Meditación con motivo del IV Domingo de tiempo Ordinario
Ciclo /C/
Textos:
Sofonías 2,3.3,12-13
1 Corintios 1,26-31
San Mateo 5,1-12
El día de hoy el Evangelio nos presenta el inicio del Sermón de la montaña, en donde Jesús presenta a sus discípulos el camino que deben de seguir dentro de su vida interior. Muestra el camino espiritual que deben seguir cada uno de ellos. Con este discurso se abre el primero de cinco discursos donde Jesús, irá colocando los elementos de una nueva ley para la comunidad de los creyentes. Centrémonos hoy en el marco narrativo en donde se dan las bienaventuranzas, pues este marco nos da los elementos para entender cuál es la esencia y el espíritu de las bienaventuranzas.
Este discurso se sitúa en medio de la necesidad de la comunidad, pues dice el texto la razón por la cual Jesús pronuncia este discurso: «Cuando Jesús vio a la muchedumbre.» Por tanto, este discurso es consecuencia de una necesidad, pues Jesús ve, y al decir “ver ” no se refiere a echar un mero vistazo, sino que Jesús “ve” a la muchedumbre, y ello implica que se trata de un verbo con una fuerte connotación teológica, que se puede encontrar en otros pasajes bíblicos. El verbo “ver” hace referencia a un texto fundamental de la tradición israelita, concretamente, del libro del Éxodo, cuando Dios se aparece en la zarza a Moisés y le dice: «bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto y he oído el clamor de los israelitas bajo sus opresores». Este verbo “ver”, cuando se refiere a Dios, no alude al conocimiento o descubrimiento por parte del ser divino de algo que antes le era desconocido. Para nosotros sí es así: el ver nos inicia en la experiencia del conocer; cuando vemos algo por primera vez empezamos a conocerle, en cambio en Dios “el ver” significa una acción divina que implica su intervención; el “ver” de Dios significa actuar, intervenir en la historia; ver a su pueblo significa relacionarse con él; ver el sufrimiento significa intervenir para que ese sufrimiento cese; siempre se alude a una intervención salvífica de Dios en la historia. No es, pues, una mera contemplación, sino una decisiva intervención divina para transformar la realidad. Por eso san Mateo utiliza esta expresión para remarcar que Jesús comienza a actuar en la historia, ha contemplado al pueblo, contempla su necesidad y ante ello debe actuar, debe dar el inicio de su liberación. De esta manera las bienaventuranzas que serán proclamadas serán ese mensaje que trae liberación.
«Subió al monte y se sentó.» El “monte” en la Biblia, es un símbolo dentro de la Biblia, cuando se habla de monte en singular, se hace referencia al ámbito de Dios (mientras los montes o las montañas, en plural, aluden a los falsos dioses), y el ámbito de Dios en cuanto accesible al hombre, porque “el cielo” también es un término que alude al ámbito de Dios, pero en cuanto trascendente, inalcanzable, incomprensible e inaccesible para el hombre. El “monte”, pues, es el ámbito de Dios que queda abierto para el hombre; por ello, quedan englobadas por el simbolismo del monte aquellas realidades que Dios ha ofrecido como mediadoras de su presencia entre los hombres: la revelación, en primer lugar, la alianza, la gracia, etc. En última instancia, el monte hace referencia a la “historicidad” de Dios, es decir, a su contacto con la historia, a su caminar con los hombres, a su compartir con ellos su vida y su destino. Ahora bien, al decir que el monte es el ámbito de Dios en cuanto accesible al hombre no queremos decir que el hombre, por sí mismo, pueda tener acceso a dicho mundo; siendo de Dios, ese mundo está siempre por encima de las capacidades humanas. Sin embargo, el monte representa la irrupción gratuita de Dios en el mundo humano, de donde la accesibilidad a dicho mundo es donación de gracia. Con esto somos invitados a subir al monte, somos invitados a reconocer que debemos dejar de lado las situación caducas de la vida y encontrarnos con Dios, ser capaces de descubrir dónde está Dios en medio de la historia, dónde se manifiesta Dios. No es posible vivir en la dinámica del evangelio si no subimos al monte, si no somos capaces de descubrir que Dios está en la vida. Subir al monte es subir al encuentro con Dios, y ello implica ya un esfuerzo. Esta será la vida del discípulo, subir siempre al monte, ser capaces de descubrir como siempre Dios está en medio de todo, aunque a veces es borroso y difícil de verlo, pero hay que subir hay que esforzarse.
