Textos:
Filipenses 2,6-11
San Juan 3, 13-17
San Juan 3, 13-17
Hoy celebramos la fiesta de la Santa Cruz. Una fiesta que nos invita a contemplar el misterio de la cruz. Muchas veces al contemplar la cruz podemos detenernos y contemplar el dolor, la violencia, el ultraje… Y lamentablemente quedarnos en ese nivel. Ciertamente que en la cruz se pude contemplar todo eso, sin embargo, va más allá de eso, pues no podemos quedarnos sólo con lo llamativo de la violencia, sino que debemos ser capaces de descubrir un misterio de salvación.
La cruz es un símbolo de salvación, no es de violencia, ni de destrucción, pues en la cruz precisamente somos invitados a descubrir que si bien Jesús llegó a la cruz por la violencia de los hombres, él lo hizo por amor. Entregó su vida porque nos ama.
La cruz se convierte precisamente en un signo de amor y de salvación. Para algunos podría ser absurdo, dado que no puede ser que esa entrega de la vida se convierta precisamente en un momento de donación y salvación. Pero con ese signo nos enseña precisamente a descubrir que el amor implica donación de la propia vida. No basta con ser simpático, con ayudar en algo, con dar algún premio, sino que se debe vivir en la entrega absoluta.
Por ejemplo, en un matrimonio no basta que se vivan juntos para decir que se experimenta el amor, o que vayan a reuniones, o que se lleven bien. El amor es más que eso, es donarse plenamente al otro, darse totalmente al otro, entregarse sin medida, no sólo cuando me convenga o porque voy a obtener algo, o porque debo de ser correspondido. Al contrario darse sin media, sin esperar nada. El mismo Jesús se entregó de esa manera, sin esperar nada, sólo `por amor. O bien en la amistad el amor no sólo es pasarla bien, pasear, echar relajo, sino realmente darse, ayudar al otro, corregirlo, apoyarlo, y sin esperar nada, de lo contario sólo se queda en complicidad, en juego, en conveniencia, pero no en un compromiso de amor.
Contemplar la cruz por lo tanto no se pude quedar sólo en decir: ‘Que horror, cuánta sangre’, o bien decir: ‘Qué bella cruz’. Eso no es objetivo de contemplar la cruz, ni de tenerla colgada, sino de un confrontarse con ella. Ver la cruz, implica decirse a uno mismo “Qué tanto amo yo a los demás”, “hasta que punto amo yo dando mi vida”, o bien “Qué tan mezquino he sido en mi amor por los demás”, “Mi amor sólo es de conveniencias, porque espero algo”, “¿Cuándo amo realmente me preocupo por el otro, y me doy sin medida sin esperar nada a cambio?”
Muchas veces nos quedamos con una cruz devocional. Colgarla por todos lados, tener una de recuerdo, tenerla como collar, pero ese no es el objetivo. No sirve sólo para adornar mi casa, sino para confrontar mi vida, y ver qué medida del amor llevo día a día con los demás. Que esta fiesta de la santa Cruz sea para cada uno de nosotros el replantear el valor del amor y ser capaces de cambiar la orientación de mi vida para entregarme a favor de los demás.
La cruz es un símbolo de salvación, no es de violencia, ni de destrucción, pues en la cruz precisamente somos invitados a descubrir que si bien Jesús llegó a la cruz por la violencia de los hombres, él lo hizo por amor. Entregó su vida porque nos ama.
La cruz se convierte precisamente en un signo de amor y de salvación. Para algunos podría ser absurdo, dado que no puede ser que esa entrega de la vida se convierta precisamente en un momento de donación y salvación. Pero con ese signo nos enseña precisamente a descubrir que el amor implica donación de la propia vida. No basta con ser simpático, con ayudar en algo, con dar algún premio, sino que se debe vivir en la entrega absoluta.
Por ejemplo, en un matrimonio no basta que se vivan juntos para decir que se experimenta el amor, o que vayan a reuniones, o que se lleven bien. El amor es más que eso, es donarse plenamente al otro, darse totalmente al otro, entregarse sin medida, no sólo cuando me convenga o porque voy a obtener algo, o porque debo de ser correspondido. Al contrario darse sin media, sin esperar nada. El mismo Jesús se entregó de esa manera, sin esperar nada, sólo `por amor. O bien en la amistad el amor no sólo es pasarla bien, pasear, echar relajo, sino realmente darse, ayudar al otro, corregirlo, apoyarlo, y sin esperar nada, de lo contario sólo se queda en complicidad, en juego, en conveniencia, pero no en un compromiso de amor.
Contemplar la cruz por lo tanto no se pude quedar sólo en decir: ‘Que horror, cuánta sangre’, o bien decir: ‘Qué bella cruz’. Eso no es objetivo de contemplar la cruz, ni de tenerla colgada, sino de un confrontarse con ella. Ver la cruz, implica decirse a uno mismo “Qué tanto amo yo a los demás”, “hasta que punto amo yo dando mi vida”, o bien “Qué tan mezquino he sido en mi amor por los demás”, “Mi amor sólo es de conveniencias, porque espero algo”, “¿Cuándo amo realmente me preocupo por el otro, y me doy sin medida sin esperar nada a cambio?”
Muchas veces nos quedamos con una cruz devocional. Colgarla por todos lados, tener una de recuerdo, tenerla como collar, pero ese no es el objetivo. No sirve sólo para adornar mi casa, sino para confrontar mi vida, y ver qué medida del amor llevo día a día con los demás. Que esta fiesta de la santa Cruz sea para cada uno de nosotros el replantear el valor del amor y ser capaces de cambiar la orientación de mi vida para entregarme a favor de los demás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario