Ciclo /C/
Textos:
Hechos 14,21-27
Apocalipsis 21,1-5
San Juan 13,31-33.34-35
El evangelio de san Juan gira en torno a un término muy importante dentro de la espiritualidad bíblica: La gloria. El término “gloria”, traduce el griego “doxa”, a su vez traducción del hebreo “kabod”. Esta palabra incluye un triple significado de riqueza, de esplendor, de peso. Son características de la experiencia de la experiencia de Dios.
En cuanto riqueza, denota algo que es valioso y referido a Dios denota el amor leal, lo que vale la pena y es valioso. En cuanto esplendor, denota la capacidad de verse, denota la capacidad de demostrarse, Dios que demuestra su amor, que es visible. En cuanto a peso denota el poder, decir que es pesado implica precisamente su poder; en cuanto a Dios denota el poder de Dios que ama, y amando crea y redime.
Ya al inicio del Evangelio, Juan ha dicho que la gloria de Jesús es la de Dios: «La gloria que un hijo único recibe de su padre». Con esto Jesús remite que le es participe de esta gloria, de sete poder, de este amor, que se ve y se vive. Y la novedad que aquí se puede denotar es que la gloria que la comunidad contempla no es ya, como en el Antigua Testamento, un fenómeno físico, como la nube o la columna de fuego, que lejanamente simbolizaban la presencia de Dios; ahora se ve la plenitud de esa gloria, la plenitud personal de Dios presente en Jesús. Ahora la Gloria es algo realmente visible y personal. Y una Gloria que se demuestra con toda la vida y persona de Jesús, dando su plenitud que se va a manifestar, sobre todo, en la entrega de Cristo a la muerte por amor al hombre. Él como hijo que posee todos los bienes del Padre y, por lo tanto, entregándose a la muerte por amor al hombre manifiesta la identidad misma del Padre.
Esta gloria que brilla en Jesús es exactamente la misma que posee el Padre. Por eso su presencia equivale a la del Padre, él es Dios entre los hombres, manifestado en una “carne” humana. Es la revelación completa de Dios, quien realizando su proyecto de hombre igual a él se pronuncia a sí mismo en su palabra. Anunciando así a Dios y al hombre en plenitud. Con esta idea se nos invita a “ver” la gloria de Jesús y ello implica no sólo abrir los ojos y contemplar un rostro, o una figura de devoción, sino que nos invita precisamente a contemplar a Jesús en su totalidad, a contemplarlo en su gloria plena. Esta gloria plena se ve no sólo en su misterio, sino sobre todo en su misterio pascual pues es precisamente ahí donde se desvela el misterio del amor, es el amor que es leal, es el amor que ilumina, y muestra el veredero poder redentor de Dios: Ver la gloria es contemplar su muerte y resurrección, es contemplar la grandeza del amor y con ello comprometernos.
Ver la grandeza de la gloria de Cristo no se puede limitar solamente a contemplar el amor, sino a comprometernos e insertarnos en la dinámica de ese amor. Y ante eso todo tiende hacia la gran afirmación: «Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado; y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos…» Aquí está todo. Esto es lo único que nos pide. Y esto es lo único que no hemos querido concederle. Es el dar testimonio del amor, la vivencia del amor. Este mandato sirve precisamente para adentrase en la gloria de Jesús. No es posible experimentar esta gloria si no hay vivencia real de la experiencia del amor. Este es el distintivo de la comunidad cristiana.
Si la vivencia del amor, y por lo tanto de este mandato nos hace acercarnos más a la experiencia de la Gloria, detengámonos y analicemos un poco más este mandato. Comencemos diciendo que Jesús denomina a esta realidad como “mandamiento”, y utiliza este término para hacer una contraposición con los mandatos de la antigua ley. Ahora va más allá de una mera obligación, pues el contenido de este es el amor. Y cuando se habla de la vivencia del amor, no se pude hablar de obligación, no se puede hablar de un mandato. A nadie se le pude obligar vivir la experiencia del amor. El nombre de mandamiento sólo se da para contraponerlo a la antigua, ley, pero en su contenido y esencia no es un mandato, es sólo una exhortación, un camino hacia la gloria.
Este mandato no es dirigido hacia Dios, ni hacia Jesús. No pide nada para el mismo Jesús, ni para Dios, este mandato sólo está dirigido hacia el hombre. El es el contenido, el receptor y el destinatario del mismo. Toda una exhortación hacia el hombre. Sólo el hombre es el beneficiario de este mandato, pues vivir el amor, le hace pleno a él. Vivir el amor le da una buena relación para con los demás. Viviendo el amor tiene una nueva perspectiva de la vida Amar: Es todo para el creyente, es lo único necesario para entrar en la vida de Dios.
