Ciclo /B/
Textos:
Sabiduría 7,7-11
Hebreos 4,12-13
San Marcos 10,17-30
Sabiduría 7,7-11
Hebreos 4,12-13
San Marcos 10,17-30
La vida de la fe es sumamente amplia y muchas veces se corre el riesgo de disminuirla, de hacerla menos, de limitarla pues a ciertas prácticas. Ese es precisamente el riesgo hoy en día, creer que tener fe, creer que decirnos creyentes se limita única y exclusivamente a cumplir ciertos preceptos, algunas obligaciones y con eso decir que estamos bien, que somos verdaderos hombres de fe. Sin embargo la vida de fe no puede ser reducida sólo al ámbito cultual, que si bien forma parte de ello, no puede ser encerrado simplemente en ello.
Sin embargo la realidad nos marca eso. Muchos podrán decir que son hombres de fe porque van a bautizar a su hijo, porque hacen alguna oracioncita, porque celebran los XV años de la jovencita, o la presentación de 3 años para los pequeños, porque asistieron a alguna misa. Otros podrán decir que son verdaderos creyentes porque van a misa cada domingo, porque se confiesan de vez en cuando. Habrá incluso otros que superen esto y digan que asisten diariamente a misa, o bien que están trabajando dentro de un grupo determinado de pastoral. ¿Pero acaso esto es la vida de fe? Por supuesto que NO. La vida de fe va más allá de un compromiso, o de una obligación dominical o moral de confesión. La vida de fe implica que debe transformar toda la vida misma del hombre teniendo en la mira todo desde Dios, desde Dios que le transforma, le anima, le renueva y hace que toda su vida sea completamente de fe, sea totalmente una experiencia de Dios, sin reducirla solamente a unos momentos.
Ello quiere decir que no se puede ser verdaderamente un hombre de fe solo por ir a misa, ser hombre de fe implica algo más, implica ir más allá de algo meramente ritual. Sobre este tema nos adentra el día de hoy la liturgia.
Hoy el texto del evangelio nos coloca con un joven que se acerca a Jesús, con una pregunta un tanto curiosa:«Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?» Esta pregunta nos haría pensar varias cosas que son importantes. Este hombre quiere saber qué hacer para ganar la vida eterna, ello implica dos cosas o bien que es un buscador de Dios, que trata de encontrar el camino de Dios, o bien que simplemente busca que hacer por el momento, busca un mandato más. El mismo texto nos irá dando la respuesta.
La respuesta de Jesús es tajante: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios», es decir, ¿qué tanto crees, verdaderamente, que yo soy bueno para ti? Y por tanto es una invitación a considerar que tan buena cree su Palabra, su enseñanza, que tan buena puede ser para que realmente vengas conmigo. Con esto Jesús trata de poner las cosas en claro, y tratar de descubrir cuál es la intención de este hombre. Se trata de una confrontación que llega a lo más hondo del corazón y obliga a tomar postura, más allá de las manifestaciones externas se trata de descubrir ¿qué tan dispuesto está este joven a poner en práctica el mensaje de Jesús? Y por ello le pone en claro algo: Nadie es bueno sino sólo Dios”, está volviendo la mirada del hombre hacia el único horizonte de verdadera realización y plenitud. Es como si le dijera vienes a mí, pero el que es bueno es Dios, el que te pide lo necesario para alcanzar la vida eterna es sólo Él.
Y entonces Jesús le manifiesta qué es lo que se necesita para llegar a esa vida eterna, y por tanto para encontrarse con Dios: «Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre.» La única manera de encontrarse con Dios es por medio del cumplimiento de los mandamientos y curiosamente Jesús no cita todos los mandamientos, sino que se limita a citar los mandamientos que se refieren al prójimo, mandamientos que nos invitan a descubrir el valor del otro. Y no cita los tres primeros que nos remiten a Dios, porque lo que Jesús trata de enseñar es que la única manera de encontrarnos con Dios es por medio de los demás, la única manera de encontrarnos con el Señor y tener la vida eterna se da sólo en el encuentro con los otros. Es imposible el encuentro con Dios, si vivimos al margen de los que nos rodean. Jesús pone en claro que el camino para alcanzar a Dios no es otro sino el del amor al prójimo, sólo a través de los demás llegaremos al encuentro de la vida entrena.
Y curiosamente este hombre resulta que todo lo ha cumplido cabalmente. Y entonces Jesús le asegura algo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme.» Si el hombre ha vivido a la perfección todos los preceptos, si tiene una relación armoniosa con Jesús, es el momento decisivo, es el momento de ser un verdadero discípulo y dejarlo todo y encontrarse con él, dejar todo y permitir que sea Dios su absoluto en la vida. Pero curiosamente cuando se pide ese momento de liberación, este hombre da un paso atrás: «Al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.»