Algunos podrían decir ¿Por qué subir al monte? Hay que subir al monte, porque Jesús nos introduce en esta vida desde su autoridad, sólo él es capaz de hacernos subir. Por ello, san Mateo nos narra que Jesús hace algo que es imposible para el hombre, pues no sólo “sube” al monte sino que, además, “se sentó”. Sentarse implica un símbolo de dominio, de autoridad que el gesto de sentarse trae consigo. Si podemos subir es porque Jesús domina el ámbito divino. Así, san Mateo nos presenta a Jesús no sólo como uno que logra penetrar en el ámbito de lo divino, sino como alguien que se encuentra en ese ámbito como en su propio terreno, a sus anchas, dominándole, gestionándolo y haciéndolo, además, verdaderamente accesible para sus discípulos. De esta manera Jesús domina este ámbito y lo acerca a los hombres, que viven empequeñecidos por la historia, que viven cabizbajos por el mundo, Jesús trae un mensaje, que en el fondo les hace penetrar en lo divino y eso les capacita para entrar en la plenitud de la liberación, una liberación que se hace con el contacto con lo divino. Jesús se sienta, domina ese ámbito, y sus palabras son de ese ámbito, las bienaventuranzas se convierten de esta manera en una palabra de liberación que al hacerlas nuestras nos hace entrar en contacto con Dios.
Si tenemos por Jesús la capacidad para vivir en ámbito de Dios eso nos lleva a ser responsables y descubrir nuestro papel en la vida de fe, por ello inmediatamente después se dice: «Entonces se le acercaron sus discípulos.» Con esta descripción de la cercanía de los discípulos el evangelista está perfilando su propia imagen de la comunidad cristiana. La comunidad debe vivir permanentemente en un solo esfuerzo: acercarse a Jesús. No es posible entrar en el ámbito de lo divino y recibir el mensaje liberador, si uno no se acerca a Jesús, si uno no hace que Jesús sea el parámetro y la fuerza para transformar la propia historia. Ese acercarse es escuchar su Palabra, es esforzarse por vivir el evangelio. No es posible escuchar el sermón de la montaña, no es posible escuchar estas bienaventuranzas, si no tenemos esta capacidad de esfuerzo, por estar junto a Jesús. El hombre que dice escuchar a Jesús, conocer su mensaje, que incluso lo anuncia debe de estar junto al maestro, de lo contrario es un farsante, es un conocedor de conceptos, pero no es discípulo, ni ha entrado en la montaña, en el ámbito auténtico de Idos, pues sólo ve las cosas desde sus conceptos, pero no desde Dios.
De esta manera cada una de las bienaventuranzas será la explicitación de este entrar en contacto con Dios y la invitación a vivir el espíritu de las bienaventuranzas. Somos invitados a subir al monte y eso implica: asumir la pobreza, llorar, ser manso, pasar hambre y sed de justicia, practicar la misericordia, vivir con un corazón limpio, trabajar por la paz, ser perseguidos por la justicia. Sólo así podemos vivir en la dinámica de Dios, reconociendo qué el está en medio de nuestra vida, y así vivir cerca de Jesús, vivir cerca del maestro que da la capacidad para que esa vida junto a Dios sea posible en cada uno de nosotros, pues estar junto al maestro no será otra cosa, sino experimentar su gracia, que es fruto de nuestro testimonio en medio de la historia , que en las bienaventuranzas se expresan con fórmulas de gozo y plenitud, que son la muestra de que efectivamente vivimos junto a Jesús:
“de ellos es el reino de Dios”,
“serán consolados”,
“heredarán la tierra”,
“serán saciados”,
“obtendrán misericordia”,
“verán a Dios”,
“se les llamará hijos de Dios”
Cada uno debe leer cada bienaventuranza para que sea el Espíritu quien le mueva a introducirse en la vida en Dios, y recibir la gracia que viene de él, pues finalmente las bienaventuranzas sólo se pueden vivir desde esta dimensión de entrar en la vida de Dios (Subir el monte), ser capaces de descubrir que Jesús tiene la autoridad para mostrarnos a Dios (sentarse en el monte) y darnos su gracia, y así acércanos a él como los discípulos para recibir la herencia que la vida en Dios nos da.
