Meditación con motivo del Miércoles XXIII de tiempo ordinario
Ciclo ferial /I/
Año impar
Textos:
Colosenses 3,1-11
San Lucas 6,20-26
El día de hoy san Pablo nos hace una invitación para reconocer nuestra identidad cristiana, la cual implica una transformación en nuestra vida, orientándola totalmente, para encontrarse con Dios desde nuestra realidad, de ahí que haga la siguiente exhortación: «Busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios.» Con esta frase san Pablo pone de manifiesto que nuestra vida es una continua búsqueda de los bienes del cielo, ¿Pero qué quiere decir esto? Quiere decir dos cosas.
En primer lugar buscar implica estar en movimiento, no quedarse con lo que ya se tiene, muchas veces caemos en una rutina o en un conformismo y decimos que tenemos fe, que ya creemos, que ya lo tenemos todo, y no buscamos más, creemos que hemos llegado hasta nuestro limite. Y así la vida de fe se vuele algo estancado, se detiene en medio de la historia. El cristiano, el hombre de fe, es un buscador por antonomasia, siempre está en movimiento, siempre sabe que hay algo más que no se puede conformar con lo que tiene, siempre requiere estar descubriendo que es lo que Dios le pide. Un cristiano no puede ser un conformista, no puede decir que conoce de Dios, que lo que le tiene le basta, es necesario siempre buscar y buscar a Dios. Debemos de ponernos en movimiento, de lo contrario la fe se estanca.
El cristiano debe identificarse con el movimiento y eso lo podemos constatar en la misma espiritualidad bíblica. Ya desde sus inicios el inicio de pueblo comienza con la llamada a Abraham y ello es una puesta en marcha, debe de dejarlo todo, es la búsqueda no sólo de una promesa, sino la búsqueda por conocer a Dios. El mismo Jacob que debe huir de su hermano Esaú debe ponerse en marcha, tal vez para salvar su vida, pero también para encontrase con Dios y la bendición que se le dará, pero que sólo se capta y se recibe desde la dinámica del movimiento. Con José, “el soñador”, que es vendido por sus hermanos, y sin embargo esa puesta en marcha por la envidia le lleva a salvar a los poblados vecinos y a sus mismos hermanos posibilitando la Salvación y el encuentro con Dios. Si no hubiese sido vendido no se hubiera dado ese proceso de salvación. Incluso con el Pueblo de Israel cautivo en Egipto para lograr la salvación y le encuentro con Dios deben ponerse en marcha, deben salir de Egipto y conquistar lo que realmente es la libertad. Si se quedasen en Egipto difícilmente percibirían la novedad que Dios trae, es necesario caminar, hacer éxodo, romper con la esclavitud y dirigir el rumbo de la historia, permitiendo que Dios los guíe, y así conocerle. Cuando llegan a la tierra prometida, no es cosa de establecerse, es cosa de ponerse en marcha nuevamente para conquistar la tierra prometida, para conquistar el encuentro profundo con Dios en el corazón y vivir con él, como lo muestra el libro de Josué. Y podríamos continuar paso a paso hasta llegar a Jesús que siempre estaba en camino, e incluso la misma iglesia que debe dejar Jerusalén y expandir su mensaje por toda la creación, porque la fe es movimiento, es búsqueda constante. Deberíamos de preguntarnos ¿Qué tanto nuestra vida de fe nos lleva a ser buscadores y ponernos en marcha para encontrarnos con Dios, con un movimiento renovado de nuestro ser?
El ser buscador es parte de nuestra identidad y el mismo Jesús nos lo aclaró en la célebre parábola de la perla preciosa o el tesoro escondido en donde se habla de vender todo para alcanzar esa perla o el terreno. Pero si nos damos cuenta para llegar a encontrar ese tesoro o esa perla implica que detrás había un buscador, existía alguien que quería algo más. Si es capaz de venderlo todo, no es simplemente por el valor monetario de las cosas, sino por el valor de la búsqueda, de su esfuerzo, para alcanzarlo. Por supuesto que ha de venderlo todo pues es lo que ha anhelado toda su vida, y lo ha buscado.
