Ciclo /C/
Textos:
Hechos 2,1-11
1 Corintios 12,3-7.12-13
San Juan 20,19-23
Hechos 2,1-11
1 Corintios 12,3-7.12-13
San Juan 20,19-23
El acontecimiento de la resurrección debe llevarnos a vivirlo contantemente en nuestra vida, sin embargo el problema es que ese acontecimiento difícilmente desciende a nuestra vida, pareciera que se queda en algo externo o festivo, o simplemente que debemos creer sin que repercuta necesariamente en nuestra vida. Pareciera que no es posible hacer nada con ese acontecimiento que se distancia totalmente de todo. Sin embargo no es así pues el acontecimiento pascual está llamado a actualizarse, y no se actualiza sólo porque el hombre se esfuerce, o sea él quien tenga que vivir de tal modo que se haga vivo y latente. No. No es así. El acontecimiento pascual es posible en la vida del hombre, porque sé hace actual y presente con el acontecimiento de Pentecostés.
Pentecostés no es una fiesta distinta a la pascua, sino que es parte de este tiempo, es la conclusión de este tiempo, precisamente para invitar al creyente a reconocer una vez que ha profundizado en el misterio de la resurrección, ha reconocer que ese misterio meditado durante estos cincuenta días es posible vivirlo y hacerlo realidad por la fuerza del Espíritu, por el acontecimiento de Pentecostés. De este modo lo meditado, es invitado a hacerlo vida en medio de nosotros.
¿Pero cómo actúa el Espíritu? El texto de la primera lectura puede darnos tres elementos vitales. El primero de ellos lo descubrimos al escuchar: «De pronto, vino del cielo…» Nos presenta la actuación de Dios de modo repentino, no nos dice que haya hecho una cita, o que estuvieran preparados para recibir a Dios. Simplemente Dios actúa de modo inesperado, lo importante es saber esto, que nunca podemos descartar la acción de Dios en nuestra vida, el viene constantemente a nosotros, y nunca nos deja. El acontecimiento de la resurrección por lo tanto es posible vivirlo pero desde la óptica de Dios, y saber que Dios llega de modo inesperado. Ante todo la fuerza de Dios en nuestra vida no tiene calendarización, sino que Dios viene y actúa repentinamente, él sabe cuándo es el momento preciso. Lo importante es saber que él actúa y sabe cómo y cuándo. De ahí que debemos permanecer vigilantes y descubrir su actuar en medio de nosotros.
En segundo lugar nos dice el texto: «… semejante a una fuerte ráfaga de viento…» La imagen que el texto nos presenta es de un fuerte viento, de un aire portentoso, una especie de viento huracanado. Quiere decir que el Espíritu Santo es una fuerza huracanada, que es capaz de abrir todo. Los discípulos estaban en oración, encerrados, pero la vivencia de la Pascua no es eso, no se puede limitar simplemente a eso, a estar encerrados como si nada sucediera. La Pascua es salida, encuentro, anuncio. Por esta razón Viene la presencia de Dios, viene el Espíritu y abre todo, comienza a llenar el cenáculo con la fuerza del Espíritu Santo.
La experiencia de Pentecostés abre los corazones de los hombres, los hace salir de sí mismos de su envidia, de su mentira, de su apatía, de su indiferencia, de su tristeza. Eso es Pentecostés, es Salida, apertura, es permitir que Dios entre en la vida del hombre. Si lo meditamos bien siempre vivimos encerrados en alguna situación, en algún vicio, en algún pecado. Cuantas veces estamos encerrados en nuestra indiferencia con los demás, no me importa ni me interesa lo que al otro le suceda. O bien vivimos encerrados en nuestra opinión y no creemos que los demás pueden decirnos algo, que podemos cambiar de parecer, al contrario nos encerramos y creemos que sólo nosotros tenemos la razón y la medida de todas las cosas. O simplemente vamos encerrándonos en nuestro pecado de envidia, de rencor y no permitimos precisamente que Dios nos saque de esta situación.
La Pascua es anuncio, es dar a conocer la experiencia del resucitado a todos, sin embargo esto no es posible con nuestras fuerzas, sólo es posible con la fuerza de Dios. Pero curiosamente debemos dejar que sea la fuerza de Dios la que entre e inicie un cambio en nosotros para que ese anuncio sea veraz, sea pleno. No es posible el anuncio del evangelio, y de la resurrección, si estamos totalmente encerrados en nuestra historia, con nuestra tristeza, con nuestra destrucción, con nuestro pecado. EL anuncio de Pascua se hace presente en la medida en la que dejamos que entre el Espíritu y nos haga salir de nuestras cerrazones.
