Meditación con motivo de la fiesta de la Sagrada Familia: Jesús, María y José
Ciclo /A/
Textos:
Eclesiástico 3,2-6.12-14
Colosenses 3,12-21
San Mateo 2,13-15.19-23
El domingo que se encuentra en la octava de navidad que hemos comenzada ayer y termina el próximo 1 de enero, la Iglesia celebra la festividad de la Sagrada Familia. Con esto se nos invita a contemplar el misterio de la navidad desde la perspectiva de la familia, pues Jesús al hacerse hombre habita con una familia, marcando así su humanidad la cual se desenvuelve como cualquier otro hombre, en medio del seno de la familia. Con esto se nos invita a ver el misterio de la navidad en donde Jesús vive en medio de la familia, nos ayuda a recordar la importancia de la familia en medio de la sociedad, y sobre todo a ver en la sagrada familia en el ámbito de la espiritualidad, viendo en ella el camino para alcanzar la perfección de la vida cristiana.
Sobre este camino de vida espiritual lo podemos encontrar en el texto del evangelio por medio de dos elementos fundamentales: la figura de san José, y las palabras que le dirige el ángel.
La figura de san José nos coloca a este hombre como alguien capaz de reconocer la acción de Dios, le habla en medio de los sueños, y ello conlleva a descubrir algo fundamental. San José es un hombre que es capaz de soñar, de permitir que en medio de los sueños Dios le hable, convirtiéndose así en un modelo de la contemplación. En el fondo ser soñador., es ser capaz de ser contemplativo, pues un sueño es algo que sucede fugazmente, no es algo que permanezca, que yo pueda consultar constantemente, no es un documento escrito o una obra edificada. El sueño es algo pasajero, por lo tanto, sólo el contemplativo puede vislumbrar el sentido del sueño, y por ende ser capaz de captar un significado y sobre todo en su caso, ser capaz de escuchar el mensaje de Dios en medio de su situación.
De esta manera el sueño es el vehículo por donde Dios le habla a san José y él es capaz de descubrir lo que Dios le va pidiendo. El sueño es un instrumento que san José contempla y contemplándolo, vislumbra la acción de Dios. San José es el contemplativo que descubre la voluntad de Dios, contemplando su acción, convirtiéndose en un hombre de interioridad, que desde su reflexión sabe reconocer esa acción, esa voluntad. Y en esa contemplación, hay unas palabras que nos invitan a descubrir precisamente el camino de espiritualidad: «Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.»
En primer lugar dice: «Levántate.» El verbo levantar es utilizado a lo largo del Nuevo Testamento para referir a la resurrección. Quiere decir que, el camino espiritual comienza, reconociendo que el hombre está llamado a resucitar, es decir a vivir desde la dinámica de la vida. Es la capacidad de permitir que la vida entre en las estructuras de muerte. No dejar que la corrupción entre en la vida del creyente, evitando que se corrompa la amistad, la fidelidad, la solidaridad, el perdón. Levantarse implica reconocer que en el mundo hay valores que valen la pena y que ayudan a mejorar el caminar en medio de la vida. Levantarse implica ser un contemplativo de los valores que realmente ayudan al hombre a ser mejores, que no son el poder, la venganza, el acaparar más, el ser avaricioso lo que da sentido a la historia, pues en realidad producen injusticias y destrucciones, generando así un ámbito de muerte.
Una vez que el hombre es capaz de levantarse, dejando que las estructuras de vida permeen su vida y por lo tanto, sea capaz de reconocer lo que realmente le fortifica y le ayuda a continuar en el camino, debe dar otro paso fundamental, que le permiten precisamente ser fiel en ese levantarse, ser fiel en esa dinámica de vida: «Toma al niño.»
Tomar al niño, se refiere a tomar a Cristo, implica acoger a Cristo, sobre todo, en esta dimensión de la navidad, es decir, tomar a Cristo que se hace hombre, que se ha rebajado por nosotros, que se ha hecho pequeño por nuestra salvación. Tomar al niño es tomar a Cristo, niño, a Cristo en el camino de la fragilidad, es tomarlo en su pequeñez, en su nada, en su insignificancia para el mundo. El creyente es ahora invitado a reconocer que si bien es invitado a levantarse, debe hacerlo reconociendo que ese levantarse y optar por el camino de la vida se hace acogiendo al niño de Belén, a Dios hecho hombre, a Cristo Niño, y por lo tanto acoger el camino de la humildad, de la pequeñez, del servicio, del amor, del servicio a favor de los demás.
