Ciclo /C/
Textos:
Isaías 43,16-21
Filipenses 3,8-14
San Juan 8,1-11
Filipenses 3,8-14
San Juan 8,1-11
Una de las dificultades más grandes al abordar el tema del pecado es precisamente descubrir que el hombre tiene la huella del pecado en su ser. Hay arepentimento, pero finalmente existe el pecado y no podemos alejarnos de él. La semana pasada meditábamos sobre lo que significa el pecado, que desde la perspectiva de san Lucas es esa perder nuestra esencia, sin embargo surge otra duda más profunda: Si el hombre peca, cual es su destino final, cuál es el camino que le espera. En el fondo se puede entrever la situación desesperada del hombre pecador y descubrir que finalmente todos estamos atrapados por el pecado, estamos condenados a pecar estamos condenados a vivir cerrados a Dios de la aparente imposibilidad de verse liberado de las consecuencias nefasatas que el pecado trae consigo.
El día de hoy el texto de San Juan nos presenta esta realidad, nos presenta a esta mujer pecadora, que es acusada de pecadora y con ella condenada a muerte, pues así lo marca la Ley. Pero si lo vemos a fondo en realidad se ve reflejado en este texto el drama del hombre y su pecado. El hombre que vive en pecado está condenado a muerte. ¿Hay una salida para el pecador? O, dicho de otro modo, ¿es posible para el hombre que ha pecado –y todos lo hemos hecho–, descubrir un horizonte nuevo que permita vivir plenamente libre y feliz?
Esta mujer ha sido infiel y merece la muerte. En ella descubrimos finalmente el reflejo de la humanidad infiel, que ah dejado a Dios, ha dejado su amor, ha dejado su verdad, su justicia, ahora sólo le queda su destrucción. Esta es la realidad, si lo pensamos bien, cuántas veces pecamos, somos infieles y mentimos, engañamos a otros, nos dañamos y dañamos a los demás. En pocas palabras, olvidamos de la experiencia de amor que sólo Dios nos da. Y al descubrirnos pecadores nos vemos solos, con nuestras faltas, nos vemos solos con nuestra miseria. Ante la experiencia del pecado, estamos solos, de pie –como en todo interrogatorio-, rodeados por una sociedad que nos acusa, ante nosotros mismos en donde nuestra conciencia nos acusa. Esperamos, -como ella-, nuestra sentencia sentencia, sentencia que es consecuencia de nuestras traiciones, insultos, mediocridad, flojera, falta de amor, etc… Al parecer todo va directo a nuestra destrucción, directo a la muerte.
Desde esta perspectiva, que es la misma que tienen los letrados esta mujer peco y la Ley marca su muerte, y finalmente ese el drama: Pecamos y estamos llamados a la muerte, no hay salida. Sin embargo si hay una salida, pues en este juicio no estamos sólo con el remordimiento de nuestra conciencia, ni solos ante una sociedad que nos acusa, sino que estamos también de frente a Jesús. Si Jesús entra al juicio hay una esperanza, sólo él nos conoce desde el fondo de nuestro ser. Todos los demás podrán censurarnos y despreciarnos por nuestras faltas, pero el único que conoce nuestros motivos, nuestra desesperación y nuestra responsabilidad es él. Jesús da la solución esta realidad, dando un giro a la terrible acusación de la muerte, pues viene a perdonar y lo hará a partir de su muerte y resurrección, tal y como lo presenta el texto a través de unas pinceladas extraordinarias, las cuales se dan a través de una descripción excepcional.
El texto nos muestra tres elementos fundamentales cargados de un gran simbolismo: Primeramente nos sitúa la escena en “el monte de los olivos”, un contexto que nunca es mencionado en ningún otro pasaje de Juan, y que dentro de la misma tradición sinóptica se sitúa hacia el final de la vida de Jesús. Aquí estamos en medio del evangelio, por tanto obliga a situar el relato en clave de la pasión, pues ahí Jesús sufrirá su agonía. Además durante la presentación de Jesús el evangelista se detiene a analizar unos movimientos muy precisos de Jesús, lo cual le da un significado muy especial, puesto que si se ha detenido a describir esto, implica que hay algo de fondo. Dice que Jesús “se agachó y comenzó a escribir...” y, después, “como insistían en su pregunta se levantó…” son dos verbos contrarios: “agacharse” y “levantarse” pueden ser leídos como criterio interpretativo de la pasión y resurrección del Cristo.