El joven piadoso no lo sigue, sino que se retira. ¿Por qué? La respuesta es sencilla, el hombre buscaba un precepto más, el ya cumplía todo desde su juventud, por tanto veía los mandamientos como un cumulo de actos, de acciones, pero que en el fondo no repercutían en su vida, ni en la relación con los demás, simple y sencillamente cumplía, y ahora esperaba de Jesús un nuevo mandato, que fuese novedoso, que llamase la atención, para seguir subiendo más peldaños en el camino de su perfección. Cumplir por cumplir. Pero Jesús no le da otro mandato, al contrario le da una orden que venda todo y lo reparta a los pobres.
Esta orden que da implica entonces algo más profundo. Jesús le quiere hacer entender que lo importante en su vida es precisamente vivir orientado hacia Dios, dejar todo tipo de atadura y encontrarse con Él. Sin embargo, él no lo quiere dejar, es feliz con sus ataduras, es feliz teniéndolo todo y cumpliendo externamente leyes. Para él las leyes, los actos externos son la vida de fe; sin embargo para Jesús la vida de fe se garantiza, no por lo exterior, sino por el interior, por el verdadero encuentro con Dios que desliga y hace de Dios el único absoluto de la vida.
De nada sirve decir que se cumplen las leyes, si en mi corazón hay ciertos intereses que no son necesariamente los de Dios. Cuantos creemos que por ir a misa, comulgar o confesarse, ya tiene vida de fe. Pero por dentro tiene un corazón atado a la riqueza, al poder, a la belleza, al honor. Cuantos van a misa y en su vida son las personas más déspotas que pueden existir; o cuantos hacen grandes rezos, pero su corazón está atado a la riqueza y la injusticia; Cuántos tienen un corazón orientado al tener, o al envidiar las cosas, aunque estén en algún grupo de pastoral. La fe no se mide con actos cultuales, con leyes externas, con mandamientos sosos, con cumplimientos momentáneos. La vida de fe se mide sólo y únicamente con la vivencia de Dios en la vida. Descubriendo realmente que Él y sólo Él debe de reinar el corazón.
Sería bueno que hoy a la luz de esta Palabra descubriéramos realmente que reina en nuestro corazón. Siendo capaces de ver que realmente no podemos llamarnos hombres de fe sólo por algunos actos, como ir a misa, o ir al catecismo, más bien deberíamos ver si realmente Dios gobierna en nuestra vida, en nuestros pensamientos, nuestras decisiones, nuestras relaciones. Porque si dejamos que el poder, la ambición, el rencor, la manipulación, la injusticia vaya dejando que guíe nuestros pasos, pues muy difícilmente podemos llamarnos cristianos y hombres de fe.
Sin embargo la realidad nos marca eso. Muchos podrán decir que son hombres de fe porque van a bautizar a su hijo, porque hacen alguna oracioncita, porque celebran los XV años de la jovencita, o la presentación de 3 años para los pequeños, porque asistieron a alguna misa. Otros podrán decir que son verdaderos creyentes porque van a misa cada domingo, porque se confiesan de vez en cuando. Habrá incluso otros que superen esto y digan que asisten diariamente a misa, o bien que están trabajando dentro de un grupo determinado de pastoral. ¿Pero acaso esto es la vida de fe? Por supuesto que NO. La vida de fe va más allá de un compromiso, o de una obligación dominical o moral de confesión. La vida de fe implica que debe transformar toda la vida misma del hombre teniendo en la mira todo desde Dios, desde Dios que le transforma, le anima, le renueva y hace que toda su vida sea completamente de fe, sea totalmente una experiencia de Dios, sin reducirla solamente a unos momentos.
Ello quiere decir que no se puede ser verdaderamente un hombre de fe solo por ir a misa, ser hombre de fe implica algo más, implica ir más allá de algo meramente ritual. Sobre este tema nos adentra el día de hoy la liturgia.
Hoy el texto del evangelio nos coloca con un joven que se acerca a Jesús, con una pregunta un tanto curiosa:«Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?» Esta pregunta nos haría pensar varias cosas que son importantes. Este hombre quiere saber qué hacer para ganar la vida eterna, ello implica dos cosas o bien que es un buscador de Dios, que trata de encontrar el camino de Dios, o bien que simplemente busca que hacer por el momento, busca un mandato más. El mismo texto nos irá dando la respuesta.
La respuesta de Jesús es tajante: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios», es decir, ¿qué tanto crees, verdaderamente, que yo soy bueno para ti? Y por tanto es una invitación a considerar que tan buena cree su Palabra, su enseñanza, que tan buena puede ser para que realmente vengas conmigo. Con esto Jesús trata de poner las cosas en claro, y tratar de descubrir cuál es la intención de este hombre. Se trata de una confrontación que llega a lo más hondo del corazón y obliga a tomar postura, más allá de las manifestaciones externas se trata de descubrir ¿qué tan dispuesto está este joven a poner en práctica el mensaje de Jesús? Y por ello le pone en claro algo: Nadie es bueno sino sólo Dios”, está volviendo la mirada del hombre hacia el único horizonte de verdadera realización y plenitud. Es como si le dijera vienes a mí, pero el que es bueno es Dios, el que te pide lo necesario para alcanzar la vida eterna es sólo Él.
