Ciclo /B/
Textos:
Isaías 50,4-9
Santiago 2,14-18
San Marcos 8,27-35
Una de las realidades fundamentales, y al mismo tiempo controvertida dentro del cristianismo es la vida de fe. Es fundamental porque es la fe la que da sentido al caminar cristiano, por medio de la fe el creyente es capaz de entrar en el ámbito trascendental, es capaz de arrojarse al encuentro de Dios, es la fe quien capacita para tener la certeza de que Dios está en nuestra historia. Sin embargo es contradictoria porque muchas veces esa fe es complicada pues no se entiende muy bien, e incluso se ve como un móvil mágico en donde por decir que se “cree”, se hacen ciertas prácticas y ritos un tanto absurdos, convirtiendo la fe en algo ritualista, o mágico que en realidad no lleva con Dios, sino una especie de autosatisfacción sugestiva que me da cierta paz, pero no hace que me encuentre realmente con Dios. Tenemos a aquellos que se sugestionan con el agua bendita viendo en ella un poder milagroso, o en una vela. Eso sería reducir la fe porque en realidad no se encuentran con Dios, no entran en el misterio de salvación, sólo se quedan con lo externo. Pero también aquellos que asisten a misa por costumbre podría ser que en realidad no tengan fe, porque van por costumbre u obligación, dejando todo en un absurdo y vacío ritualismo sin que realmente haya una auténtica fe.
¿Pero cómo podría marcarse el sentido de la fe? ¿Cuál sería el parámetro para marcar la fe cristiana? Las lecturas del día de hoy parecen ofrecernos una breve respuesta a esta enorme realidad. LA segunda lectura nos da un parámetro vital para entender la vida de fe, en donde el apóstol Santiago coloca un tema vital dentro de su comunidad para aclarar el sentido de la vida de su comunidad, marcando la diferencia entre fe y obras, marcando que son dos realidades intrínsecamente unidas y por ello aduce al final de la lectura de hoy: «Alguien puede objetar: "Uno tiene la fe y otro, las obras". A ese habría que responderle: "Muéstrame, si puedes, tu fe sin las obras. Yo, en cambio, por medio de las obras, te demostraré mi fe."»
Santiago pone el dedo en la llaga y muestra cual es el sentido de la fe: No bastan nuestras palabras extraordinarias, no basta decir que creemos o dar discursos extraordinarios sobre Jesús, ni siquiera bastan los actos de culto. La fe trasciende todo ello, la fe requiere de las obras, obras que demuestren la vida de fe, que profesen delante de los demás quién es Dios para nosotros, que estamos tocados por su experiencia. La fe por tanto consiste en demostrar que creemos, que estamos cerca de Dios. Eso es precisamente la vida de fe. La fe no puede estar al margen de la vida cotidiana, la fe no es para algunos momentitos piadosos. Cuántos dicen tener fe, pero sólo lo manifiestan en el templo, o cuando dedican un momentito para hacer oración, o cuando deben hablar de su fe con otros. Pero al terminar esto tiempos -que por cierto son contados-, somos otras personas muy distintas a nuestra fe que profesamos.
Somos los mismos rufianes, los mismos groseros, los mismos ladrones, los mismos destructores, los mismos infieles, los mismos mentirosos. Por tanto, la fe no ha sido capaz de lograr un cambio en nosotros, ni nosotros hemos sido capaces de contagiar a los demás de nuestra fe.
Quién va a ser capaz de creer si cada uno de nosotros ponemos “carita de santo” en misa y al salir estamos humillando al que me cae mal. Quien va a creer en nuestros rezos, si le soy infiel a mi mujer y muchos lo saben; quién va a creerme si hablo de Dios y saben que soy un corrupto de primera; quién va a creerme cuando voy a misa y me la vivo peleando con mi familia y mis vecinos hasta el punto de hacerles el mal. ¿Realmente tenemos fe? ¿Realmente conozco al Dios-Amor? ¿O soy un verdadero hipócrita, una grotesca caricatura de creyente que ha reducido todo a unos pocos momentos de la vida, sin dejar permear la vida de fe en mi historia cotidiana?
La fe por tanto no es algo meramente exterior, no es algo de ocasión, no es como una ropa que sólo me pongo para ciertas ocasiones, sino que debe de estar puesta en todo. La fe debe de estar en la vida laboral, la vida de familia, en mi trato personal con los demás, en mis pensamientos, en mis relaciones. La fe debe iluminarlo todo. En otras palabras, si una persona dice tener fe implica que entones se fe interpelar por Dios en todo momento, se pregunta qué diría Dios ante tal situación en mi trabajo o en mi familia. La Fe debe de convertirse en una lámpara que ilumine toda nuestra vida.