Navidad es precisamente el tiempo para recordarnos que debemos de tomar al niño. No basta con ver el nacimiento, el Belén con sus figuritas y ver como se representa de manera hermosa el acontecimiento de Navidad, sino que se debe de tomar el niño, es decir, tomar a Dios hecho niño, y por tanto tomar los criterios de esa encarnación, de hacerse pequeño delante del mundo, de reconocer que el camino hacia la perfección cristiana, es el camino de la pequeñez, de la insignificancia, de la entrega. Ver al Niño de Belén, es ver al Dios que ama al hombre y que se abaja para hacerse uno de nosotros, renunciando a todo, para hacernos grandes a sus ojos.
De esta manera tenemos dos elementos para contemplar el camino de vis espiritual. Primeramente levantarse, iniciando una vida nueva desde los criterios evangélicos, los criterios de la vida. Y para mantenernos en esa dinámica hay que dar el segundo paso, tomar al niño, es decir, tomar los criterios de Cristo niño, de Cristo servidor, empequeñecido por amor. Sin embargo, este acoger a Cristo, implica siempre de una escucha constante de la Palabra, y estar dispuesto a obedecerla. Por ello dice el texto: «Y [toma] a su madre.»
Tomar a la Madre, implica acoger a aquella que ha escuchado la Palabra de Dios y que ha obedecido. Por lo tanto un tercer paso implica la capacidad de estar siempre atento a la Palabra de Dios como María, una escucha que debe de llevarnos a obedecer, descubriendo en esa Palabra, el camino que conduce a la verdadera plenitud de vida. No se puede ser autentico discípulo, si el hombre no acoge en su vida la Palabra, no es de un auténtico creyente sin la escucha de la Palabra, y la capacidad para ponerla en práctica. Tomar a la Madre es la invitación a recordar que no es posible vivir sin la dimensión de la escucha y la obediencia de la Palabra.
Y una vez que lleva se lleva a cabo estos tres elementos, debe ponerse en marcha, puesto que el cristiano es aquel que siempre está en movimiento, siempre está en capacidad de ir hacia adelante. EL creyente no puede ser alguien instalado, no puede ser alguien que ya se sienta pleno, siempre hay algo nuevo, siempre hay un reto, siempre hay algo nuevo en su vida. Caminar, caminar, caminar, ese es el proyecto del creyente. Caminar, para resucitar, para ser nuevo siempre, pues lo nuevo que no se pone en movimiento se anquilosa, se muere y el creyente debe de estar siempre en movimiento, debe vencer los retos para vivir en la dinámica de lo nuevo, en la dinámica de la vida. Caminar para acoger siempre a Jesús en la vida con los retos y perspectivas que se presentan a cada momento, pues no siempre son las mismas. Caminar es estar en marcha, tomando a la Madre, descubriendo siempre el mensaje de la Palabra, una Palabra siempre nueva, una Palabra que siempre dice cosas diferentes una Palabra capaz de transformar las situaciones de cada momento. Pero para ello es necesario ponerse en marcha, no está estático, no quedarse paralizado, sino ser libres, y seguir la marcha, pues el camino espiritual del creyente es un movimiento constante, pues, levantarse, tomar al niño y a la madre impide quedarse quieto, es movimiento de continuo, que arroja fuera de casa, que imprime un pulso que mantiene siempre inquieto, siempre deseoso de más, siempre anhelante de encontrar una respuesta un signo de vida en cada instante.
Y este ponerse en marcha, es parte del creyente, pues la fe es movimiento, es vida, pero también debe de ser capacidad de vencer el mal, pues el texto lo dice: «Huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.» Quiere decir que no se debe dejar corromper por las estructuras imperantes, por las mentalidades del momento. El creyente no es el acomodaticio a las modas o las posturas sociales o políticas del momento. Siempre camina para alejar a Herodes, es decir, camina para mostrar que la verdad no está en Herodes, que no están en la estructuras de muerte aunque parece lo más moderno, lo más actual, lo más sencillo. Alejarse de Herodes, es anunciar que la verdad, que la salvación, no están en esas estructuras; pues esas estructuras son homicidas, son estructuras, quieren matar al niño, quieren matar al amor. EL creyente debe saber reconocer que hay estructuras que no dan vida y debe distanciarse de ellas para mostrar que hay otra opción que están llenas de vida y que ellas dan sentido a la vida del hombre. Alejarse y anunciar la verdad, el amor, la vida, como el camino que lleva a la plenitud.