En segundo lugar se nos exhorta a buscar las cosas del cielo, ello quiere decir que debemos de buscar lo que es de Dios. Esto es muy importante, pues en nuestro mundo somos muy dados a buscar lo que no nos conviene, a buscar lo que no es de Dios. Buscamos dinero, placer, poder, fama, belleza, y no porque esas cosas sean malas, la problemática surge cuando esas cosas se convierten en el motor del movimiento, cuando el mapa que guía nuestros pasos es precisamente las cosas de la tierra y no del cielo. Por supuesto que se requieren cosas terrenas, pero que tanto mi vida, mis pensamientos, mi actuar lo hacen movido por encontrarme con Dios, con las cosas del cielo, y que tanto por la fama, el poder o el dinero. El creyente por tanto es invitado a reconocer que debe esforzarse a buscar lo del cielo, de lo contrario nuestra vida será marcado por lo meramente pasajero pero no por la experiencia de Dios, de una realidad trascendente que hace capaz al hombre de una transformación plena, pues no se basa, ni se cimienta en lo terreno y pasajero.
Si nos damos cuenta al hablar de los bienes de los cielos el mismo san Pablo hace una pequeña referencia: «Los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios.» San Pablo se detiene a marcar de entrada que los bienes del cielo están en Cristo. Con esto trata de marcar que cuando buscamos lo del cielo debemos de buscarlo en Cristo, de lo contrario es una farsa. Cuantos pueden decir que evangelizan para dar a conocer a Cristo y su mensaje de salvación, y sin embargo lo hacemos para quedar bien, para que nos aplaudan, para que tenga un mejor puesto en la estructura eclesial u otro lugar. Ser buscador implica coherencia y testimonio que brotan totalmente del corazón sincero para encontrarse con Cristo en donde se encuentran los verdaderos bienes del cielo, el verdadero encuentro con lo divino. Por tanto, el cristiano es buscador, pero buscador de Dios y no de sí mismo, no es el que aparenta buscar a Dios, pero en lo secreto de su corazón se tiene a sí mismo y sus secretos objetos de devoción, en donde, por supuesto Dios está excluido de antemano.
Y si están en Cristo porque está a la derecha de Dios, marcando así su dignidad, su poder y autoridad. Si lo busco en otro lugar seguramente no lo encontrare de manera plena y concreta y será con toda seguridad un ídolo más en nuestra vida.
Si uno busca esos bienes del cielo entonces si podemos iniciar un cambio en nuestra vida que el mismo san Pablo lo coloca como revestirse de hombre nuevo. Y cuando dice revestirse implica lo que esa palabra quiere decir, que el hombre se reviste, se pone un nuevo vestido, una nueva identidad, que el hombre es tal cual con sus dones y virtudes, sus defectos y fragilidades, pero con la capacidad de transformarse y ser un hombre nuevo. Pero esto es una tarea que tendrá como punto de arranque precisamente el ser buscador de las verdaderas coas del cielo y así tener esa nueva identidad que le hace ser un auténtico hombre de fe, y que por supuesto, como o dice el evangelio, es capaz de vivir en la auténtica alegría de la que nos hablan las bienaventuranzas. Que el Señor nos haga capaces de iniciar una vida nueva, iluminada siempre por Dios, saliendo esos buscadores que en movimiento son capaces de encontrarse con Dios.
Ciclo ferial /I/
Año impar
Textos:
Colosenses 3,1-11
San Lucas 6,20-26
El día de hoy san Pablo nos hace una invitación para reconocer nuestra identidad cristiana, la cual implica una transformación en nuestra vida, orientándola totalmente, para encontrarse con Dios desde nuestra realidad, de ahí que haga la siguiente exhortación: «Busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios.» Con esta frase san Pablo pone de manifiesto que nuestra vida es una continua búsqueda de los bienes del cielo, ¿Pero qué quiere decir esto? Quiere decir dos cosas.
