Textos:
Éxodo 12,1-8.11-14
2 Corintios 11,23-26
San Juan 13,1-15
Éxodo 12,1-8.11-14
2 Corintios 11,23-26
San Juan 13,1-15
Hoy la liturgia nos propone el pórtico par la celebración del Triduo pascual, y para ello nos presenta el extraordinario texto de San Juan con el denominado episodio del lavatorio de los pies. Con este relato el evangelista abre el episodio de la pasión, presentando este gesto profético. Pues el lavatorio es una presentación del misterio pascual, representa la donación de su vida a favor de otros.
El texto marca esta idea con la siguiente expresión: «Se levanta de la mesa, se quita los vestidos y tomando una toalla se ciñó.» Levantarse implica una disposición, Jesús está para servir, se quita los vestidos, este verbo quitar refiere en otro pasajes al desprenderse de la vida, y se puede ver claramente como al finalizar el episodio se pone sus vestidos, por lo que podemos deducir que con esto se simboliza el que Jesús se desprenda de su vida y la vuelva a tomar. Esta entrega de la vida está en torno al servicio, por esta razón se ciñe una toalla, es decir, se reviste del servicio.
El lavar los pies a los discípulos implica que es el signo del máximo servicio y es una representación de la muerte voluntaria de Jesús. El da su vida nadie se la quita. Con esto podemos descubrir que Jesús viene a dar su vida porque nos ama, y con este signo anticipa esta donación plena de su existir. Y esto demuestra un gesto de profundo amor, como ya lo había indicado el mismo evangelio al inicio: «Él que había amado a los suyos que estaban en medio del mundo, les demostró que los había amado hasta el extremo.» Quiere decir que esta entrega se hace en una dinámica de amor. La semana Santa es precisamente esto, un momento para descubrir el amor de Dios que se da en medio de la historia.
Sin embargo el problema fundamental se da cuando nosotros no entendemos esta dinámica del amor, no descubrimos que los misterios de salvación son por una iniciativa del amor. Y lo creemos muy distante a nuestra historia. El mismo Pedro en el relato muestra su incomprensión, no entiende porque Jesús hace ese gesto. Que Jesús sirva, de su vida, este Dios que baja para servir al hombre, sin duda que es una imagen terrible, de ahí que Pedro marque una total distancia cuando dice: «¿Tu a mí lavarme los pies?» No acepta esta postura de servicio, de dar la vida, no acepta que Dios ame a tal nivel, cayendo de ese modo en la autosuficiencia pues no acepta que Jesús le salve la vida. Jesús debe hacer otra cosa, Jesús es grande, no puede fijarse en nuestra pequeñez.
En el fondo la pasión de Cristo nos resulta un tanto absurda precisamente porque supera nuestros esquemas, supera nuestras creencias y esquemas de Dios, que lo vemos distante, omnipotente, pero no creemos que se a cercano, tan cercano que se hace hombre, tan cercano que da su vida. Y como vemos a Dios tan distante, lo podemos ver como juez, como castigador, pero no como el amor, como aquel que ama, que se entrega por nosotros. La semana santa es el recordatorio de quién es Dios, de su amor, de su fragilidad, de su perdón de su misericordia, que ha entregando a su Hijo para que nosotros tengamos vida. Algunos pueden decir ‘¿Para qué celebrar cada año lo mismo?’, la respuesta es sencilla: para recordar quién es Dios, para recordar que no es distante, para recordar que vive cercano a nuestra historia, para recordar que es amor.
Y ese recordatorio se lo tiene que hacer Jesús al mismo Pedro: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo», es decir si no se abre al amor de Dios, a un Dios que salva al hombre haciéndose él mismo pequeño, hombre, siervo que da la vida, no puede participar de su salvación. Y eso mismo nos lo dice en esta semana santa. Nos pide que lo dejemos entrar, que nos dejemos amar, quiere que tengamos parte con él.
Sin embargo Pedro parece no entenderlo y se pasa al otro extremo cayendo nuevamente en la incomprensión: «No sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza», creyendo que esto es un ritual, como si la salvación estuviera reducida sólo para aquellos que cumplen un cierto número de reglas como el ir a misa, hacer oración, confesarse o comulgar. Pedro ha limitado la experiencia de Dios a lo meramente ritual. Te salvas si haces algo, te salvas si cumples con unos preceptos. Te salvas si asistes a cosas. No la salvación va más allá de esto. Cuantas veces encerramos a Dios en el rito, no porque sea malo en sí el rito, pero si limito mi experiencia de Dios sólo a ello, donde entra el amor, la misericordia, mi vida en Dios. Dios rebaza todo esto.
«El que se ha bañado, no necesita lavarse; está todo limpio», en otras palabras no es un rito de purificación, la limpieza no es cuestión de lo externo, sino una cuestión interior, el lavatorio es señal del amor novedoso de Dios, Dios ama gratuitamente, sin que tengas que recurrir a ningún rito, solo uno necesita aceptarlo, dejarse transformar por este amor y entregarse a los demás tal y como lo especifica más adelante. Esto es la semana santa, no sólo un rito, sino dejar que la experiencia del amor fecunde nuestro corazón. Que esta experiencia del amor se la fuerza que llene nuestra vida y haga de nosotros personas distintas, personas de fe, personas que se han opado con Dios y su experiencia del amor. Finalmente hoy jueves santo día en el que recordamos la Eucaristía, celebramos no sólo la conmemoración del rito de la Eucaristía, sino el sentido de la Eucaristía que es una experiencia de amor y de entrega. Pues al celebrar la Eucaristía celebramos este acontecimiento de entrega de Cristo y lo hacemos presente, para alimentarnos con esa fuerza y vivir como Hijos amados de Dios.
