Meditación con motivo del XXII Domingo Ordinario
Ciclo /C/
Eclesiástico 3,17-18.20.28-29
Hebreos 12,18-19.22-24
San Lucas 14,1.7-14
Todos nosotros buscamos por lo general en nuestra vida la unidad, buscamos ser unidos en nuestra familia, buscamos la unidad con nuestros amigos, con los compañeros de trabajo, en los ámbitos donde nos desarrollamos, vivimos o trabajamos. Sin embargo, a veces esto no es posible, y muchas veces lo que fractura esta unidad es precisamente la incapacidad para reconocer lo que el otro es capaz y cerrándonos en nuestras opiniones. La liturgia del día de hoy nos presenta uno de los elementos para vivir en esa dinámica de unidad, que si bien se requieren de diversos elementos para vivir en esa unidad con los demás, uno que es fundamental y que permite justamente vivirla es el tema de la humildad, una virtud un poco olvidad por nuestra sociedad que busca criterios de supremacía, y de poder sobre los demás, pero que casualmente da sentido de unidad.
La liturgia os presenta la capacidad de vivir esta virtud. El problema se da en primer lugar porque no entendemos el significado de esta virtud. Creemos que la humildad es rebajarse, es decir “No soy nada”, “Yo no hago nada”, “soy polvo”. Eso no es la humildad, es una falsa adulación que reduce la vida y las capacidades de lo que podemos hacer. Digamos primeramente que la `palabra humildad viene del latín “humus”, que quiere decir tierra, pero tierra no en el sentido de polvo o de ser pisoteada, sino tierra en sentido de fecundidad, tierra en canto que es capaz de dar frutos. La humildad por lo tanto es tener bien puestos los pies sobre la tierra, para dar auténticos frutos.
La humildad por lo tanto implica reconocer lo que somos, lo que podemos hacer, así como nuestros límites. Ser humilde es reconocer que soy bueno en tal cosa, y reconocerlo no para presumir o para creerme superior a otros, sino que lo reconozco porque tengo esa capacidad y con ella soy capaz de prestar un servicio, que ayude a los demás.
Ser humilde cosiste en no creerse superior a los demás, en el evangelio Jesús critica a los fariseos que buscan los primeros puestos, como si ellos fuesen los únicos importantes. Ser humilde consiste en reconocer nuestro papel en la vida, pero no por ello creerse más que los demás, como si fuésemos superiores a todos y dignos de todos los honores. Cuántas veces creemos que por tener ciertos estudios podemos denigrar a los demás e incluso omitir las opiniones de otros porque según nuestro parecer carecen de total valor, puesto que somos notros los que sabemos. O porque dominamos alguna cosa nos creemos con la autoridad de no escuchar a los otros, y creer que sólo nosotros podemos realizarlo bien. O cuando teneos un puesto y creemos que mandamos y todos deben obedecer sin dar oportunidad del diálogo, siendo impositivos y dictatoriales, mandando sin ver lo que el otro necesita y puede aportar.
O bien nos creemos imprescindibles, y estamos en todo porque creemos que sin nosotros nada sale bien. Ciertamente todos somos necesarios, pero ninguno es imprescindible. Pero si somos soberbios no seremos capaces de excluir precisamente que todos tienen algo que aportar y que no somos imprescindibles, como si fuésemos los únicos en la vida.
Ser humilde implica por lo tanto la capacidad de ver en el otro que me puede ayudar y que yo lo ayudo, dándose así un complemento en la vida, un complemento mutuo. Humildad es ese servicio, en donde aporto lo que soy y tengo para dar frutos, y reconociendo lo que el otro desde su vida y capacidades puede aportar para recolectar mayores frutos.
Jesús dice al final del evangelio una parábola que se puede leer desde esta perspectiva de la humildad, cuando dice al final: «Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos.» Con esto marca que debemos invitar a aquellos que son pobres, lisiados, paralíticos, y ciegos, que según la mentalidad de esa época son los marginados de la historia, los que no valen nada, los que no tienen nada que decir al mundo. Jesús pide que sean invitados porque todos tienen algo que decir y aportar en el Reino, pero sobre todo porque todos tienen la misma dignidad.
Ser humilde implica reconocer que todos somos iguales y que todos tenemos la misma dignidad en la vida, que nade es más que el otro, sino que todos somos iguales.
Si bien buscamos la unidad en nuestras vidas, quiere decir que debemos vivir esa humildad, debemos de vivir desde esa dimensión que es fundamental en nuestras vidas. Cuando somos soberbio y nos creemos de más, se rompe la unidad, cuando se es autoritario en la familia se rompe la confianza y por consecuencia la unidad; cuando somos impositivos en el trabajo se rompe esa unidad. Si realmente buscamos la unidad debemos de buscar precisamente el ser humilde, poniendo al servicio de los demás lo que somos, tomando en cuenta lo que los otros tienen que decir y tienen que ofrecer, sólo así se trabaja en la varadera unidad de vida.
