Textos:
1 Reyes 19,16.19-21
Gálatas 5,1.13-18
San Lucas 9,51-62
El camino del cristianismo es totalmente exigente, no podemos hablar simplemente de ser cristianos, si o somos capaces de vivir según las directrices de nuestra fe. Muchas veces vamos por la vida anunciando que somos católicos, que somos cristianos, pero finalmente el camino de nuestra historia es muy distante a lo que realmente significa nuestra experiencia de fe. Ser cristiano significa tener un camino bien trazado desde la dinámica y experiencia de la fe. Ser cristiano significa sobre todo que el camino que uno lleva en la vida va estrechamente unido a la vida de la fe. El problema realmente es que siempre llevamos dos o más caminos paralelos y tomamos el que más nos gusta y el de la fe sólo lo cruzamos cuando nos conviene, lo necesitamos o incluso cuando es rutina, u obligación. Cuántas personas sólo recuerdan que son católicas y tienen fe cuando les sucede una desgracia o bien cada domingo, pero el resto de sus días caminan por otro sendero que finalmente no es el de la fe.
Aclaremos que caminar en el sendero de la fe implique desentenderse de las responsabilidades cotidianas, al contrario, van íntimamente unidas, pues la vida cotidiana siempre es iluminada por la fe. Sólo que la viuda cotidiana no tenga nada que ver con la fe, resulta entonces contradictorio decir que existe esa fe.
El día de hoy en el evangelio escuchamos el inicio de la segunda parte del evangelio de san Lucas que se le llega a titular el camino hacia Jerusalén, puesto que a lo largo de esta sección que va de 9,51 a 19,28 se repite en tres ocasiones este camino hacia Jerusalén. Todo esto marca para el evangelista una teología muy particular de esta obra del caminar hacia Jerusalén, puesto que el evangelio según san Lucas comienza en Jerusalén y ahí concluye, de ahí la importancia de marcar el camino hacia esta ciudad. Ciertamente cabe aclarar que no es fácil seguir el itinerario del viaje que hace Jesús, pues las coordenadas geográficas no coinciden o incluso son inexistentes, de ahí que lo importante no es simplemente la trayectoria, sino el destino, pues Jerusalén es la ciudad en donde el destino de Jesús va a llegar a cumplimiento.
El texto nos dice: «Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén.» Literalmente el texto nos dice: «Jesús endureció el rostro para ir a Jerusalén.» ¿Por qué endurecer el rostro? Esta expresión indica la decisión firme de Jesús, la dirección precisa de su camino, una decisión irrevocable, dando así un paso más a fondo de su propuesta radical. Jesús que a lo largo de su camino había ido mostrando un cierto encanto ahora endurece el rostro y los discípulos han de conocer las condiciones para ese seguimiento. Es una expresión semítica que marca dirigir el rostro hacia una dirección, y que no se cambia de orientación. Esta expresión se adquiere mayor luz partir del contexto del Antiguo testamento en donde pasajes como Isaías 50,6-7; Ezequiel 3,8-9; 6,2 y Jeremías 1,18; 21,20 indican la intención de algo o bien oponerse a alguien, sabiendo hacia donde quieren ir, teniendo la convicción de una realidad y del destino definitivo que se aspira.
De esta manera el texto nos quiere decir que Jesús está totalmente determinado para ir a Jerusalén, todo adquiere sentido a partir de esta realidad, su meta, su horizonte en la vida es sólo Jerusalén, pues ahí se consumará el proyecto de salvación. Podemos descubrir en esto precisamente que Jesús es fiel a sus convicciones, si el texto nos dice que endurece su rostro es porque tiene una convicción bien clara y camina directamente hacia ese objetivo. No vemos a un Jesús que busque caminos alternos, no vemos a un Jesús que busque evadirse de la realidad, al contario, sabe hacia dónde va y con ello se pone en marcha totalmente decidido.
Sin embargo este camino no es totalmente aceptado por todos, pues es el camino de la entrega, el camino del amor, de la fidelidad. Y esto no es bien aceptado por todos, pues esto implica la renuncia a muchas cosas, es un camino contradictorio. Por ello podemos descubrir como inmediatamente de esto se topa Jesús con el rechazo: «Entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén.» Este rechazo se debe en primer lugar porque hay una riña constante entre judíos y samaritanos, pero si san Lucas colca justamente este acontecimiento después de esta decisión, se debe a que quiere mostrar gráficamente como este camino causa el rechazo, pues Jerusalén es Amor, entrega, pero con ello muerte y entrega. Eso no le gusta a nadie, pues la sociedad busca el confort, la vida fácil, light, pero no que requiere esfuerzo, y con ello donación.
Podemos ver con esta presentación que San Lucas nos presenta a Jesús rechazado, Jesús que no es aceptado. Sin embargo Jesús no cambia sus planes, si su camino es de entrega y de amor debe seguir adelante, aunque esto cause escándalo y rechazo, el continua su camino. Sus discípulos no entienden nada y solicitan hacer caer fuego sobre ellos, a lo que Jesús niega contundentemente. El tiene un camino, y nos va a desistir. Arrojar fuego implicaría caer en provocación y violencia y él no es así. El continúa su camino de entrega y de donación, no busca caminos alaternos, dará testimonio con su propia vida.
Con este pasaje se nos enseña a cada uno de nosotros que Jesús es fiel a su camino, es fiel a su misión, a su modo de pensar, no hay ningún cambio, ha orientado el rostro hacia una dirección, la dirección del amor, de la entrega, de la salvación y hacia allá debe de caminar. Esto es el modelo que se nos propone a cada uno de nosotros en nuestra vida de fe, debemos tomar neutra vida descubrir que sólo tenemos un solo camino en la vida de nuestra fe. El problema es que nosotros no tenemos un solo camino en nuestra vida, sino que tenemos varios, tenemos caminos para nuestra vida familiar, nuestra vida laboral, nuestra vida de amistad, nuestra vida de fe. Y caminamos de distintas maneras, somos de una manera cuando estamos con nuestra familia, cuando estamos con nuestros amigos, en la Iglesia, somos diversos en nuestra manera de comportamos. Desde luego que nuestra forma de ser cambia psicológicamente según el ambiente y las personas, pero el problema es que nuestra vida de fe no ilumina ninguna de esas situaciones, y podemos parecer buenos, devotos, hombres de oración, pero eso no cambia nuestra vida, ni nuestro comportamiento, pareciera que la fe no nos cambia, ni ilumina nuestras decisiones, y hasta pueden parecer contrarias. Podemos decir que creemos en Dios y al mismo tiempo apoyar la muerte, podemos decir que Dios es la verdad y al mismo tiempo mentir, podemos poner cara de bueno y ser terrible como persona.
Jesús tomó un solo camino en su vida, y fue fiel, y ese camino fue el que iluminó todo su caminar, no es que cambiara de opiniones, no es que los samaritanos se portaron mal y el echara fuego sobre ellos, sino que el amor fue la directriz de toda su vida. Creo que ese es nuestro compromiso dentro de la vida de fe, deberíamos ir endureciendo el rostro y llevar una vida bien dirigida, dejando que el evangelio sea quien ilumine nuestra manera de pensar y nuestros criterios. Debemos seguir con nuestra vida común, con nuestro trabajo, nuestra familia, pero dejando que sea nuestra vivencia de la fe la que ilumine nuestra vida, nuestras decisiones.
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