Y entonces Jesús le manifiesta qué es lo que se necesita para llegar a esa vida eterna, y por tanto para encontrarse con Dios: «Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre.» La única manera de encontrarse con Dios es por medio del cumplimiento de los mandamientos y curiosamente Jesús no cita todos los mandamientos, sino que se limita a citar los mandamientos que se refieren al prójimo, mandamientos que nos invitan a descubrir el valor del otro. Y no cita los tres primeros que nos remiten a Dios, porque lo que Jesús trata de enseñar es que la única manera de encontrarnos con Dios es por medio de los demás, la única manera de encontrarnos con el Señor y tener la vida eterna se da sólo en el encuentro con los otros. Es imposible el encuentro con Dios, si vivimos al margen de los que nos rodean. Jesús pone en claro que el camino para alcanzar a Dios no es otro sino el del amor al prójimo, sólo a través de los demás llegaremos al encuentro de la vida entrena.
Y curiosamente este hombre resulta que todo lo ha cumplido cabalmente. Y entonces Jesús le asegura algo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme.» Si el hombre ha vivido a la perfección todos los preceptos, si tiene una relación armoniosa con Jesús, es el momento decisivo, es el momento de ser un verdadero discípulo y dejarlo todo y encontrarse con él, dejar todo y permitir que sea Dios su absoluto en la vida. Pero curiosamente cuando se pide ese momento de liberación, este hombre da un paso atrás: «Al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.»
El joven piadoso no lo sigue, sino que se retira. ¿Por qué? La respuesta es sencilla, el hombre buscaba un precepto más, el ya cumplía todo desde su juventud, por tanto veía los mandamientos como un cumulo de actos, de acciones, pero que en el fondo no repercutían en su vida, ni en la relación con los demás, simple y sencillamente cumplía, y ahora esperaba de Jesús un nuevo mandato, que fuese novedoso, que llamase la atención, para seguir subiendo más peldaños en el camino de su perfección. Cumplir por cumplir. Pero Jesús no le da otro mandato, al contrario le da una orden que venda todo y lo reparta a los pobres.
Esta orden que da implica entonces algo más profundo. Jesús le quiere hacer entender que lo importante en su vida es precisamente vivir orientado hacia Dios, dejar todo tipo de atadura y encontrarse con Él. Sin embargo, él no lo quiere dejar, es feliz con sus ataduras, es feliz teniéndolo todo y cumpliendo externamente leyes. Para él las leyes, los actos externos son la vida de fe; sin embargo para Jesús la vida de fe se garantiza, no por lo exterior, sino por el interior, por el verdadero encuentro con Dios que desliga y hace de Dios el único absoluto de la vida.
De nada sirve decir que se cumplen las leyes, si en mi corazón hay ciertos intereses que no son necesariamente los de Dios. Cuantos creemos que por ir a misa, comulgar o confesarse, ya tiene vida de fe. Pero por dentro tiene un corazón atado a la riqueza, al poder, a la belleza, al honor. Cuantos van a misa y en su vida son las personas más déspotas que pueden existir; o cuantos hacen grandes rezos, pero su corazón está atado a la riqueza y la injusticia; Cuántos tienen un corazón orientado al tener, o al envidiar las cosas, aunque estén en algún grupo de pastoral. La fe no se mide con actos cultuales, con leyes externas, con mandamientos sosos, con cumplimientos momentáneos. La vida de fe se mide sólo y únicamente con la vivencia de Dios en la vida. Descubriendo realmente que Él y sólo Él debe de reinar el corazón.
Sería bueno que hoy a la luz de esta Palabra descubriéramos realmente que reina en nuestro corazón. Siendo capaces de ver que realmente no podemos llamarnos hombres de fe sólo por algunos actos, como ir a misa, o ir al catecismo, más bien deberíamos ver si realmente Dios gobierna en nuestra vida, en nuestros pensamientos, nuestras decisiones, nuestras relaciones. Porque si dejamos que el poder, la ambición, el rencor, la manipulación, la injusticia vaya dejando que guíe nuestros pasos, pues muy difícilmente podemos llamarnos cristianos y hombres de fe.
PADRE ¿Seremos capaces de enfrentar nuestros defectos (sobre todo los que más nos dominan) y de corregirlos? ¿O, cobárdemente, nos iremos "entristecidos y apesadumbrados" a seguir viviendo mediocremente nuestra vida?
ResponderEliminar¡QUE DIOS NOS DE LA CAPACIDAD PARA ELEGIR, DE LO BUENO, LO MEJOR: DIOS!
SALUDOS Y QUE DIOS LO CUIDE
ESTA COMUNIDAD AUN NO ESTA PREPARADA
ResponderEliminarEn que sentido no está preparada?
ResponderEliminary de qué comunidad se está hablando?