13/2/11

Ley...

Meditación con motivo del VI Domingo de tiempo ordinario
Ciclo /A/


Textos:
Eclesiástico 15,15-20
1Corintios 2,6-10
San Mateo 5,17-37

Hoy en día el hombre busca una identidad, algo que lo identifique plenamente y le dé así razón de su ser en medio del mundo. De esta manera van surgiendo ideologías que otros proponen, o surgen modas, surgen grupos, surgen un sinfín de situaciones que permiten al hombre tener un lugar en la historia y por lo tanto, tener una razón de ser en la historia. Desde luego que estas ideologías, estas modas son parte del comportamiento de una sociedad, son medios por los cuales el hombre se expresa y se identifica. Esta identificación se logra en la medida en la que los intereses se van conjuntando y se va adquiriendo cierto perfil. Pero finalmente todas las ideologías, todas las posturas y grupos se unen por uno o varios elementos en común que los identifican, pero finalmente esos elementos no conforman a todo el hombre, no abarcan toda su humanidad en sí misma. La grande pregunta sería ¿Qué es lo que puede dar identidad al hombre en su plenitud? Una identidad independientemente de ciertos modos de pensar y ciertas maneras de vivir.
El día de hoy la liturgia ofrece la identidad del hombre que le muestra cuál es su misión en el mundo, cuál es la razón definitiva de su historia, de su caminar por el mundo. Esto se puede expresar desde la categoría bíblica de la Ley.
La Ley es uno de los temas centrales de la Escritura, un tema central dentro de su espiritualidad, pues a partir de esta Ley comienzan atener una personalidad, comienzan a tener una identidad delante de los pueblos y delante de Dios que le ha dado esta Ley. Pero esta ley no es simplemente un conjunto de normas sociales que deben ser admitidas como obligatorias y cuyo rompimiento implica una sanción, no es simplemente un elenco de acciones que se deben hacer o que se deben evitar. Considerar así la Ley es quedarse a un nivel meramente jurídico.
La Ley para un judío es mucho más que eso, no son simplemente normas preestablecidas de lo que se debe hacer o no, para obtener una buena convivencia en medio de la sociedad. La ley para un judío es toda una forma de entender la vida, es aquello que da sentido a la identidad judaica, el, conjunto de enseñanzas de Dios. La Ley debe servir para conocer a Dios, y para conocerse a sí mismo, la Ley le debe de dar un sentido de identidad y de identificación como parte del pueblo de Dios. De tal modo que estas enseñanzas no se refiere a simples prácticas sociales, no sólo a convivencia social, no sólo del derecho y justicia; sino de lo que es el hombre es y está llamado a ser, hablan de la libertad al nivel más profundo, hablan de la relación del hombre con el cosmos, con los demás seres humanos, consigo mismo, con el mundo de lo divino. La ley es todo, da sentido al hombre, traza un rumbo, permite explicar el pasado.
Podemos entender así que la ley es un don extraordinario con el cual Dios le ha dado al pueblo un camino para que llegar a la liberación. La ley se convierte así, en una pedagogía de la fe, que les abre al misterio de Dios y a comprender su identidad, descubrir su vocación delante dl mundo y de su propia historia.
De esta manera la ley se convierte en el medio con el cual el hombre puede conocer cuál es su identidad. Sin embargo, esta ley del Antiguo Testamento que daba los lineamientos para alcanzar la libertad y por ende la esencia y vocación del hombre, debía perfeccionarse y llegar a plenitud. Y es precisamente lo que Jesús manifiesta: «No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento.» Este dar plenitud, significa darle un cavado final, tener la capacidad de darle un sentido final a la historia. Dar cumplimiento, significa en griego la idea de llenar un vaso, por lo tanto indica la capacidad de a completar las cosas, no porque aquella Ley del Antiguo Testamento esté mal, sino porque es necesario llenar algunos huecos, que permitan conocer el sentido profundo de la Ley, y de la vocación al hombre que tiene como fin último la experiencia del amor. Ese mayor que en la Antigua Ley se limitaba a ciertos aspectos que llevan a la vivencia de la libertad ahora con Jesús adquiere un nuevo sentido, mostrando cuál es el alcance del amor.
Estos alcances los s describe aquí Jesús de manea muy sintética. Nos dice que no matemos, pero ello no implica simplemente un acto externo, sino nos lleva a profundizar en nuestras palabras que muchas veces asesinan a los otros, invitando a superar todo tipo de ira y de violencia. Jesús habla del divorcio y del adulterio, marcando que no son sólo aspectos externos, sino que invita a una fidelidad profunda, que debe partir de la interioridad del creyente. Invita a no jurar, con el fin de reconocer que el hombre en sí mismo debe de ser veraz, debe de ser fidedigno, de una pieza, no simplemente porque hay un juramento de fondo, sino porque él desde su vida de fe, desde su testimonio es capaz de dar juicios auténticos, sin verse obligado a nada, pues su vida es una veracidad total. De este modo Jesús marca los elementos que dan la pauta para profundizar en la ley, sin embargo se irán profundizando a lo largo del evangelio con la predicación de Jesús y su propia vida.
Con esto Jesús nos enseña que aquella Ley del Antiguo Testamento no es algo anquilosado, caduco, sino que hoy en día tiene su actualidad, esa palabra es siempre nueva, y cobra vigencia. Es una Ley vigente y actual, no en la minuciosidad de sus detalles condicionados por la historia, sino en la riqueza salvífica que nos proporciona. No es que Jesús venga a traer algo novedoso, sacado de la nada, sino que toma lo que tiene y desde ahí construye la plenitud de la vida.
Hoy deberíamos de descubrir este mensaje, comenzar a vivir desde esta dinámica del amor. A lo mejor al ver las exigencias de Jesús podríamos tener miedo y creer que es muy difícil, que no podemos, pero debemos de partir como Jesús. Jesús no partió de cero, sino que vio lo que había, había una Ley y desde allí la llevó a plenitud. Hoy nosotros a escuchar el evangelio debemos de ver que hemos hecho, que cosas he realizado, descubrir las cosas buenas que tengo en mi vida, no es para ver los vacios o las fallas, sino es momento de ver los aciertos y desde esas cosas buenas irlas perfeccionando, perfeccionar esa paciencia que ya he ejercitado, esos consejos que he dado, esas amistades que me hacen crecer, ese diálogo que he llegado a tener, y partiendo de eso que hemos hecho, vayamos perfeccionándolo y llevándolo a plenitud, teniendo siempre el evangelio que va marcando las pautas para seguir caminando en medio de nuestra vida de fe.

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