Ahora todo debe entenderse desde la dinámica del amor. No es posible vivir la fe sin esta dinámica, sin tener presente esta realidad. Y curiosamente este mandato de amor tiene como fuente que lo alimenta a Dios mismo. Dios es la fuente de todo amor. Quiere decir que es un mandamiento que si bien va dirigido al hombre, no debe hacerlo con sus propias fuerzas, sino desde la fuerza de Dios. Sólo Dios es capaz de transformar todo y hacer que el hombre viva esto. Quiere decir que la capacidad de entrar en esa gloria de Dios no parte de nuestras propias fuerzas, sino que parte desde la propia fuerza de Dios. Es él quien nos anima, quien nos sostiene.
Esta misma idea se ve fuertemente reforzada con la expresión «… Como yo los he amado.» Quiere decir que el modo de amar es el de él, Jesús es la meta parta amar, ser como Jesús, pues en él está la plenitud del hombre. Quiere decir que la capacidad de vivir este mandato del amor, no se limita simplemente a amar como nosotros pensemos, sino a amar como Jesús lo dice, como lo ha hecho, con una donación plena, sin importar la respuesta, sino entregarse total y plenamente. Pues es su entrega es el acontecimiento fundente del amor, desde ahí se entiende lo que quiere decir amar.
Este los “los he amado”, denota una acción puntual. En griego este es un verbo que denota una acción determinada en el tiempo que se ha hecho en un momento determinado y por lo tanto decisiva. Es sólo Jesús quien nos ha amado, y ese amor es total, es un amor pleno. Quiere decir que es un amor donde no hay reciprocidad, sino que Jesús da su amor, nos ama para que nosotros amemos, para que nosotros sintiendo esa fuerza de amor, esa experiencia de amor, seamos capaces de vivirla ahora y ponerla en práctica teniéndolo como ejemplo. Es un acto de amor que en un momento determinado de la historia ha transformando todo.
Entra en la gloria de Dios es posible por un acto puntual en la historia: El amor de Cristo que ha transformando toda la historia. Ese amor como Cristo es la norma para la vida, es lo que nos hace discípulos y testigos de la fe. Pidamos en este domingo que ese amor sea realmente la norma de neutra vida. Que amemos con Cristo ha amado. Ese amor desinteresado, ese amor de donación plena sin esperar respuesta, sólo amar, sólo donarse desinteresadamente. Eso es lo importante, eso es lo que da sentido y plenitud a todo. Y cuando amemos de ese modo, cundo empecemos a vencer nuestro egoísmo, y vivamos esa donación comenzaremos a vivir en la Gloria de Jesús, pues amaremos y viviremos como él mismo.
En cuanto riqueza, denota algo que es valioso y referido a Dios denota el amor leal, lo que vale la pena y es valioso. En cuanto esplendor, denota la capacidad de verse, denota la capacidad de demostrarse, Dios que demuestra su amor, que es visible. En cuanto a peso denota el poder, decir que es pesado implica precisamente su poder; en cuanto a Dios denota el poder de Dios que ama, y amando crea y redime.
Ya al inicio del Evangelio, Juan ha dicho que la gloria de Jesús es la de Dios: «La gloria que un hijo único recibe de su padre». Con esto Jesús remite que le es participe de esta gloria, de sete poder, de este amor, que se ve y se vive. Y la novedad que aquí se puede denotar es que la gloria que la comunidad contempla no es ya, como en el Antigua Testamento, un fenómeno físico, como la nube o la columna de fuego, que lejanamente simbolizaban la presencia de Dios; ahora se ve la plenitud de esa gloria, la plenitud personal de Dios presente en Jesús. Ahora la Gloria es algo realmente visible y personal. Y una Gloria que se demuestra con toda la vida y persona de Jesús, dando su plenitud que se va a manifestar, sobre todo, en la entrega de Cristo a la muerte por amor al hombre. Él como hijo que posee todos los bienes del Padre y, por lo tanto, entregándose a la muerte por amor al hombre manifiesta la identidad misma del Padre.
Esta gloria que brilla en Jesús es exactamente la misma que posee el Padre. Por eso su presencia equivale a la del Padre, él es Dios entre los hombres, manifestado en una “carne” humana. Es la revelación completa de Dios, quien realizando su proyecto de hombre igual a él se pronuncia a sí mismo en su palabra. Anunciando así a Dios y al hombre en plenitud. Con esta idea se nos invita a “ver” la gloria de Jesús y ello implica no sólo abrir los ojos y contemplar un rostro, o una figura de devoción, sino que nos invita precisamente a contemplar a Jesús en su totalidad, a contemplarlo en su gloria plena. Esta gloria plena se ve no sólo en su misterio, sino sobre todo en su misterio pascual pues es precisamente ahí donde se desvela el misterio del amor, es el amor que es leal, es el amor que ilumina, y muestra el veredero poder redentor de Dios: Ver la gloria es contemplar su muerte y resurrección, es contemplar la grandeza del amor y con ello comprometernos.