Pentecostés es el recordatorio de que estamos llamados a anunciar el mensaje de la Pascua con la fuerza que viene de Dios. Pero es al mismo tiempo el compromiso que debemos hacer para dejar que Dios entre en nosotros, y para dejar que abra nuestras vidas, que nos saque de nuestros encierros. En el texto de la primera lectura escuchamos como después de que el Espíritu entra y se posa sobre ellos, salen para anunciar con fuerza y valentía el mensaje Pascual. Pero curiosamente es después de la entrada del Espíritu, es después de que ha entrado el Espíritu y ha abierto, no sólo las puertas del cenáculo, sino sus vidas, sus corazones, para que de este modo anuncien el mensaje de Cristo resucitado.
De igual manera somos hoy nosotros invitados a esta realidad, a permitir que se abran las puertas cerradas de nuestra vida y así comenzar a descubrir que el cambio es posible y que se puede iniciar una vida nueva, dando así un testimonio de vida, como fruto de la Pascua. Puesto que, el anuncio del misterio pascual no sólo se queda en las palabras, sino en la vida, y ello se logra con el testimonio, para lo cual se necesita que entre la fuerza del Espíritu y transforme nuestros corazones.
Una vez que Dios se aparece de improviso, y abre todo, deja su fuerza: «Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego…» Las lenguas de fuego son esa experiencia de Dios, su fuerza que da para hablar y dar testimonio del misterio pascual en todos los ambientes. Dios viene y nos da esa valentía para ser testimonio vivo de su evangelio y misterio Pascual. Ese fuego que invade nuestras vidas para transformar nuestro entorno, el fuego de la verdad, del amor, del perdón. El fuego del testimonio veraz en medio del mundo.
Hoy terminamos el tiempo pascual, pero no porque finalice y debamos esperar otro año para meditar más sobre esto, sino que finaliza con esta fiesta para lanzarnos ala misión, de ser testigos de Dios, testigos de la resurrección en un mundo tan lastimado y herido, tan abrumado y molestado, tan decaído y devaluado, anunciando una promesa, una vida, un amor que no acaba y que es capaz de dar sentido a las inquietudes más hondas del corazón humano. Termina para que el misterio que contemplamos por cincuenta días, sea la fuente que nos alimente y seamos capaces de anunciar que Cristo vive, una misión acompañada y guiada por la fuerza del Espíritu que quiere hoy abrir nuestros corazones.
Pentecostés no es una fiesta distinta a la pascua, sino que es parte de este tiempo, es la conclusión de este tiempo, precisamente para invitar al creyente a reconocer una vez que ha profundizado en el misterio de la resurrección, ha reconocer que ese misterio meditado durante estos cincuenta días es posible vivirlo y hacerlo realidad por la fuerza del Espíritu, por el acontecimiento de Pentecostés. De este modo lo meditado, es invitado a hacerlo vida en medio de nosotros.
¿Pero cómo actúa el Espíritu? El texto de la primera lectura puede darnos tres elementos vitales. El primero de ellos lo descubrimos al escuchar: «De pronto, vino del cielo…» Nos presenta la actuación de Dios de modo repentino, no nos dice que haya hecho una cita, o que estuvieran preparados para recibir a Dios. Simplemente Dios actúa de modo inesperado, lo importante es saber esto, que nunca podemos descartar la acción de Dios en nuestra vida, el viene constantemente a nosotros, y nunca nos deja. El acontecimiento de la resurrección por lo tanto es posible vivirlo pero desde la óptica de Dios, y saber que Dios llega de modo inesperado. Ante todo la fuerza de Dios en nuestra vida no tiene calendarización, sino que Dios viene y actúa repentinamente, él sabe cuándo es el momento preciso. Lo importante es saber que él actúa y sabe cómo y cuándo. De ahí que debemos permanecer vigilantes y descubrir su actuar en medio de nosotros.
