Filipenses 1,4-6.8-11
San Lucas 3,1-6
Una de las realidades vitales en el hombre es el encuentro con los demás, necesitamos de encuentros con otras personas para seguir adelante en la vida, pues por medio de los encuentros somos felices, compartimos nuestra vida, nos ayudamos, seguimos adelante. Y cuando estos encuentros se dan generalmente nos preparamos para que se lleven a cabo de la mejor manera. Algunas veces son de manera informal, otras de modo muy formal. Lo cierto es que para encontrarnos con otras personas solemos vestirnos bien, llevar cosas que nos den buena presencia, llevar lo que al otro le gusta, preparar la comida si es en casa, etc. El encuentro con los demás necesariamente lleva a prepararnos. Nunca lo haremos de modo arbitrario, aún cuando es informal nos preparamos.
Hemos iniciado el segundo domingo del tiempo del adviento que está caracterizado por la preparación al camino del Señor. La liturgia nos invita a preguntarnos si realmente nos preparamos para encontrarnos con el Señor.
El texto del evangelio nos presenta este tema en dos bloques. Primeramente se nos ofrece una panorámica histórica de la época de Jesús. Con esto san Lucas juega con su papel de historiador y quiere situarnos concretamente en la historia para reconocer la actuación de Jesús; pero más allá de estas certezas históricas –que algunas ciertamente nos son muy precisas-, hay una fuerte enseñanza y es precisamente que el evangelista quiere poner de manifiesto en donde se mueve Jesús y con quienes se va a enfrentar. Finalmente Jesús viene a predicar y para ello deberá enfrentarse con los poderes del mundo y Lucas refleja estos poderes colocando este listado.
Con ello quiere decir que, no todos están preparados para Jesús, hay gente que en el marco histórico no estarán preparados para su mensaje. Son los poderosos de la historia en donde Jesús no entrará. Sin embargo el mensaje que Jesús viene a traer contradice esos poderes, y con ello se dará una confrontación que lo llevara a la muerte.
Inmediatamente después de este episodio san Lucas hace un acercamiento y nos presenta a alguien que si espera a Jesús, y le prepara el camino: Juan Bautista. Y curiosamente su mensaje versa en torno a esta realidad: «Preparar los caminos del Señor.» Y esta preparación no se da ni en los palacios de los poderosos romanos (Tiberio o Pilato), ni en las grandes estructuras religiosas del templo (Anás o Caifás). Se da en el desierto, porque para recibir al Señor se debe hacer en un lugar donde nada estorbe, donde no haya nadie más que la presencia de Dios. El desierto se vuelve así un lugar donde no hay distractor alguno, sino que Dios está e interviene en la vida.
Con esta realidad podríamos preguntarnos hoy ante la inminencia de la navidad “¿Cómo preparamos nuestro encuentro con Jesús?” Somos como los poderosos en donde Jesús no tiene nada que decirnos, en donde es un articulo más de nuestra vida. Es un regalo, un agente de emergencia, un adorno más, pero que finalmente no interviene para nada en nuestras vida y en nuestro pensamientos. O somos como Juan el Bautista que realmente vamos preparando el camino del Señor, y realmente nos preocupamos por hacer lo necesario para acercarnos a él.
Cuando nos preparamos para encontrarnos con alguna persona tomamos muchas actitudes. Algunos ponen todo para llegar a tiempo, otros se bañan, se rasuran, se perfuman, preparan algo para darlo, hacen planes para que todo vaya bien, preparan comida, barren la casa, etc. Son cantidad de cosas que hacemos para preparar el encuentro con alguien. Pero cuando algo no nos interesa, ni lo hacemos con ganas, ni nos apuramos, en otras palabras, ni lo preparamos.
Si para esperar al alguien importante y significativo realmente nos esforzamos, como nos preparamos para encontrarnos con Jesús. O a lo mejor estamos tan ocupados que ni nos importa y vamos por la vida como si no nos interesara. Así que pasa desapercibido. No lo descubrimos en nuestra vida, ni en nuestra familia, ni en lo que vivimos. Incluso todos celebraremos navidad pero seguramente, llenos de luces, risas, regalos, personas, pero… seguramente sin Dios.
Si todos nos preocupamos por esperar el encuentro con los demás, creo que sería muy importante descubrir a Dios, abrir nuestros ojos y descubrir que ahí está Dios. Así como nos arreglamos para presentable nos con los demás, porque no nos arreglamos para Dios, y no me refiero a la físico: por qué no arreglamos nuestro carácter, o porqué no arreglamos nuestras diferencias con nuestros amigos, con nuestro esposo/a, o con nuestros hijos y somos mejores. Porque si nos maquillamos o perfumamos, no vamos llenando nuestra vida del perfume de la bondad, e la sonrisa dejando ese mal genio y así vamos recibiendo al Señor. Si barremos la casa, porque no quitamos esos defectos y vamos siendo mejores con nosotros mismos. Así prepararemos efectivamente un encuentro con Dios
El adviento es el momento propicio para recordar que Dios viene a la vida, descubrir que él está aquí en medio de nosotros y que está navidad quiere nacer. Adviento es adentrarse en el desierto. Quitarse de aquello que nos incomoda, de aquello que no nos sirve, que es superficial y dejar que lo que realmente vale la pena, es decir, la experiencia de Dios sea la que va ayudándonos continuamente. Lo primero para adentrarnos en ese desierto será por tanto descubrir que nos estorba para estar realmente con Dios, puede ser una actitud, un pensamiento, un vicio, una persona, una intención. Pueden ser cantidad de cosas, lo importante es que detectándolas las vayamos quitando, y así en la medida en la que vamos dejando de lado estas situaciones entramos en el desierto, y vamos preparando lentamente los caminos del Señor, y sobre todo vamos poniendo las bases para una nueva Navidad distinta y renovada en mi ser.
GRACIAS PADRE.
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