Pero podríamos preguntarnos ¿Cuál es el acto fundamental que expresa plenamente el cristianismo? Por qué si la fe va ligada a las obras desde luego que implica portarse bien, pero eso es algo que se supone que todos deberíamos hacer, por tanto, el ser cristiano tendría otra exigencia que nos caracterice, para que así demostremos totalmente nuestra vida de fe, y es precisamente sobre ello de lo que nos habla el evangelio del día de hoy.
Jesús viene de camino con sus discípulos y les pregunta sobre su identidad, y eso lo hace precisamente para saber que se imaginan de él. El que contesta acertadamente es Pedro diciendo que es el Mesías. Sin embargo Jesús ordena que callen, que no hablen sobre nada, porque en el fondo no han entendido lo que quiere Jesús. Ellos han encerrado a Jesús en categorías pasadas, triunfalistas y nacionalistas, sin llegar a descubrir precisamente cual es el sentido del Reino de Dios. Para ellos el Reino de los cielos ha de asemejarse al Reino de los romanos, lleno de poder y honor. Por eso Jesús tiene que demostrar que así no piensa así y por ello les presenta el proyecto del Reino que consiste precisamente en dar la vida: «El Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días.»
El proyecto de Jesús no culmina en los honores, los premios, las porras; sino que, termina en la destrucción, la muerte y el fracaso, a los ojos del mundo. Eso lo hace para dar la salvación plena porque el camino para lograr el veredero Reino se da en la entrega, en el servicio, en la donación, dando la propia vida. Ese es el camino de Dios y del mismo Reino de Dios. Por tanto, las obras que han de acompañar el caminar del cristiano son las obras del amor sin límites, de la entrega a favor de los demás. Esas son las obras de la fe cristiana. Sin amor, sin entrega, sin verdadero servicio no se puede hablar del verdadero creyente.
A Pedro no le parece ese proyecto, por eso se aparta con Jesús para disuadirlo. Y muchos de nosotros tal vez también lo hagamos hoy al escuchar este Evangelio. Tal vez le digamos “maestro, Cómo dices eso, mejor sólo que vayan a misa”; “Maestro mejor confórmate con unas cuantas oraciones”, “Maestro eso no conviene en medio de este mundo tan materialista donde todos son corruptos y quieren subir puesto a expensas de otros, mejor diles que traten de ser buenos”, “Maestro, el amor es algo pasajero, es un mero sentimiento; no lo confundas con un estilo de vida con que sólo nos soportemos está bien”, “Maestro, esa fe de entrega no concuerda con el utilitarismo y relativismo contemporáneo, mejor que estudien tantito o que les echen agua bendita y date por bien servido”, “Con que seamos productivos y solventes económicamente nos basta Señor, no pidas más.” La propuesta cristiana por supuesto que da miedo, pero si no la aceptamos no tenemos verdadera fe y pensaremos como Satanás, como se lo dijo Jesús a Pedro: «Apártate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.»
A lo mejor somos Pedro, que sólo pensamos en lo que nos conviene, en una fe del confort, pero no del compromiso y vivencia radical de la fe en la vida, una fe con obras, y obras de entrega sin fin. Que el Señor nos haga ser realmente hombres y mujeres de fe, de una fe totalmente plena que se manifiesta por las obras del amor y la entrega como Cristo lo ha dicho, porque sólo así tomamos la cruz, y lo seguimos, sólo así demostramos que somos sus discípulos.
Santiago 2,14-18
San Marcos 8,27-35
Una de las realidades fundamentales, y al mismo tiempo controvertida dentro del cristianismo es la vida de fe. Es fundamental porque es la fe la que da sentido al caminar cristiano, por medio de la fe el creyente es capaz de entrar en el ámbito trascendental, es capaz de arrojarse al encuentro de Dios, es la fe quien capacita para tener la certeza de que Dios está en nuestra historia. Sin embargo es contradictoria porque muchas veces esa fe es complicada pues no se entiende muy bien, e incluso se ve como un móvil mágico en donde por decir que se “cree”, se hacen ciertas prácticas y ritos un tanto absurdos, convirtiendo la fe en algo ritualista, o mágico que en realidad no lleva con Dios, sino una especie de autosatisfacción sugestiva que me da cierta paz, pero no hace que me encuentre realmente con Dios. Tenemos a aquellos que se sugestionan con el agua bendita viendo en ella un poder milagroso, o en una vela. Eso sería reducir la fe porque en realidad no se encuentran con Dios, no entran en el misterio de salvación, sólo se quedan con lo externo. Pero también aquellos que asisten a misa por costumbre podría ser que en realidad no tengan fe, porque van por costumbre u obligación, dejando todo en un absurdo y vacío ritualismo sin que realmente haya una auténtica fe.