Ciclo /C/
Eclesiástico 3,17-18.20.28-29
Hebreos 12,18-19.22-24
San Lucas 14,1.7-14
Todos nosotros buscamos por lo general en nuestra vida la unidad, buscamos ser unidos en nuestra familia, buscamos la unidad con nuestros amigos, con los compañeros de trabajo, en los ámbitos donde nos desarrollamos, vivimos o trabajamos. Sin embargo, a veces esto no es posible, y muchas veces lo que fractura esta unidad es precisamente la incapacidad para reconocer lo que el otro es capaz y cerrándonos en nuestras opiniones. La liturgia del día de hoy nos presenta uno de los elementos para vivir en esa dinámica de unidad, que si bien se requieren de diversos elementos para vivir en esa unidad con los demás, uno que es fundamental y que permite justamente vivirla es el tema de la humildad, una virtud un poco olvidad por nuestra sociedad que busca criterios de supremacía, y de poder sobre los demás, pero que casualmente da sentido de unidad.
La liturgia os presenta la capacidad de vivir esta virtud. El problema se da en primer lugar porque no entendemos el significado de esta virtud. Creemos que la humildad es rebajarse, es decir “No soy nada”, “Yo no hago nada”, “soy polvo”. Eso no es la humildad, es una falsa adulación que reduce la vida y las capacidades de lo que podemos hacer. Digamos primeramente que la `palabra humildad viene del latín “humus”, que quiere decir tierra, pero tierra no en el sentido de polvo o de ser pisoteada, sino tierra en sentido de fecundidad, tierra en canto que es capaz de dar frutos. La humildad por lo tanto es tener bien puestos los pies sobre la tierra, para dar auténticos frutos.
La humildad por lo tanto implica reconocer lo que somos, lo que podemos hacer, así como nuestros límites. Ser humilde es reconocer que soy bueno en tal cosa, y reconocerlo no para presumir o para creerme superior a otros, sino que lo reconozco porque tengo esa capacidad y con ella soy capaz de prestar un servicio, que ayude a los demás.
Ser humilde cosiste en no creerse superior a los demás, en el evangelio Jesús critica a los fariseos que buscan los primeros puestos, como si ellos fuesen los únicos importantes. Ser humilde consiste en reconocer nuestro papel en la vida, pero no por ello creerse más que los demás, como si fuésemos superiores a todos y dignos de todos los honores. Cuántas veces creemos que por tener ciertos estudios podemos denigrar a los demás e incluso omitir las opiniones de otros porque según nuestro parecer carecen de total valor, puesto que somos notros los que sabemos. O porque dominamos alguna cosa nos creemos con la autoridad de no escuchar a los otros, y creer que sólo nosotros podemos realizarlo bien. O cuando teneos un puesto y creemos que mandamos y todos deben obedecer sin dar oportunidad del diálogo, siendo impositivos y dictatoriales, mandando sin ver lo que el otro necesita y puede aportar.
O bien nos creemos imprescindibles, y estamos en todo porque creemos que sin nosotros nada sale bien. Ciertamente todos somos necesarios, pero ninguno es imprescindible. Pero si somos soberbios no seremos capaces de excluir precisamente que todos tienen algo que aportar y que no somos imprescindibles, como si fuésemos los únicos en la vida.
Ser humilde implica por lo tanto la capacidad de ver en el otro que me puede ayudar y que yo lo ayudo, dándose así un complemento en la vida, un complemento mutuo. Humildad es ese servicio, en donde aporto lo que soy y tengo para dar frutos, y reconociendo lo que el otro desde su vida y capacidades puede aportar para recolectar mayores frutos.
Jesús dice al final del evangelio una parábola que se puede leer desde esta perspectiva de la humildad, cuando dice al final: «Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos.» Con esto marca que debemos invitar a aquellos que son pobres, lisiados, paralíticos, y ciegos, que según la mentalidad de esa época son los marginados de la historia, los que no valen nada, los que no tienen nada que decir al mundo. Jesús pide que sean invitados porque todos tienen algo que decir y aportar en el Reino, pero sobre todo porque todos tienen la misma dignidad.
Ser humilde implica reconocer que todos somos iguales y que todos tenemos la misma dignidad en la vida, que nade es más que el otro, sino que todos somos iguales.
Si bien buscamos la unidad en nuestras vidas, quiere decir que debemos vivir esa humildad, debemos de vivir desde esa dimensión que es fundamental en nuestras vidas. Cuando somos soberbio y nos creemos de más, se rompe la unidad, cuando se es autoritario en la familia se rompe la confianza y por consecuencia la unidad; cuando somos impositivos en el trabajo se rompe esa unidad. Si realmente buscamos la unidad debemos de buscar precisamente el ser humilde, poniendo al servicio de los demás lo que somos, tomando en cuenta lo que los otros tienen que decir y tienen que ofrecer, sólo así se trabaja en la varadera unidad de vida.
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