Ver la grandeza de la gloria de Cristo no se puede limitar solamente a contemplar el amor, sino a comprometernos e insertarnos en la dinámica de ese amor. Y ante eso todo tiende hacia la gran afirmación: «Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado; y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos…» Aquí está todo. Esto es lo único que nos pide. Y esto es lo único que no hemos querido concederle. Es el dar testimonio del amor, la vivencia del amor. Este mandato sirve precisamente para adentrase en la gloria de Jesús. No es posible experimentar esta gloria si no hay vivencia real de la experiencia del amor. Este es el distintivo de la comunidad cristiana.
Si la vivencia del amor, y por lo tanto de este mandato nos hace acercarnos más a la experiencia de la Gloria, detengámonos y analicemos un poco más este mandato. Comencemos diciendo que Jesús denomina a esta realidad como “mandamiento”, y utiliza este término para hacer una contraposición con los mandatos de la antigua ley. Ahora va más allá de una mera obligación, pues el contenido de este es el amor. Y cuando se habla de la vivencia del amor, no se pude hablar de obligación, no se puede hablar de un mandato. A nadie se le pude obligar vivir la experiencia del amor. El nombre de mandamiento sólo se da para contraponerlo a la antigua, ley, pero en su contenido y esencia no es un mandato, es sólo una exhortación, un camino hacia la gloria.
Este mandato no es dirigido hacia Dios, ni hacia Jesús. No pide nada para el mismo Jesús, ni para Dios, este mandato sólo está dirigido hacia el hombre. El es el contenido, el receptor y el destinatario del mismo. Toda una exhortación hacia el hombre. Sólo el hombre es el beneficiario de este mandato, pues vivir el amor, le hace pleno a él. Vivir el amor le da una buena relación para con los demás. Viviendo el amor tiene una nueva perspectiva de la vida Amar: Es todo para el creyente, es lo único necesario para entrar en la vida de Dios.
Ahora todo debe entenderse desde la dinámica del amor. No es posible vivir la fe sin esta dinámica, sin tener presente esta realidad. Y curiosamente este mandato de amor tiene como fuente que lo alimenta a Dios mismo. Dios es la fuente de todo amor. Quiere decir que es un mandamiento que si bien va dirigido al hombre, no debe hacerlo con sus propias fuerzas, sino desde la fuerza de Dios. Sólo Dios es capaz de transformar todo y hacer que el hombre viva esto. Quiere decir que la capacidad de entrar en esa gloria de Dios no parte de nuestras propias fuerzas, sino que parte desde la propia fuerza de Dios. Es él quien nos anima, quien nos sostiene.
Esta misma idea se ve fuertemente reforzada con la expresión «… Como yo los he amado.» Quiere decir que el modo de amar es el de él, Jesús es la meta parta amar, ser como Jesús, pues en él está la plenitud del hombre. Quiere decir que la capacidad de vivir este mandato del amor, no se limita simplemente a amar como nosotros pensemos, sino a amar como Jesús lo dice, como lo ha hecho, con una donación plena, sin importar la respuesta, sino entregarse total y plenamente. Pues es su entrega es el acontecimiento fundente del amor, desde ahí se entiende lo que quiere decir amar.
Este los “los he amado”, denota una acción puntual. En griego este es un verbo que denota una acción determinada en el tiempo que se ha hecho en un momento determinado y por lo tanto decisiva. Es sólo Jesús quien nos ha amado, y ese amor es total, es un amor pleno. Quiere decir que es un amor donde no hay reciprocidad, sino que Jesús da su amor, nos ama para que nosotros amemos, para que nosotros sintiendo esa fuerza de amor, esa experiencia de amor, seamos capaces de vivirla ahora y ponerla en práctica teniéndolo como ejemplo. Es un acto de amor que en un momento determinado de la historia ha transformando todo.
Entra en la gloria de Dios es posible por un acto puntual en la historia: El amor de Cristo que ha transformando toda la historia. Ese amor como Cristo es la norma para la vida, es lo que nos hace discípulos y testigos de la fe. Pidamos en este domingo que ese amor sea realmente la norma de neutra vida. Que amemos con Cristo ha amado. Ese amor desinteresado, ese amor de donación plena sin esperar respuesta, sólo amar, sólo donarse desinteresadamente. Eso es lo importante, eso es lo que da sentido y plenitud a todo. Y cuando amemos de ese modo, cundo empecemos a vencer nuestro egoísmo, y vivamos esa donación comenzaremos a vivir en la Gloria de Jesús, pues amaremos y viviremos como él mismo.
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