Ciclo /C/
Textos:
Hechos 5,27-32.40-41
Apocalipsis 5,11-14
San Juan 21,1-19
Los verdaderos lazos entre los hombres y mujeres deben tener bases muy sólidas en medio de la historia, no es posible, establecer una amistad o una relación, si en esta misma relación no se va madurando, si en esta misma relación no se va creciendo. Una de las problemáticas más grandes es precisamente cuando uno se queda en la superficialidad de las relaciones. Por ejemplo en una amistad en donde creemos que somos amigos, pero sólo lo limitamos a saludarnos o hacer relajo, pues esa no es una verdadera amistad se requiere de algo más, se requiere de un crecimiento y una madurez, de una mayor comprensión, responsabilidad y confianza. Del mismo modo cuando una pareja de novios o de esposos se quedan en lo superficial de una relación, sucede que no pueden avanzar, sucede que se quedan estancados en su relación. Por ejemplo si la relación sólo se queda a nivel físico, resulta ser que se rompe, porque un noviazgo o un matrimonio no puede estar sustentado sólo en lo físico, pues la persona es más que un mero físico. Es necesario una madurez, un conocimiento más pleno del otro, una relación de confianza, de comprensión, de entrega a favor del otro. Sin este tipo de crecimiento, una relación queda en lo superficial, e incluso puede perderse.
En la vida de fe esto debe suceder de la misma manera, no es posible que uno diga tener la misma fe desde que conocimos a Dios, es necesario un crecimiento en la vida del hombre, es necesario un crecimiento en la vida de fe, en la relación de Dios. Si alguien dice que tiene fe y sólo se queda en lo superficial. Es necesario un crecimiento. Celebrar año con año el acontecimiento pascual debe ser para nosotros ese conocimiento a mayor profundidad del misterio de Cristo y con ello madurar en nuestra vida de fe, y no quedarnos en lo meramente superficial.
El evangelio del día de hoy es una invitación a reconocer como el misterio pascual nos debe llevar a una mayor profundización y madurez en la vida de fe.
El capítulo 21 que hemos escuchado en este día es un complemento al evangelio de Juan, que la misma comunidad ha colocado para reconocer bien la identidad eclesial. Y podemos descubrir como Jesús sale al encuentro de la iglesia representada por la barca con estos siete discípulos que están sobre de ella, pero centremos nuestra reflexión en la figura de Pedro. Dice el texto: «El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: "¡Es el Señor!". Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica a la cintura, pues estaba desnudo, y se tiró al agua.» Podemos descubrir que Pedro en cuanto escucha que es Jesús se arroja al mar para salir a su encuentro, para ser el primero en encontrarse con él. Pero curiosamente da un dato que puede llamarnos la atención: Si se lanza al agua ¿Por qué se ciñe la túnica a la cintura? Si se va a lanzar al agua es lógico que la dejara en la barca, para que amarrase la túnica a la cintura y lanzarse, puesto que se le mojará. Sin embargo el texto se detiene en esta particularidad porque lo que le interesa es el signo que representa esta acción.
Para entender esto debemos recordar que el mismo Jesús hizo una acción parecida en la última cena, pues según el evangelio de Juan cuando Jesús termino la cena se ciñó una toalla en la cintura y se pone a lavar los pies a los discípulos. Y justamente es Pedro el que no acepta esta acción, es quien no quiere reconocer este don de servicio y de donación de la vida. Ahora después de la resurrección, Pedro se amarra su túnica en semejanza con el signo de Jesús para demostrar que al igual que Jesús está listo al servicio. Va al encuentro de Jesús con esa actitud de servicio. Sin embrago eso es sólo algo externo, no bastan los signos, implica la verdadera donación de vida y es precisamente lo que debe de hacerse con el encuentro personal entre Pedro y Jesús. Sin un encuentro personal en donde Pedro capte el significado de la acción de Jesús se quedaría en algo superficial en algo de momento, de una mera momentaneidad.
No basta tener sólo buenas intenciones, se requiere de una relación con Jesús. Cuantas veces hoy gente que dice que quiere evangelizar, o dar catecismo o prestar un servicio al interno de la Iglesia y curiosamente no conoce a Jesús, y no se quiere instruir, ni hacer oración. Sólo dice es que tengo ganas de hacer algo, pero no se preocupa realmente de encontrase con Jesús, y no sólo a nivel intelectual, sino a nivel personal, a nivel interior.
Por esta razón al final del episodio donde se narra el encuentro de Jesús con los discípulos nos encontramos con el particular encuentro entre Pedro y Jesús. Y descubrimos tres preguntas de Jesús que ciertamente pueden recordarnos las tres veces que lo negó. Sin embargo estas preguntas tienen por objeto hacer que Pedro reconozca su actuar y su relación con Jesús. Pues su actuar debe de estar estar fuertemente ligado a su relación con Jesús. No es posible que se quiera realizar un misnterio en el nombre de Jesús y que no se tenga una relación con él. No es psible que alguien quiera evangelizar y no sepa quien es Jesús. No es posible que se quiera dar un taller de oración, y no se haga oración. No es poisble que quiera dar una enseñanza catequética, y yo mismo no he tenido tiempo para conocer a Jesús.
Las preguntas de Jesús a Pedro son precisamente para aclararle su relación con respecto a él. Ciertamente ya ha entendido algo, pues al lanzarse con la túnica amarrada en la cintura representa que hay una disposición al servicio. Pero debe ser un servicio que está en relación con Jesús, que se está en intima relación con él. Analicemos las preguntas que a primera visa pueden ser semejantes, pero en realidad van en distintas intensidades.