¿Pero cómo podría marcarse el sentido de la fe? ¿Cuál sería el parámetro para marcar la fe cristiana? Las lecturas del día de hoy parecen ofrecernos una breve respuesta a esta enorme realidad. LA segunda lectura nos da un parámetro vital para entender la vida de fe, en donde el apóstol Santiago coloca un tema vital dentro de su comunidad para aclarar el sentido de la vida de su comunidad, marcando la diferencia entre fe y obras, marcando que son dos realidades intrínsecamente unidas y por ello aduce al final de la lectura de hoy: «Alguien puede objetar: "Uno tiene la fe y otro, las obras". A ese habría que responderle: "Muéstrame, si puedes, tu fe sin las obras. Yo, en cambio, por medio de las obras, te demostraré mi fe."»
Santiago pone el dedo en la llaga y muestra cual es el sentido de la fe: No bastan nuestras palabras extraordinarias, no basta decir que creemos o dar discursos extraordinarios sobre Jesús, ni siquiera bastan los actos de culto. La fe trasciende todo ello, la fe requiere de las obras, obras que demuestren la vida de fe, que profesen delante de los demás quién es Dios para nosotros, que estamos tocados por su experiencia. La fe por tanto consiste en demostrar que creemos, que estamos cerca de Dios. Eso es precisamente la vida de fe. La fe no puede estar al margen de la vida cotidiana, la fe no es para algunos momentitos piadosos. Cuántos dicen tener fe, pero sólo lo manifiestan en el templo, o cuando dedican un momentito para hacer oración, o cuando deben hablar de su fe con otros. Pero al terminar esto tiempos -que por cierto son contados-, somos otras personas muy distintas a nuestra fe que profesamos.
Somos los mismos rufianes, los mismos groseros, los mismos ladrones, los mismos destructores, los mismos infieles, los mismos mentirosos. Por tanto, la fe no ha sido capaz de lograr un cambio en nosotros, ni nosotros hemos sido capaces de contagiar a los demás de nuestra fe.
Quién va a ser capaz de creer si cada uno de nosotros ponemos “carita de santo” en misa y al salir estamos humillando al que me cae mal. Quien va a creer en nuestros rezos, si le soy infiel a mi mujer y muchos lo saben; quién va a creerme si hablo de Dios y saben que soy un corrupto de primera; quién va a creerme cuando voy a misa y me la vivo peleando con mi familia y mis vecinos hasta el punto de hacerles el mal. ¿Realmente tenemos fe? ¿Realmente conozco al Dios-Amor? ¿O soy un verdadero hipócrita, una grotesca caricatura de creyente que ha reducido todo a unos pocos momentos de la vida, sin dejar permear la vida de fe en mi historia cotidiana?
La fe por tanto no es algo meramente exterior, no es algo de ocasión, no es como una ropa que sólo me pongo para ciertas ocasiones, sino que debe de estar puesta en todo. La fe debe de estar en la vida laboral, la vida de familia, en mi trato personal con los demás, en mis pensamientos, en mis relaciones. La fe debe iluminarlo todo. En otras palabras, si una persona dice tener fe implica que entones se fe interpelar por Dios en todo momento, se pregunta qué diría Dios ante tal situación en mi trabajo o en mi familia. La Fe debe de convertirse en una lámpara que ilumine toda nuestra vida.
Pero podríamos preguntarnos ¿Cuál es el acto fundamental que expresa plenamente el cristianismo? Por qué si la fe va ligada a las obras desde luego que implica portarse bien, pero eso es algo que se supone que todos deberíamos hacer, por tanto, el ser cristiano tendría otra exigencia que nos caracterice, para que así demostremos totalmente nuestra vida de fe, y es precisamente sobre ello de lo que nos habla el evangelio del día de hoy.