Ciclo /A/
Textos:
Eclesiástico 3,2-6.12-14
Colosenses 3,12-21
San Mateo 2,13-15.19-23
El domingo que se encuentra en la octava de navidad que hemos comenzada ayer y termina el próximo 1 de enero, la Iglesia celebra la festividad de la Sagrada Familia. Con esto se nos invita a contemplar el misterio de la navidad desde la perspectiva de la familia, pues Jesús al hacerse hombre habita con una familia, marcando así su humanidad la cual se desenvuelve como cualquier otro hombre, en medio del seno de la familia. Con esto se nos invita a ver el misterio de la navidad en donde Jesús vive en medio de la familia, nos ayuda a recordar la importancia de la familia en medio de la sociedad, y sobre todo a ver en la sagrada familia en el ámbito de la espiritualidad, viendo en ella el camino para alcanzar la perfección de la vida cristiana.
Sobre este camino de vida espiritual lo podemos encontrar en el texto del evangelio por medio de dos elementos fundamentales: la figura de san José, y las palabras que le dirige el ángel.
La figura de san José nos coloca a este hombre como alguien capaz de reconocer la acción de Dios, le habla en medio de los sueños, y ello conlleva a descubrir algo fundamental. San José es un hombre que es capaz de soñar, de permitir que en medio de los sueños Dios le hable, convirtiéndose así en un modelo de la contemplación. En el fondo ser soñador., es ser capaz de ser contemplativo, pues un sueño es algo que sucede fugazmente, no es algo que permanezca, que yo pueda consultar constantemente, no es un documento escrito o una obra edificada. El sueño es algo pasajero, por lo tanto, sólo el contemplativo puede vislumbrar el sentido del sueño, y por ende ser capaz de captar un significado y sobre todo en su caso, ser capaz de escuchar el mensaje de Dios en medio de su situación.
De esta manera el sueño es el vehículo por donde Dios le habla a san José y él es capaz de descubrir lo que Dios le va pidiendo. El sueño es un instrumento que san José contempla y contemplándolo, vislumbra la acción de Dios. San José es el contemplativo que descubre la voluntad de Dios, contemplando su acción, convirtiéndose en un hombre de interioridad, que desde su reflexión sabe reconocer esa acción, esa voluntad. Y en esa contemplación, hay unas palabras que nos invitan a descubrir precisamente el camino de espiritualidad: «Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.»
En primer lugar dice: «Levántate.» El verbo levantar es utilizado a lo largo del Nuevo Testamento para referir a la resurrección. Quiere decir que, el camino espiritual comienza, reconociendo que el hombre está llamado a resucitar, es decir a vivir desde la dinámica de la vida. Es la capacidad de permitir que la vida entre en las estructuras de muerte. No dejar que la corrupción entre en la vida del creyente, evitando que se corrompa la amistad, la fidelidad, la solidaridad, el perdón. Levantarse implica reconocer que en el mundo hay valores que valen la pena y que ayudan a mejorar el caminar en medio de la vida. Levantarse implica ser un contemplativo de los valores que realmente ayudan al hombre a ser mejores, que no son el poder, la venganza, el acaparar más, el ser avaricioso lo que da sentido a la historia, pues en realidad producen injusticias y destrucciones, generando así un ámbito de muerte.
Una vez que el hombre es capaz de levantarse, dejando que las estructuras de vida permeen su vida y por lo tanto, sea capaz de reconocer lo que realmente le fortifica y le ayuda a continuar en el camino, debe dar otro paso fundamental, que le permiten precisamente ser fiel en ese levantarse, ser fiel en esa dinámica de vida: «Toma al niño.»
