Ciclo /C/
Textos:
Génesis 14,18-20
1 Corintios 11,23-26
San Lucas 9,11-17
Una manera como los hombres a lo largo de la historia van demostrando su fe y buscando ele encuentro con la divinidad se da por medio del culto, el cual les permite por medio de signos y ritos hacer un momento sagrado para encontrarse con la divinidad. El cristianismo no está exento de esta realidad, y podemos contemplar una diversidad de ritos al interno de la comunidad, ritos que le permite clarificar su existencia, y con ello entender lo sargado que hay en su vida, a fin de alimentar su fe. Sin embargo el problema que se puede dar no sólo en el cristianismo, sino en toda cultura y religión, es la pérdida del sentido del rito, en otras palabras, que el rito no diga nada, ni haga que se encuentre en un ámbito sagrado.
Dentro de estos ritos podemos encontrar la celebración de la Eucaristía. Un Sacramento por excelencia que nos lleva al encuentro con Cristo, a identificarnos con él. Sin embargo el problema sucede cuando la Eucaristía no significa nada, cuando se participa en ella sin decirnos nada, más aún, no tiene nada de divino.
Este es uno de los riesgos más altos que hoy en día. Cuantas gentes va a misa y no celebra nada, sólo va por costumbre, porque cree que le va a ir bien; incluso cuantos en este censo que se aproxima se dirán católicos, pero ni siquiera celebran la Eucaristía, no les dice nada. Más aún, cuantos jóvenes no la celebran porque es un rito vacío, sin sentido, que no se conecta en nada en sus vidas, que no les dice nada y mucho menos los hace encontrarse con lo sagrado.
Hoy celebramos la fiesta de este sacramento, pero finalmente que significa para nosotros, ¿Cómo podemos acercarnos a este misterio? ¿Qué es para nosotros esto? ¿Cómo podemos hacer esto algo sagrado? Y sobre todo ¿Cómo repercute en nuestra vida?
Los textos de este día parecen iluminar el veredero sentido en nuestra vida con respecto al sacramento de la Eucaristía y sobre todo lo que debemos de replantear para que esto sea un verdadero encuentro con Dios.
La segunda lectura da el planteamiento de este misterio. Nos presenta el relato de la institución Eucarística donde se coloca el motivo y razón de ser de este misterio. Leamos con atención un trozo de este bello pasaje y descubramos una pista de interpretación: «El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes.”» Si leemos bien podemos ver que todo este texto se encuentra en un contexto de entrega. Dice “Cuando iba a ser entregado” y posteriormente “mi cuerpo que se entrega.” La Eucaristía se da en un ambiente de entrega. Pero, ¿Quién entrega a Jesús? Podríamos pensar que Judas, pero no es así, es el Padre quien lo entrega, es el Padre quien lo da y el mismo evangelio de san Juan lo afirma cuando dice: «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su único Hijo.» (Jn 3,16). EL Padre lo entrega por amor, para llevar a cabo el misterio de salvación, para dar la plenitud de una vida nueva, finalmente es una entrega de amor. Y El miso Jesús lo dice: “Es mi cuerpo que se entrega.” Cristo se da se entrega.
La Eucaristía es un sacramento de entrega. No es posible hablar de sacramento cuando no hay entrega, cuando no hay donación de vida. Es algo inútil, hueco y vacío. De nada sirve y nada dice al mundo si no hay entrega, si no hay donación de la vida. La Eucaristía no sólo es algo cultual, o algo que se adore, es entrega es donación, es vivencia del amor, es testimonio, es generosidad del hombre.
Podemos decir que sin entrega no hay Eucaristía, pues es parte de la esencia de este sacramento. Se instituyó en un contexto de entrega y desde ese contexto debe vivirse y repercutir en nuestra vida. Cuando no somos capaces de dar testimonio, y vivir esa entrega, dando nuestra vida y esforzándonos por ser verdaderos testigos del amor, de la misericordia, la Eucaristía se vuelve sólo en algo piadosos, pero muy lejano a la vida del hombre, y sobre todo es algo vacío y sin sentido, que no dirá a nada a nadie, pues es algo estático que no transforma, ni renueva al hombre.
El evangelio por su parte nos ofrece la consecuencia de este misterio: Vida en comunión. Podemos ver como se narra el pasaje de la multiplicación de los panes, que es prefigura de la Eucaristía. Pero lo importante es precisamente es que Jesús multiplica los panes en contexto de comunidad, pues los sienta, hace grupos de cincuenta, que dentro de la teología de san Lucas recuerda la comunidad del Espíritu, son la comunidad que nace de la experiencia de Dios (recordemos que el Espiritu Santo viene en Pentecostés, es decir a los cincuenta días). De este modo el pan los une, para estar juntos compartir su fe, y sobre todo compartir sus vidas.
La Eucaristía debe traer como consecuencia la comunión, debe traer como efecto una vida de unidad, de diálogo, de verdadera fraternidad. Lo sagrado se puede percibir en el ambiente de comunión. Pero cuando sólo hay divisiones al interior de la Iglesia, sólo hay búsquedas de poder, sólo hay intereses mundanos, nunca habrá un verdadero contacto con lo divino, con Dios. Sólo se reduce todo a la destrucción, y nada con lo sargado. Cuando en la vida cristiana sólo hay juegos políticos, envidias, búsquedas d poder y beneficios, todo queda reducido a nada. A nadie le dice nada la Eucaristía, es algo vacío sin forma. Equivale a pararse en una fila donde uno comulga, a estar sentado e hincando en una celebración vacía y amorfa, donde no hay nada. Pero si realmente se viera la comunidad, donde todos se ayudan, donde todos somos importantes, donde lo importante es el servicio, ahí veríamos algo nuevo, una alternativa a la sociedad consumista e individualista, ahí habría una respuesta existencial a la soledad del hombre, habría un ambiente que tanto necesita el mundo, pues finalmente en el seno de esa vivencia comunitaria descubriríamos a Dios, que une, que consuela y fortalece. La Eucaristía sería ese ámbito sagrado en nuestra historia.
Podemos ver que la eucaristía es central dentro de la vida de fe del cristianismo, pero no puede quedarse como un mero acto de culto, sino que debe de repercutir sobre todo en la ida, debe ser entrega y vida de comunión. Sólo así la Eucaristía será una respuesta a la vida del creyente y del mundo. De lo contrario estará condenada a ser un rito más en la historia de las religiones, digan de estudio, pero no de vivirla.
Meditemos hoy hasta qué punto la Eucaristía significa entrega, donación a los demás y ser capaz de formar comunidad. Cómo me entrego y ayudo a mi familia, a mis amigos, hasta qué punto doy mi vida por ellos. Si doy de mi tiempo a mis seres queridos, si realmente doy valores, doy de mis ser a favor de los demás, si soy dispuesto a hablar y comenzar un dialogo. O bien soy una persona cerrada en mis criterios y no salgo de mi mismo. La Eucaristía nos da la gracia de vivir esta realidad, lo importante es que nosotros lo dejemos, y así podamos vivir la Eucaristía en nuestra vida, de lo contrario estaremos inmerso en u rito estéril y sin vida.
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