Que este jueves santo sea para cada uno de nosotros la disposición para vivir este acontecimiento con mayor fuerza. Y que el misterio pascual de Cristo renueve nuestra vida.
El texto marca esta idea con la siguiente expresión: «Se levanta de la mesa, se quita los vestidos y tomando una toalla se ciñó.» Levantarse implica una disposición, Jesús está para servir, se quita los vestidos, este verbo quitar refiere en otro pasajes al desprenderse de la vida, y se puede ver claramente como al finalizar el episodio se pone sus vestidos, por lo que podemos deducir que con esto se simboliza el que Jesús se desprenda de su vida y la vuelva a tomar. Esta entrega de la vida está en torno al servicio, por esta razón se ciñe una toalla, es decir, se reviste del servicio.
El lavar los pies a los discípulos implica que es el signo del máximo servicio y es una representación de la muerte voluntaria de Jesús. El da su vida nadie se la quita. Con esto podemos descubrir que Jesús viene a dar su vida porque nos ama, y con este signo anticipa esta donación plena de su existir. Y esto demuestra un gesto de profundo amor, como ya lo había indicado el mismo evangelio al inicio: «Él que había amado a los suyos que estaban en medio del mundo, les demostró que los había amado hasta el extremo.» Quiere decir que esta entrega se hace en una dinámica de amor. La semana Santa es precisamente esto, un momento para descubrir el amor de Dios que se da en medio de la historia.
Sin embargo el problema fundamental se da cuando nosotros no entendemos esta dinámica del amor, no descubrimos que los misterios de salvación son por una iniciativa del amor. Y lo creemos muy distante a nuestra historia. El mismo Pedro en el relato muestra su incomprensión, no entiende porque Jesús hace ese gesto. Que Jesús sirva, de su vida, este Dios que baja para servir al hombre, sin duda que es una imagen terrible, de ahí que Pedro marque una total distancia cuando dice: «¿Tu a mí lavarme los pies?» No acepta esta postura de servicio, de dar la vida, no acepta que Dios ame a tal nivel, cayendo de ese modo en la autosuficiencia pues no acepta que Jesús le salve la vida. Jesús debe hacer otra cosa, Jesús es grande, no puede fijarse en nuestra pequeñez.
En el fondo la pasión de Cristo nos resulta un tanto absurda precisamente porque supera nuestros esquemas, supera nuestras creencias y esquemas de Dios, que lo vemos distante, omnipotente, pero no creemos que se a cercano, tan cercano que se hace hombre, tan cercano que da su vida. Y como vemos a Dios tan distante, lo podemos ver como juez, como castigador, pero no como el amor, como aquel que ama, que se entrega por nosotros. La semana santa es el recordatorio de quién es Dios, de su amor, de su fragilidad, de su perdón de su misericordia, que ha entregando a su Hijo para que nosotros tengamos vida. Algunos pueden decir ‘¿Para qué celebrar cada año lo mismo?’, la respuesta es sencilla: para recordar quién es Dios, para recordar que no es distante, para recordar que vive cercano a nuestra historia, para recordar que es amor.
Y ese recordatorio se lo tiene que hacer Jesús al mismo Pedro: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo», es decir si no se abre al amor de Dios, a un Dios que salva al hombre haciéndose él mismo pequeño, hombre, siervo que da la vida, no puede participar de su salvación. Y eso mismo nos lo dice en esta semana santa. Nos pide que lo dejemos entrar, que nos dejemos amar, quiere que tengamos parte con él.
Sin embargo Pedro parece no entenderlo y se pasa al otro extremo cayendo nuevamente en la incomprensión: «No sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza», creyendo que esto es un ritual, como si la salvación estuviera reducida sólo para aquellos que cumplen un cierto número de reglas como el ir a misa, hacer oración, confesarse o comulgar. Pedro ha limitado la experiencia de Dios a lo meramente ritual. Te salvas si haces algo, te salvas si cumples con unos preceptos. Te salvas si asistes a cosas. No la salvación va más allá de esto. Cuantas veces encerramos a Dios en el rito, no porque sea malo en sí el rito, pero si limito mi experiencia de Dios sólo a ello, donde entra el amor, la misericordia, mi vida en Dios. Dios rebaza todo esto.
«El que se ha bañado, no necesita lavarse; está todo limpio», en otras palabras no es un rito de purificación, la limpieza no es cuestión de lo externo, sino una cuestión interior, el lavatorio es señal del amor novedoso de Dios, Dios ama gratuitamente, sin que tengas que recurrir a ningún rito, solo uno necesita aceptarlo, dejarse transformar por este amor y entregarse a los demás tal y como lo especifica más adelante. Esto es la semana santa, no sólo un rito, sino dejar que la experiencia del amor fecunde nuestro corazón. Que esta experiencia del amor se la fuerza que llene nuestra vida y haga de nosotros personas distintas, personas de fe, personas que se han opado con Dios y su experiencia del amor. Finalmente hoy jueves santo día en el que recordamos la Eucaristía, celebramos no sólo la conmemoración del rito de la Eucaristía, sino el sentido de la Eucaristía que es una experiencia de amor y de entrega. Pues al celebrar la Eucaristía celebramos este acontecimiento de entrega de Cristo y lo hacemos presente, para alimentarnos con esa fuerza y vivir como Hijos amados de Dios.
Que este jueves santo sea para cada uno de nosotros la disposición para vivir este acontecimiento con mayor fuerza. Y que el misterio pascual de Cristo renueve nuestra vida.
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