En primer lugar buscar implica estar en movimiento, no quedarse con lo que ya se tiene, muchas veces caemos en una rutina o en un conformismo y decimos que tenemos fe, que ya creemos, que ya lo tenemos todo, y no buscamos más, creemos que hemos llegado hasta nuestro limite. Y así la vida de fe se vuele algo estancado, se detiene en medio de la historia. El cristiano, el hombre de fe, es un buscador por antonomasia, siempre está en movimiento, siempre sabe que hay algo más que no se puede conformar con lo que tiene, siempre requiere estar descubriendo que es lo que Dios le pide. Un cristiano no puede ser un conformista, no puede decir que conoce de Dios, que lo que le tiene le basta, es necesario siempre buscar y buscar a Dios. Debemos de ponernos en movimiento, de lo contrario la fe se estanca.
El cristiano debe identificarse con el movimiento y eso lo podemos constatar en la misma espiritualidad bíblica. Ya desde sus inicios el inicio de pueblo comienza con la llamada a Abraham y ello es una puesta en marcha, debe de dejarlo todo, es la búsqueda no sólo de una promesa, sino la búsqueda por conocer a Dios. El mismo Jacob que debe huir de su hermano Esaú debe ponerse en marcha, tal vez para salvar su vida, pero también para encontrase con Dios y la bendición que se le dará, pero que sólo se capta y se recibe desde la dinámica del movimiento. Con José, “el soñador”, que es vendido por sus hermanos, y sin embargo esa puesta en marcha por la envidia le lleva a salvar a los poblados vecinos y a sus mismos hermanos posibilitando la Salvación y el encuentro con Dios. Si no hubiese sido vendido no se hubiera dado ese proceso de salvación. Incluso con el Pueblo de Israel cautivo en Egipto para lograr la salvación y le encuentro con Dios deben ponerse en marcha, deben salir de Egipto y conquistar lo que realmente es la libertad. Si se quedasen en Egipto difícilmente percibirían la novedad que Dios trae, es necesario caminar, hacer éxodo, romper con la esclavitud y dirigir el rumbo de la historia, permitiendo que Dios los guíe, y así conocerle. Cuando llegan a la tierra prometida, no es cosa de establecerse, es cosa de ponerse en marcha nuevamente para conquistar la tierra prometida, para conquistar el encuentro profundo con Dios en el corazón y vivir con él, como lo muestra el libro de Josué. Y podríamos continuar paso a paso hasta llegar a Jesús que siempre estaba en camino, e incluso la misma iglesia que debe dejar Jerusalén y expandir su mensaje por toda la creación, porque la fe es movimiento, es búsqueda constante. Deberíamos de preguntarnos ¿Qué tanto nuestra vida de fe nos lleva a ser buscadores y ponernos en marcha para encontrarnos con Dios, con un movimiento renovado de nuestro ser?
El ser buscador es parte de nuestra identidad y el mismo Jesús nos lo aclaró en la célebre parábola de la perla preciosa o el tesoro escondido en donde se habla de vender todo para alcanzar esa perla o el terreno. Pero si nos damos cuenta para llegar a encontrar ese tesoro o esa perla implica que detrás había un buscador, existía alguien que quería algo más. Si es capaz de venderlo todo, no es simplemente por el valor monetario de las cosas, sino por el valor de la búsqueda, de su esfuerzo, para alcanzarlo. Por supuesto que ha de venderlo todo pues es lo que ha anhelado toda su vida, y lo ha buscado.
En segundo lugar se nos exhorta a buscar las cosas del cielo, ello quiere decir que debemos de buscar lo que es de Dios. Esto es muy importante, pues en nuestro mundo somos muy dados a buscar lo que no nos conviene, a buscar lo que no es de Dios. Buscamos dinero, placer, poder, fama, belleza, y no porque esas cosas sean malas, la problemática surge cuando esas cosas se convierten en el motor del movimiento, cuando el mapa que guía nuestros pasos es precisamente las cosas de la tierra y no del cielo. Por supuesto que se requieren cosas terrenas, pero que tanto mi vida, mis pensamientos, mi actuar lo hacen movido por encontrarme con Dios, con las cosas del cielo, y que tanto por la fama, el poder o el dinero. El creyente por tanto es invitado a reconocer que debe esforzarse a buscar lo del cielo, de lo contrario nuestra vida será marcado por lo meramente pasajero pero no por la experiencia de Dios, de una realidad trascendente que hace capaz al hombre de una transformación plena, pues no se basa, ni se cimienta en lo terreno y pasajero.