Ciclo /C/
Textos:
Sofonías 2,3.3,12-13
1 Corintios 1,26-31
San Mateo 5,1-12
El día de hoy el Evangelio nos presenta el inicio del Sermón de la montaña, en donde Jesús presenta a sus discípulos el camino que deben de seguir dentro de su vida interior. Muestra el camino espiritual que deben seguir cada uno de ellos. Con este discurso se abre el primero de cinco discursos donde Jesús, irá colocando los elementos de una nueva ley para la comunidad de los creyentes. Centrémonos hoy en el marco narrativo en donde se dan las bienaventuranzas, pues este marco nos da los elementos para entender cuál es la esencia y el espíritu de las bienaventuranzas.
Este discurso se sitúa en medio de la necesidad de la comunidad, pues dice el texto la razón por la cual Jesús pronuncia este discurso: «Cuando Jesús vio a la muchedumbre.» Por tanto, este discurso es consecuencia de una necesidad, pues Jesús ve, y al decir “ver ” no se refiere a echar un mero vistazo, sino que Jesús “ve” a la muchedumbre, y ello implica que se trata de un verbo con una fuerte connotación teológica, que se puede encontrar en otros pasajes bíblicos. El verbo “ver” hace referencia a un texto fundamental de la tradición israelita, concretamente, del libro del Éxodo, cuando Dios se aparece en la zarza a Moisés y le dice: «bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto y he oído el clamor de los israelitas bajo sus opresores». Este verbo “ver”, cuando se refiere a Dios, no alude al conocimiento o descubrimiento por parte del ser divino de algo que antes le era desconocido. Para nosotros sí es así: el ver nos inicia en la experiencia del conocer; cuando vemos algo por primera vez empezamos a conocerle, en cambio en Dios “el ver” significa una acción divina que implica su intervención; el “ver” de Dios significa actuar, intervenir en la historia; ver a su pueblo significa relacionarse con él; ver el sufrimiento significa intervenir para que ese sufrimiento cese; siempre se alude a una intervención salvífica de Dios en la historia. No es, pues, una mera contemplación, sino una decisiva intervención divina para transformar la realidad. Por eso san Mateo utiliza esta expresión para remarcar que Jesús comienza a actuar en la historia, ha contemplado al pueblo, contempla su necesidad y ante ello debe actuar, debe dar el inicio de su liberación. De esta manera las bienaventuranzas que serán proclamadas serán ese mensaje que trae liberación.
«Subió al monte y se sentó.» El “monte” en la Biblia, es un símbolo dentro de la Biblia, cuando se habla de monte en singular, se hace referencia al ámbito de Dios (mientras los montes o las montañas, en plural, aluden a los falsos dioses), y el ámbito de Dios en cuanto accesible al hombre, porque “el cielo” también es un término que alude al ámbito de Dios, pero en cuanto trascendente, inalcanzable, incomprensible e inaccesible para el hombre. El “monte”, pues, es el ámbito de Dios que queda abierto para el hombre; por ello, quedan englobadas por el simbolismo del monte aquellas realidades que Dios ha ofrecido como mediadoras de su presencia entre los hombres: la revelación, en primer lugar, la alianza, la gracia, etc. En última instancia, el monte hace referencia a la “historicidad” de Dios, es decir, a su contacto con la historia, a su caminar con los hombres, a su compartir con ellos su vida y su destino. Ahora bien, al decir que el monte es el ámbito de Dios en cuanto accesible al hombre no queremos decir que el hombre, por sí mismo, pueda tener acceso a dicho mundo; siendo de Dios, ese mundo está siempre por encima de las capacidades humanas. Sin embargo, el monte representa la irrupción gratuita de Dios en el mundo humano, de donde la accesibilidad a dicho mundo es donación de gracia. Con esto somos invitados a subir al monte, somos invitados a reconocer que debemos dejar de lado las situación caducas de la vida y encontrarnos con Dios, ser capaces de descubrir dónde está Dios en medio de la historia, dónde se manifiesta Dios. No es posible vivir en la dinámica del evangelio si no subimos al monte, si no somos capaces de descubrir que Dios está en la vida. Subir al monte es subir al encuentro con Dios, y ello implica ya un esfuerzo. Esta será la vida del discípulo, subir siempre al monte, ser capaces de descubrir como siempre Dios está en medio de todo, aunque a veces es borroso y difícil de verlo, pero hay que subir hay que esforzarse.
