2/10/10

«¡Auméntanos la fe!»

Meditación con motivo del XXVII Domingo Ordinario
Ciclo /C/


Textos:
Habacuc 1,2-3.2,2-4
2Timoteo 1,6-8.13-14
San Lucas 17,5-10

Vivimos en un mundo cargado de desencanto, pues la sociedad no parece estar unida, no hay confianza en nadie, ni en la política, ni en las instituciones, ni en la Iglesia misma; es un mundo lleno de indiferencia, en donde no interesa nada ni nadie, se puede destruir con facilidad las cosas de los demás, así como pasar desapercibidos lo que al otro le pase o sienta; de escepticismo, donde ya nadie cree nada, y todo lo pone en duda, y la palabra de los demás no se toma en cuenta; un mundo relativista, pues no existe una verdad absoluta un camino a seguir, todo se divide y cada quien va hacia donde quiere con su bandera de la verdad.
Ante eso se siente un ambiente de zozobra, de indiferencia, de apatía por la vida, y justo ante esa situación surge un grito, una súplica que está extraordinariamente plasmada en el evangelio: «¡Auméntanos la fe!» Es la súplica por encontrar lo que realmente vale la pena, y que se busca a Dios, sin dejarnos envolver por la oscuridad, la duda, la incertidumbre o la inseguridad, es ahí donde se requiere ese grito, esa súplica que nos lleva a iluminar nuestra fe. De esta manera esta súplica de los discípulos es una súplica bien actual, porque en realidad todos nosotros requerimos de esa fe.
Pedimos que se nos aumente nuestra fe. Pero ¿Qué es la fe? En qué sentido se nos tiene que aumentar. Digamos primero que la fe no es solamente una mera credulidad, no es decir creo y ya, o creo porque así me lo inculcaron. Eso no es fe, ni es algo mágico, no es de que creo para que me vaya bien o me dé una buena vibra.
La fe es una adhesión a Dios, es entrar en su vida, es conocerlo y es permitir que él vaya iluminando nuestros pasos. La fe es un compromiso de vida, es permitir que Dios vaya iluminando toda mi existencia, no por conveniencia, o para que me haga un milagro, sino porque da sentido a mi vida, porque me da un nuevo horizonte para comprender la realidad. Tener fe es encontrar sentido a lo que hago, a lo que vivo, pues se me lleno de la experiencia de Dios. La fe no es una mera adición en nuestra vida, sino que es parte fundamental de nuestro existir, pues todo se entiende a partir de Dios que ilumina nuestros pasos, nuestro pensamiento, ilumina nuestra historia.Sin embargo esta fe se topa con problemáticas, se topa con esos momentos oscuros, que parecen contradecir la experiencia de Dios en mi. Pues parece que Dios no está, que no existe, que nos abandona. La fe se topa con esas desilusiones, con esas situaciones que entorpecen nuestro caminar.
En esos momentos podemos gritar “Dios no existe”, o bien podemos decir “¡Aumenta mi fe!” Auméntanos la fe en medio de esos momentos de crisis, “¡Aumenta mi fe!” Cuando alguien muere y creemos que no hay sentido de la vida, pedimos que aumente nuestra fe en la resurrección; Cundo llega la traición, pedimos que nos aumente la fe, no de la fortaleza para seguir confiando y no seguir atrapado en la situación de tristeza, pues todavía hay oportunidad de tener confianza, o cuando me golpea la enfermedad, “¡Aumenta mi fe!” dame la capacidad de reconocerte y seguir adelante en la vida.
La fe nos lleva a generar vida, esperanza en medio de la muerte: «Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: 'Arráncate de raíz y plántate en el mar', ella les obedecería.» Marcando que la fe coloca al árbol en el mar, el mar es símbolo de muerte, del mal, mientras que el árbol es símbolo de vida; con esto se indica que la fe hace brotar la vida en medio de la muerte.
La fe nos lleva a transformar nuestra vida y ello nos lleva a donarnos a los demás y lleva a una transformación de nuestra vida, a ser servidores auténticos. Todo es gratuito, es un don de Dios, es un signo de tal gratuidad que nos lleva a donarnos totalmente: por eso dice el texto lo dice: «Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber

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