8/5/10

«Mi paz les dejo, mi les doy»

Meditación con motivo del VI Domingo de pascua
Ciclo /C/


Textos:
Hechos 15,1-2.22-29
Apocalipsis 21,10-14.22-23
San Juan 14,23-29

Hoy en día vemos que todos los campos de la sociedad están fuertemente afectados, de manera que pareciera que se sumerge en una sombra de desamparo y desánimo. Y muchas veces podríamos decir: ‘¿Para qué seguir si todo es un problema?’, ‘Todo está perdido’. Hoy en día vemos como la Iglesia es perseguida a causa de diversas acusaciones de pederastia, vemos una Iglesia frágil y débil, vemos como atacan a los altos jerarcas de la Iglesia. Podemos contemplar impávidos como a figura del Papa que en algún otro momento era intocable y admirada, hoy está siendo causa de ataques, de violencia, de críticas, de juicios. Cierto que hay fallas, hay errores, pero pareciera que hay una fuerte campaña a nivel global para desacreditar a la Iglesia, pues señala cantidad de cosas, pero cuando sale a la luz tantas verdades, las olvidan y buscan nuevas maneras de confortar y desacreditar. Pareciera que la fe es hoy día un absurdo, no vale la pena creer, pues todo está sumergido en una corrupción terrible. ¿Cuál fe? ¿Cuál Iglesia? ¿Cuál Dios? La fe parece el gran absurdo, pues todo está descalificado.
Pero si volteamos a ver a la sociedad, a los gobiernos, descubrimos igualmente una gran desilusión. Partidos políticos que prometen cambios, pero finalmente los resultados son nulos, son deprimentes y mediocres. Descubrimos una clase política falsa, que roba, que no tiene ningún argumento veraz. Vemos una serie de abusos y de aprovecharse de los demás, para saciar sólo sus intereses. Vemos clases políticas que no se preocupan por nada ni por nadie, sólo les interesa estar en el poder, les interesa hacer cosas que llamen la tención, que mantengan a la gente asombrada sin abordar los verdaderos problemas de fondo y ayudar a quien lo necesita. Vemos abusos hacia los pequeños, a los necesitados, para que ellos sacien a sí mismos. Descubrimos una sociedad inmersa en la violencia, y un gobierno incapaz de enfrentarla. No hay en quien confiar, no hay un verdadero gobierno que ayude. Pareciera que estamos arrojados a nuestra suerte, no hay un verdadero gobierno que pueda dirigir y cobijar a la ciudadanía.
Si volteamos la mirada y contemplamos la economía podemos ver un sistema totalmente colapsado, países al borde de una guerra civil debido a esto. Vemos una economía precaria donde países enteros se van hacia una ruina definitiva y donde, como siempre los pobres son los más afectados por el incremento de precios. Vemos economías mundiales totalmente decrepitas, y como con un efecto dominó caen una tras de otra. Qué podríamos esperar de la economía que finalmente se va derrumbando y no da respuesta del camino para salir, a pesar de que los poderosos no se inmutan ante esas caídas brutales.
Si vemos la vida de la sociedad, descubrimos una sociedad totalmente desleal, envidiosa, egoísta, que sólo ve por sí misma ante las grandes desgracias que acontecen sobre ella y no se ve por donde salir. Vemos una sociedad que todo lo reduce al consumismo o a los vicios porque es la única salida para fugarse por un momento del dolor en el cual se vive. Una sociedad en algunos campos triste, dolidas por los golpes que viven. Qué esperar de la sociedad, que se siente adolorida, fugaz y golpeada. Pareciera que la vida en sociedad está fuertemente herida y no vale la pena seguir en ella, es mejor fugarse, es mejor desaparecer y no seguir adelante.
Ante toda esta panorámica uno podría caer en una gran desilusión, en una grande desesperanza. Pareciera que ya nada tiene sentido, ni la vida de fe, ni la sociedad, ni la economía, ni nada. Sin embargo, si realmente tuviésemos fe, podrían resonar fuertemente las palabra que Jesús ha dicho hoy: «Mi paz les dejo la paz, mi paz les doy, pero no como la da el mundo.» Este es un anuncio cargado de esperanza en un mundo necesitado de paz.
La paz para el pensamiento bíblico, es sumamente profundo, pues no se refiere simplemente a una mera ausencia de problemas. Muchas veces al hablar de paz pensamos inmediatamente en un mundo sin dificultades, donde se arreglen nuestros problemas familiares, económicos, sociales. Pensamos en un momento de vacaciones, sin problemas, lejos d la ciudad. Pero la paz Bíblica no es eso. Pues esa paz sería simplemente una tranquilidad pasajera. Un momento de escape, de descanso. Pero la paz es un don que perdura siempre, es un don distinto, no solo es un momento de descanso, o de “relax”, es algo más que eso.
La paz antes que nada no se limita sólo a un momento determinado, sino que refiere a un acto permanente. La paz remite al estado primigenio al cual fue llamado el hombre, y que la experiencia del pecado rompió fuertemente lacerando los cuatro ejes fundamentales de su vida. Recibir la paz es recibir los elementos de ese estado primigenio. La paz es la armonía con los cuatro ejes fundamentales: Dios, el hombre, la creación y uno mismo.
La paz, por tanto, es un estado de armonía con Dios, es la capacidad de descubrir que Dios está con nosotros que Dios vive unido íntimamente a nuestro ser, y por tanto no caminamos solos por la vida. Tener la paz es sentir siempre la experiencia del Dios que no nos deja, es tener la capacidad de descubrir sus signos en medio de nuestra vida, viendo su amor en medio de nosotros.