Tomar al niño, se refiere a tomar a Cristo, implica acoger a Cristo, sobre todo, en esta dimensión de la navidad, es decir, tomar a Cristo que se hace hombre, que se ha rebajado por nosotros, que se ha hecho pequeño por nuestra salvación. Tomar al niño es tomar a Cristo, niño, a Cristo en el camino de la fragilidad, es tomarlo en su pequeñez, en su nada, en su insignificancia para el mundo. El creyente es ahora invitado a reconocer que si bien es invitado a levantarse, debe hacerlo reconociendo que ese levantarse y optar por el camino de la vida se hace acogiendo al niño de Belén, a Dios hecho hombre, a Cristo Niño, y por lo tanto acoger el camino de la humildad, de la pequeñez, del servicio, del amor, del servicio a favor de los demás.
Navidad es precisamente el tiempo para recordarnos que debemos de tomar al niño. No basta con ver el nacimiento, el Belén con sus figuritas y ver como se representa de manera hermosa el acontecimiento de Navidad, sino que se debe de tomar el niño, es decir, tomar a Dios hecho niño, y por tanto tomar los criterios de esa encarnación, de hacerse pequeño delante del mundo, de reconocer que el camino hacia la perfección cristiana, es el camino de la pequeñez, de la insignificancia, de la entrega. Ver al Niño de Belén, es ver al Dios que ama al hombre y que se abaja para hacerse uno de nosotros, renunciando a todo, para hacernos grandes a sus ojos.
De esta manera tenemos dos elementos para contemplar el camino de vis espiritual. Primeramente levantarse, iniciando una vida nueva desde los criterios evangélicos, los criterios de la vida. Y para mantenernos en esa dinámica hay que dar el segundo paso, tomar al niño, es decir, tomar los criterios de Cristo niño, de Cristo servidor, empequeñecido por amor. Sin embargo, este acoger a Cristo, implica siempre de una escucha constante de la Palabra, y estar dispuesto a obedecerla. Por ello dice el texto: «Y [toma] a su madre.»
Tomar a la Madre, implica acoger a aquella que ha escuchado la Palabra de Dios y que ha obedecido. Por lo tanto un tercer paso implica la capacidad de estar siempre atento a la Palabra de Dios como María, una escucha que debe de llevarnos a obedecer, descubriendo en esa Palabra, el camino que conduce a la verdadera plenitud de vida. No se puede ser autentico discípulo, si el hombre no acoge en su vida la Palabra, no es de un auténtico creyente sin la escucha de la Palabra, y la capacidad para ponerla en práctica. Tomar a la Madre es la invitación a recordar que no es posible vivir sin la dimensión de la escucha y la obediencia de la Palabra.
Y una vez que lleva se lleva a cabo estos tres elementos, debe ponerse en marcha, puesto que el cristiano es aquel que siempre está en movimiento, siempre está en capacidad de ir hacia adelante. EL creyente no puede ser alguien instalado, no puede ser alguien que ya se sienta pleno, siempre hay algo nuevo, siempre hay un reto, siempre hay algo nuevo en su vida. Caminar, caminar, caminar, ese es el proyecto del creyente. Caminar, para resucitar, para ser nuevo siempre, pues lo nuevo que no se pone en movimiento se anquilosa, se muere y el creyente debe de estar siempre en movimiento, debe vencer los retos para vivir en la dinámica de lo nuevo, en la dinámica de la vida. Caminar para acoger siempre a Jesús en la vida con los retos y perspectivas que se presentan a cada momento, pues no siempre son las mismas. Caminar es estar en marcha, tomando a la Madre, descubriendo siempre el mensaje de la Palabra, una Palabra siempre nueva, una Palabra que siempre dice cosas diferentes una Palabra capaz de transformar las situaciones de cada momento. Pero para ello es necesario ponerse en marcha, no está estático, no quedarse paralizado, sino ser libres, y seguir la marcha, pues el camino espiritual del creyente es un movimiento constante, pues, levantarse, tomar al niño y a la madre impide quedarse quieto, es movimiento de continuo, que arroja fuera de casa, que imprime un pulso que mantiene siempre inquieto, siempre deseoso de más, siempre anhelante de encontrar una respuesta un signo de vida en cada instante.
