si Dios pasa por nuestra vida es para que le descubramos, para que le encontremos sentido por medio de la entrega, por medio del amor mismo que nos ayuda y capacita para transformar nuestra indiferencia en ayuda, nuestra soledad en solidaridad y encuentro con los demás, nuestra tristeza en el gozo de la donación. Dios hace pascua en nosotros para que no nos encerremos en nosotros mismos, sino que vayamos transformándonos totalmente.
Con esta invitación, que nos hace la Palabra el día de hoy, somos invitados a permitirle a Dios que pasa en nuestras vidas, que cambie nuestras estructuras de individualidad e indiferencia en amor y donación, en entrega de la vida. Celebrar el Triduo pascual, es celebrar una fe, que permite a Dios tocar nuestra vida, permitiendo que él, nos transforme, y haga de nosotros una pascua, una transformación totalmente nueva.
Podemos ser como Pedro que no creemos esto, que no creemos en el amor al servicio de los demás como la respuesta a las grandes problemáticas de nuestro tiempo, creyendo que solo el poder, el dinero u otra realidad pasajera puede realmente salvar al hombre. O bien podemos ser como Jesús y permitirle que lave nuestros pies, que lave nuestra miseria, que lave nuestra indiferencia, nuestra falta de dialogo, de preocupación por el otro, nuestra soledad, dejando que pase, toque transforme y haga de nuestra vida una renovación profunda.
Que al iniciar este Triduo pascual dejemos que el Señor pase nos llene de su amor y donación y así renovemos plenamente nuestra vida, permitiendo que en los días subsiguientes contemplemos el misterio que nos alimenta y nos fortifica.

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