En segundo lugar nos dice el texto: «… semejante a una fuerte ráfaga de viento…» La imagen que el texto nos presenta es de un fuerte viento, de un aire portentoso, una especie de viento huracanado. Quiere decir que el Espíritu Santo es una fuerza huracanada, que es capaz de abrir todo. Los discípulos estaban en oración, encerrados, pero la vivencia de la Pascua no es eso, no se puede limitar simplemente a eso, a estar encerrados como si nada sucediera. La Pascua es salida, encuentro, anuncio. Por esta razón Viene la presencia de Dios, viene el Espíritu y abre todo, comienza a llenar el cenáculo con la fuerza del Espíritu Santo.
La experiencia de Pentecostés abre los corazones de los hombres, los hace salir de sí mismos de su envidia, de su mentira, de su apatía, de su indiferencia, de su tristeza. Eso es Pentecostés, es Salida, apertura, es permitir que Dios entre en la vida del hombre. Si lo meditamos bien siempre vivimos encerrados en alguna situación, en algún vicio, en algún pecado. Cuantas veces estamos encerrados en nuestra indiferencia con los demás, no me importa ni me interesa lo que al otro le suceda. O bien vivimos encerrados en nuestra opinión y no creemos que los demás pueden decirnos algo, que podemos cambiar de parecer, al contrario nos encerramos y creemos que sólo nosotros tenemos la razón y la medida de todas las cosas. O simplemente vamos encerrándonos en nuestro pecado de envidia, de rencor y no permitimos precisamente que Dios nos saque de esta situación.
La Pascua es anuncio, es dar a conocer la experiencia del resucitado a todos, sin embargo esto no es posible con nuestras fuerzas, sólo es posible con la fuerza de Dios. Pero curiosamente debemos dejar que sea la fuerza de Dios la que entre e inicie un cambio en nosotros para que ese anuncio sea veraz, sea pleno. No es posible el anuncio del evangelio, y de la resurrección, si estamos totalmente encerrados en nuestra historia, con nuestra tristeza, con nuestra destrucción, con nuestro pecado. EL anuncio de Pascua se hace presente en la medida en la que dejamos que entre el Espíritu y nos haga salir de nuestras cerrazones.
Pentecostés es el recordatorio de que estamos llamados a anunciar el mensaje de la Pascua con la fuerza que viene de Dios. Pero es al mismo tiempo el compromiso que debemos hacer para dejar que Dios entre en nosotros, y para dejar que abra nuestras vidas, que nos saque de nuestros encierros. En el texto de la primera lectura escuchamos como después de que el Espíritu entra y se posa sobre ellos, salen para anunciar con fuerza y valentía el mensaje Pascual. Pero curiosamente es después de la entrada del Espíritu, es después de que ha entrado el Espíritu y ha abierto, no sólo las puertas del cenáculo, sino sus vidas, sus corazones, para que de este modo anuncien el mensaje de Cristo resucitado.
De igual manera somos hoy nosotros invitados a esta realidad, a permitir que se abran las puertas cerradas de nuestra vida y así comenzar a descubrir que el cambio es posible y que se puede iniciar una vida nueva, dando así un testimonio de vida, como fruto de la Pascua. Puesto que, el anuncio del misterio pascual no sólo se queda en las palabras, sino en la vida, y ello se logra con el testimonio, para lo cual se necesita que entre la fuerza del Espíritu y transforme nuestros corazones.
Una vez que Dios se aparece de improviso, y abre todo, deja su fuerza: «Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego…» Las lenguas de fuego son esa experiencia de Dios, su fuerza que da para hablar y dar testimonio del misterio pascual en todos los ambientes. Dios viene y nos da esa valentía para ser testimonio vivo de su evangelio y misterio Pascual. Ese fuego que invade nuestras vidas para transformar nuestro entorno, el fuego de la verdad, del amor, del perdón. El fuego del testimonio veraz en medio del mundo.
Hoy terminamos el tiempo pascual, pero no porque finalice y debamos esperar otro año para meditar más sobre esto, sino que finaliza con esta fiesta para lanzarnos ala misión, de ser testigos de Dios, testigos de la resurrección en un mundo tan lastimado y herido, tan abrumado y molestado, tan decaído y devaluado, anunciando una promesa, una vida, un amor que no acaba y que es capaz de dar sentido a las inquietudes más hondas del corazón humano. Termina para que el misterio que contemplamos por cincuenta días, sea la fuente que nos alimente y seamos capaces de anunciar que Cristo vive, una misión acompañada y guiada por la fuerza del Espíritu que quiere hoy abrir nuestros corazones.
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