Si nos damos cuenta al hablar de los bienes de los cielos el mismo san Pablo hace una pequeña referencia: «Los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios.» San Pablo se detiene a marcar de entrada que los bienes del cielo están en Cristo. Con esto trata de marcar que cuando buscamos lo del cielo debemos de buscarlo en Cristo, de lo contrario es una farsa. Cuantos pueden decir que evangelizan para dar a conocer a Cristo y su mensaje de salvación, y sin embargo lo hacemos para quedar bien, para que nos aplaudan, para que tenga un mejor puesto en la estructura eclesial u otro lugar. Ser buscador implica coherencia y testimonio que brotan totalmente del corazón sincero para encontrarse con Cristo en donde se encuentran los verdaderos bienes del cielo, el verdadero encuentro con lo divino. Por tanto, el cristiano es buscador, pero buscador de Dios y no de sí mismo, no es el que aparenta buscar a Dios, pero en lo secreto de su corazón se tiene a sí mismo y sus secretos objetos de devoción, en donde, por supuesto Dios está excluido de antemano.
Y si están en Cristo porque está a la derecha de Dios, marcando así su dignidad, su poder y autoridad. Si lo busco en otro lugar seguramente no lo encontrare de manera plena y concreta y será con toda seguridad un ídolo más en nuestra vida.
Si uno busca esos bienes del cielo entonces si podemos iniciar un cambio en nuestra vida que el mismo san Pablo lo coloca como revestirse de hombre nuevo. Y cuando dice revestirse implica lo que esa palabra quiere decir, que el hombre se reviste, se pone un nuevo vestido, una nueva identidad, que el hombre es tal cual con sus dones y virtudes, sus defectos y fragilidades, pero con la capacidad de transformarse y ser un hombre nuevo. Pero esto es una tarea que tendrá como punto de arranque precisamente el ser buscador de las verdaderas coas del cielo y así tener esa nueva identidad que le hace ser un auténtico hombre de fe, y que por supuesto, como o dice el evangelio, es capaz de vivir en la auténtica alegría de la que nos hablan las bienaventuranzas. Que el Señor nos haga capaces de iniciar una vida nueva, iluminada siempre por Dios, saliendo esos buscadores que en movimiento son capaces de encontrarse con Dios.
PADRE, al leer esta reflexión me vino a la mente una lectura que hice del PAPA INOCENCIO III. En lo que se refiere al movimiento de la SANTA IGLESIA, de la FÉ, de los católicos. CUÁNTA GUÍA BRINDA EL ESPÍRITU SANTO.
ResponderEliminarEstoy segura que existieron SANTOS PADRES con mucha inquietud por los cambios. Ojalá nos pudiera dar sugerencias para lecturas edificantes de otros PAPAS, pues son nuestros guías,también.
GRACIAS PADRE.
Los sumos pontifices desde luego que en ocasiones (aunque no en todos los casos lamentablemente) han vivido la inquietud de cambios. Por ejemplo en las homilias de san Gregorio Magno se habla de la importancia de un cambio de vida del pueblo de Dios, tanto los fieles, como del clero. Y uno de los pontífices que se preocupo de ese cambio y de iniciarlo es el Beato Juan XXIII, quien inició el Concilio Vaticano II, así como Pablo VI que lo continúo. Por decir algunos...
ResponderEliminarGRACIAS PADRE.
ResponderEliminarEl día de ayer un "pastor Cristiano" secuestró a un avión desde Cancún a México. "Dijo que venía con un mensaje para nuestro Presidente(por haber sido día 9 del mes 9 del 2009. Visto al revés)
BENDITO SEA DIOS que Usted se esmeró en explicarnos las SAGRADAS ESCRITURAS CON VERDAD.
Al secuestrador lo han detenido y la vida de los mexicanos sigue (con futbol, el día de ayer, con sus festejos en los monumentos "de la Revolución y del Ángel porque esta selección ganó, y con su misma actividad en estos meses de lluvias...)
DIOS QUIERA QUE LAS PETICIONES DIARIAS QUE SOL ESCRIBE (Y QUE TODOS PEDIMOS POR SU BIENESTAR)LE ACOMPAÑEN EN TODO LUGAR, PADRE.