24/10/09

«Estaba sentado junto al camino…»

Homilía para el XXX Domingo Ordinario
Ciclo /B/

Textos:
Jeremías 31,7-9
Hebreos 5,1-6

San Marcos 10,46-52

El mundo de hoy, es un mundo bien informado, capaz de enterarse de cantidad de cosas a nivel mundial en cuestión de segundos, sin embargo, sólo se queda en eso, en la mera capacidad de información, pero no de interrelación. Somos incapaces de involucrarnos realmente con los demás, con lo que otros piensan, con las situaciones que se viven. Es muy común saber lo que sucede en la familia, pero en realidad no nos involucramos con lo que les sucede, no vemos como poder ayudarlos en la medida de las situaciones. Muchas veces sólo nos quedamos con la noticia o con el ‘chisme’, pero no somos capaces de interrelacionarnos con los demás. Nos quedamos al margen de todo.
Del mismo modo nos sucede en la vida de la fe, vamos por la vida sin interrelacionarnos con Dios, nos mantenemos al margen, nos limitamos con saber algunas cosas, hacer ciertos rezos, asistir a las asambleas dominicales; pero en realidad no nos relacionemos plenamente con Dios. Dios se queda a nivel de informe, y no damos un paso más para seguir adelante en la vida de fe. Existe una fuerte falta de compromiso para con la vida de fe, ya sea porque es un adorno, o bien porque no nos interesa, o sólo porque lo limitamos a un determinado espacio de nuestra vida, pero nunca repercutiendo fuertemente en nuestra historia.
El día de hoy el relato del Evangelio nos presenta esta realidad. Encontramos a Jesús camino a Jericó y ahí en medio de esto, de la multitud que sigue a Jesús el evangelista nos presenta a un singular personaje: «Bartimeo, un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino.» Este ciego es un personaje sumamente singular, pues tiene tres características fundamentales, para identificarlo. En primer lugar una característica que salta a la vista es que se trata de un ciego. La ceguera dentro de la Biblia simboliza al hombre que no es capaz de descubrir la acción de Dios en su vida, que no puede descubrir que es lo que Dios le pide, no ve como Dios le acompaña en medio de la historia, en medio de su vida. Es ciego el que teniendo ojos se incapacita para descubrir lo que Idos le quiere decir.
¿Pero, por qué es ciego? ¿Qué es lo que le incapacita para descubrir la acción de Dios en su vida? El texto nos da la pista y es precisamente que este hombre -a comparación de todos los demás relatos de curación de parte de Jesús-, es un hombre que tiene un nombre, se llama Bartimeo. Bartimeo, la etimología de este nombre es un poco compleja, pero quedémonos con una interpretación para acercarnos al texto. Bartimeo proviene de un vocablo hebraico y otro griego, Bar-timeos, es decir el hijo del noble, el hijo del honor. Quiere decir que la identidad de este hombre se basa en la búsqueda del honor, la búsqueda del poder, de la nobleza. Si se ha vuelto ciego, si no ve a Dios en su vida, no logra descubrir que es lo que Dios le pide, se debe precisamente a que este hombre lo único que busca en la vida es el privilegio, es incapaz de descubrir a Dios, porque no es capaz de descubrir algo más allá de su absurda búsqueda de poder y honor. Es el retrato del hombre que busca constantemente sus privilegios, su honor, su gloria, su vida, pero eso hace que se encierre en sí mismo sin ser capaz de descubrir lo que Dios le está pidiendo, sin descubrir que Dios le llama, que Dios está cerca de él, pues su visión está puesta en sí mismo y su propio privilegio.
Como consecuencia de esta ceguera el texto nos indica que estaba a la orilla del camino. Esta indicación es sumamente descriptiva, y llena de un gran contenido teológico. El camino es una designación para referirse a la comunidad cristiana, porque en aquellos tiempos a la Iglesia se les llamaba los del camino, los santos del camino. Por tanto, si este hombre está al borde del camino quiere decir que es alguien que ha sido incapaz de hacer camino, es alguien que ha vivido al margen de Dios, y por tanto al margen de la comunidad, no hace el camino, no hace comunidad, no se interrelaciona, es una especie de “espectador” en medio de la vida de fe.
Cuantos de nosotros somos así, somos espectadores en nuestra vida de fe. Sólo vemos a Dios desde lejos, cegados por nuestras situaciones, nuestras ambiciones, nuestros lujos, nuestras envidias, nuestros pecados, pero siendo incapaces de iniciar un camino de liberación, un camino de transformación, dejando que Dios ilumine los aspectos de nuestra vida con la luz de su Palabra, la Palabra que transforma y reanima nuestro caminar por la vida.
El problema de mantenerse al margen del camino no se limita muchas veces a la vida de fe, porque muchas ocasiones también somos ciegos al borde del camino en medio de nuestra familia. Cuantas veces no caminamos con nuestra familia, poniendo a veces pretextos. Muchas veces decimos “Quien sabe porque es así mi hijo, o qué tendrá” y en lugar de escucharlo, convivir con él, preferimos quedarnos al borde del camino y no hacer camino con ellos, sólo nos asombramos o decimos que no podemos más, pero no damos el paso con ellos, ni damos la oportunidad para compartir con ellos. O cuando hay problemas con la pareja, sólo nos mantenemos al borde diciendo que no estamos para soportar sus caprichos, o que están locos, o que ya se le pasará, o bien que es mejor ignorarla/o, y así vamos sin hablar, sin comprometernos, sin hacer camino de pareja.
