Ciclo /C/
Textos:
Zacarías 12,10-11.13,1
Gálatas 3,26-29
San Lucas 9,18-24
Zacarías 12,10-11.13,1
Gálatas 3,26-29
San Lucas 9,18-24
Hemos comenzado desde hace más de dos semanas el denominado tiempo ordinario , y al escuchar este nombre podríamos pensar que es un tiempo sin sentido alguno, pues su nombre lo indican es ordinario, es algo común. Sin embrago esto no es así, es un tiempo de gran importancia y una muestra de ello es precisamente que dura 34 semanas. El día de hoy el texto del evangelio puede ayudarnos a comprender un poco el sentido de este tiempo.
Encontramos a Jesús en medio de su camino y se detiene para hacer una pregunta fundamental: «¿Quién dice la gente que soy yo?» una pregunta un tanto interesante, pues está cargada de un gran sentido, de una gran realidad, puesto que Jesús ha iniciado su caminar, ha predicado, ha realizado diversos milagros, y todo ello debe suscitar estupor, admiración, y por supuesto debe de crear fe. Sin embargo parece ser que la visión de la gente al descubrir todo esto implica que tiene una visión un tanto limitada: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado.» Son respuestas que demuestran una cierta fe, pero no es una fe plena, no es una fe completa, pues limitan todo a una visión del Antiguo Testamento, sólo descubren en Jesús un profeta, pero no ven más allá de esto, no ven en sus signos un Reino de Dios, un cumplimento de las promesas, no alcanzan a atisbar, un ápice de novedad y plenitud de los tiempos.
Sin embargo, en medio de todo Pedro logra reconocer algo nuevo en parte, descubre que Jesús no es sólo un profeta, sino que es más que un profeta: «Tú eres el Mesías de Dios.» Con esto Pedro demuestra que ha superando expectativas antiguas y se lana a captar una novedad. Sin embrago Jesús les ordena no decir nada a nadie, ¿Por qué dice eso? ¿Cuál es la razón? Porque Pedro ha descubierto algo nuevo, pero esto nuevo lo ve desde sus categorías humanas, pues en ese tiempo se esperaba un Mesías glorioso y triunfante que traería una guerra y con ello la destrucción de todos los enemigos del pueblo Israelita. Podemos decir que Pedro ha vislumbrado algo nuevo, que no se queda en el pasado, pero no ve la novedad desde los criterios humanos y no desde los criterios de Dios, no se da cuenta que ciertamente Jesús es el Mesías, pero un Mesías de paz y amor. Y por ello inmediatamente antes de que ellos lo encasillen en ese Mesías victorioso y triunfalista les dice que debe sufrir, que debe dar la vida. Pues ese es su Mesianismo, un Mesianismo cargado de amor y entrega por los demás.
Si nos damos cuenta conocer a Jesús no es algo fácil, no es sencillo, no es posible conocerlo de golpe, de un solo vistazo. La misma gente que convivió con él y veía sus prodigios no alcanzaron a comprender, ni los mismos discípulos alcanzaron a captar el sentido de la persona y Mesianismo de Jesús. Sólo con el tiempo alcanzaron a descubrir algo. Esto quiere decir que no por qué hayamos conocido algo de Jesús lo sabemos todo, o porque fuimos al catecismo, o porque vamos a Misa, o porque nos sabemos el evangelio de memoria. Eso no es conocer a Jesús, se requiere de un contacto permanente y con ello la capacidad de dejarse sorprender para reconocer en cada momento una nueva característica de Jesús.
El Conocimiento y encuentro con Jesús es permanente, no se puede creer que por una vez ya se sepa todo. Los discípulos que vivían con él, comían con él, veían y escuchaban todo lo que él hacia tuvieron que seguir un proceso para reconocer quién era realmente. Nosotros requerimos de esto, puesto que cada día hay una sorpresa novedosa de él. De hecho cuando una persona le dice alguna cosa nueva de Jesús se sorprende y descubre que no lo sabe todo, de ahí que es siempre debemos nadar en este camino de conocimiento. La fe no es sólo una preguntas y unas respuestas, es sobre todo entrega, constancia, entendiendo, intimidad con Jesús.
El tiempo ordinario es precisamente esto, es un tiempo donde no hay un misterio especifico para la reflexión, por ejemplo en adviento se centra en la espera del Mesías, en navidad se nos invita a contemplar el misterio del nacimiento de Jesús, en Pascua su resurrección, pero en tiempo ordinario no se centra en ningún misterio en particular, pero se centra en la persona de Jesús, es un largo tiempo par escuchar y conocer a Jesús, pues si celebramos su muerte y resurrección, su espera y nacimiento, implica que hay un legado que nos da y que es necesario el conocerlo. Por eso el tiempo ordinario dura 34 semanas cada año, porque es importante ir profundizando anualmente en su vida, en su persona, sus enseñanzas, y sus acciones a fin de conocerlo un poco más, pues siempre hay algo nuevo, siempre hay una luz nueva en nuestro camino de fe. De ahí la importancia de este tiempo.
Si bien es llamado ordinario implica precisamente que en lo ordinario conozcamos a Jesús, descubramos como es y vive Jesús en lo ordinario, y que en lo ordinario de nuestra vida seamos capaces de verlo.
Que este tiempo ordinario que hemos reemprendido sea esta oportunidad para descubrir algo nuevo de Jesús. Y nuca digamos que lo conocemos, porque puede ser que equivoquemos y erremos el camino para encontrarlo en medio de nuestra vida, para que al final de nuestras vidas realmente contestemos a la pregunta de Jesús: “¿Quién soy yo?” no sólo con algún concepto que hayamos aprendido, sino con una vida llena de su presencia.
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