Jesús viene de camino con sus discípulos y les pregunta sobre su identidad, y eso lo hace precisamente para saber que se imaginan de él. El que contesta acertadamente es Pedro diciendo que es el Mesías. Sin embargo Jesús ordena que callen, que no hablen sobre nada, porque en el fondo no han entendido lo que quiere Jesús. Ellos han encerrado a Jesús en categorías pasadas, triunfalistas y nacionalistas, sin llegar a descubrir precisamente cual es el sentido del Reino de Dios. Para ellos el Reino de los cielos ha de asemejarse al Reino de los romanos, lleno de poder y honor. Por eso Jesús tiene que demostrar que así no piensa así y por ello les presenta el proyecto del Reino que consiste precisamente en dar la vida: «El Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días.»
El proyecto de Jesús no culmina en los honores, los premios, las porras; sino que, termina en la destrucción, la muerte y el fracaso, a los ojos del mundo. Eso lo hace para dar la salvación plena porque el camino para lograr el veredero Reino se da en la entrega, en el servicio, en la donación, dando la propia vida. Ese es el camino de Dios y del mismo Reino de Dios. Por tanto, las obras que han de acompañar el caminar del cristiano son las obras del amor sin límites, de la entrega a favor de los demás. Esas son las obras de la fe cristiana. Sin amor, sin entrega, sin verdadero servicio no se puede hablar del verdadero creyente.
A Pedro no le parece ese proyecto, por eso se aparta con Jesús para disuadirlo. Y muchos de nosotros tal vez también lo hagamos hoy al escuchar este Evangelio. Tal vez le digamos “maestro, Cómo dices eso, mejor sólo que vayan a misa”; “Maestro mejor confórmate con unas cuantas oraciones”, “Maestro eso no conviene en medio de este mundo tan materialista donde todos son corruptos y quieren subir puesto a expensas de otros, mejor diles que traten de ser buenos”, “Maestro, el amor es algo pasajero, es un mero sentimiento; no lo confundas con un estilo de vida con que sólo nos soportemos está bien”, “Maestro, esa fe de entrega no concuerda con el utilitarismo y relativismo contemporáneo, mejor que estudien tantito o que les echen agua bendita y date por bien servido”, “Con que seamos productivos y solventes económicamente nos basta Señor, no pidas más.” La propuesta cristiana por supuesto que da miedo, pero si no la aceptamos no tenemos verdadera fe y pensaremos como Satanás, como se lo dijo Jesús a Pedro: «Apártate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.»
A lo mejor somos Pedro, que sólo pensamos en lo que nos conviene, en una fe del confort, pero no del compromiso y vivencia radical de la fe en la vida, una fe con obras, y obras de entrega sin fin. Que el Señor nos haga ser realmente hombres y mujeres de fe, de una fe totalmente plena que se manifiesta por las obras del amor y la entrega como Cristo lo ha dicho, porque sólo así tomamos la cruz, y lo seguimos, sólo así demostramos que somos sus discípulos.
PADRE,¿por qué tienden algunos predicadores a "endulzar" la PALABRA DEL SEÑOR?
ResponderEliminarMe pregunto ¿cómo la transmitían los primeros seguidores de JESÚS? Al grado que lograron vivir en excelente comunidad y ofrendaron sus vidas defendiendo la FÉ.
O fue, quizás,que el mensaje llevaba la certeza de que se estaban viviendo los últimos tiempos y actuarn así por miedo.
¿Qué necesitamos ahora para CREER, para CAMBIAR?
Además, ¿cóm0o se vence la desconfianza e incredulidad con que vivimos en estos tiempos?
Y ya no sigo escribiendo las reflexiones que me surgen al leer esta homilía porque me haría el "hara quiri" y terminaría solicitándole, CON URGENCIA, me recibiera en confesión (Aunque sí sigo reflexionando,y sí me voy a confesar y lo benéfico: SÍ TRATARÉ DE MEJORAR, aunque sea poquito a poquito)
GRACIAS PADRE. QUE ESTÉ USTED BIEN, DIOS MEDIANTE
PADRE, un poco de mundo: ¡Viva México!
ResponderEliminarGracias a DIOS que tenemos a la Vírgen María, en la Vírgen de Guadalupe y en la Vírgen de los Dolores para recordarla en estos días también.
PADRE, allá en Roma ¿toman en cuenta a nuestro país en estos días de "Independencia"?
El ESPÍRITU SANTO ¿habrá estado en Miguel Hidalgo?
Disculpe las preguntas,(quizás pretenden ser "distractores" ante el"estudio del italiano")
NO NOS OLVIDE, POR FAVOR. NOSOTROS LO TENEMOS SIEMPRE PRESENTE.
PADRE, LO MÁS IMPORTENTE: ¡VIVA DIOS! ¡VIVA JESÚS! ¡VIVA EL ESPIRITU SANTO! ¡VIVA SU SANTIDAD!