Y este ponerse en marcha, es parte del creyente, pues la fe es movimiento, es vida, pero también debe de ser capacidad de vencer el mal, pues el texto lo dice: «Huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.» Quiere decir que no se debe dejar corromper por las estructuras imperantes, por las mentalidades del momento. El creyente no es el acomodaticio a las modas o las posturas sociales o políticas del momento. Siempre camina para alejar a Herodes, es decir, camina para mostrar que la verdad no está en Herodes, que no están en la estructuras de muerte aunque parece lo más moderno, lo más actual, lo más sencillo. Alejarse de Herodes, es anunciar que la verdad, que la salvación, no están en esas estructuras; pues esas estructuras son homicidas, son estructuras, quieren matar al niño, quieren matar al amor. EL creyente debe saber reconocer que hay estructuras que no dan vida y debe distanciarse de ellas para mostrar que hay otra opción que están llenas de vida y que ellas dan sentido a la vida del hombre. Alejarse y anunciar la verdad, el amor, la vida, como el camino que lleva a la plenitud.
Un dato curioso es que deben regresar a Egipto, un lugar donde en antiguo, el pueblo de Israel, fue esclavo. Ahora José y su familia deben de regresar ahí. ¿Por qué? Porque en esa tierra se vivió la esclavitud, pero ahí comenzó la libertad, ahí inicio el proyecto de liberación de lo hombre. Por tanto, regresar a Egipto es regresar al punto donde comenzó todo, al punto donde se comenzó a hacer realidad la libertad. Dese Egipto se anuncia que Dios existe, que esta vivió, y que esos son los criterios que salvan al hombre, y ese anuncio se hace desde Egipto, pues debe hacerse precisamente en donde se inicio la liberación, pues si ahí se hizo posible, hoy es posible. El anuncio se hace en el lugar de la esclavitud, porque ahí se rompió la esclavitud. Ellos anunciarán la vida, en el lugar donde se hizo posible una vez, y quiere decir que otra vez será posible. La indicación es encilla: alejarse de Herodes, para no dejarse imbuir por las situaciones de muerte, y permanecer en donde se destruyó la muerte en un primer momento, para recordar que si una vez la vida, la libertad, el amor triunfó, otra vez lo hará a partir de los criterios del Evangelio. Si yo he vencido el pecado, es posible partiendo de ese acontecimiento, volver a vencerlo.
Este camino que él ángel propone a san José, no es un camino hecho, ni fácil de ver. Este camino presupone la actitud de la contemplación (como san José), presupone que se es capaz de descubrir qué es lo que Dios le está pidiendo. Por tanto el primer paso para vivir esta dinámica es la contemplación, el ser capaz de descubrir la acción de Dios en medio de su vida, ver a Dios, contemplar, empezar a tener interioridad, y ser capaz de ver más allá de lo que aparece.
Celebrar la fiesta de la sagrada familia, implica contemplar el modelo de la sagrada familia, comenzando por la interioridad de san José capaz de descubrir el actuar de Dios en la historia, y desee ahí levantarse, acoger el niño, a Jesús con las categorías del evangelio desde la pequeñez, y viviendo desde la dinámica de la acogida a la Palabra de Dios como María. Un camino que nos lleva a vencer las estructuras importantes que producen la muerte en la historia del hombre. Así la Sagrada Familia desde su propia dinámica de fe nos ofrece un camino para acercarnos a la vivencia cristiana, y hacer que la navidad sea un tiempo verdaderamente fructífero.
Este camino que él ángel propone a san José, no es un camino hecho, ni fácil de ver. Este camino presupone la actitud de la contemplación (como san José), presupone que se es capaz de descubrir qué es lo que Dios le está pidiendo. Por tanto el primer paso para vivir esta dinámica es la contemplación, el ser capaz de descubrir la acción de Dios en medio de su vida, ver a Dios, contemplar, empezar a tener interioridad, y ser capaz de ver más allá de lo que aparece.
Celebrar la fiesta de la sagrada familia, implica contemplar el modelo de la sagrada familia, comenzando por la interioridad de san José capaz de descubrir el actuar de Dios en la historia, y desee ahí levantarse, acoger el niño, a Jesús con las categorías del evangelio desde la pequeñez, y viviendo desde la dinámica de la acogida a la Palabra de Dios como María. Un camino que nos lleva a vencer las estructuras importantes que producen la muerte en la historia del hombre. Así la Sagrada Familia desde su propia dinámica de fe nos ofrece un camino para acercarnos a la vivencia cristiana, y hacer que la navidad sea un tiempo verdaderamente fructífero.
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