El juicio tiene por tanto una respuesta desde esta perspectiva: la pasión y resurrección de Cristo. Pues será este acontecimiento el que dará la última palabra al drama del pecado en el hombre.
Estamos a una semana de iniciar la celebración de la semana santa, donde celebraremos el misterio pascual de Cristo, pero también donde cada uno de nosotros celebraremos el misterio de nuestra salvación. La pregunta fundamental sería si estamos dispuestos a dejarnos interpelar por este acontecimiento y permitir que los efecto de salvación realmente haga de nosotros una vida totalmente distinta en nuestra historia. Porque podemos celebrar como cada año, pero en el fondo nuca cambiar nuestras actitudes. Podemos ir por la vida fingiendo ser buenos y piadosos, pero sin permitir que la gracia de Jesús entre en nuesra vida.
Jesús desde el principio, se sitúa a Jesús frente al pecado y él se manifiesta como aquel que al mismo tiempo lo desenmascara («Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra») y libera de él («Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar»). La presencia del pecado está allí, evidente, en el delito del que es acusada la mujer y en el comportamiento de los fariseos que se sirven de su persona como pretexto para tender una trampa a Jesús. Este segundo pecado es tan grave como el primero: a los fariseos no les interesa, en el fondo, la situación de la mujer, ni asoma por ningún lado algún tipo de justificación o defensa en su descargo, o consideración alguna por su posible arrepentimiento. Deberíamos de pensar que tanto permitimos que el Señor nos de su perdón, o bien que tanto nos creemos ‘buenos’, sin hacer nunca un verdadero cambio que nos ayude a ser verdaderos creyentes. Porque el problema es ese: Vemos el mal en los demás, vemos el drama del pecado en todos, pero no somos capaces de descubrirlo en nuestra vida, y mucho menos descubrir la salvación.
La opción está clara, o bien dejamos que Jesús nos sane y nos de su salvación, o bien nos vamos escurriendo entre la gente para que crean que somos buenos, y hacer como que nada pasa y dejan do todo con apariencias. Que esta semana santa nos quedemos frente a Jesús y experimentemos su perdón.
PADRE, leí que con respecto a que "JESÚS SE AGACHÓ Y SE PUSO A ESCRIBIR EN EL SUELO CON EL DEDO", algunos pensadores relacionan este pasaje con el texto de Jr 17,13 que dice: "...quienes se aparten de tí, serán escritos en la tierra..."
ResponderEliminarLe agradecería el comentario de USTED a este texto.
GRACIAS
También le agradecería si nos explicara la la. lectura del martes 23 de marzo, con respecto a la orden que EL SEÑOR le dió a Moisés de hacer una serpiente y que la levantara en un palo. ¿Cuál es su interpretación, ¿cuál ha sido su implicación en la historia?
NUEVAMENTE, MUCHAS GRACIAS
El texto de jeremías 17,13 puede ser una evocación de este pasaje de san Juan, pues en Jeremías se habla precisamente de aquellos que no están cerca de Dios, sus nombres son escritos sobre la tierra, es decir, desparecerán. Aquí el evangelio indicaría algo semejante, pues esos hombres no están cerca de Dios y sólo ocupan la Ley a su conveniencia, por tanto serán borrados.
ResponderEliminarLa lectura del 23 de marzo nos habla de serpientes que representan desde el génesis la creación que hace que nos alejemos de Dios. Los hebreos al murmurar contra Dios buscan sólo satisfacer sus intereses, limitándose a la creación, por eso todo se vuelve en serpientes. Pero si el hombre descubre que debe elevar sus ojos a Dios, y ver que más allá, de sus intereses creaturales, está la presencia de Dios (Serpiente elevada)llega la salvación. En líneas generales.