Algunos podrían decir ¿Por qué subir al monte? Hay que subir al monte, porque Jesús nos introduce en esta vida desde su autoridad, sólo él es capaz de hacernos subir. Por ello, san Mateo nos narra que Jesús hace algo que es imposible para el hombre, pues no sólo “sube” al monte sino que, además, “se sentó”. Sentarse implica un símbolo de dominio, de autoridad que el gesto de sentarse trae consigo. Si podemos subir es porque Jesús domina el ámbito divino. Así, san Mateo nos presenta a Jesús no sólo como uno que logra penetrar en el ámbito de lo divino, sino como alguien que se encuentra en ese ámbito como en su propio terreno, a sus anchas, dominándole, gestionándolo y haciéndolo, además, verdaderamente accesible para sus discípulos. De esta manera Jesús domina este ámbito y lo acerca a los hombres, que viven empequeñecidos por la historia, que viven cabizbajos por el mundo, Jesús trae un mensaje, que en el fondo les hace penetrar en lo divino y eso les capacita para entrar en la plenitud de la liberación, una liberación que se hace con el contacto con lo divino. Jesús se sienta, domina ese ámbito, y sus palabras son de ese ámbito, las bienaventuranzas se convierten de esta manera en una palabra de liberación que al hacerlas nuestras nos hace entrar en contacto con Dios.
Si tenemos por Jesús la capacidad para vivir en ámbito de Dios eso nos lleva a ser responsables y descubrir nuestro papel en la vida de fe, por ello inmediatamente después se dice: «Entonces se le acercaron sus discípulos.» Con esta descripción de la cercanía de los discípulos el evangelista está perfilando su propia imagen de la comunidad cristiana. La comunidad debe vivir permanentemente en un solo esfuerzo: acercarse a Jesús. No es posible entrar en el ámbito de lo divino y recibir el mensaje liberador, si uno no se acerca a Jesús, si uno no hace que Jesús sea el parámetro y la fuerza para transformar la propia historia. Ese acercarse es escuchar su Palabra, es esforzarse por vivir el evangelio. No es posible escuchar el sermón de la montaña, no es posible escuchar estas bienaventuranzas, si no tenemos esta capacidad de esfuerzo, por estar junto a Jesús. El hombre que dice escuchar a Jesús, conocer su mensaje, que incluso lo anuncia debe de estar junto al maestro, de lo contrario es un farsante, es un conocedor de conceptos, pero no es discípulo, ni ha entrado en la montaña, en el ámbito auténtico de Idos, pues sólo ve las cosas desde sus conceptos, pero no desde Dios.
De esta manera cada una de las bienaventuranzas será la explicitación de este entrar en contacto con Dios y la invitación a vivir el espíritu de las bienaventuranzas. Somos invitados a subir al monte y eso implica: asumir la pobreza, llorar, ser manso, pasar hambre y sed de justicia, practicar la misericordia, vivir con un corazón limpio, trabajar por la paz, ser perseguidos por la justicia. Sólo así podemos vivir en la dinámica de Dios, reconociendo qué el está en medio de nuestra vida, y así vivir cerca de Jesús, vivir cerca del maestro que da la capacidad para que esa vida junto a Dios sea posible en cada uno de nosotros, pues estar junto al maestro no será otra cosa, sino experimentar su gracia, que es fruto de nuestro testimonio en medio de la historia , que en las bienaventuranzas se expresan con fórmulas de gozo y plenitud, que son la muestra de que efectivamente vivimos junto a Jesús:
“de ellos es el reino de Dios”,
“serán consolados”,
“heredarán la tierra”,
“serán saciados”,
“obtendrán misericordia”,
“verán a Dios”,
“se les llamará hijos de Dios”
Cada uno debe leer cada bienaventuranza para que sea el Espíritu quien le mueva a introducirse en la vida en Dios, y recibir la gracia que viene de él, pues finalmente las bienaventuranzas sólo se pueden vivir desde esta dimensión de entrar en la vida de Dios (Subir el monte), ser capaces de descubrir que Jesús tiene la autoridad para mostrarnos a Dios (sentarse en el monte) y darnos su gracia, y así acércanos a él como los discípulos para recibir la herencia que la vida en Dios nos da.
La homilia de Jesús en el Monte nos hace recordar, que en esta vida las oportunidades que se nos presentan a todos los hobres y mujeres es muy grande, ya que ayudar a los nececitados son obras que ante Dios cuenta mucho a nuestro favor, para que el dia que entreguemos cuentas, nos sorprederemos de estas acciones que niciquiera recordabamos.
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