La verdadera problemática es cuando nos cegamos viéndonos a nosotros, viendo que sólo somos nosotros los que necesitamos algo, somos nosotros el centro del mundo, son nuestras preocupaciones las que valen la pena, son nuestros problemas lo que realmente vale. No vemos al otro, no vemos a Dios, no hacemos el camino que deberíamos para comprometernos e ir cambiando todo. Nos encerramos creyendo que sólo nosotros, o un grupo o una idea es la que vale la pena, pero no somos capaces de descubrir a la comunidad y a los demás para caminar juntos.
Ante esa situación el ciego se da cuenta que esto no puede seguir así, y descubre que alguien le puede ayudar, alguien puede ayudarlo a salir de su angustia, a salir de su egoísmo ciego. Escucha que viene Jesús y grita, marcando así su desesperación y su urgencia, grita porque está pasando la única oportunidad para salir de su situación de ceguera, de egoísmo, de vivir al margen del camina. «Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!» Es un grito de angustia, y de esperanza, de angustia por todo el dolor que se ha ido provocando a lo largo de su vida por no involucrase y meterse en el camino, pero de esperanza, porque la luz se acerca, una luz que le puede hacer ver las cosas distintas y con ello iniciar un caminar nuevo y entonces grita.
Sin embargo, la gente no descubre la situación de este hombre y lo toma por loco. Muchas veces cuando uno cae en la cuenta del daño que ha hecho, de sus errores y trata de cambiar, cuando grita pidiendo ayuda, la mayoría cree que es un absurdo, que sólo lo hace para irla pasando. Por esa razón lo intentan callar, para que siga ciego, con su estilo de vida y al margen del camino. Pero este ciego no se rinde sigue gritando, sigue llamando a Jesús con más fuerza, con más energía, es una situación vital, o inicia el cambio o vivirá frustrado al borde del camino para siempre. Y ahí donde siempre se cree que ya no hay remedio, donde le piden que se calle, cuando se cree que el ciego será ciego para siempre, cuando se cree que el que no ha hecho camino, perdido en su envidia, en su adicción, en su destrucción, ahí donde ya no hay esperanza, resulta ser que hay uno que si cree, uno que si está dispuesto a dar una oportunidad: Jesús, que manda traerlo.
Comienza lo inusitado, comienza el inicio del camino en la vida de este hombre apoltronado por su historia: «Arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia él.» Este ciego arroja su manto, es decir el espacio de su vida, dado que no hacía camino necesitaba un lugar donde permanecer y ese es su manto. Arrojar el manto es lanzar su espacio vital, porque ahora ya no vivirá de ese manto, ahora iniciará un camino, iniciará una manera de ser en medio del mundo, en medio de su fe. Ya no necesita ese manto pues ahora hay un camino para hacer camino. Inmediatamente da un salto, es decir, comienza la vida del camino, con un salto que refleja su nueva condición, pues ahora es alguien en movimiento, es alguien que comienza a hacer camino. Salta, y con ello deja todo detrás. Curiosamente dice que se pone de pie saltan do, no dice que lo agarraron, o que se recargó. Saltar implica una acción personal, él sólo salto, porque pata hacer camino es necesario que sea una decisión personal. Además es un riesgo, pues recargándose o apoyándose implica que quiere hacer un camino pero lleno de comodidad, pero si salta, quiere decir que se arriesga, porque un ciego en su sano juicio no salta, porque es un riesgo, al no saber que hay delante de él. Salta, quiere iniciar por sí mismo y tomando todos los riesgos el caminar por la historia, y con ello dirigiéndose a aquel que puede hacer que sea un camino lleno de luz, de ahí que el texto nos diga que va al encuentro con Jesús.
Y entonces el último paso: «Jesús le preguntó: "¿Qué quieres que haga por ti?"» y si Jesús le pregunta es porque la decisión de caminar con Jesús, de querer tomar en serio la vida es personal, Jesús no fuerza a nadie. Y el hombre lleno de esperanza da su adhesión aceptando el plan de Jesús en la vida. Esto es lo último: aceptar personalmente el tomar en serio la propia vida. Todo está listo, ahora es un hombre listo para caminar en medio de la historia. Y de manera extraordinaria el texto cierra este texto marcando como este hombre ha iniciado ya el camino: «En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino.» Ahora el ciego hace camino y curiosamente lo hace siguiendo a Jesús, y Jesús va hacia la cruz, y hacia ya va el ciego porque ahora si ha tomado su vida en serio y hace camino como el mismo Jesús, es decir caminado directo hacia la entrega total de la vida.
Porqué no iniciamos hoy una conversión profunda de nuestra vida, y le gritamos a Jesús para que venga a nuestra viuda y la transformemos totalmente. Arrojemos el manto de nuestra indiferencia, de nuestro egoísmo y comencemos a caminar por el camino del amor, la comprensión la cercanía con aquellos que viven cerca de nosotros, comenzando a vivir realmente la vida en comunidad y sobre todo caminar con Dios comprometiéndonos realmente a vivir nuestra vida de fe.

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