La primera pregunta versa sobre su amor con respecto a los demás: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?» Con esto Jesús trata de situarlo de frente a la comunidad de discípulos. Le pregunta sobre su amor respecto a todos. ‘Me amas más que estos’, le pregunta si su amor supera al de los demás. Esta pregunta le va muy bien a Pedro, puesto que él es muy impulsivo, siempre ha hablado en nombre de todos, se quiere arriesgar por todos, así que se supone que debe manifestar un amor superior al de los demás. Sin embargo, Pedro no contesta con él ímpetu de siempre, más aún da un matiz: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» El matiz es sumamente fuerte, pues no responde a la pregunta de Jesús. No le responde diciendo que le ama, sólo dice “Te quiero”. Esto es sin duda una cosa compleja porque no es lo mismo decir amar, que querer. Amar implica un compromiso con el otro, mientras que querer es una mera simpatía, un cariño muy matizado, sin compromiso alguno.
Pero ¿Por qué Pedro ha dicho esto? Porque en el fondo después de las negaciones no es el mismo, él ha traicionado al maestro, no lo ama, sabe que hay un gran afecto por Jesús, pero no al grado del amor. Ha entendido la misión de Jesús, pero se sabe que no es capaz de eso, sabe que Jesús ha vencido a la muerte, pero no se sabe capaz de de vivir bien esa misión. El signo de atarse a la cintura la túnica implica un paso, pero es solo algo a medias, le falta algo más, le falta un verdadero compromiso con el Señor, pues el servicio se vive desde el amor, y no sólo de compromiso.
Ante esta pregunta Jesús hace otra pregunta un poco más general, sin ser tan concreta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» En esta segunda pregunta ya no hace referencia de su papel respecto a los demás, no dice si lo ama más que todos los discípulos. La pregunta es más sencilla, es más general: “Tu me amas.” Pude ser que a lo mejor no lo ame más que los demás, que no se siente capaz de esta realidad, pero finalmente lo que le interesa a Jesús es descubrir a Jesús es saber si existe el amor en el corazón de Pedro. Pero Pedro contesta lo mismo: Sólo lo quiere. No cabe duda el amor no está en Pedro.
Ante esta situación Jesús hace una pregunta más para que él identifique el problema: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?» Ahora Jesús le pregunta lo mismo que ha afirmado Pedro: “¿Sólo me quieres?” y curiosamente antes de responder el texto marca algo muy particular: «Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: "Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero".» Ahora Pedro se da cuenta de sus respuestas, `pues no ama al Señor, se entristece pues sabe que no hay amor para con Jesús, no está ese ímpetu de los inicios. Ahora sólo lo quiere, y Jesús se da cuenta. Eso lo entristece, pues ha fallado, pero no es que haya fallado al negarlo, sino que el fracaso está en el amor. El amor ha fracaso. Él lo ha negado, pero ese no es el problema, cuantas veces antes le había fallado, cuantas veces lo había reprendido Jesús y a pesar d eso lo amaba, seguía adelante, pero ahora ya no está ese amor, no está ese compromiso total. Eso causa su tristeza, no es que Jesús le reclame, no es que Jesús lo regañe, sino que el mismo cae en la cuenta de que su relación con Jesús se ha deteriorado, su amor ha fallado. Eso es la razón de su tristeza.
Hoy se nos dirige la misma pregunta: «¿Me amas?», y nosotros tendríamos que descubrir si realmente lo amamos o sólo lo queremos. Porqué finalmente podemos decir: no practico la misericordia, Señor tú sabes que te quiero. No practico la experiencia del Perdón, tú sabes que te quiero, no practico la comprensión, tú sabes que te quiero;, no me interesa tu Palabra, tú sabes que te quiero; no me acuerdo de ti, sólo cuando me conviene, tú sabes que te quiero. ¿Realmente amamos a Jesús? O Sólo lo queremos, sólo nos acusa cierta simpatía. En el fondo podemos decir que sólo lo queremos porque no hemos madurado nuestra vida de fe, porque sólo hacemos las cosas por obligación, porque sólo hacemos las cosas porque se nos ocurre, pero no porque realmente amemos a Jesús y nos adentremos en su relación. Esta pregunta debe de confrontarnos, día a día, para descubrir si realmente vamos creciendo en nuestra relación con él, o somos farsantes, o meros simpatizantes de la doctrina de Jesús. Pues así, como una relación debe crecer por medio de la plática, del encuentro de la madurez de los sentimientos de la misma manera, debe crecer esta relación con Jesús para tener una auténtica fe madura.
Puede ser que ese amor hacia Jesús esté demasiado débil, sin embargo él no nos deja, inmediatamente que Pedro le responde que sólo lo quiere, le encomienda su misión, porque sigue confiando en él, sabe que es capaz de responderle. De la misma manera Jesús sigue confiando en nosotros, él siempre está atento a lo que necesitamos.
Esto no es para escandalizarse y decir “¿Cómo es posible que Pedro no haya amado a Jesús?” Al contrario nos invita a ver la pequeñez y fragilidad del hombre, pero que es capaz de transformarse y hacerlo capaz de ser distinto. Finalmente después de esto podemos ver como Pedro deja que ese amor regrese, lo inflame y lo haga dar un verdadero testimonio del Señor. Como lo vemos en la primera lectura, un hombre que junto con los demás apóstoles dan su testimonio llenos de alegría. Ese amor ha regresado con un nuevo ímpetu y es capaz de transformar los corazones de estos discípulos. Pidamos al Señor que nos de ese amor para ser verdaderos testigos, y no ser sólo creyentes de paso, sino de verdaderos testigos de su amor.