En segundo lugar la armonía con los demás. Es la capacidad de descubrir que el otro es parte de mi vida, y que no es ajeno a mí, no es ajeno a mi realidad. Es la capacidad de descubrir lo valioso del otro, sin quererlo cambiar, sin quererlo destruir, al contrario aceptándolo y comprendiéndolo y descubriendo que es posible encontrar en el otro un complemento para mi propia y frágil humanidad. La armonía con el otro implica tener una buena relación con el otro, sin atacarlo, sin crear lazos de enemistades, creando, lazos de convivencia o bien de estabilidad mutua. Teniendo como base el valor y la dignidad de la persona.
En tercer lugar la paz conlleva una armonía conmigo mismo, y ello implica la capacidad de conocerme y aceptarme. La capacidad de comprender quien soy, saber en qué fallo, y en que soy bueno, y poner todas mis capacidades para alcanzar todo aquello que se puede desde mis dones. Ser capaz de descubrir lo que me daña y daña a los demás, y así evitar esa sensación de culpabilidad, debido a que yo mismo me daño y daño a otros. La armonía con migo mismo es valorarme y valorar a otros, y siendo como soy, a fin de construir algo bueno en pro de los demás.
Finalmente la paz me lleva a tener la armonía con la creación misma, reconociendo que estamos llamados a conservarla, a cuidar nuestro entorno, a no dañarlo.
Una vez que hemos explicado el concepto de paz, descubrimos que estamos llamados a este estado de armonía. Y es que la paz es un fruto de la Resurrección. El mismo san Juan nos relata en su evangelio que el día de la resurrección por la tarde Jesús se pareció en medio de sus discípulos y les dijo: «La paz a ustedes», manifestando de se modo que la resurrección trae consigo esa paz, ese estado que da la armonía y ayuda a superar el escándalo de la cruz.
Ciertamente nuestro mundo está plagado de problemas, apareciera que ningún campo se escapa de las diversas dificultades de la vida, sin embargo creo que estamos llamados a reconocer que nuestra fe no está cimentado sobre algo efímero, sino en un acontecimiento capital que da sentido a todo nuestro caminar por la historia. Está cimentado sobre el acontecimiento de la resurrección, y por ello el don de la paz es posible si nosotros se lo permitimos. Finalmente pude ser que todo sea endeble, que la economía, el ataque a la fe, los gobiernos sean corruptos, pero finalmente nuestra vida no está basada en los hombres, sino en Dios, y el acontecimiento fundacional es precisamente la resurrección, el acontecimiento que anuncia la derrota de la muerte y con ello da el anuncio de la destrucción de las estructuras de muerte.
Cierto que lo que enfrentamos es complejo, pues afecta todos los ámbitos de nuestra vida, cierto que nos vemos fuertemente golpeados por las estructuras corruptas del mundo en todos los niveles, sin embargo no podemos tener una visión nihilista de la historia, una visión llena de pesimismo, una visión que nos hunda en el ‘sin sentido’ de la vida; sino que estamos llamados a levantarnos y descubrir que no podemos tener esa visión, sino que necesitamos de esa armonía, de esa capacidad de descubrir la presencia de Dios.
La armonía es un estado que nos permite segur afrontado las situaciones difíciles, llenas de complejidades, pero capaces de seguir caminado. Porque ante la dificultad lo peor que pude suceder es precisamente detenernos, decir que todo está perdido, que se acaba la esperanza, que estamos rumbo a nuestra destrucción. Eso es lo peor que puede sucedernos. El hombre de fe no se debe dejar amedrentar por esto, al contrario debe levantar la vista, debe poner su confianza en Dios y debe empezar a tener una nueva visión de la vida; siendo capaz de seguir caminado, y no por inercia, sino porque sabe que es posible una transformación, y que no todo está perdido.
Pude ser que alguno diga que esta es una visión un tanto utópica, soñadora; pero no es así, esta es la visión de la fe, es la visión que se da a partir del fruto de la paz. Es la visión de esa armonía que capacita al hombre a seguir adelante en la vida, que sabe que Dios está con él, y le da sus signos, y es capaz de descubrirlos; es alguien capaz de estar bien consigo, capaz de emprender cosas, de no rendirse de no detenerse, porque ante todo nada lo tumba ni lo detiene, pues la paz lo levante y le da la fuerza necesaria para seguir adelante. Es alguien capaz de establecer lazos y puentes entre los demás, para apoyar, y dejarse apoyar. En otras palabras es alguien que ante las dificultades no se deja amedrentar, sino que deja que la fuerza del resucitado lo levante y lo haga transformar todo, que le da la fuerza y el coraje para no desistir.
Ciertamente esa paz es compleja, pero el mismo Jesús lo ha dicho: "No doy la paz del mundo", porque esa es una paz meramente aparente, pero que no toca el corazón del hombre y no le da la transformación verdadera. Pidamos en este domingo que la auténtica paz toque nuestro corazón y nos de la fuerza para no desanimarnos y seguir adelante, teniendo la armonía que nuestro débil y fragmentado corazón necesita, pues sólo Dios puede darnos esto.

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