6/4/10

Pascua: Rejuvenecer nuestra fe

Meditación del Martes de Pascua

Textos:
Hechos 2,36-41
San Juan 20,11-18

Hoy la liturgia nos presenta una realidad que sucede en la historia del hombre: Vive atrapado en las redes de la muerte. El episodio de María Magdalena nos hace ver esta situación. María representa en este episodio a la comunidad que cree que todo ha terminado con la muerte, que ya no hay más, sino que la muerte ha terminado todo. La prueba la podemos constatar cuando María repite incesantemente: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.» Son Palabras que reflejan la búsqueda de un cadáver, de un muerto; María no busca la vida. Para ella todo ha terminado con la muerte.
Es incapaz de descubrir en el sepulcro vacío una señal de vida, sólo ve que se roban el cuerpo, pero no descubre que el sepulcro está abierto porque la muerte ya no puede encerrar ha Jesús, él ha ganado. O bien no descubre en estos ángeles y su mensaje, el anuncio de la vida. No lo cree, la idea de la muerte es más fácil, que la misma promesa de la vida. Incuso cuando Jesús se le aparece no lo reconoce, porque para ella Jesús está muerto, de modo que como lo puede distinguir, si está muerto.
Esto nos lleva a pensar que la idea de la vida es difícil. Ayer contemplábamos como los guardias y las autoridades religiosas tratan de esconder el efecto de la resurrección, para su conveniencia manipuladora. El día de hoy nos percatamos que no sólo es lo que el mundo dice, sino lo que podemos creer, es decir que no somos capaces de creer en la vida, es más fácil pensar y buscar la muerte. Es más fácil conformarse con lo caduco, que esforzarse por la vida, por el triunfo de la resurrección. La resurrección incluye un compromiso. El compromiso de hacer el cambio, de hacer posible la vida, de vencer nuestro pecado, de transformar nuestra historia. Pero por lo general solemos ser conformistas y decir que no es posible, que nadie cambia, que todas las personas son así, que es imposible cambiar el mundo, etc. Respiramos de este modo un ambiente de conformismo, de búsqueda de un cadáver, de lo que ya conocemos, de lo que tenemos, pero sin comprometernos realmente. Es más fácil ir al sepulcro y adorar, que encontrarse con el resucitado y dejar que él nos transforme. Es más fácil quedarnos en adoración de cadáver, y que no repercuta en nuestras vidas.
Cuántas veces nosotros en nuestra vida de fe sólo nos limitamos a asistir a ciertos actos cultuales, pero no nos comprometemos, no cambiamos nada, no iniciamos una transformación. Seguramente porque la religión es algo muerto, es algo sin sentido, es algún tipo de costumbre, pero no porque realmente sea una invitación a renovarnos. Cuantas veces nuestra práctica religiosa queda convertida en la búsqueda de un cadáver, porque sólo contemplamos, pero no dejamos que repercuta en nuestra vida.
Sin embargo Jesús no quiere esto, por ello va al encuentro de María, y le dice: «María.» La llama por su nombre, es decir le devuelve la identidad, su ser persona, que de alguna Manera se ha perdido, pues su idea de muerte le hace olvidarse incluso quién es ella. Jesús la llama por su nombre, para recordarle quién es ella, quién es esa mujer que conoció a Jesús, que le amó, que seguramente enfrento muchas cosas y riesgos por el anuncio del evangelio, que conoció a Jesús y se dejó a cautivar por su mensaje. Decirle María es ayudarle a recordar quién es ella, cuál es su misión, cuál es su expectativa, ayudarle a descubrirse como una persona viva.
Inmediatamente ella reacciona, seguramente reconoce, si, su identidad, pero también reconoce su misión y la voz del pastor que la llama. Ahora puede iniciar un cambio, puede ser mejor, puede renovarse profundamente, y pude ser misionera.
Hoy Jesús nos llama por nuestro nombre, nos llama para recordarnos quienes somos, qué hemos hecho, recordar cuántas veces hemos arriesgado nuestra vida por tantos ideales, que hoy ya los dimos por perdidos; cuántas veces hemos dejado tanto por el evangelio y hoy es rutina; cuántas veces hemos dejado que el evangelio nos cautive, pero que hoy parece costumbre; cuantas veces hemos permitido que su evangelio ilumine nuestra fe haciéndola viva y eficaz, pero que hoy hemos dejado que la rutina la vuelva una fe muerta.
Jesús resucitado nos llama por nuestro nombre, nos devuelve esa identidad, esa fuerza, esa fortaleza, para que seamos capaces de comprometernos y vivamos la experiencia del resucitado, dando razón de nuestra fe.

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